El eco de las voces de aquel auditorio llegaba amortiguado hasta el pasillo detrás del escenario. Jack Tessaro estaba de pie en mitad de aquel reducido espacio, revisando mentalmente los puntos clave de la charla que iba a ofrecer. A su lado, también de pie, Martin Hammond observaba la pantalla de su teléfono con la expresión calmada que lo caracterizaba.
—La sala está llena —comentó Hammond sin levantar la vista—. Tienes un público atento.
Jack dejó ir un ligero suspiro y se pasó una mano por el cabello.
—Ya, bueno... Hasta que les cuente la parte desagradable. Ahí es cuando empiezan a removerse en los asientos.
Hammond dejó escapar una ligera risa nasal.
—Bueno, no han venido a escuchar cuentos de hadas. Saben porqué están aquí.
Jack ladeó la cabeza con una media sonrisa que se tornó demasiado fugaz.
—No, vinieron a convencerse de que entienden a los monstruos.
Uno de los profesores de la Universidad se asomó por la puerta del escenario y les hizo una señal. Cinco minutos. Jack asintió y ajustó el reloj en su muñeca.
Hammond lo estudió por un instante antes de hablar.
—Tienes esa mirada.
Jack arqueó una ceja.
—¿Qué mirada?
—La de cuando recuerdas demasiado.
Jack desvió la vista hacia el suelo por un segundo antes de enderezarse.
—No se trata de mí esta vez.
Hammond soltó un leve resoplido.
—No. Pero todo lo que vas a decir ahí fuera está marcado por lo que hemos visto. No finjas que no lo sabes.
El silencio se hizo palpable entre los dos. Luego, Jack inspiró profundamente y sacudió los hombros, removiéndose la tensión.
—No he venido a debatir con Freud, Hammond.
Su compañero esbozó una sonrisa rápida.
—Entonces haz lo tuyo. Cuéntales lo que necesitan saber.
Jack echó un último vistazo al escenario antes de avanzar.
—Siempre lo hago.
El murmullo del auditorio se volvió mucho más solemne cuando su figura apareció bajo las luces.
—La sala está llena —comentó Hammond sin levantar la vista—. Tienes un público atento.
Jack dejó ir un ligero suspiro y se pasó una mano por el cabello.
—Ya, bueno... Hasta que les cuente la parte desagradable. Ahí es cuando empiezan a removerse en los asientos.
Hammond dejó escapar una ligera risa nasal.
—Bueno, no han venido a escuchar cuentos de hadas. Saben porqué están aquí.
Jack ladeó la cabeza con una media sonrisa que se tornó demasiado fugaz.
—No, vinieron a convencerse de que entienden a los monstruos.
Uno de los profesores de la Universidad se asomó por la puerta del escenario y les hizo una señal. Cinco minutos. Jack asintió y ajustó el reloj en su muñeca.
Hammond lo estudió por un instante antes de hablar.
—Tienes esa mirada.
Jack arqueó una ceja.
—¿Qué mirada?
—La de cuando recuerdas demasiado.
Jack desvió la vista hacia el suelo por un segundo antes de enderezarse.
—No se trata de mí esta vez.
Hammond soltó un leve resoplido.
—No. Pero todo lo que vas a decir ahí fuera está marcado por lo que hemos visto. No finjas que no lo sabes.
El silencio se hizo palpable entre los dos. Luego, Jack inspiró profundamente y sacudió los hombros, removiéndose la tensión.
—No he venido a debatir con Freud, Hammond.
Su compañero esbozó una sonrisa rápida.
—Entonces haz lo tuyo. Cuéntales lo que necesitan saber.
Jack echó un último vistazo al escenario antes de avanzar.
—Siempre lo hago.
El murmullo del auditorio se volvió mucho más solemne cuando su figura apareció bajo las luces.
El eco de las voces de aquel auditorio llegaba amortiguado hasta el pasillo detrás del escenario. Jack Tessaro estaba de pie en mitad de aquel reducido espacio, revisando mentalmente los puntos clave de la charla que iba a ofrecer. A su lado, también de pie, Martin Hammond observaba la pantalla de su teléfono con la expresión calmada que lo caracterizaba.
—La sala está llena —comentó Hammond sin levantar la vista—. Tienes un público atento.
Jack dejó ir un ligero suspiro y se pasó una mano por el cabello.
—Ya, bueno... Hasta que les cuente la parte desagradable. Ahí es cuando empiezan a removerse en los asientos.
Hammond dejó escapar una ligera risa nasal.
—Bueno, no han venido a escuchar cuentos de hadas. Saben porqué están aquí.
Jack ladeó la cabeza con una media sonrisa que se tornó demasiado fugaz.
—No, vinieron a convencerse de que entienden a los monstruos.
Uno de los profesores de la Universidad se asomó por la puerta del escenario y les hizo una señal. Cinco minutos. Jack asintió y ajustó el reloj en su muñeca.
Hammond lo estudió por un instante antes de hablar.
—Tienes esa mirada.
Jack arqueó una ceja.
—¿Qué mirada?
—La de cuando recuerdas demasiado.
Jack desvió la vista hacia el suelo por un segundo antes de enderezarse.
—No se trata de mí esta vez.
Hammond soltó un leve resoplido.
—No. Pero todo lo que vas a decir ahí fuera está marcado por lo que hemos visto. No finjas que no lo sabes.
El silencio se hizo palpable entre los dos. Luego, Jack inspiró profundamente y sacudió los hombros, removiéndose la tensión.
—No he venido a debatir con Freud, Hammond.
Su compañero esbozó una sonrisa rápida.
—Entonces haz lo tuyo. Cuéntales lo que necesitan saber.
Jack echó un último vistazo al escenario antes de avanzar.
—Siempre lo hago.
El murmullo del auditorio se volvió mucho más solemne cuando su figura apareció bajo las luces.
