• Donde las Sombras Terminan
    Categoría Slice of Life
    Con el paso de los días, Ekkora comenzó a entender lo que veía, lo que sentía, lo que escuchaba. Las texturas del mundo, sus olores, sus ruidos, sus silencios.

    El lenguaje dejó de ser un obstáculo. Ya podía hablar. A su manera, torpe aún, con palabras desordenadas, mal encajadas, pero suficiente.

    Sus movimientos mejoraron. Más estables, aunque lentos, cada paso como si aún fuera una prueba. O como si supiera que algo faltaba.

    La casa de Tolek no era una jaula. Era más bien un santuario extraño: una mezcla de refugio, laboratorio y patio de juegos. Allí aprendía, observaba, probaba, sin reglas estrictas ni vigilancia constante. Pero no se alejaba, podría haberlo hecho cuando quisiera, pero no lo sentía necesario, no hasta haber recorrido cada rincón, abierto cada puerta, olido cada frasco, cada libro, rincón húmedo de madera y polvo.

    Y cuando la cabaña ya no ofrecía secretos, salió.

    Deambulaba por el bosque como una sombra sin rumbo. Rozaba la corteza de los árboles con los dedos, escuchaba los susurros del viento entre las hojas como si fueran palabras dichas solo para sus oídos. Observaba los animales sin hambre, sin miedo, solo con una curiosidad.

    Se alejaba más cada vez.
    Solo un poco.
    Solo unos pasos más allá.

    Hasta esa mañana. Hasta ese instante exacto en que el cielo comenzó a clarear.

    La luz del sol se filtró entre las copas de los árboles. Fina, dorada, suave. Y Ekkora no lo notó a tiempo.

    La primera caricia de luz directa sobre su piel la hizo estremecerse. La segunda la obligó a cerrar los ojos, de puro dolor.

    Después vino el fuego.

    La carne se le contrajo al contacto. No ardía como el fuego común: la luz le quemaba por dentro, como si intentara arrancarle algo esencial.

    Gritó.

    El sonido fue breve, un sollozo más que un grito real. Y echó a correr, pero ya no sabía dónde estaba. El bosque se cerraba sobre sí mismo, el sol subía. Sombras temblaban a su alrededor, encogiéndose. No eran refugio, no podían protegerla. Era un laberinto, vivo, denso, inmenso.

    Ekkora se arrojó hacia una mancha de sombra más espesa, jadeando, la piel agrietada por el resplandor. Humo oscuro salía de sus hombros. Y la luz la buscaba. El bosque ya no parecía tan inofensivo.

    Ahora estaba atrapada; Un animal nocturno, nacida del barro, enfrentando por primera vez el juicio del sol.
    Con el paso de los días, Ekkora comenzó a entender lo que veía, lo que sentía, lo que escuchaba. Las texturas del mundo, sus olores, sus ruidos, sus silencios. El lenguaje dejó de ser un obstáculo. Ya podía hablar. A su manera, torpe aún, con palabras desordenadas, mal encajadas, pero suficiente. Sus movimientos mejoraron. Más estables, aunque lentos, cada paso como si aún fuera una prueba. O como si supiera que algo faltaba. La casa de Tolek no era una jaula. Era más bien un santuario extraño: una mezcla de refugio, laboratorio y patio de juegos. Allí aprendía, observaba, probaba, sin reglas estrictas ni vigilancia constante. Pero no se alejaba, podría haberlo hecho cuando quisiera, pero no lo sentía necesario, no hasta haber recorrido cada rincón, abierto cada puerta, olido cada frasco, cada libro, rincón húmedo de madera y polvo. Y cuando la cabaña ya no ofrecía secretos, salió. Deambulaba por el bosque como una sombra sin rumbo. Rozaba la corteza de los árboles con los dedos, escuchaba los susurros del viento entre las hojas como si fueran palabras dichas solo para sus oídos. Observaba los animales sin hambre, sin miedo, solo con una curiosidad. Se alejaba más cada vez. Solo un poco. Solo unos pasos más allá. Hasta esa mañana. Hasta ese instante exacto en que el cielo comenzó a clarear. La luz del sol se filtró entre las copas de los árboles. Fina, dorada, suave. Y Ekkora no lo notó a tiempo. La primera caricia de luz directa sobre su piel la hizo estremecerse. La segunda la obligó a cerrar los ojos, de puro dolor. Después vino el fuego. La carne se le contrajo al contacto. No ardía como el fuego común: la luz le quemaba por dentro, como si intentara arrancarle algo esencial. Gritó. El sonido fue breve, un sollozo más que un grito real. Y echó a correr, pero ya no sabía dónde estaba. El bosque se cerraba sobre sí mismo, el sol subía. Sombras temblaban a su alrededor, encogiéndose. No eran refugio, no podían protegerla. Era un laberinto, vivo, denso, inmenso. Ekkora se arrojó hacia una mancha de sombra más espesa, jadeando, la piel agrietada por el resplandor. Humo oscuro salía de sus hombros. Y la luz la buscaba. El bosque ya no parecía tan inofensivo. Ahora estaba atrapada; Un animal nocturno, nacida del barro, enfrentando por primera vez el juicio del sol.
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  • Recuerdo del nacimiento de Melínoe

    Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia.
    Mi hija.
    La más silenciosa.
    La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos.
    La que nació de lo invisible.

    No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo.
    Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas.
    Porque los muertos me miraban con otros ojos.
    Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido.

    Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí.

    Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil.
    Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida.

    Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta.
    Mi cuerpo no dolía.
    Solo se abría.
    Como si un velo fuera retirado entre mundos.

    Y entonces la tuve en brazos.

    Tan pequeña.
    Tan callada.
    Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto.
    Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna.
    Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada.

    —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina.
    La heredera de los susurros.
    La guía de los que no descansan.

    Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar.
    No de miedo.
    De reconocimiento.

    —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver.

    La envolvimos en telas de sombra.
    La bañamos en aguas del Leteo.
    La protegimos de la mirada del Olimpo.

    Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses.
    No vino a reclamar tronos ni venganzas.

    Ella nació para caminar entre lo invisible.
    Para tocar los límites del alma.
    Para visitar a los vivos en sueños…
    y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera.

    La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír.

    Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz.

    Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento.

    Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí…
    sé que es ella.
    Mi hija.
    La que nunca lloró.
    La que nació del silencio.
    La que camina entre los velos y nunca se pierde.

    Recuerdo del nacimiento de Melínoe Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia. Mi hija. La más silenciosa. La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos. La que nació de lo invisible. No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo. Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas. Porque los muertos me miraban con otros ojos. Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido. Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí. Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil. Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida. Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta. Mi cuerpo no dolía. Solo se abría. Como si un velo fuera retirado entre mundos. Y entonces la tuve en brazos. Tan pequeña. Tan callada. Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto. Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna. Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada. —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina. La heredera de los susurros. La guía de los que no descansan. Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar. No de miedo. De reconocimiento. —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver. La envolvimos en telas de sombra. La bañamos en aguas del Leteo. La protegimos de la mirada del Olimpo. Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses. No vino a reclamar tronos ni venganzas. Ella nació para caminar entre lo invisible. Para tocar los límites del alma. Para visitar a los vivos en sueños… y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera. La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír. Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz. Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento. Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí… sé que es ella. Mi hija. La que nunca lloró. La que nació del silencio. La que camina entre los velos y nunca se pierde.
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  • "La Casa Negra".

    Los días se están volviendo más largos y el frío se va quedando atrás, el invierno se despide poco a poco y con ello se aleja la estación del año favorita del brujo. El anochecer ha llegado más tarde, la temperatura se mantiene agradable, ni siquiera tuvo que encender la calefacción del bar.

    — Tengo que irme y puede que esté perdido por un par de días. No te comas toda la plantita, por favor...

    El bar queda en buenas manos.

    Tolek se dirige a la trastienda donde una habitación sellada por medios mágicos le espera, sólo él es capaz de abrir la puerta que le abre paso directo al único mueble en la estancia: un diván. El brujo gruñe por lo bajo antes de darle la espalda al condenado mueble y cierra la puerta antes de abrir el portal que le lleva a las coordenadas que le ha facilitado su primo.

    Aparece un bosque del otro lado, Tolek puede sentir la vibra perturbadora tan propia de Los Apalaches, pero al contrario de la mayoría, a él no le incomoda en lo más mínimo. Pero aquí, dicha vibra se siente con mayor intensidad, como si las venas mágicas que circulan en el ambiente bombearan de forma errática y distorsionada, una sensación que sólo ha sentido en las backroom.

    Recuerda las palabras de Raffaele: "es la primera vez que me enfrento a espacios liminales".

    — Van a necesitar una guía —concluye, pensando en voz alta y hablándole a la nada.

    "La nada", que en realidad es un todo y algo más. Mientras camina por los alrededores va sondeando la intensidad de la energía que dejó la brecha que trajo la casa hasta aquí en primer lugar. Tras alrededor de media hora de sólo caminar alrededor, Tolek puede establecer un epicentro que debe haber sido el núcleo de la vivienda cuando estuvo aquí, aunque ya solo quedan rastros, potentes, pero con una carga caótica mucho menos significativa.

    Observando a su alrededor, el brujo da cuenta de lo que parece un árbol más pequeño que el resto cuya apariencia le resulta tan familiar como antinatural. Mirando más de cerca, Tolek nota que se trata de un pino de plástico, un árbol de navidad sintético.

    — A Thomas no le gustaba que usáramos árboles de verdad... —murmura, mientras sus dedos acarician tiernamente las hojitas ficticias.

    Ese es el residuo liminal que estaba buscando.

    El brujo clava su bastón justo al costado del pino de plástico.

    — Muéstrame la vena que te alimenta —dice, ordenándole.

    El bastón gana temperatura, la primera señal de que se ha conectado a la fuente de magia más cercana y que, seguramente, sea la que alimenta también al pino.

    Tolek no necesita tocar el bastón para saberlo, pero sí necesita que la vena sea visible para sus ojos humanos, de alguna manera. Para ello, se lleva la mano al bolsillo para sacar un puñado de pequeñas pelotitas similares a pelusas de polvo, de color blanquecino y casi transparente, frágiles como copos de nieve, pero no se derriten. Se acerca la mano a la boca para susurrarles el conjuro que despertará a las pelusas de su letargo, con voz cálida las llama a la vida.

    Las pelusas se sacuden suave y perezosamente hasta desenrollarse como quien extiende el hilo de diminutas madejas de lana clara, van tomando forma de cientos de minúsculas criaturitas largas y aladas, como si a una lombriz le hubieran crecido una docena de pequeñas alitas.

    — Enséñenme el camino —les susurra, antes de liberarlas al viento.

    Las criaturitas, para las que la gente común ha adoptado el nombre de "rods", se dejan llevar con el soplo del aliento del brujo antes de remontar el vuelo. Se vuelven invisibles de lo rápido que son capaces de volar, así que Tolek ya sólo puede esperar a que los pequeños gusanitos con alas puedan cumplirle su petición.

    #ElBrujoCojo ꧁ঔৣ☬✞ 𝕮𝖗𝖔𝖜 ✞☬ঔৣ꧂
    "La Casa Negra". Los días se están volviendo más largos y el frío se va quedando atrás, el invierno se despide poco a poco y con ello se aleja la estación del año favorita del brujo. El anochecer ha llegado más tarde, la temperatura se mantiene agradable, ni siquiera tuvo que encender la calefacción del bar. — Tengo que irme y puede que esté perdido por un par de días. No te comas toda la plantita, por favor... El bar queda en buenas manos. Tolek se dirige a la trastienda donde una habitación sellada por medios mágicos le espera, sólo él es capaz de abrir la puerta que le abre paso directo al único mueble en la estancia: un diván. El brujo gruñe por lo bajo antes de darle la espalda al condenado mueble y cierra la puerta antes de abrir el portal que le lleva a las coordenadas que le ha facilitado su primo. Aparece un bosque del otro lado, Tolek puede sentir la vibra perturbadora tan propia de Los Apalaches, pero al contrario de la mayoría, a él no le incomoda en lo más mínimo. Pero aquí, dicha vibra se siente con mayor intensidad, como si las venas mágicas que circulan en el ambiente bombearan de forma errática y distorsionada, una sensación que sólo ha sentido en las backroom. Recuerda las palabras de Raffaele: "es la primera vez que me enfrento a espacios liminales". — Van a necesitar una guía —concluye, pensando en voz alta y hablándole a la nada. "La nada", que en realidad es un todo y algo más. Mientras camina por los alrededores va sondeando la intensidad de la energía que dejó la brecha que trajo la casa hasta aquí en primer lugar. Tras alrededor de media hora de sólo caminar alrededor, Tolek puede establecer un epicentro que debe haber sido el núcleo de la vivienda cuando estuvo aquí, aunque ya solo quedan rastros, potentes, pero con una carga caótica mucho menos significativa. Observando a su alrededor, el brujo da cuenta de lo que parece un árbol más pequeño que el resto cuya apariencia le resulta tan familiar como antinatural. Mirando más de cerca, Tolek nota que se trata de un pino de plástico, un árbol de navidad sintético. — A Thomas no le gustaba que usáramos árboles de verdad... —murmura, mientras sus dedos acarician tiernamente las hojitas ficticias. Ese es el residuo liminal que estaba buscando. El brujo clava su bastón justo al costado del pino de plástico. — Muéstrame la vena que te alimenta —dice, ordenándole. El bastón gana temperatura, la primera señal de que se ha conectado a la fuente de magia más cercana y que, seguramente, sea la que alimenta también al pino. Tolek no necesita tocar el bastón para saberlo, pero sí necesita que la vena sea visible para sus ojos humanos, de alguna manera. Para ello, se lleva la mano al bolsillo para sacar un puñado de pequeñas pelotitas similares a pelusas de polvo, de color blanquecino y casi transparente, frágiles como copos de nieve, pero no se derriten. Se acerca la mano a la boca para susurrarles el conjuro que despertará a las pelusas de su letargo, con voz cálida las llama a la vida. Las pelusas se sacuden suave y perezosamente hasta desenrollarse como quien extiende el hilo de diminutas madejas de lana clara, van tomando forma de cientos de minúsculas criaturitas largas y aladas, como si a una lombriz le hubieran crecido una docena de pequeñas alitas. — Enséñenme el camino —les susurra, antes de liberarlas al viento. Las criaturitas, para las que la gente común ha adoptado el nombre de "rods", se dejan llevar con el soplo del aliento del brujo antes de remontar el vuelo. Se vuelven invisibles de lo rápido que son capaces de volar, así que Tolek ya sólo puede esperar a que los pequeños gusanitos con alas puedan cumplirle su petición. #ElBrujoCojo [TheCrow]
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  • Hoy es tu día, mi amor, y quiero que sepas que eres la persona más especial en mi vida. Me siento afortunado de tenerte a mi lado, no solo como mi esposa, sino también como la madre de nuestros hijos.

    Eres la mujer más increíble que he conocido, y cada día me enamoro más de ti. Tu amor, tu dulzura y tu dedicación a nuestra familia son inspiración para mí y para todos los que te rodean.

    Como madre, eres una verdadera obra de arte. Tu capacidad para amar, cuidar y guiar a nuestros hijos es un regalo para ellos y para mí. Me encanta verte interactuar con ellos, ver la alegría en sus ojos cuando están contigo y sentir el amor que les das sin condición.

    Quiero que sepas que te amo más que a nada en este mundo. Eres mi todo, mi compañera, mi amiga y mi amor. Sin ti, mi vida no sería la misma.

    En este Día de las Madres, quiero decirte gracias. Gracias por ser tan increíble, por ser mi roca, mi apoyo y mi amor. Te amo más que palabras pueden expresar.

    Feliz Día de las Madres, mi amor. Que sea un día lleno de amor, risas y felicidad para ti.

    Melínoe Fleur
    Hoy es tu día, mi amor, y quiero que sepas que eres la persona más especial en mi vida. Me siento afortunado de tenerte a mi lado, no solo como mi esposa, sino también como la madre de nuestros hijos. Eres la mujer más increíble que he conocido, y cada día me enamoro más de ti. Tu amor, tu dulzura y tu dedicación a nuestra familia son inspiración para mí y para todos los que te rodean. Como madre, eres una verdadera obra de arte. Tu capacidad para amar, cuidar y guiar a nuestros hijos es un regalo para ellos y para mí. Me encanta verte interactuar con ellos, ver la alegría en sus ojos cuando están contigo y sentir el amor que les das sin condición. Quiero que sepas que te amo más que a nada en este mundo. Eres mi todo, mi compañera, mi amiga y mi amor. Sin ti, mi vida no sería la misma. En este Día de las Madres, quiero decirte gracias. Gracias por ser tan increíble, por ser mi roca, mi apoyo y mi amor. Te amo más que palabras pueden expresar. Feliz Día de las Madres, mi amor. Que sea un día lleno de amor, risas y felicidad para ti. [Melinoe_Fleur]
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  • [REGISTRO DE MISIÓN — ARCHIVO CLASIFICADO | PROTOCOLO IRON 6]**
    **Operativo en solitario: Ghost Shinozawa (Kamen Rider VX)**
    **Ubicación:** Zona Industrial Abandonada #73, Distrito Neotokyo
    **Amenaza:** Protocolo Omega-Unit — Ejército Autónomo de Drones Bélicos Clase X

    ---

    **\[INICIO DEL REGISTRO DE COMBATE]**

    23:01 horas.
    La noche cae sin luna. El zumbido metálico de hélices y engranajes retumba entre fábricas oxidadas. Una nube densa de polvo cubre la zona como una cortina espectral.

    Caminando a paso firme entre las sombras, ** Shinozawa** activa su *VX Driver*. El visor se enciende con una luz esmeralda brillante.

    —*Sistema en línea. Reconocimiento completo. Ciento veintiocho objetivos hostiles detectados.*
    —Ciento veintiocho, ¿eh…? —responde Shinozawa con una sonrisa cansada—. Hoy no hay apoyo. Que empiece el show.

    **“Henshin.”**

    Con un giro y el chasquido de los mecanismos, el cuerpo de Shinozawa se cubre con la armadura VX, reforzada por el *Grasshopper Combat Module*. Su silueta brilla entre los restos industriales mientras las luces verdes parpadean por su cuerpo.

    Los robots, con ojos rojos y armamento integrado, reaccionan al instante. Uno levanta el brazo: *"Objetivo identificado. Nivel de amenaza: máximo. Ejecución autorizada."*

    La primera oleada cae sobre él. Shinozawa salta entre las torres metálicas, sus movimientos veloces como ráfagas de viento. Un golpe giratorio destroza a tres drones de combate.

    —¡Kaiser Kick! —grita mientras su pierna se rodea de energía cinética. Impacta el suelo. Una onda expansiva destruye un pelotón completo.

    Explosiones, chispas, metal volando. Pero los números siguen creciendo.

    Shinozawa se lanza al núcleo de la horda. Dispara su *VX Shotgun* integrada, usa su escudo para rechazar ráfagas láser, y combina sus técnicas cuerpo a cuerpo con la precisión mecánica de su armadura.

    —¿Eso es todo lo que tienen? ¡Vamos, estoy justo aquí!

    Lo rodean. Un centinela mayor se activa: dos metros de titanio puro, una inteligencia limitada pero brutal. Le lanza un brazo garra giratorio. Shinozawa recibe el impacto, es lanzado contra un muro. El casco se agrieta un poco.

    —Ngh… buena patada. —Se levanta, sangrando por la comisura del labio, pero firme—. No me caigo tan fácil.

    Activa el *Hyper Mode Protocol*. Su armadura brilla aún más, emitiendo un chillido mecánico. La siguiente oleada apenas tiene tiempo de reaccionar.

    **"Final Ride: *Grasshopper Breaker Rush*."**

    Shinozawa corre a una velocidad imposible, multiplicando los impactos. Cada salto y giro deja una estela verde fosforescente. Golpes sincronizados destrozan la cadena de comando de los drones. En menos de treinta segundos, el núcleo del ejército cae.

    La última explosión ilumina la zona como si fuera de día. Luego, silencio.

    Shinozawa, de pie entre los restos ardientes, apaga el modo combate. Su respiración es pesada, pero no tambalea.

    —*Misión cumplida. Cero civiles afectados. Amenaza neutralizada.*
    —No necesito ser una leyenda —murmura, mientras mira el cielo—. Solo tengo que ser quien se mantenga en pie cuando nadie más puede.

    Suelta una sonrisa leve, aunque nadie lo vea.

    **\[FIN DEL REGISTRO]**
    [REGISTRO DE MISIÓN — ARCHIVO CLASIFICADO | PROTOCOLO IRON 6]** **Operativo en solitario: Ghost Shinozawa (Kamen Rider VX)** **Ubicación:** Zona Industrial Abandonada #73, Distrito Neotokyo **Amenaza:** Protocolo Omega-Unit — Ejército Autónomo de Drones Bélicos Clase X --- **\[INICIO DEL REGISTRO DE COMBATE]** 23:01 horas. La noche cae sin luna. El zumbido metálico de hélices y engranajes retumba entre fábricas oxidadas. Una nube densa de polvo cubre la zona como una cortina espectral. Caminando a paso firme entre las sombras, ** Shinozawa** activa su *VX Driver*. El visor se enciende con una luz esmeralda brillante. —*Sistema en línea. Reconocimiento completo. Ciento veintiocho objetivos hostiles detectados.* —Ciento veintiocho, ¿eh…? —responde Shinozawa con una sonrisa cansada—. Hoy no hay apoyo. Que empiece el show. **“Henshin.”** Con un giro y el chasquido de los mecanismos, el cuerpo de Shinozawa se cubre con la armadura VX, reforzada por el *Grasshopper Combat Module*. Su silueta brilla entre los restos industriales mientras las luces verdes parpadean por su cuerpo. Los robots, con ojos rojos y armamento integrado, reaccionan al instante. Uno levanta el brazo: *"Objetivo identificado. Nivel de amenaza: máximo. Ejecución autorizada."* La primera oleada cae sobre él. Shinozawa salta entre las torres metálicas, sus movimientos veloces como ráfagas de viento. Un golpe giratorio destroza a tres drones de combate. —¡Kaiser Kick! —grita mientras su pierna se rodea de energía cinética. Impacta el suelo. Una onda expansiva destruye un pelotón completo. Explosiones, chispas, metal volando. Pero los números siguen creciendo. Shinozawa se lanza al núcleo de la horda. Dispara su *VX Shotgun* integrada, usa su escudo para rechazar ráfagas láser, y combina sus técnicas cuerpo a cuerpo con la precisión mecánica de su armadura. —¿Eso es todo lo que tienen? ¡Vamos, estoy justo aquí! Lo rodean. Un centinela mayor se activa: dos metros de titanio puro, una inteligencia limitada pero brutal. Le lanza un brazo garra giratorio. Shinozawa recibe el impacto, es lanzado contra un muro. El casco se agrieta un poco. —Ngh… buena patada. —Se levanta, sangrando por la comisura del labio, pero firme—. No me caigo tan fácil. Activa el *Hyper Mode Protocol*. Su armadura brilla aún más, emitiendo un chillido mecánico. La siguiente oleada apenas tiene tiempo de reaccionar. **"Final Ride: *Grasshopper Breaker Rush*."** Shinozawa corre a una velocidad imposible, multiplicando los impactos. Cada salto y giro deja una estela verde fosforescente. Golpes sincronizados destrozan la cadena de comando de los drones. En menos de treinta segundos, el núcleo del ejército cae. La última explosión ilumina la zona como si fuera de día. Luego, silencio. Shinozawa, de pie entre los restos ardientes, apaga el modo combate. Su respiración es pesada, pero no tambalea. —*Misión cumplida. Cero civiles afectados. Amenaza neutralizada.* —No necesito ser una leyenda —murmura, mientras mira el cielo—. Solo tengo que ser quien se mantenga en pie cuando nadie más puede. Suelta una sonrisa leve, aunque nadie lo vea. **\[FIN DEL REGISTRO]**
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  • Ubicación: Bosque estatal de ██████.
    Misión: Reconocimiento.
    Equipo: Bravo-1.
    Hora: 06:33 AM.

    Cada metro del corredor que recorrían era idéntico al anterior: paredes de papel tapiz florido, lámparas colgantes con luz cálida, alfombra impecable. Sólo cuando giraron hacia una repentina puerta lateral el equipo lo notó. Las puertas estaban fijas, eran falsas, estaban pintadas y las perillas eran de yeso.

    — Esto no tiene sentido —gruñó Rourke, golpeando la pared con la culata del fusil.

    — Aquí Bravo-1 en el objetivo. Se trata de una... anomalía estructural no reconocida, ¿Me copia? —Spider tocó el intercomunicador.

    Estática. Luego, nada. Viper alzó una mano.

    — Avancemos. No se separen. Regla de oro: nadie responde si escucha su nombre.

