• Exterminio de los Quimeras
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    Mizar, que era una mujer de acción, se iba a hacer pasar por una financiadorq de obras benéficas que quería participar activamente y ofrecer una gran suma para la creación de hospitales benéficos para niños con enfermedades raras y sin medios para afrontarlas. Lo que sería, sin lugar a dudas, otro nido más de niños desaparecidos en un futuro. Y con todo lo que sabían sobre el Rh ahora, no dudaban que también fuesen poseedores de ese tipo de sangre.
    Ese era el motivo del Encuentro del Bisonte. Una cena benéfica organizada por Alvur. Una tapadera que ocultaba el verdadero motivo de la reunión del núcleo duro de La Fábrica, altos cargos políticos y militares, y personalidades de gran poder adquisitivo, y la vestían de obra benéfica, que no era tal, cuando lo que se presentaba allí era la posibilidad de tener acciones y participaciones en lo que ellos estaban intentando crear a nivel genético con los quimeras.
    En aquel palacete de alto standing en el que se celebraban todo tipo de eventos de élite, el aire olía a dinero y ambición. Todos iban exquisitamente vestidos de etiqueta, hombres y mujeres de todas las edades pero de mismo poder adquisitivo, y algunos que también lo querían tener y a los que no les importaba hacer sus primeras inversiones sucias.

    Mizar tenía la tarjeta de invitación en el móvil. Y pasaba perfectamente por una más de ese grupo social acaudalado, pero además, mucho más hermosa y llamativa que el resto. Llevaba un vestido negro, con un blazer en color rojo y unos zapatos stillettos del mismo color que, en caso de necesitarlo, tenía unas navajas retráctiles en las puntas perfectas para cortar cuellos.
    Así que solo le hizo falta mostrar la invitación a través de la pantalla, y los de seguridad, lo escanearon y la dejaron pasar con un nombre impostado: Señorita Kaos, propietaria de un gran fondo de inversión. Allí no iban a comprobar si lo que se decía era cierto o no, dado que si tenía la invitación era porque estaba «invitada». Gracias al código QR, su hermana había hackeado la base de datos a la que estaban afiliados y extraído de ahí los nombres de todos los invitados el Encuentro. Y confirmaron una verdad a gritos: Atlas era un gran foco de corrupción, pero los invitados venían de todas partes del mundo. El diminuto comunicador que tenía a modo de pegatina transparente detrás del lóbulo de la oreja estaba abierto continuamente para recibir las órdenes de su hermana que, desde el interior de su furgoneta, aparcada a un kilómetro de El Bisonte, seguía con su equipo el plano de la casa y veía por dónde avanzaba la valkiria y escuchaba lo que ella oía, como aquella música de violines y piano que a la hermana de la valkiria le ponía la piel de gallina.

    Mizar avanzó al interior del Bisonte. Todo estaba perfectamente dispuesto en mesas circulares para un máximo de ocho comensales cada una. La mantelería blanca, la cubertería de oro y plata, la cerámica de los platos vacíos que los mejores sirvientes llenarían de comida, alumbrados bajo la luz de las velas… Aquello tenía un aire vintage indiscutible. Todo era perfecto. Pero aún no era momento de tomar asiento. Un guía los llevaba a todos a la sala contigua, en la que había un enorme escenario con un micro, y donde todos los invitados esperaban a escuchar el discurso, mientras degustaban la primera copa de champagne con la que recibían a todos.
    Ella debía tener la cabeza y la concentración en ese lugar. Estaba a nada de enfrentarse a sus verdugos. Los Aro, enemigos de los lupercos, estaban ahí. Dan y Ari, supervivientes del incendio de hacía un año que Mizar con ayuda había provocado, iban a reunirse en aquel lugar, pero dudaba que lo hicieran a la vista de todos, solo era cuestión de esperar ...~
    Mizar, que era una mujer de acción, se iba a hacer pasar por una financiadorq de obras benéficas que quería participar activamente y ofrecer una gran suma para la creación de hospitales benéficos para niños con enfermedades raras y sin medios para afrontarlas. Lo que sería, sin lugar a dudas, otro nido más de niños desaparecidos en un futuro. Y con todo lo que sabían sobre el Rh ahora, no dudaban que también fuesen poseedores de ese tipo de sangre. Ese era el motivo del Encuentro del Bisonte. Una cena benéfica organizada por Alvur. Una tapadera que ocultaba el verdadero motivo de la reunión del núcleo duro de La Fábrica, altos cargos políticos y militares, y personalidades de gran poder adquisitivo, y la vestían de obra benéfica, que no era tal, cuando lo que se presentaba allí era la posibilidad de tener acciones y participaciones en lo que ellos estaban intentando crear a nivel genético con los quimeras. En aquel palacete de alto standing en el que se celebraban todo tipo de eventos de élite, el aire olía a dinero y ambición. Todos iban exquisitamente vestidos de etiqueta, hombres y mujeres de todas las edades pero de mismo poder adquisitivo, y algunos que también lo querían tener y a los que no les importaba hacer sus primeras inversiones sucias. Mizar tenía la tarjeta de invitación en el móvil. Y pasaba perfectamente por una más de ese grupo social acaudalado, pero además, mucho más hermosa y llamativa que el resto. Llevaba un vestido negro, con un blazer en color rojo y unos zapatos stillettos del mismo color que, en caso de necesitarlo, tenía unas navajas retráctiles en las puntas perfectas para cortar cuellos. Así que solo le hizo falta mostrar la invitación a través de la pantalla, y los de seguridad, lo escanearon y la dejaron pasar con un nombre impostado: Señorita Kaos, propietaria de un gran fondo de inversión. Allí no iban a comprobar si lo que se decía era cierto o no, dado que si tenía la invitación era porque estaba «invitada». Gracias al código QR, su hermana había hackeado la base de datos a la que estaban afiliados y extraído de ahí los nombres de todos los invitados el Encuentro. Y confirmaron una verdad a gritos: Atlas era un gran foco de corrupción, pero los invitados venían de todas partes del mundo. El diminuto comunicador que tenía a modo de pegatina transparente detrás del lóbulo de la oreja estaba abierto continuamente para recibir las órdenes de su hermana que, desde el interior de su furgoneta, aparcada a un kilómetro de El Bisonte, seguía con su equipo el plano de la casa y veía por dónde avanzaba la valkiria y escuchaba lo que ella oía, como aquella música de violines y piano que a la hermana de la valkiria le ponía la piel de gallina. Mizar avanzó al interior del Bisonte. Todo estaba perfectamente dispuesto en mesas circulares para un máximo de ocho comensales cada una. La mantelería blanca, la cubertería de oro y plata, la cerámica de los platos vacíos que los mejores sirvientes llenarían de comida, alumbrados bajo la luz de las velas… Aquello tenía un aire vintage indiscutible. Todo era perfecto. Pero aún no era momento de tomar asiento. Un guía los llevaba a todos a la sala contigua, en la que había un enorme escenario con un micro, y donde todos los invitados esperaban a escuchar el discurso, mientras degustaban la primera copa de champagne con la que recibían a todos. Ella debía tener la cabeza y la concentración en ese lugar. Estaba a nada de enfrentarse a sus verdugos. Los Aro, enemigos de los lupercos, estaban ahí. Dan y Ari, supervivientes del incendio de hacía un año que Mizar con ayuda había provocado, iban a reunirse en aquel lugar, pero dudaba que lo hicieran a la vista de todos, solo era cuestión de esperar ...~
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  • Para los que no sepan, estás cosas son otros, hubiera traído a mi quimera pero aún es muy joven para llevarla en mis excursiones
    Para los que no sepan, estás cosas son otros, hubiera traído a mi quimera pero aún es muy joven para llevarla en mis excursiones
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  • Al parecer está cosita hermosa es una quimera.... Se llamarán Tania, Lula y Zaira, que son peligrosas? No me importa ahora es mia la amo y la cuidare y criare como es debido #nuevamascota
    Al parecer está cosita hermosa es una quimera.... Se llamarán Tania, Lula y Zaira, que son peligrosas? No me importa ahora es mia la amo y la cuidare y criare como es debido #nuevamascota
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  • Viene de matar a una quimera, sucio y herido, con la cabeza del monstruo en mano.
    Viene de matar a una quimera, sucio y herido, con la cabeza del monstruo en mano.
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  • Entre libros
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    Categoría Anime / Mangas
    {Starter con [Zelgadiss]}

    * Ameria discurría entre los pasillos de la pequeña Biblioteca de Magia de Valle Sereno.

    No había demasiados libros que hablaran sobre quimeras, mucho menos de humanos convertidos en quimeras y, por supuesto, ni uno solo que hablara sobre cómo un humano convertido en quimera podría recuperar su humanidad.

    Después de varios minutos entre las estanterías regresó a la mesa que ocupaba Zelgadiss con un libro entre sus manos. *
    {Starter con [Zelgadiss]} * Ameria discurría entre los pasillos de la pequeña Biblioteca de Magia de Valle Sereno. No había demasiados libros que hablaran sobre quimeras, mucho menos de humanos convertidos en quimeras y, por supuesto, ni uno solo que hablara sobre cómo un humano convertido en quimera podría recuperar su humanidad. Después de varios minutos entre las estanterías regresó a la mesa que ocupaba Zelgadiss con un libro entre sus manos. *
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  • Dos almas que se aman
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    Categoría Anime / Mangas
    Zelgadiss yacía en el suelo, inconsciente. Había sido derrotado por Sombra Oscura, un poderoso ser mucho más fuerte que él. Mucho más fuerte que cualquier otro enemigo al que Zelgadiss se hubiera enfrentado a lo largo de su vida.

    El hechicero no sabía si estaba vivo o muerto. No sentía nada, ni dolor, ni frío, ni calor. Solo una profunda oscuridad densa y aterciopelada que le envolvía. ¿Era aquello la muerte?

    Pero entonces, oyó una voz. Una voz dulce, cálida, familiar. Una voz que ansiaba escuchar con todas sus fuerzas.

    —Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto...

    Era la voz de Ameria.

    Zelgadiss reconoció su voz al instante. Era la mujer que amaba con todo su corazón. La mujer que le había aceptado tal como era sin importarle su aspecto de quimera. La mujer que le había hecho feliz, que le había hecho reír, que le había hecho soñar.

    La mujer que le había besado.

    Si aquello realmente era la muerte, Zelgadiss pensó que había merecido la pena morir aunque solo fuera por escuchar la voz de Ameria una última vez.

    Zelgadiss recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso lleno de amor, de ternura, de pasión. Un beso que le había transmitido todo lo que sentían el uno por el otro, pero que no podían decir con palabras. Un beso que llevaba la promesa implícita de que volverían a estar juntos algún día.

    Pero habían pasado meses desde entonces, y no había podido cumplir su promesa. No había podido encontrar la forma de restaurar su humanidad, ni la forma de comunicarse con ella. No sabía si ella estaría bien, si estaría feliz, si se acordaría de él...

    ¿Qué pasaría si nunca volvieran a estar juntos? ¿Qué pasaría si ella encontrara a otro hombre? ¿Qué pasaría si se olvidara de él?

    Zelgadiss se negaba a pensar eso. Él confiaba en Ameria, en su amor, en su palabra. Él sabía que ella no le traicionaría ni le abandonaría. Él sabía que ella era fuerte, que no se daría por vencida ni se dejaría derrotar jamás.

    Él sabía que ella le esperaba.

    Porque le amaba, y le amaba del modo más puro y sincero que pueda sentirse.

    Zelgadiss quiso responder a su voz. Quiso decirle que él también la quería, que él también la quería tanto. Quiso decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella.

    Quiso decirle que la quería.

    Quiso decirle que fue un loco por alejarse de ella por ir en busca de una cura que ni siquiera sabía si existía.

    Quiso decirle que se arrepentía y que, si pudiera retroceder en el tiempo, jamás se separaría de su lado.

    Pero no podía hablar. Su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba atrapado en la oscuridad, sin poder moverse ni hacer nada.

    Pero entonces sintió algo. Algo extraño, pero maravilloso.

    Sintió una conexión con ella. Una conexión mental, espiritual, mágica. No podía explicarlo.

    Sintió que ella podía oírle. Que ella podía sentirle.

    No sabía cómo era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Ameria hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con él a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que le quería tal como era. Tal vez hubiera querido decirle que le esperaba para volver a verle.

    O tal vez, en aquel estado tan cerca de la muerte, sus almas habían encontrado un modo de reencontrarse, o quizá de despedirse.

    Zelgadiss concentró toda su energía y toda su voluntad en ese mensaje. En ese único y simple mensaje.

