No hay nada más ruidoso que un “haber” donde debió ir un “a ver”. Nada más violento que una frase decapitada por comas en huelga. La ignorancia no siempre grita: a veces susurra desde una pantalla, desde un perfil lleno de opiniones disfrazadas de certezas y errores vestidos con indiferencia.
Hay quienes se jactan de su autenticidad mientras degüellan la lengua con cada palabra mal escrita. Creen que la forma no importa, que el fondo se sostiene solo. Pero el fondo, sin forma, se pudre. ¿Cómo respetar un pensamiento que no sabe sostenerse sobre un verbo correctamente conjugado?
El analfabeto sutil no es aquel que nunca aprendió, sino el que pudo haber aprendido y decidió no hacerlo. El que presume ideas sin las herramientas para expresarlas. El que ignora que escribir con corrección no es elitismo, sino respeto: por uno mismo y por quien te lee.
Y así, entre tildes ausentes, signos huérfanos y confusiones básicas, la decadencia se disfraza de libertad. No es rebeldía, es renuncia. No es autenticidad, es pereza. Porque quien no sabe escribir, tampoco sabe pensar con claridad. La lengua no solo comunica: ordena el mundo.
Y si el lenguaje es el mapa del pensamiento, muchos están perdidos sin saberlo.
Hay quienes se jactan de su autenticidad mientras degüellan la lengua con cada palabra mal escrita. Creen que la forma no importa, que el fondo se sostiene solo. Pero el fondo, sin forma, se pudre. ¿Cómo respetar un pensamiento que no sabe sostenerse sobre un verbo correctamente conjugado?
El analfabeto sutil no es aquel que nunca aprendió, sino el que pudo haber aprendido y decidió no hacerlo. El que presume ideas sin las herramientas para expresarlas. El que ignora que escribir con corrección no es elitismo, sino respeto: por uno mismo y por quien te lee.
Y así, entre tildes ausentes, signos huérfanos y confusiones básicas, la decadencia se disfraza de libertad. No es rebeldía, es renuncia. No es autenticidad, es pereza. Porque quien no sabe escribir, tampoco sabe pensar con claridad. La lengua no solo comunica: ordena el mundo.
Y si el lenguaje es el mapa del pensamiento, muchos están perdidos sin saberlo.
No hay nada más ruidoso que un “haber” donde debió ir un “a ver”. Nada más violento que una frase decapitada por comas en huelga. La ignorancia no siempre grita: a veces susurra desde una pantalla, desde un perfil lleno de opiniones disfrazadas de certezas y errores vestidos con indiferencia.
Hay quienes se jactan de su autenticidad mientras degüellan la lengua con cada palabra mal escrita. Creen que la forma no importa, que el fondo se sostiene solo. Pero el fondo, sin forma, se pudre. ¿Cómo respetar un pensamiento que no sabe sostenerse sobre un verbo correctamente conjugado?
El analfabeto sutil no es aquel que nunca aprendió, sino el que pudo haber aprendido y decidió no hacerlo. El que presume ideas sin las herramientas para expresarlas. El que ignora que escribir con corrección no es elitismo, sino respeto: por uno mismo y por quien te lee.
Y así, entre tildes ausentes, signos huérfanos y confusiones básicas, la decadencia se disfraza de libertad. No es rebeldía, es renuncia. No es autenticidad, es pereza. Porque quien no sabe escribir, tampoco sabe pensar con claridad. La lengua no solo comunica: ordena el mundo.
Y si el lenguaje es el mapa del pensamiento, muchos están perdidos sin saberlo.



