• Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Hoy fui a ver la película de kimetsu..y quede mal...necesito hacerme una cuenta de obanai..//
    Hoy fui a ver la película de kimetsu..y quede mal...necesito hacerme una cuenta de obanai..//
    Me shockea
    1
    1 comentario 0 compartidos
  • Sometimes simplicity gives perfection, so much detail overshadows beauty, in simplicity we find beauty ♥
    Sometimes simplicity gives perfection, so much detail overshadows beauty, in simplicity we find beauty ♥
    Me gusta
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Cuando escuché que había precio por mi cabeza, pensé que era otra mentira más. Pero luego vi el pergamino… y no pude reírme. Algunas de esas palabras eran ciertas.

    Sí, tomé vidas. Algunas en defensa propia, otras porque no había otra salida… y un par, lo admito, porque no quise contener mi ira. Cuando un noble me quiso comprar como si aún fuese un esclavo, no tuve piedad. Lo maté frente a todos, y en sus tierras ardió más que su orgullo.

    Claro que en el cartel no dicen nada de cadenas, de hambre ni de látigos. Solo que ‘Kael el forajido’, asesino, traidor. Los crímenes que no cometí pesan igual que los que sí, y ahora soy todo eso para el mundo: un nombre en tinta, una bolsa de oro para quien me lleve muerto o vivo.

    Los cazadores no vinieron con preguntas, vinieron con acero. Cada corte en mi piel lo pagué por ese pasado que nunca podré borrar.
    Cuando escuché que había precio por mi cabeza, pensé que era otra mentira más. Pero luego vi el pergamino… y no pude reírme. Algunas de esas palabras eran ciertas. Sí, tomé vidas. Algunas en defensa propia, otras porque no había otra salida… y un par, lo admito, porque no quise contener mi ira. Cuando un noble me quiso comprar como si aún fuese un esclavo, no tuve piedad. Lo maté frente a todos, y en sus tierras ardió más que su orgullo. Claro que en el cartel no dicen nada de cadenas, de hambre ni de látigos. Solo que ‘Kael el forajido’, asesino, traidor. Los crímenes que no cometí pesan igual que los que sí, y ahora soy todo eso para el mundo: un nombre en tinta, una bolsa de oro para quien me lleve muerto o vivo. Los cazadores no vinieron con preguntas, vinieron con acero. Cada corte en mi piel lo pagué por ese pasado que nunca podré borrar.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina.

    Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores.

    —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas.

    —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas.

    —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas.

    Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó.

    —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba.

    Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella.

    —Ven un momento, deja los papeles.

    Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras.

    Angela Di Trapani
    Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina. Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores. —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas. —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas. —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas. Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó. —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba. Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella. —Ven un momento, deja los papeles. Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras. [haze_orange_shark_766]
    1 turno 0 maullidos
  • 𝗔𝗱 𝗮𝘀𝘁𝗿𝗮 𝗽𝗲𝗿 𝗮𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮
    (Latín)

    𒁍⸻⸻⸻⸻⸻

    "𝐻𝑎𝑐𝑖𝑎 𝑙𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠 𝑎 𝑡𝑟𝑎𝑣𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑑𝑖𝑓𝑖𝑐𝑢𝑙𝑡𝑎𝑑𝑒𝑠."

    Habia vuelto a donde todo comenzó, si. Pero ya no era aquella chiquilla asustada y débil; frágil, a la deriva.
    Tenía metas definidas, determinación y seguridad.

    No sería una venganza, simplemente era el momento de demostrar quien era.

    𝗔𝗱 𝗮𝘀𝘁𝗿𝗮 𝗽𝗲𝗿 𝗮𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮 (Latín) ‎ 𒁍⸻⸻⸻⸻⸻ "𝐻𝑎𝑐𝑖𝑎 𝑙𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠 𝑎 𝑡𝑟𝑎𝑣𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑑𝑖𝑓𝑖𝑐𝑢𝑙𝑡𝑎𝑑𝑒𝑠." Habia vuelto a donde todo comenzó, si. Pero ya no era aquella chiquilla asustada y débil; frágil, a la deriva. Tenía metas definidas, determinación y seguridad. No sería una venganza, simplemente era el momento de demostrar quien era.
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • El turno nocturno había comenzado hacía poco más de una hora. En ese momento la tienda permanecía vacía, quizás porque afuera lloviznaba. La precipitación, aunque leve, era algo que resultaba agradable para Alaska la mayoría del tiempo, porque provocaba que el flujo de clientes en la tienda se reduciera casi a cero. No había nadie. Solo el reflejo de su propia figura, pálida y delgada, moviéndose como un fantasma entre los pasillos.