    —Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...
    Zelgadiss yacía en el suelo, inconsciente. Había sido derrotado por Sombra Oscura, un poderoso ser mucho más fuerte que él. Mucho más fuerte que cualquier otro enemigo al que Zelgadiss se hubiera enfrentado a lo largo de su vida. El hechicero no sabía si estaba vivo o muerto. No sentía nada, ni dolor, ni frío, ni calor. Solo una profunda oscuridad densa y aterciopelada que le envolvía. ¿Era aquello la muerte? Pero entonces, oyó una voz. Una voz dulce, cálida, familiar. Una voz que ansiaba escuchar con todas sus fuerzas. —Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto... Era la voz de Ameria. Zelgadiss reconoció su voz al instante. Era la mujer que amaba con todo su corazón. La mujer que le había aceptado tal como era sin importarle su aspecto de quimera. La mujer que le había hecho feliz, que le había hecho reír, que le había hecho soñar. La mujer que le había besado. Si aquello realmente era la muerte, Zelgadiss pensó que había merecido la pena morir aunque solo fuera por escuchar la voz de Ameria una última vez. Zelgadiss recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso lleno de amor, de ternura, de pasión. Un beso que le había transmitido todo lo que sentían el uno por el otro, pero que no podían decir con palabras. Un beso que llevaba la promesa implícita de que volverían a estar juntos algún día. Pero habían pasado meses desde entonces, y no había podido cumplir su promesa. No había podido encontrar la forma de restaurar su humanidad, ni la forma de comunicarse con ella. No sabía si ella estaría bien, si estaría feliz, si se acordaría de él... ¿Qué pasaría si nunca volvieran a estar juntos? ¿Qué pasaría si ella encontrara a otro hombre? ¿Qué pasaría si se olvidara de él? Zelgadiss se negaba a pensar eso. Él confiaba en Ameria, en su amor, en su palabra. Él sabía que ella no le traicionaría ni le abandonaría. Él sabía que ella era fuerte, que no se daría por vencida ni se dejaría derrotar jamás. Él sabía que ella le esperaba. Porque le amaba, y le amaba del modo más puro y sincero que pueda sentirse. Zelgadiss quiso responder a su voz. Quiso decirle que él también la quería, que él también la quería tanto. Quiso decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella. Quiso decirle que la quería. Quiso decirle que fue un loco por alejarse de ella por ir en busca de una cura que ni siquiera sabía si existía. Quiso decirle que se arrepentía y que, si pudiera retroceder en el tiempo, jamás se separaría de su lado. Pero no podía hablar. Su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba atrapado en la oscuridad, sin poder moverse ni hacer nada. Pero entonces sintió algo. Algo extraño, pero maravilloso. Sintió una conexión con ella. Una conexión mental, espiritual, mágica. No podía explicarlo. Sintió que ella podía oírle. Que ella podía sentirle. No sabía cómo era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Ameria hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con él a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que le quería tal como era. Tal vez hubiera querido decirle que le esperaba para volver a verle. O tal vez, en aquel estado tan cerca de la muerte, sus almas habían encontrado un modo de reencontrarse, o quizá de despedirse. Zelgadiss concentró toda su energía y toda su voluntad en ese mensaje. En ese único y simple mensaje. —Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...
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  • El llanto del corazón
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    Se acurrucó en su cama, abrazando una almohada. Era de noche, y todos dormían en la posada. Todos menos ella.

    Ella no podía dormir. Desde que Zelgadiss se fue no podía dormir bien.

    Zelgadiss. El hombre que había cambiado su vida, y que se había llevado su corazón.

    La mezcla de nostalgia y preocupación se habían alojado en su pecho y ejercían una presión que le dolía al respirar.

    ¿Por qué se había ido sin ella? ¿Por qué no se había quedado con ella? Ella le quería tal y como era, y no le importaba nada más. ¿Por qué Zelgadiss no se daba cuenta de eso? ¿Por qué Zelgadiss no aceptaba que estaban mejor juntos que separados quizá para siempre?

    En el fondo de su corazón, ella sabía las respuesta a aquella última pregunta, pero no quería aceptarla.

    Él se había ido en busca de su humanidad, de una forma de revertir su transformación en quimera. Él no se había quedado con ella porque pensaba que era un monstruo y que no merecía su amor.

    Pero ella no le veía como un monstruo. Le veía como un hombre. Un hombre bueno, noble, valiente e inteligente. Para ella él era perfecto. Un hombre que le hacía sentir cosas maravillosas, que le hacía reír, que le hacía soñar.

    Ameria recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso tierno, dulce, apasionado. Un beso que le había transmitido todo lo que él sentía por ella y que no podía decir con palabras. Un beso que le había hecho prometer que volvería a verle.

    Pero habían pasado meses desde entonces, y ella no tenía ninguna noticia de él. No sabía dónde estaba, qué estaba haciendo, si estaba bien o incluso si estaba vivo.

    Cada día que pasaban en Valle Sereno para ella era un alivio, puesto que si Zelgadiss regresaba de su misión podría encontrarlos fácilmente; pero cada día que pasaba en Valle Sereno sin saber nada de Zelgadiss era un nuevo puñal a su corazón.

    ¿Qué pasaría si él nunca volviera?

    Ameria se negaba a pensar eso. Ella confiaba en Zelgadiss, en su amor, en su palabra. Ella sabía que él era fuerte, que no se daría por vencido ni se dejaría derrotar.

    Ella sabía que él volvería.

    Porque ella le esperaba.

    Porque ella le amaba.

    Ameria cerró los ojos y se imaginó a Zelgadiss a su lado. Se imaginó abrazándole, acariciándole, besándole. Se imaginó diciéndole todo lo que sentía por él, todo lo que quería hacer con él, todo lo que quería ser para él.

    —Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto... —susurró mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

    Entonces, sintió una voz en su mente. Una voz familiar, cálida, reconfortante.

    —Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto...

    Era la voz de Zelgadiss.

    Ameria abrió los ojos y miró a su alrededor. No había nadie más en la habitación. Solo ella y la almohada.

    —¿Zelgadiss? ¿Eres tú? ¿Dónde estás? —preguntó.

    No hubo respuesta.

    Ameria se sintió confundida y decepcionada. ¿Había sido solo un sueño? ¿O una alucinación? ¿O acaso...?

    —¿Acaso me has enviado un mensaje? - pensó.

    No sabía si era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Zelgadiss hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con ella a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella. Tal vez hubiera querido decirle que la quería.

    Ameria sintió una sonrisa en sus labios y renovadas lágrimas resbalando por sus mejillas. No sabía si era verdad o no, pero quería creerlo. Quería creer que Zelgadiss estaba ahí, con ella, aunque fuera solo en espíritu.

    —Zelgadiss... Gracias... Gracias por tu mensaje... —pensó.

    Se acostó de nuevo y se tapó con la manta. Se sintió más tranquila y más feliz. Tenía fe en Zelgadiss, y en su amor.

