El propósito de los Demonios siempre había sido la destrucción de todos los seres vivos, del mundo y finalmente la destrucción de sí mismos. Solo así se cumpliría el propósito de los Demonios: regresar al Mar del Caos, el lugar que les dio vida, el caos absoluto, el hogar perfecto para los Demonios.
Al menos eso era lo que el Rey Demonio Shabranigdu les prometió a los Demonios y, en virtud de aquella promesa, se iniciaron innumerables guerras contra Dioses, dragones, humanos, elfos y enanos.
Ahora Xellos sabía que aquella promesa no era cierta. Existía el Mar del Caos sí, pero era un lugar de descanso eterno, no era el hogar perfecto para los Demonios.
Shabranigdu, el Rey Demonio, había engañado durante milenios a los de su propia raza para justificar las interminables guerras en contra de los Dioses y otros seres. El Rey Demonio les había hecho creer que aquellas guerras eran un acto de justicia para recuperar su hogar.
***
Aquel día, los ojos de Xellos se abrieron en medio de aquel infinito mar en calma de luz dorada: el Mar del Caos.
Su cuerpo flotaba ingrávido en medio de aquella luz.
Frente a él se hallaba una figura resplandeciente que se erguía con majestuosa belleza y un aura tan brillante como la de un sol naciente. Aquella figura tenía forma femenina, pero toda ella estaba hecha de la misma luz dorada que bañaba el Mar del Caos.
La mujer esbozó una sonrisa suave y cálida.
Xellos se arrodilló ante ella en señal de respeto al reconocerla.
Aquel ser tenía demasiados nombres, pero pocos la habían visto alguna vez. Era Lord of Nightmares, el Dorado Rey Demonio... o mejor dicho: la Diosa de la Pesadilla Eterna.
Ella era la creadora de, como mínimo, cuatro mundos, de Dioses y Demonios, y de todos los seres que habitaban los mundos.
La Diosa de la Pesadilla Eterna extendió una de sus delgadas y delicadas manos y tocó la frente de Xellos.
Un millar de hilos dorados de pura energía brotaron de la mano de la Diosa e irrumpieron directamente en el interior de la cabeza de Xellos.
Un profundo alarido de dolor rasgó la garganta del Demonio mientras esos hilos se adentraban dentro de él y, de pronto, el dolor cesó.
Entonces un torrente de imágenes invadió la mente del demonio, mostrándole un futuro devastado por la guerra.
Vio ciudades envueltas en un infierno de llamas, castillos reducidos a escombros humeantes, ejércitos enteros engullidos por un mar de fauces y garras, hombres híbridos de humanos y demonios arrebatando la vida a todos los seres vivos.
El cielo, otrora un lienzo azul infinito, ahora se teñía de un rojo carmesí, como si la sangre de mil batallas impregnara la bóveda celeste.
En medio del caos, Reena, se enfrentaba a un enemigo colosal: un descomunal dragón negro de ojos llameantes y escamas tan oscuras como la noche. Un gigantesco Dragón del Abismo.
La batalla era desigual. Una danza macabra donde la habilidad y la ferocidad se enfrentaban en un duelo a muerte. Reena luchaba con bravura, blandiendo su espada y recurriendo a su magia con desesperación, pero era en vano.
El Dragón del Abismo, con un rugido que rasgó el cielo, rechazó su magia, la derribó contra el suelo e hincó sus dientes en el cuerpo de la hechicera matándola instantáneamente.
Xellos abrió sus ojos violeta de pupilas verticales bruscamente y elevó la mirada hacia ella: la Diosa de la Pesadilla Eterna. Ahora entendía el por qué de ese nombre.
La Diosa bajó la mano y todos los hilos dorados que habían estado en la cabeza de Xellos, volvieron a su ser.
—¿Por qué me muestras esto? —preguntó el demonio.
—Esto es lo que sucederá si fracasas, Xellos —respondió la Diosa en una voz que no podría definirse ni masculina, ni femenina, ni aguda, ni grave, ni real, ni etérea.
Xellos entornó los ojos tratando de entender las palabras de la Diosa.
—Abismo, el Monarca de los Antiguos, el devorador de luz y oscuridad, ha despertado —prosiguió la Diosa. —Abismo y sus secuaces, los Antiguos, son seres primigenios nacidos para la destrucción de los mundos y del mismísimo Mar del Caos. Ese caos que has visto es solo un esbozo de la obra que Abismo quiere llevar a cabo. Abismo atacará y lo devorará todo. No quedará nada.
