• El Comienzo de Todo – El Despertar de Jade Green
    Categoría Otros
    Desde que era niña, Jade siempre supo que su vida no sería como la de los demás. En los primeros años de su existencia, vivió en el convento, escondida entre las sombras de las monjas, protegida del mundo exterior por los muros de piedra que la mantenían alejada de quienes la buscaban. No entendía del todo por qué, pero sentía que algo oscuro la acechaba. Algo que no podía escapar, aunque ni su madre ni las monjas hablaran al respecto.

    Recuerdo los días grises y fríos, el canto monótono de las monjas que, a pesar de ser cálido, nunca lograba calmar la sensación constante de inquietud que me embargaba. Sabía que no era una niña común. Había algo en mí, algo que me hacía diferente. A veces, en mis sueños, veía ojos enormes, profundos como el mar. Aquellos ojos eran los mismos que sentía en mi interior. La conexión que no comprendía, la fuerza ancestral que me pertenecía y que, sin quererlo, me arrastraba.

    Era mi madre quien me sacó de allí. La misma mujer que siempre había sido una sombra distante, a veces cálida, a veces fría, pero siempre con un aire de autoridad que parecía rodearla. Esa mujer, la que hablaba en susurros con el viento, que nunca dejaba de estudiar los antiguos textos y las viejas escrituras de la Hermandad del Kraken, fue quien me sacó del convento, de mi protección, de mi escondite. Y lo hizo con una sonrisa que nunca pude descifrar, una sonrisa que llevaba consigo una carga de tristeza y aceptación.

    Al principio, no entendí lo que sucedía. No entendí por qué estaba siendo entregada a aquellos que me miraban como si fuera algo más que una niña, como si fuera una pieza de un rompecabezas al que le faltaba su lugar. Lo comprendí cuando ya era demasiado tarde, cuando mi madre, la mujer que debería haberme protegido, me entregó sin remordimientos a una organización con oscuros fines. La Hermandad del Kraken. ¿Cómo podría ella? ¿Cómo pudo venderme? ¿Por qué me entregó a aquellos que querían usarme como un simple instrumento?

    Me sentí perdida, atrapada en una red de mentiras y manipulaciones. De repente, todo lo que había conocido, todo lo que pensaba que era real, se desmoronó ante mis ojos. A medida que pasaban los años, comencé a entender que mi madre no era simplemente una madre. Era una sacerdotisa, una mujer que había consagrado su vida a un propósito más grande que ella misma. Y ese propósito no me incluía como su hija, sino como un medio para un fin: el despertar del Kraken.

    Mi madre nunca me habló directamente de la Hermandad, ni de lo que se esperaba de mí. Pero yo sabía que, en algún lugar profundo de mi ser, algo se despertaba. Mi vínculo con el Kraken no era un simple destino. Era un llamado que siempre había estado latente, esperando el momento adecuado para salir a la luz.

    Las voces que escuchaba en mis sueños, los ecos de los mares y las olas que parecían hablarme, todo encajaba en un puzzle que me aterraba. El Kraken, ese monstruo primordial, no solo era un mito. Era real. Y yo era la pieza clave para desatarlo.

    Me encontraba en medio de dos mundos. La bondad de Gazú, mi padre adoptivo, el hombre que me dio amor cuando mi madre me abandonó, y el oscuro destino que la Hermandad había trazado para mí. Gazú me ofreció protección, un refugio del caos que me rodeaba, pero el peso de lo que estaba en juego, el destino que me perseguía, me alejaba de él. Mi amor por él era la única ancla que me mantenía a flote, pero ni él ni yo sabíamos lo que se avecinaba.

    Recuerdo las noches solitarias, mirando al horizonte, buscando respuestas que nunca llegaban. Mis poderes, esas habilidades que no entendía del todo, comenzaban a crecer dentro de mí. No era solo una niña común. Había algo en mis venas, algo que me conectaba con las aguas del océano, con el monstruo que se escondía en las profundidades.

    Y ahora, al mirar las olas chocando contra la costa, entendí que no podía escapar de esto. El Kraken ya estaba despertando, y yo no podía ignorarlo. No podía evitarlo. Mi destino estaba sellado, marcado por la sangre de mi madre, por la conexión que no podía cortar. El Kraken me llamaba, y yo tenía que decidir qué hacer con ese poder.

    Me he pasado toda la vida huyendo de lo que soy, pero ahora no puedo seguir corriendo. El futuro está frente a mí, y aunque mi corazón me grite que no debo seguir el camino de la Hermandad, sé que algo más grande que yo ya ha comenzado. Y quizás, por primera vez, pueda elegir qué hacer con el poder que corre por mis venas.