    Unos minutos más tarde cayó dormida soñando con él, soñando que volvían a estar juntos.
    Se acurrucó en su cama, abrazando una almohada. Era de noche, y todos dormían en la posada. Todos menos ella. Ella no podía dormir. Desde que Zelgadiss se fue no podía dormir bien. Zelgadiss. El hombre que había cambiado su vida, y que se había llevado su corazón. La mezcla de nostalgia y preocupación se habían alojado en su pecho y ejercían una presión que le dolía al respirar. ¿Por qué se había ido sin ella? ¿Por qué no se había quedado con ella? Ella le quería tal y como era, y no le importaba nada más. ¿Por qué Zelgadiss no se daba cuenta de eso? ¿Por qué Zelgadiss no aceptaba que estaban mejor juntos que separados quizá para siempre? En el fondo de su corazón, ella sabía las respuesta a aquella última pregunta, pero no quería aceptarla. Él se había ido en busca de su humanidad, de una forma de revertir su transformación en quimera. Él no se había quedado con ella porque pensaba que era un monstruo y que no merecía su amor. Pero ella no le veía como un monstruo. Le veía como un hombre. Un hombre bueno, noble, valiente e inteligente. Para ella él era perfecto. Un hombre que le hacía sentir cosas maravillosas, que le hacía reír, que le hacía soñar. Ameria recordó el beso que le había dado antes de partir. Un beso tierno, dulce, apasionado. Un beso que le había transmitido todo lo que él sentía por ella y que no podía decir con palabras. Un beso que le había hecho prometer que volvería a verle. Pero habían pasado meses desde entonces, y ella no tenía ninguna noticia de él. No sabía dónde estaba, qué estaba haciendo, si estaba bien o incluso si estaba vivo. Cada día que pasaban en Valle Sereno para ella era un alivio, puesto que si Zelgadiss regresaba de su misión podría encontrarlos fácilmente; pero cada día que pasaba en Valle Sereno sin saber nada de Zelgadiss era un nuevo puñal a su corazón. ¿Qué pasaría si él nunca volviera? Ameria se negaba a pensar eso. Ella confiaba en Zelgadiss, en su amor, en su palabra. Ella sabía que él era fuerte, que no se daría por vencido ni se dejaría derrotar. Ella sabía que él volvería. Porque ella le esperaba. Porque ella le amaba. Ameria cerró los ojos y se imaginó a Zelgadiss a su lado. Se imaginó abrazándole, acariciándole, besándole. Se imaginó diciéndole todo lo que sentía por él, todo lo que quería hacer con él, todo lo que quería ser para él. —Zelgadiss... Te quiero... Te quiero tanto... —susurró mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Entonces, sintió una voz en su mente. Una voz familiar, cálida, reconfortante. —Ameria... Yo también te quiero... Yo también te quiero tanto... Era la voz de Zelgadiss. Ameria abrió los ojos y miró a su alrededor. No había nadie más en la habitación. Solo ella y la almohada. —¿Zelgadiss? ¿Eres tú? ¿Dónde estás? —preguntó. No hubo respuesta. Ameria se sintió confundida y decepcionada. ¿Había sido solo un sueño? ¿O una alucinación? ¿O acaso...? —¿Acaso me has enviado un mensaje? - pensó. No sabía si era posible, pero tenía la esperanza de que así fuera. Tal vez Zelgadiss hubiera usado algún tipo de magia para comunicarse con ella a través de la distancia. Tal vez hubiera querido decirle que estaba bien, que seguía buscando su humanidad, que seguía pensando en ella. Tal vez hubiera querido decirle que la quería. Ameria sintió una sonrisa en sus labios y renovadas lágrimas resbalando por sus mejillas. No sabía si era verdad o no, pero quería creerlo. Quería creer que Zelgadiss estaba ahí, con ella, aunque fuera solo en espíritu. —Zelgadiss... Gracias... Gracias por tu mensaje... —pensó. Se acostó de nuevo y se tapó con la manta. Se sintió más tranquila y más feliz. Tenía fe en Zelgadiss, y en su amor. Unos minutos más tarde cayó dormida soñando con él, soñando que volvían a estar juntos.
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  • El crepúsculo del guerrero
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    Zelgadiss avanzó por la sala principal del templo con cautela, sintiendo una extraña sensación de reverencia y temor.

    El lugar estaba envuelto en una atmósfera de antigüedad y misterio, como si hubiera sido testigo de innumerables historias a lo largo de los siglos.

    Los pasillos que nacían a los costados de aquella sala inmensa estaban adornados con relieves y estatuas que representaban escenas de batallas épicas y leyendas olvidadas.

    El silencio solo se rompía por el eco de sus pasos y su respiración agitada.

    Siguió el camino hacia el pedestal en el que descansaba la Espada del Dragón Rojo. Una luz tenue y majestuosa la iluminaba.

    Había llegado hasta allí tras superar innumerables obstáculos y peligros siguiendo la pista que le había dado Shabranigudú antes de ser derrotado: La Diosa de la Pesadilla Eterna, la única con el poder suficiente para revertir su condición de quimera. La Espada del Dragón Rojo, la única arma capaz de purificar lo impuro y restaurar la armonía.

    Zelgadiss creía que esa espada podría ser la clave para deshacer su maldición y devolverle su humanidad.

    Zelgadiss observó la espada, larga y recta, con una empuñadura dorada y una hoja plateada que brillaba con un resplandor rojizo. La espada emanaba un aura de poder y nobleza, como si fuera una extensión de la voluntad del Señor de las Pesadillas (también conocido como La Diosa se la Pesadilla Eterna o The Lord of the Nightmares) y lo era, realmente lo era.

    Los ojos de Zelgadiss se llenaron de emoción y determinación al ver la espada. Sintió que estaba a punto de alcanzar la esperanza y el cambio que tanto anhelaba.

    Extendiendo su mano hacia la espada. Estaba a punto de tocarla cuando una voz fría y siniestra resonó en la sala.

    —Detente, quimera. No eres digno de empuñar esa espada.

    Zelgadiss se sobresaltó y se giró hacia la voz. En la sombra de uno de los pilares que sostenían el techo, vio una figura oscura y esbelta, con una capa negra que le cubría el cuerpo. Solo se le veían los ojos, unos ojos rojos como la sangre que lo miraban con desprecio.

    —¿Quién eres? —preguntó Zelgadiss, alerta.

    —Soy Sombra Oscura, uno de los subordinados directos de Abismo Eterno, el Devorador de Mundos —respondió la figura. —He venido a impedir que te apoderes de esa espada. Es un tesoro sagrado que pertenece a Abismo Eterno.

    —¿Abismo Eterno? ¿El Devorador de Mundos? —repitió Zelgadiss, confundido. Era la primera vez que escuchaba aquellos nombres. —¿Qué tiene que ver eso conmigo?

