• ᨒ↟↟𓂃 ོ ☼𓂃↟ 𖠰𓂃 ོ𓂃ᨒᨒ↟↟𓂃↟ 𖠰𓂃 𓂃
    Una roca esférica del tamaño de una habitación cae de una gran altura cerca de lo que aparentemente era una llanura descampada donde nadie se encontraba. El sitio se estremece en un leve temblor, la tierra se levanta del suelo de los alrededores y antes de que pueda detectarse con la vista, aquel objeto ya estaba en el aire una vez mas tras rebotar en la lisa superficie del ambiente.

    La roca continúa su trayectoria hasta golpear un gran montículo de tierra. Era peculiar, parecía estar puesto alli aproposito (Y lo estaba). El montículo es derribado por la fuerza del impacto causando, una vez más, un levantamiento en la tierra que está vez se queda en el aire formando una cortina que no dejaba que se colarán los rayos del son cálido matutino.

    Tras ese acontecimiento, se oye una carcajada lejana y en lo alto. Proviene de un reptil gigante, parado sobre un pilar de piedra destacando su presencia como un águila sobrevolando en los aires. No dura mucho en un solo lugar sin embargo, tras acabar su diversión aquel pilar comienza a descender junto el individuo encima de él.

    — Mí puntería se encuentra impecable, como siempre... —Alardea pensando en voz alta y escribiendo en un papel de pergamino lo que decía— Las rocas ahora me pesan mucho. Hoy fueron doscientos metros, mañana serán trescientos, solo necesito volver a acostumbrarme ¿Quien hiba a pensar que lanzar cosas y hacerlas estrellar con otras a lo cavernicola fuera tan divertido? Mí hermano tenía razón todo este tiempo. Solo esperó no haber espantado a alguien. He visto un grupo de aves volar a lo lejos ¿El estruendo no habrá hecho que alguno de los huevos de sus nidos se caigan verdad? ¡No podría dormir tranquilo con ese cargo de conciencia!

    Este al terminar de decir esto se queda pensando mientras relee lo que acababa de escribir. Satisfecho simplemente suspira y enrolla con cuidado el frágil material.

    — Supongo que eso es lo que puedo anotar hoy... Me pregunto si alguien leerá esto algún día ¿Habrá alguien interesado en estas memorias? —Voltea a ver a sus alrededores, la cortina de tierra se había desvanecido—. Que más da, lo que importa es que me ayuda a aclarar la mente.

    #DiarioDelGuardian
    ᨒ↟↟𓂃 ོ ☼𓂃↟ 𖠰𓂃 ོ𓂃ᨒᨒ↟↟𓂃↟ 𖠰𓂃 𓂃 Una roca esférica del tamaño de una habitación cae de una gran altura cerca de lo que aparentemente era una llanura descampada donde nadie se encontraba. El sitio se estremece en un leve temblor, la tierra se levanta del suelo de los alrededores y antes de que pueda detectarse con la vista, aquel objeto ya estaba en el aire una vez mas tras rebotar en la lisa superficie del ambiente. La roca continúa su trayectoria hasta golpear un gran montículo de tierra. Era peculiar, parecía estar puesto alli aproposito (Y lo estaba). El montículo es derribado por la fuerza del impacto causando, una vez más, un levantamiento en la tierra que está vez se queda en el aire formando una cortina que no dejaba que se colarán los rayos del son cálido matutino. Tras ese acontecimiento, se oye una carcajada lejana y en lo alto. Proviene de un reptil gigante, parado sobre un pilar de piedra destacando su presencia como un águila sobrevolando en los aires. No dura mucho en un solo lugar sin embargo, tras acabar su diversión aquel pilar comienza a descender junto el individuo encima de él. — Mí puntería se encuentra impecable, como siempre... —Alardea pensando en voz alta y escribiendo en un papel de pergamino lo que decía— Las rocas ahora me pesan mucho. Hoy fueron doscientos metros, mañana serán trescientos, solo necesito volver a acostumbrarme ¿Quien hiba a pensar que lanzar cosas y hacerlas estrellar con otras a lo cavernicola fuera tan divertido? Mí hermano tenía razón todo este tiempo. Solo esperó no haber espantado a alguien. He visto un grupo de aves volar a lo lejos ¿El estruendo no habrá hecho que alguno de los huevos de sus nidos se caigan verdad? ¡No podría dormir tranquilo con ese cargo de conciencia! Este al terminar de decir esto se queda pensando mientras relee lo que acababa de escribir. Satisfecho simplemente suspira y enrolla con cuidado el frágil material. — Supongo que eso es lo que puedo anotar hoy... Me pregunto si alguien leerá esto algún día ¿Habrá alguien interesado en estas memorias? —Voltea a ver a sus alrededores, la cortina de tierra se había desvanecido—. Que más da, lo que importa es que me ayuda a aclarar la mente. #DiarioDelGuardian
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  • Donde el silencio respira

    Habían pasado dos semanas desde que Akane llegó al pueblito cerca de las montañas de las montañas, un lugar que parecía dormido en el tiempo. Las calles empedradas, las fachadas de tejas antiguas y los geranios colgando de las ventanas componían una calma que rozaba lo irreal. Era como si cada rincón exhalara dulces memorias.

