• ¡I Demon Ninja!

    En el patio del kinder, mientras sus compañeras corren y jugar, Akane se acomoda debajo de un árbol con su libreta y sus lápices de colores. La pequeña prodigio del dibujo, con la lengua apenas asomando de concentración, empieza a dibujar su yo adulta, una demonio de piel verde, cuernos puntiagudos, cola ondulante y un traje ninja que haría orgullosa a su madre Yuna. "Soy la reina ninja del inframundo."

    Pronto, sus compañeras se acercan curiosas, hasta que ven el dibujo. “¡Qué miedo! ¿Esa eres tú?” dice una de ellas con ojos abiertos como platos. Akane pone su mejor cara seria y responde con voz grave: “Sí... Y si me enojan, me transformo en esto. Así que mejor no me hagan enfadar.” Sus compañeras gritan y salen corriendo en desbandada mientras Akane suelta una carcajada que hace eco por todo el patio.
    Momentos después, la profesora, con el rostro lleno de una mezcla de indignación y confusión, llega junto a Akane.

    Akane, con su pequeño cuerpo tambaleándose por el corredor del kinder, sigue a la profesora mientras observa que la llevan a la oficina del director. Al cruzar la puerta y ver a su madre Sasha Ishtar esperando, Akane frena por un instante, pero no porque tenga miedo, en realidad es mucho más divertida en su mente de niña traviesa.

    “Esto es peor de lo que pensaba,” piensa, tragándose una sonrisa. “Mami Sasha está aquí. Seguro que el director ya está temblando porque somos una familia de demonios. ¡Apuesto a que cree que, si me porto mal, Mami se transforma en un dragón gigante! ¿O será que él cree que yo ya tengo poderes mágicos?”


    la profesora y Akane entran a la oficina, esta no es la primera vez, por lo que Sasha, con los brazos cruzados pero una leve sonrisa que no logra ocultar. “Akane,” dice con voz solemne, “¿qué hiciste ahora?”

    Akane, sin poder contener la risa, responde: “¡Madre, creo que le tienen miedo a mi transformación!” Sasha niega con la cabeza mientras trata de no reírse, sabiendo que su hija había heredado su chispa y travesura. Y mientras la profesora intenta explicar la situación, Sasha le responde con calma: “No se preocupe, ella solo está... explorando su creatividad.”

    Mientras los adultos hablan, Akane siente que su imaginación vuela más alto, y para mantener su compostura, juega con sus manos, fingiendo estar pensativa. Pero cuando Sasha gira para mirarla con un ligero levantamiento de ceja, ella suelta una risita apenas audible.

    “Si Mamá supiera que el director cree que somos como los monstruos de las películas…” piensa mientras se muerde el labio para no estallar en carcajadas.




    ¡I Demon Ninja! En el patio del kinder, mientras sus compañeras corren y jugar, Akane se acomoda debajo de un árbol con su libreta y sus lápices de colores. La pequeña prodigio del dibujo, con la lengua apenas asomando de concentración, empieza a dibujar su yo adulta, una demonio de piel verde, cuernos puntiagudos, cola ondulante y un traje ninja que haría orgullosa a su madre Yuna. "Soy la reina ninja del inframundo." Pronto, sus compañeras se acercan curiosas, hasta que ven el dibujo. “¡Qué miedo! ¿Esa eres tú?” dice una de ellas con ojos abiertos como platos. Akane pone su mejor cara seria y responde con voz grave: “Sí... Y si me enojan, me transformo en esto. Así que mejor no me hagan enfadar.” Sus compañeras gritan y salen corriendo en desbandada mientras Akane suelta una carcajada que hace eco por todo el patio. Momentos después, la profesora, con el rostro lleno de una mezcla de indignación y confusión, llega junto a Akane. Akane, con su pequeño cuerpo tambaleándose por el corredor del kinder, sigue a la profesora mientras observa que la llevan a la oficina del director. Al cruzar la puerta y ver a su madre [SashaIshtar] esperando, Akane frena por un instante, pero no porque tenga miedo, en realidad es mucho más divertida en su mente de niña traviesa. “Esto es peor de lo que pensaba,” piensa, tragándose una sonrisa. “Mami Sasha está aquí. Seguro que el director ya está temblando porque somos una familia de demonios. ¡Apuesto a que cree que, si me porto mal, Mami se transforma en un dragón gigante! ¿O será que él cree que yo ya tengo poderes mágicos?” la profesora y Akane entran a la oficina, esta no es la primera vez, por lo que Sasha, con los brazos cruzados pero una leve sonrisa que no logra ocultar. “Akane,” dice con voz solemne, “¿qué hiciste ahora?” Akane, sin poder contener la risa, responde: “¡Madre, creo que le tienen miedo a mi transformación!” Sasha niega con la cabeza mientras trata de no reírse, sabiendo que su hija había heredado su chispa y travesura. Y mientras la profesora intenta explicar la situación, Sasha le responde con calma: “No se preocupe, ella solo está... explorando su creatividad.” Mientras los adultos hablan, Akane siente que su imaginación vuela más alto, y para mantener su compostura, juega con sus manos, fingiendo estar pensativa. Pero cuando Sasha gira para mirarla con un ligero levantamiento de ceja, ella suelta una risita apenas audible. “Si Mamá supiera que el director cree que somos como los monstruos de las películas…” piensa mientras se muerde el labio para no estallar en carcajadas.
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    U: Voy a estar una temporada disfrutando del rol, ahora tengo más tiempo libre y podré hacer las cosas que antes no podía hacer por el trabajo.
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  • CONFLICTO:PARTE 1/2