    Sabía que no podía huir para siempre. El Kraken había comenzado a despertar, y su destino estaba intrínsecamente ligado a ese monstruo del abismo. Pero, a medida que la tormenta arremetía alrededor de ella, Jade entendió que no sería solo un instrumento para los fines de la Hermandad. Ella tendría que decidir por sí misma qué hacer con el poder que le otorgaba su sangre y su linaje.

    En ese momento, Jade tomó una decisión.

    "No seré su marioneta", susurró con determinación. "El Kraken no me controlará. Lo despertaré, pero será a mi manera."

    Con un último vistazo a las olas embravecidas, Jade dio un paso atrás, alejándose del borde. El destino no la había elegido, ni la Hermandad, ni el Kraken. Sería ella quien decidiría su futuro, aunque eso significara desafiar a la misma organización que la había creado y, posiblemente, a la fuerza de los mares.

    La lucha por su libertad comenzaba esa noche.
    Desde que era niña, Jade siempre supo que su vida no sería como la de los demás. En los primeros años de su existencia, vivió en el convento, escondida entre las sombras de las monjas, protegida del mundo exterior por los muros de piedra que la mantenían alejada de quienes la buscaban. No entendía del todo por qué, pero sentía que algo oscuro la acechaba. Algo que no podía escapar, aunque ni su madre ni las monjas hablaran al respecto. Recuerdo los días grises y fríos, el canto monótono de las monjas que, a pesar de ser cálido, nunca lograba calmar la sensación constante de inquietud que me embargaba. Sabía que no era una niña común. Había algo en mí, algo que me hacía diferente. A veces, en mis sueños, veía ojos enormes, profundos como el mar. Aquellos ojos eran los mismos que sentía en mi interior. La conexión que no comprendía, la fuerza ancestral que me pertenecía y que, sin quererlo, me arrastraba. Era mi madre quien me sacó de allí. La misma mujer que siempre había sido una sombra distante, a veces cálida, a veces fría, pero siempre con un aire de autoridad que parecía rodearla. Esa mujer, la que hablaba en susurros con el viento, que nunca dejaba de estudiar los antiguos textos y las viejas escrituras de la Hermandad del Kraken, fue quien me sacó del convento, de mi protección, de mi escondite. Y lo hizo con una sonrisa que nunca pude descifrar, una sonrisa que llevaba consigo una carga de tristeza y aceptación. Al principio, no entendí lo que sucedía. No entendí por qué estaba siendo entregada a aquellos que me miraban como si fuera algo más que una niña, como si fuera una pieza de un rompecabezas al que le faltaba su lugar. Lo comprendí cuando ya era demasiado tarde, cuando mi madre, la mujer que debería haberme protegido, me entregó sin remordimientos a una organización con oscuros fines. La Hermandad del Kraken. ¿Cómo podría ella? ¿Cómo pudo venderme? ¿Por qué me entregó a aquellos que querían usarme como un simple instrumento? Me sentí perdida, atrapada en una red de mentiras y manipulaciones. De repente, todo lo que había conocido, todo lo que pensaba que era real, se desmoronó ante mis ojos. A medida que pasaban los años, comencé a entender que mi madre no era simplemente una madre. Era una sacerdotisa, una mujer que había consagrado su vida a un propósito más grande que ella misma. Y ese propósito no me incluía como su hija, sino como un medio para un fin: el despertar del Kraken. Mi madre nunca me habló directamente de la Hermandad, ni de lo que se esperaba de mí. Pero yo sabía que, en algún lugar profundo de mi ser, algo se despertaba. Mi vínculo con el Kraken no era un simple destino. Era un llamado que siempre había estado latente, esperando el momento adecuado para salir a la luz. Las voces que escuchaba en mis sueños, los ecos de los mares y las olas que parecían hablarme, todo encajaba en un puzzle que me aterraba. El Kraken, ese monstruo primordial, no solo era un mito. Era real. Y yo era la pieza clave para desatarlo. Me encontraba en medio de dos mundos. La bondad de Gazú, mi padre adoptivo, el hombre que me dio amor cuando mi madre me abandonó, y el oscuro destino que la Hermandad había trazado para mí. Gazú me ofreció protección, un refugio del caos que me rodeaba, pero el peso de lo que estaba en juego, el destino que me perseguía, me alejaba de él. Mi amor por él era la única ancla que me mantenía a flote, pero ni él ni yo sabíamos lo que se avecinaba. Recuerdo las noches solitarias, mirando al horizonte, buscando respuestas que nunca llegaban. Mis poderes, esas habilidades que no entendía del todo, comenzaban a crecer dentro de mí. No era solo una niña común. Había algo en mis venas, algo que me conectaba con las aguas del océano, con el monstruo que se escondía en las profundidades. Y ahora, al mirar las olas chocando contra la costa, entendí que no podía escapar de esto. El Kraken ya estaba despertando, y yo no podía ignorarlo. No podía evitarlo. Mi destino estaba sellado, marcado por la sangre de mi madre, por la conexión que no podía cortar. El Kraken me llamaba, y yo tenía que decidir qué hacer con ese poder. Me he pasado toda la vida huyendo de lo que soy, pero ahora no puedo seguir corriendo. El futuro está frente a mí, y aunque mi corazón me grite que no debo seguir el camino de la Hermandad, sé que algo más grande que yo ya ha comenzado. Y quizás, por primera vez, pueda elegir qué hacer con el poder que corre por mis venas. Sabía que no podía huir para siempre. El Kraken había comenzado a despertar, y su destino estaba intrínsecamente ligado a ese monstruo del abismo. Pero, a medida que la tormenta arremetía alrededor de ella, Jade entendió que no sería solo un instrumento para los fines de la Hermandad. Ella tendría que decidir por sí misma qué hacer con el poder que le otorgaba su sangre y su linaje. En ese momento, Jade tomó una decisión. "No seré su marioneta", susurró con determinación. "El Kraken no me controlará. Lo despertaré, pero será a mi manera." Con un último vistazo a las olas embravecidas, Jade dio un paso atrás, alejándose del borde. El destino no la había elegido, ni la Hermandad, ni el Kraken. Sería ella quien decidiría su futuro, aunque eso significara desafiar a la misma organización que la había creado y, posiblemente, a la fuerza de los mares. La lucha por su libertad comenzaba esa noche.
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  • Con este calor , es muy agradable estar en este lugar bajo el sol y tomar una limonada fría.
    ¿Que dices me acompañas?
    Con este calor , es muy agradable estar en este lugar bajo el sol y tomar una limonada fría. ¿Que dices me acompañas?
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  • 𝓐𝑡𝑎𝑟𝑎𝑥𝑖𝑎: 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑙𝑚𝑎 𝑦 𝑎𝑢𝑠𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝑝𝑎𝑠𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠
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    Categoría Slice of Life
    Había copas de zinc y de cristal tiradas por toda la cocina, era como si hubiera habido una fiesta de adolescentes en la casa del Viento, pero lo único que había pasado era Nesta Archeron.

