• Retorno
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    —Voló, voló muy lejos. Esta vez no a una cueva cercana o al hogar que compartió una vez con Adán y Lute. Alduin sabía cuando alejarse pese a ser un inepto en cuanto a relaciones se refería.

    Y se alejó. Vaya si lo hizo.

    — Wundun lein hofkiin (viajar mundo hogar)— fue el thu’um con el que Alduin abrió un portal a su dimensión, apareciendo en el cielo de Nirn, tan alto que parecía que el dragón estaba justo entre Masser y Secunda, las lunas que rodeaban su mundo, acompañado por las mismas, mientras los ocho planetas, uno por Aedra lo juzgaban por su traición. Miró a la tierra baldía y ahora muerta a sus pies. Ninguno de sus continentes y océanos, se salvó de su hambre cuando decidió romper sus cadenas, y volverse contra su creador. Cuando decidió ser libre.

    Sintió un nudo en el estómago frente a aquel vacío por primera vez, siendo consciente de toda la destrucción y muerte de la que fue portador, esta vez únicamente por complacencia propia, por satisfacer su rabia. Pues podría haber huido sin más en lugar de dejar aquel mundo sin un debido reinicio. Ahora no reconocía aquellas tierras. Y allí permaneció inerte en el aire, pensando en muchas cosas pero sobretodo en Adán en la noche en que le mostró su reino, y donde lo único que el primer hombre pudo ver fueron tierra, nieve, nada de vegetación, aguas putrefactas y los cascarones vacíos de toda la humanidad moviéndose sin alma, cayéndose en pedazos en forma de atormentados draugr.

    Apretó la mandíbula y apartó la mirada, deseando que el aire gélido de Skyrim se llevase su tristeza, esperando a la par una respuesta para saber que hacer. Por más que una parte de su nombre, de su ser fuer sabiduría, lo cierto es que el primer dragón nunca imaginó que llegaría un momento en el que no sabría que hacer. Finalmente un rugido de rabia que resonó como un trueno recorrió el territorio, justo en el momento en que a sus espaldas, el sol comenzó a salir en el horizonte. Alduin se volteó, mirando fijamente a Magnus, el sol. El reflejo de Akatosh, su creador el cual a su vez se reflejó como en un espejo en sus ojos rojos como la sangre. Y arrepentido por tanta destrucción y devastado por la profunda tristeza que sentía, supo lo que tenía que hacer. Otro portal se abrió esta vez hacia Aeterio. El mundo donde residía toda la magia, hogar de los Dioses de Nirn, llamados Aedra o los nueve divinos. Donde el más poderoso de todos ellos, Akatosh le creó. Sobrevoló cada uno de los territorios de aquel lugar donde los Aedra residían y donde las almas de las diferentes criaturas se dividían hacia su lugar de descanso dependiendo de su raza. En todos ellos, recordó el temor que su sombra inspiraba a las almas, pues estas era. Su alimento y ahora… De nuevo se encontró la paz y la frialdad de la nada. Terminó aterrizando en Sovengarde, el lugar en el que acababan los nórdicos que morían con valor y también la zona en la que, efectivamente fue creado. Pues de tener nacionalidad, Alduin sería de Skyrim. El lugar donde vivían los favoritos de Akatosh.

    Por mera costumbre, tomó la forma de angel y caminó en plena soledad llegando al gran palacio, donde las almas de los muertos daban grandes banquetes junto a los grandes héroes a través de los tiempos, recordando cómo Tiberio Séptim y su padre si es que así podía llamarlo, en ocasiones también acudían. Miró una a una las cristaleras que de forma colorida representaban puntos concretos de la historia y en muchos, podía verse a sí mismo.

    Empezando por su propio “nacimiento” y su reinado sobre otros dragones, recordando con orgullo lo amado que fue entonces y como solía pensar en esos tiempo que, no había en Nirn un ser más querido y poderoso que él. Continuó avanzando por los pasillos viéndose envuelto en grandes acontecimientos históricos en los que, el dragón negro era presente, a veces siendo venerado por humanos y dragones, otras como una entidad terrible a la que el dovahkiin debía derrotar. Recordó sus días de grandeza y cuanto odiaba dejarse ganar en un intento de que, la humanidad comprendiera que, solo el valor y la unión entre ellos podrían evitar la caída del mundo entero. Escena que se repetía en muchas ocasiones e incluso en las representaciones de vidrio se podía ver como Alduin iba paulatinamente amargándose, dejándose tragar por la sombra de tener que ser siempre la bestia y el deseo de, pese a ser consciente de la importancia de su trabajo, volver a ser admirado y respetado. Ya que los ventanales no solo reflejaban su infelicidad, si no como incluso sus propios compañeros le daban la espalda, dejando de verlo como a un ejemplo, un maestro, un líder. Para verlo solo como su rey. Una figura de autoridad a la que obedecer o morir, ya no había admiración, solo temor.

    —Til los ni Dovah ahst fin lein ravel elm ahrk ten zu’u— se lamentó al ver como se repetía una y otra vez, hasta el último ventanal donde se veía la última escena.

    El asesinato de los nueve divinos y cómo absorbió sus almas. Y no se reconoció. Si, era el portador de la destrucción, pero también de la creación, de un nuevo inicio. Y esta vez no llegó sin él, el mundo sencillamente acabó destruido. Golpeó aquel cristal con el puño y finalmente entró en una última sala, en la que quedaban los restos de todos. Absolutamente todos los nueve divinos. Los Aedra, donde orgulloso había probado que la muerte llegaba a todos, incluso a los dioses. Para luego, devorar sus almas y con esto su poder. Cerró los ojos y mientras los rayos de sol se filtraban por los ventanales evocando una gran cantidad de colores en la sala, sintió por última vez la calidez del poder de Akatosh y frente a los restos sin vida de aquellas deidades, Alduin pronunció el conjuro de resurrección. Abrazándose a sí mismo al notar aquella gran cantidad de poder abandonar su ser dolorosamente, quemándole las entrañas y las venas, saliendo por cada uno de los poros de su piel como si de agujas cuyo tamaño era infinito se clavasen, como su propia alma se hacía pedazos a separara aquella gran parte para devolverla a su origen. Agonizó hasta que la corriente de energía finalmente terminó de abandonarlo, haciendo que acabase cayendo de rodillas en el suelo. Sintiéndose tan débil que ni si quiera era capaz de sostener su propio peso. Respiró con dificultad, sintiendo que se se ahogaba, hasta que unos pasos comenzaron a acercarse a ėl. Lentamente alzó la mirada y se encontró con la severa de su creador, quien decepcionado y furioso, cuyas primeras palabras fueron el nombre de quien alguna vez fue su creación mas amada.

    —¿Que has hecho?—fue lo que sentenció Akatosh. Por supuesto que con solo mirarle la deidad del tiempo, pudo ver perfectamente todo lo que pasó desde su asesinato hasta llegar a ese momento, aún si todo sucedió en otro mundo. El falso angel no dijo nada, tan solo apartó la mirada con arrepentimiento, estaba dispuesto a aceptar su castigo. En realidad, no había nada que perder.

