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    BATALLA ÉPICA: THE RETURN OF ISHTAR
    Rex Ishtar vs Ignia Ishtar

    Cuando el linaje Ishtar vuelve a reclamar su lugar en el destino, dos voluntades absolutas chocan. No es una lucha por odio… es una batalla por la verdad del poder, el legado y la supremacía del espíritu.

    Rex Ishtar — El Heredero del Acero Celestial
    Título: El Filo del Juicio
    Afinidad: Hielo astral y energía arcana
    Rol: Estratega, duelista supremo

    Habilidades:
    - Espada del Vacío Azul: canaliza energía gélida capaz de congelar el tiempo por instantes.

    - Voluntad del Patriarca: su aura aumenta fuerza, defensa y precisión conforme la batalla se alarga.

    - Ojo del Ishtar Antiguo: analiza y predice los movimientos del enemigo.

    - Última Postura – Juicio Silente: un corte definitivo que separa cuerpo, alma y voluntad.

    Ignia Ishtar — El Fuego del Renacimiento
    Título: El Corazón Ardiente del Clan
    Afinidad: Fuego demoníaco y sangre ancestral
    Rol: Guerrero ofensivo, destructor imparable

    Habilidades:
    - Llamas Carmesí del Linaje: fuego vivo que consume energía, carne y espíritu.

    - Marca del Renacido: mientras su sangre arde, Ignia no puede caer.

    - Puños del Cataclismo: cada golpe provoca ondas de choque ígneas.

    - Despertar Infernal: su poder se multiplica al borde de la derrota.

    Lugar del Choque
    *El Santuario Quebrado de Ishtar*
    Un antiguo templo flotante entre planos, rodeado de ruinas suspendidas, relámpagos azules y grietas por donde se filtra el fuego del inframundo. El suelo reacciona al poder de ambos, quebrándose con cada impacto.

    La Batalla:
    El primer choque sacude los cielos: hielo contra fuego, silencio contra furia.
    Rex domina el ritmo, congela el espacio y castiga con precisión quirúrgica.
    Ignia responde con brutalidad, quemando el aire, rompiendo defensas a pura voluntad.

    Cada segundo eleva el poder del linaje Ishtar.
    El templo comienza a colapsar.
    El clan observa desde el destino.

    El Clan Ishtar no necesita elegir un solo rey.
    Mientras Rex y Ignia existan, el linaje jamás caerá.

    El regreso de Ishtar ha comenzado… y esta batalla fue solo el inicio.
    ⚔️ BATALLA ÉPICA: THE RETURN OF ISHTAR ⚔️ Rex Ishtar vs Ignia Ishtar Cuando el linaje Ishtar vuelve a reclamar su lugar en el destino, dos voluntades absolutas chocan. No es una lucha por odio… es una batalla por la verdad del poder, el legado y la supremacía del espíritu. 🔷 Rex Ishtar — El Heredero del Acero Celestial Título: El Filo del Juicio Afinidad: Hielo astral y energía arcana Rol: Estratega, duelista supremo 🧬 Habilidades: - Espada del Vacío Azul: canaliza energía gélida capaz de congelar el tiempo por instantes. - Voluntad del Patriarca: su aura aumenta fuerza, defensa y precisión conforme la batalla se alarga. - Ojo del Ishtar Antiguo: analiza y predice los movimientos del enemigo. - Última Postura – Juicio Silente: un corte definitivo que separa cuerpo, alma y voluntad. 🔥 Ignia Ishtar — El Fuego del Renacimiento Título: El Corazón Ardiente del Clan Afinidad: Fuego demoníaco y sangre ancestral Rol: Guerrero ofensivo, destructor imparable 🧬 Habilidades: - Llamas Carmesí del Linaje: fuego vivo que consume energía, carne y espíritu. - Marca del Renacido: mientras su sangre arde, Ignia no puede caer. - Puños del Cataclismo: cada golpe provoca ondas de choque ígneas. - Despertar Infernal: su poder se multiplica al borde de la derrota. 🌌 Lugar del Choque *El Santuario Quebrado de Ishtar* Un antiguo templo flotante entre planos, rodeado de ruinas suspendidas, relámpagos azules y grietas por donde se filtra el fuego del inframundo. El suelo reacciona al poder de ambos, quebrándose con cada impacto. ⚔️ La Batalla: El primer choque sacude los cielos: hielo contra fuego, silencio contra furia. Rex domina el ritmo, congela el espacio y castiga con precisión quirúrgica. Ignia responde con brutalidad, quemando el aire, rompiendo defensas a pura voluntad. Cada segundo eleva el poder del linaje Ishtar. El templo comienza a colapsar. El clan observa desde el destino. El Clan Ishtar no necesita elegir un solo rey. Mientras Rex y Ignia existan, el linaje jamás caerá. 🔥 El regreso de Ishtar ha comenzado… y esta batalla fue solo el inicio. 🔥
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  • —¿Quien eres?
    Soy sangre antigua y voluntad eterna… heredero del linaje Ishtar.

