Zelgadiss avanzó por la sala principal del templo con cautela, sintiendo una extraña sensación de reverencia y temor.
El lugar estaba envuelto en una atmósfera de antigüedad y misterio, como si hubiera sido testigo de innumerables historias a lo largo de los siglos.
Los pasillos que nacían a los costados de aquella sala inmensa estaban adornados con relieves y estatuas que representaban escenas de batallas épicas y leyendas olvidadas.
El silencio solo se rompía por el eco de sus pasos y su respiración agitada.
Siguió el camino hacia el pedestal en el que descansaba la Espada del Dragón Rojo. Una luz tenue y majestuosa la iluminaba.
Había llegado hasta allí tras superar innumerables obstáculos y peligros siguiendo la pista que le había dado Shabranigudú antes de ser derrotado: La Diosa de la Pesadilla Eterna, la única con el poder suficiente para revertir su condición de quimera. La Espada del Dragón Rojo, la única arma capaz de purificar lo impuro y restaurar la armonía.
Zelgadiss creía que esa espada podría ser la clave para deshacer su maldición y devolverle su humanidad.
Zelgadiss observó la espada, larga y recta, con una empuñadura dorada y una hoja plateada que brillaba con un resplandor rojizo. La espada emanaba un aura de poder y nobleza, como si fuera una extensión de la voluntad del Señor de las Pesadillas (también conocido como La Diosa se la Pesadilla Eterna o The Lord of the Nightmares) y lo era, realmente lo era.
Los ojos de Zelgadiss se llenaron de emoción y determinación al ver la espada. Sintió que estaba a punto de alcanzar la esperanza y el cambio que tanto anhelaba.
Extendiendo su mano hacia la espada. Estaba a punto de tocarla cuando una voz fría y siniestra resonó en la sala.
—Detente, quimera. No eres digno de empuñar esa espada.
Zelgadiss se sobresaltó y se giró hacia la voz. En la sombra de uno de los pilares que sostenían el techo, vio una figura oscura y esbelta, con una capa negra que le cubría el cuerpo. Solo se le veían los ojos, unos ojos rojos como la sangre que lo miraban con desprecio.
—¿Quién eres? —preguntó Zelgadiss, alerta.
—Soy Sombra Oscura, uno de los subordinados directos de Abismo Eterno, el Devorador de Mundos —respondió la figura. —He venido a impedir que te apoderes de esa espada. Es un tesoro sagrado que pertenece a Abismo Eterno.
—¿Abismo Eterno? ¿El Devorador de Mundos? —repitió Zelgadiss, confundido. Era la primera vez que escuchaba aquellos nombres. —¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—No lo sabes, ¿verdad? —dijo Sombra Oscura con una risa burlona. —Solo eres un peón en un juego mucho más grande que tú. ¿En serio pensabas que Shabranigudú había actuado benévolamente contigo?
Zelgadiss entornó los ojos. Por supuesto que no, Zelgadiss siempre supo que se enfrentaba a una trampa de Shabranigudú, pero siempre necesitó saber a dónde le dirigía aquella trampa.
—Shabranigudú te engañó cuando te dijo que solo la Diosa de la Pesadilla Eterna podría restaurar tu humanidad —prosiguió Sombra Oscura. —Lo que Shabranigudú quería era que encontraras información sobre esta espada, y así guiarte hacia ella para que la empuñaras y despertaras a Abismo Eterno.
—¿Despertar a Abismo Eterno? —preguntó Zelgadiss incrédulo.
—Abismo Eterno es el antiguo aliado del Señor de las Pesadillas, el creador de los mundos, pero también su mayor enemigo. Ambos colaboraron en la creación de los mundos, pero pronto el Señor de las Pesadillas lo traicionó, lo derrotó y lo selló en el Mar del Caos. Desde ese momento Abismo ha estado planeando su venganza durante eones. Ahora está fuerte y quiere despertar y destruir todo lo que el Señor de las Pesadillas ha creado, cada ser vivo, cada mundo, incluido el Mar del Caos y también al propio Señor de las Pesadillas.
—Eso es una locura —dijo Zelgadiss, horrorizado. —Si destruye los mundos, destruirá millones de vidas inocentes... Y si drestruye el Mar del Caos la posibilidad de crear nuevos mundos habrá muerto también para siempre.