    Rhysand una vez dijo que Velaris no estaba preparada para Nesta Archeron, y era cierto, realmente nadie estaba preparada para Lady Death afrontando sus errores y luchando por ellos, nadie estaba preparado para el renacimiento de las Valkyrias, ni para una fae que luchó contra el interior del caldero y salió de allí con sentencias de muerte por delante.

    Feyre era el corazón de La Corte Noche, era algo que estaba más que a la vista, Feyre era un Nexo entre todos, una unión perfecta de amor y entendimiento pero Nesta Archeron era una espada ejecutora, cortaría, decapitaría y laceraría a todo aquel que se propusiera dañar a sus hermanas, no solo a Elain y a Feyre, si no a Emerie y a Gwyn, a su nueva familia, La Corte Noche y por supuesto... a-

    Nesta abrió los ojos, había sido una noche dura de desgarrarse las cuerdas vocales entre gritos de frustración, entre bebidas y meditaciones, había hablado largo y tendido con aquella casa que parecía cuidarla y con su soledad.

    La soledad... aquella que tanto le dolía y le había dolido, aquella que la empujó a un error fatal.

    Nesta sabía bastante bien que toda su vida la habían hecho caminar por senderos que ni si quiera deseaba recorrer, su madre, su padre... que le robaran a su hermana y tener el valor de ir en busca de ella para recuperarla de vuelta, que terceras personas decidieran convertirla en una inmortal, uno o dos lazos de apareamiento no pedidos ni deseados, incluso un poder de pura muerte arrebatado con uñas y dientes de un poder superior.

    Había llegado a una conclusión, solo se debía lealtad a ella misma, y tal vez un poco a su Alta Lady y a su Alto Lord, pero sobre todo, primero iba ella, siempre ella. No iba a doblegarse ante nadie, no iba a romperse ante nadie y lo que había estado haciendo hasta aquel preciso momento era dejar que los demás la movieran en una marea incontrolable de ira, sufrimiento y desazón. Como si fuerran niños de trece años enfadados por haber jugado con juguetes ajenos. Azriel no tenía derecho a exigirle nada, tampoco Cassian, y de la misma forma ella tampoco tenía derecho a exigirle nada a ninguno de los dos, y aunque en parte lo entendía, la hipocresía del dolor se mantenía, por que en el fondo le dolía que Azriel se hubiera marchado o que Cassian no fuera ni capaz de mirarle a la cara, y que le doliera... ¿No era lo más humano del mundo?

    Poniéndose en pie para colocarse su uniforme invernal de Valkyria, a la vez que la Casa se deshacía de aquel estropicio que se había formado la noche anterior, a cada paso más se afianzaba en sus palabras y más segura estaba de su opinión.
    "Nesta Archeron, eres tuya y solo tuya, no eres de madre, no eres de Feyre, no eres de las Valkyrias, ni eres de Azriel, eres tuya".

    Se miró fijamente al espejo, y se sorprendió de la imagen que el espejo le devolvió. Nesta de humana había sido hermosa, pero de fae era devastadora, eso era un hecho, pero lo que vio fue a una mujer fuerte que lucharía con garras y colmillos, vio a una conquistadora y se sonrió a si misma, a su reflejo. Tal vez, por primera vez en años no deseaba morir, tal vez por primera vez en años sabía lo que quería hacer, tal vez por primera vez en años no se sintió rota. Se tenía a si misma.

    Su mente había hecho "Click", no había que huir, no debía de huir pues no había ningún peligro, ella /era/ el peligro.

    Se peinó los cabellos, recogiéndoselos y trenzándoselos, sus ojos azules grisáceos brillaron con el reflejo de las luces de la casa del viento, la casa la estaba halagando a su manera. Nesta colocó a Ataraxia en su funda y colgó esta en su cintura.

    La vida seguía como las cosas que no tenían mucho sentido, y tal vez las cosas que no tenían mucho sentido eran las que debían ser protegidas.

    Nesta salió de casa y dejó que la fría brisa invernal le acariciase las mejillas, pronto llegaría el solsticio de Invierno, y con ello la nieve sería permanente en las calles y las montañas.

    Nesta sonrió por la ironía de su pensamiento, toda su vida se la había pasado escalando montañas, y esta vez, volvería a escapar esa maldita montaña que tenía delante.

    Aquello lo pensó mirando fijamente el pico de la montaña Ramiel.
    Había copas de zinc y de cristal tiradas por toda la cocina, era como si hubiera habido una fiesta de adolescentes en la casa del Viento, pero lo único que había pasado era Nesta Archeron. Rhysand una vez dijo que Velaris no estaba preparada para Nesta Archeron, y era cierto, realmente nadie estaba preparada para Lady Death afrontando sus errores y luchando por ellos, nadie estaba preparado para el renacimiento de las Valkyrias, ni para una fae que luchó contra el interior del caldero y salió de allí con sentencias de muerte por delante. Feyre era el corazón de La Corte Noche, era algo que estaba más que a la vista, Feyre era un Nexo entre todos, una unión perfecta de amor y entendimiento pero Nesta Archeron era una espada ejecutora, cortaría, decapitaría y laceraría a todo aquel que se propusiera dañar a sus hermanas, no solo a Elain y a Feyre, si no a Emerie y a Gwyn, a su nueva familia, La Corte Noche y por supuesto... a- Nesta abrió los ojos, había sido una noche dura de desgarrarse las cuerdas vocales entre gritos de frustración, entre bebidas y meditaciones, había hablado largo y tendido con aquella casa que parecía cuidarla y con su soledad. La soledad... aquella que tanto le dolía y le había dolido, aquella que la empujó a un error fatal. Nesta sabía bastante bien que toda su vida la habían hecho caminar por senderos que ni si quiera deseaba recorrer, su madre, su padre... que le robaran a su hermana y tener el valor de ir en busca de ella para recuperarla de vuelta, que terceras personas decidieran convertirla en una inmortal, uno o dos lazos de apareamiento no pedidos ni deseados, incluso un poder de pura muerte arrebatado con uñas y dientes de un poder superior. Había llegado a una conclusión, solo se debía lealtad a ella misma, y tal vez un poco a su Alta Lady y a su Alto Lord, pero sobre todo, primero iba ella, siempre ella. No iba a doblegarse ante nadie, no iba a romperse ante nadie y lo que había estado haciendo hasta aquel preciso momento era dejar que los demás la movieran en una marea incontrolable de ira, sufrimiento y desazón. Como si fuerran niños de trece años enfadados por haber jugado con juguetes ajenos. Azriel no tenía derecho a exigirle nada, tampoco Cassian, y de la misma forma ella tampoco tenía derecho a exigirle nada a ninguno de los dos, y aunque en parte lo entendía, la hipocresía del dolor se mantenía, por que en el fondo le dolía que Azriel se hubiera marchado o que Cassian no fuera ni capaz de mirarle a la cara, y que le doliera... ¿No era lo más humano del mundo? Poniéndose en pie para colocarse su uniforme invernal de Valkyria, a la vez que la Casa se deshacía de aquel estropicio que se había formado la noche anterior, a cada paso más se afianzaba en sus palabras y más segura estaba de su opinión. "Nesta Archeron, eres tuya y solo tuya, no eres de madre, no eres de Feyre, no eres de las Valkyrias, ni eres de Azriel, eres tuya". Se miró fijamente al espejo, y se sorprendió de la imagen que el espejo le devolvió. Nesta de humana había sido hermosa, pero de fae era devastadora, eso era un hecho, pero lo que vio fue a una mujer fuerte que lucharía con garras y colmillos, vio a una conquistadora y se sonrió a si misma, a su reflejo. Tal vez, por primera vez en años no deseaba morir, tal vez por primera vez en años sabía lo que quería hacer, tal vez por primera vez en años no se sintió rota. Se tenía a si misma. Su mente había hecho "Click", no había que huir, no debía de huir pues no había ningún peligro, ella /era/ el peligro. Se peinó los cabellos, recogiéndoselos y trenzándoselos, sus ojos azules grisáceos brillaron con el reflejo de las luces de la casa del viento, la casa la estaba halagando a su manera. Nesta colocó a Ataraxia en su funda y colgó esta en su cintura. La vida seguía como las cosas que no tenían mucho sentido, y tal vez las cosas que no tenían mucho sentido eran las que debían ser protegidas. Nesta salió de casa y dejó que la fría brisa invernal le acariciase las mejillas, pronto llegaría el solsticio de Invierno, y con ello la nieve sería permanente en las calles y las montañas. Nesta sonrió por la ironía de su pensamiento, toda su vida se la había pasado escalando montañas, y esta vez, volvería a escapar esa maldita montaña que tenía delante. Aquello lo pensó mirando fijamente el pico de la montaña Ramiel.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Podré madrugar para trabajar, pero jamás me quejaré de sentir las manos más frías que pompis de pingüino. Te quiero mucho, frio. Calor eres un naco y un estúpido. (?)
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  • Me siento en el borde de la bañera, la fría cerámica presionando contra mis muslos mientras sostengo la rasuradora con una mano. La hoja, recién cambiada, brilla tenuemente bajo la luz del baño. El sonido del agua corriendo en el lavabo cercano es mi único acompañante. Paso la cuchilla con cuidado sobre la piel de mi pierna, observando cómo desaparecen los vellos como si fueran borrados por una goma. Hay algo casi hipnótico en este acto, una rutina que repito sin pensar, pero que hoy parece llenarme de pensamientos dispersos.