    —¿De dónde proviene tu poder?
    De un nombre que no se pronuncia en vano: Ishtar.

    —¿Por qué no temes a la oscuridad?
    Porque no la enfrentó… la llevo en la sangre. Soy Ishtar.

    —¿Qué te hace diferente a los demás?
    Ellos nacieron para seguir. Yo nací del linaje Ishtar para gobernar.

    —¿Qué ocurre cuando un Ishtar entra en batalla?
    El destino cambia y los dioses observan en silencio.

    El linaje Ishtar no nace… despierta. En su sangre habita el poder de dioses y demonios eternos.”

    —¿Quien eres? Soy sangre antigua y voluntad eterna… heredero del linaje Ishtar. —¿De dónde proviene tu poder? De un nombre que no se pronuncia en vano: Ishtar. —¿Por qué no temes a la oscuridad? Porque no la enfrentó… la llevo en la sangre. Soy Ishtar. —¿Qué te hace diferente a los demás? Ellos nacieron para seguir. Yo nací del linaje Ishtar para gobernar. —¿Qué ocurre cuando un Ishtar entra en batalla? El destino cambia y los dioses observan en silencio. El linaje Ishtar no nace… despierta. En su sangre habita el poder de dioses y demonios eternos.”
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    Loki Queen Ishtar La perturbación

    Mi llegada no fue esperada.
    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
    [loki_q1] La perturbación Mi llegada no fue esperada. Pero tampoco pasó desapercibida. Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla. Sasha lo sintió. No como un ruido. No como una visión. Sino como una ofensa. El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo. Los pilares respondieron primero. Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir. Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra. No hubo preguntas. No las necesitaban. Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera. —Ryu. La respuesta no fue inmediata. Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila. —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso. Llegaría. Siempre llegaba. Pero a su manera. --- Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba. El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío. Lo ignoré. Había sobrevivido al Caos. Al corte. Un castillo no iba a detenerme. Pero entonces… algo rozó mi percepción. Me detuve. No fue hostilidad directa. Tampoco curiosidad humana. Era… presencia. Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás. Al lado. Sonreí, ladeando un poco la cabeza. —Así que no estoy sola… —murmuré. El viento cambió de dirección. La luz pareció vacilar un segundo. Sea lo que fuera, no pertenecía al camino… pero tampoco al castillo. Y eso lo hacía interesante.
    La perturbación

    Mi llegada no fue esperada.
    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
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    La perturbación

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    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
    La perturbación Mi llegada no fue esperada. Pero tampoco pasó desapercibida. Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla. Sasha lo sintió. No como un ruido. No como una visión. Sino como una ofensa. El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo. Los pilares respondieron primero. Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir. Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra. No hubo preguntas. No las necesitaban. Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera. —Ryu. La respuesta no fue inmediata. Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila. —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso. Llegaría. Siempre llegaba. Pero a su manera. --- Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba. El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío. Lo ignoré. Había sobrevivido al Caos. Al corte. Un castillo no iba a detenerme. Pero entonces… algo rozó mi percepción. Me detuve. No fue hostilidad directa. Tampoco curiosidad humana. Era… presencia. Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás. Al lado. Sonreí, ladeando un poco la cabeza. —Así que no estoy sola… —murmuré. El viento cambió de dirección. La luz pareció vacilar un segundo. Sea lo que fuera, no pertenecía al camino… pero tampoco al castillo. Y eso lo hacía interesante.
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  • Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse.

    Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías

    Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar.
    No soy un simple descendiente.
    Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse…
    y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar.

    ✦ Mi Padre:

    R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛
    Un híbrido Arrancar/Íncubo.
    El Rey Demonio de la Luna Blanca.
    El Pilar de la Oscuridad.

    De él heredé:
    —El poder para devorar almas y sombras.
    —La sangre que no se inclina ante nadie.
    —Una herencia que ha quebrado mundos.

    Abuelos paternos:

    ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma.
    ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece.
    ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable.

    Mi linaje por parte de mi padre no es sangre:
    es sentencia.

