• Horo-horo~, que divertido asustar gente, en especial con mis fantasmas negativos
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  • Konoe, hijo de shui en otro mundo "

    Él, aunque no recuerde a su padre..
    Él, que no lo puede escuchar..
    Él, que no lo busca..

    Siempre tendra a su padre que lo guía, que lo cuida, que lo escucha y busca, a pesar de solo ser un fantasma.."
    Konoe, hijo de shui en otro mundo " Él, aunque no recuerde a su padre.. Él, que no lo puede escuchar.. Él, que no lo busca.. Siempre tendra a su padre que lo guía, que lo cuida, que lo escucha y busca, a pesar de solo ser un fantasma.."
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  • ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷]

    [] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀

    La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente.

    Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre.

    Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre.

    La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo.

    Guardia: ──── Identifiez-vous. ────

    Gruñó el guardia, mano en la pistolera.
    Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles.

    ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.────

    El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió.

    Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto.
    En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia.

    Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?────


    Santiago entró, quitándose los guantes lentamente.

    ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ────

    Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas.

    Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte.

    El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero.

    ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.────

    El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró.

    El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa.
    Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto.

    Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ────

    Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno.

    ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ────

    Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera.

    Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel.

    ──── Pathétique. ────

    Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador.

    Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón.

    Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ────

    Santiago se acercó, ignorando el arma.

    Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente.

    ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ────

    Hizo una pequeña pausa.

    ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ────

    Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso.

    Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo.

    ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ────

    Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
    ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷] [🇫🇷] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀 La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente. Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre. Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre. La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo. Guardia: ──── Identifiez-vous. ──── Gruñó el guardia, mano en la pistolera. Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles. ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.──── El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió. Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto. En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia. Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?──── Santiago entró, quitándose los guantes lentamente. ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ──── Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas. Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte. El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero. ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.──── El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró. El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa. Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto. Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ──── Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno. ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ──── Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera. Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel. ──── Pathétique. ──── Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador. Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón. Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ──── Santiago se acercó, ignorando el arma. Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente. ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ──── Hizo una pequeña pausa. ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ──── Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso. Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo. ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ──── Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
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  • Mis Hollows tienen mis cambios de humor, al parecer me imitan en todo
    Después de todo, soy una princesa fantasma..horo-horo~
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  • ❝𝑸𝒖𝒊𝒆𝒏 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒂 𝒔𝒐𝒔𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓𝒍𝒐❞
    Fandom Original
    Categoría Original
    ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ┈─✧ 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐:
    ㅤㅤ╭─────────────────────╮
    ㅤㅤ╰─► [Littl3Vodka] ✦

    ✧ㅤㅤ•ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ✩ㅤㅤ•ㅤㅤ .ㅤㅤ•ㅤㅤ.

    Tras varias semanas de acumular fondos a través de métodos que prefería no detallar, Kazuha regresaba, una vez más, desde la última vez que la había visitado. No a una tienda, sino a una brecha en la realidad que se aferraba a la normalidad como un hongo a la corteza de un árbol. La fachada era un café anodino, de nombre genérico, cuyo interior olía a grano tostado y pastel recién horneado.

    Dentro, nada fuera de lo normal. Solo un café más, ubicado en un callejón que no solía aparecer en mapas. El joven barista, de mirada cansada, la observó al entrar. No hubo saludo. No hacía falta. Ella era un huracán familiar en su rutina. Lo que siguió fue un código susurrado, 'Elowen', la contraseña ya innecesaria pero ritual. Él asintió, un gesto con su cabeza hacia la parte trasera.

    —La penúltima puerta. La azul brillante —murmuró el joven, deslizando una llave de latón oxidada sobre la barra de madera.

    ¿Era necesario? Absolutamente. Porque la verdadera tienda, era como un fantasma que cambiaba de habitación. Caminó por un pasillo estrecho, flanqueado por puertas de todas las formas y épocas. La 'puerta azul' no era azul realmente, sino de roble negro con un contorno que brillaba con un azul eléctrico y antinatural, como el borde de una herida neón en la realidad. No tenía pomo, solo una cerradura sobre la que alguien había tallado el perfil de una mujer de rostro desconocido y expresión doliente, que sabrá dios quién era.