    — ¿Por qué alguien escucharía su nombre? —preguntó Dorsey.

    Viper no respondió.

    Caminaron otros diez minutos hasta que la luz se apagó. Fueron tres segundos de oscuridad total y cuando volvió… Mason ya no estaba.

    — ¿Mason? —susurró Rourke, girando sobre sí mismo—. ¡Mason!

    Sólo se escuchaba su propia voz. Ni un sólo disparo, ni un grito. Viper escaneó la zona. No había signos de lucha. Ninguna huella. Como si Mason jamás hubiera estado ahí.

    La angustia se coló como un pinchazo en el pecho de Viper, pero no permitió que fuera por mucho.

    — No se detengan —tenía que sacarlos de ahí.

    Spider comenzó a respirar por la boca. Dorsey murmuraba para sí mismo.

    Siguieron caminando. Al cabo de cinco minutos y un breve apagón más... la casa volvió a cambiar. Ya no era una mansión, ahora estaban en un pasillo de hospital de luces parpadeantes, paredes blancas, carteles de salidas de emergencia. Pero no había puertas.

    — Nos está jodiendo... —la voz de Rourke tembló—. Esto no es real... Esto no puede ser real.

    Viper intentó contenerle, quiso evitar que el miedo se apoderara de él.

    — ¡Rourke! —Demasiado tarde.

    La luz sobre él se apagó solo un instante. Y cuando regresó… Rourke se había ido.

    — ¡Hijo de puta! —Spider dio dos pasos atrás.

    — No puedo… no puedo seguir... —Dorsey cayó de rodillas.

    Viper se agachó frente a él.

    — Sí puedes. Tienes que hacerlo. De pie.

    Dorsey obedeció quizás por reflejo o por respeto... o por miedo.
    Siguieron avanzando.

    En una pared del pasillo apareció un ventanal, varias camillas vacías y desacomodadas se veían a través del cristal. No había puertas, pero tras un parpadeo más de las luces, Dorsey apareció del otro lado.

    — ¿Dorsey? —Viper miró a su alrededor, aquello no era una ilusión—. ¡Dorsey! —Golpeó el ventanal con los puños.

    Dorsey golpeaba desde el otro lado con desesperación.

    — Voy a sacarte de ahí —dijo Viper.

    Pero el cristal fue mutando poco a poco, hasta convertirse en pared. El ventanal había desaparecido.

    — ¡Dorsey!

    Ya sólo quedaban dos.

    Spider estaba en shock, sus años de experiencia le servían para nada bajo estas circunstancias. Murmuraba los nombres de los caídos mientras se sostenía en la pared para no desplomarse.

    — ¡Tenemos que salir! ¡Tenemos que…!

    Y se detuvo.

    Viper lo volteó a ver.

    Spider estaba mirando una puerta roja en la pared, justo a su lado. Su nombre real estaba grabado en ella con letras infantiles y colores brillantes.

    — ¿Qué…? —Spider miraba la puerta con espanto, pero también con anhelo.

    Antes de que Viper pudiera impedirlo o siquiera advertirle, Spider la abrió.

    La habitación era un dormitorio infantil. Había fotografías de su infancia sobre una mesita de noche, dibujos pegados en las paredes. Ecos de las voces de sus padres venían de todas y ninguna parte, sonidos distantes de risas les seguían.

    — ¡Spider, no!

    Spider dio un paso dentro… y desapareció. La puerta se cerró sola. Viper quiso abrirla, pero el pomo de yeso no giró.

    La puerta era falsa.

    Viper se quedó quieto. Respiró hondo, apretó la mandíbula... y avanzó.

