Asgard

Jardines del Valhall

Eones atrás....


Freyja era una tejedora nata. Hilaba y deshilaba a su antojo.
La diosa acarició el pelo castaño de la pequeña niña de cuatro años que tenía entre sus piernas. Los ojos de la criatura eran de un naranja espectacular y su sonrisa deshacía los glaciares.
Freyja sonrió mientras peinaba con los dedos su oscuro y largo pelo y tarareaba una canción. Dividió su melena en tres mechones iguales; colocó el de la derecha entre el del medio y el izquierdo, y el del izquierdo sobre el del centro y el derecho; y así hasta que, ágilmente, creó una hermosa trenza. Trenzar era tan fácil como tejer. La vida y el destino debían tejerse con mimo.

—Mi bonita dísir —susurró Freyja con voz cantarina—. Tú, de todas mis guerreras valkyrias, serás la más importante.
La niña tarareaba al tiempo que tomaba una flor y la hacía rodar entre sus diminutos dedos.
—¿Por qué, diosa? —preguntaba la valkyria—. ¿Porque soy las más fuerte de todas?
—No, princesa. Porque valdrás siempre mucho más por lo que callas que por lo que dices. Y esa es una virtud que envidio y respeto. La más importante para mí.

Mizar miró sus pies desnudos, manchados de haber corrido por las montañas rocosas en busca de las herraduras de los enanos. Le encantaba robárselas y después jugar a lanzarlas con sus hermanas. Estudió los pies de su diosa, cubiertos por su falda negra y larga. Freyja era la más poderosa, y siempre iba vestida como una princesa. Mizar no lo entendía.

—Hay personas que no expresan sus emociones —comentó la diosa, atando el extremo de la trenza africana con un cordel dorado—. No está bien callarlas, Bryn. Nos acaba doliendo aquí.

—¿En el hjertet (corazón)? —preguntó, observando la esbelta mano de la Vanir posada sobre su pecho izquierdo.

Freyja sonrió con ternura y asintió.
—Sí, en el corazón. Por eso —apoyó la barbilla sobre la cabeza de la niña y le puso las manos sobre los hombros—, porque sé que en el futuro podrías llegar a sufrir por tu silencio, quiero hacerte este regalo.

Un libro de tapas doradas se materializó frente a Mizar, levitando, como si unas manos invisibles lo mecieran y lo hicieran girar sobre su propio eje. Ésta abrió los ojos y lo tomó sin pedir permiso a nadie.

—¿Es para mí?
—Sí. —Freyja besó su coronilla y apoyó las manos sobre las de su pequeña que, al mismo tiempo, sostenían aquel tomo.
—¿Es una leyenda sobre la guerras entre los orcos y las elfas?
—No, mi pequeña salvaje —susurró Freyja con dulzura—. Es un diario. El diario de Mizar...

La futura inmortal agrandó los ojos y dijo:
—Wooow!... ¿Y es para mí? —repitió.
—Sí. Solo es para ti. Solo tú puedes escribir en él. Si pronuncias la palabra dulgt (oculto) el libro desaparecerá.
—¿Y dónde irá?
Freyja se encogió de hombros —Simplemente, desaparecerá. Y si pronuncias las palabras mo legende, (mi leyenda), tu diario se mostrará ante ti para que tú puedas escribir lo que quieras. Y puede que escribas mucho. ¿Y sabes por qué?

Mizar negó con la cabeza y se giró para escuchar a «la Resplandeciente», la más hermosa de todo el Asgard.
—Porque habrá momentos, nonne mía, que serán tantas cosas las que sientas y no puedas expresar, que necesitarás contárselo a alguien, pero no podrás...

La niña parpadeó confusa.
—¿Por qué?
—Porque no te lo permitiré —contestó Freyja sin perder su candidez. A otro guerrero le hubiera cambiado el semblante si le escuchara hablar así y, seguramente, hubiera huido despavorido. Pero Mizar nunca la había temido. Ninguna de sus valkyrias lo había hecho; y Mizar, su temeraria y adorada guerrera, menos—. En un futuro, llegarás a enfadarte mucho conmigo. Pero piensa que todo lo que hago, todo, es por vuestro bien. Por tu bien. ¿Tú crees que podrás perdonarme? —preguntó con la voz quebrada. No estaba orgullosa de sus decisiones, pero tampoco se arrepentiría de tomarlas. Alguien debía hacerlo.
Ella tomaría esa decisión. Igual que Odín decidía las suyas propias.
Mizar se pensó la respuesta. Torció los labios hacia un lado y hacia el otro y entrecerró los ojos espectacularmente dorados.
—Sí, tú no eres mala —aseguró Mizar—. Te perdonaré.