    .ㅤㅤ. ㅤㅤ•ㅤㅤ•ㅤㅤㅤ˚ ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ*ㅤㅤㅤㅤㅤ.
    ㅤ•ㅤㅤ.ㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ✦ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ•ㅤㅤㅤㅤ•
    . ㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ•
    La llave giró. La puerta se abrió sola, sin que nadie la empujara. Y ella entró.ㅤㅤㅤ•
    .ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ•ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤㅤ•
    •ㅤㅤ. ㅤㅤㅤ✩ㅤㅤㅤ•ㅤ. ㅤㅤ•ㅤ.ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ.
    ㅤㅤ.ㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ.
    ✦ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ*ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ✦
    ·ㅤㅤㅤㅤ·ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ✦

    El cambio fue instantáneo. El aire se volvió espeso, con un olor profundo a raíces secas y el dulzor podrido de la magia estancada. Kazuha no miró a la derecha ni a la izquierda, su mirada no se perdió en los estantes que se extendían hacia el techo, y su atención tampoco fue robada por los clientes que observaban con fascinación los objetos. Sus botas negras afligieron el suelo de tablones gastados con una seguridad que solo anunciaba que sabía exactamente lo que quería, y había venido a tomarlo.

    Su silueta menuda, enfundada en una chaqueta de cuero que le quedaba un poco grande, cortó la penumbra, acercándose al mostrador de madera. Claro que ignoró por completo el suspiro exasperado que vino desde detrás del mostrador al fondo, donde un hombre tan arrugado y seco como el pergamino que restauraba, el señor Halmar, miraba su llegada con el entusiasmo de quien ve acercarse a un verdadero dolor de muelas.

    —No —escupió el anciano, sin preámbulos, limpiando sus gafas de carey con un pañuelo— ...no lo tengo. Alguien llegó primero. Y antes de que lo preguntes, no, no acepto duelos a muerte, desafíos de ingenio o cualquier otro drama en mi establecimiento.

    Kazuha se detuvo justo frente al mostrador, bajo la luz sucia que se filtraba por un vitral agrietado. No mostró decepción. Solo una leve inclinación de cabeza, como si estuviera recalculando sus palabras.

    —Tsk, qué mentiroso más poco creativo eres, Halmar —su voz era un canto juguetón, pero sus ojos oscuros, no se apartaban de él— Dame el bolígrafo, prometiste que me lo venderías. Ya tengo tu dinero. Y mi récord de no armar problemas dentro de tu tienda sigue impecable, no lo arruines.

    —Vendo a quien pague primero. Y ella pagó. Con tarjeta —refunfuñó Halmar, guardando sus gafas como si con eso pudiera guardarla a ella también— algo que tú, señorita, pareces haber olvidado que existe.

    —...Pagar con tarjeta es tan aburrido, y el plástico es tan mundano —Kazuha hizo un gesto de desdén— Como pagar multas, o pagar deudas. Cosas tristes, Halmar. Tristes y aburridísimas —cambió el tono de golpe—: ¡Te daré el doble! ¡El triple!

    —No se trata del precio. Se trata del principio. Y mi principio es evitar que conviertas mi tienda en un campo de batalla campal.

    —Ja, principio. ¡Si tuvieras principios cumplirías con tu promesa! Prometiste que guardarías el bolígrafo hasta que yo tuviera el dinero...

    Finalmente, la mirada de Kazuha se desvió hacia la estantería detrás de él. Allí, en un espacio vacío entre un orbe de cristal y un espejo, era donde debía estar. El bolígrafo que obligaba a escribir verdades. Justo lo que necesitaba para un... proyecto personal. Un resoplido exasperado se le escapó. Halmar, por una vez, no parecía estar mintiendo, pero, ¡¿dónde demonios estaba su bolígrafo?!.

    —...Dime, Halmar... —su voz bajó hasta convertirse en un susurro íntimo— ¿Le contaste a esa alma incauta... sobre la cláusula de propiedad no escrita? Esa que los artesanos graban en el alma de los objetos bonitos... La que dice que el verdadero dueño no es quien lo compra, sino... —hizo una pausa, apoyando ambas palmas sobre el mostrador polvoriento, y su voz se alzó, haciéndose audible en todo el local— ¡¿... QUIÉN PUEDA SOSTENERLO SIN ENLOQUECER?!

    Varios clientes volvieron la cabeza, alarmados. Halmar no pestañeó.