    —Paul estuvo sobrevolando todo el infierno hasta dar con su hijo,estaba escondido en un callejon con un bolso de mano que habia robado hace unos minutos,Paul descendio hasta su hijo y alli lo tomo por sorpresa—

    —¿Preparado mi llegada,pequeña mierda?

    —El joven solo salto y se volteó a ver a aquel hombre volando a unos metros del suelo con unas alas enormes—


    ???:"¿y tu eres?"


    —Soy tu padre mocoso,y vengo a corregirte de una buena vez,si te resistes sera peor...


    ???:"Uy que miedo..mira amigo,si acaso te robe algo y quieres lo tuyo,te advierto que ya lo debi haber vendido hace tiempo"

    —El muchacho saco un cigarro y lo encendio con su pulgar,ni siquiera tomaba en serio a Paul—


    —Disfrutaste de muchas libertades Asriel,gozaste mucho tiempo libre haciendo lo que querias,eso se termina ahora,por las buenas o las malas..


    Asriel:"Obligame,pendejo.."


    —Bien...De todas formas no esperaba que aceptaras..



    Continúara...


    CONFLICTO:PARTE 1/2 —Paul estuvo sobrevolando todo el infierno hasta dar con su hijo,estaba escondido en un callejon con un bolso de mano que habia robado hace unos minutos,Paul descendio hasta su hijo y alli lo tomo por sorpresa— —¿Preparado mi llegada,pequeña mierda? —El joven solo salto y se volteó a ver a aquel hombre volando a unos metros del suelo con unas alas enormes— ???:"¿y tu eres?" —Soy tu padre mocoso,y vengo a corregirte de una buena vez,si te resistes sera peor... ???:"Uy que miedo..mira amigo,si acaso te robe algo y quieres lo tuyo,te advierto que ya lo debi haber vendido hace tiempo" —El muchacho saco un cigarro y lo encendio con su pulgar,ni siquiera tomaba en serio a Paul— —Disfrutaste de muchas libertades Asriel,gozaste mucho tiempo libre haciendo lo que querias,eso se termina ahora,por las buenas o las malas.. Asriel:"Obligame,pendejo.." —Bien...De todas formas no esperaba que aceptaras.. Continúara...
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    || Que clima tan ferviente, a este paso quedaré como camarón al sol todo pinche rojo y sudado.

    Tomen agüita de uwu
    Responderé en ratos libres, debo mucho con esta y mis demás cuentas, paciencia por favor

    Gracias, besitos en el *
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  • El Encanto de lo Inesperado
    Fandom Harry Potter
    Categoría Fantasía
    Starter Balthazar Octavius Blythe


    Cazador de Secretos, guardiana de criaturas.


    “Ella protege lo indomable. Él desentierra lo oculto. Juntos, descubrirán que algunas verdades no quieren ser halladas.”



    >>>>Marcaban las 10:05 en el reloj de pared que colgaba sobre la cabeza de Riley. Era ya el segundo café que se tomaba, y sentía que le había sabido a poco. De nuevo, un bostezo la atacaba sin poder contenerlo.

    – Por Dios, Riley, ¿Saliste anoche? – le preguntó Susie, su compañera de trabajo.

    – Podría decirse que sí… – respondió, sin dar mayores explicaciones y dejando a su compañera, que la miraba por encima de la montura de gafas, con ganas de escuchar alguna de sus fugaces historias amorosas. La verdad era que, definitivamente, el amor se le resistía a esa muchacha.

    En cuánto al tema de salir, aquel podría decirse era un “salí, pero no a lo que crees”. Y es que la joven Riley no podía contarle a su compañera que tenía una vida secreta. No siempre se trataba de chicos o… a no ser que ese chico pudiera definirse por un animal fantástico de morro largo, ancho y achatado, con pelo y cuatro patas como un Niffler.

    Y los lugares que esa chica frecuentaba para salir, de manera clásica, solían ser restaurantes de clase media, el cine, centros comerciales, picnic al aire libre o cualquier otro plan muggle. Porque había descubierto que pasar por una muggle era mucho más divertido de lo que esperaba, y lejos estaba de echar de menos el mundo mágico. Al menos con su nombre real, y dentro de la sociedad mágica dado que tenía que esconderse de su padre.

