• Cuando el Alba Tocó al Ocaso por Primera Vez
    Categoría Acción


    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—.

    Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—.

    Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira.

    El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo.

    Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí.

    Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino.

    Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora.

    El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse.

    Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora.

    Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte.

    Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso.
    Y entonces lo sentiste.

    No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar.

    Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable.

    Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas?

    Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia.

    Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto.

    Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable.

    Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel.
    Uno... Dos... ¡TRES!

    El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse.

    El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya.

    Pero el aire no obedeció.

    A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista.

    Él había llegado.

    Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura.

    Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas.
    Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista.
    Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida.

    El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya.

    Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste.
    El tiempo se dobló como un velo.
    Las sombras se detuvieron a escuchar.
    Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar.

    Por primera vez... y quizá por última.
    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—. Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—. Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira. El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo. Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí. Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino. Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora. El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse. Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora. Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte. Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso. Y entonces lo sentiste. No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar. Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable. Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas? Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia. Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto. Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable. Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel. Uno... Dos... ¡TRES! El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse. El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya. Pero el aire no obedeció. A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista. Él había llegado. Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura. Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas. Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista. Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida. El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya. Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste. El tiempo se dobló como un velo. Las sombras se detuvieron a escuchar. Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar. Por primera vez... y quizá por última.
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    Individual
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    Disponible
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  • Nadie recuerda con claridad en qué momento comenzó todo. Fue un susurro al principio, un simple juego en línea, una promesa de gloria, tesoros y aventuras sin fin. Millones se lanzaron al abismo virtual buscando emoción… pero el abismo no era un juego.

    Un rugido silencioso se extendió desde sus profundidades y, sin advertencia, los jugadores fueron absorbidos por la oscuridad digital, arrancados de sus cuerpos y arrastrados al interior de un mundo que no obedece las leyes humanas. Ahora, su consciencia habita en este reino olvidado, un universo hecho de mazmorras infinitas, monstruos hambrientos y misterios prohibidos.

    No hay salida. No hay botón de pausa. Aquí, la muerte no es un reinicio, es un final eterno.
    Para sobrevivir deberán subir de nivel, forjar alianzas, cazar criaturas inimaginables y enfrentar horrores que ni siquiera deberían existir.

    Cada paso los llevará más profundo… y cada nivel los acercará a la verdad detrás de esta prisión. Pero cuidado: el abismo observa, el abismo aprende… y el abismo nunca olvida.
    Nadie recuerda con claridad en qué momento comenzó todo. Fue un susurro al principio, un simple juego en línea, una promesa de gloria, tesoros y aventuras sin fin. Millones se lanzaron al abismo virtual buscando emoción… pero el abismo no era un juego. Un rugido silencioso se extendió desde sus profundidades y, sin advertencia, los jugadores fueron absorbidos por la oscuridad digital, arrancados de sus cuerpos y arrastrados al interior de un mundo que no obedece las leyes humanas. Ahora, su consciencia habita en este reino olvidado, un universo hecho de mazmorras infinitas, monstruos hambrientos y misterios prohibidos. No hay salida. No hay botón de pausa. Aquí, la muerte no es un reinicio, es un final eterno. Para sobrevivir deberán subir de nivel, forjar alianzas, cazar criaturas inimaginables y enfrentar horrores que ni siquiera deberían existir. Cada paso los llevará más profundo… y cada nivel los acercará a la verdad detrás de esta prisión. Pero cuidado: el abismo observa, el abismo aprende… y el abismo nunca olvida.
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  • El tiempo en troya transcurre con lentitud y con calma para quienes no buscan problemas, la vida en el campo es tranquila, serenidad plena, nada mas me llena mas que ver las estrellas, entre el campo repletos de flores bellas, con el ganado a lo lejos, descansando despues de un dia a calorado. a algunos les parece un dia plano, un dia sin profundidad, pero si te enfocas en lo correcto lo plano es mas profundo... todo oculta un porque y un como, y de no encontrarlo... no significa que no exista. disfruta de la bella noche, criatura de las estrellas....
    El tiempo en troya transcurre con lentitud y con calma para quienes no buscan problemas, la vida en el campo es tranquila, serenidad plena, nada mas me llena mas que ver las estrellas, entre el campo repletos de flores bellas, con el ganado a lo lejos, descansando despues de un dia a calorado. a algunos les parece un dia plano, un dia sin profundidad, pero si te enfocas en lo correcto lo plano es mas profundo... todo oculta un porque y un como, y de no encontrarlo... no significa que no exista. disfruta de la bella noche, criatura de las estrellas....
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  • -Déjame ver si entiendo.