    —Baja la voz. Estás asustando a los clientes sensibles —murmuró con serenidad absoluta.

    Los ojos de Kazuha brillaron con un destello de carmesí apenas perceptible.

    —...Porque yo sí puedo sostenerlo —susurró, con una sonrisa que se torció lentamente en sus labios— Y tengo el presentimiento de que quien lo tenga... va a querer arrojarlo por la ventana muy, muy pronto. Pero... ¿Sabes que es lo más curioso, Halmar? ...Aún puedo sentir su esencia. El aura mágica de ese bolígrafo no ha abandonado este lugar. ¿No es así?

    Halmar la miró, y por primera vez, algo parecido a una leve tensión cruzó su rostro arrugado.

    —...No se ha ido, ¿verdad? —preguntó Kazuha— La persona a la que se lo vendiste... aún está aquí.

    Y fue entonces cuando se giró. Su mirada, curiosa, se deslizó por los pocos clientes hasta que se detuvo, por primera vez desde que había entrado, en una figura que permanecía junto a una vitrina de amuletos protectores. Una chica. Rubia.

    —Kazuha —la voz de Halmar fue una advertencia grave— ni se te ocurra fastidiar a la cliente nueva.

    ¿La nueva? ¿Quién era ella? ¿Por qué no la había visto antes, y por qué tenía su preciado bolígrafo en sus manos? Kazuha no dijo nada. Solo la miró. Y en esa mirada no había enfado, ni siquiera rivalidad. ¿Exasperación? Si, un poco de eso. Pero lo más notable, lo más evidente, era solo una pura y genuina curiosidad.
    ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ┈─✧ 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐: ㅤㅤ╭─────────────────────╮ ㅤㅤ╰─► [Littl3Vodka] ✦ ✧ㅤㅤ•ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ✩ㅤㅤ•ㅤㅤ .ㅤㅤ•ㅤㅤ. Tras varias semanas de acumular fondos a través de métodos que prefería no detallar, Kazuha regresaba, una vez más, desde la última vez que la había visitado. No a una tienda, sino a una brecha en la realidad que se aferraba a la normalidad como un hongo a la corteza de un árbol. La fachada era un café anodino, de nombre genérico, cuyo interior olía a grano tostado y pastel recién horneado. Dentro, nada fuera de lo normal. Solo un café más, ubicado en un callejón que no solía aparecer en mapas. El joven barista, de mirada cansada, la observó al entrar. No hubo saludo. No hacía falta. Ella era un huracán familiar en su rutina. Lo que siguió fue un código susurrado, 'Elowen', la contraseña ya innecesaria pero ritual. Él asintió, un gesto con su cabeza hacia la parte trasera. —La penúltima puerta. La azul brillante —murmuró el joven, deslizando una llave de latón oxidada sobre la barra de madera. ¿Era necesario? Absolutamente. Porque la verdadera tienda, era como un fantasma que cambiaba de habitación. Caminó por un pasillo estrecho, flanqueado por puertas de todas las formas y épocas. La 'puerta azul' no era azul realmente, sino de roble negro con un contorno que brillaba con un azul eléctrico y antinatural, como el borde de una herida neón en la realidad. No tenía pomo, solo una cerradura sobre la que alguien había tallado el perfil de una mujer de rostro desconocido y expresión doliente, que sabrá dios quién era. .ㅤㅤ. ㅤㅤ•ㅤㅤ•ㅤㅤㅤ˚ ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ*ㅤㅤㅤㅤㅤ. ㅤ•ㅤㅤ.ㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ✦ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ•ㅤㅤㅤㅤ• . ㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ• La llave giró. La puerta se abrió sola, sin que nadie la empujara. Y ella entró.ㅤㅤㅤ• .ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ•ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤㅤ• •ㅤㅤ. ㅤㅤㅤ✩ㅤㅤㅤ•ㅤ. ㅤㅤ•ㅤ.ㅤㅤㅤ.ㅤㅤ. ㅤㅤ.ㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ.ㅤㅤㅤㅤ. ✦ㅤㅤ.ㅤㅤㅤ*ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ✦ ·ㅤㅤㅤㅤ·ㅤㅤㅤㅤ˚ㅤㅤㅤㅤ✦ El cambio fue instantáneo. El aire se volvió espeso, con un olor profundo a raíces secas y el dulzor podrido de la magia estancada. Kazuha no miró a la derecha ni a la izquierda, su mirada no se perdió en los estantes que se extendían hacia el techo, y su atención tampoco fue robada por los clientes que observaban con fascinación los objetos. Sus botas negras afligieron el suelo de tablones gastados con una seguridad que solo anunciaba que sabía exactamente lo que quería, y había venido a tomarlo. Su silueta menuda, enfundada en una chaqueta de cuero que le quedaba un poco grande, cortó la