—Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta.


El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él.

Lo encontré por el olor.
No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir.

Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca.
El aire cambia.
El entorno se aprieta.
El mundo contiene el aliento.

Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío.

No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta.

Pero él habló, claro que lo hizo.

—“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada.

Excusas.
Listados de errores.
Súplicas envueltas en relato.

—¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta.

Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo.

—“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada.

Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo.

Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal.

— Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. —

Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él.

Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di.

Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada.

Me puse de pie. Él no.

— Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda.

No aclaré si me refería a ayuda…
…o a un entierro.
—Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta. El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él. Lo encontré por el olor. No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir. Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca. El aire cambia. El entorno se aprieta. El mundo contiene el aliento. Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío. No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta. Pero él habló, claro que lo hizo. —“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada. Excusas. Listados de errores. Súplicas envueltas en relato. —¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta. Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo. —“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada. Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo. Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal. — Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. — Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él. Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di. Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada. Me puse de pie. Él no. — Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda. No aclaré si me refería a ayuda… …o a un entierro.
Me shockea
Me endiabla
Me gusta
Me encocora
8
1 turno 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados