• En el corazón de un bosque, un árbol se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas.

    Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el árbol de los listones rojos: una luz dorada brilló momentáneamente, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron.

    En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura bajo el árbol había despertado lo suficiente para detener el avance del fuego, protegiendo su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante.

    Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: el árbol permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas. Los más supersticiosos recordaron viejas leyendas de árboles malditos y sellos oscuros, pero todos sabían que tenían una misión que cumplir: descubrir la causa de aquella destrucción.

    Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada enterrada bajo el árbol. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado.

    Mientras los guerreros montaban guardia cerca del árbol, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho.

    En el corazón de un bosque, un árbol se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas. Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el árbol de los listones rojos: una luz dorada brilló momentáneamente, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron. En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura bajo el árbol había despertado lo suficiente para detener el avance del fuego, protegiendo su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante. Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: el árbol permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas. Los más supersticiosos recordaron viejas leyendas de árboles malditos y sellos oscuros, pero todos sabían que tenían una misión que cumplir: descubrir la causa de aquella destrucción. Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada enterrada bajo el árbol. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado. Mientras los guerreros montaban guardia cerca del árbol, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho.
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  • Despertó luego de su pequeña siesta, mirando alrededor mientras bostezaba, estirándose y ladeando la cabeza curioso.
    Demasiada calma para sentirse a gusto.

    —¿Meow?~
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    ❒; He ampliado la ficha de Hope apuntando al final de esta la situación actual del personaje ya que (por obvias razones —ejem LA OTP CON DEAN ejem— la llevo en una especie de crossover. Lo encontraréis como "ACTUALIZADO. MI TRAMA DE HOPE ACTUALMENTE"

    graciaas ♡
    ❒; He ampliado la ficha de Hope apuntando al final de esta la situación actual del personaje ya que (por obvias razones —ejem LA OTP CON DEAN ejem— la llevo en una especie de crossover. Lo encontraréis como "ACTUALIZADO. MI TRAMA DE HOPE ACTUALMENTE" graciaas ♡
    Hope Mikaelson
    ** Hope es una bruja-híbrida, habiendo heredado su gen de bruja de su abuela. La magia de Hope es lo suficientemente poderosa como para alimentar el poder ancestral del aquelarre del barrio francés durante generaciones. Adjunto aqui mis NORMAS DE ROL y pido que se respeten, gracias ♡ HOPE MIKAELSON Nombre: Hope Andrea Mikaelson Fue nombrada en honor, de acuerdo con su...
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    Una noche, iba a muy alta velocidad en el camino.
    Pasando bajo un puente, mi motocicleta comenzó a ladearse por la parte de atrás. En lugar de frenar, tuve que mantener el equilibrio ladeando el manubrio.
    1........
    2.........
    3..............
    Tuve suerte de que no pasaran tantos carros a alta velocidad saliendo del puente, recupere el equilibrio y me fui a la orilla por la zona donde pasaban los autobuses.
    Fue una noche larga.
    Recuerdo la paciencia para mantener el control, recuerdo la tranquilidad atacando al miedo de que un auto viniera hacia mi.
    Recuerdo la debilidad de mis manos esa noche después de sujetar fuertemente los cuernos.
    Recuerdo mi felicidad por esa sensación... Feliz por aferrarme a la vida sin miedo al dolor.
    Una noche, iba a muy alta velocidad en el camino. Pasando bajo un puente, mi motocicleta comenzó a ladearse por la parte de atrás. En lugar de frenar, tuve que mantener el equilibrio ladeando el manubrio. 1........ 2......... 3.............. Tuve suerte de que no pasaran tantos carros a alta velocidad saliendo del puente, recupere el equilibrio y me fui a la orilla por la zona donde pasaban los autobuses. Fue una noche larga. Recuerdo la paciencia para mantener el control, recuerdo la tranquilidad atacando al miedo de que un auto viniera hacia mi. Recuerdo la debilidad de mis manos esa noche después de sujetar fuertemente los cuernos. Recuerdo mi felicidad por esa sensación... Feliz por aferrarme a la vida sin miedo al dolor.
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  • Katsuki Bakugo
    — ¡Bakubro! Te he echado tanto de menos, ¿dónde metiste tu cabezota explosiva? Me dejaste solo tanto tiempo que comenzaba a desesperarme.

    > Se lanzó a abrazarlo, rodeando su cuello. Cómo esperaba, recibía empujones por parte del cenizo para alejarlo. Katsuki no toleraba las muestras de afecto; Eijirou, por otro lado, es un tiburón acaramelado.

    — Cuéntame que has hecho, Bakugo.
    [glimmer_navy_cow_388] — ¡Bakubro! Te he echado tanto de menos, ¿dónde metiste tu cabezota explosiva? Me dejaste solo tanto tiempo que comenzaba a desesperarme. > Se lanzó a abrazarlo, rodeando su cuello. Cómo esperaba, recibía empujones por parte del cenizo para alejarlo. Katsuki no toleraba las muestras de afecto; Eijirou, por otro lado, es un tiburón acaramelado. — Cuéntame que has hecho, Bakugo.
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  • —Renta.

    La persona del otro lado respondió con una voz monótona y grave, y luego dio tres fuertes golpes a la puerta, con seis segundos de diferencia entre cada uno. Russo abrió los ojos como platos; había olvidado totalmente que ya era tiempo de pagar. Pronto, la manija empezó a sacudirse con tal agresividad, una desesperación que parecía antinatural, y eso hizo que el hombre de las quemaduras se levantara de un salto. Él había estado tan absorto en otros asuntos que perdió la noción del tiempo; su cabeza estuvo tan metida en otros asuntos que olvidó guardar dinero para pagar la renta de su departamento. Antes de que pudiera hacer nada, la puerta se abrió con un ruidoso azote, pero del otro lado solo estaba el pasillo con su alfombra gastada y las luces parpadeantes del viejo edificio. Russo se quedó estático, tan callado que podía oír los latidos de su corazón, mientras buscaba con la mirada, haciendo que sus ojos carmesí recorrieran la sala de arriba a abajo en busca de algo.

    Giró y giró, miró en cada rincón de la habitación y nada encontró. Estaba aún más ansioso; enseguida, el sudor frío recorrió su nuca. Un golpe seco resonó en las viejas paredes del departamento, sacándole un susto al hombre de las quemaduras. La silla donde estaba sentado ahora yacía tirada varios metros lejos de él.


    —¿Dónde estás?... —murmuró Russo, quien no recibió ni una sola palabra como respuesta.


    Un escalofrío recorrió hasta la última porción de piel de su cuerpo; de nueva cuenta, sus ojos se abrieron de par en par. Por un segundo dejó de respirar; sintió que algo frío y ligero caía sobre sus hombros.

    Russo no tuvo tiempo de pensar; fue levantado en los aires con tanta brusquedad que en pocos segundos su cabeza golpeó el techo. El viejo foco del departamento se apagó, solo para que su luz fuera reemplazada por un misterioso destello azul que chocó directamente con los quemados y cerrados párpados del hombre.

    Él apenas estaba procesando el duro golpe en su cabeza, del cual ni siquiera podía quejarse por culpa de la presión sobrenatural que era ejercida en su cuello. Con sus ojos llorosos, buscó el origen del azulado brillo y se encontró con una masa informe: muchas bocas, muchas cuencas, muchas manos. Su apariencia era similar a un tomate aplastado, con la piel arrugada y sangrienta.

    —¡La renta!

    Russo era despojado del aire en sus pulmones. Se retorció en un desesperado intento de zafarse del diabólico agarre del cobrador, fallando estrepitosamente. Su cuello estaba siendo comprimido poco a poco, bajo una temerosa y borrosa mirada.

    Russo patalea, colgado del techo por una fuerza invisible, siendo lo único que podía hacer, además de esperar a que la falta de oxígeno lo libre del dolor terrenal.

    —Russo, la renta debe ser pagada en tiempo y forma. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

    La temperatura del departamento descendió abruptamente a niveles invernales. Un nuevo ente emergió del techo, desafiando las leyes de la realidad. Un hombre traslúcido, con ojos blancos, piel grisácea y una ajustada soga apretando su arrugado cuello.