    Ella vivía en un pequeño cuarto alquilado en la casa de una viuda de unos 48 años. La mujer, de manos fuertes y voz pausada, no hacía muchas preguntas; simplemente aceptó la presencia de Akane con una mezcla de curiosidad y respeto. En ese hogar silencioso, Akane encontró algo raro: estabilidad. Los ruidos eran suaves, el reloj parecía caminar más lento, y sus sueños no la despertaban tan bruscamente como antes.

    Paseaba a diario por el pueblo, y aunque su juventud destacaba entre la mayoría de los habitantes mayores, nadie la miraba con recelo. Al contrario, los rostros se iluminaban al verla pasar, le ofrecían frutas del mercado, saludos calurosos, e incluso recuerdos de otros tiempos donde el pueblo no estaba tan lleno de canas.

    Su cuerpo, tras tanto desgaste, mostraba señales de sanación. Ya no tenía que sujetarse del marco de la puerta al levantarse por la mañana. Aun así, algo dentro de ella, aquella llama que había conocido como goblina o como ogresa demonio permanecía dormida. No era ausencia, era espera.

    Su cabello ahora completamente plateado, brillaba con una luz suave, casi lunar, que parecía intensificarse bajo el cielo nocturno. Las ojeras aún teñían su mirada, pero menos profundas, como cicatrices que ya no dolían tanto, aunque no podían olvidarse.

    En este lugar detenido en el tiempo, Akane no buscaba nada. Pero quizás, sin saberlo, comenzaba a encontrar algo.
    Donde el silencio respira Habían pasado dos semanas desde que Akane llegó al pueblito cerca de las montañas de las montañas, un lugar que parecía dormido en el tiempo. Las calles empedradas, las fachadas de tejas antiguas y los geranios colgando de las ventanas componían una calma que rozaba lo irreal. Era como si cada rincón exhalara dulces memorias. Ella vivía en un pequeño cuarto alquilado en la casa de una viuda de unos 48 años. La mujer, de manos fuertes y voz pausada, no hacía muchas preguntas; simplemente aceptó la presencia de Akane con una mezcla de curiosidad y respeto. En ese hogar silencioso, Akane encontró algo raro: estabilidad. Los ruidos eran suaves, el reloj parecía caminar más lento, y sus sueños no la despertaban tan bruscamente como antes. Paseaba a diario por el pueblo, y aunque su juventud destacaba entre la mayoría de los habitantes mayores, nadie la miraba con recelo. Al contrario, los rostros se iluminaban al verla pasar, le ofrecían frutas del mercado, saludos calurosos, e incluso recuerdos de otros tiempos donde el pueblo no estaba tan lleno de canas. Su cuerpo, tras tanto desgaste, mostraba señales de sanación. Ya no tenía que sujetarse del marco de la puerta al levantarse por la mañana. Aun así, algo dentro de ella, aquella llama que había conocido como goblina o como ogresa demonio permanecía dormida. No era ausencia, era espera. Su cabello ahora completamente plateado, brillaba con una luz suave, casi lunar, que parecía intensificarse bajo el cielo nocturno. Las ojeras aún teñían su mirada, pero menos profundas, como cicatrices que ya no dolían tanto, aunque no podían olvidarse. En este lugar detenido en el tiempo, Akane no buscaba nada. Pero quizás, sin saberlo, comenzaba a encontrar algo.
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  • ----- Starter -----

    Corporeidad, ese eje de mi nombre, clama un nombre en la lumbre de mi ayeres. Cobijados y perpetuos sobre un campo de líricos vestidos.

    Osadía de nocturnidad que amaré, es el espacio en el que sangro. Posee subtítulos que tornan espectros de huracanes y, ante mí, retienen un susurro que despierta el eje de mis sentidos. De prominentes espacios. Declamo a la tierra, en la que pasto, un cordel de bestias; de enjambre de lunas crecientes.

    Respiro en un área musical más allá del nirvana. Repto como el edificio en el que repaso, la corporeidad en la que habito; por unas veces más de las veces, en las que la marea de la imaginación se recrea en la tintura de mis pies; un silicio de versos de besos. De cándidos candiles cardinales.

    Expreso que sobrevivo. Como puedo me hago uno con el fuego, el trueno, la tempestad que azota a mis mejillas. Necesito un corazón en el que llorar por los caídos. Relato en nombre del trigal campal de las campanas. Repaso la lágrima que decrece y crece en el umbral de mis relicarios; esos con aromas a limas y cardenales de regueros de nobleza coronada.

