• Falta dos meses, podré elegir otra apariencia o ver si alguien me regala una vela encendida

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  • "Cenizas de Medianoche"

    La habitación estaba apenas iluminada por las luces bajas del atardecer, filtrándose entre las cortinas como si no quisieran molestarla. Luna yacía sobre la cama, el torso levemente incorporado, los dedos jugando con los collares de metal y cuero que colgaban de su cuello. El aire era denso, no por el calor, sino por lo que no se decía: los pensamientos que danzaban en su cabeza como humo sin salida.

    No esperaba visitas. Y si llegaban, no se molestaría en cambiar su expresión: esa mezcla de desafío y cansancio tan típica en ella, como si llevara siglos sin dormir aunque su piel pareciera de porcelana. Una belleza que no buscaba ser admirada, sino entendida… o al menos soportada.

    Pasó la lengua por sus labios mientras observaba el techo, sin verlo realmente. El corazón latía lento, pero firme. El caos dentro de ella estaba quieto, como un mar antes de la tormenta.

    Una vibración leve sobre la mesa de noche interrumpió el silencio. Miró el celular sin mover un músculo más que sus ojos. Un nombre en la pantalla. Lo leyó. No respondió.

    Se incorporó solo un poco más, lo suficiente para encender un cigarro —aunque no lo encendió— y se quedó con él entre los dedos, como si fuera un recuerdo más que no tenía intenciones de quemar.

    —Hoy no... —murmuró para sí, apenas audible, pero lo suficientemente fuerte para que su reflejo, desde el espejo del fondo, lo escuchara.

    Porque Luna no estaba sola. Nunca lo estaba. Solo había aprendido a vivir con los fantasmas que ella misma se fabricaba.
    "Cenizas de Medianoche" La habitación estaba apenas iluminada por las luces bajas del atardecer, filtrándose entre las cortinas como si no quisieran molestarla. Luna yacía sobre la cama, el torso levemente incorporado, los dedos jugando con los collares de metal y cuero que colgaban de su cuello. El aire era denso, no por el calor, sino por lo que no se decía: los pensamientos que danzaban en su cabeza como humo sin salida. No esperaba visitas. Y si llegaban, no se molestaría en cambiar su expresión: esa mezcla de desafío y cansancio tan típica en ella, como si llevara siglos sin dormir aunque su piel pareciera de porcelana. Una belleza que no buscaba ser admirada, sino entendida… o al menos soportada. Pasó la lengua por sus labios mientras observaba el techo, sin verlo realmente. El corazón latía lento, pero firme. El caos dentro de ella estaba quieto, como un mar antes de la tormenta. Una vibración leve sobre la mesa de noche interrumpió el silencio. Miró el celular sin mover un músculo más que sus ojos. Un nombre en la pantalla. Lo leyó. No respondió. Se incorporó solo un poco más, lo suficiente para encender un cigarro —aunque no lo encendió— y se quedó con él entre los dedos, como si fuera un recuerdo más que no tenía intenciones de quemar. —Hoy no... —murmuró para sí, apenas audible, pero lo suficientemente fuerte para que su reflejo, desde el espejo del fondo, lo escuchara. Porque Luna no estaba sola. Nunca lo estaba. Solo había aprendido a vivir con los fantasmas que ella misma se fabricaba.
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  • Once Upon a Siren
    Fandom OC
    Categoría Original
    Gin Katsuragi

    Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba.

    Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin.

    Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor.

    "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado.

    Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer.

    Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado.
    "¿Qué soy para ti, Gin?"

    La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso.

    Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea.

    Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón.

    La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    [Katsuragi01] Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba. Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin. Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor. "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado. Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer. Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado. "¿Qué soy para ti, Gin?" La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso. Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea. Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón. La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    20
    Estado
    Disponible
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  • Luna en la ciudad:

    El rugido del motor cortó la noche como un trueno eléctrico.
    La ciudad brillaba en tonos púrpuras y neón, pero ninguno de esos reflejos alcanzaba a tocarla verdaderamente. Luna era una sombra en movimiento, una estrella caída en guerra con la tierra que la atrapó.

    Vestía un top blanco ajustado que dejaba ver no sólo su figura atlética, sino también los rastros de cicatrices apenas visibles: líneas finas que hablaban de operaciones, pruebas… pasado.
    Su casco tenía el reflejo de la luna llena, completamente opaco, como sus secretos. A través del visor vio su reflejo distorsionado en los cristales de un edificio, y por un segundo, juró ver a su madre allí, como si la ciudad jugara con su memoria.

    Apretó los nudillos enguantados, sintió la vibración de la motocicleta—una BMW que había modificado con sus propias manos—y exhaló.

    No era una fugitiva.
    Era un fantasma buscando justicia.
    Una promesa con nombre propio: Elaris pagará.