    Ahora solo quedaba él.
    Ubicación: Bosque estatal de ██████. Misión: Reconocimiento. Equipo: Bravo-1. Hora: 06:33 AM. Cada metro del corredor que recorrían era idéntico al anterior: paredes de papel tapiz florido, lámparas colgantes con luz cálida, alfombra impecable. Sólo cuando giraron hacia una repentina puerta lateral el equipo lo notó. Las puertas estaban fijas, eran falsas, estaban pintadas y las perillas eran de yeso. — Esto no tiene sentido —gruñó Rourke, golpeando la pared con la culata del fusil. — Aquí Bravo-1 en el objetivo. Se trata de una... anomalía estructural no reconocida, ¿Me copia? —Spider tocó el intercomunicador. Estática. Luego, nada. Viper alzó una mano. — Avancemos. No se separen. Regla de oro: nadie responde si escucha su nombre. — ¿Por qué alguien escucharía su nombre? —preguntó Dorsey. Viper no respondió. Caminaron otros diez minutos hasta que la luz se apagó. Fueron tres segundos de oscuridad total y cuando volvió… Mason ya no estaba. — ¿Mason? —susurró Rourke, girando sobre sí mismo—. ¡Mason! Sólo se escuchaba su propia voz. Ni un sólo disparo, ni un grito. Viper escaneó la zona. No había signos de lucha. Ninguna huella. Como si Mason jamás hubiera estado ahí. La angustia se coló como un pinchazo en el pecho de Viper, pero no permitió que fuera por mucho. — No se detengan —tenía que sacarlos de ahí. Spider comenzó a respirar por la boca. Dorsey murmuraba para sí mismo. Siguieron caminando. Al cabo de cinco minutos y un breve apagón más... la casa volvió a cambiar. Ya no era una mansión, ahora estaban en un pasillo de hospital de luces parpadeantes, paredes blancas, carteles de salidas de emergencia. Pero no había puertas. — Nos está jodiendo... —la voz de Rourke tembló—. Esto no es real... Esto no puede ser real. Viper intentó contenerle, quiso evitar que el miedo se apoderara de él. — ¡Rourke! —Demasiado tarde. La luz sobre él se apagó solo un instante. Y cuando regresó… Rourke se había ido. — ¡Hijo de puta! —Spider dio dos pasos atrás. — No puedo… no puedo seguir... —Dorsey cayó de rodillas. Viper se agachó frente a él. — Sí puedes. Tienes que hacerlo. De pie. Dorsey obedeció quizás por reflejo o por respeto... o por miedo. Siguieron avanzando. En una pared del pasillo apareció un ventanal, varias camillas vacías y desacomodadas se veían a través del cristal. No había puertas, pero tras un parpadeo más de las luces, Dorsey apareció del otro lado. — ¿Dorsey? —Viper miró a su alrededor, aquello no era una ilusión—. ¡Dorsey! —Golpeó el ventanal con los puños. Dorsey golpeaba desde el otro lado con desesperación. — Voy a sacarte de ahí —dijo Viper. Pero el cristal fue mutando poco a poco, hasta convertirse en pared. El ventanal había desaparecido. — ¡Dorsey! Ya sólo quedaban dos. Spider estaba en shock, sus años de experiencia le servían para nada bajo estas circunstancias. Murmuraba los nombres de los caídos mientras se sostenía en la pared para no desplomarse. — ¡Tenemos que salir! ¡Tenemos que…! Y se detuvo. Viper lo volteó a ver. Spider estaba mirando una puerta roja en la pared, justo a su lado. Su nombre real estaba grabado en ella con letras infantiles y colores brillantes. — ¿Qué…? —Spider miraba la puerta con espanto, pero también con anhelo. Antes de que Viper pudiera impedirlo o siquiera advertirle, Spider la abrió. La habitación era un dormitorio infantil. Había fotografías de su infancia sobre una mesita de noche, dibujos pegados en las paredes. Ecos de las voces de sus padres venían de todas y ninguna parte, sonidos distantes de risas les seguían. — ¡Spider, no! Spider dio un paso dentro… y desapareció. La puerta se cerró sola. Viper quiso abrirla, pero el pomo de yeso no giró. La puerta era falsa. Viper se quedó quieto. Respiró hondo, apretó la mandíbula... y avanzó. Ahora solo quedaba él.
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  • La oficina de Darren estaba sumida en sombras**, con la única luz proveniente de la pantalla del monitor parpadeando sobre sus gafas. El ventilador giraba lento, empujando el calor acumulado de un día largo y silencioso.
    Darren se quitó los lentes un momento, se frotó el rostro y los volvió a colocar con firmeza.

    —Vamos, muéstrame lo que escondes… —susurró mientras abría la base de datos médica privada a la que no debería tener acceso.

    **Paciente: Aisha •••••• .**
    **Edad: 11 años.**
    **Condición: Enfermedad autoinmune degenerativa – Clase KX.**
    **Tratamiento actual: Fármaco KX-32.**
    **Precio actual por tratamiento mensual: \$21,300 USD.**
    **Proyección para el siguiente trimestre: \$24,800 USD.**
    **Incremento acumulado anual: +74%.**

    Darren se quedó inmóvil.

    —¿Veinti... qué demonios? —apretó el puño y dio un golpe al escritorio—. ¿Cómo lo pagas, Doe?

    Pasó al historial de pagos: ocho depósitos exactos, uno cada mes, ingresados a través de clínicas privadas y organizaciones sin fines de lucro. Efectivo. Códigos sin origen. Al menos cuatro ciudades distintas. Todo perfectamente "legal".

    Pero Darren ya había visto ese patrón antes.

    —Limpio. Demasiado limpio. Como tus escenas, ¿no? —se burló, tomando una nota.

    Escribió con rabia controlada:
    **"Ningún hombre que cobra por limpiar sangre puede pagar esto..."**

    Darren se levantó y cruzó el cuarto, encendiendo la luz sobre su tablón de corcho.
    Fotos, nombres, documentos.
    Tres escenas con patrones similares.
    Mismo tipo de víctimas: criminales de bajo perfil, deudas con gente pesada, sin familia que los reclamara.

    El detective sostuvo una de las fotos, la de una escena en el río, y murmuró:

    —No estás cometiendo errores, John... pero estás dejándome rastros. Y yo los sigo como un perro con hambre.

    Abrió su libreta, escribió con letras grandes:
    **DOE = LIMPIADOR = EJECUTOR.**
    Luego, con una caligrafía más pequeña y más sombría:
    **Motivación: su hija.**
    **Detonante potencial: pérdida del tratamiento.**

    —Eres un padre. Eso no te hace menos peligroso. De hecho... te hace mucho más.
    Porque si te quitan lo único que amas, ¿qué te queda?