    Deslizo mis deseos por la espuma que se encumbra en el cayado de treinta y tres minutos, en un punto de las tres de la tarde. En él reescribo las memorias del futuro. En le me hago un tempano de prisma y arcoíris de medidas relucientes. Reparto mermeladas de fresas con crema y ahí, y justo allí anuncio que he revivido.

    Ante el monstruo que gobierna el universo enfrento las valías; su respiración me encandila. La mañana entre la que se levanta, ante del nacimiento del sonido que recorre la silente nocturnidad, ama como nadie como yo le amo. Me estremezco y lloro por los caídos. Perdura la marejada en mi almohada. Y pese a que rezo, con la carencia de un rosario, hallo providencia y salvación entre las paredes de esta habitación repleta de oraciones y pájaros sonrientes.

    Por fin. Por fin. Por fin. Alguien me susurra al oído. Se decanta por vislumbrar mis ojos, esos con delirio de grandeza. La espada descansa ante mis terrenos y, al asomarme por los vitrales de fragante beldad acérrima, constato que la piedra en la que escribo con un carboncillo, remansa un jolgorio de hurto de la fantasía. Ante nosotros se abre el paraíso, se parten en dos, tres, y cuatro los envases de la esperanza que les entrego.

    Espérame, Roszyachán, conforme el firmamento tiembla el tiemplo ante el terror de tus hazañas es pensamiento; el día deja un reguero de sangre; la noche lo reta; pero la noche no es otra que tu pariente de miel de leche. Allí relatas que la más hazaña, ante la que te enfrentas, no es ante lo que no puedes ver con tus ojos de ejes de hielo. Mis ojos verdes recuerdan todo.

    Mi nacimiento entre repollos y crisálidas de helechos de alas de esas hadas, no temieron cargarme y encerrarme en esta armadura; vaciada y viciada entre mis propias ponencias que declaman por revivir al estremecido, al manso, al revivido en la realidad de los geranios de tus ojos.
    ----- Starter ----- Corporeidad, ese eje de mi nombre, clama un nombre en la lumbre de mi ayeres. Cobijados y perpetuos sobre un campo de líricos vestidos. Osadía de nocturnidad que amaré, es el espacio en el que sangro. Posee subtítulos que tornan espectros de huracanes y, ante mí, retienen un susurro que despierta el eje de mis sentidos. De prominentes espacios. Declamo a la tierra, en la que pasto, un cordel de bestias; de enjambre de lunas crecientes. Respiro en un área musical más allá del nirvana. Repto como el edificio en el que repaso, la corporeidad en la que habito; por unas veces más de las veces, en las que la marea de la imaginación se recrea en la tintura de mis pies; un silicio de versos de besos. De cándidos candiles cardinales. Expreso que sobrevivo. Como puedo me hago uno con el fuego, el trueno, la tempestad que azota a mis mejillas. Necesito un corazón en el que llorar por los caídos. Relato en nombre del trigal campal de las campanas. Repaso la lágrima que decrece y crece en el umbral de mis relicarios; esos con aromas a limas y cardenales de regueros de nobleza coronada. Deslizo mis deseos por la espuma que se encumbra en el cayado de treinta y tres minutos, en un punto de las tres de la tarde. En él reescribo las memorias del futuro. En le me hago un tempano de prisma y arcoíris de medidas relucientes. Reparto mermeladas de fresas con crema y ahí, y justo allí anuncio que he revivido. Ante el monstruo que gobierna el universo enfrento las valías; su respiración me encandila. La mañana entre la que se levanta, ante del nacimiento del sonido que recorre la silente nocturnidad, ama como nadie como yo le amo. Me estremezco y lloro por los caídos. Perdura la marejada en mi almohada. Y pese a que rezo, con la carencia de un rosario, hallo providencia y salvación entre las paredes de esta habitación repleta de oraciones y pájaros sonrientes. Por fin. Por fin. Por fin. Alguien me susurra al oído. Se decanta por vislumbrar mis ojos, esos con delirio de grandeza. La espada descansa ante mis terrenos y, al asomarme por los vitrales de fragante beldad acérrima, constato que la piedra en la que escribo con un carboncillo, remansa un jolgorio de hurto de la fantasía. Ante nosotros se abre el paraíso, se parten en dos, tres, y cuatro los envases de la esperanza que les entrego. Espérame, Roszyachán, conforme el firmamento tiembla el tiemplo ante el terror de tus hazañas es pensamiento; el día deja un reguero de sangre; la noche lo reta; pero la noche no es otra que tu pariente de miel de leche. Allí relatas que la más hazaña, ante la que te enfrentas, no es ante lo que no puedes ver con tus ojos de ejes de hielo. Mis ojos verdes recuerdan todo. Mi nacimiento entre repollos y crisálidas de helechos de alas de esas hadas, no temieron cargarme y encerrarme en esta armadura; vaciada y viciada entre mis propias ponencias que declaman por revivir al estremecido, al manso, al revivido en la realidad de los geranios de tus ojos.
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  • —No busques si lo que vas a encontrar no te va a gustar —Musitó Yuki mientras se miraba en el reflejo del espejo del baño. Hacía días que estaba más empecinada en averiguar su pasado, el porqué su memoria se había borrado, pero ¿por qué sentía que si no recordaba pronto, podría ser catastrófico? era como si cada pieza que encontraba, la acercaba a una realidad que no le iba a gustar.

    Soltó un suspiro, resignada. Su vida parecía una historia de ensueño, lo que cualquier mujer podría desear, pero en su interior, en su corazón, aunque no quisiera, necesitaba traer de vuelta sus memorias.
    —No busques si lo que vas a encontrar no te va a gustar —Musitó Yuki mientras se miraba en el reflejo del espejo del baño. Hacía días que estaba más empecinada en averiguar su pasado, el porqué su memoria se había borrado, pero ¿por qué sentía que si no recordaba pronto, podría ser catastrófico? era como si cada pieza que encontraba, la acercaba a una realidad que no le iba a gustar. Soltó un suspiro, resignada. Su vida parecía una historia de ensueño, lo que cualquier mujer podría desear, pero en su interior, en su corazón, aunque no quisiera, necesitaba traer de vuelta sus memorias.
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  • ・‥...━━━━━━ꜱᴛᴀʀᴛᴇʀ━━━━━━━…‥・
    Frente a ella, suspendida en un eje invisible, flotaba una espada. No temblaba. No tenía vaina. Su filo brillaba apenas, giraba lentamente, sin impulso ni viento, obedeciendo a una ley que ningún ser vivo recuerda. Nadie la empuñaba. Nadie la dirigía. Solo mataba. No con rabia, sino con función. Cualquiera que osara romper el silencio del claro… era atacado.

    Las cadenas que la rodeaban contra el árbol no dolían, pero tampoco la dejaban dormir. Eran muchas, superpuestas, enredadas como serpientes dormidas. Ninguna podía romperse sin romper algo más. A su alrededor crecían las solstasias, flores como la niebla, de tallos azul ceniza y pétalos en forma de delta invertido.

    Con el pasar de los ciclos, si aún podían llamarse así, las memorias comenzaron a desaparecer. No como un olvido suave, sino como una putrefacción del recuerdo. Sentía cómo le eran devoradas desde adentro, no por criaturas, sino por un hambre más antigua que el tiempo. No había imágenes. Solo huecos. Y en esos huecos, a veces, las palabras extrañas aparecían: fragmentos de un lenguaje del hueco que nunca aprendió, pero que parecía conocerla más de lo que ella se recordaba a sí misma.

    A veces, en el linde del delirio, una chispa de claridad brotaba. El rostro de alguien. El perfume de una ciudad que ya no existe. El tacto de una voz. Breves. Imposibles. Y luego, la muerte. Y luego, en algún punto volvía a renacer sin memoria.

    Ahora no sabía si estaba al principio o al final...
    ・‥...━━━━━━ꜱᴛᴀʀᴛᴇʀ━━━━━━━…‥・ Frente a ella, suspendida en un eje invisible, flotaba una espada. No temblaba. No tenía vaina. Su filo brillaba apenas, giraba lentamente, sin impulso ni viento, obedeciendo a una ley que ningún ser vivo recuerda. Nadie la empuñaba. Nadie la dirigía. Solo mataba. No con rabia, sino con función. Cualquiera que osara romper el silencio del claro… era atacado. Las cadenas que la rodeaban contra el árbol no dolían, pero tampoco la dejaban dormir. Eran muchas, superpuestas, enredadas como serpientes dormidas. Ninguna podía romperse sin romper algo más. A su alrededor crecían las solstasias, flores como la niebla, de tallos azul ceniza y pétalos en forma de delta invertido. Con el pasar de los ciclos, si aún podían llamarse así, las memorias comenzaron a desaparecer. No como un olvido suave, sino como una putrefacción del recuerdo. Sentía cómo le eran devoradas desde adentro, no por criaturas, sino por un hambre más antigua que el tiempo. No había imágenes. Solo huecos. Y en esos huecos, a veces, las palabras extrañas aparecían: fragmentos de un lenguaje del hueco que nunca aprendió, pero que parecía conocerla más de lo que ella se recordaba a sí misma. A veces, en el linde del delirio, una chispa de claridad brotaba. El rostro de alguien. El perfume de una ciudad que ya no existe. El tacto de una voz. Breves. Imposibles. Y luego, la muerte. Y luego, en algún punto volvía a renacer sin memoria. Ahora no sabía si estaba al principio o al final...
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  • — Este día a veces resulta agridulce cuando se es padre solamente de un recuerdo, de risas cuyo eco es todo lo que queda. Pero celebrar es bueno, necesario incluso, para mantener esas memorias vivas y agradecer por lo que fue, antes de lamentarse por lo que no pudo ser.
    — Este día a veces resulta agridulce cuando se es padre solamente de un recuerdo, de risas cuyo eco es todo lo que queda. Pero celebrar es bueno, necesario incluso, para mantener esas memorias vivas y agradecer por lo que fue, antes de lamentarse por lo que no pudo ser.
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  • Traición, desolación y soledad.

    Le ocurría desde hacía muchos años pero solo Adamai conocía su secreto. Ni siquiera se había atrevido a contarle a su propio padre lo que algunas noches parecía atormentarlo.

    Desde aquella batalla contra Nox y su primer contacto con el Selacube, se había percatado que parte de sus memorias pasaban lo atormentaban enas noches. Al principio constante, luego parecían aparecer solo cuando parecía afectarle algo como un recuerdo constante de un viejo fracaso que podría repetirse.

    Se removía en sueños, inquieto, mientras su mente repasaba las imágenes de antiguas vidas. De una historia ya olvidada pero que en realidad estaba firmemente tallada en su alma.
    Muerte, destrucción y llantos. El dolor de un puñal en la espalda de una traición.
    En sus sueños, podía ver lo que alguna vez fue el antiguo lugar que proclamaron como suyo en el mundo de los doce. Un elegante trono delicadamente trabajado por generaciones transmitidas en su pueblo, destruido y consumido por el fuego y la destrucción. El lejano ruido de un combate que parecía nunca terminar.
    En sueños, no podía verse a sí mismo, pero podía notarse sentado en el trono. Abatido. Cansado.

    A lo lejos, la feroz lucha contra una criatura tal vez tan antigua como el mismo krozmos y una de sus hermanas eliatropes.
    Podía distinguir el wakfu de su pueblo desvanecerse en el aire tras haber consumido hasta la última gota en un acto de desesperación y supervivencia. En su pecho, un agudo dolor tan insoportable que lo había adormecido. La pérdida de una mitad, de un igual, de un compañero y hermano. Su hermano.

    Herido y agotado. Incluso en su sueño juraba recordar el sentimiento de soledad y determinación. La necesidad de darlo todo hasta volver a su dofus.
    Las imágenes en su mente repasaron una feroz batalla antigua que lo llevaría hasta su propia destrucción antes de volver a su dofus.

    Despertaría agitado, transpirado y con el corazón acelerado. Jurando que si cerraba sus ojos podía volver a transportarse a tan lejano y doloroso recuerdo.
    Mientras ocultaba su rostro entre sus manos, intentaba controlar el temblor de su cuerpo y su acelerada respiración.

    — Está bien, ya pasó. —

    Se decía a sí mismo en su mente.

    — El mundo ya no está en peligro. Mi pueblo no es perseguido —

    Pero aunque insistía aquellas palabras en su mente, su corazón latía con dolorosa duda e inseguridad. Con el pasado miedo de volver a ser atormentados, perseguidos, por antiguas criaturas cargadas de poder y sed de venganza...
    Traición, desolación y soledad. Le ocurría desde hacía muchos años pero solo Adamai conocía su secreto. Ni siquiera se había atrevido a contarle a su propio padre lo que algunas noches parecía atormentarlo. Desde aquella batalla contra Nox y su primer contacto con el Selacube, se había percatado que parte de sus memorias pasaban lo atormentaban enas noches. Al principio constante, luego parecían aparecer solo cuando parecía afectarle algo como un recuerdo constante de un viejo fracaso que podría repetirse. Se removía en sueños, inquieto, mientras su mente repasaba las imágenes de antiguas vidas. De una historia ya olvidada pero que en realidad estaba firmemente tallada en su alma. Muerte, destrucción y llantos. El dolor de un puñal en la espalda de una traición. En sus sueños, podía ver lo que alguna vez fue el antiguo lugar que proclamaron como suyo en el mundo de los doce. Un elegante trono delicadamente trabajado por generaciones transmitidas en su pueblo, destruido y consumido por el fuego y la destrucción. El lejano ruido de un combate que parecía nunca terminar. En sueños, no podía verse a sí mismo, pero podía notarse sentado en el trono. Abatido. Cansado. A lo lejos, la feroz lucha contra una criatura tal vez tan antigua como el mismo krozmos y una de sus hermanas eliatropes. Podía distinguir el wakfu de su pueblo desvanecerse en el aire tras haber consumido hasta la última gota en un acto de desesperación y supervivencia. En su pecho, un agudo dolor tan insoportable que lo había adormecido. La pérdida de una mitad, de un igual, de un compañero y hermano. Su hermano. Herido y agotado. Incluso en su sueño juraba recordar el sentimiento de soledad y determinación. La necesidad de darlo todo hasta volver a su dofus. Las imágenes en su mente repasaron una feroz batalla antigua que lo llevaría hasta su propia destrucción antes de volver a su dofus. Despertaría agitado, transpirado y con el corazón acelerado. Jurando que si cerraba sus ojos podía volver a transportarse a tan lejano y doloroso recuerdo. Mientras ocultaba su rostro entre sus manos, intentaba controlar el temblor de su cuerpo y su acelerada respiración. — Está bien, ya pasó. — Se decía a sí mismo en su mente. — El mundo ya no está en peligro. Mi pueblo no es perseguido — Pero aunque insistía aquellas palabras en su mente, su corazón latía con dolorosa duda e inseguridad. Con el pasado miedo de volver a ser atormentados, perseguidos, por antiguas criaturas cargadas de poder y sed de venganza...
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  • El llanto de la eterna
    Fandom Original
    Categoría Original
    Anyel Martnes
    Keirot Korezu
    Jasuke Sarutobi

