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    Disculpas públicas desde el corazón

    Quiero pedir disculpas públicamente a la persona que, hasta el momento, se ha dado la oportunidad de conocer a Soo-min. A esa persona que, además de ofrecer un rol de la misma calidad con la que yo me esfuerzo en escribir, me ha hecho sentir a gusto, comprendida y valorada dentro de este mundo.

    Lamento profundamente si todo lo que comenté fue malinterpretado y si se sintió atacada personalmente. No fue mi intención en absoluto, y comprendo completamente su reacción, sin juzgarla.

    Últimamente me he sentido frustrada con el rol. Siento que, por más empeño que ponga, es imposible lograr que otros personajes interactúen con el mío. Me encantaría que Soo-min pudiera tener un círculo amplio: una familia, amistades, personas que pertenezcan a su mundo, incluso una pareja. Pero la realidad es que, muchas veces, siento que el 99% de la gente no valora que invierta mi poco tiempo libre en crear y sostener un rol de calidad.

    A eso se suma algo que me pesa cada vez más: la culpa de ser española y no coincidir en horarios con la mayoría. Muchas veces me siento fuera de ritmo, como si por más que quiera avanzar, no llegara a tiempo a nada. Y eso me hace dudar de si soy apta para esto, si lo único que puedo hacer es subir publicaciones de Soo-min cuando no tengo nada más que hacer por aquí.

    Pero quiero dejar muy claro que no es mi intención abandonar el rol con esa persona que me ha permitido sentirme útil y valorada. No quiero perder la conexión y el rol brutal que compartimos. Si finalmente se pierde, lo aceptaré... pero no es lo que deseo.

    Mil disculpas de corazón. Gracias por leerme.
    Disculpas públicas desde el corazón Quiero pedir disculpas públicamente a la persona que, hasta el momento, se ha dado la oportunidad de conocer a Soo-min. A esa persona que, además de ofrecer un rol de la misma calidad con la que yo me esfuerzo en escribir, me ha hecho sentir a gusto, comprendida y valorada dentro de este mundo. Lamento profundamente si todo lo que comenté fue malinterpretado y si se sintió atacada personalmente. No fue mi intención en absoluto, y comprendo completamente su reacción, sin juzgarla. Últimamente me he sentido frustrada con el rol. Siento que, por más empeño que ponga, es imposible lograr que otros personajes interactúen con el mío. Me encantaría que Soo-min pudiera tener un círculo amplio: una familia, amistades, personas que pertenezcan a su mundo, incluso una pareja. Pero la realidad es que, muchas veces, siento que el 99% de la gente no valora que invierta mi poco tiempo libre en crear y sostener un rol de calidad. A eso se suma algo que me pesa cada vez más: la culpa de ser española y no coincidir en horarios con la mayoría. Muchas veces me siento fuera de ritmo, como si por más que quiera avanzar, no llegara a tiempo a nada. Y eso me hace dudar de si soy apta para esto, si lo único que puedo hacer es subir publicaciones de Soo-min cuando no tengo nada más que hacer por aquí. Pero quiero dejar muy claro que no es mi intención abandonar el rol con esa persona que me ha permitido sentirme útil y valorada. No quiero perder la conexión y el rol brutal que compartimos. Si finalmente se pierde, lo aceptaré... pero no es lo que deseo. Mil disculpas de corazón. Gracias por leerme.
    Me entristece
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  • https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D

    Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras.

    Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel.

    Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó.

    Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante.

    No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia.

    Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad.

    Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador.

    “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
    https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras. Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel. Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó. Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante. No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia. Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad. Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador. “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
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  • "El día que los muertos caminaron con la primavera"

    Melinoë

    La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía.

    La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje.

    Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado.

    Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar.

    Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde.

    El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo.

    Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro.

    Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final.

    No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte.

    Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia.

    Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste.

    Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
    "El día que los muertos caminaron con la primavera" [Mel_Infra] La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía. La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje. Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado. Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar. Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde. El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo. Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro. Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final. No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte. Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia. Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste. Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
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  • -Hoy me siento atrapada en las garras de una oscuridad insondable, un ser maligno que acecha cada rincón de mi ser sin descanso. Sus ojos invisibles parecen seguir cada uno de mis movimientos, observándome en silencio desde el rincón más sombrío de mi habitación. Cada noche, su presencia se hace más palpable, envolviéndome en un aire denso y opresivo que me obliga a obedecer sus insinuaciones de forma mecánica y temerosa.

    Cada solicitud de este ser siniestro es una orden que debo cumplir sin rechistar, consciente de que el más mínimo error desencadenará un castigo despiadado y consecuencias devastadoras para mi frágil existencia. Aunque intento encerrarlo en el laberinto de mi piel y ocultarlo en el silencio de mis pensamientos, descubro con espanto que un corazón que palpita con miedo siempre deja rastros visibles.

    Se cuela a través de las fisuras más diminutas de mi ser, manifestándose en la oscuridad de una mirada furtiva o en la sombra de un gesto apenas perceptible. Este ser de sombras parece conocer mis debilidades más íntimas, explorando mis recovecos más oscuros con una astucia diabólica que me deja indefenso ante su influencia insidiosa.

    Hoy, más que nunca, siento la presión ineludible de su presencia, envolviéndome en una telaraña de miedo y sombras que amenaza con devorar mi ser entero. ¿Cómo escapar de este ente malévolo que parece tener el control absoluto sobre mí? Mis pensamientos se agitan en un torbellino de incertidumbre y desasosiego, mientras lucho por mantener mi cordura en medio de la oscuridad que amenaza con engullirme.

    Mañana será otro día en la lucha constante contra esta fuerza desconocida que se agazapa en las sombras de mi existencia, pero por ahora, debo enfrentar la noche con valentía y resistir la tentación de sucumbir ante la oscuridad que me rodea.

    El temor se mezcla con la determinación en mi corazón, mientras la batalla interna contra este ser de sombras alcanza su punto álgido en la penumbra de mi habitación.

    Con desasosiego y determinación...
    -Hoy me siento atrapada en las garras de una oscuridad insondable, un ser maligno que acecha cada rincón de mi ser sin descanso. Sus ojos invisibles parecen seguir cada uno de mis movimientos, observándome en silencio desde el rincón más sombrío de mi habitación. Cada noche, su presencia se hace más palpable, envolviéndome en un aire denso y opresivo que me obliga a obedecer sus insinuaciones de forma mecánica y temerosa. Cada solicitud de este ser siniestro es una orden que debo cumplir sin rechistar, consciente de que el más mínimo error desencadenará un castigo despiadado y consecuencias devastadoras para mi frágil existencia. Aunque intento encerrarlo en el laberinto de mi piel y ocultarlo en el silencio de mis pensamientos, descubro con espanto que un corazón que palpita con miedo siempre deja rastros visibles. Se cuela a través de las fisuras más diminutas de mi ser, manifestándose en la oscuridad de una mirada furtiva o en la sombra de un gesto apenas perceptible. Este ser de sombras parece conocer mis debilidades más íntimas, explorando mis recovecos más oscuros con una astucia diabólica que me deja indefenso ante su influencia insidiosa. Hoy, más que nunca, siento la presión ineludible de su presencia, envolviéndome en una telaraña de miedo y sombras que amenaza con devorar mi ser entero. ¿Cómo escapar de este ente malévolo que parece tener el control absoluto sobre mí? Mis pensamientos se agitan en un torbellino de incertidumbre y desasosiego, mientras lucho por mantener mi cordura en medio de la oscuridad que amenaza con engullirme. Mañana será otro día en la lucha constante contra esta fuerza desconocida que se agazapa en las sombras de mi existencia, pero por ahora, debo enfrentar la noche con valentía y resistir la tentación de sucumbir ante la oscuridad que me rodea. El temor se mezcla con la determinación en mi corazón, mientras la batalla interna contra este ser de sombras alcanza su punto álgido en la penumbra de mi habitación. Con desasosiego y determinación...
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  • || +18, abierto, sólo hombres ||

    - ¿Vienen o no? - les preguntó a sus acompañantes con calma.