    El Dios del tiempo, tan solo hizo un gesto con la mano, y Alduin fue apresado y encerrado mientras los nueve divinos decidían que hacer con él. —
    —Voló, voló muy lejos. Esta vez no a una cueva cercana o al hogar que compartió una vez con Adán y Lute. Alduin sabía cuando alejarse pese a ser un inepto en cuanto a relaciones se refería. Y se alejó. Vaya si lo hizo. — Wundun lein hofkiin (viajar mundo hogar)— fue el thu’um con el que Alduin abrió un portal a su dimensión, apareciendo en el cielo de Nirn, tan alto que parecía que el dragón estaba justo entre Masser y Secunda, las lunas que rodeaban su mundo, acompañado por las mismas, mientras los ocho planetas, uno por Aedra lo juzgaban por su traición. Miró a la tierra baldía y ahora muerta a sus pies. Ninguno de sus continentes y océanos, se salvó de su hambre cuando decidió romper sus cadenas, y volverse contra su creador. Cuando decidió ser libre. Sintió un nudo en el estómago frente a aquel vacío por primera vez, siendo consciente de toda la destrucción y muerte de la que fue portador, esta vez únicamente por complacencia propia, por satisfacer su rabia. Pues podría haber huido sin más en lugar de dejar aquel mundo sin un debido reinicio. Ahora no reconocía aquellas tierras. Y allí permaneció inerte en el aire, pensando en muchas cosas pero sobretodo en Adán en la noche en que le mostró su reino, y donde lo único que el primer hombre pudo ver fueron tierra, nieve, nada de vegetación, aguas putrefactas y los cascarones vacíos de toda la humanidad moviéndose sin alma, cayéndose en pedazos en forma de atormentados draugr. Apretó la mandíbula y apartó la mirada, deseando que el aire gélido de Skyrim se llevase su tristeza, esperando a la par una respuesta para saber que hacer. Por más que una parte de su nombre, de su ser fuer sabiduría, lo cierto es que el primer dragón nunca imaginó que llegaría un momento en el que no sabría que hacer. Finalmente un rugido de rabia que resonó como un trueno recorrió el territorio, justo en el momento en que a sus espaldas, el sol comenzó a salir en el horizonte. Alduin se volteó, mirando fijamente a Magnus, el sol. El reflejo de Akatosh, su creador el cual a su vez se reflejó como en un espejo en sus ojos rojos como la sangre. Y arrepentido por tanta destrucción y devastado por la profunda tristeza que sentía, supo lo que tenía que hacer. Otro portal se abrió esta vez hacia Aeterio. El mundo donde residía toda la magia, hogar de los Dioses de Nirn, llamados Aedra o los nueve divinos. Donde el más poderoso de todos ellos, Akatosh le creó. Sobrevoló cada uno de los territorios de aquel lugar donde los Aedra residían y donde las almas de las diferentes criaturas se dividían hacia su lugar de descanso dependiendo de su raza. En todos ellos, recordó el temor que su sombra inspiraba a las almas, pues estas era. Su alimento y ahora… De nuevo se encontró la paz y la frialdad de la nada. Terminó aterrizando en Sovengarde, el lugar en el que acababan los nórdicos que morían con valor y también la zona en la que, efectivamente fue creado. Pues de tener nacionalidad, Alduin sería de Skyrim. El lugar donde vivían los favoritos de Akatosh. Por mera costumbre, tomó la forma de angel y caminó en plena soledad llegando al gran palacio, donde las almas de los muertos daban grandes banquetes junto a los grandes héroes a través de los tiempos, recordando cómo Tiberio Séptim y su padre si es que así podía llamarlo, en ocasiones también acudían. Miró una a una las cristaleras que de forma colorida representaban puntos concretos de la historia y en muchos, podía verse a sí mismo. Empezando por su propio “nacimiento” y su reinado sobre otros dragones, recordando con orgullo lo amado que fue entonces y como solía pensar en esos tiempo que, no había en Nirn un ser más querido y poderoso que él. Continuó avanzando por los pasillos viéndose envuelto en grandes acontecimientos históricos en los que, el dragón negro era presente, a veces siendo venerado por humanos y dragones, otras como una entidad terrible a la que el dovahkiin debía derrotar. Recordó sus días de grandeza y cuanto odiaba dejarse ganar en un intento de que, la humanidad comprendiera que, solo el valor y la unión entre ellos podrían evitar la caída del mundo entero. Escena que se repetía en muchas ocasiones e incluso en las representaciones de vidrio se podía ver como Alduin iba paulatinamente amargándose, dejándose tragar por la sombra de tener que ser siempre la bestia y el deseo de, pese a ser consciente de la importancia de su trabajo, volver a ser admirado y respetado. Ya que los ventanales no solo reflejaban su infelicidad, si no como incluso sus propios compañeros le daban la espalda, dejando de verlo como a un ejemplo, un maestro, un líder. Para verlo solo como su rey. Una figura de autoridad a la que obedecer o morir, ya no había admiración, solo temor. —Til los ni Dovah ahst fin lein ravel elm ahrk ten zu’u— se lamentó al ver como se repetía una y otra vez, hasta el último ventanal donde se veía la última escena. El asesinato de los nueve divinos y cómo absorbió sus almas. Y no se reconoció. Si, era el portador de la destrucción, pero también de la creación, de un nuevo inicio. Y esta vez no llegó sin él, el mundo sencillamente acabó destruido. Golpeó aquel cristal con el puño y finalmente entró en una última sala, en la que quedaban los restos de todos. Absolutamente todos los nueve divinos. Los Aedra, donde orgulloso había probado que la muerte llegaba a todos, incluso a los dioses. Para luego, devorar sus almas y con esto su poder. Cerró los ojos y mientras los rayos de sol se filtraban por los ventanales evocando una gran cantidad de colores en la sala, sintió por última vez la calidez del poder de Akatosh y frente a los restos sin vida de aquellas deidades, Alduin pronunció el conjuro de resurrección. Abrazándose a sí mismo al notar aquella gran cantidad de poder abandonar su ser dolorosamente, quemándole las entrañas y las venas, saliendo por cada uno de los poros de su piel como si de agujas cuyo tamaño era infinito se clavasen, como su propia alma se hacía pedazos a separara aquella gran parte para devolverla a su origen. Agonizó hasta que la corriente de energía finalmente terminó de abandonarlo, haciendo que acabase cayendo de rodillas en el suelo. Sintiéndose tan débil que ni si quiera era capaz de sostener su propio peso. Respiró con dificultad, sintiendo que se se ahogaba, hasta que unos pasos comenzaron a acercarse a ėl. Lentamente alzó la mirada y se encontró con la severa de su creador, quien decepcionado y furioso, cuyas primeras palabras fueron el nombre de quien alguna vez fue su creación mas amada. —¿Que has hecho?—fue lo que sentenció Akatosh. Por supuesto que con solo mirarle la deidad del tiempo, pudo ver perfectamente todo lo que pasó desde su asesinato hasta llegar a ese momento, aún si todo sucedió en otro mundo. El falso angel no dijo nada, tan solo apartó la mirada con arrepentimiento, estaba dispuesto a aceptar su castigo. En realidad, no había nada que perder. El Dios del tiempo, tan solo hizo un gesto con la mano, y Alduin fue apresado y encerrado mientras los nueve divinos decidían que hacer con él. —
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    —¡Mgh!

