• No hay nada más ruidoso que un “haber” donde debió ir un “a ver”. Nada más violento que una frase decapitada por comas en huelga. La ignorancia no siempre grita: a veces susurra desde una pantalla, desde un perfil lleno de opiniones disfrazadas de certezas y errores vestidos con indiferencia.

    Hay quienes se jactan de su autenticidad mientras degüellan la lengua con cada palabra mal escrita. Creen que la forma no importa, que el fondo se sostiene solo. Pero el fondo, sin forma, se pudre. ¿Cómo respetar un pensamiento que no sabe sostenerse sobre un verbo correctamente conjugado?

    El analfabeto sutil no es aquel que nunca aprendió, sino el que pudo haber aprendido y decidió no hacerlo. El que presume ideas sin las herramientas para expresarlas. El que ignora que escribir con corrección no es elitismo, sino respeto: por uno mismo y por quien te lee.

    Y así, entre tildes ausentes, signos huérfanos y confusiones básicas, la decadencia se disfraza de libertad. No es rebeldía, es renuncia. No es autenticidad, es pereza. Porque quien no sabe escribir, tampoco sabe pensar con claridad. La lengua no solo comunica: ordena el mundo.

    Y si el lenguaje es el mapa del pensamiento, muchos están perdidos sin saberlo.
    No hay nada más ruidoso que un “haber” donde debió ir un “a ver”. Nada más violento que una frase decapitada por comas en huelga. La ignorancia no siempre grita: a veces susurra desde una pantalla, desde un perfil lleno de opiniones disfrazadas de certezas y errores vestidos con indiferencia. Hay quienes se jactan de su autenticidad mientras degüellan la lengua con cada palabra mal escrita. Creen que la forma no importa, que el fondo se sostiene solo. Pero el fondo, sin forma, se pudre. ¿Cómo respetar un pensamiento que no sabe sostenerse sobre un verbo correctamente conjugado? El analfabeto sutil no es aquel que nunca aprendió, sino el que pudo haber aprendido y decidió no hacerlo. El que presume ideas sin las herramientas para expresarlas. El que ignora que escribir con corrección no es elitismo, sino respeto: por uno mismo y por quien te lee. Y así, entre tildes ausentes, signos huérfanos y confusiones básicas, la decadencia se disfraza de libertad. No es rebeldía, es renuncia. No es autenticidad, es pereza. Porque quien no sabe escribir, tampoco sabe pensar con claridad. La lengua no solo comunica: ordena el mundo. Y si el lenguaje es el mapa del pensamiento, muchos están perdidos sin saberlo.
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  • La tarde teñía el cielo con tonos anaranjados y púrpuras, mientras las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra húmeda. Unas hojas secas crujieron bajo las botas de John cuando empujó la puerta de la cabaña con el pie. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por los últimos rayos del sol que se colaban por las rendijas de las persianas rotas.

    Con un gruñido bajo, cargó la body bag amarilla sobre su hombro. No era liviana, pero no era la primera vez que transportaba algo así. El cierre metálico estaba firme, cruzando el bulto como una cicatriz.

    —Siempre los dejan en el piso más alejado… como si esto pesara aire —masculló entre dientes, mientras avanzaba hacia la salida.

    La puerta osciló con un rechinido leve al abrirse de par en par. El exterior lo recibió con una brisa tibia, cargada del aroma de pino y tierra mojada. El contraste con el olor estancado de la cabaña le hizo exhalar con fuerza. Caminó con paso constante por el porche de madera, que crujía a cada paso.

    La body bag rebotaba ligeramente en su hombro a cada zancada, y John ajustó su agarre con un resoplido.

    —Una cerveza. Solo quiero una maldita cerveza y una ducha fría.

    Al llegar al borde del camino, dejó caer la bolsa por un momento sobre el pasto. Se quitó los guantes, los lanzó dentro de una caja de herramientas metálica, y se apoyó contra un árbol, mirando la escena con los lentes oscuros resbalando un poco por su nariz sudada.

    Detrás de él, la cabaña seguía en silencio. Ni un cuervo, ni un grillo. Solo el viento entre las ramas.

    —Nadie ve lo que hacemos —murmuró—. Pero todos duermen tranquilos gracias a eso.