    —No lo sabes, ¿verdad? —dijo Sombra Oscura con una risa burlona. —Solo eres un peón en un juego mucho más grande que tú. ¿En serio pensabas que Shabranigudú había actuado benévolamente contigo?

    Zelgadiss entornó los ojos. Por supuesto que no, Zelgadiss siempre supo que se enfrentaba a una trampa de Shabranigudú, pero siempre necesitó saber a dónde le dirigía aquella trampa.

    —Shabranigudú te engañó cuando te dijo que solo la Diosa de la Pesadilla Eterna podría restaurar tu humanidad —prosiguió Sombra Oscura. —Lo que Shabranigudú quería era que encontraras información sobre esta espada, y así guiarte hacia ella para que la empuñaras y despertaras a Abismo Eterno.

    —¿Despertar a Abismo Eterno? —preguntó Zelgadiss incrédulo.

    —Abismo Eterno es el antiguo aliado del Señor de las Pesadillas, el creador de los mundos, pero también su mayor enemigo. Ambos colaboraron en la creación de los mundos, pero pronto el Señor de las Pesadillas lo traicionó, lo derrotó y lo selló en el Mar del Caos. Desde ese momento Abismo ha estado planeando su venganza durante eones. Ahora está fuerte y quiere despertar y destruir todo lo que el Señor de las Pesadillas ha creado, cada ser vivo, cada mundo, incluido el Mar del Caos y también al propio Señor de las Pesadillas.

    —Eso es una locura —dijo Zelgadiss, horrorizado. —Si destruye los mundos, destruirá millones de vidas inocentes... Y si drestruye el Mar del Caos la posibilidad de crear nuevos mundos habrá muerto también para siempre.

    —Abismo Eterno y sus súbditos somos entidades de un plano independiente del plano en el que el Señor de las Pesadillas creó los mundos. Somos ajenos a los demonios y a los humanos. Somos los verdaderos señores de la oscuridad —respondió Sombra Oscura con fervor. —No nos importa lo que ocurra en los mundos que creó el Señor de las Pesadillas. No nos importa lo que ocurra con su Mar del Caos, solo queremos su destrucción absoluta.

    —No me importa lo que seas o lo que quieras —dijo Zelgadiss con firmeza. —No voy a dejar que interfieras en mi búsqueda. Esa espada es mi única esperanza de recuperar mi humanidad.

    —¿Tu humanidad? —se burló Sombra Oscura. —¿Qué es eso? ¿Una ilusión? ¿Un capricho? ¿Un sueño? No eres más que una quimera, una aberración, un error. No mereces esa espada ni la humanidad que anhelas. Solo mereces la muerte.

    —¡Cállate! —gritó Zelgadiss, enfurecido. —No sabes nada de mí ni de lo que he sufrido. No me juzgues por mi apariencia. Soy un humano, y voy a demostrártelo.

    Dicho esto, Zelgadiss desenvainó su espada y se lanzó al ataque contra Sombra Oscura, dispuesto a enfrentarse a él por la Espada del Dragón Rojo.

    Así comenzó la batalla entre Zelgadiss y Sombra Oscura, una batalla que pondría a prueba su voluntad, su poder y su destino.

    Zelgadiss atacó con furia y rapidez, intentando alcanzar a Sombra Oscura con su espada. Sin embargo, este se movía con agilidad y esquivaba sus golpes con facilidad. Cada vez que Zelgadiss se acercaba, Sombra Oscura se desvanecía en las sombras y reaparecía en otro lugar, burlándose de él.

    —Eres muy lento, quimera —le dijo Sombra Oscura. —No puedes tocarme. Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.

    Zelgadiss no se dejó intimidar por sus palabras y siguió atacando con determinación. Sabía que Sombra Oscura estaba jugando con él, pero no iba a rendirse. Decidió cambiar de estrategia y usar su magia para sorprenderlo.

    —¡Ray Wing! —gritó Zelgadiss, lanzando un rayo de luz desde su mano hacia Sombra Oscura.

    El rayo impactó contra el pilar donde estaba Sombra Oscura, haciendo que este saltara hacia atrás para evitarlo. Zelgadiss aprovechó ese momento para acercarse y cortarle con su espada. Pero Sombra Oscura fue más rápido y bloqueó el ataque con una espada hecha de sombra sólida.

    —¡No está mal! —dijo Sombra Oscura. —Pero no es suficiente.

    Entonces, Sombra Oscura contraatacó con un golpe de su espada sombría que chocó contra la espada de Zelgadiss con una fuerza sobrehumana. Zelgadiss sintió un dolor agudo en su brazo al resistir el impacto, pero no cedió terreno. Empujó con todas sus fuerzas y logró separarse de Sombra Oscura.

    —¡Dark Mist! —gritó Zelgadiss, creando una nube de humo negro que cubrió la sala.

    Zelgadiss esperaba que el humo le diera una ventaja sobre Sombra Oscura: si todo era oscuridad, no habría lugar para las sombras, ¿no? Pero Sombra Oscura se rió y dijo:

    —¿Crees que puedes ocultarte en la oscuridad? Ese es mi elemento. Te encontraré y te mataré.

    Entonces, Sombra Oscura usó su poder para crear varias cuchillas de sombra que lanzó hacia Zelgadiss, atravesando el humo. Zelgadiss las esquivó por poco, pero una de ellas le rozó el hombro, haciéndole una herida profunda. Zelgadiss gruñó de dolor y se cubrió la herida con la mano.

    —¡Maldito seas! —exclamó Zelgadiss. —¡No te saldrás con la tuya!

    Zelgadiss usó su magia para disipar el humo y ver dónde estaba Sombra Oscura. Lo vio en el otro extremo de la sala, con una sonrisa maliciosa en su rostro.

    —¿Qué pasa, quimera? ¿Te duele? —se burló Sombra Oscura. —Eso no es nada comparado con lo que te espera. Te voy a hacer sufrir tanto que rogarás por la muerte.

    —No me asustas, Sombra —dijo Zelgadiss. —Eres tú el que va a suplicar cuando te corte en pedazos.

    Zelgadiss se lanzó de nuevo al ataque, pero esta vez con más cuidado y astucia. Sabía que Sombra Oscura era más rápido y escurridizo que él, así que decidió usar su entorno a su favor. Mientras corría hacia él, lanzó varios hechizos hacia los pilares y las estatuas que rodeaban la sala, haciendo que se derrumbaran y cayeran sobre Sombra Oscura.