    La arena estaba suave y podía caminar descalza sin quemarse, las nubes emitían tenues sombras en algunos lugares, por lo que el astro rey era bastante aguantable. El aroma general de aquella playa era muy agradable, se podía sentir el ambiente salino y, sin embargo, no era abrasivo.

    El cuerpo de la reina caída estaba impoluto, como ya no le era muy usual hacía varios siglos. Ni un moretón, ni una marca de cuerda o cadena al rededor de su cuello. Su piel mantenía un sudor leve en esa pequeña isla tropical paradisíaca.

    Sus acompañantes le habían ganado en una subasta de arriendo de esclavos y ella no podía recordar cuántas veces había sido arrendada de esa forma. "Ella obedecerá", fueron las simples instrucciones que les dijo el martillero al finalizar esa subasta. La elfa aún tenía su magia, extrañamente no la usaba para liberarse de esas ataduras, pero sí para conjurar las comidas y bebidas que estaban en bajo las sombras de algunas palmeras.
    || +18, abierto, sólo hombres || - ¿Vienen o no? - les preguntó a sus acompañantes con calma. La arena estaba suave y podía caminar descalza sin quemarse, las nubes emitían tenues sombras en algunos lugares, por lo que el astro rey era bastante aguantable. El aroma general de aquella playa era muy agradable, se podía sentir el ambiente salino y, sin embargo, no era abrasivo. El cuerpo de la reina caída estaba impoluto, como ya no le era muy usual hacía varios siglos. Ni un moretón, ni una marca de cuerda o cadena al rededor de su cuello. Su piel mantenía un sudor leve en esa pequeña isla tropical paradisíaca. Sus acompañantes le habían ganado en una subasta de arriendo de esclavos y ella no podía recordar cuántas veces había sido arrendada de esa forma. "Ella obedecerá", fueron las simples instrucciones que les dijo el martillero al finalizar esa subasta. La elfa aún tenía su magia, extrañamente no la usaba para liberarse de esas ataduras, pero sí para conjurar las comidas y bebidas que estaban en bajo las sombras de algunas palmeras.
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  • La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche.

    Violento, súbito. Y despiadado.

    Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.

    El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.

    Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.

    El agua, entonces, volvió a reclamarla.
    Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.

    Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.

    Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.

    La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.

    Ekkora se incorporó.

    Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.

    No brillaba.
    No ardía.

    Negra.
    Profunda.

    Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.

    Entonces, abrió los ojos.
    Y no eran ojos humanos.

    Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.

    La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
    La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche. Violento, súbito. Y despiadado. Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo. El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura. Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva. El agua, entonces, volvió a reclamarla. Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie. Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua. Y fue esa misma mancha la que la sostuvo. La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo. Ekkora se incorporó. Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar. No brillaba. No ardía. Negra. Profunda. Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla. Entonces, abrió los ojos. Y no eran ojos humanos. Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes. La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
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  • ༒☬реконструкция☬༒

    𝐒𝐢 𝐦𝐢 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐭𝐚𝐧 𝐣𝐨𝐝𝐢𝐝𝐚, 𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫í𝐚 𝐭𝐮 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚... 𝐋𝐨 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐨.

    La gata pareció entender, de una forma casi imposible. Su hocico cálido se deslizó por su mejilla antes de dejar una breve lamida en la punta de su nariz. Un gesto simple. Calmante. Como si buscara aplacar el caos que llevaba dentro.

    Ser secuestrado. Torturado con una crueldad que su cuerpo aún recordaba. Y encima, perder años enteros de memoria.
    No era solo molesto. Era una forma distinta de tortura.

    Un fracaso. Absoluto.

    Kiev no reaccionó hasta que el felino cruzó la puerta. Solo entonces apartó la mirada, ya enturbiada, y se dejó caer en el sillón de la sala. Sentía cada parte de su cuerpo como una carga. La cabeza fue hacia atrás con un suspiro que no aliviaba nada. Su mano apretó el bastón con fuerza. No por necesidad… por obstinación. Por mantenerse en pie.

