• Cuéntame todos tus problemas
    Fandom Oc
    Categoría Contemporáneo
    Nica se encontraba en su escritorio rodeada de libros y apuntes. Con una sonrisa en el rostro, tomó el teléfono y miró la pantalla. Era el inicio de su nuevo proyecto universitario. “¡Este es mi momento!”, pensó mientras se preparaba para hacer la primera llamada. Había diseñado un estudio donde escucharía los problemas emocionales y psicológicos de las personas, con el fin de entender mejor cómo el cerebro procesa las emociones. La idea de ayudarla y aprender al mismo tiempo la llenaba de energía. Marcó el número y esperó pacientemente a que alguien al otro lado de la línea respondiera.

    (No importa el largo de líneas ni el tipo de personaje que roleas solo responde si te sientes con ganas de rolear.)

    Nica se encontraba en su escritorio rodeada de libros y apuntes. Con una sonrisa en el rostro, tomó el teléfono y miró la pantalla. Era el inicio de su nuevo proyecto universitario. “¡Este es mi momento!”, pensó mientras se preparaba para hacer la primera llamada. Había diseñado un estudio donde escucharía los problemas emocionales y psicológicos de las personas, con el fin de entender mejor cómo el cerebro procesa las emociones. La idea de ayudarla y aprender al mismo tiempo la llenaba de energía. Marcó el número y esperó pacientemente a que alguien al otro lado de la línea respondiera. (No importa el largo de líneas ni el tipo de personaje que roleas solo responde si te sientes con ganas de rolear.)
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  • Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma.

    Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:

    —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!

    Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?

    Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.

    Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.

    Pero…

    Miró la caja. Luego la ciudad.

    Chasqueó la lengua con frustración.

    —Maldición…

    Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.

    ***

    Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.

    Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.

    —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?

    Los soldados voltearon, sorprendidos.

    —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!

    Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.

    Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.

    No importaba.

    Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.

    Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.

    Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.

    Y eso valía más.
    Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma. Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó: —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información! Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían? Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas. Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión. Pero… Miró la caja. Luego la ciudad. Chasqueó la lengua con frustración. —Maldición… Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos. *** Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida. Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena. —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes? Los soldados voltearon, sorprendidos. —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara! Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo. Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera. No importaba. Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta. Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad. Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad. Y eso valía más.
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  • Sendero de calma
    Fandom Oc
    Categoría Aventura
    El viento silbaba suavemente mientras Jimoto descendía desde el cielo, su chaqueta ondeando con la corriente. Había viajado largas distancias, impulsado por su determinación de encontrar las siete esferas, y ahora su intuición lo guiaba hasta un bosque majestuoso que se extendía bajo él como un manto esmeralda.

    Al aterrizar entre la hierba alta y húmeda, se encontró rodeado de árboles colosales cuyos troncos estaban cubiertos de musgo y cuyas copas se entrelazaban, dejando filtrar rayos de sol dorado que iluminaban el suelo con patrones danzantes. A lo lejos, un río de aguas cristalinas serpenteaba a través del valle, reflejando el cielo con una pureza inigualable. El sonido del agua corriendo era una melodía serena, acompañada por el canto de aves ocultas entre las hojas.

    Sin embargo, más allá de la belleza del lugar, Jimoto sintió algo más. Una presencia. No era algo opresivo ni asfixiante, sino todo lo contrario: era antigua, vasta, como si la misma tierra estuviera observándolo con curiosidad. No sintió miedo.
    Avanzó con cautela, sus botas apenas dejando huella en el suelo blando. Se inclinó junto al río y sumergió sus manos en el agua fresca, dejándola correr entre sus dedos. Respiró hondo. Algo en este sitio le relajaba.

    Con el mapa desplegado en su mano, estudió las marcas que había recopilado en su viaje. Según los antiguos relatos, una de las esferas debía encontrarse en un lugar oculto dentro de este mismo. Aunque Jimoto no estaba seguro de si este era el lugar, pero su instinto le decía que debía seguir adelante.

    Se adentró entre los árboles, atento a cada detalle. Sin apartar la vista de su objetivo, continuó su exploración. Sabía que estaba cerca.
    El viento silbaba suavemente mientras Jimoto descendía desde el cielo, su chaqueta ondeando con la corriente. Había viajado largas distancias, impulsado por su determinación de encontrar las siete esferas, y ahora su intuición lo guiaba hasta un bosque majestuoso que se extendía bajo él como un manto esmeralda. Al aterrizar entre la hierba alta y húmeda, se encontró rodeado de árboles colosales cuyos troncos estaban cubiertos de musgo y cuyas copas se entrelazaban, dejando filtrar rayos de sol dorado que iluminaban el suelo con patrones danzantes. A lo lejos, un río de aguas cristalinas serpenteaba a través del valle, reflejando el cielo con una pureza inigualable. El sonido del agua corriendo era una melodía serena, acompañada por el canto de aves ocultas entre las hojas. Sin embargo, más allá de la belleza del lugar, Jimoto sintió algo más. Una presencia. No era algo opresivo ni asfixiante, sino todo lo contrario: era antigua, vasta, como si la misma tierra estuviera observándolo con curiosidad. No sintió miedo. Avanzó con cautela, sus botas apenas dejando huella en el suelo blando. Se inclinó junto al río y sumergió sus manos en el agua fresca, dejándola correr entre sus dedos. Respiró hondo. Algo en este sitio le relajaba. Con el mapa desplegado en su mano, estudió las marcas que había recopilado en su viaje. Según los antiguos relatos, una de las esferas debía encontrarse en un lugar oculto dentro de este mismo. Aunque Jimoto no estaba seguro de si este era el lugar, pero su instinto le decía que debía seguir adelante. Se adentró entre los árboles, atento a cada detalle. Sin apartar la vista de su objetivo, continuó su exploración. Sabía que estaba cerca.
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  • No es gracioso que esté siempre rodeado de mariposas, ni tierno. No dejan de seguirme a todos lados y no se por qué... Debo emitir feromonas o algo (?)
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  • Promesas en papel
    Fandom Epoca Victoriana
    Categoría Romance
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento.

    Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí.

    "Mi querido..."

    Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle.

    "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?"

    Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía.

    Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso.

    Volví a la carta con renovado entusiasmo.

    "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera."

    Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós?

    Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión.

    Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía.

    —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea."

    Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión.

    El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento. Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí. "Mi querido..." Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle. "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?" Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía. Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso. Volví a la carta con renovado entusiasmo. "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera." Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós? Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión. Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía. —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea." Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión. El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
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  • ### **La Noche de los Titanes**

    El **Gran Hotel Imperial de Tokio** resplandecía bajo la luz de cientos de candelabros de cristal. En el salón principal, techos dorados reflejaban el resplandor de las lámparas de araña, mientras alfombras de terciopelo rojo amortiguaban los pasos de los magnates y combatientes que llenaban la estancia. Era una noche de lujo, pero también de tensión.

    Los empresarios más poderosos de Japón se paseaban con sus mejores trajes, acompañados de guardaespaldas y asistentes. Algunos intercambiaban sonrisas y brindaban con copas de champán, otros se observaban con miradas afiladas, midiendo a sus futuros rivales. Esta gala no era solo una celebración, era la antesala de la guerra.

    En el centro del salón, una enorme mesa de caoba estaba decorada con centros de flores exóticas y bandejas de los platillos más exclusivos. Wagyu de la más alta calidad, mariscos traídos del otro lado del mundo, caviar servido en pequeñas cucharas de oro. El vino fluía sin cesar, mientras los meseros, vestidos impecablemente de negro, se deslizaban entre los asistentes con la precisión de una coreografía bien ensayada.

    Takeru, vestido con un traje negro a la medida, ajustó su corbata con incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de eventos. Se sentía fuera de lugar rodeado de multimillonarios y jefes de la yakuza, pero sabía que debía estar ahí.

    —Te ves como un maldito pingüino—murmuró Christopher, su entrenador, apoyado contra una columna con un cigarro entre los labios.

    Takeru resopló. —Y tú como si hubieras salido de un callejón.

    Christopher sonrió con sorna. A diferencia de los demás, él solo llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y una chaqueta oscura algo arrugada.