    Con voz sepulcral recordó a Russo el acuerdo que hicieron en antaño.

    —Tú no pagaste la renta. Ahora tu alma me pertenece.

    Hansel Russo apenas estaba conciente, aún forcejeando con la esperanza de poder escapar para vivir un día más. Pero sus intentos eran en vano; no existía forma mortal de escapar de aquellos que vuelven de la muerte.
    —Renta. La persona del otro lado respondió con una voz monótona y grave, y luego dio tres fuertes golpes a la puerta, con seis segundos de diferencia entre cada uno. Russo abrió los ojos como platos; había olvidado totalmente que ya era tiempo de pagar. Pronto, la manija empezó a sacudirse con tal agresividad, una desesperación que parecía antinatural, y eso hizo que el hombre de las quemaduras se levantara de un salto. Él había estado tan absorto en otros asuntos que perdió la noción del tiempo; su cabeza estuvo tan metida en otros asuntos que olvidó guardar dinero para pagar la renta de su departamento. Antes de que pudiera hacer nada, la puerta se abrió con un ruidoso azote, pero del otro lado solo estaba el pasillo con su alfombra gastada y las luces parpadeantes del viejo edificio. Russo se quedó estático, tan callado que podía oír los latidos de su corazón, mientras buscaba con la mirada, haciendo que sus ojos carmesí recorrieran la sala de arriba a abajo en busca de algo. Giró y giró, miró en cada rincón de la habitación y nada encontró. Estaba aún más ansioso; enseguida, el sudor frío recorrió su nuca. Un golpe seco resonó en las viejas paredes del departamento, sacándole un susto al hombre de las quemaduras. La silla donde estaba sentado ahora yacía tirada varios metros lejos de él. —¿Dónde estás?... —murmuró Russo, quien no recibió ni una sola palabra como respuesta. Un escalofrío recorrió hasta la última porción de piel de su cuerpo; de nueva cuenta, sus ojos se abrieron de par en par. Por un segundo dejó de respirar; sintió que algo frío y ligero caía sobre sus hombros. Russo no tuvo tiempo de pensar; fue levantado en los aires con tanta brusquedad que en pocos segundos su cabeza golpeó el techo. El viejo foco del departamento se apagó, solo para que su luz fuera reemplazada por un misterioso destello azul que chocó directamente con los quemados y cerrados párpados del hombre. Él apenas estaba procesando el duro golpe en su cabeza, del cual ni siquiera podía quejarse por culpa de la presión sobrenatural que era ejercida en su cuello. Con sus ojos llorosos, buscó el origen del azulado brillo y se encontró con una masa informe: muchas bocas, muchas cuencas, muchas manos. Su apariencia era similar a un tomate aplastado, con la piel arrugada y sangrienta. —¡La renta! Russo era despojado del aire en sus pulmones. Se retorció en un desesperado intento de zafarse del diabólico agarre del cobrador, fallando estrepitosamente. Su cuello estaba siendo comprimido poco a poco, bajo una temerosa y borrosa mirada. Russo patalea, colgado del techo por una fuerza invisible, siendo lo único que podía hacer, además de esperar a que la falta de oxígeno lo libre del dolor terrenal. —Russo, la renta debe ser pagada en tiempo y forma. Ni un minuto más, ni un minuto menos. La temperatura del departamento descendió abruptamente a niveles invernales. Un nuevo ente emergió del techo, desafiando las leyes de la realidad. Un hombre traslúcido, con ojos blancos, piel grisácea y una ajustada soga apretando su arrugado cuello. Con voz sepulcral recordó a Russo el acuerdo que hicieron en antaño. —Tú no pagaste la renta. Ahora tu alma me pertenece. Hansel Russo apenas estaba conciente, aún forcejeando con la esperanza de poder escapar para vivir un día más. Pero sus intentos eran en vano; no existía forma mortal de escapar de aquellos que vuelven de la muerte.
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  • Stanford Pines — ¡Estás aquí! Mi dulce anciano de seis dedos, temía que no pudiera estar a tu lado. No me abandones más, mi musa.