—Abismo Eterno y sus súbditos somos entidades de un plano independiente del plano en el que el Señor de las Pesadillas creó los mundos. Somos ajenos a los demonios y a los humanos. Somos los verdaderos señores de la oscuridad —respondió Sombra Oscura con fervor. —No nos importa lo que ocurra en los mundos que creó el Señor de las Pesadillas. No nos importa lo que ocurra con su Mar del Caos, solo queremos su destrucción absoluta.
—No me importa lo que seas o lo que quieras —dijo Zelgadiss con firmeza. —No voy a dejar que interfieras en mi búsqueda. Esa espada es mi única esperanza de recuperar mi humanidad.
—¿Tu humanidad? —se burló Sombra Oscura. —¿Qué es eso? ¿Una ilusión? ¿Un capricho? ¿Un sueño? No eres más que una quimera, una aberración, un error. No mereces esa espada ni la humanidad que anhelas. Solo mereces la muerte.
—¡Cállate! —gritó Zelgadiss, enfurecido. —No sabes nada de mí ni de lo que he sufrido. No me juzgues por mi apariencia. Soy un humano, y voy a demostrártelo.
Dicho esto, Zelgadiss desenvainó su espada y se lanzó al ataque contra Sombra Oscura, dispuesto a enfrentarse a él por la Espada del Dragón Rojo.
Así comenzó la batalla entre Zelgadiss y Sombra Oscura, una batalla que pondría a prueba su voluntad, su poder y su destino.
Zelgadiss atacó con furia y rapidez, intentando alcanzar a Sombra Oscura con su espada. Sin embargo, este se movía con agilidad y esquivaba sus golpes con facilidad. Cada vez que Zelgadiss se acercaba, Sombra Oscura se desvanecía en las sombras y reaparecía en otro lugar, burlándose de él.
—Eres muy lento, quimera —le dijo Sombra Oscura. —No puedes tocarme. Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.
Zelgadiss no se dejó intimidar por sus palabras y siguió atacando con determinación. Sabía que Sombra Oscura estaba jugando con él, pero no iba a rendirse. Decidió cambiar de estrategia y usar su magia para sorprenderlo.
—¡Ray Wing! —gritó Zelgadiss, lanzando un rayo de luz desde su mano hacia Sombra Oscura.
El rayo impactó contra el pilar donde estaba Sombra Oscura, haciendo que este saltara hacia atrás para evitarlo. Zelgadiss aprovechó ese momento para acercarse y cortarle con su espada. Pero Sombra Oscura fue más rápido y bloqueó el ataque con una espada hecha de sombra sólida.
—¡No está mal! —dijo Sombra Oscura. —Pero no es suficiente.
Entonces, Sombra Oscura contraatacó con un golpe de su espada sombría que chocó contra la espada de Zelgadiss con una fuerza sobrehumana. Zelgadiss sintió un dolor agudo en su brazo al resistir el impacto, pero no cedió terreno. Empujó con todas sus fuerzas y logró separarse de Sombra Oscura.
—¡Dark Mist! —gritó Zelgadiss, creando una nube de humo negro que cubrió la sala.
Zelgadiss esperaba que el humo le diera una ventaja sobre Sombra Oscura: si todo era oscuridad, no habría lugar para las sombras, ¿no? Pero Sombra Oscura se rió y dijo:
—¿Crees que puedes ocultarte en la oscuridad? Ese es mi elemento. Te encontraré y te mataré.
Entonces, Sombra Oscura usó su poder para crear varias cuchillas de sombra que lanzó hacia Zelgadiss, atravesando el humo. Zelgadiss las esquivó por poco, pero una de ellas le rozó el hombro, haciéndole una herida profunda. Zelgadiss gruñó de dolor y se cubrió la herida con la mano.
—¡Maldito seas! —exclamó Zelgadiss. —¡No te saldrás con la tuya!
Zelgadiss usó su magia para disipar el humo y ver dónde estaba Sombra Oscura. Lo vio en el otro extremo de la sala, con una sonrisa maliciosa en su rostro.
—¿Qué pasa, quimera? ¿Te duele? —se burló Sombra Oscura. —Eso no es nada comparado con lo que te espera. Te voy a hacer sufrir tanto que rogarás por la muerte.
—No me asustas, Sombra —dijo Zelgadiss. —Eres tú el que va a suplicar cuando te corte en pedazos.