    Al final, después de más de 13 años de mantenerse oculta, parecía que su vida actual era mucho más satisfactoria de lo nunca hubiera creído.
    Disfrutaba del día a día, de perderse entre las páginas de los libros, entre las estanterías de libros que tan bien conocía, y sintiendo el firme suelo de mármol bajo sus pies con los techos abovedados sobre su cabeza.
    Si echaba la vista atrás, aquella biblioteca donde trabajaba era lo más parecido al mundo mágico. Tenía cierto aire a la biblioteca de Hogwarts. Tal vez, y no era algo en lo que solía pensar, por lo que tan a gusto se sentía en esa biblioteca. Sentirse cómoda en su trabajo era un hecho que no hubiera esperado.



    Y en cuanto a lo de secreta, Susie, esa mujer de 44 años y dulce expresión tras sus gafas de pasta rosa, que solía vestir con blusa y vestidos dándole un toque rebelde y desenfadado a su estilo con alguna mecha rosada escondida, se caería de culo si supiera que Riley era una bruja que se había escapado de casa con 17 años. Por no hablar del Obscuro que le había robado a su padre. Claro que, si se ponía en esas, tendría que comenzar con que su nombre real era Anna Barrow.
    Partiendo de esos “pequeños” detalles, existía todo un mundo mágico que Susie desconocía. Al que Riley ya apenas pertenecía más que para intentar alimentar con migajas el sueño que una vez tuvo que era estudiar magizoología. Ahora, lo que quedaba de eso era, tirando de un viejo contacto, Sharon, se dedicaba a investigar y parar la compraventa, o el mercado negro, de criaturas mágicas.

    Por suerte para el corazón de Susie, la joven bruja escondida en el mundo muggle, seguiría manteniendo aquel secretito para ella. Y, además, a su compañera solo le interesaba darle cierto toque de emoción a su vida escuchando las idas y venidas de la joven Riley.

    El carraspeo de Susie llamó la atención de Riley que, siendo ya algo habitual en ella, se había perdido entre sus pensamientos. La joven castaña ladeó la cabeza y se encogió de hombros a modo de un “¿Qué?”.

    – ¿Solo vas a decirme eso? – soltó la mujer de mediana edad colocando las gafas correctamente en la nariz mientras revisaba algunos libros devueltos del día anterior para colocarlos en el carrito de la biblioteca.

    – Salí a tomarme algo para no quedarme sola en casa… fue… aburrido – respondió con aburrimiento la joven Riley, quién decidió unirse a su compañera en colocar los libros en el carrito en el orden correcto para llevarlo a la sección que les correspondía.

    – ¿Sola? – soltó Susie, dejando un libro titulado “Guerra y paz” dentro del carrito para su posterior colocación en la estantería que le correspondía .

    – ¡¿Quién leerá esta clase de libros?! – se preguntó a sí misma en voz alta mientras sostenía uno de los libros – ¿Ehm? Sí, sola… Necesitaba salir y despejarme. No siempre tienes que quedar con alguien para tomarte algo, Susie, a veces es necesario una cita con uno mismo… – comentó la joven Riley, quitándole importancia y dándose aires de una chica con un amor propio en pleno crecimiento.

    Riley desvió su mirada hacia Susie, quien había permanecido demasiado callada, encontrando que su compañera tenía la vista fija en dirección a la puerta. La joven miró en la misma dirección que Susie y observó lo que llamaba la atención de Susie. Y cómo para no llamarle la atención. Era esa clase de chico guapo que llamaba la atención con su sola presencia, alto y delgado, de buen vestir y mejor andar.

    – ¡Ay, madre! – soltó Susie, que comenzó a airearse con un pequeño libro.

    – Sí que es guapo… Es nuevo – confirmó Riley. A lo que Susie siguió, y reafirmó – Es nuevo –.

    Y eso significaba que tenían la oportunidad de darle la bienvenida, de forma no descarada, al hombre que acaba de entrar. Ahora todo era cuestión de quién de las dos sería la más rápida.

    En ese momento, un chico joven se acercaba a la recepción para preguntar por un libro, y Riley mostrándose interesada en atender al joven dijo - Sí, claro… mi compañera estará encantada de indicar dónde se encuentra el libro… – dicho eso, recibió un sutil toque de la pierna de Susie contra la propia.

    Riley, siendo clara ganadora, salió de la recepción atusándose su traje semi formal con el carrito para colocar los libros. Era la excusa perfecta. Caminó por entre las mesas de estudio, y pasó por la primera estantería hasta llegar al segundo pasillo donde había visto que había girado el hombre.

    Allí estaba, definitivamente era mucho más guapo que en la primera impresión, y claramente mayor que ella, lo que no supondría ningún problema para Riley. No tenía intención de encontrar en ese hombre al amor de su vida, aquello no era más que un juego con el que darle diversión a su día. Y, si surgía, quién sabía lo que podría pasar; un par de citas, alguna alocada noche, ir al cine… Estaba yendo demasiado rápido, y eso que solo había caminado unos pasos hacía él con una profesional sonrisa fingiendo que el libro que iba a colocar en la estantería debía estar ahí. Obviamente no, ya lo colocaría correctamente, pero ya estaba a solo unos pocos pasos de él. Del nuevo.