Xellos se quedó en silencio. Si Abismo destruía hasta el Mar del Caos, estaría destruyendo incluso a la Diosa de la Pesadilla Eterna. Toda existencia pasada, presente y futura desaparecería. La vida sería engullida por el vacío.
La Diosa comenzó a andar alrededor de Xellos al mismo tiempo que hablaba:
—Hoy en día los Dioses, Demonios y Dragones están diezmados, y jamás cooperarían juntos para derrotar a un ser de tal magnitud. ¿A quién le corresponde la lucha? ¿Humanos, elfos, enanos...? ¿Cuánto tiempo soportarían luchar contra ese poder? Muchos son guerreros fuertes y determinados, pero necesitan una ayuda mayor. Sin el poder del Dios Flare Dragon Ceiphied y sin el del Rey Demonio Shabranigdu todo estará perdido. Esa es la razón por la que te he elegido.
—¿Por qué yo?
Una vez más ella sonrió, como si estuviera esperando a que le formulara aquella pregunta.
—Eres exactamente lo que esperaba de los Dioses y los Demonios cuando creé a Shabranigdu y Ceiphied. Los Dioses y los Demonios no fueron creados para la guerra eterna. Dioses y Demonios simplemente olvidaron su propósito original, el cual era aprender unos de otros, evolucionar y mejorar. Sin embargo, Dioses y Demonios, sin excepciones, mintieron para llevar a cabo sus propósitos más egoístas: derrotar al rival y ser los más poderosos. Los primeros en mentir fueron los Dioses viendo en los Demonios una amenaza; después los Demonios se dejaron llevar por el odio y no pararon de luchar contra los Dioses. Pero tú has hecho justo lo que yo esperaba de un Demonio, Xellos. Por eso te he elegido para que envíes a las huestes de Abismo de vuelta al vacío del que salieron.
—No hay en nuestro mundo poder suficiente para destruirles.
—Si lo hay, solo tienes que buscarlo... y si tú no descubres el modo de encontrarlo, nadie lo hará.
La Diosa se detuvo frente a Xellos y, sobre sus manos, apareció una corona de oro. Después colocó aquella corona sobre la cabeza de Xellos.
—Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder. Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo. Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio Xellos.
Le invitó a ponerse en pie y le observó con una sonrisa llena de orgullo.
—Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo.
© Créditos de las imágenes a [REENA]
El propósito de los Demonios siempre había sido la destrucción de todos los seres vivos, del mundo y finalmente la destrucción de sí mismos. Solo así se cumpliría el propósito de los Demonios: regresar al Mar del Caos, el lugar que les dio vida, el caos absoluto, el hogar perfecto para los Demonios.
Al menos eso era lo que el Rey Demonio Shabranigdu les prometió a los Demonios y, en virtud de aquella promesa, se iniciaron innumerables guerras contra Dioses, dragones, humanos, elfos y enanos.
Ahora Xellos sabía que aquella promesa no era cierta. Existía el Mar del Caos sí, pero era un lugar de descanso eterno, no era el hogar perfecto para los Demonios.
Shabranigdu, el Rey Demonio, había engañado durante milenios a los de su propia raza para justificar las interminables guerras en contra de los Dioses y otros seres. El Rey Demonio les había hecho creer que aquellas guerras eran un acto de justicia para recuperar su hogar.
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Aquel día, los ojos de Xellos se abrieron en medio de aquel infinito mar en calma de luz dorada: el Mar del Caos.
Su cuerpo flotaba ingrávido en medio de aquella luz.
Frente a él se hallaba una figura resplandeciente que se erguía con majestuosa belleza y un aura tan brillante como la de un sol naciente. Aquella figura tenía forma femenina, pero toda ella estaba hecha de la misma luz dorada que bañaba el Mar del Caos.
La mujer esbozó una sonrisa suave y cálida.
Xellos se arrodilló ante ella en señal de respeto al reconocerla.
Aquel ser tenía demasiados nombres, pero pocos la habían visto alguna vez. Era Lord of Nightmares, el Dorado Rey Demonio... o mejor dicho: la Diosa de la Pesadilla Eterna.
Ella era la creadora de, como mínimo, cuatro mundos, de Dioses y Demonios, y de todos los seres que habitaban los mundos.
La Diosa de la Pesadilla Eterna extendió una de sus delgadas y delicadas manos y tocó la frente de Xellos.
Un millar de hilos dorados de pura energía brotaron de la mano de la Diosa e irrumpieron directamente en el interior de la cabeza de Xellos.
Un profundo alarido de dolor rasgó la garganta del Demonio mientras esos hilos se adentraban dentro de él y, de pronto, el dolor cesó.