    El jabón que apliqué antes de comenzar deja una espuma ligera en mi piel, haciendo que el proceso sea más suave. Con cada pasada, noto la diferencia: un área lisa y limpia emergiendo de la espuma, en contraste con la piel más áspera que queda sin tocar. Mi otra mano descansa sobre mi rodilla, firme, sosteniéndome en equilibrio. Me detengo un momento, inspeccionando mi trabajo con ojo crítico.

    Mientras continúo, mi mente se pierde en una maraña de pensamientos. «¿Por qué nunca se reconoce el valor de la limpieza, del esfuerzo y delicadeza con la que cada una mantenemos la belleza de esta piel que muchos adoran? Si bien, crecen muy rápido y parecen cesped puntiagudo cuando no nos afeitamos, ¿Porqué jamás nos reconocen el logro de esta belleza hermosa que causamos con este tiempo que perdemos lenta y detenidamente con esta acción de limpieza femenina?» La rasuradora se desliza una vez más, su movimiento preciso y deliberado, pero mi cabeza está lejos de aquí. Pienso en las expectativas, en las apariencias, en las normas que seguimos casi por instinto. «Me pregunto si esta es una de esas cosas que hacemos solo porque nos han dicho que debemos hacerlo, o es porque realmente nos hace sentir sexys o limpias...»

    El aroma fresco del jabón me reconecta con el presente. Respiro hondo, sacudiendo las ideas. —Un paso a la vez —me digo. Limpio la cuchilla bajo el chorro de agua, observando cómo los restos de espuma y vellos desaparecen, arrastrados por la corriente. Hay algo irónicamente liberador en este momento tan mundano. Es un pequeño ritual, una pausa, un instante de quietud en el caos del día. Sigo afeitándome, mi reflejo observándome desde el espejo empañado. Y por un momento, todo está en calma.

    Me siento en el borde de la bañera, la fría cerámica presionando contra mis muslos mientras sostengo la rasuradora con una mano. La hoja, recién cambiada, brilla tenuemente bajo la luz del baño. El sonido del agua corriendo en el lavabo cercano es mi único acompañante. Paso la cuchilla con cuidado sobre la piel de mi pierna, observando cómo desaparecen los vellos como si fueran borrados por una goma. Hay algo casi hipnótico en este acto, una rutina que repito sin pensar, pero que hoy parece llenarme de pensamientos dispersos. El jabón que apliqué antes de comenzar deja una espuma ligera en mi piel, haciendo que el proceso sea más suave. Con cada pasada, noto la diferencia: un área lisa y limpia emergiendo de la espuma, en contraste con la piel más áspera que queda sin tocar. Mi otra mano descansa sobre mi rodilla, firme, sosteniéndome en equilibrio. Me detengo un momento, inspeccionando mi trabajo con ojo crítico. Mientras continúo, mi mente se pierde en una maraña de pensamientos. «¿Por qué nunca se reconoce el valor de la limpieza, del esfuerzo y delicadeza con la que cada una mantenemos la belleza de esta piel que muchos adoran? Si bien, crecen muy rápido y parecen cesped puntiagudo cuando no nos afeitamos, ¿Porqué jamás nos reconocen el logro de esta belleza hermosa que causamos con este tiempo que perdemos lenta y detenidamente con esta acción de limpieza femenina?» La rasuradora se desliza una vez más, su movimiento preciso y deliberado, pero mi cabeza está lejos de aquí. Pienso en las expectativas, en las apariencias, en las normas que seguimos casi por instinto. «Me pregunto si esta es una de esas cosas que hacemos solo porque nos han dicho que debemos hacerlo, o es porque realmente nos hace sentir sexys o limpias...» El aroma fresco del jabón me reconecta con el presente. Respiro hondo, sacudiendo las ideas. —Un paso a la vez —me digo. Limpio la cuchilla bajo el chorro de agua, observando cómo los restos de espuma y vellos desaparecen, arrastrados por la corriente. Hay algo irónicamente liberador en este momento tan mundano. Es un pequeño ritual, una pausa, un instante de quietud en el caos del día. Sigo afeitándome, mi reflejo observándome desde el espejo empañado. Y por un momento, todo está en calma.
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  • El reencuentro bajo la luz de la luna
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    Categoría Drama
    La luna llena brillaba en lo alto del cielo nocturno, bañando la mansión en un resplandor fantasmal. Los meses habían pasado como una serie interminable de noches solitarias. Desde aquella fatídica fiesta donde todo se había desmoronado, ni Heinrich ni Kazuo habían vuelto a verse. La relación que alguna vez compartieron, tan profunda y cercana, se había desgastado como un hilo que se deshilacha con cada tirón. Y en medio de todo ese caos emocional, Heinrich había sucumbido a su agotamiento, permitiéndome, su alter, tomar las riendas mientras él se refugiaba en un letargo

    Sabía que el tiempo sin alimentarnos adecuadamente estaba comenzando a pasar factura. Los instintos vampíricos, esa sed abrasadora, no podían ser ignorados por mucho más. Y, a pesar de mi mayor fortaleza emocional y frialdad, no podía negar que el cuerpo que compartíamos necesitaba el lazo que habíamos forjado con Kazuo. La sangre del kitsune era única, un elixir que, más allá de la simple nutrición, había sostenido a Heinrich en momentos de desesperación.

    Sin embargo, esta vez no era solo una cuestión de hambre. También era un asunto pendiente que, tarde o temprano, debía resolverse. No podía permitir que Heinrich se escondiera para siempre. El peso de la culpa, de las palabras no dichas, de las heridas no sanadas... todo aquello no desaparecería por sí sol

    De pie junto a la ventana, dejé que la brisa fría de la noche rozara mi piel pálida. Cerré los ojos y me concentré, invocando el vínculo que aún compartíamos con Kazuo . Sabía que él podía sentirlo, esa conexión que habíamos cultivado con cada encuentro, con cada gota de sangre que había compartido con nosotros. Era una invitación, una llamada silenciosa que atravesaba la distancia entre nosotros.

    Esperé, dejando que la noche llevase mi mensaje como un susurro en el viento. Sabía que él lo escucharía, que lo sentiría. Era hora de enfrentar lo que habíamos dejado sin resolver, por el bien de Heinrich...
    La luna llena brillaba en lo alto del cielo nocturno, bañando la mansión en un resplandor fantasmal. Los meses habían pasado como una serie interminable de noches solitarias. Desde aquella fatídica fiesta donde todo se había desmoronado, ni Heinrich ni Kazuo habían vuelto a verse. La relación que alguna vez compartieron, tan profunda y cercana, se había desgastado como un hilo que se deshilacha con cada tirón. Y en medio de todo ese caos emocional, Heinrich había sucumbido a su agotamiento, permitiéndome, su alter, tomar las riendas mientras él se refugiaba en un letargo Sabía que el tiempo sin alimentarnos adecuadamente estaba comenzando a pasar factura. Los instintos vampíricos, esa sed abrasadora, no podían ser ignorados por mucho más. Y, a pesar de mi mayor fortaleza emocional y frialdad, no podía negar que el cuerpo que compartíamos necesitaba el lazo que habíamos forjado con Kazuo. La sangre del kitsune era única, un elixir que, más allá de la simple nutrición, había sostenido a Heinrich en momentos de desesperación. Sin embargo, esta vez no era solo una cuestión de hambre. También era un asunto pendiente que, tarde o temprano, debía resolverse. No podía permitir que Heinrich se escondiera para siempre. El peso de la culpa, de las palabras no dichas, de las heridas no sanadas... todo aquello no desaparecería por sí sol De pie junto a la ventana, dejé que la brisa fría de la noche rozara mi piel pálida. Cerré los ojos y me concentré, invocando el vínculo que aún compartíamos con [8KazuoAihara8]. Sabía que él podía sentirlo, esa conexión que habíamos cultivado con cada encuentro, con cada gota de sangre que había compartido con nosotros. Era una invitación, una llamada silenciosa que atravesaba la distancia entre nosotros. Esperé, dejando que la noche llevase mi mensaje como un susurro en el viento. Sabía que él lo escucharía, que lo sentiría. Era hora de enfrentar lo que habíamos dejado sin resolver, por el bien de Heinrich...
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  • -La lluvia no cesaba, como si el cielo mismo llorara por los caídos. Coke permanecía de rodillas, con el agua fría resbalando por las grietas de su armadura. El campo de batalla ahora estaba en silencio; el estruendo de la guerra, los gritos de los hombres y el choque del metal habían quedado atrás, reemplazados por el susurro del viento y el repiqueteo constante de la lluvia. La guerra había terminado. Por fin, la larga y sangrienta contienda que lo había definido durante tanto tiempo había llegado a su fin, dejando tras de sí un paisaje desolado... y un vacío en su pecho-