Zelgadiss se lanzó de nuevo al ataque, pero esta vez con más cuidado y astucia. Sabía que Sombra Oscura era más rápido y escurridizo que él, así que decidió usar su entorno a su favor. Mientras corría hacia él, lanzó varios hechizos hacia los pilares y las estatuas que rodeaban la sala, haciendo que se derrumbaran y cayeran sobre Sombra Oscura.
Sombra Oscura se sorprendió por la táctica de Zelgadiss y tuvo que usar su poder para desviar los objetos que caían sobre él. Sin embargo, esto le dejó una abertura a Zelgadiss que aprovechó para acercarse y golpearlo con su espada. Sombra Oscura apenas pudo bloquear el ataque con su espada sombría, pero sintió el impacto en su brazo.
—¡Bien hecho, quimera! —dijo Sombra Oscura. —Has logrado herirme. Pero eso solo me ha enfurecido más.
Sombra Oscura empujó a Zelgadiss. Aquel ser poseía tanta fuerza que Zelgadiss salió lanzado por la sala del templo y terminó estrellándose violentamente contra una de las paredes. Después cayó al suelo de forma brusca.
La entidad oscura extendió sus brazos y creó un torbellino de sombras que envolvieron la sala, oscureciendo todo a su alrededor.
—Ahora verás mi verdadero poder —dijo Sombra Oscura. —Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.
Zelgadiss se encontró rodeado de oscuridad y sintió un escalofrío en su espina dorsal. No podía ver nada ni sentir nada, solo el frío y el miedo. De repente, escuchó un susurro en su oído.
—¿Dónde estás, quimera? —dijo Sombra Oscura. —¿Qué sientes? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Soledad?
Zelgadiss trató de ignorar la voz y concentrarse en su objetivo. Sabía que Sombra Oscura estaba tratando de desorientarlo y atormentarlo con sus palabras. Recordó el rostro de Ameria, la chica que lo amaba y lo esperaba. Recordó el beso que le había dado antes de partir. Recordó la promesa que él le había hecho a Ameria de regresar junto a ella.
—No me rendiré —pensó Zelgadiss. —No dejaré que me venzas. Tengo algo por lo que luchar. Tengo alguien por quien quiero luchar y vivir.
Zelgadiss reunió toda su voluntad y su magia, y gritó:
—¡Flare Arrow! —lanzando así una flecha de fuego hacia donde creía que estaba Sombra Oscura.
La flecha iluminó la oscuridad por un instante y reveló la silueta de Sombra Oscura, que se preparaba para atacar a Zelgadiss por la espalda con una lanza de sombra. La flecha impactó contra la lanza y la hizo estallar en pedazos, haciendo que Sombra Oscura soltara un grito de dolor.
—¡Maldita sea! —exclamó Sombra Oscura.
Zelgadiss aprovechó la oportunidad y se giró hacia Sombra Oscura dispuesto a darle el golpe final con su espada. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Sombra Oscura se recuperó y, con sus manos, le lanzó un rayo de color rojo revestido por lo que parecían ser llamaradas negras. El hechizo golpeó a Zelgadiss de lleno en el estómago y le hizo caer de rodillas al suelo, tosiendo y escupiendo sangre.
—No te confíes, quimera —dijo Sombra Oscura. —Aún no he terminado contigo.
Sombra Oscura se abalanzó sobre Zelgadiss y le clavó sus garras en el pecho, haciéndole unas heridas profundas y sangrantes. Zelgadiss soltó un alarido de agonía y trató de quitarse a Sombra Oscura de encima, pero este era más fuerte y lo inmovilizó con su peso.
—Esto es el final, quimera —dijo Sombra Oscura. —Has luchado bien, pero no has sido rival para mí. Ahora Abismo Eterno despertará gracias a ti y tú agradecerás estar muerto para no ver el final.
Sombra Oscura levantó su mano y creó una daga de sombra con la que apuntó al corazón de Zelgadiss. Zelgadiss lo miró con odio y desafío, negándose a rendirse.
—No... —respondió Zelgadiss. —No me matarás... No dejaré que Abismo Eterno despierte... No te lo permitiré...
Zelgadiss reunió sus últimas fuerzas y lanzó un hechizo con su mano libre.
—¡Burst Rondo! —gritó Zelgadiss, creando una explosión de energía que envolvió a ambos.
La explosión hizo que Sombra Oscura soltara un grito de sorpresa y dolor, y que se alejara de Zelgadiss. La sala se iluminó por un momento y luego volvió a la oscuridad. Zelgadiss quedó tendido en el suelo, inconsciente y agonizando.