    Se incorporó otra vez, volvió a cargar el bulto y comenzó a caminar hacia donde había estacionado la vieja furgoneta sin logotipos. El motor aún estaba caliente. En unos minutos, estaría en camino al lago.
    La tarde teñía el cielo con tonos anaranjados y púrpuras, mientras las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra húmeda. Unas hojas secas crujieron bajo las botas de John cuando empujó la puerta de la cabaña con el pie. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por los últimos rayos del sol que se colaban por las rendijas de las persianas rotas. Con un gruñido bajo, cargó la body bag amarilla sobre su hombro. No era liviana, pero no era la primera vez que transportaba algo así. El cierre metálico estaba firme, cruzando el bulto como una cicatriz. —Siempre los dejan en el piso más alejado… como si esto pesara aire —masculló entre dientes, mientras avanzaba hacia la salida. La puerta osciló con un rechinido leve al abrirse de par en par. El exterior lo recibió con una brisa tibia, cargada del aroma de pino y tierra mojada. El contraste con el olor estancado de la cabaña le hizo exhalar con fuerza. Caminó con paso constante por el porche de madera, que crujía a cada paso. La body bag rebotaba ligeramente en su hombro a cada zancada, y John ajustó su agarre con un resoplido. —Una cerveza. Solo quiero una maldita cerveza y una ducha fría. Al llegar al borde del camino, dejó caer la bolsa por un momento sobre el pasto. Se quitó los guantes, los lanzó dentro de una caja de herramientas metálica, y se apoyó contra un árbol, mirando la escena con los lentes oscuros resbalando un poco por su nariz sudada. Detrás de él, la cabaña seguía en silencio. Ni un cuervo, ni un grillo. Solo el viento entre las ramas. —Nadie ve lo que hacemos —murmuró—. Pero todos duermen tranquilos gracias a eso. Se incorporó otra vez, volvió a cargar el bulto y comenzó a caminar hacia donde había estacionado la vieja furgoneta sin logotipos. El motor aún estaba caliente. En unos minutos, estaría en camino al lago.
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  • Dean no era alguien demasiado detallista, o eso era lo que siempre había escuchado. Sam era el atento, el sensible, aquel que tenía en cuenta a los demás y sus deseos. Él era el pasota, el que no daba importancia a las pequeñas cosas…
    Y por desgracia era algo que el mismo Dean había llegado a creerse. Hasta tal punto que todo lo que hacía por los demás, nunca era suficiente, y pasaba por completo desapercibido para todo el mundo.

    Como el hecho de que llevara en secreto preparando aquel regalo para Hope Mikaelson semanas. Semanas en las que aunque había cortado toda relación con la tribrida, habita trabajado en secreto a espaldas de todo el mundo, incluso de los sentidos puñeteramente aumentados de la Mikaelson, para que aquel día la sorpresa fuera todo lo perfecta que él esperaba que fuera.
    Porque Dean la seguía queriendo, porque sus actos estaban respaldados por esos sentimientos que Hope le provocaba, y no podia no hacer nada ese dos de mayo, a pesar de que quizás estuviera fuera de lugar. Le daba igual.

    Todos en aquel bunker habían sufrido demasiado en sus vidas, y sus cumpleaños tan solo eran recordatorios de aquellos que no estaban con ellos, de todos los que faltaban y a los que echaban de menos, así que Dean, ese día tenía la misión, si no de llenar el vacío, cosa que era imposible, si de dibujar una sonrisa en aquellos labios femeninos que le volvían loco.

    Con aquella idea en la cabeza y después de haber dado los últimos retoques, el cazador se dirige a la habitación de Hope, abre la puerta sin llamar, y ve a la tribrida en la cama, por supuesto no es capaz de sorprenderla, porque le mira con esos increíbles ojos en cuanto pone un pie dentro.

    — Aborrezco tu ultra oído…. Ven conmigo.

    Se acerca a la cama y la toma de la mano escondiendo una sonrisa, porque por primera vez estaba casi convencido de que lo había clavado con un regalo.
    Ambos salen del cuarto, y Dean guía a Hope, por los pasillos del bunker, sin vacilar en uno de sus pasos, mientras ambos iban hacia la zona de aquel refugio que, por la poca cantidad de gente viviendo allí ahora mismo, prácticamente no usaban.
    Al final se para frente a una puerta y deja allí a Hope, perfectamente colocada, quedando él justo atrás de ella.

    Detrás de aquella puerta de madera, le esperaba a Hope una impresionante habitación de pintura. Con la mejor iluminación posible al carecer de ventanas, con un caballete y un armario lleno de lienzos en blanco, con todas las herramientas posibles a inimaginables.
    Había pinturas acrílicas, acuarelas, carboncillos, lápices de colores, rotuladores, pinceles, todo lo necesario para el mantenimiento de las mismas así como para la limpieza del lugar, incluso al lado de la puerta había un colgador lleno de impolutas batas blancas, todas de la talla de la tribrida.

    — Feliz cumpleaños, Hope.