    > Éste fue hacia él, rodeando su cabeza, una parte de su cuerpo que podía abrazar en su totalidad al tener su forma triangular; un brillo incesante se presentaba en el de un solo ojo, representación de su emoción al tener a su amado tan cerca, tan suyo.

    — ¡Ya no te alejes! ¡Yo que te quiero tanto!

    > Si, ignora que ha tomado control de su mente para manipular múltiples situaciones.
    [orbit_jade_scorpion_157] — ¡Estás aquí! Mi dulce anciano de seis dedos, temía que no pudiera estar a tu lado. No me abandones más, mi musa. > Éste fue hacia él, rodeando su cabeza, una parte de su cuerpo que podía abrazar en su totalidad al tener su forma triangular; un brillo incesante se presentaba en el de un solo ojo, representación de su emoción al tener a su amado tan cerca, tan suyo. — ¡Ya no te alejes! ¡Yo que te quiero tanto! > Si, ignora que ha tomado control de su mente para manipular múltiples situaciones.
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  • ★Poco a poco, la luz del sol atravesó las densas nubes de la tormenta, indicando la llegada de días más cálidos. Él cerró los ojos, ya que ese lado del autobús lo dejaba expuesto para que los rayos solares le dieran directamente en la cara. Hansel Russo volvía a casa, parcialmente mojado por la lluvia mañanera, mientras cargaba un par de bolsas llenas de lo que parecía ser mercadería: verduras, comidas enlatadas, entre otras cosas, para reabastecer su inventario. Se veía cansado, incluso desaliñado, con una corbata suelta, el cuello de la camisa abierto y su húmedo pelo desordenado.

    Abrió los ojos, parpadeando lentamente mientras se adaptaba a la luz del sol que entraba por la ventana del autobús. Su mirada roja, intensa, parecía escudriñar cada detalle del entorno, como si buscara algo o a alguien. Sus iris rojos lo caracterizaban como alguien enigmático, y sumados a las marcas de quemaduras en sus párpados, lo hacían alguien difícil de mirar. Su presencia llegaba a ser incómoda, incluso desagradable.★
    ★Poco a poco, la luz del sol atravesó las densas nubes de la tormenta, indicando la llegada de días más cálidos. Él cerró los ojos, ya que ese lado del autobús lo dejaba expuesto para que los rayos solares le dieran directamente en la cara. Hansel Russo volvía a casa, parcialmente mojado por la lluvia mañanera, mientras cargaba un par de bolsas llenas de lo que parecía ser mercadería: verduras, comidas enlatadas, entre otras cosas, para reabastecer su inventario. Se veía cansado, incluso desaliñado, con una corbata suelta, el cuello de la camisa abierto y su húmedo pelo desordenado. Abrió los ojos, parpadeando lentamente mientras se adaptaba a la luz del sol que entraba por la ventana del autobús. Su mirada roja, intensa, parecía escudriñar cada detalle del entorno, como si buscara algo o a alguien. Sus iris rojos lo caracterizaban como alguien enigmático, y sumados a las marcas de quemaduras en sus párpados, lo hacían alguien difícil de mirar. Su presencia llegaba a ser incómoda, incluso desagradable.★
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  • *Estando en cama dando vueltas de un lado para otro teniendo un mal sueño, acabe despertando con un sobresalto incorporándome hasta estar sentado algo encorbado, estaba jadeando habiendo pasado mucho desde la última pesadilla incluso se me había olvidado lo que se sentía tener una, me levanté de la cama para dirigirme al cuarto de baño y una vez allí me eché agua fría en la cara, agarrando los bordes del lavabo con la cabeza algo agachada y al alzar la mirada me vi al espejo pudiendo notar que ambos ojos eran de distinto color uno siendo rojo y otro dorado, intentaba que ambos fuesen del mismo color pero era en vano, suspiro.*

    - Genial… ahora tengo heterocromía de forma natural… ¿Qué será lo siguiente?

