• En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y Husk al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar.

    Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida.

    Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños.

    Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
    En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y [barcat75] al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar. Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida. Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños. Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
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    Loki Queen Ishtar La perturbación

    Mi llegada no fue esperada.
    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
    [loki_q1] La perturbación Mi llegada no fue esperada. Pero tampoco pasó desapercibida. Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla. Sasha lo sintió. No como un ruido. No como una visión. Sino como una ofensa. El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo. Los pilares respondieron primero. Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir. Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra. No hubo preguntas. No las necesitaban. Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera. —Ryu. La respuesta no fue inmediata. Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila. —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso. Llegaría. Siempre llegaba. Pero a su manera. --- Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba. El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío. Lo ignoré. Había sobrevivido al Caos. Al corte. Un castillo no iba a detenerme. Pero entonces… algo rozó mi percepción. Me detuve. No fue hostilidad directa. Tampoco curiosidad humana. Era… presencia. Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás. Al lado. Sonreí, ladeando un poco la cabeza. —Así que no estoy sola… —murmuré. El viento cambió de dirección. La luz pareció vacilar un segundo. Sea lo que fuera, no pertenecía al camino… pero tampoco al castillo. Y eso lo hacía interesante.
    La perturbación

    Mi llegada no fue esperada.
    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
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    La perturbación

    Mi llegada no fue esperada.
    Pero tampoco pasó desapercibida.

    Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.

    Sasha lo sintió.

    No como un ruido.
    No como una visión.
    Sino como una ofensa.

    El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.

    Los pilares respondieron primero.

    Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
    Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.

    No hubo preguntas.
    No las necesitaban.

    Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.

    —Ryu.

    La respuesta no fue inmediata.

    Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.

    —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.

    Llegaría.
    Siempre llegaba.
    Pero a su manera.


    ---

    Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.

    El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.

    Lo ignoré.

    Había sobrevivido al Caos.
    Al corte.

    Un castillo no iba a detenerme.

    Pero entonces… algo rozó mi percepción.

    Me detuve.

    No fue hostilidad directa.
    Tampoco curiosidad humana.

    Era… presencia.

    Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.

    Al lado.

    Sonreí, ladeando un poco la cabeza.

    —Así que no estoy sola… —murmuré.

    El viento cambió de dirección.
    La luz pareció vacilar un segundo.

    Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
    pero tampoco al castillo.

    Y eso lo hacía interesante.
    La perturbación Mi llegada no fue esperada. Pero tampoco pasó desapercibida. Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla. Sasha lo sintió. No como un ruido. No como una visión. Sino como una ofensa. El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo. Los pilares respondieron primero. Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir. Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra. No hubo preguntas. No las necesitaban. Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera. —Ryu. La respuesta no fue inmediata. Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila. —Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso. Llegaría. Siempre llegaba. Pero a su manera. --- Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba. El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío. Lo ignoré. Había sobrevivido al Caos. Al corte. Un castillo no iba a detenerme. Pero entonces… algo rozó mi percepción. Me detuve. No fue hostilidad directa. Tampoco curiosidad humana. Era… presencia. Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás. Al lado. Sonreí, ladeando un poco la cabeza. —Así que no estoy sola… —murmuré. El viento cambió de dirección. La luz pareció vacilar un segundo. Sea lo que fuera, no pertenecía al camino… pero tampoco al castillo. Y eso lo hacía interesante.
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    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural.
    La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón.

    Lo que ofrezco:
    • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing.
    • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva.
    • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo.
    • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable.

    Lo que busco:
    • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente.
    • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos.
    • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras.
    • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional.

    Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.

    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural. La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón. Lo que ofrezco: • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing. • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva. • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo. • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable. Lo que busco: • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente. • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos. • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras. • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional. Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido.
    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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    No a mí.
    No a lo que soy.

    Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral.

    Y sonreí.

    Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir.

    El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda.
    Calor…
    Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios.

    El viento me levantó el cabello.
    El olor húmedo de la tierra me invadió.
    Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros.

    Perfecto.

    Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó.

    Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo.
    Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino.

    Ambas me observan sin sorpresa.
    Eso es lo peor de todo.

    Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté:

    Veythra:
    —¿Cuánto tiempo tengo?

    Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver.
    —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado.

    Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa.
    —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro.

    Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura.

    No necesitaba más explicaciones.
    No necesitaba más advertencias.

    En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar.

    Ese apellido…
    esa línea de sangre…
    la llave a mi estabilidad.

    Veythra:
    —Sí.

    No esperé aprobación.
    No pedí permiso.

    Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello.

    Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito.
    Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable.

    Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
    El impacto no debería haber dolido. No a mí. No a lo que soy. Pero el dolor llegó igual: un latigazo cálido, humano, visceral. Y sonreí. Me incorporé despacio, dejando que el polvo se deslizara por mi piel nueva. Era extraña… demasiado blanda. Viva. Vulnerable. Inestable. Pero mía. Un experimento aún sin pulir. El sol me rozó y un temblor recorrió mi espalda. Calor… Una sensación que solo había observado desde dentro de Lili, nunca desde mis propios nervios. El viento me levantó el cabello. El olor húmedo de la tierra me invadió. Los colores estaban demasiado vivos… demasiado sinceros. Perfecto. Mi memoria era una maraña: ecos de Lili, ecos del Caos, ecos de mí misma. Pero al girar la cabeza y verlas ahí —como si hubieran estado esperándome desde antes del tiempo— una claridad incómoda me atravesó. Tsukumo Sana, con su sonrisa que nunca dice todo. Aikaterine, con esa serenidad que huele a destino. Ambas me observan sin sorpresa. Eso es lo peor de todo. Di un paso al frente, estirando el cuerpo como una serpiente que prueba un suelo nuevo, y pregunté: Veythra: —¿Cuánto tiempo tengo? Aikaterine solo entornó los ojos, como si midiera líneas temporales que yo aún no podía ver. —Será mejor que te pongas en marcha. No te conviene quedarte quieta… en este estado. Tsukumo Sana ladeó la cabeza con dulzura traviesa. —¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer, Veythra? Lo de… hmm… no romper otra vez el espacio-tiempo. Y lo de mantener tu cuerpecito, claro. Mi cuerpo palpitó un segundo, como si fuera a desmoronarse. Lo sostuve con voluntad pura. No necesitaba más explicaciones. No necesitaba más advertencias. En mi mente, solo un nombre ardía con fuerza: Ishtar. Ese apellido… esa línea de sangre… la llave a mi estabilidad. Veythra: —Sí. No esperé aprobación. No pedí permiso. Me puse a andar, cada paso afirmando mi derecho a existir, aunque el mundo temblara por ello. Detrás de mí, escuché a Sana reír muy bajito. Aikaterine suspiró como quien acepta un desastre inevitable. Y la aventura de Veythra, separada al fin de Lili, había comenzado.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
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    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Akane volvió. Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original. Pero no había tiempo para sanar nada. El día del eclipse llegó. Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante. El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Le mostré a Veythra. La llamé. No respondió. No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia. Jennifer me pidió permiso para sostenerla. Y fue como si Veythra despertara. Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella. Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo: Jennifer: “La mente en blanco. Y el orgullo intacto.” Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    HAWKINS BUSCA A SUS HEROES y SUS CIUDADANOS

    Hawkins siempre ha sido un pueblo pequeño de Indiana, de esos donde todos se conocen… o al menos eso es lo que creíamos.
    Porque desde hace ya un tiempo, sabemos que algo se oculta bajo la superficie. Algo que abre portales donde no debería, que convierte las luces en códigos y amenaza la quietud de la ciudad. Y por muy fuerte que sea la pandilla que tenemos ahora —con Steve, Eleven y Billy ya metidos en pleno desastre— sabemos que no es suficiente.

    El Upside Down se está moviendo.
    Vecna y el Mindflyer no descansan.
    Y hay muchas historias por contar

    Por eso abrimos este clasificado, para encontrar a nuestros héroes y ciudadanos:

    Nuestros héroes más jovenes: Max, Dustin, Will y Lucas
    Los héroes que los protegen: Robin o Jonathan
    Karen, Murray o Erica
    Forasteros que llegaron sin saber que aquí “lo raro” es lo habitual.
    OCs con historias propias que encajen entre la década, el misterio y la oscuridad.
    Y cualquier personaje canon con ganas de mezclarse, crear vínculos y pensar tramas


    PERSONAJES OCUPADOS:

    —Steve Harrington
    —Billy Hargrove
    —Jane Hopper (Eleven)
    —Mike Wheeler
    —Nancy Wheeler
    —Jim Hopper
    —Joyce Byers
    —Eddie Munson
    —Vicky Munson (OC, hermana de Eddie)

    Podeis traer a los mismos, pero en la variedad está lo divertido.

    Buscamos gente con ganas de escribir, de crear conexiones, de dejarse arrastrar por el ambiente ochentero y pensar historias no contadas del pueblo.

    Aquí no buscamos llenar un listado; buscamos vida.
    Buscamos presencia.
    Buscamos historias que merezcan contarse.