    Dean se había quedado unos pasos detrás de ella. Justo en el umbral de la puerta, como si aquel lugar fuera tan solo refugio y propiedad de la morena y él no quisiera contaminarlo con su presencia.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #CumpleañosHope #Winchelson
    Dean no era alguien demasiado detallista, o eso era lo que siempre había escuchado. Sam era el atento, el sensible, aquel que tenía en cuenta a los demás y sus deseos. Él era el pasota, el que no daba importancia a las pequeñas cosas… Y por desgracia era algo que el mismo Dean había llegado a creerse. Hasta tal punto que todo lo que hacía por los demás, nunca era suficiente, y pasaba por completo desapercibido para todo el mundo. Como el hecho de que llevara en secreto preparando aquel regalo para [thetribrid] semanas. Semanas en las que aunque había cortado toda relación con la tribrida, habita trabajado en secreto a espaldas de todo el mundo, incluso de los sentidos puñeteramente aumentados de la Mikaelson, para que aquel día la sorpresa fuera todo lo perfecta que él esperaba que fuera. Porque Dean la seguía queriendo, porque sus actos estaban respaldados por esos sentimientos que Hope le provocaba, y no podia no hacer nada ese dos de mayo, a pesar de que quizás estuviera fuera de lugar. Le daba igual. Todos en aquel bunker habían sufrido demasiado en sus vidas, y sus cumpleaños tan solo eran recordatorios de aquellos que no estaban con ellos, de todos los que faltaban y a los que echaban de menos, así que Dean, ese día tenía la misión, si no de llenar el vacío, cosa que era imposible, si de dibujar una sonrisa en aquellos labios femeninos que le volvían loco. Con aquella idea en la cabeza y después de haber dado los últimos retoques, el cazador se dirige a la habitación de Hope, abre la puerta sin llamar, y ve a la tribrida en la cama, por supuesto no es capaz de sorprenderla, porque le mira con esos increíbles ojos en cuanto pone un pie dentro. — Aborrezco tu ultra oído…. Ven conmigo. Se acerca a la cama y la toma de la mano escondiendo una sonrisa, porque por primera vez estaba casi convencido de que lo había clavado con un regalo. Ambos salen del cuarto, y Dean guía a Hope, por los pasillos del bunker, sin vacilar en uno de sus pasos, mientras ambos iban hacia la zona de aquel refugio que, por la poca cantidad de gente viviendo allí ahora mismo, prácticamente no usaban. Al final se para frente a una puerta y deja allí a Hope, perfectamente colocada, quedando él justo atrás de ella. Detrás de aquella puerta de madera, le esperaba a Hope una impresionante habitación de pintura. Con la mejor iluminación posible al carecer de ventanas, con un caballete y un armario lleno de lienzos en blanco, con todas las herramientas posibles a inimaginables. Había pinturas acrílicas, acuarelas, carboncillos, lápices de colores, rotuladores, pinceles, todo lo necesario para el mantenimiento de las mismas así como para la limpieza del lugar, incluso al lado de la puerta había un colgador lleno de impolutas batas blancas, todas de la talla de la tribrida. — Feliz cumpleaños, Hope. Dean se había quedado unos pasos detrás de ella. Justo en el umbral de la puerta, como si aquel lugar fuera tan solo refugio y propiedad de la morena y él no quisiera contaminarlo con su presencia. #Personajes3D #3D #Comunidad3D #CumpleañosHope #Winchelson
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  • Operación Boreal
    Fandom Marbella Vice
    Categoría Original
    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa.

    Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras.

    Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira.

    El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro.

    Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era.

    Lo sabía bien.

    Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma.

    Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba.

    Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí.

    Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad.

    Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo.

    El se giró, alerta.

    Pero no vio a nadie.

    Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto.

    No era casualidad. Era estrategia.

    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa. Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras. Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira. El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro. Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era. Lo sabía bien. Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma. Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba. Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí. Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad. Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo. El se giró, alerta. Pero no vio a nadie. Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto. No era casualidad. Era estrategia.
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  • No llevo tatuajes y piercings por vanidad, cada marca en mi piel, cada pedazo de metal incrustado en mi cuerpo, tiene una razón… y no siempre es bonita. Algunos de mis tatuajes son antiguos símbolos de mi linaje, de la sangre alfa que corre por mis venas. Otros, cicatrices convertidas en arte, memoria viva de batallas que casi me matan. Pero si estás leyendo esto, seguro no te interesa mi historia de guerra, ¿verdad?

    Hablemos de lo otro, hablemos guarro.

    Los piercings que llevo no son solo para mostrar rebeldía. Son herramientas. Armas silenciosas. Lengua perforada doble con precisión. ¿Por qué? Porque el placer no solo se ofrece con las manos o con la voz… también con la boca. Y si puedo hacer que una hembra olvide cómo se llama con solo deslizar mi lengua por su piel, por sus lugares más sensibles… entonces he cumplido con mi deber. No hay mayor poder que conocer el cuerpo de alguien mejor que ellos mismos.