    No pensaba depender de él por mucho tiempo. El cuerpo sanaría. Lento, sí, pero constante. Y en cuanto estuviera listo, lo dejaría atrás. Como todo lo demás.

    La habitación se mantuvo en silencio. Pero su mente, no.

    Las palabras de Ryan aún flotaban en el aire. Pegajosas. Incómodas. Como moho sobre las paredes.

    "había alguien"

    Un chasquido seco interrumpió sus pensamientos: el nudillo golpeando sin querer la parte metálica del bastón.

    ¿Algo más? ¿Él? ¿Kiev?

    La idea le resultaba irrisoria. Incluso ofensiva.

    Había vivido entre pólvora, sangre y mentiras demasiado tiempo como para haberse creído capaz de anhelar algo así. Un futuro. Una vida compartida. No era el tipo de hombre que buscaba vínculos. O eso creía.

    ¿Y por qué demonios no lo recordaba?

    La imagen de Ryan regresó con su mezcla de culpa y agotamiento. No parecía estar fingiendo. Y eso lo hacía más difícil de aceptar.

    Porque si era verdad…

    Entonces alguien se había acercado.
    Demasiado.
    Había estado dentro.
    Y lo había dejado.

    El pecho ardía. No de dolor físico. Era algo más crudo, más oscuro. Una furia muda, dirigida a una figura sin rostro. A una presencia que se sentía como una amenaza… y, al mismo tiempo, como una ausencia que dolía más de lo que admitía.

    "Te abandonó apenas pudo."

    Por supuesto.
    Era lógico.
    ¿Quién se quedaría con alguien como él?

    Y sin embargo, algo se resistía. Una sensación difusa. Una idea de paz que alguna vez pudo haber tenido. Un eco. Inalcanzable. Tan leve como un susurro entre ruinas.

    Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo. Hurgar en el pasado no traía nada. Especialmente cuando estaba podrido. Mejor dejarlo enterrado.

    Se incorporó. Cada músculo se quejaba, pero no se detuvo. Caminó hacia el ventanal. La luz de la tarde se apagaba poco a poco, como si el día también quisiera olvidar.

    —Estás muerto, Kiev —murmuró con voz baja—. Lo que vino antes no importa.

    Tenía que seguir. Mantenerse firme. Retomar el control de lo que quedaba.

    Rubí se había ido quien sabe donde. Marcos solo le dejó informes de personas que el italiano había mandado. Según Ryan, eran figuras clave en su vida antes del secuestro.

    Ahora solo eran desconocidos en papeles sin alma.

    Pero debía comenzar por ahí.

