• Hen lentor se perzys, ēdruta se vestri
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    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪

    Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey.

    Primero fue el rugido.
    Luego, la sombra.
    Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento.

    Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro.
    Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella.

    Seirys Ahai.
    La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir.
    El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza.

    Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo.

    Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura.
    Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido…
    …Pero pronto lo harían.

    Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer:

    > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.”
    (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona).



    Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas.
    Y entonces, todo se detuvo.

    El sonido. El aire. La respiración del mundo.

    Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella.

    Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención.
    A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición.

    La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal.
    No decía su nombre, pero todos sabían.
    Todos sentían.

    > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo.



    Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado.
    Una promesa. Una amenaza.
    Y también, una historia por escribirse.

    Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería.
    Quien tuviese miedo, la respetaría.
    Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión.




    ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras?

    El juego de tronos tiene una nueva pieza.
    Y su fuego no es un susurro.
    Es rugido.

    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪 Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey. Primero fue el rugido. Luego, la sombra. Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento. Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro. Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella. Seirys Ahai. La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir. El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza. Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo. Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura. Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido… …Pero pronto lo harían. Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer: > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.” (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona). Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas. Y entonces, todo se detuvo. El sonido. El aire. La respiración del mundo. Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella. Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención. A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición. La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal. No decía su nombre, pero todos sabían. Todos sentían. > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo. Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado. Una promesa. Una amenaza. Y también, una historia por escribirse. Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería. Quien tuviese miedo, la respetaría. Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión. ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras? El juego de tronos tiene una nueva pieza. Y su fuego no es un susurro. Es rugido.
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  • “Hay maldad… y luego está Rugal.”

    Terry caminaba solo por un callejón de South Town, donde las sombras parecían más largas cuando recordaba ciertos nombres. Se detuvo frente a una pared agrietada, la misma que años atrás había sido testigo de una emboscada que casi le cuesta la vida.

    *“Ese hombre no pelea por orgullo… ni por justicia. Él pelea por placer.”*

    Rugal no era como Geese, con su código retorcido y su fachada de control. Rugal era otra cosa:
    **frialdad envuelta en poder absoluto.**
    Un monstruo de elegancia brutal. Cada movimiento suyo parecía calculado no solo para derrotarte… sino para quebrarte.

    Terry tragó saliva al recordar la primera vez que lo enfrentó.
    La presión en el aire.
    La sensación de insignificancia.
    La certeza de que estaba peleando contra algo más allá de lo humano.

    *“Con él no hay honor. No hay gloria. Solo supervivencia.”*

    Recordó la mirada de Rugal —esos ojos vacíos, como si observara insectos arrastrándose.
    Recordó a los peleadores que no volvieron.
    Recordó el rugido de Omega Rugal y el olor del humo tras la explosión en la última batalla.

    *“No es un rival… es un aviso de lo que pasa cuando el poder pierde el alma.”*

    Terry ajustó su gorra y siguió caminando.
    Sabía que si Rugal alguna vez regresaba del infierno…
    **él estaría listo para mandarlo de vuelta.**


    https://youtu.be/iwUSeNGAwxI?si=C5RdbMOKsSZY2rPV
    “Hay maldad… y luego está Rugal.” Terry caminaba solo por un callejón de South Town, donde las sombras parecían más largas cuando recordaba ciertos nombres. Se detuvo frente a una pared agrietada, la misma que años atrás había sido testigo de una emboscada que casi le cuesta la vida. *“Ese hombre no pelea por orgullo… ni por justicia. Él pelea por placer.”* Rugal no era como Geese, con su código retorcido y su fachada de control. Rugal era otra cosa: **frialdad envuelta en poder absoluto.** Un monstruo de elegancia brutal. Cada movimiento suyo parecía calculado no solo para derrotarte… sino para quebrarte. Terry tragó saliva al recordar la primera vez que lo enfrentó. La presión en el aire. La sensación de insignificancia. La certeza de que estaba peleando contra algo más allá de lo humano. *“Con él no hay honor. No hay gloria. Solo supervivencia.”* Recordó la mirada de Rugal —esos ojos vacíos, como si observara insectos arrastrándose. Recordó a los peleadores que no volvieron. Recordó el rugido de Omega Rugal y el olor del humo tras la explosión en la última batalla. *“No es un rival… es un aviso de lo que pasa cuando el poder pierde el alma.”* Terry ajustó su gorra y siguió caminando. Sabía que si Rugal alguna vez regresaba del infierno… **él estaría listo para mandarlo de vuelta.** https://youtu.be/iwUSeNGAwxI?si=C5RdbMOKsSZY2rPV
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  • “Un líder que cede ante el miedo no es un líder en absoluto.”
    “Un líder que cede ante el miedo no es un líder en absoluto.”
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  • Los rumores se habían esparcido como la espuma, tras la caída de Tysea y Arneris, ambos reinos al sur de Asernova, la muerte del Rey y los príncipes que al igual que su padre habían perdido la vida en batalla, la caída del enemigo y la posterior desaparición de la Reina, aquella noticia había llenado las calles y callejones de La Ecria, que poco a poco despertaban entre sonidos y murmullos, se llenaban de de música y cadenas de flores.

    La reina volvía, los habitantes del reino veían en aquel retorno la esperanza de salir de aquella tristeza y caos que lo había invadido todo desde aquella batalla. El luto que habían guardado por su rey; Príncipe de los vanyar, había sido largo, pero no solo reflejaba la tristeza de perderlo a él y a sus príncipes guardianes si no la perdida de su propia esperanza, su vida tranquila que cayó esa noche ante el fuego, las espadas y el dolor.

    Las trompetas comenzaron a sonar cuando los cascos de aquel corcel resonaron sobre las baldosas del suelo, las manos de Nazli sostenían con firmeza las riendas de este, mientras miraba al frente dudo brevemente, sentía haberles fallado, uno de sus guardias tocó su mano, con suavidad —Ya está en casa, Majestad— Esas simples palabras sirvieron para calmarla. Nazli Teriat, reina de Asernova, regresaba a su reino.
    Los rumores se habían esparcido como la espuma, tras la caída de Tysea y Arneris, ambos reinos al sur de Asernova, la muerte del Rey y los príncipes que al igual que su padre habían perdido la vida en batalla, la caída del enemigo y la posterior desaparición de la Reina, aquella noticia había llenado las calles y callejones de La Ecria, que poco a poco despertaban entre sonidos y murmullos, se llenaban de de música y cadenas de flores. La reina volvía, los habitantes del reino veían en aquel retorno la esperanza de salir de aquella tristeza y caos que lo había invadido todo desde aquella batalla. El luto que habían guardado por su rey; Príncipe de los vanyar, había sido largo, pero no solo reflejaba la tristeza de perderlo a él y a sus príncipes guardianes si no la perdida de su propia esperanza, su vida tranquila que cayó esa noche ante el fuego, las espadas y el dolor. Las trompetas comenzaron a sonar cuando los cascos de aquel corcel resonaron sobre las baldosas del suelo, las manos de Nazli sostenían con firmeza las riendas de este, mientras miraba al frente dudo brevemente, sentía haberles fallado, uno de sus guardias tocó su mano, con suavidad —Ya está en casa, Majestad— Esas simples palabras sirvieron para calmarla. Nazli Teriat, reina de Asernova, regresaba a su reino.
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  • El atardecer ya empezaba a caer y el cielo apenas comenzaba a teñirse de tonos anaranjados cuando Mark despegó con un rugido sónico, cruzando el firmamento como una bala azul. La atmósfera se convirtió en un recuerdo en segundos, y pronto flotaba en el negro silencioso del espacio, con la Tierra encogiéndose detrás de el a medida que iba avazando.

    Parte de su entrenamiento para fortalecer su velocidad y resistencia era medir que tanto tardaba en llegar de un punto a otro. Era un entrenamiento que Cecil le había puesto y ya era la tercera vez que lo estaba poniendo en practica, pero esta vez sin espectadores, ni agentes ni nadie con una computadora que pudiera molestarlo.

    Su destino actual: la Luna. Apretó los puños y mantuvo la trayectoria directa, sintiendo el leve tirón de la gravedad lunar cuando estaba a punto de llegar. Frenó en seco justo antes de impactar, descendiendo suavemente hasta posar los pies sobre la superficie gris. sin perder tiempo, flexionó las piernas y salió disparado de vuelta, atravesando el espacio con la misma velocidad, ahora con el cuerpo entero temblando por el esfuerzo. La atmósfera terrestre lo recibió con una vibración brutal, pero Mark la atravesó con precisión quirúrgica, descendiendo con control absoluto.