Entonces un torrente de imágenes invadió la mente del demonio, mostrándole un futuro devastado por la guerra.
Vio ciudades envueltas en un infierno de llamas, castillos reducidos a escombros humeantes, ejércitos enteros engullidos por un mar de fauces y garras, hombres híbridos de humanos y demonios arrebatando la vida a todos los seres vivos.
El cielo, otrora un lienzo azul infinito, ahora se teñía de un rojo carmesí, como si la sangre de mil batallas impregnara la bóveda celeste.
En medio del caos, Reena, se enfrentaba a un enemigo colosal: un descomunal dragón negro de ojos llameantes y escamas tan oscuras como la noche. Un gigantesco Dragón del Abismo.
La batalla era desigual. Una danza macabra donde la habilidad y la ferocidad se enfrentaban en un duelo a muerte. Reena luchaba con bravura, blandiendo su espada y recurriendo a su magia con desesperación, pero era en vano.
El Dragón del Abismo, con un rugido que rasgó el cielo, rechazó su magia, la derribó contra el suelo e hincó sus dientes en el cuerpo de la hechicera matándola instantáneamente.
Xellos abrió sus ojos violeta de pupilas verticales bruscamente y elevó la mirada hacia ella: la Diosa de la Pesadilla Eterna. Ahora entendía el por qué de ese nombre.
La Diosa bajó la mano y todos los hilos dorados que habían estado en la cabeza de Xellos, volvieron a su ser.
—¿Por qué me muestras esto? —preguntó el demonio.
—Esto es lo que sucederá si fracasas, Xellos —respondió la Diosa en una voz que no podría definirse ni masculina, ni femenina, ni aguda, ni grave, ni real, ni etérea.
Xellos entornó los ojos tratando de entender las palabras de la Diosa.
—Abismo, el Monarca de los Antiguos, el devorador de luz y oscuridad, ha despertado —prosiguió la Diosa. —Abismo y sus secuaces, los Antiguos, son seres primigenios nacidos para la destrucción de los mundos y del mismísimo Mar del Caos. Ese caos que has visto es solo un esbozo de la obra que Abismo quiere llevar a cabo. Abismo atacará y lo devorará todo. No quedará nada.
Xellos se quedó en silencio. Si Abismo destruía hasta el Mar del Caos, estaría destruyendo incluso a la Diosa de la Pesadilla Eterna. Toda existencia pasada, presente y futura desaparecería. La vida sería engullida por el vacío.
La Diosa comenzó a andar alrededor de Xellos al mismo tiempo que hablaba:
—Hoy en día los Dioses, Demonios y Dragones están diezmados, y jamás cooperarían juntos para derrotar a un ser de tal magnitud. ¿A quién le corresponde la lucha? ¿Humanos, elfos, enanos...? ¿Cuánto tiempo soportarían luchar contra ese poder? Muchos son guerreros fuertes y determinados, pero necesitan una ayuda mayor. Sin el poder del Dios Flare Dragon Ceiphied y sin el del Rey Demonio Shabranigdu todo estará perdido. Esa es la razón por la que te he elegido.
—¿Por qué yo?
Una vez más ella sonrió, como si estuviera esperando a que le formulara aquella pregunta.
—Eres exactamente lo que esperaba de los Dioses y los Demonios cuando creé a Shabranigdu y Ceiphied. Los Dioses y los Demonios no fueron creados para la guerra eterna. Dioses y Demonios simplemente olvidaron su propósito original, el cual era aprender unos de otros, evolucionar y mejorar. Sin embargo, Dioses y Demonios, sin excepciones, mintieron para llevar a cabo sus propósitos más egoístas: derrotar al rival y ser los más poderosos. Los primeros en mentir fueron los Dioses viendo en los Demonios una amenaza; después los Demonios se dejaron llevar por el odio y no pararon de luchar contra los Dioses. Pero tú has hecho justo lo que yo esperaba de un Demonio, Xellos. Por eso te he elegido para que envíes a las huestes de Abismo de vuelta al vacío del que salieron.
—No hay en nuestro mundo poder suficiente para destruirles.
—Si lo hay, solo tienes que buscarlo... y si tú no descubres el modo de encontrarlo, nadie lo hará.
La Diosa se detuvo frente a Xellos y, sobre sus manos, apareció una corona de oro. Después colocó aquella corona sobre la cabeza de Xellos.
—Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder. Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo. Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio Xellos.
Le invitó a ponerse en pie y le observó con una sonrisa llena de orgullo.
—Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo.
© Créditos de las imágenes a [REENA]