    ✦ Mi Madre:
    Menardi Nura Byakuren
    Híbrida de Youkai y Ángel Celestial.
    De alas blancas, de magia curativa, de alma pura.
    La luz que puede sanar cualquier herida…
    y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas.

    Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo.
    La que me enseñó que un arma también puede proteger.

    Su gemela:

    Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura.
    El reflejo perfecto y contrario de mi madre.

    Abuelos maternos:

    ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz.
    ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual.

    De mi madre heredé:
    —El alma que brilla incluso entre monstruos.
    —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen.
    —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme.

    ✦ Yo, Sting:

    Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido.
    El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai.
    Un corazón que late entre el caos y la pureza.

    El mundo no me definirá.

    Seré yo quien lo rehaga.
    Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse. Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar. No soy un simple descendiente. Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse… y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar. ✦ Mi Padre: R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛 Un híbrido Arrancar/Íncubo. El Rey Demonio de la Luna Blanca. El Pilar de la Oscuridad. De él heredé: —El poder para devorar almas y sombras. —La sangre que no se inclina ante nadie. —Una herencia que ha quebrado mundos. Abuelos paternos: ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma. ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece. ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable. Mi linaje por parte de mi padre no es sangre: es sentencia. ✦ Mi Madre: Menardi Nura Byakuren Híbrida de Youkai y Ángel Celestial. De alas blancas, de magia curativa, de alma pura. La luz que puede sanar cualquier herida… y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas. Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo. La que me enseñó que un arma también puede proteger. Su gemela: Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura. El reflejo perfecto y contrario de mi madre. Abuelos maternos: ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz. ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual. De mi madre heredé: —El alma que brilla incluso entre monstruos. —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen. —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme. ✦ Yo, Sting: Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido. El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai. Un corazón que late entre el caos y la pureza. El mundo no me definirá. Seré yo quien lo rehaga.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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  • Te lo advertí Rex te dije que pasaras tiempo con nuestro hijo y te valió verga si esto sigue así me tendre que divorciar de ti me vale madre si los Ishtar se enojan primero madre después esposa y si te vale verga ti familia ya es hora que alguien te ponga un alto que por ser un Ishtar crees que harás lo que quieras y quedar impune te equivocas ya me estoy hartando de tu indiferencia a nuestro hijo
    Te lo advertí Rex te dije que pasaras tiempo con nuestro hijo y te valió verga si esto sigue así me tendre que divorciar de ti me vale madre si los Ishtar se enojan primero madre después esposa y si te vale verga ti familia ya es hora que alguien te ponga un alto que por ser un Ishtar crees que harás lo que quieras y quedar impune te equivocas ya me estoy hartando de tu indiferencia a nuestro hijo
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    La caída de Veythra — El Cometa del Tiempo Roto

    Era de madrugada cuando el cielo se contrajo sobre sí mismo.

    Ryu, que velaba inquieta mirando hacia el horizonte desde la terraza del castillo Ishtar, sintió primero el crujido, como si el firmamento estuviera hecho de cristal y alguien lo hubiera arañado desde el otro lado.

    La luna, quieta.
    Las estrellas, temblorosas.
    El aire, helado.

    Entonces ocurrió.

    Una brecha, fina como el filo de una katana, rasgó el cielo verticalmente.
    La grieta no tenía color: tenía todos los colores a la vez, como si el tiempo y el espacio estuvieran sangrando luz.

    Ryu se incorporó de golpe.

    De la brecha estalló un relámpago negro-plateado, un cometa que no emitía luz sino sombra pulida.
    Cayó trazando una línea perfecta, directa, hiriente.
    No descendía: era expulsado, como si otro mundo lo estuviera escupiendo de vuelta.

    El impacto fue silencioso.
    No hubo explosión.
    Solo un pulso que hizo temblar los huesos de Ryu.