    https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og

    Aethor, la voz que no perdona...

    Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber.

    Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición.

    Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn...

    El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía.

    El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad.

    Y entonces lo sintió.

    No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más.

    Su voluntad. Su centro. Su alma.

    Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo.

    El silencio viviente.
    El recolector de linajes.
    El castigo para los de sangre real.

    “No fue una herida… fue una llave.”

    Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro.

    "No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí."

    Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío.

    "¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?"
    "¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?"
    "¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?"

    La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo.

    Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza.

    Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró...

    "¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos."

    Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed.

    Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas.
    Y su alma… apenas un eco.

    "¿Qué soy ahora...?"

    Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba.

    Una voz apagada.
    Un susurro débil.
    ¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias?

    Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos,
    eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.

    [Anyel01] [Keirot_Korezu] [vision_white_scorpion_304] https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og Aethor, la voz que no perdona... Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber. Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición. Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn... El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía. El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad. Y entonces lo sintió. No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más. Su voluntad. Su centro. Su alma. Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo. El silencio viviente. El recolector de linajes. El castigo para los de sangre real. “No fue una herida… fue una llave.” Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro. "No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí." Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío. "¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?" "¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?" "¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?" La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo. Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza. Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró... "¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos." Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed. Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas. Y su alma… apenas un eco. "¿Qué soy ahora...?" Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba. Una voz apagada. Un susurro débil. ¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias? Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos, eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.
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  • Fragmento del Diario de Alren Veyran, Cronista del Ocaso
    Fandom OC
    Categoría Aventura
    Entrada 247 – Séptima luna descendente, ciclo de ceniza

    He vuelto a soñar con ella. "La Llama del Juicio". No como mito, no como símbolo sino como una verdad que se filtra en las lagunas de mi mente. La he visto arder en medio del vacío, inmóvil, y a la vez danzando con la furia de lo que ha conocido el fin del tiempo.

    Hoy, tras años de rastrear textos perdidos y páginss arrancadas del polvo de templos hundidos, creo haber identificado los ingredientes necesarios para replicarla o quizás solo acercarme a su reflejo. Lo registro aquí, por si no vuelvo de esta búsqueda. Que al menos las palabras sobrevivan, aunque yo no lo haga.

    El primero es el Corazón de Umbra.
    Un mineral vivo y tan oscuro como el propio vacio, un órgano aún palpitante, tomado de una criatura que no pertenece del todo a este mundo. Un ente de sombra viva, nacido en los bordes del no-ser. Se dice que el juicio aún vive dentro de él. Lo hallé en el abismo de Vel'Hareth, cerca de los nichos de los túmulos oscuros custodiado por los Susurrantes. Casi pierdo el alma en el proceso. Aún oigo las voces. Cuidado con las capas de presion que devoran todo a su paso con calor, gases venenosos y criaturas aunque ciegas pero letales.

    Segundo, la Lágrima del Primer Olvido.
    No es agua, sino cristal puro. Se forma solo cuando un ser olvida su propósito, su nombre, su existencia y aún así, continúa caminando. La extraje de un anciano mendigo en las ruinas de Tharyn, que ya no recordaba que alguna vez fue rey. Aún se le ve vagando por el lugar sin rumbo alguno.

    Tercero, el Fragmento del Tiempo Quieto.
    Difícil de encontrar, más aún de sostener. Un instante que nunca sucedió, robado al reloj del cosmos. Me lo entregó una tejedora de destinos a cambio de una de mis memorias más preciadas. Ya no recuerdo el rostro de mi madre pero ha valido la pena.

    Cuarto, Sangre de un Ser Trascendido.
    Aquí mentiría si dijera que la obtuve sin costo. Fue en el plano de Lys'Nerath, donde habitan los que han roto el ciclo de la vida y la muerte. La criatura me miró con lástima cuando le pedí su sangre. Dijo que nadie que busque la Llama sigue siendo humano. No sé si tenía razón.

    Quinto, Ceniza de un Voto Incumplido.
    Fácil de hallar, difícil de aceptar. Debía romper mi promesa más sagrada. Lo hice. Aún siento el eco de su voz llamándome traidor.

