• ᴄᴀᴘ. ③
    ────────────
    Continuación de:

    Cap.① https://ficrol.com/posts/243909

    Cap.② https://ficrol.com/posts/271000

    ≫ ──────── ≪•◦ ✴ ◦•≫ ──────── ≪

    Un zumbido sórdido se adueñó de los oídos de Elizabeth, la noticia le causó tal conmoción que quedó aturdida por unos minutos.

    Los ojos estaban puestos en Elías, pero no lo veía, su mirada viajaba mas allá del presente; A la nostalgia de sus vagos recuerdos de su infancia, la sufrida doctrina militar, el día que lo perdió todo y por supuesto, los intensos años de búsqueda y penurias que padeció con la esperanza de encontrar a alguien de su estirpe.

    Una lágrima iba humedeciendo el camino recorrido hasta su mejilla. ¿Por qué lloraba? No lo sabía, era una mezcla de enojo, impotencia, incredulidad y sí... alivio, alivio de no ser la única.

    Tan rápido como sintió que la gota resbalaba por su rostro se la limpió con la manga de su capa. Detestaba que la vieran débil, mas alguien tan ajeno como lo era este hombre que se decía llamar su hermano.

    Elizabeth no habló, en cambio se limitó a observarlo con un ojo clínico y en extremo agudo.
    Las manos gruesas y toscas del pelirrojo aún extendidas en lo alto como señal de "paz" eran de alguien que ha empuñado el acero incontables veces, de hecho si se acercaba un poco más podía incluso ver el entramado de la empuñadura marcada en su palma. Sus muñecas tenía cicatrices mal cerradas de lo que parecía ser grilletes
    ¿Acaso había sido esclavo o era un asesino fugitivo?

    Una marca alargada atravesaba uno de sus ojos carmesí, Elizabeth podía asumir que como ella,el resto de su cuerpo padecía la misma suerte que su cara, era algo casi obvio.

    ── En el año del Búho te vi huir entre los escombros cerca del arroyo - confesó mientras lentamente con una de sus manos apartaba la punta de la espada de su garganta

    Liz salió de su profundo análisis al oírle hablar.

    ── Hay mucho que no calza en tu historia mediocre. - Dejó con cuidado a sus pies la comida que había comprado para Kazuo .
    La espada que Elías había apartado la situó a la altura de su vientre. No pensaba bajar la guardia ── Dices que eres mi hermano, pero nunca supe de tu existencia, dices que me viste huir y... ¿Donde estabas tú? ¿Cómo sé que dices la verdad? Lo único que no puedo negar porque es evidente, es tu raza, eres un Llama de Sangre... veo el fuego en tus ojos.

    ── Leezy ... o mejor dicho Elizabeth, Elizabeth Rose, de los Bloodflame.
    Madre, Padre y yo elegimos tus nombres por tu fuerza inquebrantable a pesar de que al nacer parecías una pequeña flor salida de un rosal siempre tuviste espinas para defenderte.
    Tú sabes como funcionaba todo en Knaresborough, no podían haber lazos familiares pero Hamza y Astrid nuestros padres, se la ingeniaron para no romper lo que era nuestra familia. Aunque... - tomó un segundo de silencio solemne, uno que Liz respetó. Todo su relato la había atrapado por completo ── Su osadía los llevó a la muerte, por eso no los conociste, lo lamento. Yo guardé mis distancias era un niño, temía llegar al mismo destino, te observaba desde lejos. Nunca necesitaste mi ayuda hasta el año del Búho claro... pero ahí no pide ofrecértela, fui secuestrado y vendido como esclavo... Fueron ocho años y cincuenta y siete días oscuros, muy oscuros.

    Era demasiado información para Elizabeth, su mente y corazón habían colapsado. La mezcla de emociones que no lograba entender la abrumó por completo.
    Entonces hizo lo único que sabía hacer: explotar en ira

    ── ¡VETE! ¡No te quiero ver! - sus ojos se tornaron de rojo intenso y su espada se envolvió en llamas ── ¡¡¡Tú y tu maldita historia se pueden volver por donde vinieron!!!!

    Elizabeth retrocedió un par de pasos y empezó a arrojar dardos de fuego directo al pecho de Elías. Pero este era un hábil guerrero, incluso mas experimentado que Liz, evadió cada ataque sin problemas, la abordó de manera brusca tomándole sus muñecas. La aproximación hizo que Liz alcanzara a herir con su espada uno de sus costados.

    ── ¡Basta Leezy! No quiero lastimarte ¡¿Que no entiendes?!

    ── No soy la puta Leezy, mi nombre es Elizabeth, ¡Suéltame! - Elizabeth flexionó una de sus piernas incrustando su rodilla con fuerza justo en la boca del estómago de Elías.

    El pelirrojo se apartó de ella tratando de recuperar el aire.

    Liz por su parte sin saber que sentir lo observaba mientras este se arrodillaba por el impacto del golpe resiente
    ᴄᴀᴘ. ③ ──────────── Continuación de: Cap.① https://ficrol.com/posts/243909 Cap.② https://ficrol.com/posts/271000 ≫ ──────── ≪•◦ ✴ ◦•≫ ──────── ≪ Un zumbido sórdido se adueñó de los oídos de Elizabeth, la noticia le causó tal conmoción que quedó aturdida por unos minutos. Los ojos estaban puestos en Elías, pero no lo veía, su mirada viajaba mas allá del presente; A la nostalgia de sus vagos recuerdos de su infancia, la sufrida doctrina militar, el día que lo perdió todo y por supuesto, los intensos años de búsqueda y penurias que padeció con la esperanza de encontrar a alguien de su estirpe. Una lágrima iba humedeciendo el camino recorrido hasta su mejilla. ¿Por qué lloraba? No lo sabía, era una mezcla de enojo, impotencia, incredulidad y sí... alivio, alivio de no ser la única. Tan rápido como sintió que la gota resbalaba por su rostro se la limpió con la manga de su capa. Detestaba que la vieran débil, mas alguien tan ajeno como lo era este hombre que se decía llamar su hermano. Elizabeth no habló, en cambio se limitó a observarlo con un ojo clínico y en extremo agudo. Las manos gruesas y toscas del pelirrojo aún extendidas en lo alto como señal de "paz" eran de alguien que ha empuñado el acero incontables veces, de hecho si se acercaba un poco más podía incluso ver el entramado de la empuñadura marcada en su palma. Sus muñecas tenía cicatrices mal cerradas de lo que parecía ser grilletes ¿Acaso había sido esclavo o era un asesino fugitivo? Una marca alargada atravesaba uno de sus ojos carmesí, Elizabeth podía asumir que como ella,el resto de su cuerpo padecía la misma suerte que su cara, era algo casi obvio. ── En el año del Búho te vi huir entre los escombros cerca del arroyo - confesó mientras lentamente con una de sus manos apartaba la punta de la espada de su garganta Liz salió de su profundo análisis al oírle hablar. 🌹── Hay mucho que no calza en tu historia mediocre. - Dejó con cuidado a sus pies la comida que había comprado para [8KazuoAihara8]. La espada que Elías había apartado la situó a la altura de su vientre. No pensaba bajar la guardia ── Dices que eres mi hermano, pero nunca supe de tu existencia, dices que me viste huir y... ¿Donde estabas tú? ¿Cómo sé que dices la verdad? Lo único que no puedo negar porque es evidente, es tu raza, eres un Llama de Sangre... veo el fuego en tus ojos. ── Leezy ... o mejor dicho Elizabeth, Elizabeth Rose, de los Bloodflame. Madre, Padre y yo elegimos tus nombres por tu fuerza inquebrantable a pesar de que al nacer parecías una pequeña flor salida de un rosal siempre tuviste espinas para defenderte. Tú sabes como funcionaba todo en Knaresborough, no podían haber lazos familiares pero Hamza y Astrid nuestros padres, se la ingeniaron para no romper lo que era nuestra familia. Aunque... - tomó un segundo de silencio solemne, uno que Liz respetó. Todo su relato la había atrapado por completo ── Su osadía los llevó a la muerte, por eso no los conociste, lo lamento. Yo guardé mis distancias era un niño, temía llegar al mismo destino, te observaba desde lejos. Nunca necesitaste mi ayuda hasta el año del Búho claro... pero ahí no pide ofrecértela, fui secuestrado y vendido como esclavo... Fueron ocho años y cincuenta y siete días oscuros, muy oscuros. Era demasiado información para Elizabeth, su mente y corazón habían colapsado. La mezcla de emociones que no lograba entender la abrumó por completo. Entonces hizo lo único que sabía hacer: explotar en ira 🌹── ¡VETE! ¡No te quiero ver! - sus ojos se tornaron de rojo intenso y su espada se envolvió en llamas ── ¡¡¡Tú y tu maldita historia se pueden volver por donde vinieron!!!! Elizabeth retrocedió un par de pasos y empezó a arrojar dardos de fuego directo al pecho de Elías. Pero este era un hábil guerrero, incluso mas experimentado que Liz, evadió cada ataque sin problemas, la abordó de manera brusca tomándole sus muñecas. La aproximación hizo que Liz alcanzara a herir con su espada uno de sus costados. ── ¡Basta Leezy! No quiero lastimarte ¡¿Que no entiendes?! 🌹── No soy la puta Leezy, mi nombre es Elizabeth, ¡Suéltame! - Elizabeth flexionó una de sus piernas incrustando su rodilla con fuerza justo en la boca del estómago de Elías. El pelirrojo se apartó de ella tratando de recuperar el aire. Liz por su parte sin saber que sentir lo observaba mientras este se arrodillaba por el impacto del golpe resiente
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  • Antes de que su nombre se inscribiera en la historia por su fuerza descomunal o sus doce legendarios trabajos, Heracles también fue un joven que, tras su entrenamiento, buscaba algo más que gloria: buscaba un lugar en el mundo.