    Luna en la ciudad: El rugido del motor cortó la noche como un trueno eléctrico. La ciudad brillaba en tonos púrpuras y neón, pero ninguno de esos reflejos alcanzaba a tocarla verdaderamente. Luna era una sombra en movimiento, una estrella caída en guerra con la tierra que la atrapó. Vestía un top blanco ajustado que dejaba ver no sólo su figura atlética, sino también los rastros de cicatrices apenas visibles: líneas finas que hablaban de operaciones, pruebas… pasado. Su casco tenía el reflejo de la luna llena, completamente opaco, como sus secretos. A través del visor vio su reflejo distorsionado en los cristales de un edificio, y por un segundo, juró ver a su madre allí, como si la ciudad jugara con su memoria. Apretó los nudillos enguantados, sintió la vibración de la motocicleta—una BMW que había modificado con sus propias manos—y exhaló. No era una fugitiva. Era un fantasma buscando justicia. Una promesa con nombre propio: Elaris pagará.
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  • — ¿Estoy vivo y de vuelta? No, son ideas tuyas. Quizás viste un fantasma.
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  • “Dímelo otra vez”
    El silencio en su habitación no era común, pero esa noche parecía más espeso.

    Luna estaba sentada en el borde de su cama, descalza, con la espalda encorvada y la mirada perdida en la página abierta de un libro viejo. El papel estaba gastado, subrayado con tinta negra y roja, como si alguien hubiera querido tatuar el momento en el tiempo.

    Ahí estaban las palabras.
    “Say it again,”
    “I love you, you idiot.”

    Eran las mismas que Elian había pronunciado, sonriendo con ese brillo torpe en los ojos, la noche antes de que todo se rompiera. Lo había dicho riéndose, sin miedo, como si el mundo no pudiera robárselo.

    Ella deslizó los dedos por la frase.
    Su tacto era tan suave como una despedida.

    —“Dímelo otra vez… aunque no estés,” —susurró, y su voz se quebró, como si las palabras dolieran al salir.

    Sus tres rostros querían hablar al mismo tiempo:

    La humana temblaba de nostalgia.

    La celestial cerraba los ojos, buscando consuelo en lo eterno.

    La demoníaca, en cambio, ardía por romper algo, por desquebrajar el universo que le quitó a Elian.

    Pero en ese instante, Luna era solo una mujer rota, abrazando el fantasma de una promesa.

    —“Te amo, idiota…” —repitió, y besó la página con los labios cerrados, como si eso bastara para traerlo de regreso.

    Una lágrima cayó sobre la tinta.
    La manchó.
    Pero no borró nada.
    “Dímelo otra vez” El silencio en su habitación no era común, pero esa noche parecía más espeso. Luna estaba sentada en el borde de su cama, descalza, con la espalda encorvada y la mirada perdida en la página abierta de un libro viejo. El papel estaba gastado, subrayado con tinta negra y roja, como si alguien hubiera querido tatuar el momento en el tiempo. Ahí estaban las palabras. “Say it again,” “I love you, you idiot.” Eran las mismas que Elian había pronunciado, sonriendo con ese brillo torpe en los ojos, la noche antes de que todo se rompiera. Lo había dicho riéndose, sin miedo, como si el mundo no pudiera robárselo. Ella deslizó los dedos por la frase. Su tacto era tan suave como una despedida. —“Dímelo otra vez… aunque no estés,” —susurró, y su voz se quebró, como si las palabras dolieran al salir. Sus tres rostros querían hablar al mismo tiempo: La humana temblaba de nostalgia. La celestial cerraba los ojos, buscando consuelo en lo eterno. La demoníaca, en cambio, ardía por romper algo, por desquebrajar el universo que le quitó a Elian. Pero en ese instante, Luna era solo una mujer rota, abrazando el fantasma de una promesa. —“Te amo, idiota…” —repitió, y besó la página con los labios cerrados, como si eso bastara para traerlo de regreso. Una lágrima cayó sobre la tinta. La manchó. Pero no borró nada.
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  • No todos los fantasmas viven en casas abandonadas… algunos caminan como si nunca hubieran prometido quedarse
    No todos los fantasmas viven en casas abandonadas… algunos caminan como si nunca hubieran prometido quedarse
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  • Zhan después de tantos cambios de cuerpos, decidió descansar de eso y estar como un fantasma en forma de dragón oscuro. Flota por la casa atravesado paredes.+++
    Zhan después de tantos cambios de cuerpos, decidió descansar de eso y estar como un fantasma en forma de dragón oscuro. Flota por la casa atravesado paredes.+++
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  • Pues ya me mataron en la guerra, mi servant ni conoce su nombre real ni su fantasma noble...

    Ire a hacer testamento (?)
    Pues ya me mataron en la guerra, mi servant ni conoce su nombre real ni su fantasma noble... Ire a hacer testamento (?)
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  • La Niñez Maldita de Luna

    Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.

    Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.

    Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.

    Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:

    Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.

    Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.

    Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.

    Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:

    “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
    Una humana, para ser rechazada por los hombres.
    Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
    Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”

    Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.

    A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.

    Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:

    En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.

    En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.

    Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.

    Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.

    Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.

    Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
    Sino por justicia.

    La Niñez Maldita de Luna Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales. Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación. Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir. Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano: Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos. Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija. Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición. Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte: “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades: Una humana, para ser rechazada por los hombres. Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás. Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.” Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos. A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían. Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso: En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones. En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos. Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida. Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad. Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron. Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor. Sino por justicia.
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