    Descendió en un campamento abandonado por los agentes de Cecil, cayendo de pie sin causar más que un leve suspiro de viento. Dio un par de pasos tambaleantes, y luego se dejó caer de espaldas sobre el suelo. Jadeó un momento, con el pecho subiendo y bajando con esfuerzo.

    —Ok, volar a la Luna y volver en tiempo récord sigue sonando más cool de lo que se siente. —hizo una breve pausa para recuperar algo de aliento.

    —Voy a quedarme aquí… solo cinco minutos. O hasta que el planeta se vuelva más cómodo. Lo que pase primero.
    El atardecer ya empezaba a caer y el cielo apenas comenzaba a teñirse de tonos anaranjados cuando Mark despegó con un rugido sónico, cruzando el firmamento como una bala azul. La atmósfera se convirtió en un recuerdo en segundos, y pronto flotaba en el negro silencioso del espacio, con la Tierra encogiéndose detrás de el a medida que iba avazando. Parte de su entrenamiento para fortalecer su velocidad y resistencia era medir que tanto tardaba en llegar de un punto a otro. Era un entrenamiento que Cecil le había puesto y ya era la tercera vez que lo estaba poniendo en practica, pero esta vez sin espectadores, ni agentes ni nadie con una computadora que pudiera molestarlo. Su destino actual: la Luna. Apretó los puños y mantuvo la trayectoria directa, sintiendo el leve tirón de la gravedad lunar cuando estaba a punto de llegar. Frenó en seco justo antes de impactar, descendiendo suavemente hasta posar los pies sobre la superficie gris. sin perder tiempo, flexionó las piernas y salió disparado de vuelta, atravesando el espacio con la misma velocidad, ahora con el cuerpo entero temblando por el esfuerzo. La atmósfera terrestre lo recibió con una vibración brutal, pero Mark la atravesó con precisión quirúrgica, descendiendo con control absoluto. Descendió en un campamento abandonado por los agentes de Cecil, cayendo de pie sin causar más que un leve suspiro de viento. Dio un par de pasos tambaleantes, y luego se dejó caer de espaldas sobre el suelo. Jadeó un momento, con el pecho subiendo y bajando con esfuerzo. —Ok, volar a la Luna y volver en tiempo récord sigue sonando más cool de lo que se siente. —hizo una breve pausa para recuperar algo de aliento. —Voy a quedarme aquí… solo cinco minutos. O hasta que el planeta se vuelva más cómodo. Lo que pase primero.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    De nuevo me largo, no estoy bien en absoluto. Bais.
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  • ☬༒𝐍𝐄𝐖𝐒༒☬

    ── 𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐝𝐢𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐯𝐞𝐨 𝐚𝐡í 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐑𝐲𝐚𝐧.
    ── 𝐌𝐞 𝐭𝐞𝐦𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢, 𝐦𝐢 𝐬𝐞ñ𝐨𝐫.
    ── ... 𝐌𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚.





    Habían pasado ya varios días desde que Kiev despertó, y su recuperación había culminado por completo. El bastón que en algún momento sostuvo para mantenerse en pie ya no era necesario. Era natural que retomara sus funciones como jefe: asistir a reuniones, presentarse en galas organizadas para sellar acuerdos, revisar los informes sobre importación de mercancía, supervisar los puertos, mantener en orden la seguridad interna y asegurarse de que ningún cabrón metiera mano donde no debía. Todo ello le tomó tiempo.

    Con la memoria aún fragmentada, no lograba reconocer los rostros de aquellos con quienes había firmado tratados o sellado alianzas en el pasado. Se vio obligado a ponerse al día a través de informes, fotografías, nombres, datos, detalles. Memorizar lo que alguna vez conoció de memoria. El proceso era pesado, pero no podía darse el lujo de delegar por completo. No si quería conservar el control. No si quería reclamar lo que le pertenecía.

    El italiano había sido de gran ayuda en su momento, y poco a poco logró recuperar su independencia, enfrentar los deberes solo. Fue estresante, sí. Pero, eventualmente, todo comenzó a tomar nuevamente su ritmo.

    Dejó que Ryan viajara a Italia para cerrar una alianza que, desde su punto de vista, no le ofrecía ningún beneficio. Especialmente cuando tenía en mente expandirse aún más. La decisión provocó una discusión feroz con el italiano. Pero no había vuelta atrás. O los sacaba de su camino, o terminaría arrastrándolos con él hasta el fondo del fango. ¿Cruel? Tal vez. ¿Innecesario? En absoluto. Las mafias se movían por beneficios. Y él no era la excepción.

    Sobre todo cuando debía volver a Rusia a reclamar aquello que su padre le había dejado como "herencia". Claro, como si matarlo y clavar su cabeza en una pared como trofeo no fuera lo suficiente después de matarlo. Una sugerencia que, por supuesto, vino de ese rubio y que se hizo. ¿Quién estaba más loco?

    La ausencia del "zar" había dejado un vacío de poder. Un desequilibrio que Kiev sabía debía corregir. Si él no tomaba ese trono, si no se aferraba a su sangre como justificación, aparecerían otros perros callejeros disfrazados de pastores. Y entonces comenzaría una nueva cacería. Una por su cabeza, por la de Ryan, y la de Rubí.

    No esperaba que Ryan lo entendiera. El italiano tenía suficiente caos sobre sus hombros, intentando resistir los embates constantes de la mafia Di Conti.

    Lo que no esperaba, bajo ninguna circunstancia, era encender la televisión y encontrarlo allí. En las noticias. En un reportaje de anoche. Junto a un pelinegro, rodeado de patrullas policiales frente a… ¿una petshop?

    Soltó un suspiro. Una mezcla entre cansancio, incredulidad y una frustración creciente que le subió por la espalda como un escalofrío. Llevó el cigarro a los labios, dejó que el humo escapara lento mientras la noticia seguía desarrollándose en la pantalla.

    "Pelea de bandas dentro de una petshop. Varios muertos."
    El título en mayúsculas le parecía un chiste de mal gusto.

    Las cámaras enfocaban el caos en el fondo, pero él no tenía ojos para eso. Sus ojos estaban fijos en la figura que abandonaba la escena con total impunidad. Ryan, caminando con un chico al lado, ambos cargando bolsas de… ¿comida para mascotas?

    Su teléfono vibró.

    "Por fin pude hacer que esta gata comiera. Ya casi llego. Estoy llevando a Hanna."

    Kiev cerró los ojos, llevándose una mano al rostro.

    ¿Entonces todo esto… todo esto, era por comida para la gata?
    ☬༒𝐍𝐄𝐖𝐒༒☬ ── 𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐝𝐢𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐯𝐞𝐨 𝐚𝐡í 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐑𝐲𝐚𝐧. ── 𝐌𝐞 𝐭𝐞𝐦𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢, 𝐦𝐢 𝐬𝐞ñ𝐨𝐫. ── ... 𝐌𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚. Habían pasado ya varios días desde que Kiev despertó, y su recuperación había culminado por completo. El bastón que en algún momento sostuvo para mantenerse en pie ya no era necesario. Era natural que retomara sus funciones como jefe: asistir a reuniones, presentarse en galas organizadas para sellar acuerdos, revisar los informes sobre importación de mercancía, supervisar los puertos, mantener en orden la seguridad interna y asegurarse de que ningún cabrón metiera mano donde no debía. Todo ello le tomó tiempo. Con la memoria aún fragmentada, no lograba reconocer los rostros de aquellos con quienes había firmado tratados o sellado alianzas en el pasado. Se vio obligado a ponerse al día a través de informes, fotografías, nombres, datos, detalles. Memorizar lo que alguna vez conoció de memoria. El proceso era pesado, pero no podía darse el lujo de delegar por completo. No si quería conservar el control. No si quería reclamar lo que le pertenecía. El italiano había sido de gran ayuda en su momento, y poco a poco logró recuperar su independencia, enfrentar los deberes solo. Fue estresante, sí. Pero, eventualmente, todo comenzó a tomar nuevamente su ritmo. Dejó que Ryan viajara a Italia para cerrar una alianza que, desde su punto de vista, no le ofrecía ningún beneficio. Especialmente cuando tenía en mente expandirse aún más. La decisión provocó una discusión feroz con el italiano. Pero no había vuelta atrás. O los sacaba de su camino, o terminaría arrastrándolos con él hasta el fondo del fango. ¿Cruel? Tal vez. ¿Innecesario? En absoluto. Las mafias se movían por beneficios. Y él no era la excepción. Sobre todo cuando debía volver a Rusia a reclamar aquello que su padre le había dejado como "herencia". Claro, como si matarlo y clavar su cabeza en una pared como trofeo no fuera lo suficiente después de matarlo. Una sugerencia que, por supuesto, vino de ese rubio y que se hizo. ¿Quién estaba más loco? La ausencia del "zar" había dejado un vacío de poder. Un desequilibrio que Kiev sabía debía corregir. Si él no tomaba ese trono, si no se aferraba a su sangre como justificación, aparecerían otros perros callejeros disfrazados de pastores. Y entonces comenzaría una nueva cacería. Una por su cabeza, por la de Ryan, y la de Rubí. No esperaba que Ryan lo entendiera. El italiano tenía suficiente caos sobre sus hombros, intentando resistir los embates constantes de la mafia Di Conti. Lo que no esperaba, bajo ninguna circunstancia, era encender la televisión y encontrarlo allí. En las noticias. En un reportaje de anoche. Junto a un pelinegro, rodeado de patrullas policiales frente a… ¿una petshop? Soltó un suspiro. Una mezcla entre cansancio, incredulidad y una frustración creciente que le subió por la espalda como un escalofrío. Llevó el cigarro a los labios, dejó que el humo escapara lento mientras la noticia seguía desarrollándose en la pantalla. "Pelea de bandas dentro de una petshop. Varios muertos." El título en mayúsculas le parecía un chiste de mal gusto. Las cámaras enfocaban el caos en el fondo, pero él no tenía ojos para eso. Sus ojos estaban fijos en la figura que abandonaba la escena con total impunidad. Ryan, caminando con un chico al lado, ambos cargando bolsas de… ¿comida para mascotas? Su teléfono vibró. "Por fin pude hacer que esta gata comiera. Ya casi llego. Estoy llevando a Hanna." Kiev cerró los ojos, llevándose una mano al rostro. ¿Entonces todo esto… todo esto, era por comida para la gata?
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  • ¿Una expedición al abismo?¿Estáis todos locos?
    Fandom Made in Abyss
    Categoría Aventura
    Rol con: 𝐌𝐨𝐧𝐬𝐭𝐞𝐫 , [sinner_without_sin], [lunar_ruby_zebra_434], Kalhi NigDurgae

    El Abismo… Un enorme pozo que se abre hacia las profundidades del mundo. Se extiende cientos, miles de metros hacia abajo, con capas sucesivas que esconden ecosistemas, ruinas y criaturas jamás vistas en la superficie. La gravedad del Abismo es única, y con ella, una maldición terrible: quienes descienden arriesgan no solo sus vidas, sino su cuerpo y mente al intentar regresar. A pesar de esto, el Abismo atrae a los más valientes, a los que buscan respuestas, tesoros y secretos olvidados. Orth, la ciudad construida alrededor de su borde, vive y respira por el Abismo, porque en sus entrañas yace la promesa y el peligro más absoluto.

    En una isla al borde del mundo yacía este majestuoso lugar, y poco sabía una de sus exploradoras más frecuentes, que dentro de poco tendría que lidiar con la angustia de un grupo con ansias de bajar al mismo. Esta mujer era Ozen, una mujer alta y corpulenta, con una presencia que impone respeto y temor. Su piel es pálida, casi blanca, probablemente debido a los muchos años que ha pasado en el abismo, alejada de la luz solar. Sus ojos, penetrantes y grises, tienen una mirada fría y distante que parece observar sin emoción, como si parte de ella se hubiera quedado dentro del abismo.

    Por otro lado, estaba Lorenzo, de cabello rojizo y ojos azul cielo, un hombre dividido por nadie más que por si mismo, el vivo reflejo de un eterno conflicto interior, atormentado por los recuerdos de una vida pasada, parecía desconocer incluso su propia identidad. Pero algo tenía claro, su propósito, la tan aclamada redención, era la punta de lanza de la iglesia, y como en muchas otras ocasiones, su viaje venía de cortesía de la misma, enviado para recolectar una supuesta herramienta divina, ubicada en el fondo de dicho abismo.

    Junto a él se encontraba una chica peliverde de actitud molesta, una bruja que ahora parecía interesada en él, o al menos, en sus secretos, no se alejaba excesivamente de él, y, a pesar de contradecir muchas de sus ideas, decidió aprender, tomarlo como maestro después de haber perdido a su anterior mentor, con un grimorio como único recuerdo, grimorio el cual Lorenzo conocía.

    Ajenos a todo esto se encontraban Kalhi, una cambiaformas de secretos bien guardados, ahora tomando la forma de un hombre de piel blanca y ojos verdes, de complexión aparentemente delgada, pero entrenada, una figura imponente teniendo en cuenta que no parecía separarse de sus armas, las cuales mantenía siempre cerca. Era un hombre de sentidos agudos, no solo por su naturaleza, sino por la experiencia de una vida dura. Modificado para cumplir su objetivo sin importar lo que ocurra.

    Junto a él se encontraba Monster, algo que pocos llamarían fantasía, pero muchos llamarían pesadilla. Un ser proveniente de más allá del plano corpóreo, cuyo único propósito era causar caos, discordia, todo con tal de alimentarse de las emociones de sus víctimas, pero no era lo único de lo que se alimentaba. De la misma manera que en vida fue caníbal, continuaba siéndolo tras su muerte. Ya conocido por Ozen, la misma le otorgó un título en pos de su amistad, "El lameculos favorito de Ozen".

    ----------------------------------------------

    Era de noche, los pasos de la mujer resonaban por los caminos de piedra, como si tras ellos hubiera un peso antiguo. Rara vez se veía a Ozen en la superficie, pero esta era una de esas ocasiones, tras años de exploración, decidió volver a deleitarse con la vida normal durante un tiempo. Se dirigió a nada más y nada menos que una taverna, con intenciones obvias de beber hasta no poder más.

    Al entrar al local, las personas parecían murmurar cosas sobre ella, algo que a Ozen no le sorprendía, pues había muchos rumores siniestros sobre ella, pero algo le llamó especialmente la atención, parecía que un hombre se había enterado de que se encontraba en la ciudad, y habían estado buscándola. Su descripción le sonaba, un cura pelirrojo de estatura media, entonces fue cuando entró él, Lorenzo, o Cipriano, O ambos, pues esa era la gracia de su existencia.

    El cura venía acompañado, notando que era la "niña lechuga", o así la llamaba ella, pero no le daría importancia.