    Había regresado de una de sus primeras campañas militares, aún cubierto del polvo de la batalla, cuando Tebas celebraba su liberación. El rey Creonte, agradecido por la valentía de Heracles al derrotar a los enemigos que asediaban su ciudad, le ofreció un banquete en palacio. Y fue allí, entre columnas de mármol y músicos desafinados, donde la vio por primera vez.

    Mégara. Hija del rey, pero no altiva. Su risa no era como la de las cortesanas; era una chispa que rompía el protocolo. Tenía el porte de una reina, pero los ojos de alguien que ya había visto demasiado para su corta edad. Cuando sus miradas se cruzaron, Heracles no pensó en la guerra, ni en la gloria, ni en los dioses. Pensó en quedarse.

    Lo que comenzó como una cortesía se volvió un encuentro frecuente. Mégara no era una princesa cualquiera. No le impresionaban los cuentos de monstruos ni las demostraciones de fuerza. Ella le preguntaba sobre el miedo, sobre el peso de una espada, sobre si dormía bien después de una batalla. Heracles, por primera vez, sintió que no era solo músculos y hazañas; frente a ella, era humano.

    El rey Creonte, viendo la conexión, ofreció a Mégara en matrimonio como gesto de gratitud. Pero Heracles no la tomó como un premio. Le pidió su consentimiento. Quería que lo eligiera, no que lo aceptara. Y Mégara lo hizo, no por su fama, sino por su alma cansada y su voluntad de proteger.

    Su matrimonio fue breve, como muchas cosas hermosas condenadas por el destino. Pero durante ese tiempo, Heracles encontró paz. La risa de Mégara era su escudo; los abrazos de sus hijos, su hogar.

    Hasta que la tragedia lo reclamó.

    Pero esa es otra historia.