    Poner orden. Recordar lo que pudiera.
    Después de todo, esto no era un juego.
    Y en la mafia, la ignorancia era una condena.
    ༒☬реконструкция☬༒ 𝐒𝐢 𝐦𝐢 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐭𝐚𝐧 𝐣𝐨𝐝𝐢𝐝𝐚, 𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫í𝐚 𝐭𝐮 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚... 𝐋𝐨 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐨. La gata pareció entender, de una forma casi imposible. Su hocico cálido se deslizó por su mejilla antes de dejar una breve lamida en la punta de su nariz. Un gesto simple. Calmante. Como si buscara aplacar el caos que llevaba dentro. Ser secuestrado. Torturado con una crueldad que su cuerpo aún recordaba. Y encima, perder años enteros de memoria. No era solo molesto. Era una forma distinta de tortura. Un fracaso. Absoluto. Kiev no reaccionó hasta que el felino cruzó la puerta. Solo entonces apartó la mirada, ya enturbiada, y se dejó caer en el sillón de la sala. Sentía cada parte de su cuerpo como una carga. La cabeza fue hacia atrás con un suspiro que no aliviaba nada. Su mano apretó el bastón con fuerza. No por necesidad… por obstinación. Por mantenerse en pie. No pensaba depender de él por mucho tiempo. El cuerpo sanaría. Lento, sí, pero constante. Y en cuanto estuviera listo, lo dejaría atrás. Como todo lo demás. La habitación se mantuvo en silencio. Pero su mente, no. Las palabras de Ryan aún flotaban en el aire. Pegajosas. Incómodas. Como moho sobre las paredes. "había alguien" Un chasquido seco interrumpió sus pensamientos: el nudillo golpeando sin querer la parte metálica del bastón. ¿Algo más? ¿Él? ¿Kiev? La idea le resultaba irrisoria. Incluso ofensiva. Había vivido entre pólvora, sangre y mentiras demasiado tiempo como para haberse creído capaz de anhelar algo así. Un futuro. Una vida compartida. No era el tipo de hombre que buscaba vínculos. O eso creía. ¿Y por qué demonios no lo recordaba? La imagen de Ryan regresó con su mezcla de culpa y agotamiento. No parecía estar fingiendo. Y eso lo hacía más difícil de aceptar. Porque si era verdad… Entonces alguien se había acercado. Demasiado. Había estado dentro. Y lo había dejado. El pecho ardía. No de dolor físico. Era algo más crudo, más oscuro. Una furia muda, dirigida a una figura sin rostro. A una presencia que se sentía como una amenaza… y, al mismo tiempo, como una ausencia que dolía más de lo que admitía. "Te abandonó apenas pudo." Por supuesto. Era lógico. ¿Quién se quedaría con alguien como él? Y sin embargo, algo se resistía. Una sensación difusa. Una idea de paz que alguna vez pudo haber tenido. Un eco. Inalcanzable. Tan leve como un susurro entre ruinas. Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo. Hurgar en el pasado no traía nada. Especialmente cuando estaba podrido. Mejor dejarlo enterrado. Se incorporó. Cada músculo se quejaba, pero no se detuvo. Caminó hacia el ventanal. La luz de la tarde se apagaba poco a poco, como si el día también quisiera olvidar. —Estás muerto, Kiev —murmuró con voz baja—. Lo que vino antes no importa. Tenía que seguir. Mantenerse firme. Retomar el control de lo que quedaba. Rubí se había ido quien sabe donde. Marcos solo le dejó informes de personas que el italiano había mandado. Según Ryan, eran figuras clave en su vida antes del secuestro. Ahora solo eran desconocidos en papeles sin alma. Pero debía comenzar por ahí. Poner orden. Recordar lo que pudiera. Después de todo, esto no era un juego. Y en la mafia, la ignorancia era una condena.
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  • La oscuridad es su pincel, y la negrura su vasta pintura para desdibujar a su placer. Ha nacido humano, más la muerte lo volvió algo más allá de ello, luego de su primer fallecimiento.

    Las sombras son su dominio absoluto, la noche aquello que responde a su llamado. Más allá del océano donde el alma descansa, se encuentra el abismo en el cual tiene su trono.

    De apariencia humana, más existencia no natural. Despojado de la normalidad que alguna vez fue su pan de cada día.

    Un comando es necesario…

    —Surjan.

    Y así la oscuridad responderá, haciendo que los muertos se levanten a su comando.
    La oscuridad es su pincel, y la negrura su vasta pintura para desdibujar a su placer. Ha nacido humano, más la muerte lo volvió algo más allá de ello, luego de su primer fallecimiento. Las sombras son su dominio absoluto, la noche aquello que responde a su llamado. Más allá del océano donde el alma descansa, se encuentra el abismo en el cual tiene su trono. De apariencia humana, más existencia no natural. Despojado de la normalidad que alguna vez fue su pan de cada día. Un comando es necesario… —Surjan. Y así la oscuridad responderá, haciendo que los muertos se levanten a su comando.
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  • En lo profundo del reino onírico, donde el tiempo no dicta y la forma no manda, ella seguía trabajando. Impecable, como siempre. Invisible en su andar, pero inevitable en su influencia. Su habilidad, •Mar de sueños•, se expandía como un aliento tibio, llenando las mentes humanas de bruma suave y protectora, envolviéndolas en descanso e inspiración. Y con su don más sutil, •Sembradora de alivio•, tejía sin ruido la regeneración de la voluntad. Como un susurro divino apenas percibido, como una flor que brota en la sombra sin ser mirada.