Freyja se emocionó y negó con la cabeza. No. No era mala. No lo era. Tal vez era soberana y dueña de casi todo lo que la rodeaba, pero no era malvada, aunque sus acciones hicieran daño a muchas personas.

—Recuérdalo cuando llegue el momento. —Le dio un golpecito en la nariz con él índice—. Al menos, te dejo este libro mágico y personal para que tú puedas expresarte como desees y digas todo lo que no te has atrevido a decir nunca a nadie. Así, las palabras que no puedes pronunciar no te dolerán tanto. Viértelas en estas hojas, preciosa guerrera, y sobrelleva el dolor que el silencio te acarreará.

Mizar acarició el libro con la yema de sus dedos y grabó aquellas palabras de Freyja en su alma. Ese libro sería suyo, y escribiría en él... Entonces, a lo lejos del prado en el que se hallaban sentadas, vio un aquelarre de caballos correr sin control, y eso hizo que Freyja perdiera toda la atención de la chiquilla.
La niña tenía un diario, un diario mágico y especial de la diosa, y Mizar prefería a un puñado de caballos blancos.

—¡Caballos! —Mizar dio un salto y, con su recién hecha trenza africana en la cabeza, corrió hacia ellos.

—¡Dómalos, salvaje! —exclamó Freyja divertida, observando cómo la menuda niña ya apuntaba maneras de amazona desde bien pequeña. ¿Pero qué valkyria no era una amazona? Sus guerreras eran todas espléndidas.
La diosa observó el libro, que seguía levitando sobre ella. Mizar no le había prestado demasiada atención. Era una niña de cuatro años, un pequeño culo inquieto. ¿Por qué iba a hacer caso de un diario? No importaba que ese diario fuera único y especial, ni que sus hojas de irrompible lino fueran extraídas del mismísimo telar de las Nornas. Nadie podía tocar ese telar: era sacrilegio hacerlo.
Sin embargo, ella era una diosa. La gran diosa Vanir, entre otras cosas; una de las grandes tejedoras del Asgard y la única que podía tocar una máquina de tejer el destino tan compleja como la que utilizaban Urdr, Verdandi y Skuld.
¿Y por qué? Porque el fin debía justificar los medios.
—Dulgt —susurró con la vista plateada fija en el horizonte....

Y el libro desapareció de su vista....
Asgard Jardines del Valhall Eones atrás.... Freyja era una tejedora nata. Hilaba y deshilaba a su antojo. La diosa acarició el pelo castaño de la pequeña niña de cuatro años que tenía entre sus piernas. Los ojos de la criatura eran de un naranja espectacular y su sonrisa deshacía los glaciares. Freyja sonrió mientras peinaba con los dedos su oscuro y largo pelo y tarareaba una canción. Dividió su melena en tres mechones iguales; colocó el de la derecha entre el del medio y el izquierdo, y el del izquierdo sobre el del centro y el derecho; y así hasta que, ágilmente, creó una hermosa trenza. Trenzar era tan fácil como tejer. La vida y el destino debían tejerse con mimo. —Mi bonita dísir —susurró Freyja con voz cantarina—. Tú, de todas mis guerreras valkyrias, serás la más importante. La niña tarareaba al tiempo que tomaba una flor y la hacía rodar entre sus diminutos dedos. —¿Por qué, diosa? —preguntaba la valkyria—. ¿Porque soy las más fuerte de todas? —No, princesa. Porque valdrás siempre mucho más por lo que callas que por lo que dices. Y esa es una virtud que envidio y respeto. La más importante para mí. Mizar miró sus pies desnudos, manchados de haber corrido por las montañas rocosas en busca de las herraduras de los enanos. Le encantaba robárselas y después jugar a lanzarlas con sus hermanas. Estudió los pies de su diosa, cubiertos por su falda negra y larga. Freyja era la más poderosa, y siempre iba vestida como una princesa. Mizar no lo entendía. —Hay personas que no expresan sus emociones —comentó la diosa, atando el extremo de la trenza africana con un cordel dorado—. No está bien callarlas, Bryn. Nos acaba doliendo aquí. —¿En el hjertet (corazón)? —preguntó, observando la esbelta mano de la Vanir posada sobre su pecho izquierdo. Freyja sonrió con ternura y asintió. —Sí, en el corazón. Por eso —apoyó la barbilla sobre la cabeza de la niña y le puso las manos sobre los hombros—, porque sé que en el futuro podrías llegar a sufrir por tu silencio, quiero hacerte este regalo. Un libro de tapas doradas se materializó frente a Mizar, levitando, como si unas manos invisibles lo mecieran y lo hicieran girar sobre su propio eje. Ésta abrió los ojos y lo tomó sin pedir permiso a nadie. —¿Es para mí? —Sí. —Freyja besó su coronilla y apoyó las manos sobre las de su pequeña que, al mismo tiempo, sostenían aquel tomo. —¿Es una leyenda sobre la guerras entre los orcos y las elfas? —No, mi pequeña salvaje —susurró Freyja con dulzura—. Es un diario. El diario de Mizar... La futura inmortal agrandó los ojos y dijo: —Wooow!... ¿Y es para mí? —repitió. —Sí. Solo es para ti. Solo tú puedes escribir en él. Si pronuncias la palabra dulgt (oculto) el libro desaparecerá. —¿Y dónde irá? Freyja se encogió de hombros —Simplemente, desaparecerá. Y si pronuncias las palabras mo legende, (mi leyenda), tu diario se mostrará ante ti para que tú puedas escribir lo que quieras. Y puede que escribas mucho. ¿Y sabes por qué? Mizar negó con la cabeza y se giró para escuchar a «la Resplandeciente», la más hermosa de todo el Asgard. —Porque habrá momentos, nonne mía, que serán tantas cosas las que sientas y no puedas expresar, que necesitarás contárselo a alguien, pero no podrás... La niña parpadeó confusa. —¿Por qué? —Porque no te lo permitiré —contestó Freyja sin perder su candidez. A otro guerrero le hubiera cambiado el semblante si le escuchara hablar así y, seguramente, hubiera huido despavorido. Pero Mizar nunca la había temido. Ninguna de sus valkyrias lo había hecho; y Mizar, su temeraria y adorada guerrera, menos—. En un futuro, llegarás a enfadarte mucho conmigo. Pero piensa que todo lo que hago, todo, es por vuestro bien. Por tu bien. ¿Tú crees que podrás perdonarme? —preguntó con la voz quebrada. No estaba orgullosa de sus decisiones, pero tampoco se arrepentiría de tomarlas. Alguien debía hacerlo. Ella tomaría esa decisión. Igual que Odín decidía las suyas propias. Mizar se pensó la respuesta. Torció los labios hacia un lado y hacia el otro y entrecerró los ojos espectacularmente dorados. —Sí, tú no eres mala —aseguró Mizar—. Te perdonaré. Freyja se emocionó y negó con la cabeza. No. No era mala. No lo era. Tal vez era soberana y dueña de casi todo lo que la rodeaba, pero no era malvada, aunque sus acciones hicieran daño a muchas personas. —Recuérdalo cuando llegue el momento. —Le dio un golpecito en la nariz con él índice—. Al menos, te dejo este libro mágico y personal para que tú puedas expresarte como desees y digas todo lo que no te has atrevido a decir nunca a nadie. Así, las palabras que no puedes pronunciar no te dolerán tanto. Viértelas en estas hojas, preciosa guerrera, y sobrelleva el dolor que el silencio te acarreará. Mizar acarició el libro con la yema de sus dedos y grabó aquellas palabras de Freyja en su alma. Ese libro sería suyo, y escribiría en él... Entonces, a lo lejos del prado en el que se hallaban sentadas, vio un aquelarre de caballos correr sin control, y eso hizo que Freyja perdiera toda la atención de la chiquilla. La niña tenía un diario, un diario mágico y especial de la diosa, y Mizar prefería a un puñado de caballos blancos. —¡Caballos! —Mizar dio un salto y, con su recién hecha trenza africana en la cabeza, corrió hacia ellos. —¡Dómalos, salvaje! —exclamó Freyja divertida, observando cómo la menuda niña ya apuntaba maneras de amazona desde bien pequeña. ¿Pero qué valkyria no era una amazona? Sus guerreras eran todas espléndidas. La diosa observó el libro, que seguía levitando sobre ella. Mizar no le había prestado demasiada atención. Era una niña de cuatro años, un pequeño culo inquieto. ¿Por qué iba a hacer caso de un diario? No importaba que ese diario fuera único y especial, ni que sus hojas de irrompible lino fueran extraídas del mismísimo telar de las Nornas. Nadie podía tocar ese telar: era sacrilegio hacerlo. Sin embargo, ella era una diosa. La gran diosa Vanir, entre otras cosas; una de las grandes tejedoras del Asgard y la única que podía tocar una máquina de tejer el destino tan compleja como la que utilizaban Urdr, Verdandi y Skuld. ¿Y por qué? Porque el fin debía justificar los medios. —Dulgt —susurró con la vista plateada fija en el horizonte.... Y el libro desapareció de su vista....
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