    Sombra Oscura se sorprendió por la táctica de Zelgadiss y tuvo que usar su poder para desviar los objetos que caían sobre él. Sin embargo, esto le dejó una abertura a Zelgadiss que aprovechó para acercarse y golpearlo con su espada. Sombra Oscura apenas pudo bloquear el ataque con su espada sombría, pero sintió el impacto en su brazo.

    —¡Bien hecho, quimera! —dijo Sombra Oscura. —Has logrado herirme. Pero eso solo me ha enfurecido más.

    Sombra Oscura empujó a Zelgadiss. Aquel ser poseía tanta fuerza que Zelgadiss salió lanzado por la sala del templo y terminó estrellándose violentamente contra una de las paredes. Después cayó al suelo de forma brusca.

    La entidad oscura extendió sus brazos y creó un torbellino de sombras que envolvieron la sala, oscureciendo todo a su alrededor.

    —Ahora verás mi verdadero poder —dijo Sombra Oscura. —Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.

    Zelgadiss se encontró rodeado de oscuridad y sintió un escalofrío en su espina dorsal. No podía ver nada ni sentir nada, solo el frío y el miedo. De repente, escuchó un susurro en su oído.

    —¿Dónde estás, quimera? —dijo Sombra Oscura. —¿Qué sientes? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Soledad?

    Zelgadiss trató de ignorar la voz y concentrarse en su objetivo. Sabía que Sombra Oscura estaba tratando de desorientarlo y atormentarlo con sus palabras. Recordó el rostro de Ameria, la chica que lo amaba y lo esperaba. Recordó el beso que le había dado antes de partir. Recordó la promesa que él le había hecho a Ameria de regresar junto a ella.

    —No me rendiré —pensó Zelgadiss. —No dejaré que me venzas. Tengo algo por lo que luchar. Tengo alguien por quien quiero luchar y vivir.

    Zelgadiss reunió toda su voluntad y su magia, y gritó:

    —¡Flare Arrow! —lanzando así una flecha de fuego hacia donde creía que estaba Sombra Oscura.

    La flecha iluminó la oscuridad por un instante y reveló la silueta de Sombra Oscura, que se preparaba para atacar a Zelgadiss por la espalda con una lanza de sombra. La flecha impactó contra la lanza y la hizo estallar en pedazos, haciendo que Sombra Oscura soltara un grito de dolor.

    —¡Maldita sea! —exclamó Sombra Oscura.

    Zelgadiss aprovechó la oportunidad y se giró hacia Sombra Oscura dispuesto a darle el golpe final con su espada. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Sombra Oscura se recuperó y, con sus manos, le lanzó un rayo de color rojo revestido por lo que parecían ser llamaradas negras. El hechizo golpeó a Zelgadiss de lleno en el estómago y le hizo caer de rodillas al suelo, tosiendo y escupiendo sangre.

    —No te confíes, quimera —dijo Sombra Oscura. —Aún no he terminado contigo.

    Sombra Oscura se abalanzó sobre Zelgadiss y le clavó sus garras en el pecho, haciéndole unas heridas profundas y sangrantes. Zelgadiss soltó un alarido de agonía y trató de quitarse a Sombra Oscura de encima, pero este era más fuerte y lo inmovilizó con su peso.

    —Esto es el final, quimera —dijo Sombra Oscura. —Has luchado bien, pero no has sido rival para mí. Ahora Abismo Eterno despertará gracias a ti y tú agradecerás estar muerto para no ver el final.

    Sombra Oscura levantó su mano y creó una daga de sombra con la que apuntó al corazón de Zelgadiss. Zelgadiss lo miró con odio y desafío, negándose a rendirse.

    —No... —respondió Zelgadiss. —No me matarás... No dejaré que Abismo Eterno despierte... No te lo permitiré...

    Zelgadiss reunió sus últimas fuerzas y lanzó un hechizo con su mano libre.

    —¡Burst Rondo! —gritó Zelgadiss, creando una explosión de energía que envolvió a ambos.