    ¡Postúlate! O trae directamente a tu personaje ^^
    🎇 HAWKINS BUSCA A SUS HEROES y SUS CIUDADANOS🎇 Hawkins siempre ha sido un pueblo pequeño de Indiana, de esos donde todos se conocen… o al menos eso es lo que creíamos. Porque desde hace ya un tiempo, sabemos que algo se oculta bajo la superficie. Algo que abre portales donde no debería, que convierte las luces en códigos y amenaza la quietud de la ciudad. Y por muy fuerte que sea la pandilla que tenemos ahora —con Steve, Eleven y Billy ya metidos en pleno desastre— sabemos que no es suficiente. El Upside Down se está moviendo. Vecna y el Mindflyer no descansan. Y hay muchas historias por contar Por eso abrimos este clasificado, para encontrar a nuestros héroes y ciudadanos: ✨ Nuestros héroes más jovenes: Max, Dustin, Will y Lucas ✨ Los héroes que los protegen: Robin o Jonathan ✨ Karen, Murray o Erica ✨ Forasteros que llegaron sin saber que aquí “lo raro” es lo habitual. ✨ OCs con historias propias que encajen entre la década, el misterio y la oscuridad. ✨ Y cualquier personaje canon con ganas de mezclarse, crear vínculos y pensar tramas PERSONAJES OCUPADOS: —Steve Harrington —Billy Hargrove —Jane Hopper (Eleven) —Mike Wheeler —Nancy Wheeler —Jim Hopper —Joyce Byers —Eddie Munson —Vicky Munson (OC, hermana de Eddie) Podeis traer a los mismos, pero en la variedad está lo divertido. Buscamos gente con ganas de escribir, de crear conexiones, de dejarse arrastrar por el ambiente ochentero y pensar historias no contadas del pueblo. Aquí no buscamos llenar un listado; buscamos vida. Buscamos presencia. Buscamos historias que merezcan contarse. ¡Postúlate! O trae directamente a tu personaje ^^
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  • -La casa estaba en silencio por primera vez en todo el día. Las luces cálidas del salón creaban un ambiente suave, casi dorado, mientras el aroma tenue de té recién preparado flotaba en el aire. Afuera la noche era tranquila, pero dentro de la casa había una calidez casi acogedora, como si cada rincón estuviera acostumbrado a guardar risas, carreras diminutas y juguetes olvidados por todas partes.

    Ella, todavía con parte del uniforme de trabajo puesto y el cabello suelto cayéndole por los hombros, se apoyó contra la mesa del comedor con una sonrisa traviesa dibujándose en sus labios. Se había quitado los tacones, tenía los pies descalzos sobre el piso cálido y ese pequeño gesto ya la hacía sentirse más viva, más ligera. Sus mejillas aún estaban ligeramente sonrojadas, no se sabía si por el calor, la risa… o por la compañía inesperada-

    Bueno…

    -dijo con una risa suave mientras se acomodaba un mechón detrás de la oreja-

    Parece que al fin puedo descansar un poco… y justo llegas tú para hacer la noche más amena.

    -Su voz tenía esa mezcla perfecta entre alegría, cansancio bonito y un ligero toque de coquetería, típica de ella. Se inclinó un poco, mirando hacia la puerta con brillo en los ojos, ese brillo que siempre tenía en sus ojos azules que mostraba su lado dulce-

    Espero que no te moleste el desastre… ya sabes, vida de mamá. Pero prometo que compenso el desorden con buena compañía.

    -Su sonrisa se ensanchó apenas, cálida, invitante-
    -La casa estaba en silencio por primera vez en todo el día. Las luces cálidas del salón creaban un ambiente suave, casi dorado, mientras el aroma tenue de té recién preparado flotaba en el aire. Afuera la noche era tranquila, pero dentro de la casa había una calidez casi acogedora, como si cada rincón estuviera acostumbrado a guardar risas, carreras diminutas y juguetes olvidados por todas partes. Ella, todavía con parte del uniforme de trabajo puesto y el cabello suelto cayéndole por los hombros, se apoyó contra la mesa del comedor con una sonrisa traviesa dibujándose en sus labios. Se había quitado los tacones, tenía los pies descalzos sobre el piso cálido y ese pequeño gesto ya la hacía sentirse más viva, más ligera. Sus mejillas aún estaban ligeramente sonrojadas, no se sabía si por el calor, la risa… o por la compañía inesperada- Bueno… -dijo con una risa suave mientras se acomodaba un mechón detrás de la oreja- Parece que al fin puedo descansar un poco… y justo llegas tú para hacer la noche más amena. -Su voz tenía esa mezcla perfecta entre alegría, cansancio bonito y un ligero toque de coquetería, típica de ella. Se inclinó un poco, mirando hacia la puerta con brillo en los ojos, ese brillo que siempre tenía en sus ojos azules que mostraba su lado dulce- Espero que no te moleste el desastre… ya sabes, vida de mamá. Pero prometo que compenso el desorden con buena compañía. -Su sonrisa se ensanchó apenas, cálida, invitante-
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