    No tenía mucha idea de cómo entrarle ahora al hombre, y sin pensar demasiado, decidió improvisar.

    – Buenos días. Si necesitas algo, aquí estoy –.

    Definitivamente, podía haber sido mejor, pero ya iría tirando de ingenio y simpatía.

    Starter [B0BProphet] Cazador de Secretos, guardiana de criaturas. “Ella protege lo indomable. Él desentierra lo oculto. Juntos, descubrirán que algunas verdades no quieren ser halladas.” >>>>Marcaban las 10:05 en el reloj de pared que colgaba sobre la cabeza de Riley. Era ya el segundo café que se tomaba, y sentía que le había sabido a poco. De nuevo, un bostezo la atacaba sin poder contenerlo. – Por Dios, Riley, ¿Saliste anoche? – le preguntó Susie, su compañera de trabajo. – Podría decirse que sí… – respondió, sin dar mayores explicaciones y dejando a su compañera, que la miraba por encima de la montura de gafas, con ganas de escuchar alguna de sus fugaces historias amorosas. La verdad era que, definitivamente, el amor se le resistía a esa muchacha. En cuánto al tema de salir, aquel podría decirse era un “salí, pero no a lo que crees”. Y es que la joven Riley no podía contarle a su compañera que tenía una vida secreta. No siempre se trataba de chicos o… a no ser que ese chico pudiera definirse por un animal fantástico de morro largo, ancho y achatado, con pelo y cuatro patas como un Niffler. Y los lugares que esa chica frecuentaba para salir, de manera clásica, solían ser restaurantes de clase media, el cine, centros comerciales, picnic al aire libre o cualquier otro plan muggle. Porque había descubierto que pasar por una muggle era mucho más divertido de lo que esperaba, y lejos estaba de echar de menos el mundo mágico. Al menos con su nombre real, y dentro de la sociedad mágica dado que tenía que esconderse de su padre. Al final, después de más de 13 años de mantenerse oculta, parecía que su vida actual era mucho más satisfactoria de lo nunca hubiera creído. Disfrutaba del día a día, de perderse entre las páginas de los libros, entre las estanterías de libros que tan bien conocía, y sintiendo el firme suelo de mármol bajo sus pies con los techos abovedados sobre su cabeza. Si echaba la vista atrás, aquella biblioteca donde trabajaba era lo más parecido al mundo mágico. Tenía cierto aire a la biblioteca de Hogwarts. Tal vez, y no era algo en lo que solía pensar, por lo que tan a gusto se sentía en esa biblioteca. Sentirse cómoda en su trabajo era un hecho que no hubiera esperado. Y en cuanto a lo de secreta, Susie, esa mujer de 44 años y dulce expresión tras sus gafas de pasta rosa, que solía vestir con blusa y vestidos dándole un toque rebelde y desenfadado a su estilo con alguna mecha rosada escondida, se caería de culo si supiera que Riley era una bruja que se había escapado de casa con 17 años. Por no hablar del Obscuro que le había robado a su padre. Claro que, si se ponía en esas, tendría que comenzar con que su nombre real era Anna Barrow. Partiendo de esos “pequeños” detalles, existía todo un mundo mágico que Susie desconocía. Al que Riley ya apenas pertenecía más que para intentar alimentar con migajas el sueño que una vez tuvo que era estudiar magizoología. Ahora, lo que quedaba de eso era, tirando de un viejo contacto, Sharon, se dedicaba a investigar y parar la compraventa, o el mercado negro, de criaturas mágicas. Por suerte para el corazón de Susie, la joven bruja escondida en el mundo muggle, seguiría manteniendo aquel secretito para ella. Y, además, a su compañera solo le interesaba darle cierto toque de emoción a su vida escuchando las idas y venidas de la joven Riley. El carraspeo de Susie llamó la atención de Riley que, siendo ya algo habitual en ella, se había perdido entre sus pensamientos. La joven castaña ladeó la cabeza y se encogió de hombros a modo de un “¿Qué?”. – ¿Solo vas a decirme eso? – soltó la mujer de mediana edad colocando las gafas correctamente en la nariz mientras revisaba algunos libros devueltos del día anterior para colocarlos en el carrito de la biblioteca. – Salí a tomarme algo para no quedarme sola en casa… fue… aburrido – respondió con aburrimiento la joven Riley, quién decidió unirse a su compañera en colocar los libros en el carrito en el orden correcto para llevarlo a la sección que les correspondía. – ¿Sola? – soltó Susie, dejando un libro titulado “Guerra y paz” dentro del carrito para su posterior colocación en la estantería que le correspondía . – ¡¿Quién leerá esta clase de libros?! – se preguntó a sí misma en voz alta mientras sostenía uno de los libros – ¿Ehm? Sí, sola… Necesitaba salir y despejarme. No siempre tienes que quedar con alguien para tomarte algo, Susie, a veces es necesario una cita con uno mismo… – comentó la joven Riley, quitándole importancia y dándose aires de una chica con un amor propio en pleno crecimiento. Riley desvió su mirada hacia Susie, quien había permanecido demasiado callada, encontrando que su compañera tenía la vista fija en dirección a la puerta. La joven miró en la misma dirección que Susie y observó lo que llamaba la atención de Susie. Y cómo para no llamarle la atención. Era esa clase de chico guapo que llamaba la atención con su sola presencia, alto y delgado, de buen vestir y mejor andar. – ¡Ay, madre! – soltó Susie, que comenzó a airearse con un pequeño libro. – Sí que es guapo… Es nuevo – confirmó Riley. A lo que Susie siguió, y reafirmó – Es nuevo –. Y eso significaba que tenían la oportunidad de darle la bienvenida, de forma no descarada, al hombre que acaba de entrar. Ahora todo era cuestión de quién de las dos sería la más rápida. En ese momento, un chico joven se acercaba a la recepción para preguntar por un libro, y Riley mostrándose interesada en atender al joven dijo - Sí, claro… mi compañera estará encantada de indicar dónde se encuentra el libro… – dicho eso, recibió un sutil toque de la pierna de Susie contra la propia. Riley, siendo clara ganadora, salió de la recepción atusándose su traje semi formal con el carrito para colocar los libros. Era la excusa perfecta. Caminó por entre las mesas de estudio, y pasó por la primera estantería hasta llegar al segundo pasillo donde había visto que había girado el hombre. Allí estaba, definitivamente era mucho más guapo que en la primera impresión, y claramente mayor que ella, lo que no supondría ningún problema para Riley. No tenía intención de encontrar en ese hombre al amor de su vida, aquello no era más que un juego con el que darle diversión a su día. Y, si surgía, quién sabía lo que podría pasar; un par de citas, alguna alocada noche, ir al cine… Estaba yendo demasiado rápido, y eso que solo había caminado unos pasos hacía él con una profesional sonrisa fingiendo que el libro que iba a colocar en la estantería debía estar ahí. Obviamente no, ya lo colocaría correctamente, pero ya estaba a solo unos pocos pasos de él. Del nuevo. No tenía mucha idea de cómo entrarle ahora al hombre, y sin pensar demasiado, decidió improvisar. – Buenos días. Si necesitas algo, aquí estoy –. Definitivamente, podía haber sido mejor, pero ya iría tirando de ingenio y simpatía.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
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    Estado
    Disponible
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  • Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo.

    Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina.

    Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer.

    Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido.

    «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?»

    Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír.

    Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia.

    «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~»

    Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía.

    «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~»

    Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado.

    Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño.

    «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...»

    Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz.

    «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...»

    El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido.

    El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra.

    «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~»

    Y al final, su voz se volvió plegaria:
    una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida,
    un beso sin labios,
    una estrella que no muere,
    una caricia que no pide nada.

    «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas...
    Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~»

    La última nota no se oyó. SE SINTIÓ.
    Como si el universo contuviera el aliento por un instante.
    Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
    Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo. Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina. Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer. Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido. «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?» Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír. Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia. «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~» Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía. «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~» Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado. Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño. «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...» Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz. «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...» El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido. El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra. «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~» Y al final, su voz se volvió plegaria: una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida, un beso sin labios, una estrella que no muere, una caricia que no pide nada. «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas... Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~» La última nota no se oyó. SE SINTIÓ. Como si el universo contuviera el aliento por un instante. Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
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  • 𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝑷𝒂́𝒈𝒊𝒏𝒂𝒔...
    Fandom Ninguno
    Categoría Otros
    〈 Rol con Christopher Baudelair ♡ 〉

    La lluvia caía en un murmullo constante, como si el cielo susurrara secretos antiguos a una ciudad demasiado cansada para escucharlos. Cada gota dibujaba surcos efímeros sobre los cristales, desdibujando los contornos de calles y faroles, transformando el mundo exterior en un lienzo de reflejos temblorosos y luces rotas. Los edificios parecían fundirse con la niebla, y las siluetas de los transeúntes no eran más que sombras pasajeras que se desvanecían entre los pliegues húmedos del día.

    Ella permanecía inmóvil bajo el umbral de una librería olvidada por el tiempo, una de esas que resisten por terquedad más que por necesidad. La capucha caída sobre su rostro proyectaba un velo de sombra que la mantenía a salvo de miradas inoportunas, y sus ropajes, aunque humildes, estaban cuidadosamente escogidos. Eran telas sin historia, ajenas a la memoria, pero tejidas con la intención de ocultar. Cada pliegue parecía adherirse a su figura como si compartiera su deseo de permanecer invisible, como si supieran que algunos secretos no deben ser perturbados.

    El agua chorreaba desde los bordes de su capa, formando pequeños charcos sobre las tablas de madera agrietada del umbral. Las gotas caían con un ritmo suave pero insistente, como si quisieran escribir su presencia en el lenguaje sutil del mundo. A pesar de estar empapada, no parecía sentir el frío; o quizá lo aceptaba como parte de sí, como un eco más de lo que arrastraba dentro. No había prisa en sus gestos. Había llegado allí no para huir, sino para olvidar… O al menos fingir que podía.