    Removiéndose, comenzó a patalear un poco, intentando soltarse del agarre pero, a pesar de su fuerza, aquel maldito contrato lo mantenía limitado al tratarse de "trabajo".

    Maldita la hora en que decidió hacer tal trato, incluso si fue con buena causa, se arrepentía en el instante en que su cuerpo terminaba siendo sólo un juguete y no el de un respetado monarca.
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    Me entristece
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  • En el corazón de la espesura, un roble se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas.

    Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el epicentro: una luz dorada brilló momentáneamente debajo de la espada, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron.

    En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura encerrada había despertado lo suficiente para proteger su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante.

    Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: Permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas.

    Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada misteriosa. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado.

    Mientras los guerreros montaban guardia a gran distancia, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho.

    En el corazón de la espesura, un roble se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas. Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el epicentro: una luz dorada brilló momentáneamente debajo de la espada, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron. En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura encerrada había despertado lo suficiente para proteger su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante. Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: Permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas. Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada misteriosa. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado. Mientras los guerreros montaban guardia a gran distancia, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho.
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  • En el bullicioso corazón de Tokio, se encuentra la Preparatoria Shizuka, un instituto de educación secundaria conocido por su excelencia académica y su ambiente tranquilo. Entre sus profesores más queridos y respetados está Shizume Higurashi, una mujer de apariencia serena y sabiduría infinita que imparte clases de ciencias con una pasión que inspira a todos sus estudiantes.

    Sin embargo, pocos conocen la verdadera identidad de Shizuka Higurashi. Hace miles de años, en las tierras doradas de Egipto, ella fue conocida como Isis, la poderosa y benevolente diosa de la magia, la maternidad y la sabiduría. En aquellos tiempos, Isis era venerada por su habilidad para proteger a los suyos, sanar a los enfermos y guiar a las almas perdidas. Su vida estaba llena de aventuras, batallas épicas y rituales sagrados.

    Con el paso de los siglos y el cambio de las eras, Isis decidió que deseaba una existencia más tranquila, lejos de las responsabilidades divinas y los conflictos entre dioses y hombres. Utilizando su inmenso poder, se transformó en una mortal, adoptando la identidad de Shizume Higurashi y estableciéndose en Japón, un país que siempre le había fascinado por su cultura y belleza natural.