    La explosión hizo que Sombra Oscura soltara un grito de sorpresa y dolor, y que se alejara de Zelgadiss. La sala se iluminó por un momento y luego volvió a la oscuridad. Zelgadiss quedó tendido en el suelo, inconsciente y agonizando.
    Zelgadiss avanzó por la sala principal del templo con cautela, sintiendo una extraña sensación de reverencia y temor. El lugar estaba envuelto en una atmósfera de antigüedad y misterio, como si hubiera sido testigo de innumerables historias a lo largo de los siglos. Los pasillos que nacían a los costados de aquella sala inmensa estaban adornados con relieves y estatuas que representaban escenas de batallas épicas y leyendas olvidadas. El silencio solo se rompía por el eco de sus pasos y su respiración agitada. Siguió el camino hacia el pedestal en el que descansaba la Espada del Dragón Rojo. Una luz tenue y majestuosa la iluminaba. Había llegado hasta allí tras superar innumerables obstáculos y peligros siguiendo la pista que le había dado Shabranigudú antes de ser derrotado: La Diosa de la Pesadilla Eterna, la única con el poder suficiente para revertir su condición de quimera. La Espada del Dragón Rojo, la única arma capaz de purificar lo impuro y restaurar la armonía. Zelgadiss creía que esa espada podría ser la clave para deshacer su maldición y devolverle su humanidad. Zelgadiss observó la espada, larga y recta, con una empuñadura dorada y una hoja plateada que brillaba con un resplandor rojizo. La espada emanaba un aura de poder y nobleza, como si fuera una extensión de la voluntad del Señor de las Pesadillas (también conocido como La Diosa se la Pesadilla Eterna o The Lord of the Nightmares) y lo era, realmente lo era. Los ojos de Zelgadiss se llenaron de emoción y determinación al ver la espada. Sintió que estaba a punto de alcanzar la esperanza y el cambio que tanto anhelaba. Extendiendo su mano hacia la espada. Estaba a punto de tocarla cuando una voz fría y siniestra resonó en la sala. —Detente, quimera. No eres digno de empuñar esa espada. Zelgadiss se sobresaltó y se giró hacia la voz. En la sombra de uno de los pilares que sostenían el techo, vio una figura oscura y esbelta, con una capa negra que le cubría el cuerpo. Solo se le veían los ojos, unos ojos rojos como la sangre que lo miraban con desprecio. —¿Quién eres? —preguntó Zelgadiss, alerta. —Soy Sombra Oscura, uno de los subordinados directos de Abismo Eterno, el Devorador de Mundos —respondió la figura. —He venido a impedir que te apoderes de esa espada. Es un tesoro sagrado que pertenece a Abismo Eterno. —¿Abismo Eterno? ¿El Devorador de Mundos? —repitió Zelgadiss, confundido. Era la primera vez que escuchaba aquellos nombres. —¿Qué tiene que ver eso conmigo? —No lo sabes, ¿verdad? —dijo Sombra Oscura con una risa burlona. —Solo eres un peón en un juego mucho más grande que tú. ¿En serio pensabas que Shabranigudú había actuado benévolamente contigo? Zelgadiss entornó los ojos. Por supuesto que no, Zelgadiss siempre supo que se enfrentaba a una trampa de Shabranigudú, pero siempre necesitó saber a dónde le dirigía aquella trampa. —Shabranigudú te engañó cuando te dijo que solo la Diosa de la Pesadilla Eterna podría restaurar tu humanidad —prosiguió Sombra Oscura. —Lo que Shabranigudú quería era que encontraras información sobre esta espada, y así guiarte hacia ella para que la empuñaras y despertaras a Abismo Eterno. —¿Despertar a Abismo Eterno? —preguntó Zelgadiss incrédulo. —Abismo Eterno es el antiguo aliado del Señor de las Pesadillas, el creador de los mundos, pero también su mayor enemigo. Ambos colaboraron en la creación de los mundos, pero pronto el Señor de las Pesadillas lo traicionó, lo derrotó y lo selló en el Mar del Caos. Desde ese momento Abismo ha estado planeando su venganza durante eones. Ahora está fuerte y quiere despertar y destruir todo lo que el Señor de las Pesadillas ha creado, cada ser vivo, cada mundo, incluido el Mar del Caos y también al propio Señor de las Pesadillas. —Eso es una locura —dijo Zelgadiss, horrorizado. —Si destruye los mundos, destruirá millones de vidas inocentes... Y si drestruye el Mar del Caos la posibilidad de crear nuevos mundos habrá muerto también para siempre. —Abismo Eterno y sus súbditos somos entidades de un plano independiente del plano en el que el Señor de las Pesadillas creó los mundos. Somos ajenos a los demonios y a los humanos. Somos los verdaderos señores de la oscuridad —respondió Sombra Oscura con fervor. —No nos importa lo que ocurra en los mundos que creó el Señor de las Pesadillas. No nos importa lo que ocurra con su Mar del Caos, solo queremos su destrucción absoluta. —No me importa lo que seas o lo que quieras —dijo Zelgadiss con firmeza. —No voy a dejar que interfieras en mi búsqueda. Esa espada es mi única esperanza de recuperar mi humanidad. —¿Tu humanidad? —se burló Sombra Oscura. —¿Qué es eso? ¿Una ilusión? ¿Un capricho? ¿Un sueño? No eres más que una quimera, una aberración, un error. No mereces esa espada ni la humanidad que anhelas. Solo mereces la muerte. —¡Cállate! —gritó Zelgadiss, enfurecido. —No sabes nada de mí ni de lo que he sufrido. No me juzgues por mi apariencia. Soy un humano, y voy a demostrártelo. Dicho esto, Zelgadiss desenvainó su espada y se lanzó al ataque contra Sombra Oscura, dispuesto a enfrentarse a él por la Espada del Dragón Rojo. Así comenzó la batalla entre Zelgadiss y Sombra Oscura, una batalla que pondría a prueba su voluntad, su poder y su destino. Zelgadiss atacó con furia y rapidez, intentando alcanzar a Sombra Oscura con su espada. Sin embargo, este se movía con agilidad y esquivaba sus golpes con facilidad. Cada vez que Zelgadiss se acercaba, Sombra Oscura se desvanecía en las sombras y reaparecía en otro lugar, burlándose de él. —Eres muy lento, quimera —le dijo Sombra Oscura. —No puedes tocarme. Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla. Zelgadiss no se dejó intimidar por sus palabras y siguió atacando con determinación. Sabía que Sombra Oscura estaba jugando con él, pero no iba a rendirse. Decidió cambiar de estrategia y usar su magia para sorprenderlo. —¡Ray Wing! —gritó Zelgadiss, lanzando un rayo de luz desde su mano hacia Sombra Oscura. El rayo impactó contra el pilar donde estaba Sombra Oscura, haciendo que este saltara hacia atrás para evitarlo. Zelgadiss aprovechó ese momento para acercarse y cortarle con su espada. Pero Sombra Oscura fue más rápido y bloqueó el ataque con una espada hecha de sombra sólida. —¡No está mal! —dijo Sombra Oscura. —Pero no es suficiente. Entonces, Sombra Oscura contraatacó con un golpe de su espada sombría que chocó contra la espada de Zelgadiss con una fuerza sobrehumana. Zelgadiss sintió un dolor agudo en su brazo al resistir el impacto, pero no cedió terreno. Empujó con todas sus fuerzas y logró separarse de Sombra Oscura. —¡Dark Mist! —gritó Zelgadiss, creando una nube de humo negro que cubrió la sala. Zelgadiss esperaba que el humo le diera una ventaja sobre Sombra Oscura: si todo era oscuridad, no habría lugar para las sombras, ¿no? Pero Sombra Oscura se rió y dijo: —¿Crees que puedes ocultarte en la oscuridad? Ese es mi elemento. Te encontraré y te mataré. Entonces, Sombra Oscura usó su poder para crear varias cuchillas de sombra que lanzó hacia Zelgadiss, atravesando el humo. Zelgadiss las esquivó por poco, pero una de ellas le rozó el hombro, haciéndole una herida profunda. Zelgadiss gruñó de dolor y se cubrió la herida con la mano. —¡Maldito seas! —exclamó Zelgadiss. —¡No te saldrás con la tuya! Zelgadiss usó su magia para disipar el humo y ver dónde estaba Sombra Oscura. Lo vio en el otro extremo de la sala, con una sonrisa maliciosa en su rostro. —¿Qué pasa, quimera? ¿Te duele? —se burló Sombra Oscura. —Eso no es nada comparado con lo que te espera. Te voy a hacer sufrir tanto que rogarás por la muerte. —No me asustas, Sombra —dijo Zelgadiss. —Eres tú el que va a suplicar cuando te corte en pedazos. Zelgadiss se lanzó de nuevo al ataque, pero esta vez con más cuidado y astucia. Sabía que Sombra Oscura era más rápido y escurridizo que él, así que decidió usar su entorno a su favor. Mientras corría hacia él, lanzó varios hechizos hacia los pilares y las estatuas que rodeaban la sala, haciendo que se derrumbaran y cayeran sobre Sombra Oscura. Sombra Oscura se sorprendió por la táctica de Zelgadiss y tuvo que usar su poder para desviar los objetos que caían sobre él. Sin embargo, esto le dejó una abertura a Zelgadiss que aprovechó para acercarse y golpearlo con su espada. Sombra Oscura apenas pudo bloquear el ataque con su espada sombría, pero sintió el impacto en su brazo. —¡Bien hecho, quimera! —dijo Sombra Oscura. —Has logrado herirme. Pero eso solo me ha enfurecido más. Sombra Oscura empujó a Zelgadiss. Aquel ser poseía tanta fuerza que Zelgadiss salió lanzado por la sala del templo y terminó estrellándose violentamente contra una de las paredes. Después cayó al suelo de forma brusca. La entidad oscura extendió sus brazos y creó un torbellino de sombras que envolvieron la sala, oscureciendo todo a su alrededor. —Ahora verás mi verdadero poder —dijo Sombra Oscura. —Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla. Zelgadiss se encontró rodeado de oscuridad y sintió un escalofrío en su espina dorsal. No podía ver nada ni sentir nada, solo el frío y el miedo. De repente, escuchó un susurro en su oído. —¿Dónde estás, quimera? —dijo Sombra Oscura. —¿Qué sientes? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Soledad? Zelgadiss trató de ignorar la voz y concentrarse en su objetivo. Sabía que Sombra Oscura estaba tratando de desorientarlo y atormentarlo con sus palabras. Recordó el rostro de Ameria, la chica que lo amaba y lo esperaba. Recordó el beso que le había dado antes de partir. Recordó la promesa que él le había hecho a Ameria de regresar junto a ella. —No me rendiré —pensó Zelgadiss. —No dejaré que me venzas. Tengo algo por lo que luchar. Tengo alguien por quien quiero luchar y vivir. Zelgadiss reunió toda su voluntad y su magia, y gritó: —¡Flare Arrow! —lanzando así una flecha de fuego hacia donde creía que estaba Sombra Oscura. La flecha iluminó la oscuridad por un instante y reveló la silueta de Sombra Oscura, que se preparaba para atacar a Zelgadiss por la espalda con una lanza de sombra. La flecha impactó contra la lanza y la hizo estallar en pedazos, haciendo que Sombra Oscura soltara un grito de dolor. —¡Maldita sea! —exclamó Sombra Oscura. Zelgadiss aprovechó la oportunidad y se giró hacia Sombra Oscura dispuesto a darle el golpe final con su espada. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Sombra Oscura se recuperó y, con sus manos, le lanzó un rayo de color rojo revestido por lo que parecían ser llamaradas negras. El hechizo golpeó a Zelgadiss de lleno en el estómago y le hizo caer de rodillas al suelo, tosiendo y escupiendo sangre. —No te confíes, quimera —dijo Sombra Oscura. —Aún no he terminado contigo. Sombra Oscura se abalanzó sobre Zelgadiss y le clavó sus garras en el pecho, haciéndole unas heridas profundas y sangrantes. Zelgadiss soltó un alarido de agonía y trató de quitarse a Sombra Oscura de encima, pero este era más fuerte y lo inmovilizó con su peso. —Esto es el final, quimera —dijo Sombra Oscura. —Has luchado bien, pero no has sido rival para mí. Ahora Abismo Eterno despertará gracias a ti y tú agradecerás estar muerto para no ver el final. Sombra Oscura levantó su mano y creó una daga de sombra con la que apuntó al corazón de Zelgadiss. Zelgadiss lo miró con odio y desafío, negándose a rendirse. —No... —respondió Zelgadiss. —No me matarás... No dejaré que Abismo Eterno despierte... No te lo permitiré... Zelgadiss reunió sus últimas fuerzas y lanzó un hechizo con su mano libre. —¡Burst Rondo! —gritó Zelgadiss, creando una explosión de energía que envolvió a ambos. La explosión hizo que Sombra Oscura soltara un grito de sorpresa y dolor, y que se alejara de Zelgadiss. La sala se iluminó por un momento y luego volvió a la oscuridad. Zelgadiss quedó tendido en el suelo, inconsciente y agonizando.
    Tipo
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    Cualquier línea
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    Terminado
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  • Estaba frente al espejo terminando de ajustar mi capa blanca cuando escuché la voz de Reena al otro lado de la puerta.