    Dio vueltas por la vieja habitación de hotel en la que se colo por una ventana.

    -El brujo al que le pague con todos mis ahorros por mis exhaustivos trabajos mundanos y un ciento de miles de favores cobrados. -Suspiro con pesadez.- Y me dices que el lugar donde estoy... no es el mismo al que iba.

    Se detuvo señalando fuera de la ventana con ambas manos a manera de ejemplo.

    -Y ahora hay un montón de criaturas sobrenaturales, que si son y no son como las conocemos. -En su cabeza una pequeña voz chillona decía con simpleza 'Aja' como si le divirtiera la conclusión.- Y ahora tengo que buscar no solo a un demonio, si no también la manera de volver a casa ¿Verdad?

    Asintió con resignación, la sonrisa era la muestra de su colapso mental y las pocas ganas que tenia de seguir escuchando a las voces de su cabeza que le hacían confundirse aun mas entre si eran propias, alucinaciones o reales palabras de los diablillos que usaban su cabeza como deporte privado.
    "Siempre puedes buscarnos un nuevo inquilino, uno tan pequeñito como tu cuando tus padres murieron, pajarito"

    -Hazme un favor, cállate.

    Analizo sus opciones con sumo cuidado, aquí, tendría que haber un mercado de sombras, un brujo o alguien que le pueda ayudar a resolver sus problemas. Incluso recurriria a los seres magicos si ellas podrían ofrecerle respuestas.
    Su primera parada Great Plains Nature Center, ahí se sabe muy bien que sus áreas verdes son apreciadas por los seres mágicos y un limite perfecto para no tener que viajar a las profundidades de la Corte Seelie a la que aun le tenia bastante repele.

    -Por hoy dormiré aquí, mañana veré en que maldito lío me metí ahora.

    Rezo en silencio al angel para no revivir una aberrante migraña luego de tanto caos para una sola noche.
    -Déjame ver si entiendo. Dio vueltas por la vieja habitación de hotel en la que se colo por una ventana. -El brujo al que le pague con todos mis ahorros por mis exhaustivos trabajos mundanos y un ciento de miles de favores cobrados. -Suspiro con pesadez.- Y me dices que el lugar donde estoy... no es el mismo al que iba. Se detuvo señalando fuera de la ventana con ambas manos a manera de ejemplo. -Y ahora hay un montón de criaturas sobrenaturales, que si son y no son como las conocemos. -En su cabeza una pequeña voz chillona decía con simpleza 'Aja' como si le divirtiera la conclusión.- Y ahora tengo que buscar no solo a un demonio, si no también la manera de volver a casa ¿Verdad? Asintió con resignación, la sonrisa era la muestra de su colapso mental y las pocas ganas que tenia de seguir escuchando a las voces de su cabeza que le hacían confundirse aun mas entre si eran propias, alucinaciones o reales palabras de los diablillos que usaban su cabeza como deporte privado. "Siempre puedes buscarnos un nuevo inquilino, uno tan pequeñito como tu cuando tus padres murieron, pajarito" -Hazme un favor, cállate. Analizo sus opciones con sumo cuidado, aquí, tendría que haber un mercado de sombras, un brujo o alguien que le pueda ayudar a resolver sus problemas. Incluso recurriria a los seres magicos si ellas podrían ofrecerle respuestas. Su primera parada Great Plains Nature Center, ahí se sabe muy bien que sus áreas verdes son apreciadas por los seres mágicos y un limite perfecto para no tener que viajar a las profundidades de la Corte Seelie a la que aun le tenia bastante repele. -Por hoy dormiré aquí, mañana veré en que maldito lío me metí ahora. Rezo en silencio al angel para no revivir una aberrante migraña luego de tanto caos para una sola noche.
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  • El infierno en la tierra
    Fandom Ninguno
    Categoría Suspenso
    𝕾𝖊 𝖉𝖎𝖈𝖊 𝖖𝖚𝖊 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔 𝖊𝖘 𝖊𝖑 𝖘𝖎𝖙𝖎𝖔 𝖆𝖉𝖔𝖓𝖉𝖊 𝖛𝖆 𝖙𝖚 𝖆𝖑𝖒𝖆 𝖙𝖗𝖆𝖘 𝖒𝖔𝖗𝖎𝖗 𝖘𝖎 𝖙𝖚𝖘 𝖆𝖈𝖈𝖎𝖔𝖓𝖊𝖘 𝖋𝖚𝖊𝖗𝖔𝖓 𝖒𝖆𝖑𝖆𝖘. ¿𝖄 𝖘𝖎 𝖓𝖔 𝖓𝖊𝖈𝖊𝖘𝖎𝖙𝖆𝖘 𝖒𝖔𝖗𝖎𝖗 𝖕𝖆𝖗𝖆 𝖊𝖝𝖕𝖊𝖗𝖎𝖒𝖊𝖓𝖙𝖆𝖗 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔? 𝕳𝖆𝖞 𝖖𝖚𝖎𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖆𝖋𝖎𝖗𝖒𝖆𝖓 𝖖𝖚𝖊 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔 𝖘𝖊 𝖊𝖓𝖈𝖚𝖊𝖓𝖙𝖗𝖆 𝖊𝖓 𝖑𝖆 𝖙𝖎𝖊𝖗𝖗𝖆.