penumbra, acercándose al mostrador de madera. Claro que ignoró por completo el suspiro exasperado que vino desde detrás del mostrador al fondo, donde un hombre tan arrugado y seco como el pergamino que restauraba, el señor Halmar, miraba su llegada con el entusiasmo de quien ve acercarse a un verdadero dolor de muelas. —No —escupió el anciano, sin preámbulos, limpiando sus gafas de carey con un pañuelo— ...no lo tengo. Alguien llegó primero. Y antes de que lo preguntes, no, no acepto duelos a muerte, desafíos de ingenio o cualquier otro drama en mi establecimiento. Kazuha se detuvo justo frente al mostrador, bajo la luz sucia que se filtraba por un vitral agrietado. No mostró decepción. Solo una leve inclinación de cabeza, como si estuviera recalculando sus palabras. —Tsk, qué mentiroso más poco creativo eres, Halmar —su voz era un canto juguetón, pero sus ojos oscuros, no se apartaban de él— Dame el bolígrafo, prometiste que me lo venderías. Ya tengo tu dinero. Y mi récord de no armar problemas dentro de tu tienda sigue impecable, no lo arruines. —Vendo a quien pague primero. Y ella pagó. Con tarjeta —refunfuñó Halmar, guardando sus gafas como si con eso pudiera guardarla a ella también— algo que tú, señorita, pareces haber olvidado que existe. —...Pagar con tarjeta es tan aburrido, y el plástico es tan mundano —Kazuha hizo un gesto de desdén— Como pagar multas, o pagar deudas. Cosas tristes, Halmar. Tristes y aburridísimas —cambió el tono de golpe—: ¡Te daré el doble! ¡El triple! —No se trata del precio. Se trata del principio. Y mi principio es evitar que conviertas mi tienda en un campo de batalla campal. —Ja, principio. ¡Si tuvieras principios cumplirías con tu promesa! Prometiste que guardarías el bolígrafo hasta que yo tuviera el dinero... Finalmente, la mirada de Kazuha se desvió hacia la estantería detrás de él. Allí, en un espacio vacío entre un orbe de cristal y un espejo, era donde debía estar. El bolígrafo que obligaba a escribir verdades. Justo lo que necesitaba para un... proyecto personal. Un resoplido exasperado se le escapó. Halmar, por una vez, no parecía estar mintiendo, pero, ¡¿dónde demonios estaba su bolígrafo?!. —...Dime, Halmar... —su voz bajó hasta convertirse en un susurro íntimo— ¿Le contaste a esa alma incauta... sobre la cláusula de propiedad no escrita? Esa que los artesanos graban en el alma de los objetos bonitos... La que dice que el verdadero dueño no es quien lo compra, sino... —hizo una pausa, apoyando ambas palmas sobre el mostrador polvoriento, y su voz se alzó, haciéndose audible en todo el local— ¡¿... QUIÉN PUEDA SOSTENERLO SIN ENLOQUECER?! Varios clientes volvieron la cabeza, alarmados. Halmar no pestañeó. —Baja la voz. Estás asustando a los clientes sensibles —murmuró con serenidad absoluta. Los ojos de Kazuha brillaron con un destello de carmesí apenas perceptible. —...Porque yo sí puedo sostenerlo —susurró, con una sonrisa que se torció lentamente en sus labios— Y tengo el presentimiento de que quien lo tenga... va a querer arrojarlo por la ventana muy, muy pronto. Pero... ¿Sabes que es lo más curioso, Halmar? ...Aún puedo sentir su esencia. El aura mágica de ese bolígrafo no ha abandonado este lugar. ¿No es así? Halmar la miró, y por primera vez, algo parecido a una leve tensión cruzó su rostro arrugado. —...No se ha ido, ¿verdad? —preguntó Kazuha— La persona a la que se lo vendiste... aún está aquí. Y fue entonces cuando se giró. Su mirada, curiosa, se deslizó por los pocos clientes hasta que se detuvo, por primera vez desde que había entrado, en una figura que permanecía junto a una vitrina de amuletos protectores. Una chica. Rubia. —Kazuha —la voz de Halmar fue una advertencia grave— ni se te ocurra fastidiar a la cliente nueva. ¿La nueva? ¿Quién era ella? ¿Por qué no la había visto antes, y por qué tenía su preciado bolígrafo en sus manos? Kazuha no dijo nada. Solo la miró. Y en esa mirada no había enfado, ni siquiera rivalidad. ¿Exasperación? Si, un poco de eso. Pero lo más notable, lo más evidente, era solo una pura y genuina curiosidad.
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  • — horo-horo~...ciertos humanos son tan tontos, la verdad siempre me divierto viendo sus rostros cuando mis fantasmas los atraviesan..son tan negativos que se vuelven más interesantes!