    *Al salir del cuarto de baño pasando por mi habitación decidí seguir en pijama dirigiéndome hacia el salón, pase primero por la cocina para preparar el café pero una vez agarre el paquete del café mi cuerpo comenzó a distorsionarse como si de un glitch se tratara, me apoye a tiempo en la encimera antes de caer pero cayendo el paquete de café al suelo, cuando aquello dejo de ocurrir el paquete floto tambaleándose un poco hasta colocarse en la encimera, poniéndome en pie fui hasta el sofá para sentarme por si volvía a suceder.*

    - Joder… esto sí que es nuevo, espero que no sea permanente… dejando eso de lado, al menos mi cabeza ya está algo más despejada…

    *Tumbándome en el sofá con el brazo tapándome los ojos, la locura frenética parecía ser que ya había acabado, necesitaría la ayuda de alguien y el único que se me venía a la cabeza era Lucifurr 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 así que le mande una carta a la vieja usanza ya que no tenía su número de teléfono, la carta ponía: “Lucy sé que no nos hemos visto mucho últimamente pero… necesito de tú ayuda, desde mi último trabajo no he sido el mismo pero parece ser que esa parte de mí se ha calmado por ahora… a saber la de cosas que hice sin darme cuenta, pero lo dicho, necesito ayuda y prometo hacer más visitas a menudo a ti y a la peque, así podrá conocerme, la dirección está en la misma carta”.

    La dirección de la casa que era la misma que la de Tony Stark estaba escrita por detrás, la carta se metió por si sola en un sobre que fue tomada por una lechuza blanca y esta salió volando por la ventana teletransportandose al infierno dirigiéndose al palacio de Lucifer.*
    *Estando en cama dando vueltas de un lado para otro teniendo un mal sueño, acabe despertando con un sobresalto incorporándome hasta estar sentado algo encorbado, estaba jadeando habiendo pasado mucho desde la última pesadilla incluso se me había olvidado lo que se sentía tener una, me levanté de la cama para dirigirme al cuarto de baño y una vez allí me eché agua fría en la cara, agarrando los bordes del lavabo con la cabeza algo agachada y al alzar la mirada me vi al espejo pudiendo notar que ambos ojos eran de distinto color uno siendo rojo y otro dorado, intentaba que ambos fuesen del mismo color pero era en vano, suspiro.* - Genial… ahora tengo heterocromía de forma natural… ¿Qué será lo siguiente? *Al salir del cuarto de baño pasando por mi habitación decidí seguir en pijama dirigiéndome hacia el salón, pase primero por la cocina para preparar el café pero una vez agarre el paquete del café mi cuerpo comenzó a distorsionarse como si de un glitch se tratara, me apoye a tiempo en la encimera antes de caer pero cayendo el paquete de café al suelo, cuando aquello dejo de ocurrir el paquete floto tambaleándose un poco hasta colocarse en la encimera, poniéndome en pie fui hasta el sofá para sentarme por si volvía a suceder.* - Joder… esto sí que es nuevo, espero que no sea permanente… dejando eso de lado, al menos mi cabeza ya está algo más despejada… *Tumbándome en el sofá con el brazo tapándome los ojos, la locura frenética parecía ser que ya había acabado, necesitaría la ayuda de alguien y el único que se me venía a la cabeza era [LuciHe11] así que le mande una carta a la vieja usanza ya que no tenía su número de teléfono, la carta ponía: “Lucy sé que no nos hemos visto mucho últimamente pero… necesito de tú ayuda, desde mi último trabajo no he sido el mismo pero parece ser que esa parte de mí se ha calmado por ahora… a saber la de cosas que hice sin darme cuenta, pero lo dicho, necesito ayuda y prometo hacer más visitas a menudo a ti y a la peque, así podrá conocerme, la dirección está en la misma carta”. La dirección de la casa que era la misma que la de Tony Stark estaba escrita por detrás, la carta se metió por si sola en un sobre que fue tomada por una lechuza blanca y esta salió volando por la ventana teletransportandose al infierno dirigiéndose al palacio de Lucifer.*
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  • El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados.

    Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí.

    Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender.

    Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio.

    "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable?

    Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era.

    Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
    El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados. Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí. Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender. Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio. "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable? Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era. Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
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