    -Con manos temblorosas, empezó a despojarse de su armadura. Primero fueron los guanteletes, cayendo al suelo con un sonido sordo, mezclándose con el barro empapado. Sentía el frío contra su piel desnuda, pero no importaba. Una vida de guerra, de muerte y sacrificio, debía terminar aquí. Cada pieza que dejaba caer simbolizaba más que un peso físico: era el abandono de una identidad, de un propósito que ya no tenía sentido. El peto, cubierto de abolladuras y cicatrices que contaban historias de victorias y derrotas, fue lo siguiente en caer. Cuando finalmente soltó el yelmo, el aire fresco golpeó su rostro, llevándose consigo los restos del hombre que había sido-

    -Sus ojos se posaron en su espada, aún clavada en el suelo frente a él. Durante años, había sido una extensión de su voluntad, un instrumento de guerra que definía quién era. Ahora, solo era un pedazo de acero que no podía sostener el peso de la paz. Apoyó una mano sobre la empuñadura, cerrando los ojos por un momento antes de soltarla finalmente. Ya no la necesitaba. La guerra había acabado, y con ella, la razón para seguir siendo un caballero-

    -De pie, sin más que su ropa ligera empapada, Coke levantó la mirada al cielo. La lluvia seguía cayendo, pero ya no sentía el frío; sentía la liberación. Por primera vez en mucho tiempo, el horizonte no estaba marcado por banderas enemigas ni campos de batalla. Era solo el futuro, vasto e incierto, pero también lleno de posibilidades. Había decidido dejar atrás la vida de sangre y acero. Ahora, debía encontrar un nuevo camino, uno donde no fueran sus armas las que lo definieran, sino la fuerza de su espíritu-

    -Una última mirada al campo vacío y la armadura abandonada en el barro sellaron su despedida. Coke dio un paso adelante, y luego otro, alejándose del peso del pasado, caminando hacia el amanecer de una nueva vida-