Zelgadiss avanzó por la sala principal del templo con cautela, sintiendo una extraña sensación de reverencia y temor.
El lugar estaba envuelto en una atmósfera de antigüedad y misterio, como si hubiera sido testigo de innumerables historias a lo largo de los siglos.
Los pasillos que nacían a los costados de aquella sala inmensa estaban adornados con relieves y estatuas que representaban escenas de batallas épicas y leyendas olvidadas.
El silencio solo se rompía por el eco de sus pasos y su respiración agitada.
Siguió el camino hacia el pedestal en el que descansaba la Espada del Dragón Rojo. Una luz tenue y majestuosa la iluminaba.
Había llegado hasta allí tras superar innumerables obstáculos y peligros siguiendo la pista que le había dado Shabranigudú antes de ser derrotado: La Diosa de la Pesadilla Eterna, la única con el poder suficiente para revertir su condición de quimera. La Espada del Dragón Rojo, la única arma capaz de purificar lo impuro y restaurar la armonía.
Zelgadiss creía que esa espada podría ser la clave para deshacer su maldición y devolverle su humanidad.
Zelgadiss observó la espada, larga y recta, con una empuñadura dorada y una hoja plateada que brillaba con un resplandor rojizo. La espada emanaba un aura de poder y nobleza, como si fuera una extensión de la voluntad del Señor de las Pesadillas (también conocido como La Diosa se la Pesadilla Eterna o The Lord of the Nightmares) y lo era, realmente lo era.
Los ojos de Zelgadiss se llenaron de emoción y determinación al ver la espada. Sintió que estaba a punto de alcanzar la esperanza y el cambio que tanto anhelaba.
Extendiendo su mano hacia la espada. Estaba a punto de tocarla cuando una voz fría y siniestra resonó en la sala.
—Detente, quimera. No eres digno de empuñar esa espada.
Zelgadiss se sobresaltó y se giró hacia la voz. En la sombra de uno de los pilares que sostenían el techo, vio una figura oscura y esbelta, con una capa negra que le cubría el cuerpo. Solo se le veían los ojos, unos ojos rojos como la sangre que lo miraban con desprecio.
—¿Quién eres? —preguntó Zelgadiss, alerta.
—Soy Sombra Oscura, uno de los subordinados directos de Abismo Eterno, el Devorador de Mundos —respondió la figura. —He venido a impedir que te apoderes de esa espada. Es un tesoro sagrado que pertenece a Abismo Eterno.
—¿Abismo Eterno? ¿El Devorador de Mundos? —repitió Zelgadiss, confundido. Era la primera vez que escuchaba aquellos nombres. —¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—No lo sabes, ¿verdad? —dijo Sombra Oscura con una risa burlona. —Solo eres un peón en un juego mucho más grande que tú. ¿En serio pensabas que Shabranigudú había actuado benévolamente contigo?
Zelgadiss entornó los ojos. Por supuesto que no, Zelgadiss siempre supo que se enfrentaba a una trampa de Shabranigudú, pero siempre necesitó saber a dónde le dirigía aquella trampa.
—Shabranigudú te engañó cuando te dijo que solo la Diosa de la Pesadilla Eterna podría restaurar tu humanidad —prosiguió Sombra Oscura. —Lo que Shabranigudú quería era que encontraras información sobre esta espada, y así guiarte hacia ella para que la empuñaras y despertaras a Abismo Eterno.
—¿Despertar a Abismo Eterno? —preguntó Zelgadiss incrédulo.
—Abismo Eterno es el antiguo aliado del Señor de las Pesadillas, el creador de los mundos, pero también su mayor enemigo. Ambos colaboraron en la creación de los mundos, pero pronto el Señor de las Pesadillas lo traicionó, lo derrotó y lo selló en el Mar del Caos. Desde ese momento Abismo ha estado planeando su venganza durante eones. Ahora está fuerte y quiere despertar y destruir todo lo que el Señor de las Pesadillas ha creado, cada ser vivo, cada mundo, incluido el Mar del Caos y también al propio Señor de las Pesadillas.
—Eso es una locura —dijo Zelgadiss, horrorizado. —Si destruye los mundos, destruirá millones de vidas inocentes... Y si drestruye el Mar del Caos la posibilidad de crear nuevos mundos habrá muerto también para siempre.