    **Mi habitación es bastante amplia así que suelo flotar con naturalidad mientras observo a mis animales de peluche moverse por el castillo**

    Ares God Of War Greek Mitology
    — horo-horo~...ciertos humanos son tan tontos, la verdad siempre me divierto viendo sus rostros cuando mis fantasmas los atraviesan..son tan negativos que se vuelven más interesantes! **Mi habitación es bastante amplia así que suelo flotar con naturalidad mientras observo a mis animales de peluche moverse por el castillo** [WolfKing12]
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Es normal que una parte de mi desee hacer una exploración urbana a una casa abandonada y embrujada?

    Si la llego a hacer y desaparezco, es porque los fantasmas me hicieron crema(?)
    Es normal que una parte de mi desee hacer una exploración urbana a una casa abandonada y embrujada? Si la llego a hacer y desaparezco, es porque los fantasmas me hicieron crema(?)
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  • MÓNACO: Un Verano Sin Ti.
    Fandom OC
    Categoría Slice of Life
    ⤷ ゛𝙲𝚑𝚒𝚌𝚊𝚐𝚘 – 𝙻𝚘𝚞𝚒𝚜 𝚃𝚘𝚖𝚕𝚒𝚗𝚜𝚘𝚗 ˎˊ˗

    ᴜꜱꜱᴇʀ ʀᴏʟ:
    ╰─ ─╮
    ˚₊ ˚ ‧₊ .:・˚₊ ˚ ‧╰┈➤ 𝕯𝖊𝖗𝖆𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑

    𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ

    ℰ𝓃𝓉𝓇𝒶𝒹𝒶 𝒹ℯ𝓁 𝒹𝒾𝒶𝓇𝒾ℴ | ᪐ƽ 𝒹ℯ 𝒜ℊℴ𝓈𝓉ℴ

    Si hay algo que extraño de mi niñez, sin duda alguna serían los veranos en Mónaco.

    Había algo casi irreal en esos días —el sol siempre parecía brillar distinto sobre el mar, el aire olía a sal, y el mundo entero se reducía a una sucesión de risas, chapuzones y promesas de que todo sería eterno. Recuerdo las playas, doradas y ruidosas, las caminatas descalza sobre la arena caliente, el sonido de las gaviotas mezclándose con la música que salía desde la terraza de la mansión.

    La casa… Era más que un hogar temporal. Era un escenario de lujo y caos donde cuatro familias se fundían en una sola. Adultos con copas en la mano riendo entre conversaciones interminables, y nosotros, los niños, corriendo entre pasillos que parecían no tener fin. Nos escabullíamos a los cuartos para hacer pijamadas improvisadas, nos escondíamos debajo de las mesas del comedor, inventábamos historias de fantasmas y hacíamos pactos que jurábamos cumplir incluso de adultos.

    No dudaba ni por un segundo que aquellos veranos habían sido los mejores de mi vida.

    O al menos así fueron… Hasta que Deran dejó de ir.

    (…)

    𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ



    ╭┈ • ┈┈┈ 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈┈• ┈╮

    El vuelo privado descendía suavemente entre las nubes, y el murmullo constante de los motores era casi un arrullo más que un ruido. Katherine observaba por la ventanilla, viendo cómo el azul del cielo se deshacía en el horizonte y el mar de Niza se extendía debajo como una seda brillante. Frente a ella, Olivia dormía con la cabeza recostada sobre su hombro, un mechón rebelde pegado a su mejilla. Ezra, en cambio, permanecía al otro lado del pasillo, con un libro abierto.

    Para la joven rubia, aquello no tenía nada de extraordinario. Era lo de siempre: el vuelo privado, los asientos de cuero marfil, las cortinas de lino beige, la bandeja de plata con jugo recién exprimido y los croissants aún tibios. El piloto ya había anunciado que aterrizarían en cuestión de minutos, y ella ni siquiera levantó la vista. Estaba acostumbrada. Ese era el ritmo natural de los Hamilton —una familia para la que el lujo no era un privilegio, sino una costumbre.

    Cuando el avión tocó tierra, el movimiento fue tan suave que apenas se notó. Nini, la niñera, se apresuró a despertar a su hermana menor con una sonrisa, mientras Clara, su madre, revisaba distraídamente su teléfono y Nicolas, su padre, hablaba con uno de los asistentes de vuelo, organizando el siguiente tramo del viaje.

    Apenas descendieron por la escalerilla, el aire cálido del mediodía los envolvió. En la pista privada los esperaba un helicóptero negro con los emblemas dorados de la familia grabados en los costados. Las hélices giraban lentamente, haciendo que los cabellos, castaño claro, de Olivia se levantaran como una corona desordenada.

    El intercambio fue rápido, casi coreográfico. Un asistente tomó las maletas, otro ofreció a Clara su sombrero, y Katherine, con la naturalidad de quien lo ha hecho mil veces, subió al helicóptero sin esperar indicaciones. Ezra la siguió, ajustando su reloj inteligente, el último en el mercado, y detrás de ellos subieron Nini y la pequeña, que aún sostenía un pequeño peluche entre los brazos.

    En cuestión de minutos, las hélices rugieron con más fuerza, y el helicóptero se elevó, dejando atrás el aeropuerto de Niza. Bajo ellos, la costa se desplegaba como un sueño familiar. Katherine apoyó la frente contra el vidrio y vio, a lo lejos, el punto blanco de la mansión, rodeado de jardines y con el mar respirando a pocos metros.

    Otro verano en Mónaco.

    ╰┈ • ┈ 𝙁𝙞𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈• ┈╯


    ·༻𝗣𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗘༺·


    Katherine estaba en su despacho, con las mangas de la blusa arremangadas hasta los codos y un mechón suelto cayéndole sobre el rostro. Había pasado la última hora ordenando expedientes y archivando casos viejos en cajas de cartón que ya casi no cabían en la repisa. El sonido del papel y el roce de las carpetas la mantenían concentrada, o al menos lo intentaban.

    La puerta, que permanecía entreabierta, se golpeó suavemente desde el otro lado. La joven abogada alzó la vista justo cuando la figura de Rachel apareció en el marco, recostada con naturalidad, como si el umbral de esa habitación fuese su hábitat natural.

    —¿Vas a invitar a tu hermano? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible.

    Katherine suspiró, apoyando el último expediente sobre la mesa. Sabía exactamente a qué se refería.

    —No lo creo. La cena de presentación con papá está bien. —Su voz fue firme, aunque un dejo de duda se coló entre las palabras—. Hace tiempo que no veo a Ezra, sobre todo desde que se fue a Londres. Tal vez deberíamos dejarlo para otra ocasión.

    Rachel asintió despacio, comprendiendo. La pelinegra se acercó un par de pasos, con esa calma suya que contrastaba con la tensión que siempre flotaba en el aire cuando el apellido Hamilton estaba de por medio.

    —¿Tienes algún menú planeado? —preguntó, arqueando una ceja con un tono casi juguetón.

    Katherine la miró, incrédula, como si acabara de escuchar la pregunta más absurda del día.

    —Definitivamente tengo un menú planeado —respondió, dejando el archivo con un golpe seco dentro de la caja—. También tengo los outfits planeados, la decoración de la mesa planeada, y no quiero que ni un puto cubierto esté fuera de su lugar.

    El tono de su voz se endureció al final, cargado de ese perfeccionismo que a veces era su refugio, y otras, su condena.

    Rachel no dijo nada. Solo se acercó hasta quedar frente a ella, tomó su rostro con ambas manos y le dio un beso lento, el tipo de beso que desarma cualquier estructura cuidadosamente construida.

    —Entonces —susurró contra sus labios, con una media sonrisa—, vamos a dar una cena perfecta este sábado.
    ⤷ ゛𝙲𝚑𝚒𝚌𝚊𝚐𝚘 – 𝙻𝚘𝚞𝚒𝚜 𝚃𝚘𝚖𝚕𝚒𝚗𝚜𝚘𝚗 ˎˊ˗ ᴜꜱꜱᴇʀ ʀᴏʟ: ╰─ 👤 ─╮ ˚₊ ˚ ‧₊ .:・˚₊ ˚ ‧╰┈➤ [nova_navy_mouse_914] 𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ ℰ𝓃𝓉𝓇𝒶𝒹𝒶 𝒹ℯ𝓁 𝒹𝒾𝒶𝓇𝒾ℴ | ᪐ƽ 𝒹ℯ 𝒜ℊℴ𝓈𝓉ℴ Si hay algo que extraño de mi niñez, sin duda alguna serían los veranos en Mónaco. Había algo casi irreal en esos días —el sol siempre parecía brillar distinto sobre el mar, el aire olía a sal, y el mundo entero se reducía a una sucesión de risas, chapuzones y promesas de que todo sería eterno. Recuerdo las playas, doradas y ruidosas, las caminatas descalza sobre la arena caliente, el sonido de las gaviotas mezclándose con la música que salía desde la terraza de la mansión. La casa… Era más que un hogar temporal. Era un escenario de lujo y caos donde cuatro familias se fundían en una sola. Adultos con copas en la mano riendo entre conversaciones interminables, y nosotros, los niños, corriendo entre pasillos que parecían no tener fin. Nos escabullíamos a los cuartos para hacer pijamadas improvisadas, nos escondíamos debajo de las mesas del comedor, inventábamos historias de fantasmas y hacíamos pactos que jurábamos cumplir incluso de adultos. No dudaba ni por un segundo que aquellos veranos habían sido los mejores de mi vida. O al menos así fueron… Hasta que Deran dejó de ir. (…) 𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ ╭┈ • ┈┈┈ 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈┈• ┈╮ El vuelo privado descendía suavemente entre las nubes, y el murmullo constante de los motores era casi un arrullo más que un ruido. Katherine observaba por la ventanilla, viendo cómo el azul del cielo se deshacía en el horizonte y el mar de Niza se extendía debajo como una seda brillante. Frente a ella, Olivia dormía con la cabeza recostada sobre su hombro, un mechón rebelde pegado a su mejilla. Ezra, en cambio, permanecía al otro lado del pasillo, con un libro abierto. Para la joven rubia, aquello no tenía nada de extraordinario. Era lo de siempre: el vuelo privado, los asientos de cuero marfil, las cortinas de lino beige, la bandeja de plata con jugo recién exprimido y los croissants aún tibios. El piloto ya había anunciado que aterrizarían en cuestión de minutos, y ella ni siquiera levantó la vista. Estaba acostumbrada. Ese era el ritmo natural de los Hamilton —una familia para la que el lujo no era un privilegio, sino una costumbre. Cuando el avión tocó tierra, el movimiento fue tan suave que apenas se notó. Nini, la niñera, se apresuró a despertar a su hermana menor con una sonrisa, mientras Clara, su madre, revisaba distraídamente su teléfono y Nicolas, su padre, hablaba con uno de los asistentes de vuelo, organizando el siguiente tramo del viaje. Apenas descendieron por la escalerilla, el aire cálido del mediodía los envolvió. En la pista privada los esperaba un helicóptero negro con los emblemas dorados de la familia grabados en los costados. Las hélices giraban lentamente, haciendo que los cabellos, castaño claro, de Olivia se levantaran como una corona desordenada. El intercambio fue rápido, casi coreográfico. Un asistente tomó las maletas, otro ofreció a Clara su sombrero, y Katherine, con la naturalidad de quien lo ha hecho mil veces, subió al helicóptero sin esperar indicaciones. Ezra la siguió, ajustando su reloj inteligente, el último en el mercado, y detrás de ellos subieron Nini y la pequeña, que aún sostenía un pequeño peluche entre los brazos. En cuestión de minutos, las hélices rugieron con más fuerza, y el helicóptero se elevó, dejando atrás el aeropuerto de Niza. Bajo ellos, la costa se desplegaba como un sueño familiar. Katherine apoyó