    Dentro de la librería, el aire estaba saturado del aroma terroso del papel envejecido, de tinta marchita y madera antigua. Había algo sagrado en ese olor, algo que evocaba recuerdos de tiempos más lentos, de voces susurradas entre páginas, de historias que vivían en silencio esperando ser despertadas. El calor tenue proveniente de una estufa oculta en algún rincón envolvía la estancia como un abrazo que no exigía palabras. Y en medio de todo, el perfume leve del té recién servido, humeando en una taza de porcelana desgastada, se entrelazaba con la quietud de la escena.

    Ella sostuvo la taza entre sus manos enguantadas, dejando que el calor se filtrara poco a poco a través de la tela hasta sus dedos, como si buscara, en ese contacto leve, alguna señal de que aún podía sentir. El dueño del lugar, un hombre encorvado por los años pero con ojos en los que aún brillaba una chispa de humanidad, apenas la miró. Le dedicó un leve asentimiento, sin sorpresa ni curiosidad. La había visto antes. Quizás no en cuerpo, pero sí en espíritu. Algunos clientes no venían a comprar, sino a pertenecer por un instante a algo más íntimo y olvidado. Y él lo entendía. Era mejor no hacer preguntas.

    Entre estantes desbordados de libros sin clasificar, halló un rincón apartado donde la lámpara derramaba una luz cálida sobre la superficie rugosa de una mesa. Se sentó y abrió un tomo antiguo sin mirar el título. Las páginas crujieron con la delicadeza de un suspiro, y sus dedos se deslizaron por ellas con una reverencia casi ritual. No leía, no realmente. Buscaba en los pliegues del papel, en la tinta apenas desvaída, algo que no podía nombrar, una palabra olvidada. Una imagen enterrada. Un fragmento de sí misma que quizás aún vivía entre esas líneas, escondido como un susurro esperando ser oído.

    Afuera, la lluvia seguía cayendo, trazando su música líquida contra los ventanales, mientras la ciudad continuaba su marcha incierta. Los ruidos se amortiguaban tras los muros de la librería, convertidos en ecos lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. En ese instante suspendido, no existían las sombras que la acechaban, ni las culpas que la desgarraban por dentro. No había promesas incumplidas ni nombres que dolían al recordarse. Solo el latido pausado del tiempo, el aroma del té, el tacto del papel bajo sus dedos… Y una calma ilusoria que, por una vez, no necesitaba justificar su presencia.

    Quizá, si cerraba los ojos el tiempo suficiente, podría imaginar que alguna vez ese mundo le había pertenecido. No como guerrera, ni como sombra, ni como huella que se desvanece al amanecer. Sino como alguien sencilla, alguien real. Alguien que aún podía sentarse en una librería bajo la lluvia, y creer —aunque fuera por un suspiro— que el pasado no dolía tanto y el futuro aún no era una condena escrita.