    Sexto, Aliento de una Aurora Muerta.
    Lo recolecté en el Valle de los Soles Caídos, donde el cielo permanece perpetuamente oscuro. Las partículas eran frías al tacto, como si el día mismo hubiera muerto.

    Séptimo, el Eco de un Destino Reescrito.
    Lo robé del alma de una joven que desafió su muerte profetizada. Logró vivir. Pero algo cambió en ella, su sombra ya no la sigue del todo.

    Octavo y último, la Esencia de la Balanza Rota.
    Un polvo gris azulado, recogido de los restos del Equilibrio de Elan-Thur, destruido durante las Guerras Eternas. Lo custodiaba un monje sin ojos. No me detuvo. Nadie lo hizo.

    Los tengo todos.
    Y ahora, solo queda el ritual.
    Mañana, encenderé la Llama.
    O me convertiré en parte de ella...
    Entrada 247 – Séptima luna descendente, ciclo de ceniza He vuelto a soñar con ella. "La Llama del Juicio". No como mito, no como símbolo sino como una verdad que se filtra en las lagunas de mi mente. La he visto arder en medio del vacío, inmóvil, y a la vez danzando con la furia de lo que ha conocido el fin del tiempo. Hoy, tras años de rastrear textos perdidos y páginss arrancadas del polvo de templos hundidos, creo haber identificado los ingredientes necesarios para replicarla o quizás solo acercarme a su reflejo. Lo registro aquí, por si no vuelvo de esta búsqueda. Que al menos las palabras sobrevivan, aunque yo no lo haga. El primero es el Corazón de Umbra. Un mineral vivo y tan oscuro como el propio vacio, un órgano aún palpitante, tomado de una criatura que no pertenece del todo a este mundo. Un ente de sombra viva, nacido en los bordes del no-ser. Se dice que el juicio aún vive dentro de él. Lo hallé en el abismo de Vel'Hareth, cerca de los nichos de los túmulos oscuros custodiado por los Susurrantes. Casi pierdo el alma en el proceso. Aún oigo las voces. Cuidado con las capas de presion que devoran todo a su paso con calor, gases venenosos y criaturas aunque ciegas pero letales. Segundo, la Lágrima del Primer Olvido. No es agua, sino cristal puro. Se forma solo cuando un ser olvida su propósito, su nombre, su existencia y aún así, continúa caminando. La extraje de un anciano mendigo en las ruinas de Tharyn, que ya no recordaba que alguna vez fue rey. Aún se le ve vagando por el lugar sin rumbo alguno. Tercero, el Fragmento del Tiempo Quieto. Difícil de encontrar, más aún de sostener. Un instante que nunca sucedió, robado al reloj del cosmos. Me lo entregó una tejedora de destinos a cambio de una de mis memorias más preciadas. Ya no recuerdo el rostro de mi madre pero ha valido la pena. Cuarto, Sangre de un Ser Trascendido. Aquí mentiría si dijera que la obtuve sin costo. Fue en el plano de Lys'Nerath, donde habitan los que han roto el ciclo de la vida y la muerte. La criatura me miró con lástima cuando le pedí su sangre. Dijo que nadie que busque la Llama sigue siendo humano. No sé si tenía razón. Quinto, Ceniza de un Voto Incumplido. Fácil de hallar, difícil de aceptar. Debía romper mi promesa más sagrada. Lo hice. Aún siento el eco de su voz llamándome traidor. Sexto, Aliento de una Aurora Muerta. Lo recolecté en el Valle de los Soles Caídos, donde el cielo permanece perpetuamente oscuro. Las partículas eran frías al tacto, como si el día mismo hubiera muerto. Séptimo, el Eco de un Destino Reescrito. Lo robé del alma de una joven que desafió su muerte profetizada. Logró vivir. Pero algo cambió en ella, su sombra ya no la sigue del todo. Octavo y último, la Esencia de la Balanza Rota. Un polvo gris azulado, recogido de los restos del Equilibrio de Elan-Thur, destruido durante las Guerras Eternas. Lo custodiaba un monje sin ojos. No me detuvo. Nadie lo hizo. Los tengo todos. Y ahora, solo queda el ritual. Mañana, encenderé la Llama. O me convertiré en parte de ella...
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  • — 𝐸𝑙 𝐴𝑐𝑡𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑙 𝑉𝑒𝑙𝑜 𝐸𝑡𝑒𝑟𝑛𝑜 —

    El teatro estaba vacío. Las butacas cubiertas por sábanas blancas, como tumbas de espectadores ausentes. El aire olía a polvo antiguo y a rosas secas. Solo el eco respiraba en ese lugar, caminando por las vigas como un gato hambriento.

    Y en el escenario...
    Johan.