    Aunque su corazón de niebla palpitara con una brisa inquieta por el destino de su maestro, Morfeo, no dejó que la perturbación habitara sus obras. El respeto que le tenía al señor Hypnos era templado y prudente —un respeto que no se acercaba a lo absoluto. Al fin y al cabo, pocos sabían que el río fluye sin pedir permiso. Que los sellos no contienen lo que se niega a ser atrapado. Que pocos saben ser padres, y aún menos, saben ser hijos. Que pocos sobreviven... y menos logran morir bien.

    Y sin embargo, Eunoë no era tristeza. Ni enojo. Ni resignación. Su presencia en los sueños era como la humedad en la niebla: no la ves llegar, pero sabes que está. Su bruma no era pesada, ni oscura. Solo... estaba. Tejía la sanación donde nadie miraba. Daba consuelo sin pedir reconocimiento. Aunque su alma vibrase en una nota lejana, era parte del silencio que calma.

    Una estrella fugaz pasó por encima de su rincón, y sin alzar la mirada, sus pequeñas manos de niebla continuaron trabajando.
    En lo profundo del reino onírico, donde el tiempo no dicta y la forma no manda, ella seguía trabajando. Impecable, como siempre. Invisible en su andar, pero inevitable en su influencia. Su habilidad, •Mar de sueños•, se expandía como un aliento tibio, llenando las mentes humanas de bruma suave y protectora, envolviéndolas en descanso e inspiración. Y con su don más sutil, •Sembradora de alivio•, tejía sin ruido la regeneración de la voluntad. Como un susurro divino apenas percibido, como una flor que brota en la sombra sin ser mirada. Aunque su corazón de niebla palpitara con una brisa inquieta por el destino de su maestro, Morfeo, no dejó que la perturbación habitara sus obras. El respeto que le tenía al señor Hypnos era templado y prudente —un respeto que no se acercaba a lo absoluto. Al fin y al cabo, pocos sabían que el río fluye sin pedir permiso. Que los sellos no contienen lo que se niega a ser atrapado. Que pocos saben ser padres, y aún menos, saben ser hijos. Que pocos sobreviven... y menos logran morir bien. Y sin embargo, Eunoë no era tristeza. Ni enojo. Ni resignación. Su presencia en los sueños era como la humedad en la niebla: no la ves llegar, pero sabes que está. Su bruma no era pesada, ni oscura. Solo... estaba. Tejía la sanación donde nadie miraba. Daba consuelo sin pedir reconocimiento. Aunque su alma vibrase en una nota lejana, era parte del silencio que calma. Una estrella fugaz pasó por encima de su rincón, y sin alzar la mirada, sus pequeñas manos de niebla continuaron trabajando.
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  • Tras salir de la ducha, se arregló con una pijama sencilla para bajar a su ala de estar, revisando el librero y tomando asiento, comenzando a leer tranquilamente.

    Todo era tan tranquilo, ni siquiera había vuelto a ver a sus hermanos, a Michael sobre todo, pero no le extrañaba.

    —La familia siempre está para ti...
    Si claro... ya una vez me dieron la espalda, esto no es novedad.

    Pensaba si decirles o no sobre el sobrino que tendrían, pero no veía caso, no convivian en absoluto y sabía que seguía siendo el detestado por el cielo a pesar de ser la mitad de Dios ahora.
    Tras salir de la ducha, se arregló con una pijama sencilla para bajar a su ala de estar, revisando el librero y tomando asiento, comenzando a leer tranquilamente. Todo era tan tranquilo, ni siquiera había vuelto a ver a sus hermanos, a Michael sobre todo, pero no le extrañaba. —La familia siempre está para ti... Si claro... ya una vez me dieron la espalda, esto no es novedad. Pensaba si decirles o no sobre el sobrino que tendrían, pero no veía caso, no convivian en absoluto y sabía que seguía siendo el detestado por el cielo a pesar de ser la mitad de Dios ahora.
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