    El cometa atravesó las nubes…
    atravesó el bosque…
    atravesó el tiempo…

    Hasta que, muy lejos, se hundió en la tierra dejando un cráter sin fuego.
    La caída de Veythra — El Cometa del Tiempo Roto Era de madrugada cuando el cielo se contrajo sobre sí mismo. Ryu, que velaba inquieta mirando hacia el horizonte desde la terraza del castillo Ishtar, sintió primero el crujido, como si el firmamento estuviera hecho de cristal y alguien lo hubiera arañado desde el otro lado. La luna, quieta. Las estrellas, temblorosas. El aire, helado. Entonces ocurrió. Una brecha, fina como el filo de una katana, rasgó el cielo verticalmente. La grieta no tenía color: tenía todos los colores a la vez, como si el tiempo y el espacio estuvieran sangrando luz. Ryu se incorporó de golpe. De la brecha estalló un relámpago negro-plateado, un cometa que no emitía luz sino sombra pulida. Cayó trazando una línea perfecta, directa, hiriente. No descendía: era expulsado, como si otro mundo lo estuviera escupiendo de vuelta. El impacto fue silencioso. No hubo explosión. Solo un pulso que hizo temblar los huesos de Ryu. El cometa atravesó las nubes… atravesó el bosque… atravesó el tiempo… Hasta que, muy lejos, se hundió en la tierra dejando un cráter sin fuego.
    La caída de Veythra — El Cometa del Tiempo Roto

    Era de madrugada cuando el cielo se contrajo sobre sí mismo.

    Ryu, que velaba inquieta mirando hacia el horizonte desde la terraza del castillo Ishtar, sintió primero el crujido, como si el firmamento estuviera hecho de cristal y alguien lo hubiera arañado desde el otro lado.

    La luna, quieta.
    Las estrellas, temblorosas.
    El aire, helado.

    Entonces ocurrió.

    Una brecha, fina como el filo de una katana, rasgó el cielo verticalmente.
    La grieta no tenía color: tenía todos los colores a la vez, como si el tiempo y el espacio estuvieran sangrando luz.

    Ryu se incorporó de golpe.

    De la brecha estalló un relámpago negro-plateado, un cometa que no emitía luz sino sombra pulida.
    Cayó trazando una línea perfecta, directa, hiriente.
    No descendía: era expulsado, como si otro mundo lo estuviera escupiendo de vuelta.

    El impacto fue silencioso.
    No hubo explosión.
    Solo un pulso que hizo temblar los huesos de Ryu.

    El cometa atravesó las nubes…
    atravesó el bosque…
    atravesó el tiempo…

    Hasta que, muy lejos, se hundió en la tierra dejando un cráter sin fuego.
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    Era de madrugada cuando el cielo se contrajo sobre sí mismo.

    Ryu, que velaba inquieta mirando hacia el horizonte desde la terraza del castillo Ishtar, sintió primero el crujido, como si el firmamento estuviera hecho de cristal y alguien lo hubiera arañado desde el otro lado.

    La luna, quieta.
    Las estrellas, temblorosas.
    El aire, helado.

    Entonces ocurrió.

    Una brecha, fina como el filo de una katana, rasgó el cielo verticalmente.
    La grieta no tenía color: tenía todos los colores a la vez, como si el tiempo y el espacio estuvieran sangrando luz.

    Ryu se incorporó de golpe.

    De la brecha estalló un relámpago negro-plateado, un cometa que no emitía luz sino sombra pulida.
    Cayó trazando una línea perfecta, directa, hiriente.
    No descendía: era expulsado, como si otro mundo lo estuviera escupiendo de vuelta.

    El impacto fue silencioso.
    No hubo explosión.
    Solo un pulso que hizo temblar los huesos de Ryu.

    El cometa atravesó las nubes…
    atravesó el bosque…
    atravesó el tiempo…

    Hasta que, muy lejos, se hundió en la tierra dejando un cráter sin fuego.
    La caída de Veythra — El Cometa del Tiempo Roto Era de madrugada cuando el cielo se contrajo sobre sí mismo. Ryu, que velaba inquieta mirando hacia el horizonte desde la terraza del castillo Ishtar, sintió primero el crujido, como si el firmamento estuviera hecho de cristal y alguien lo hubiera arañado desde el otro lado. La luna, quieta. Las estrellas, temblorosas. El aire, helado. Entonces ocurrió. Una brecha, fina como el filo de una katana, rasgó el cielo verticalmente. La grieta no tenía color: tenía todos los colores a la vez, como si el tiempo y el espacio estuvieran sangrando luz. Ryu se incorporó de golpe. De la brecha estalló un relámpago negro-plateado, un cometa que no emitía luz sino sombra pulida. Cayó trazando una línea perfecta, directa, hiriente. No descendía: era expulsado, como si otro mundo lo estuviera escupiendo de vuelta. El impacto fue silencioso. No hubo explosión. Solo un pulso que hizo temblar los huesos de Ryu. El cometa atravesó las nubes… atravesó el bosque… atravesó el tiempo… Hasta que, muy lejos, se hundió en la tierra dejando un cráter sin fuego.
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