    Vestido de terciopelo negro con bordes dorados. Sentado frente a un espejo alto, ovalado, de esos que no reflejan tanto como devuelven memorias. Frente a él, una mesa con frascos de maquillaje, máscaras apiladas, pelucas, anillos, guantes y vendas. Tantas veces había cambiado de rostro que sus dedos sabían maquillarlo con los ojos cerrados.
    Hoy le tocaba ser alguien nuevo. O quizás alguien olvidado.

    —¿Quién seré esta noche? —se preguntó, y la voz no tenía ni una pizca de ironía. Era real la duda. Terriblemente real.

    Le habló a su reflejo, pero su reflejo no le devolvió la palabra.
    Solo lo miró, paciente, como se mira a alguien que se sigue ahogando en un pozo donde ya no hay agua.

    Porque Johan ya fue todo.

    Fue dios en una tierra sin fe. Fue demonio donde solo quedaba culpa.
    Fue padre, verdugo, sanador, mártir, traidor, maestro, esclavo, amante, tumba.
    Fue cada cosa con la misma pasión con la que un adicto busca el próximo trago de sí mismo.

    Y ahora...
    Ahora no quedaba nada.

    Pero debía actuar. Porque el silencio también exige máscaras. Porque incluso cuando el universo se duerme, alguien tiene que mantener viva la ilusión de que la historia continúa.

    Tomó un anillo. Lo giró entre los dedos.
    Un objeto antiguo. Recuerdo de un rol que lo marcó... aunque ya no recordaba cuál.
    Solo sabía que alguien —algún Johan pasado— había amado con ese anillo. O tal vez traicionado.

    —Hoy seré un salvador que no cree en la salvación —murmuró, mientras se cubría la cara con polvo blanco—. O un farsante que, por una vez, dice la verdad.

    Y entonces sonrió.
    No con burla. Sino con esa melancolía digna de un monstruo que ha jugado a ser humano demasiadas veces... y se ha olvidado de qué vino primero.

    Se puso de pie.
    La luz del escenario lo abrazó como un ritual. No había público. No había obra. Pero había que actuar. Porque el teatro no necesita testigos. Solo necesita que alguien lo mantenga vivo.

    Y Johan siempre está dispuesto.
    A ser todo.
    A ser nada.
    A interpretar cualquier cosa, menos a sí mismo.
    — 𝐸𝑙 𝐴𝑐𝑡𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑙 𝑉𝑒𝑙𝑜 𝐸𝑡𝑒𝑟𝑛𝑜 — El teatro estaba vacío. Las butacas cubiertas por sábanas blancas, como tumbas de espectadores ausentes. El aire olía a polvo antiguo y a rosas secas. Solo el eco respiraba en ese lugar, caminando por las vigas como un gato hambriento. Y en el escenario... Johan. Vestido de terciopelo negro con bordes dorados. Sentado frente a un espejo alto, ovalado, de esos que no reflejan tanto como devuelven memorias. Frente a él, una mesa con frascos de maquillaje, máscaras apiladas, pelucas, anillos, guantes y vendas. Tantas veces había cambiado de rostro que sus dedos sabían maquillarlo con los ojos cerrados. Hoy le tocaba ser alguien nuevo. O quizás alguien olvidado. —¿Quién seré esta noche? —se preguntó, y la voz no tenía ni una pizca de ironía. Era real la duda. Terriblemente real. Le habló a su reflejo, pero su reflejo no le devolvió la palabra. Solo lo miró, paciente, como se mira a alguien que se sigue ahogando en un pozo donde ya no hay agua. Porque Johan ya fue todo. Fue dios en una tierra sin fe. Fue demonio donde solo quedaba culpa. Fue padre, verdugo, sanador, mártir, traidor, maestro, esclavo, amante, tumba. Fue cada cosa con la misma pasión con la que un adicto busca el próximo trago de sí mismo. Y ahora... Ahora no quedaba nada. Pero debía actuar. Porque el silencio también exige máscaras. Porque incluso cuando el universo se duerme, alguien tiene que mantener viva la ilusión de que la historia continúa. Tomó un anillo. Lo giró entre los dedos. Un objeto antiguo. Recuerdo de un rol que lo marcó... aunque ya no recordaba cuál. Solo sabía que alguien —algún Johan pasado— había amado con ese anillo. O tal vez traicionado. —Hoy seré un salvador que no cree en la salvación —murmuró, mientras se cubría la cara con polvo blanco—. O un farsante que, por una vez, dice la verdad. Y entonces sonrió. No con burla. Sino con esa melancolía digna de un monstruo que ha jugado a ser humano demasiadas veces... y se ha olvidado de qué vino primero. Se puso de pie. La luz del escenario lo abrazó como un ritual. No había público. No había obra. Pero había que actuar. Porque el teatro no necesita testigos. Solo necesita que alguien lo mantenga vivo. Y Johan siempre está dispuesto. A ser todo. A ser nada. A interpretar cualquier cosa, menos a sí mismo.
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