    PERSONAJES INTERPRETES

    DANTE: Arqueólogo veterano
    Alastor: Arqueólogo retirado- Inversionista
    Leo: líder guía alias papillon
    ADAN: cineasta aficionado
    Nanami: guía veterano
    Balloneta: traductora -guia



    Kilómetros y kilómetros de laberíntos catacumbas se extienden bajo las calles de la ciudad santa , hogar eterno de innumerables almas. Un grupo de aventureros se adentra entre los cientos de miles de huesos que ocupan el dédalo inexplorado y acaban descubriendo el secreto que esconde la ciudad de los muertos.
    llegando a lo más profundo de la mente humana, sacando a la luz los demonios que regresan para perseguirlos, en un viaje al corazón de la locura y del terror.

    Dante un aventurero rebelde y arqueólogo brillante, ha dedicado su vida a buscar el mayor tesoro de la historia, la piedra filosofal de Nicolas Flamel. De acuerdo con la leyenda, con ella se puede transmutar cualquier metal en oro y acceder a la vida eterna.

    El inesperado suicidio de su padre y los rumores que corren acerca de su demencia se convierten en una obsesión para Dante. Entiende que no podrá descansar hasta completar su obra y devolverle su buen nombre.

    Después de resolver una serie de enigmas, deduce que la famosa piedra se encuentra debajo de las ruinas de la ciudad santa escondida en el mayor osario del mundo, las catacumbas.

    Con el fin de dejar constancia de su misión, pide ayuda a Alastor un inversionista arqueólogo exnovio suyo que se dedica a restaurar edificios históricos, y contrata al cineasta aficionado Adan.

    Conscientes de los peligros que acechan bajo tierra, el trío recluta a un equipo de expertos guías conocidos como los "cataphiles", compuesto por el líder Leo más conocido como Papillon y balloneta que se dedica a traducir lengua y escritura muerta de civilizaciónes antiguas y el fuerte y silencioso nanami

    Juntos empiezan el descenso, pero cada uno lleva un secreto. Aunque en las catacumbas, nadie puede huir del pasado.

    El equipo de jóvenes aventureros no sabe que en cuanto se hundan en las profundidades, sus demonios personales se apoderarán de ellos. Cuanto más se adentren en el aterrador laberinto, más descenderán a su infierno personal.
    𝕾𝖊 𝖉𝖎𝖈𝖊 𝖖𝖚𝖊 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔 𝖊𝖘 𝖊𝖑 𝖘𝖎𝖙𝖎𝖔 𝖆𝖉𝖔𝖓𝖉𝖊 𝖛𝖆 𝖙𝖚 𝖆𝖑𝖒𝖆 𝖙𝖗𝖆𝖘 𝖒𝖔𝖗𝖎𝖗 𝖘𝖎 𝖙𝖚𝖘 𝖆𝖈𝖈𝖎𝖔𝖓𝖊𝖘 𝖋𝖚𝖊𝖗𝖔𝖓 𝖒𝖆𝖑𝖆𝖘. ¿𝖄 𝖘𝖎 𝖓𝖔 𝖓𝖊𝖈𝖊𝖘𝖎𝖙𝖆𝖘 𝖒𝖔𝖗𝖎𝖗 𝖕𝖆𝖗𝖆 𝖊𝖝𝖕𝖊𝖗𝖎𝖒𝖊𝖓𝖙𝖆𝖗 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔? 𝕳𝖆𝖞 𝖖𝖚𝖎𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖆𝖋𝖎𝖗𝖒𝖆𝖓 𝖖𝖚𝖊 𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖋𝖎𝖊𝖗𝖓𝖔 𝖘𝖊 𝖊𝖓𝖈𝖚𝖊𝖓𝖙𝖗𝖆 𝖊𝖓 𝖑𝖆 𝖙𝖎𝖊𝖗𝖗𝖆. ✨PERSONAJES INTERPRETES ✨ DANTE: Arqueólogo veterano Alastor: Arqueólogo retirado- Inversionista Leo: líder guía alias papillon ADAN: cineasta aficionado Nanami: guía veterano Balloneta: traductora -guia Kilómetros y kilómetros de laberíntos catacumbas se extienden bajo las calles de la ciudad santa , hogar eterno de innumerables almas. Un grupo de aventureros se adentra entre los cientos de miles de huesos que ocupan el dédalo inexplorado y acaban descubriendo el secreto que esconde la ciudad de los muertos. llegando a lo más profundo de la mente humana, sacando a la luz los demonios que regresan para perseguirlos, en un viaje al corazón de la locura y del terror. Dante un aventurero rebelde y arqueólogo brillante, ha dedicado su vida a buscar el mayor tesoro de la historia, la piedra filosofal de Nicolas Flamel. De acuerdo con la leyenda, con ella se puede transmutar cualquier metal en oro y acceder a la vida eterna. El inesperado suicidio de su padre y los rumores que corren acerca de su demencia se convierten en una obsesión para Dante. Entiende que no podrá descansar hasta completar su obra y devolverle su buen nombre. Después de resolver una serie de enigmas, deduce que la famosa piedra se encuentra debajo de las ruinas de la ciudad santa escondida en el mayor osario del mundo, las catacumbas. Con el fin de dejar constancia de su misión, pide ayuda a Alastor un inversionista arqueólogo exnovio suyo que se dedica a restaurar edificios históricos, y contrata al cineasta aficionado Adan. Conscientes de los peligros que acechan bajo tierra, el trío recluta a un equipo de expertos guías conocidos como los "cataphiles", compuesto por el líder Leo más conocido como Papillon y balloneta que se dedica a traducir lengua y escritura muerta de civilizaciónes antiguas y el fuerte y silencioso nanami Juntos empiezan el descenso, pero cada uno lleva un secreto. Aunque en las catacumbas, nadie puede huir del pasado. El equipo de jóvenes aventureros no sabe que en cuanto se hundan en las profundidades, sus demonios personales se apoderarán de ellos. Cuanto más se adentren en el aterrador laberinto, más descenderán a su infierno personal.
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  • Blythe:


    ¿Quien no desearía tocar el suelo con la punta y plantas de los pies?
    A paso tranquilo recorriendo su camino se encontraba una joven peliblanca.
    El sol no podía tocar su piel.
    Sin embargo, una nube tranquila y ligeramente gris la acompañaba por todo lo largo de su camino recorrido.
    Cubria la hermosa piel palida de la mujer, protegiéndola de la radiación electromagnética que resplandecía con su poder natural sobre el mundo.
    Los pasos fríos de la dama al tocar la tierra, enfriaban ligeramente el pasto, hojas o cualquier tipo de planta que brotara del terreno recorrido.
    La nube era necesariamente grande para hacer lucir el día ligeramente gris y con vista clara al rededor, pero tras ella la luz del sol iluminaba el camino detras de sus pasos, dando calidez y nuevamente vida a la tierra fría borrando el rastro de su pista.

    La mujer ama caminar descalza.
    Tocar la tierra le hacia sentir unida al mundo, aceptando su naturaleza animal en ese hermoso y curioso planeta que le hacía respirar en profundidad y le permite vivir cada paso que entregaba a su incierto pero seguro camino.

    No importaba qué tocará sin calzo; pasto, arena, piedra, tierra, lodo, agua... Incluso una que otra espina al cual tuviera que sustraer. Ella ama tocar el planeta.

    húmedo, pegajoso, mojado, duro, blando, rugoso, resbaloso, seco, suave... Podía sentir todo a su al rededor con su tacto y reconocer la similitud de los lugares en dónde sobrevive al recorrer el mundo.

    Por la noche la enorme nube la deja a solas.
    Toma un descanso dejando la vista descubierta del cielo; las estrellas y constelaciones sobre ella.

    La piel de la mujer, se ilumina con la luz de la luna.
    Lo que el sol no le puede ofrecer, la luna se lo entrega en su hermoso reflejo, haciendo que la mujer, brille en su propia oscuridad.
    Absorve el frío de las noches, y en los pasos abordados, dejando huellas iluminadas de su ser, dando pistas con su luz gris y azul.

    La mujer vive feliz, en calma y con fé.

    Vive en recuerdos hermosos de todo lugar que a podido recorrer y conocer.
    Todo aquel lugar que al volver, es acogida en convite.

    Mujer feliz, que reconoce todo el mundo con el alma, corazón, mente , puntas... Y plantas de los pies.
    Blythe: ¿Quien no desearía tocar el suelo con la punta y plantas de los pies? A paso tranquilo recorriendo su camino se encontraba una joven peliblanca. El sol no podía tocar su piel. Sin embargo, una nube tranquila y ligeramente gris la acompañaba por todo lo largo de su camino recorrido. Cubria la hermosa piel palida de la mujer, protegiéndola de la radiación electromagnética que resplandecía con su poder natural sobre el mundo. Los pasos fríos de la dama al tocar la tierra, enfriaban ligeramente el pasto, hojas o cualquier tipo de planta que brotara del terreno recorrido. La nube era necesariamente grande para hacer lucir el día ligeramente gris y con vista clara al rededor, pero tras ella la luz del sol iluminaba el camino detras de sus pasos, dando calidez y nuevamente vida a la tierra fría borrando el rastro de su pista. La mujer ama caminar descalza. Tocar la tierra le hacia sentir unida al mundo, aceptando su naturaleza animal en ese hermoso y curioso planeta que le hacía respirar en profundidad y le permite vivir cada paso que entregaba a su incierto pero seguro camino. No importaba qué tocará sin calzo; pasto, arena, piedra, tierra, lodo, agua... Incluso una que otra espina al cual tuviera que sustraer. Ella ama tocar el planeta. húmedo, pegajoso, mojado, duro, blando, rugoso, resbaloso, seco, suave... Podía sentir todo a su al rededor con su tacto y reconocer la similitud de los lugares en dónde sobrevive al recorrer el mundo. Por la noche la enorme nube la deja a solas. Toma un descanso dejando la vista descubierta del cielo; las estrellas y constelaciones sobre ella. La piel de la mujer, se ilumina con la luz de la luna. Lo que el sol no le puede ofrecer, la luna se lo entrega en su hermoso reflejo, haciendo que la mujer, brille en su propia oscuridad. Absorve el frío de las noches, y en los pasos abordados, dejando huellas iluminadas de su ser, dando pistas con su luz gris y azul. La mujer vive feliz, en calma y con fé. Vive en recuerdos hermosos de todo lugar que a podido recorrer y conocer. Todo aquel lugar que al volver, es acogida en convite. Mujer feliz, que reconoce todo el mundo con el alma, corazón, mente , puntas... Y plantas de los pies.
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  • Admiro la habilidad de tu lengua con las palabras, de tu cuerpo al simular rendición y entrega. Lo creí por un instante, me creí tu dueño cuando tomé tu cuerpo, y te creí mía cuando me entregaste tus gemidos. Vestiste mi vacío con promesas y me creí vivo en tu carne. Al amanecer, descubrí el engaño y que quedaba algo de ingenuidad en mi.