    Caminó hacia el mostrador y se detuvo justo detrás. Tomó su libreta, vieja y gastada, y deslizó sus dedos por las hojas llenas de anotaciones angulosas y esquemáticas. Su mirada se posó sobre la lista que había dejado recientemente en la esquina de una página:

    ⠀• Reestablecer orden en estante de snacks ✓
    ⠀• Revisar fecha de caducidad de los sandwiches refrigerados ✓
    ⠀• Limpiar mecanismos de tarjetas

    Con una concentración casi absoluta, comenzó a desmontar meticulosamente la máquina registradora. Extrajo cada tornillo y cada pieza con precisión, limpiando cada componente con un paño de microfibra. Un destornillador, una pinza y un frasquito de alcohol estaban perfectamente alineados a su derecha junto a su cuaderno de notas. No era su trabajo, pero el polvo acumulado entre las teclas alteraba la fluidez con la que se presionaban las mismas, y el ruido que hacía el rodillo de papel de las facturas estaba unos 0.3 decibelios más alto de lo normal. Eran pequeñaa imperfecciones, pequeños defectos casi imperceptibles para la mayoría. Pero a ella le causaban ruido, así que sentía la necesidad de corregirlos.

    La pantalla de la caja marcaba la hora en rojo: 21:28. El silencio era profundo, así que podía oir el leve zumbido constante que hacían los tubos de luz fluorescente. Nada parecía fuera de lugar. Todo permanecía en aparente orden por el momento.

    Ethan Brown
    El turno nocturno había comenzado hacía poco más de una hora. En ese momento la tienda permanecía vacía, quizás porque afuera lloviznaba. La precipitación, aunque leve, era algo que resultaba agradable para Alaska la mayoría del tiempo, porque provocaba que el flujo de clientes en la tienda se reduciera casi a cero. No había nadie. Solo el reflejo de su propia figura, pálida y delgada, moviéndose como un fantasma entre los pasillos. Caminó hacia el mostrador y se detuvo justo detrás. Tomó su libreta, vieja y gastada, y deslizó sus dedos por las hojas llenas de anotaciones angulosas y esquemáticas. Su mirada se posó sobre la lista que había dejado recientemente en la esquina de una página: ⠀• Reestablecer orden en estante de snacks ✓ ⠀• Revisar fecha de caducidad de los sandwiches refrigerados ✓ ⠀• Limpiar mecanismos de tarjetas Con una concentración casi absoluta, comenzó a desmontar meticulosamente la máquina registradora. Extrajo cada tornillo y cada pieza con precisión, limpiando cada componente con un paño de microfibra. Un destornillador, una pinza y un frasquito de alcohol estaban perfectamente alineados a su derecha junto a su cuaderno de notas. No era su trabajo, pero el polvo acumulado entre las teclas alteraba la fluidez con la que se presionaban las mismas, y el ruido que hacía el rodillo de papel de las facturas estaba unos 0.3 decibelios más alto de lo normal. Eran pequeñaa imperfecciones, pequeños defectos casi imperceptibles para la mayoría. Pero a ella le causaban ruido, así que sentía la necesidad de corregirlos. La pantalla de la caja marcaba la hora en rojo: 21:28. El silencio era profundo, así que podía oir el leve zumbido constante que hacían los tubos de luz fluorescente. Nada parecía fuera de lugar. Todo permanecía en aparente orden por el momento. [blaze_beryl_fox_406]
    Me gusta
    1
    4 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    ¡Bienvenido al Hazbin Hotel! ¡Te prometo que amarás este lugar!

    https://youtu.be/ZWrM-eDxTas?si=Y6-VnlvWcBtWK88y
    ¡Bienvenido al Hazbin Hotel! ¡Te prometo que amarás este lugar! https://youtu.be/ZWrM-eDxTas?si=Y6-VnlvWcBtWK88y
    0 comentarios 0 compartidos
  • E tenido ese sueño miles de veces , ya no se lo que es real o siempre sueño ..... se que volvera, lo se el me lo prometio.
    E tenido ese sueño miles de veces , ya no se lo que es real o siempre sueño ..... se que volvera, lo se el me lo prometio.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒



    ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨.


    Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando.

    "Hay un bastardo que me debe algo."

    Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados.

    El Ministro de Defensa de Rusia.

    Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad.

    — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable.

    "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí."

    Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie.

    El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo:

    — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?!

    Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo.

    "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía."

    La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse.

    Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies.

    . . .

    En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente.

    Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein.

    Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles.

    Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí.

    Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio.

    ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable.

    Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante.

    — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable.

    El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
    ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒ ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨. Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando. "Hay un bastardo que me debe algo." Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados. El Ministro de Defensa de Rusia. Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad. — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable. "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí." Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie. El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo: — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?! Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo. "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía." La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse. Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies. . . . En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente. Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein. Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles. Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí. Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio. ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable. Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante. — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable. El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
    Me encocora
    Me shockea
    Me gusta
    Me endiabla
    21
    4 turnos 0 maullidos
  • Con gusto, anuncio que me casaré con mi hermosa dama... Castorice, prometo hacerte feliz.
    Con gusto, anuncio que me casaré con mi hermosa dama... Castorice, prometo hacerte feliz.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados