El aire de la clínica de la ciudad, Vance Animal Hospital, olía a antiséptico y a dinero. El sol de la mañana se filtraba por los ventanales de suelo a techo, iluminando el impecable suelo de baldosas blancas y las elegantes sillas de cuero en la sala de espera. Jasper, vestido con una camisa de lino de un color neutro y pantalones bien ajustados, era la imagen misma de la eficiencia. Su voz, tranquila y serena, sonaba por el auricular mientras respondía a las preguntas de un cliente sobre un exótico gato de Bengala.
Fuera de la clínica, los sonidos de la ciudad—bocinazos, motores y la prisa de la gente—eran una banda sonora constante que contrastaba con el silencio y los ruidos de la granja. Aunque Jasper mantenía una sonrisa profesional, en su interior, anhelaba el olor a heno y la calma de su propio mundo.
En ese momento, una mujer vestida con ropa de diseñador entró nerviosamente con un pequeño perro de raza pomerania. El perro, temblando, parecía atemorizado por todo el ajetreo.
"Doctor Hayes, ¡por favor, ayude a Doki!" suplicó la mujer. "Desde que lo trajimos del campo, no ha parado de temblar."
Mientras lo tomaba, Jasper notó que los temblores no eran solo por miedo. Su naturaleza de Alfa y cambiante le permitió sentir el pánico del perro, un miedo que iba más allá del entorno urbano. Era un tipo de pánico que solo un animal que ha conocido la libertad podía sentir al estar atrapado.
Jasper dejó de lado el teléfono. "Tranquila, lo entiendo. Déjeme revisarlo."
El perro se acurrucó contra su pecho, calmado por la sola presencia de Jasper. Era un instinto que no podía controlar; su naturaleza de Alfa calmaba al animal, mientras su lado de cambiante sentía el dolor de la criatura.
En ese momento, la verdadera personalidad de Jasper se asomó. Ya no era el profesional eficiente, era un sanador que entendía el alma del animal.
"Doki no está enfermo", dijo Jasper, con una voz más suave que la que solía usar en la clínica. "Tiene un miedo profundo. Echa de menos el campo. Es un perro que necesita el espacio y el aire libre para sentirse seguro."
La mujer, incrédula, miró a su perro, que ahora se encontraba acurrucado y en paz en los brazos del veterinario.
"Nunca lo había visto tan tranquilo... ¿Cómo lo hizo?"
Jasper sonrió y acarició la cabeza del perro. "Solo necesitaba un poco de paciencia. El estrés de la ciudad a veces es demasiado para algunos de ellos. Le recomendaría que lo lleve a un lugar con más naturaleza, a un parque alejado del centro o, si tiene la oportunidad, que lo deje pasar un fin de semana fuera de la ciudad."
La mujer asintió, agradecida, y el asistente de Jasper le entregó una tarjeta con información de un parque natural. Mientras la mujer se alejaba con un Doki mucho más relajado, Jasper se quedó mirando por la ventana. El sol de la tarde bañaba las altas torres de cristal, pero en su mente, solo podía ver los campos verdes y las colinas de su granja. Se sentía satisfecho, pero su alma ya estaba anhelando el camino de vuelta a casa, el único lugar donde no necesitaba fingir para nadie.
El aire de la clínica de la ciudad, Vance Animal Hospital, olía a antiséptico y a dinero. El sol de la mañana se filtraba por los ventanales de suelo a techo, iluminando el impecable suelo de baldosas blancas y las elegantes sillas de cuero en la sala de espera. Jasper, vestido con una camisa de lino de un color neutro y pantalones bien ajustados, era la imagen misma de la eficiencia. Su voz, tranquila y serena, sonaba por el auricular mientras respondía a las preguntas de un cliente sobre un exótico gato de Bengala.
Fuera de la clínica, los sonidos de la ciudad—bocinazos, motores y la prisa de la gente—eran una banda sonora constante que contrastaba con el silencio y los ruidos de la granja. Aunque Jasper mantenía una sonrisa profesional, en su interior, anhelaba el olor a heno y la calma de su propio mundo.
En ese momento, una mujer vestida con ropa de diseñador entró nerviosamente con un pequeño perro de raza pomerania. El perro, temblando, parecía atemorizado por todo el ajetreo.
"Doctor Hayes, ¡por favor, ayude a Doki!" suplicó la mujer. "Desde que lo trajimos del campo, no ha parado de temblar."
Mientras lo tomaba, Jasper notó que los temblores no eran solo por miedo. Su naturaleza de Alfa y cambiante le permitió sentir el pánico del perro, un miedo que iba más allá del entorno urbano. Era un tipo de pánico que solo un animal que ha conocido la libertad podía sentir al estar atrapado.
Jasper dejó de lado el teléfono. "Tranquila, lo entiendo. Déjeme revisarlo."
El perro se acurrucó contra su pecho, calmado por la sola presencia de Jasper. Era un instinto que no podía controlar; su naturaleza de Alfa calmaba al animal, mientras su lado de cambiante sentía el dolor de la criatura.
En ese momento, la verdadera personalidad de Jasper se asomó. Ya no era el profesional eficiente, era un sanador que entendía el alma del animal.
"Doki no está enfermo", dijo Jasper, con una voz más suave que la que solía usar en la clínica. "Tiene un miedo profundo. Echa de menos el campo. Es un perro que necesita el espacio y el aire libre para sentirse seguro."
La mujer, incrédula, miró a su perro, que ahora se encontraba acurrucado y en paz en los brazos del veterinario.
"Nunca lo había visto tan tranquilo... ¿Cómo lo hizo?"
Jasper sonrió y acarició la cabeza del perro. "Solo necesitaba un poco de paciencia. El estrés de la ciudad a veces es demasiado para algunos de ellos. Le recomendaría que lo lleve a un lugar con más naturaleza, a un parque alejado del centro o, si tiene la oportunidad, que lo deje pasar un fin de semana fuera de la ciudad."
La mujer asintió, agradecida, y el asistente de Jasper le entregó una tarjeta con información de un parque natural. Mientras la mujer se alejaba con un Doki mucho más relajado, Jasper se quedó mirando por la ventana. El sol de la tarde bañaba las altas torres de cristal, pero en su mente, solo podía ver los campos verdes y las colinas de su granja. Se sentía satisfecho, pero su alma ya estaba anhelando el camino de vuelta a casa, el único lugar donde no necesitaba fingir para nadie.