    Y aunque sabía que esa quietud era frágil como la cáscara de una llama en el viento, no la rompió. Porque en ese instante, en esa diminuta burbuja de existencia, ella no era una amenaza. No era una fugitiva. No era nada que debiera temer. Era solo una mujer bajo la lluvia, con una taza entre las manos, buscando algo perdido entre las páginas de un libro.
    〈 Rol con [frost_topaz_hare_445] ♡ 〉 La lluvia caía en un murmullo constante, como si el cielo susurrara secretos antiguos a una ciudad demasiado cansada para escucharlos. Cada gota dibujaba surcos efímeros sobre los cristales, desdibujando los contornos de calles y faroles, transformando el mundo exterior en un lienzo de reflejos temblorosos y luces rotas. Los edificios parecían fundirse con la niebla, y las siluetas de los transeúntes no eran más que sombras pasajeras que se desvanecían entre los pliegues húmedos del día. Ella permanecía inmóvil bajo el umbral de una librería olvidada por el tiempo, una de esas que resisten por terquedad más que por necesidad. La capucha caída sobre su rostro proyectaba un velo de sombra que la mantenía a salvo de miradas inoportunas, y sus ropajes, aunque humildes, estaban cuidadosamente escogidos. Eran telas sin historia, ajenas a la memoria, pero tejidas con la intención de ocultar. Cada pliegue parecía adherirse a su figura como si compartiera su deseo de permanecer invisible, como si supieran que algunos secretos no deben ser perturbados. El agua chorreaba desde los bordes de su capa, formando pequeños charcos sobre las tablas de madera agrietada del umbral. Las gotas caían con un ritmo suave pero insistente, como si quisieran escribir su presencia en el lenguaje sutil del mundo. A pesar de estar empapada, no parecía sentir el frío; o quizá lo aceptaba como parte de sí, como un eco más de lo que arrastraba dentro. No había prisa en sus gestos. Había llegado allí no para huir, sino para olvidar… O al menos fingir que podía. Dentro de la librería, el aire estaba saturado del aroma terroso del papel envejecido, de tinta marchita y madera antigua. Había algo sagrado en ese olor, algo que evocaba recuerdos de tiempos más lentos, de voces susurradas entre páginas, de historias que vivían en silencio esperando ser despertadas. El calor tenue proveniente de una estufa oculta en algún rincón envolvía la estancia como un abrazo que no exigía palabras. Y en medio de todo, el perfume leve del té recién servido, humeando en una taza de porcelana desgastada, se entrelazaba con la quietud de la escena. Ella sostuvo la taza entre sus manos enguantadas, dejando que el calor se filtrara poco a poco a través de la tela hasta sus dedos, como si buscara, en ese contacto leve, alguna señal de que aún podía sentir. El dueño del lugar, un hombre encorvado por los años pero con ojos en los que aún brillaba una chispa de humanidad, apenas la miró. Le dedicó un leve asentimiento, sin sorpresa ni curiosidad. La había visto antes. Quizás no en cuerpo, pero sí en espíritu. Algunos clientes no venían a comprar, sino a pertenecer por un instante a algo más íntimo y olvidado. Y él lo entendía. Era mejor no hacer preguntas. Entre estantes desbordados de libros sin clasificar, halló un rincón apartado donde la lámpara derramaba una luz cálida sobre la superficie rugosa de una mesa. Se sentó y abrió un tomo antiguo sin mirar el título. Las páginas crujieron con la delicadeza de un suspiro, y sus dedos se deslizaron por ellas con una reverencia casi ritual. No leía, no realmente. Buscaba en los pliegues del papel, en la tinta apenas desvaída, algo que no podía nombrar, una palabra olvidada. Una imagen enterrada. Un fragmento de sí misma que quizás aún vivía entre esas líneas, escondido como un susurro esperando ser oído. Afuera, la lluvia seguía cayendo, trazando su música líquida contra los ventanales, mientras la ciudad continuaba su marcha incierta. Los ruidos se amortiguaban tras los muros de la librería, convertidos en ecos lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. En ese instante suspendido, no existían las sombras que la acechaban, ni las culpas que la desgarraban por dentro. No había promesas incumplidas ni nombres que dolían al recordarse. Solo el latido pausado del tiempo, el aroma del té, el tacto del papel bajo sus dedos… Y una calma ilusoria que, por una vez, no necesitaba justificar su presencia. Quizá, si cerraba los ojos el tiempo suficiente, podría imaginar que alguna vez ese mundo le había pertenecido. No como guerrera, ni como sombra, ni como huella que se desvanece al amanecer. Sino como alguien sencilla, alguien real. Alguien que aún podía sentarse en una librería bajo la lluvia, y creer —aunque fuera por un suspiro— que el pasado no dolía tanto y el futuro aún no era una condena escrita. Y aunque sabía que esa quietud era frágil como la cáscara de una llama en el viento, no la rompió. Porque en ese instante, en esa diminuta burbuja de existencia, ella no era una amenaza. No era una fugitiva. No era nada que debiera temer. Era solo una mujer bajo la lluvia, con una taza entre las manos, buscando algo perdido entre las páginas de un libro.
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  • Había bajado al mundo de los humanos con muerte.

    —A pesar de ser millones... Creo que muerte tiene mucho tiempo libre. —

    No entendía porque los humanos bailan y cantan en un lugar encerrado con mucho ruido y luz.
    Había bajado al mundo de los humanos con muerte. —A pesar de ser millones... Creo que muerte tiene mucho tiempo libre. — No entendía porque los humanos bailan y cantan en un lugar encerrado con mucho ruido y luz.
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  • El viento salado acariciaba su rostro, pero Nerina no lo sentía como otras veces. Esa tarde, el mar no le ofrecía consuelo, sino un llamado. Con los labios apretados y el corazón palpitando de frustración, se despojó de su vestido floral y lo dejó caer sobre la roca. No era habitual verla así… con los ojos encendidos y los hombros tensos.

    Sin mirar atrás, se lanzó al agua.

    La transformación fue casi inmediata. Su piel brilló bajo el reflejo azul, sus piernas se fundieron en una larga cola perlada y su respiración se volvió fluida, natural. En el agua, era otra. Más fuerte. Más libre.

    Nadó con rapidez, ignorando las voces mentales que intentaban calmarla. No quería pensar. No quería recordar lo que la había hecho salir así, sin aviso, sin palabras. Sólo sabía que tenía que moverse. Tenía que liberar esa presión que le ardía en el pecho.

    Al llegar al umbral del reino de Aelira, los corales luminosos se abrieron a su paso como si reconocieran su esencia. Los centinelas acuáticos le hicieron una reverencia, pero ella apenas los miró.

    —¿Nerina? —La voz de Thalira, suave como la corriente, la alcanzó desde lo alto del arrecife.

    Su madre descendió con elegancia, la cola ondulando como una sombra brillante entre las aguas. Al ver el rostro de su hija, supo que algo no iba bien.