    Porque este relato no trata sobre el dolor que vendría, sino sobre ese instante suspendido en el tiempo, cuando un héroe encontró algo más fuerte que la guerra: el amor que creyó no merecer, pero que una mujer le ofreció sin condiciones.
    Antes de que su nombre se inscribiera en la historia por su fuerza descomunal o sus doce legendarios trabajos, Heracles también fue un joven que, tras su entrenamiento, buscaba algo más que gloria: buscaba un lugar en el mundo. Había regresado de una de sus primeras campañas militares, aún cubierto del polvo de la batalla, cuando Tebas celebraba su liberación. El rey Creonte, agradecido por la valentía de Heracles al derrotar a los enemigos que asediaban su ciudad, le ofreció un banquete en palacio. Y fue allí, entre columnas de mármol y músicos desafinados, donde la vio por primera vez. Mégara. Hija del rey, pero no altiva. Su risa no era como la de las cortesanas; era una chispa que rompía el protocolo. Tenía el porte de una reina, pero los ojos de alguien que ya había visto demasiado para su corta edad. Cuando sus miradas se cruzaron, Heracles no pensó en la guerra, ni en la gloria, ni en los dioses. Pensó en quedarse. Lo que comenzó como una cortesía se volvió un encuentro frecuente. Mégara no era una princesa cualquiera. No le impresionaban los cuentos de monstruos ni las demostraciones de fuerza. Ella le preguntaba sobre el miedo, sobre el peso de una espada, sobre si dormía bien después de una batalla. Heracles, por primera vez, sintió que no era solo músculos y hazañas; frente a ella, era humano. El rey Creonte, viendo la conexión, ofreció a Mégara en matrimonio como gesto de gratitud. Pero Heracles no la tomó como un premio. Le pidió su consentimiento. Quería que lo eligiera, no que lo aceptara. Y Mégara lo hizo, no por su fama, sino por su alma cansada y su voluntad de proteger. Su matrimonio fue breve, como muchas cosas hermosas condenadas por el destino. Pero durante ese tiempo, Heracles encontró paz. La risa de Mégara era su escudo; los abrazos de sus hijos, su hogar. Hasta que la tragedia lo reclamó. Pero esa es otra historia. Porque este relato no trata sobre el dolor que vendría, sino sobre ese instante suspendido en el tiempo, cuando un héroe encontró algo más fuerte que la guerra: el amor que creyó no merecer, pero que una mujer le ofreció sin condiciones.
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  • El Jardín de los Umbrales
    Fandom Mitología Olimpica, Misión del lunes
    Categoría Otros
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra.

    Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible.

    Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar.

    Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito.

    Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio.

    Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento.

    Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia.

    Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será.

    Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone.

    Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra. Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible. Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar. Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito. Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio. Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento. Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia. Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será. Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone. Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
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  • "Hubo una guerra en el cielo.

    La oscuridad y la luz colisionaron, en nueve formas abstractas que se mataban mutuamente, mas sus sucesores se levantaban de las cenizas para continuar el combate infinitamente.

    Para la gracia de alguien que se sentaba en un trono a reir mientras su arquitectura era destruida infinitamente.

    Hubo una guerra en el cielo, hasta que sus carcajadas fueron silenciadas por una lanza, seguida de miles mas.

    Ese dia, el dios murio"

    -Una filosofia, una fabula o un relato? No lo explicara de mas-
    "Hubo una guerra en el cielo. La oscuridad y la luz colisionaron, en nueve formas abstractas que se mataban mutuamente, mas sus sucesores se levantaban de las cenizas para continuar el combate infinitamente. Para la gracia de alguien que se sentaba en un trono a reir mientras su arquitectura era destruida infinitamente. Hubo una guerra en el cielo, hasta que sus carcajadas fueron silenciadas por una lanza, seguida de miles mas. Ese dia, el dios murio" -Una filosofia, una fabula o un relato? No lo explicara de mas-
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  • —Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta.


    El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él.

    Lo encontré por el olor.
    No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir.

    Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca.
    El aire cambia.
    El entorno se aprieta.
    El mundo contiene el aliento.

    Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío.

    No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta.

    Pero él habló, claro que lo hizo.

    —“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada.

    Excusas.
    Listados de errores.
    Súplicas envueltas en relato.

    —¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta.

    Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo.

    —“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada.

    Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo.

    Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal.

    — Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. —

    Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él.

    Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di.

    Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada.

    Me puse de pie. Él no.

    — Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda.

    No aclaré si me refería a ayuda…
    …o a un entierro.
    —Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta. El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él. Lo encontré por el olor. No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir. Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca. El aire cambia. El entorno se aprieta. El mundo contiene el aliento. Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío. No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta. Pero él habló, claro que lo hizo. —“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada. Excusas. Listados de errores. Súplicas envueltas en relato. —¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta. Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo. —“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada. Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo. Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal. — Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. — Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él. Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di. Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada. Me puse de pie. Él no. — Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda. No aclaré si me refería a ayuda… …o a un entierro.
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    No hay mejor verdad, como un relato de la propia madre y raíz, que vio nacer, lo sintió y creó mi existencia. En lo único que estoy agradecido infinitamente es tener una madre como ella, solo una vez lo diré: Gracias padre, por haber caído al sublime encanto de Madre.
    No hay mejor verdad, como un relato de la propia madre y raíz, que vio nacer, lo sintió y creó mi existencia. En lo único que estoy agradecido infinitamente es tener una madre como ella, solo una vez lo diré: Gracias padre, por haber caído al sublime encanto de Madre.
    “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus”

    A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día.
    El día en que nació nuestro hijo.

    Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba.

    Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos.

    Y entonces, llegó el momento.

    Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo.

    Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro.

    Y cuando nuestro hijo nació…
    no lloró.
    Rugió.

    Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto.

    Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse.

    —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino.

    Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo.
    El Olimpo despertó inquieto.
    Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos.

    Zagreus había llegado.

    No era solo un niño.

    Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril.
    Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida.
    Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo.
    Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola.

    Él fue mi renacer.
    Mi hijo.
    Mi legado.
    La fusión de lo salvaje y lo tierno.
    Del fin y del comienzo.

    Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía.

    Porque en mis brazos dormía algo más que poder.
    Dormía esperanza.
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    "Cómo domar a tu Monstruo (sin darte cuenta)"

    Akane escuchaba atenta mientras sus ojos se llenaban de emoción al escuchar el relato de su compañera del kinder, con graan dramatismo digno de una pelicula palomera de horror. La niña juraba que había visto un monstruo aterrador en el bosque durante un campamento con su familia. La pequeña mitad ogresa y demonio sintió que algo en esa historia hacia que le picara la curiosidad. ¿Y si no era un monstruo, sino otro ser especial como ella? ¡Tenía que averiguarlo!

    Esperó pacientemente el día perfecto para su aventura: sus madres no estarían en casa por la tarde, así que podría darse el lujo de escaparse un rato. Cuando finalmente llegó el momento, fingió entrar a casa como toda niña responsable y en cuanto el autobús escolar desapareció de vista, ¡pum! Se acomodo su mochila amarilla en la espalda, partió al bosque con la emoción zumbándole en el pecho.

    El lugar era más grande de lo que imaginaba, pero ella se sentía una exploradora experta. Caminó y caminó, revisando cada rincón con sus pequeños ojos astutos, hasta que empezó a dudar ¿Y si su amiga se había confundido? Justo en ese instante, un ruido extraño rompió el silencio. Akane pegó un salto, tragó saliva y miró hacia lo más profundo del bosque. Ahí estaba. Una enorme criatura la observaba, inmóvil.

    "¡Era real!" Sin dudar, corrió hacia el supuesto monstruo, pero algo extraño pasó. La criatura, un majestuoso lobo de pelaje castaño, abrió los ojos con terror y salió corriendo como si hubiera visto a algo más aterrador que un monstruo. “¡Espera, no corras!”, gritó Akane, pero el lobo no escuchó. Así que ella aceleró, sin notar que ahora corría más rápido de lo que cualquier niña humana podría. Antes de darse cuenta, lo alcanzó.