    El hombre ojeó el local, como si estuviera escaneándolo por amenazas, su mirada parecía firme, casi como si juzgara a todos los presentes, entonces, vio a Ozen. Sin decir nada y con paso constante, se acercó a ella y tomó asiento en su mesa, su mirada parecía hablar por si misma. Se dirigió a alzar la voz, pero antes de decir nada, la puerta volvió a sonar con fuerza.
    Rol con: [Monster], [sinner_without_sin], [lunar_ruby_zebra_434], [kalh1] El Abismo… Un enorme pozo que se abre hacia las profundidades del mundo. Se extiende cientos, miles de metros hacia abajo, con capas sucesivas que esconden ecosistemas, ruinas y criaturas jamás vistas en la superficie. La gravedad del Abismo es única, y con ella, una maldición terrible: quienes descienden arriesgan no solo sus vidas, sino su cuerpo y mente al intentar regresar. A pesar de esto, el Abismo atrae a los más valientes, a los que buscan respuestas, tesoros y secretos olvidados. Orth, la ciudad construida alrededor de su borde, vive y respira por el Abismo, porque en sus entrañas yace la promesa y el peligro más absoluto. En una isla al borde del mundo yacía este majestuoso lugar, y poco sabía una de sus exploradoras más frecuentes, que dentro de poco tendría que lidiar con la angustia de un grupo con ansias de bajar al mismo. Esta mujer era Ozen, una mujer alta y corpulenta, con una presencia que impone respeto y temor. Su piel es pálida, casi blanca, probablemente debido a los muchos años que ha pasado en el abismo, alejada de la luz solar. Sus ojos, penetrantes y grises, tienen una mirada fría y distante que parece observar sin emoción, como si parte de ella se hubiera quedado dentro del abismo. Por otro lado, estaba Lorenzo, de cabello rojizo y ojos azul cielo, un hombre dividido por nadie más que por si mismo, el vivo reflejo de un eterno conflicto interior, atormentado por los recuerdos de una vida pasada, parecía desconocer incluso su propia identidad. Pero algo tenía claro, su propósito, la tan aclamada redención, era la punta de lanza de la iglesia, y como en muchas otras ocasiones, su viaje venía de cortesía de la misma, enviado para recolectar una supuesta herramienta divina, ubicada en el fondo de dicho abismo. Junto a él se encontraba una chica peliverde de actitud molesta, una bruja que ahora parecía interesada en él, o al menos, en sus secretos, no se alejaba excesivamente de él, y, a pesar de contradecir muchas de sus ideas, decidió aprender, tomarlo como maestro después de haber perdido a su anterior mentor, con un grimorio como único recuerdo, grimorio el cual Lorenzo conocía. Ajenos a todo esto se encontraban Kalhi, una cambiaformas de secretos bien guardados, ahora tomando la forma de un hombre de piel blanca y ojos verdes, de complexión aparentemente delgada, pero entrenada, una figura imponente teniendo en cuenta que no parecía separarse de sus armas, las cuales mantenía siempre cerca. Era un hombre de sentidos agudos, no solo por su naturaleza, sino por la experiencia de una vida dura. Modificado para cumplir su objetivo sin importar lo que ocurra. Junto a él se encontraba Monster, algo que pocos llamarían fantasía, pero muchos llamarían pesadilla. Un ser proveniente de más allá del plano corpóreo, cuyo único propósito era causar caos, discordia, todo con tal de alimentarse de las emociones de sus víctimas, pero no era lo único de lo que se alimentaba. De la misma manera que en vida fue caníbal, continuaba siéndolo tras su muerte. Ya conocido por Ozen, la misma le otorgó un título en pos de su amistad, "El lameculos favorito de Ozen". ---------------------------------------------- Era de noche, los pasos de la mujer resonaban por los caminos de piedra, como si tras ellos hubiera un peso antiguo. Rara vez se veía a Ozen en la superficie, pero esta era una de esas ocasiones, tras años de exploración, decidió volver a deleitarse con la vida normal durante un tiempo. Se dirigió a nada más y nada menos que una taverna, con intenciones obvias de beber hasta no poder más. Al entrar al local, las personas parecían murmurar cosas sobre ella, algo que a Ozen no le sorprendía, pues había muchos rumores siniestros sobre ella, pero algo le llamó especialmente la atención, parecía que un hombre se había enterado de que se encontraba en la ciudad, y habían estado buscándola. Su descripción le sonaba, un cura pelirrojo de estatura media, entonces fue cuando entró él, Lorenzo, o Cipriano, O ambos, pues esa era la gracia de su existencia. El cura venía acompañado, notando que era la "niña lechuga", o así la llamaba ella, pero no le daría importancia. El hombre ojeó el local, como si estuviera escaneándolo por amenazas, su mirada parecía firme, casi como si juzgara a todos los presentes, entonces, vio a Ozen. Sin decir nada y con paso constante, se acercó a ella y tomó asiento en su mesa, su mirada parecía hablar por si misma. Se dirigió a alzar la voz, pero antes de decir nada, la puerta volvió a sonar con fuerza.
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  • #desafiodivino #misiondiarialunes

    La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro.

    Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos.
    Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento.

    El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así.

    Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho.
    No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser.

    Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente.

    Pero no lo hicieron.

    Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado.
    Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana.

    Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró.

    Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre.

    A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas.
    Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen.

    **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.**
    Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano.

    Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
    #desafiodivino #misiondiarialunes La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro. Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos. Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento. El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así. Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho. No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser. Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente. Pero no lo hicieron. Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado. Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana. Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró. Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre. A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas. Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen. **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.** Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano. Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
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  • El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio.

    Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable.

    Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia.

    Porque siempre llega.

    Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar.

    Y entonces… el primer trueno.

    No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio.

    Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden.

    Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo.

    En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio.

    No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo.

    Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto.

    Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos.

    Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no.

    Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar.

    Y esta vez, no vino a hablar.

    No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar:

    Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia.

    Y entre ellas… está su nombre.

    Zeus.

    #desafiodivino #misiondiarialunes
    El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio. Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable. Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia. Porque siempre llega. Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar. Y entonces… el primer trueno. No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio. Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden. Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo. En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio. No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo. Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto. Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos. Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no. Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar. Y esta vez, no vino a hablar. No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar: Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia. Y entre ellas… está su nombre. Zeus. #desafiodivino #misiondiarialunes
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