    —Necesito entrenar —dijo Nerina sin preámbulo, con la mandíbula apretada—. No quiero hablar... sólo entrenar.

    Thalira no insistió. Asintió con seriedad y se colocó a su lado. Madre e hija nadaron juntas hacia la caverna de batalla, un espacio sagrado dentro del reino, oculto entre columnas de piedra marina.

    —Como desees —murmuró su madre mientras sus ojos se oscurecían con concentración—. Pero recuerda, hija mía… el agua no solo limpia heridas, también revela las que aún no quieres ver.

    Y entonces comenzó. El entrenamiento fue intenso, casi feroz. Nerina luchaba contra las corrientes que Thalira manipulaba, esquivaba embestidas, contraatacaba con movimientos llenos de rabia contenida. Su magia estallaba en ráfagas de agua afilada, brillando como cuchillas líquidas bajo la luz de los corales.

    No era solo una práctica. Era una liberación.

    Y aunque no dijera nada, Thalira sabía que algo o alguien en tierra había herido a su hija. Así que la dejaba soltarlo… en golpes, giros y estallidos de energía.

    Quizás, cuando terminara, el agua se lo llevaría. O quizás no.

    Pero al menos, en lo profundo del mar, Nerina podía ser ella misma sin esconder el huracán que a veces habitaba en su pecho.
    El viento salado acariciaba su rostro, pero Nerina no lo sentía como otras veces. Esa tarde, el mar no le ofrecía consuelo, sino un llamado. Con los labios apretados y el corazón palpitando de frustración, se despojó de su vestido floral y lo dejó caer sobre la roca. No era habitual verla así… con los ojos encendidos y los hombros tensos. Sin mirar atrás, se lanzó al agua. La transformación fue casi inmediata. Su piel brilló bajo el reflejo azul, sus piernas se fundieron en una larga cola perlada y su respiración se volvió fluida, natural. En el agua, era otra. Más fuerte. Más libre. Nadó con rapidez, ignorando las voces mentales que intentaban calmarla. No quería pensar. No quería recordar lo que la había hecho salir así, sin aviso, sin palabras. Sólo sabía que tenía que moverse. Tenía que liberar esa presión que le ardía en el pecho. Al llegar al umbral del reino de Aelira, los corales luminosos se abrieron a su paso como si reconocieran su esencia. Los centinelas acuáticos le hicieron una reverencia, pero ella apenas los miró. —¿Nerina? —La voz de Thalira, suave como la corriente, la alcanzó desde lo alto del arrecife. Su madre descendió con elegancia, la cola ondulando como una sombra brillante entre las aguas. Al ver el rostro de su hija, supo que algo no iba bien. —Necesito entrenar —dijo Nerina sin preámbulo, con la mandíbula apretada—. No quiero hablar... sólo entrenar. Thalira no insistió. Asintió con seriedad y se colocó a su lado. Madre e hija nadaron juntas hacia la caverna de batalla, un espacio sagrado dentro del reino, oculto entre columnas de piedra marina. —Como desees —murmuró su madre mientras sus ojos se oscurecían con concentración—. Pero recuerda, hija mía… el agua no solo limpia heridas, también revela las que aún no quieres ver. Y entonces comenzó. El entrenamiento fue intenso, casi feroz. Nerina luchaba contra las corrientes que Thalira manipulaba, esquivaba embestidas, contraatacaba con movimientos llenos de rabia contenida. Su magia estallaba en ráfagas de agua afilada, brillando como cuchillas líquidas bajo la luz de los corales. No era solo una práctica. Era una liberación. Y aunque no dijera nada, Thalira sabía que algo o alguien en tierra había herido a su hija. Así que la dejaba soltarlo… en golpes, giros y estallidos de energía. Quizás, cuando terminara, el agua se lo llevaría. O quizás no. Pero al menos, en lo profundo del mar, Nerina podía ser ella misma sin esconder el huracán que a veces habitaba en su pecho.
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  • — Desde la llegada de la bruja, las cosas se han tranquilizado bastante, es como si hubiera un período de paz. —

    Silver habla con algunos de los compañeros de su escuadrón de defensa, todos ellos coinciden en que hasta ahora todo ha sido un tanto pacifico, no han tenido enfrentamientos contra otras criaturas fuera del subterráneo, incluso han tenido oportunidad de tener "días libres" donde se dedican a visitar a sus seres queridos en lugar de hacer un patrullaje denso como en años atrás.
    — Desde la llegada de la bruja, las cosas se han tranquilizado bastante, es como si hubiera un período de paz. — Silver habla con algunos de los compañeros de su escuadrón de defensa, todos ellos coinciden en que hasta ahora todo ha sido un tanto pacifico, no han tenido enfrentamientos contra otras criaturas fuera del subterráneo, incluso han tenido oportunidad de tener "días libres" donde se dedican a visitar a sus seres queridos en lugar de hacer un patrullaje denso como en años atrás.
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