    En su nuevo rol como profesora de ciencias, Shizuka encontró un propósito renovado. Sus lecciones iban más allá de los libros de texto; ella enseñaba a sus estudiantes a observar el mundo con curiosidad, a cuestionar lo que parecía obvio y a buscar siempre la verdad oculta detrás de cada fenómeno natural. Aunque ya no poseía la inmortalidad y sus poderes estaban considerablemente disminuidos, su sabiduría y su compasión seguían intactas.
    En el bullicioso corazón de Tokio, se encuentra la Preparatoria Shizuka, un instituto de educación secundaria conocido por su excelencia académica y su ambiente tranquilo. Entre sus profesores más queridos y respetados está Shizume Higurashi, una mujer de apariencia serena y sabiduría infinita que imparte clases de ciencias con una pasión que inspira a todos sus estudiantes. Sin embargo, pocos conocen la verdadera identidad de Shizuka Higurashi. Hace miles de años, en las tierras doradas de Egipto, ella fue conocida como Isis, la poderosa y benevolente diosa de la magia, la maternidad y la sabiduría. En aquellos tiempos, Isis era venerada por su habilidad para proteger a los suyos, sanar a los enfermos y guiar a las almas perdidas. Su vida estaba llena de aventuras, batallas épicas y rituales sagrados. Con el paso de los siglos y el cambio de las eras, Isis decidió que deseaba una existencia más tranquila, lejos de las responsabilidades divinas y los conflictos entre dioses y hombres. Utilizando su inmenso poder, se transformó en una mortal, adoptando la identidad de Shizume Higurashi y estableciéndose en Japón, un país que siempre le había fascinado por su cultura y belleza natural. En su nuevo rol como profesora de ciencias, Shizuka encontró un propósito renovado. Sus lecciones iban más allá de los libros de texto; ella enseñaba a sus estudiantes a observar el mundo con curiosidad, a cuestionar lo que parecía obvio y a buscar siempre la verdad oculta detrás de cada fenómeno natural. Aunque ya no poseía la inmortalidad y sus poderes estaban considerablemente disminuidos, su sabiduría y su compasión seguían intactas.
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  • ────Ser general es mucho más que liderar ejércitos; es forjar un legado de invencibilidad. Mi voluntad es de hierro, y mi astucia estratégica me convierte en un líder temido y respetado.
    ────Ser general es mucho más que liderar ejércitos; es forjar un legado de invencibilidad. Mi voluntad es de hierro, y mi astucia estratégica me convierte en un líder temido y respetado.
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  • Mako (oc)

    *La verdad no sabría decir lo que pasó en este tiempo, que fui nadamás una persona común y sin un n trabajo o estatus de honor, en lo que sería que fuera respetado y amado, pero luego de muchos años pude conseguir mi respeto y el honor que merecía además era apodado como "la flor de la sangre o muerte" no era como piensan no era por ser algo malo solo que siempre era vestido por flores rojas tan característicos de Japón, que representaban la muerte y la soledad*

    - Mmmm.... Me siento algo bien... A pesar de todo.... Pero... Se siente algo de soledad....

    *Suspirando con pesadez mientras se encontraba mirando por su balcón de su gran mansión que se encontraba entre los grandes árboles, de ese bosque tan profundo y oscuro, que se alguna manera casi no se pudia encontrar ese lugar, además que era apartado de las demás ciudades o capitales, ya que era muy protegido por la secretos que se encontraban en ese lugar y su gran poder en esa raza tan rara la verdad*
    Mako (oc) *La verdad no sabría decir lo que pasó en este tiempo, que fui nadamás una persona común y sin un n trabajo o estatus de honor, en lo que sería que fuera respetado y amado, pero luego de muchos años pude conseguir mi respeto y el honor que merecía además era apodado como "la flor de la sangre o muerte" no era como piensan no era por ser algo malo solo que siempre era vestido por flores rojas tan característicos de Japón, que representaban la muerte y la soledad* - Mmmm.... Me siento algo bien... A pesar de todo.... Pero... Se siente algo de soledad.... *Suspirando con pesadez mientras se encontraba mirando por su balcón de su gran mansión que se encontraba entre los grandes árboles, de ese bosque tan profundo y oscuro, que se alguna manera casi no se pudia encontrar ese lugar, además que era apartado de las demás ciudades o capitales, ya que era muy protegido por la secretos que se encontraban en ese lugar y su gran poder en esa raza tan rara la verdad*
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  • ¿Por qué acabar con la población joven...?