    Ahora, el más… intenso. El más íntimo. El Príncipe Alberto. Sí, también lo tengo. Y no lo oculto. Una perforación que atraviesa la piel sensible de mi miembro, colocada con el propósito específico de incrementar el placer, no solo para mí, sino para quien me acompaña en la cama. La vibración, el contacto, el roce… todo se intensifica. Cada embestida se convierte en una experiencia. No se trata de lujo. Se trata de devoción al placer, al acto salvaje, crudo y sincero del deseo.

    Porque cuando tomas a una hembra, cuando la haces tuya… no basta con hacerlo bien. Hay que marcarla, hacer que no pueda compararte con nadie más. Que incluso el recuerdo de ti, la vuelva loca.

    Y yo nací para eso, para dejar marca, en la piel, en la memoria y en el alma....

    #3D
    No llevo tatuajes y piercings por vanidad, cada marca en mi piel, cada pedazo de metal incrustado en mi cuerpo, tiene una razón… y no siempre es bonita. Algunos de mis tatuajes son antiguos símbolos de mi linaje, de la sangre alfa que corre por mis venas. Otros, cicatrices convertidas en arte, memoria viva de batallas que casi me matan. Pero si estás leyendo esto, seguro no te interesa mi historia de guerra, ¿verdad? Hablemos de lo otro, hablemos guarro. Los piercings que llevo no son solo para mostrar rebeldía. Son herramientas. Armas silenciosas. Lengua perforada doble con precisión. ¿Por qué? Porque el placer no solo se ofrece con las manos o con la voz… también con la boca. Y si puedo hacer que una hembra olvide cómo se llama con solo deslizar mi lengua por su piel, por sus lugares más sensibles… entonces he cumplido con mi deber. No hay mayor poder que conocer el cuerpo de alguien mejor que ellos mismos. Ahora, el más… intenso. El más íntimo. El Príncipe Alberto. Sí, también lo tengo. Y no lo oculto. Una perforación que atraviesa la piel sensible de mi miembro, colocada con el propósito específico de incrementar el placer, no solo para mí, sino para quien me acompaña en la cama. La vibración, el contacto, el roce… todo se intensifica. Cada embestida se convierte en una experiencia. No se trata de lujo. Se trata de devoción al placer, al acto salvaje, crudo y sincero del deseo. Porque cuando tomas a una hembra, cuando la haces tuya… no basta con hacerlo bien. Hay que marcarla, hacer que no pueda compararte con nadie más. Que incluso el recuerdo de ti, la vuelva loca. Y yo nací para eso, para dejar marca, en la piel, en la memoria y en el alma.... #3D
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  • Dibujar Dibujar Dibujar!!!
    Nunca pensé que dibujar digitalmente me daría más herramientas de las que deseo!!! ESTO ES EL PARAÍSO!!!
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  • ─── Yo no tengo amigos, solamente víctimas, herramientas y herencia.
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  • No voy a esperar más. Compré todo lo necesario: herramientas, materiales y pintura. No necesito obreros ni ayuda externa. Mi resistencia y fuerza me permiten hacer en días lo que a otros les llevaría meses. Además, hay algo gratificante en reconstruirlo con mis propias manos.

    Comienzo arrancando las tablas podridas del suelo, desmontando lo que no se puede salvar y limpiando cada rincón. La luz de la luna entra por las ventanas cubiertas de polvo, iluminando el lugar con un aura casi fantasmal. Me hace sonreír. Este sitio tiene alma, solo necesita alguien que le devuelva su esplendor.

    Mientras trabajo, imagino el resultado final: techos altos, ventanales restaurados, una cocina impecable, un salón elegante donde la gente disfrute mis creaciones. Paso la mano por una de las paredes, sintiendo su historia. Voy a revivir este lugar, igual que estoy reviviendo mi propio sueño.
    No voy a esperar más. Compré todo lo necesario: herramientas, materiales y pintura. No necesito obreros ni ayuda externa. Mi resistencia y fuerza me permiten hacer en días lo que a otros les llevaría meses. Además, hay algo gratificante en reconstruirlo con mis propias manos. Comienzo arrancando las tablas podridas del suelo, desmontando lo que no se puede salvar y limpiando cada rincón. La luz de la luna entra por las ventanas cubiertas de polvo, iluminando el lugar con un aura casi fantasmal. Me hace sonreír. Este sitio tiene alma, solo necesita alguien que le devuelva su esplendor. Mientras trabajo, imagino el resultado final: techos altos, ventanales restaurados, una cocina impecable, un salón elegante donde la gente disfrute mis creaciones. Paso la mano por una de las paredes, sintiendo su historia. Voy a revivir este lugar, igual que estoy reviviendo mi propio sueño.
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  • Hace girar la llanta delantera de su motocicleta para comprobar la estabilidad del nuevo neumático y la respuesta del freno, por lo que está satisfecho con el resultado, por lo que las herramientas y la misma moto dejan de flotar en el aire para descender suavemente al piso.
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