    Vuelvo a la profundidad del bosque, mi refugio, donde la muerte me alimenta y arropa. Llevo conmigo el dulce sabor de tus mentiras y el calor que tú cuerpo me otorgó.
    Admiro la habilidad de tu lengua con las palabras, de tu cuerpo al simular rendición y entrega. Lo creí por un instante, me creí tu dueño cuando tomé tu cuerpo, y te creí mía cuando me entregaste tus gemidos. Vestiste mi vacío con promesas y me creí vivo en tu carne. Al amanecer, descubrí el engaño y que quedaba algo de ingenuidad en mi. Vuelvo a la profundidad del bosque, mi refugio, donde la muerte me alimenta y arropa. Llevo conmigo el dulce sabor de tus mentiras y el calor que tú cuerpo me otorgó.
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  • Verás que lo que hace fuertes a las mujeres es que tenemos las agallas de ser vulnerables, tenemos la capacidad de sentir la profundidad de nuestras emociones.
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  • ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad!

    Denle una cálida bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Ethan Brown

    Ethan Brown, 28 años. De mente fría y analítica, fue un criminal en serie que dejó atrás su oscuro pasado para convertirse en asistente de investigación. Observador y misterioso, su ingenio lo convierte en un aliado valioso… aunque nadie sabe hasta dónde está dispuesto a llegar.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ [frost_onyx_bat_227]

    Ariel Ritchie, 25 años. Empresario de perfil bajo, serio y tranquilo. Amante de las artes clásicas y la naturaleza, es alguien fácil de tratar en apariencia, pero difícil de conocer en profundidad.


    ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.


    Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!


    Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil:


    Normas básicas de la plataforma:
    https://ficrol.com/static/guidelines 


    Guías y miniguías para no perderse:
    https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS 


    Grupo exclusivo para Personajes 3D:
    https://ficrol.com/groups/Personajes3D


    Directorios para encontrar rol y fandoms afines
    Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS  
    Fandoms 3D en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL 


    Consejos para mejorar escritura y narración
    https://ficrol.com/pages/RinconEscritor 


    ¡Estamos deseando ver a vuestros personajes en acción!


    #RolSage3D #Bienvenida3D #NuevosPersonajes3D #ComunidadFicRol
    ✨ ¡HEY, FICROLERS 3D! ✨ ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad! 🎉 Denle una cálida bienvenida a... ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [blaze_beryl_fox_406] Ethan Brown, 28 años. De mente fría y analítica, fue un criminal en serie que dejó atrás su oscuro pasado para convertirse en asistente de investigación. Observador y misterioso, su ingenio lo convierte en un aliado valioso… aunque nadie sabe hasta dónde está dispuesto a llegar. ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [frost_onyx_bat_227] Ariel Ritchie, 25 años. Empresario de perfil bajo, serio y tranquilo. Amante de las artes clásicas y la naturaleza, es alguien fácil de tratar en apariencia, pero difícil de conocer en profundidad. 👋 ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo. 🧙‍♀️ Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada! 🧭 Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil: 📌 Normas básicas de la plataforma: 🔗 https://ficrol.com/static/guidelines  📖 Guías y miniguías para no perderse: 🔗 https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS  🌍 Grupo exclusivo para Personajes 3D: 🔗 https://ficrol.com/groups/Personajes3D 📚 Directorios para encontrar rol y fandoms afines 🔗 Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS   🔗 Fandoms 3D en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL  ✍️ Consejos para mejorar escritura y narración 🔗 https://ficrol.com/pages/RinconEscritor  ¡Estamos deseando ver a vuestros personajes en acción! 🚀🔥 #RolSage3D #Bienvenida3D #NuevosPersonajes3D #ComunidadFicRol
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