    Apagó la luz, dejando solo la pantalla encendida, y se sentó de nuevo, contemplando el expediente de Aisha.

    —No voy a lastimarla, John. No soy como tú. Pero juro que te sacaré del agujero donde te escondes.
    Y cuando lo haga… —sus ojos brillaron tras las gafas—, te haré elegir entre tu alma… y ella.
    La oficina de Darren estaba sumida en sombras**, con la única luz proveniente de la pantalla del monitor parpadeando sobre sus gafas. El ventilador giraba lento, empujando el calor acumulado de un día largo y silencioso. Darren se quitó los lentes un momento, se frotó el rostro y los volvió a colocar con firmeza. —Vamos, muéstrame lo que escondes… —susurró mientras abría la base de datos médica privada a la que no debería tener acceso. **Paciente: Aisha •••••• .** **Edad: 11 años.** **Condición: Enfermedad autoinmune degenerativa – Clase KX.** **Tratamiento actual: Fármaco KX-32.** **Precio actual por tratamiento mensual: \$21,300 USD.** **Proyección para el siguiente trimestre: \$24,800 USD.** **Incremento acumulado anual: +74%.** Darren se quedó inmóvil. —¿Veinti... qué demonios? —apretó el puño y dio un golpe al escritorio—. ¿Cómo lo pagas, Doe? Pasó al historial de pagos: ocho depósitos exactos, uno cada mes, ingresados a través de clínicas privadas y organizaciones sin fines de lucro. Efectivo. Códigos sin origen. Al menos cuatro ciudades distintas. Todo perfectamente "legal". Pero Darren ya había visto ese patrón antes. —Limpio. Demasiado limpio. Como tus escenas, ¿no? —se burló, tomando una nota. Escribió con rabia controlada: **"Ningún hombre que cobra por limpiar sangre puede pagar esto..."** Darren se levantó y cruzó el cuarto, encendiendo la luz sobre su tablón de corcho. Fotos, nombres, documentos. Tres escenas con patrones similares. Mismo tipo de víctimas: criminales de bajo perfil, deudas con gente pesada, sin familia que los reclamara. El detective sostuvo una de las fotos, la de una escena en el río, y murmuró: —No estás cometiendo errores, John... pero estás dejándome rastros. Y yo los sigo como un perro con hambre. Abrió su libreta, escribió con letras grandes: **DOE = LIMPIADOR = EJECUTOR.** Luego, con una caligrafía más pequeña y más sombría: **Motivación: su hija.** **Detonante potencial: pérdida del tratamiento.** —Eres un padre. Eso no te hace menos peligroso. De hecho... te hace mucho más. Porque si te quitan lo único que amas, ¿qué te queda? Apagó la luz, dejando solo la pantalla encendida, y se sentó de nuevo, contemplando el expediente de Aisha. —No voy a lastimarla, John. No soy como tú. Pero juro que te sacaré del agujero donde te escondes. Y cuando lo haga… —sus ojos brillaron tras las gafas—, te haré elegir entre tu alma… y ella.
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  • ㅤ— Su carrera como cantante del grupo estaba en su mejor momento, pero nunca, JAMAS descartaría la opción de ser bailarín.—

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #DeanWinchester
    ㅤ— Su carrera como cantante del grupo estaba en su mejor momento, pero nunca, JAMAS descartaría la opción de ser bailarín.— #Personajes3D #3D #Comunidad3D #DeanWinchester
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  • #Immortal_Mercenary

    El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder.

    La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta."

    El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable.

    No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales.

    — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? —

    Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas.

    Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir.

    Ney Nixays
    #Immortal_Mercenary El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder. La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta." El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable. No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales. — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? — Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas. Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir. [galaxy_violet_eagle_913]
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  • **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.**

    La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar.

    El detective.

    Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado.

    Se sentó a tres asientos de John.
    —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme.
    John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*.

    —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John.
    —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral.
    —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo?

    Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó.

    John mantuvo la compostura.
    —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea.
    —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales?
    —¿Perdón?
    —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes.

    John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?*

    —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero.
    —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor.
    —¿Incluso en la oscuridad?
    —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez.

    Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo.

    John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés".
    Así que sonrió, pagó el trago y se levantó.
    —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro.
    —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse.
    —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más.

    **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.**
    *¿Por qué él?
    El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche.

    Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más.

    *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”*

    John desapareció en la noche.
    Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo.
    Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
    **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.** La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar. El detective. Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado. Se sentó a tres asientos de John. —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme. John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*. —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John. —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral. —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo? Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó. John mantuvo la compostura. —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea. —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales? —¿Perdón? —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes. John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?* —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero. —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor. —¿Incluso en la oscuridad? —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez. Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo. John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés". Así que sonrió, pagó el trago y se levantó. —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro. —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse. —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más. **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.** *¿Por qué él? El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche. Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más. *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”* John desapareció en la noche. Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo. Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
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