—Abismo Eterno y sus súbditos somos entidades de un plano independiente del plano en el que el Señor de las Pesadillas creó los mundos. Somos ajenos a los demonios y a los humanos. Somos los verdaderos señores de la oscuridad —respondió Sombra Oscura con fervor. —No nos importa lo que ocurra en los mundos que creó el Señor de las Pesadillas. No nos importa lo que ocurra con su Mar del Caos, solo queremos su destrucción absoluta.
—No me importa lo que seas o lo que quieras —dijo Zelgadiss con firmeza. —No voy a dejar que interfieras en mi búsqueda. Esa espada es mi única esperanza de recuperar mi humanidad.
—¿Tu humanidad? —se burló Sombra Oscura. —¿Qué es eso? ¿Una ilusión? ¿Un capricho? ¿Un sueño? No eres más que una quimera, una aberración, un error. No mereces esa espada ni la humanidad que anhelas. Solo mereces la muerte.
—¡Cállate! —gritó Zelgadiss, enfurecido. —No sabes nada de mí ni de lo que he sufrido. No me juzgues por mi apariencia. Soy un humano, y voy a demostrártelo.
Dicho esto, Zelgadiss desenvainó su espada y se lanzó al ataque contra Sombra Oscura, dispuesto a enfrentarse a él por la Espada del Dragón Rojo.
Así comenzó la batalla entre Zelgadiss y Sombra Oscura, una batalla que pondría a prueba su voluntad, su poder y su destino.
Zelgadiss atacó con furia y rapidez, intentando alcanzar a Sombra Oscura con su espada. Sin embargo, este se movía con agilidad y esquivaba sus golpes con facilidad. Cada vez que Zelgadiss se acercaba, Sombra Oscura se desvanecía en las sombras y reaparecía en otro lugar, burlándose de él.
—Eres muy lento, quimera —le dijo Sombra Oscura. —No puedes tocarme. Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.
Zelgadiss no se dejó intimidar por sus palabras y siguió atacando con determinación. Sabía que Sombra Oscura estaba jugando con él, pero no iba a rendirse. Decidió cambiar de estrategia y usar su magia para sorprenderlo.
—¡Ray Wing! —gritó Zelgadiss, lanzando un rayo de luz desde su mano hacia Sombra Oscura.
El rayo impactó contra el pilar donde estaba Sombra Oscura, haciendo que este saltara hacia atrás para evitarlo. Zelgadiss aprovechó ese momento para acercarse y cortarle con su espada. Pero Sombra Oscura fue más rápido y bloqueó el ataque con una espada hecha de sombra sólida.
—¡No está mal! —dijo Sombra Oscura. —Pero no es suficiente.
Entonces, Sombra Oscura contraatacó con un golpe de su espada sombría que chocó contra la espada de Zelgadiss con una fuerza sobrehumana. Zelgadiss sintió un dolor agudo en su brazo al resistir el impacto, pero no cedió terreno. Empujó con todas sus fuerzas y logró separarse de Sombra Oscura.
—¡Dark Mist! —gritó Zelgadiss, creando una nube de humo negro que cubrió la sala.
Zelgadiss esperaba que el humo le diera una ventaja sobre Sombra Oscura: si todo era oscuridad, no habría lugar para las sombras, ¿no? Pero Sombra Oscura se rió y dijo:
—¿Crees que puedes ocultarte en la oscuridad? Ese es mi elemento. Te encontraré y te mataré.
Entonces, Sombra Oscura usó su poder para crear varias cuchillas de sombra que lanzó hacia Zelgadiss, atravesando el humo. Zelgadiss las esquivó por poco, pero una de ellas le rozó el hombro, haciéndole una herida profunda. Zelgadiss gruñó de dolor y se cubrió la herida con la mano.
—¡Maldito seas! —exclamó Zelgadiss. —¡No te saldrás con la tuya!
Zelgadiss usó su magia para disipar el humo y ver dónde estaba Sombra Oscura. Lo vio en el otro extremo de la sala, con una sonrisa maliciosa en su rostro.
—¿Qué pasa, quimera? ¿Te duele? —se burló Sombra Oscura. —Eso no es nada comparado con lo que te espera. Te voy a hacer sufrir tanto que rogarás por la muerte.
—No me asustas, Sombra —dijo Zelgadiss. —Eres tú el que va a suplicar cuando te corte en pedazos.
Zelgadiss se lanzó de nuevo al ataque, pero esta vez con más cuidado y astucia. Sabía que Sombra Oscura era más rápido y escurridizo que él, así que decidió usar su entorno a su favor. Mientras corría hacia él, lanzó varios hechizos hacia los pilares y las estatuas que rodeaban la sala, haciendo que se derrumbaran y cayeran sobre Sombra Oscura.