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    Cierre de arco y fin de temporada alv, me siento motivado//
    -La lluvia no cesaba, como si el cielo mismo llorara por los caídos. Coke permanecía de rodillas, con el agua fría resbalando por las grietas de su armadura. El campo de batalla ahora estaba en silencio; el estruendo de la guerra, los gritos de los hombres y el choque del metal habían quedado atrás, reemplazados por el susurro del viento y el repiqueteo constante de la lluvia. La guerra había terminado. Por fin, la larga y sangrienta contienda que lo había definido durante tanto tiempo había llegado a su fin, dejando tras de sí un paisaje desolado... y un vacío en su pecho- -Con manos temblorosas, empezó a despojarse de su armadura. Primero fueron los guanteletes, cayendo al suelo con un sonido sordo, mezclándose con el barro empapado. Sentía el frío contra su piel desnuda, pero no importaba. Una vida de guerra, de muerte y sacrificio, debía terminar aquí. Cada pieza que dejaba caer simbolizaba más que un peso físico: era el abandono de una identidad, de un propósito que ya no tenía sentido. El peto, cubierto de abolladuras y cicatrices que contaban historias de victorias y derrotas, fue lo siguiente en caer. Cuando finalmente soltó el yelmo, el aire fresco golpeó su rostro, llevándose consigo los restos del hombre que había sido- -Sus ojos se posaron en su espada, aún clavada en el suelo frente a él. Durante años, había sido una extensión de su voluntad, un instrumento de guerra que definía quién era. Ahora, solo era un pedazo de acero que no podía sostener el peso de la paz. Apoyó una mano sobre la empuñadura, cerrando los ojos por un momento antes de soltarla finalmente. Ya no la necesitaba. La guerra había acabado, y con ella, la razón para seguir siendo un caballero- -De pie, sin más que su ropa ligera empapada, Coke levantó la mirada al cielo. La lluvia seguía cayendo, pero ya no sentía el frío; sentía la liberación. Por primera vez en mucho tiempo, el horizonte no estaba marcado por banderas enemigas ni campos de batalla. Era solo el futuro, vasto e incierto, pero también lleno de posibilidades. Había decidido dejar atrás la vida de sangre y acero. Ahora, debía encontrar un nuevo camino, uno donde no fueran sus armas las que lo definieran, sino la fuerza de su espíritu- -Una última mirada al campo vacío y la armadura abandonada en el barro sellaron su despedida. Coke dio un paso adelante, y luego otro, alejándose del peso del pasado, caminando hacia el amanecer de una nueva vida- ────── ¤ ◎ ¤ ─────── ¤ ◎ ¤ ─────── ¤ ◎ ¤ ────── Cierre de arco y fin de temporada alv, me siento motivado//
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    Categoría Slice of Life
    El tiempo en el que 𝕮assian  ︎ ︎ ︎ ︎ había estado ausente había sido largo y tedioso, había llenado de dudas la mente de Nesta y de acciones de dudosa moral, habían cambiado cosas importantes y la Alta Fae tenía que comunicárselo a quien en un principio era su pareja.

    Si bien fue la alta fae la que dio el paso, no se sentía segura haciendo aquello. Cass ni se había presentado en la Casa del Viento, ni tampoco le había escrito y mucho menos le había dicho nada, lo comprendía, la verdad que lo comprendía. Así que Nesta fue al único lugar donde sabría que el Ilyrio estaría, en el campo de entrenamiento.

    La mujer no portaba su vestimenta de entrenamiento, había escogido un vestido blanco y plateado y se había recogido el pelo con unos adornos que parecían como unas estrellas encadenadas. Aquel vestido, como casi todos los que usaba Nesta, realzaba su porte serio y frío, ocultaba la mayoría de su cuerpo, utilizando así manga larga y un inexistente escote. Era la viva imágen de una dama entrenada para portar aquellos vestidos.

    - Cassian.

    La voz de Nesta se alzó como se alza la fría brisa invernal que arrasa con los últimos rayos de sol cálidos del otoño.

    - Necesito hablar contigo seriamente.

    Nesta mostraba un porte recto y serio, la barbilla alzada y sus fríos ojos azules grisáceos clavados en la fisionomía del Ilyrio como si de un lobo acechador se tratase.

    - Es importante, por favor.

    ¿Una suplica? ¿Proveniente de Nesta? Sí. Una suplica venida de la dama de la muerte.
    El tiempo en el que [twilight_gold_mule_929] había estado ausente había sido largo y tedioso, había llenado de dudas la mente de Nesta y de acciones de dudosa moral, habían cambiado cosas importantes y la Alta Fae tenía que comunicárselo a quien en un principio era su pareja. Si bien fue la alta fae la que dio el paso, no se sentía segura haciendo aquello. Cass ni se había presentado en la Casa del Viento, ni tampoco le había escrito y mucho menos le había dicho nada, lo comprendía, la verdad que lo comprendía. Así que Nesta fue al único lugar donde sabría que el Ilyrio estaría, en el campo de entrenamiento. La mujer no portaba su vestimenta de entrenamiento, había escogido un vestido blanco y plateado y se había recogido el pelo con unos adornos que parecían como unas estrellas encadenadas. Aquel vestido, como casi todos los que usaba Nesta, realzaba su porte serio y frío, ocultaba la mayoría de su cuerpo, utilizando así manga larga y un inexistente escote. Era la viva imágen de una dama entrenada para portar aquellos vestidos. - Cassian. La voz de Nesta se alzó como se alza la fría brisa invernal que arrasa con los últimos rayos de sol cálidos del otoño. - Necesito hablar contigo seriamente. Nesta mostraba un porte recto y serio, la barbilla alzada y sus fríos ojos azules grisáceos clavados en la fisionomía del Ilyrio como si de un lobo acechador se tratase. - Es importante, por favor. ¿Una suplica? ¿Proveniente de Nesta? Sí. Una suplica venida de la dama de la muerte.
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  • Luego de una ducha fría tras su infructuoso intento de autocomplacencia, se metió a la cama para reposar, más no tenía ganas de hacer realmente, así que intentaría dormir.
    Luego de una ducha fría tras su infructuoso intento de autocomplacencia, se metió a la cama para reposar, más no tenía ganas de hacer realmente, así que intentaría dormir.
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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