Guiado por el hambre insaciable de su alter ego, Aegir, aquella noche, la copa giraba lentamente entre sus dedos, capturando destellos rojos bajo las luces tenues del burdel. Haneul apoyaba el peso del cuerpo contra la barra de mármol oscuro, observando con ojos entornados las figuras que se movían como sombras al compás de la música baja, grave, casi animal. El humo flotaba espeso en el aire, perfumado de deseo y desesperación. El calor en su pecho era distinto al del alcohol. Aegir latía bajo su piel, palpitante, insistente. El ojo derecho, ese púrpura encendido que ninguna sombra podía ocultar, brillaba como un faro para las mujeres que no dejaban de mirarlo, como moscas a la miel. —Sala VIP musitó una de ellas al pasar, con una sonrisa insinuante y un gesto sutil hacia el fondo del lugar. Él no respondió. No hizo falta. Se incorporó con calma y la siguió con la mirada unos segundos, antes de deslizarse lejos de la barra. Las suelas de sus zapatos resonaron contra el suelo de mármol hasta perderse en la alfombra gruesa de los pasillos. Al llegar a la sala VIP, empujó la puerta sin prisa. Dentro, el ambiente era aún más cerrado: terciopelo rojo en las paredes, madera oscura, un sillón de cuero envejecido en el centro. Las luces eran más tenues, más doradas. Más peligrosas. Haneul se dejó caer en el sillón con una cadencia pausada, acomodándose con los codos en los descansabrazos mientras la copa se balanceaba en su mano aún a medio beber. Esperando a la prometedora compañía de esa noche que estaba a punto de llegar.

La música del pub no era particularmente buena, pero al menos era lo suficientemente alta como para acallar sus pensamientos. Evie estaba sola en la barra, con una chaqueta roja colgada del respaldo y los auriculares enredados junto a su vaso. No escuchaba música esta vez. Solo los dejaba ahí, como una excusa para no hablar. El hielo sonó cuando terminó el trago de un solo movimiento. Ni preguntó qué era. Solo había dicho: “Lo que sea fuerte y rápido.” — Otra, por favor —murmuró, sin mirar al barman.

[frost_topaz_hare_445] La neblina acariciaba los adoquines mojados por la reciente lluvia. Sibiu, con su aire medieval y sus techos puntiagudos, parecía sumida en un sueño extraño, donde el tiempo no corría igual. En medio de esa quietud etérea, un afiche húmedo se deslizó con el viento y cayó justo frente a los pies de Lia. Era negro, con detalles en rojo carmesí y una tipografía elegante. En el centro, una silueta masculina envuelta en sombras. “SE BUSCA MUSA. Ministry Nightclub – Contratación inmediata. Belleza, oscuridad y deseo… sin límites.” La imagen era sugerente, casi perturbadora. Lia dudó. ¿Publicidad barata… o algo más? Pero no pudo ignorar la sensación que le erizó la piel al tocar el papel...una especie de pulso, casi imperceptible, vibrando en el aire. Sin pensarlo demasiado, caminó hacia el paradero más cercano y tomó el primer taxi que se detuvo ante su señal. Una vez dentro, las luces de la ciudad pasaban como manchas de neón sobre los cristales empañados. Lia revisaba el afiche una y otra vez. Una parte de ella gritaba que todo aquello era una mala idea… pero otra, más profunda, más insistente, ansiaba descubrir qué la llamaba desde ese lugar. Mientras su mente divagaba, dando vueltas sobre lo mismo, la voz del conductor la sacó de su trance. —¿Ministry? Hmm… lugar raro. La gente entra con una cara… y sale con otra —comentó, en un tono ambiguo, como si escondiera un significado entre líneas. Lia no supo si se trataba de una advertencia, una anécdota o un simple comentario al aire. —¿Qué tipo de gente va ahí? —preguntó, sintiendo que cuanto más indagaba, más crecía dentro de ella esa urgencia incontrolable. —Gente con hambre… pero no de comida —fue lo último que dijo el conductor antes de subir el volumen de la radio, como si quisiera cerrar el tema, o evitar decir algo de lo que pudiera arrepentirse. Veinte minutos después… https://www.youtube.com/watch?v=OlUGhOmIpOA El club se alzaba como una iglesia profana en medio de los edificios apagados. Columnas góticas, vitrales rojos iluminados desde dentro y un portón de hierro forjado le daban un aspecto imponente y algo inquietante. Cuando las puertas se abrieron, una explosión de luces intermitentes, perfumes embriagantes y música industrial la envolvió de inmediato. El aire olía a flores marchitas, cuero y humo dulce. Un portero vestido como un sacerdote del inframundo la dejó pasar sin hacer preguntas, como si ya estuvieran esperándola. Dentro, los cuerpos se movían como mareas humanas, entrelazados en deseo, música y delirio. Era un espectáculo entre lo tribal y lo divino, una danza donde no existía el tiempo ni la culpa. Y entonces lo vio... Al fondo, en un balcón alto de hierro negro, una figura observaba todo. Un hombre imponente, elegante, intocable. Vestido con la precisión de un noble en medio del pecado. Sus ojos grises recorrían el lugar con calma depredadora… hasta que se cruzaron con los de Lia. Fue solo un instante, pero suficiente, para que un escalofrío recorriera su espina dorsal, haciéndola temblar. Sin darse cuenta, arrugó el afiche entre sus dedos.