la frente contra el vidrio y vio, a lo lejos, el punto blanco de la mansión, rodeado de jardines y con el mar respirando a pocos metros. Otro verano en Mónaco. ╰┈ • ┈ 𝙁𝙞𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈• ┈╯ ·༻𝗣𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗘༺· Katherine estaba en su despacho, con las mangas de la blusa arremangadas hasta los codos y un mechón suelto cayéndole sobre el rostro. Había pasado la última hora ordenando expedientes y archivando casos viejos en cajas de cartón que ya casi no cabían en la repisa. El sonido del papel y el roce de las carpetas la mantenían concentrada, o al menos lo intentaban. La puerta, que permanecía entreabierta, se golpeó suavemente desde el otro lado. La joven abogada alzó la vista justo cuando la figura de Rachel apareció en el marco, recostada con naturalidad, como si el umbral de esa habitación fuese su hábitat natural. —¿Vas a invitar a tu hermano? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible. Katherine suspiró, apoyando el último expediente sobre la mesa. Sabía exactamente a qué se refería. —No lo creo. La cena de presentación con papá está bien. —Su voz fue firme, aunque un dejo de duda se coló entre las palabras—. Hace tiempo que no veo a Ezra, sobre todo desde que se fue a Londres. Tal vez deberíamos dejarlo para otra ocasión. Rachel asintió despacio, comprendiendo. La pelinegra se acercó un par de pasos, con esa calma suya que contrastaba con la tensión que siempre flotaba en el aire cuando el apellido Hamilton estaba de por medio. —¿Tienes algún menú planeado? —preguntó, arqueando una ceja con un tono casi juguetón. Katherine la miró, incrédula, como si acabara de escuchar la pregunta más absurda del día. —Definitivamente tengo un menú planeado —respondió, dejando el archivo con un golpe seco dentro de la caja—. También tengo los outfits planeados, la decoración de la mesa planeada, y no quiero que ni un puto cubierto esté fuera de su lugar. El tono de su voz se endureció al final, cargado de ese perfeccionismo que a veces era su refugio, y otras, su condena. Rachel no dijo nada. Solo se acercó hasta quedar frente a ella, tomó su rostro con ambas manos y le dio un beso lento, el tipo de beso que desarma cualquier estructura cuidadosamente construida. —Entonces —susurró contra sus labios, con una media sonrisa—, vamos a dar una cena perfecta este sábado.
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    Individual
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    Cualquier línea
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  • Las anomalías con las que trato son una manifestación del abismo provocada por un desequilibrio de... "energías". Las personas comunes no tienen porqué saber diferenciar entre una grieta abisal que amenaza con consumir todo y un fantasma o un demonio menor, así que constantemente me llaman para lidiar con algo en lo que no me especializo.
    ¿Cómo es que un no creyente y no portador de un arma o reliquia sagrada puede exorcizar? Vergazos.
    Mi experiencia me ha llevado a descubrir que si golpeas lo suficientemente fuerte a una entidad con algo a lo que no sea inmune, sombras por ejemplo, puedes hacer que se retire o incluso destruirla.
    Las anomalías con las que trato son una manifestación del abismo provocada por un desequilibrio de... "energías". Las personas comunes no tienen porqué saber diferenciar entre una grieta abisal que amenaza con consumir todo y un fantasma o un demonio menor, así que constantemente me llaman para lidiar con algo en lo que no me especializo. ¿Cómo es que un no creyente y no portador de un arma o reliquia sagrada puede exorcizar? Vergazos. Mi experiencia me ha llevado a descubrir que si golpeas lo suficientemente fuerte a una entidad con algo a lo que no sea inmune, sombras por ejemplo, puedes hacer que se retire o incluso destruirla.
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  • Booo... Soy un fantasma.. Vengo por tu alma.
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