    El lobo temblaba. ¿Le tenía miedo? Akane inclinó la cabeza, confundida, y luego decidió hacer lo más lógico para una niña de seis años: se acercó con calma y lo abrazó. “Tranquilo, ya somos amigos,” murmuró con dulzura. El lobo dejó escapar un respiro largo y, sin darse cuenta, Akane había domado a la gran bestia.
    Ahora solo quedaba un pequeño problema. Si lo llevaba a casa… ¿qué dirían sus madres?
    "Cómo domar a tu Monstruo (sin darte cuenta)" Akane escuchaba atenta mientras sus ojos se llenaban de emoción al escuchar el relato de su compañera del kinder, con graan dramatismo digno de una pelicula palomera de horror. La niña juraba que había visto un monstruo aterrador en el bosque durante un campamento con su familia. La pequeña mitad ogresa y demonio sintió que algo en esa historia hacia que le picara la curiosidad. ¿Y si no era un monstruo, sino otro ser especial como ella? ¡Tenía que averiguarlo! Esperó pacientemente el día perfecto para su aventura: sus madres no estarían en casa por la tarde, así que podría darse el lujo de escaparse un rato. Cuando finalmente llegó el momento, fingió entrar a casa como toda niña responsable y en cuanto el autobús escolar desapareció de vista, ¡pum! Se acomodo su mochila amarilla en la espalda, partió al bosque con la emoción zumbándole en el pecho. El lugar era más grande de lo que imaginaba, pero ella se sentía una exploradora experta. Caminó y caminó, revisando cada rincón con sus pequeños ojos astutos, hasta que empezó a dudar ¿Y si su amiga se había confundido? Justo en ese instante, un ruido extraño rompió el silencio. Akane pegó un salto, tragó saliva y miró hacia lo más profundo del bosque. Ahí estaba. Una enorme criatura la observaba, inmóvil. "¡Era real!" Sin dudar, corrió hacia el supuesto monstruo, pero algo extraño pasó. La criatura, un majestuoso lobo de pelaje castaño, abrió los ojos con terror y salió corriendo como si hubiera visto a algo más aterrador que un monstruo. “¡Espera, no corras!”, gritó Akane, pero el lobo no escuchó. Así que ella aceleró, sin notar que ahora corría más rápido de lo que cualquier niña humana podría. Antes de darse cuenta, lo alcanzó. El lobo temblaba. ¿Le tenía miedo? Akane inclinó la cabeza, confundida, y luego decidió hacer lo más lógico para una niña de seis años: se acercó con calma y lo abrazó. “Tranquilo, ya somos amigos,” murmuró con dulzura. El lobo dejó escapar un respiro largo y, sin darse cuenta, Akane había domado a la gran bestia. Ahora solo quedaba un pequeño problema. Si lo llevaba a casa… ¿qué dirían sus madres?
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  • ──────A menudo la belleza de una espalda pasa desapercibida. Estas pueden mostrar diferentes relatos; en la forma en que los músculos se tensan. Como esta se endereza y estremece ante la caricia de una suave pluma, bajo el roce de las manos, ante la presión de un beso en la piel.
    ──────A menudo la belleza de una espalda pasa desapercibida. Estas pueden mostrar diferentes relatos; en la forma en que los músculos se tensan. Como esta se endereza y estremece ante la caricia de una suave pluma, bajo el roce de las manos, ante la presión de un beso en la piel.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    / me vienen dando ganas de escribir un relato al estilo antiguo de lo más gore oscuro y perturbador que se puedan imaginar, pero me preocupa la salud mental de mis lectores que ya están acostumbrados a los versos románticos, pa que vean que como artista soy responsable y pienso en ustedes .
    / me vienen dando ganas de escribir un relato al estilo antiguo de lo más gore oscuro y perturbador que se puedan imaginar, pero me preocupa la salud mental de mis lectores que ya están acostumbrados a los versos románticos, pa que vean que como artista soy responsable y pienso en ustedes 🤣.
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  • The Right Tool
    Fandom Historia Original
    Categoría Acción
    +Luego de buscar el area finalmente encontraba la entrada. Una puerta Tori y unas escaleras que ascienden por una montaña+ Aqui es Bibs. el arma perfecta para ti esta arriba. Mmm que raro la vez anterior que estuve aqui este lugar no parecia tan tetrico...

    Como sea. Lista? +Volteo a verla dedicandole una sonrisa optimista+ Recuerdas en prision cuando hablabas de querer una de estas? Pues tuve la suerte de encontrar este lugar +Comento a un lado de ella+

    Ya sabes viene con esos relatos de ´´Es un lugar maldito´´ y demas rumores. Nada que no puedas manejar Bibs. Entonces lista para subir?
    +Luego de buscar el area finalmente encontraba la entrada. Una puerta Tori y unas escaleras que ascienden por una montaña+ Aqui es Bibs. el arma perfecta para ti esta arriba. Mmm que raro la vez anterior que estuve aqui este lugar no parecia tan tetrico... Como sea. Lista? +Volteo a verla dedicandole una sonrisa optimista+ Recuerdas en prision cuando hablabas de querer una de estas? Pues tuve la suerte de encontrar este lugar +Comento a un lado de ella+ Ya sabes viene con esos relatos de ´´Es un lugar maldito´´ y demas rumores. Nada que no puedas manejar Bibs. Entonces lista para subir?
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