    Sencillo.
    Ellos iniciaron este conflicto, si All-Mer no hubiese ascendido y respetado la vida humana, no hubieran acabado con el. Si la estúpida union entre Nilvan y Le'Garde no hubiera dado a luz a esa peste, no tendríamos un dios nuevo, lo bueno es que aún puede ser moldeado para evitar otro All-Mer. Ningun nuevo dios debería tener derecho a hablar, debería quedarse callados para siempre

    Gro-Goroth, Sylvian, Vinushka y toda la vieja guardia, ellos si deberían vivir eternamente en las creencias de los humanos
    ¿Por qué acabar con la población joven...? Sencillo. Ellos iniciaron este conflicto, si All-Mer no hubiese ascendido y respetado la vida humana, no hubieran acabado con el. Si la estúpida union entre Nilvan y Le'Garde no hubiera dado a luz a esa peste, no tendríamos un dios nuevo, lo bueno es que aún puede ser moldeado para evitar otro All-Mer. Ningun nuevo dios debería tener derecho a hablar, debería quedarse callados para siempre Gro-Goroth, Sylvian, Vinushka y toda la vieja guardia, ellos si deberían vivir eternamente en las creencias de los humanos
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  • Daozhang Xiao Xingchen

    Desenvaina..

    *Parecía más que dispuesto a tener una pequeña contienda, no se trataba de un entrenamiento en sí. Un pequeño malentendido había provocado que su esposo quedase deshonrado por sus propias palabras, aquello en su país era muy respetado*

    Te lo recomiendo, Daozhang.. Házlo pronto.


    [Daozhang_XiaoXingchen] Desenvaina.. *Parecía más que dispuesto a tener una pequeña contienda, no se trataba de un entrenamiento en sí. Un pequeño malentendido había provocado que su esposo quedase deshonrado por sus propias palabras, aquello en su país era muy respetado* Te lo recomiendo, Daozhang.. Házlo pronto.
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  • -Esta vez... gané, Diluc...

    Mencionó la rubia con una clara agitación en su voz, su rostro sudoroso e incluso los mechones de su cabello alborotado tras aquella batalla. Jean acostumbraba a retar al Mayor a alguno que otro combate de práctica cada que tuvieran oportunidad de los cuales más de la mitad de ellos los ganaba el varón .

    - 50-48...
    Dijo la Gran Maestra con una sonrisa en sus labios, sabía que el marcador estaba del lado del contrario, pero dijo los números a su favor. Con la rodilla sobre torso del pelirrojo se aseguraba de tenerlo a raya mientras que con la espada de práctica clavada al costado de su cuello aseguraba su victoria.

    Aquél combate lleno de adrenalina le había hecho decir su nombre cosa que, a pesar de tenerle confianza siempre lo ha respetado como su Mayor nombrándolo con su ex rango la mayor parte del tiempo. Había sido un combate tan intenso que con las habilidades de ambos de no ser espadas de práctica cualquiera pensaría que eran duelos a muerte, habilidades que con excepción sus capitanes, no podía explotar con sus caballeros pues aún les faltaba entrenamiento.
    -Esta vez... gané, Diluc... Mencionó la rubia con una clara agitación en su voz, su rostro sudoroso e incluso los mechones de su cabello alborotado tras aquella batalla. Jean acostumbraba a retar al Mayor a alguno que otro combate de práctica cada que tuvieran oportunidad de los cuales más de la mitad de ellos los ganaba el varón . - 50-48... Dijo la Gran Maestra con una sonrisa en sus labios, sabía que el marcador estaba del lado del contrario, pero dijo los números a su favor. Con la rodilla sobre torso del pelirrojo se aseguraba de tenerlo a raya mientras que con la espada de práctica clavada al costado de su cuello aseguraba su victoria. Aquél combate lleno de adrenalina le había hecho decir su nombre cosa que, a pesar de tenerle confianza siempre lo ha respetado como su Mayor nombrándolo con su ex rango la mayor parte del tiempo. Había sido un combate tan intenso que con las habilidades de ambos de no ser espadas de práctica cualquiera pensaría que eran duelos a muerte, habilidades que con excepción sus capitanes, no podía explotar con sus caballeros pues aún les faltaba entrenamiento.
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