    No quería despedidas, no quería ver caras marcadas por la tristeza. Sentía que no había ningún motivo para ello y esa era la razón por la que había decidido levantarme temprano.

    Era mi decisión, mi deseo y mi propósito seguir mi propio camino lejos del grupo. Y era mi único objetivo encontrar una cura a mi propio cuerpo. Ya no podía seguir siendo la quimera en la que Rezo me convirtió. Necesitaba volver a ser humano y volver a tener una vida de verdad.

    Las palabras de mi bisabuelo Rezo donde me reveló que no había ninguna cura para mí revolotearon por mi mente. Estaba dispuesto a demostrar que Rezo había mentido o que, como mínimo, se había equivocado. Aunque fuera un gran hechicero, estos también se equivocan.

    Sí tenía que haber una cura para mí.

    Aún mirándome al espejo, el cual me devolvía el reflejo de un hombre de 25 años, de piel azulada y cabellos plateados, apreté mis manos en forma de puño. Intentaba así canalizar el oído que aún me despertaba Rezo y el oído que sentía también hacía mí mismo, hacia mi apariencia.

    —Puedes pasar, Reena.

    De algún modo agradecía que ella estuviera allí, pues podría dejar de pensar en Rezo durante unos minutos.

    [Reena]
    Estaba frente al espejo terminando de ajustar mi capa blanca cuando escuché la voz de Reena al otro lado de la puerta. No quería despedidas, no quería ver caras marcadas por la tristeza. Sentía que no había ningún motivo para ello y esa era la razón por la que había decidido levantarme temprano. Era mi decisión, mi deseo y mi propósito seguir mi propio camino lejos del grupo. Y era mi único objetivo encontrar una cura a mi propio cuerpo. Ya no podía seguir siendo la quimera en la que Rezo me convirtió. Necesitaba volver a ser humano y volver a tener una vida de verdad. Las palabras de mi bisabuelo Rezo donde me reveló que no había ninguna cura para mí revolotearon por mi mente. Estaba dispuesto a demostrar que Rezo había mentido o que, como mínimo, se había equivocado. Aunque fuera un gran hechicero, estos también se equivocan. Sí tenía que haber una cura para mí. Aún mirándome al espejo, el cual me devolvía el reflejo de un hombre de 25 años, de piel azulada y cabellos plateados, apreté mis manos en forma de puño. Intentaba así canalizar el oído que aún me despertaba Rezo y el oído que sentía también hacía mí mismo, hacia mi apariencia. —Puedes pasar, Reena. De algún modo agradecía que ella estuviera allí, pues podría dejar de pensar en Rezo durante unos minutos. [Reena]
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