Hebe corría de un lado a otro, su túnica ondeando como una nube blanca mientras sus pies apenas tocaban el suelo. Hoy era un dia importante en el Olimpo: se harían ofrendas a los Dioses y todo debía estar perfecto; aunque debía terminar cada guía sencilla para los nuevos en el Olimpo. Con una sonrisa radiante, revisó cada rincón del palacio celestial, asegurándose de que los dormitorios estuvieran ordenados, que los pasillos relucieran y que las fuentes manaran néctar fresco para los visitantes. Era un trabajo que adoraba, porque nada la hacía más feliz que ver a los demás disfrutar del Olimpo en todo su esplendor.
—¡Ah! Casi olvido dejar indicaciones en el Salón de "Banquete Divino"… ¡Algunos ni saben cómo sostener una copa correctamente! —murmuró con un pequeño puchero, mientras escribía unas notas llenas de dibujos y colores, para que hasta el más distraído entendiera las reglas.
Pero por mucho que Hebe amara su labor, últimamente le estaba costando dormir. Se acostaba, cerraba los ojos, y su mente seguía corriendo como un riachuelo desbocado. ¿Y si mañana hacía una ceremonia de bienvenida más divertida? ¿Y si ponía guías doradas en el suelo para evitar que los recién llegados se perdieran? ¿Y si alguien se sentía solo y necesitaba compañía?
—¡Graaah! —se revolvió entre las sábanas con frustración, hasta que un ronroneo pesado la distrajo.
Su tigre amigo, Hikaru, enorme y majestuoso, descansaba a su lado, estirando sus patas con pereza y con una mirada profunda pareció decirle su preocupación sincera. Hebe sonrió con ternura, abrazando su suave pelaje.
—Esa mirada, uff, tienes razón, sí que pienso demasiado —susurró, cerrando los ojos con una sonrisa traviesa—. Pero solo un ratito más… ¡Y luego dormiré, lo prometo!
El tigre bufó, como si no le creyera, y Hebe soltó una risa juguetona. Tal vez mañana organizaría un juego para animar a los nuevos. O una pequeña competencia de danzas divinas. O… Bueno, ya lo pensaría mejor al despertar. Le dolía la cabeza, tenía hambre y su cuerpo gritaba querer dormir, Esta vez, dejaría que la brisa de la tierra la arrullara, y estar a lado de Hikaru fuera motivo de ordenarse a si misma para descansar, al menos hasta la próxima gran idea.
—¡Ah! Casi olvido dejar indicaciones en el Salón de "Banquete Divino"… ¡Algunos ni saben cómo sostener una copa correctamente! —murmuró con un pequeño puchero, mientras escribía unas notas llenas de dibujos y colores, para que hasta el más distraído entendiera las reglas.
Pero por mucho que Hebe amara su labor, últimamente le estaba costando dormir. Se acostaba, cerraba los ojos, y su mente seguía corriendo como un riachuelo desbocado. ¿Y si mañana hacía una ceremonia de bienvenida más divertida? ¿Y si ponía guías doradas en el suelo para evitar que los recién llegados se perdieran? ¿Y si alguien se sentía solo y necesitaba compañía?
—¡Graaah! —se revolvió entre las sábanas con frustración, hasta que un ronroneo pesado la distrajo.
Su tigre amigo, Hikaru, enorme y majestuoso, descansaba a su lado, estirando sus patas con pereza y con una mirada profunda pareció decirle su preocupación sincera. Hebe sonrió con ternura, abrazando su suave pelaje.
—Esa mirada, uff, tienes razón, sí que pienso demasiado —susurró, cerrando los ojos con una sonrisa traviesa—. Pero solo un ratito más… ¡Y luego dormiré, lo prometo!
El tigre bufó, como si no le creyera, y Hebe soltó una risa juguetona. Tal vez mañana organizaría un juego para animar a los nuevos. O una pequeña competencia de danzas divinas. O… Bueno, ya lo pensaría mejor al despertar. Le dolía la cabeza, tenía hambre y su cuerpo gritaba querer dormir, Esta vez, dejaría que la brisa de la tierra la arrullara, y estar a lado de Hikaru fuera motivo de ordenarse a si misma para descansar, al menos hasta la próxima gran idea.
Hebe corría de un lado a otro, su túnica ondeando como una nube blanca mientras sus pies apenas tocaban el suelo. Hoy era un dia importante en el Olimpo: se harían ofrendas a los Dioses y todo debía estar perfecto; aunque debía terminar cada guía sencilla para los nuevos en el Olimpo. Con una sonrisa radiante, revisó cada rincón del palacio celestial, asegurándose de que los dormitorios estuvieran ordenados, que los pasillos relucieran y que las fuentes manaran néctar fresco para los visitantes. Era un trabajo que adoraba, porque nada la hacía más feliz que ver a los demás disfrutar del Olimpo en todo su esplendor.
—¡Ah! Casi olvido dejar indicaciones en el Salón de "Banquete Divino"… ¡Algunos ni saben cómo sostener una copa correctamente! —murmuró con un pequeño puchero, mientras escribía unas notas llenas de dibujos y colores, para que hasta el más distraído entendiera las reglas.
Pero por mucho que Hebe amara su labor, últimamente le estaba costando dormir. Se acostaba, cerraba los ojos, y su mente seguía corriendo como un riachuelo desbocado. ¿Y si mañana hacía una ceremonia de bienvenida más divertida? ¿Y si ponía guías doradas en el suelo para evitar que los recién llegados se perdieran? ¿Y si alguien se sentía solo y necesitaba compañía?
—¡Graaah! —se revolvió entre las sábanas con frustración, hasta que un ronroneo pesado la distrajo.
Su tigre amigo, Hikaru, enorme y majestuoso, descansaba a su lado, estirando sus patas con pereza y con una mirada profunda pareció decirle su preocupación sincera. Hebe sonrió con ternura, abrazando su suave pelaje.
—Esa mirada, uff, tienes razón, sí que pienso demasiado —susurró, cerrando los ojos con una sonrisa traviesa—. Pero solo un ratito más… ¡Y luego dormiré, lo prometo!
El tigre bufó, como si no le creyera, y Hebe soltó una risa juguetona. Tal vez mañana organizaría un juego para animar a los nuevos. O una pequeña competencia de danzas divinas. O… Bueno, ya lo pensaría mejor al despertar. Le dolía la cabeza, tenía hambre y su cuerpo gritaba querer dormir, Esta vez, dejaría que la brisa de la tierra la arrullara, y estar a lado de Hikaru fuera motivo de ordenarse a si misma para descansar, al menos hasta la próxima gran idea.