Sombra Oscura se sorprendió por la táctica de Zelgadiss y tuvo que usar su poder para desviar los objetos que caían sobre él. Sin embargo, esto le dejó una abertura a Zelgadiss que aprovechó para acercarse y golpearlo con su espada. Sombra Oscura apenas pudo bloquear el ataque con su espada sombría, pero sintió el impacto en su brazo.
—¡Bien hecho, quimera! —dijo Sombra Oscura. —Has logrado herirme. Pero eso solo me ha enfurecido más.
Sombra Oscura empujó a Zelgadiss. Aquel ser poseía tanta fuerza que Zelgadiss salió lanzado por la sala del templo y terminó estrellándose violentamente contra una de las paredes. Después cayó al suelo de forma brusca.
La entidad oscura extendió sus brazos y creó un torbellino de sombras que envolvieron la sala, oscureciendo todo a su alrededor.
—Ahora verás mi verdadero poder —dijo Sombra Oscura. —Soy la sombra, soy intangible. Soy tu pesadilla.
Zelgadiss se encontró rodeado de oscuridad y sintió un escalofrío en su espina dorsal. No podía ver nada ni sentir nada, solo el frío y el miedo. De repente, escuchó un susurro en su oído.
—¿Dónde estás, quimera? —dijo Sombra Oscura. —¿Qué sientes? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Soledad?
Zelgadiss trató de ignorar la voz y concentrarse en su objetivo. Sabía que Sombra Oscura estaba tratando de desorientarlo y atormentarlo con sus palabras. Recordó el rostro de Ameria, la chica que lo amaba y lo esperaba. Recordó el beso que le había dado antes de partir. Recordó la promesa que él le había hecho a Ameria de regresar junto a ella.
—No me rendiré —pensó Zelgadiss. —No dejaré que me venzas. Tengo algo por lo que luchar. Tengo alguien por quien quiero luchar y vivir.
Zelgadiss reunió toda su voluntad y su magia, y gritó:
—¡Flare Arrow! —lanzando así una flecha de fuego hacia donde creía que estaba Sombra Oscura.
La flecha iluminó la oscuridad por un instante y reveló la silueta de Sombra Oscura, que se preparaba para atacar a Zelgadiss por la espalda con una lanza de sombra. La flecha impactó contra la lanza y la hizo estallar en pedazos, haciendo que Sombra Oscura soltara un grito de dolor.
—¡Maldita sea! —exclamó Sombra Oscura.
Zelgadiss aprovechó la oportunidad y se giró hacia Sombra Oscura dispuesto a darle el golpe final con su espada. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Sombra Oscura se recuperó y, con sus manos, le lanzó un rayo de color rojo revestido por lo que parecían ser llamaradas negras. El hechizo golpeó a Zelgadiss de lleno en el estómago y le hizo caer de rodillas al suelo, tosiendo y escupiendo sangre.
—No te confíes, quimera —dijo Sombra Oscura. —Aún no he terminado contigo.
Sombra Oscura se abalanzó sobre Zelgadiss y le clavó sus garras en el pecho, haciéndole unas heridas profundas y sangrantes. Zelgadiss soltó un alarido de agonía y trató de quitarse a Sombra Oscura de encima, pero este era más fuerte y lo inmovilizó con su peso.
—Esto es el final, quimera —dijo Sombra Oscura. —Has luchado bien, pero no has sido rival para mí. Ahora Abismo Eterno despertará gracias a ti y tú agradecerás estar muerto para no ver el final.
Sombra Oscura levantó su mano y creó una daga de sombra con la que apuntó al corazón de Zelgadiss. Zelgadiss lo miró con odio y desafío, negándose a rendirse.
—No... —respondió Zelgadiss. —No me matarás... No dejaré que Abismo Eterno despierte... No te lo permitiré...
Zelgadiss reunió sus últimas fuerzas y lanzó un hechizo con su mano libre.
—¡Burst Rondo! —gritó Zelgadiss, creando una explosión de energía que envolvió a ambos.
La explosión hizo que Sombra Oscura soltara un grito de sorpresa y dolor, y que se alejara de Zelgadiss. La sala se iluminó por un momento y luego volvió a la oscuridad. Zelgadiss quedó tendido en el suelo, inconsciente y agonizando.