    La conversación se interrumpió cuando un repique de copas llamó la atención de todos. En el estrado, un hombre mayor con un porte imponente alzó su copa de vino. Su cabello plateado estaba peinado con precisión y su mirada fría evaluaba a cada persona en la sala.

    —Bienvenidos—su voz resonó con autoridad—. Hoy damos inicio al **Torneo Kengan**, la batalla definitiva para decidir quién realmente controla la economía de Japón.

    Las conversaciones se apagaron.

    —Las reglas son simples—continuó—. Para ganar, el oponente debe **rendirse, quedar inconsciente o morir**. No hay límites de tiempo ni árbitros que detengan la pelea. Solo hay una restricción: **las armas están prohibidas**. Todo lo demás… es válido.

    Hubo un murmullo en la multitud. Algunos sonrieron con ambición, otros mantuvieron sus expresiones impasibles.

    —Así que disfruten esta velada—concluyó el hombre—. Bañémonos en el lujo antes de que comience el verdadero infierno.

    Con un leve movimiento de la muñeca, brindó y bebió un sorbo.

    El ambiente cambió de inmediato. Las apuestas comenzaron a hacerse entre murmullos, empresarios estrechaban manos sellando acuerdos en la sombra, y los combatientes se miraban unos a otros, evaluando a sus futuros oponentes.

    Takeru tomó una copa de vino, pero no bebió. En su interior, una sensación de adrenalina comenzaba a burbujear.

    La caza había comenzado.
    ### **La Noche de los Titanes** El **Gran Hotel Imperial de Tokio** resplandecía bajo la luz de cientos de candelabros de cristal. En el salón principal, techos dorados reflejaban el resplandor de las lámparas de araña, mientras alfombras de terciopelo rojo amortiguaban los pasos de los magnates y combatientes que llenaban la estancia. Era una noche de lujo, pero también de tensión. Los empresarios más poderosos de Japón se paseaban con sus mejores trajes, acompañados de guardaespaldas y asistentes. Algunos intercambiaban sonrisas y brindaban con copas de champán, otros se observaban con miradas afiladas, midiendo a sus futuros rivales. Esta gala no era solo una celebración, era la antesala de la guerra. En el centro del salón, una enorme mesa de caoba estaba decorada con centros de flores exóticas y bandejas de los platillos más exclusivos. Wagyu de la más alta calidad, mariscos traídos del otro lado del mundo, caviar servido en pequeñas cucharas de oro. El vino fluía sin cesar, mientras los meseros, vestidos impecablemente de negro, se deslizaban entre los asistentes con la precisión de una coreografía bien ensayada. Takeru, vestido con un traje negro a la medida, ajustó su corbata con incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de eventos. Se sentía fuera de lugar rodeado de multimillonarios y jefes de la yakuza, pero sabía que debía estar ahí. —Te ves como un maldito pingüino—murmuró Christopher, su entrenador, apoyado contra una columna con un cigarro entre los labios. Takeru resopló. —Y tú como si hubieras salido de un callejón. Christopher sonrió con sorna. A diferencia de los demás, él solo llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y una chaqueta oscura algo arrugada. La conversación se interrumpió cuando un repique de copas llamó la atención de todos. En el estrado, un hombre mayor con un porte imponente alzó su copa de vino. Su cabello plateado estaba peinado con precisión y su mirada fría evaluaba a cada persona en la sala. —Bienvenidos—su voz resonó con autoridad—. Hoy damos inicio al **Torneo Kengan**, la batalla definitiva para decidir quién realmente controla la economía de Japón. Las conversaciones se apagaron. —Las reglas son simples—continuó—. Para ganar, el oponente debe **rendirse, quedar inconsciente o morir**. No hay límites de tiempo ni árbitros que detengan la pelea. Solo hay una restricción: **las armas están prohibidas**. Todo lo demás… es válido. Hubo un murmullo en la multitud. Algunos sonrieron con ambición, otros mantuvieron sus expresiones impasibles. —Así que disfruten esta velada—concluyó el hombre—. Bañémonos en el lujo antes de que comience el verdadero infierno. Con un leve movimiento de la muñeca, brindó y bebió un sorbo. El ambiente cambió de inmediato. Las apuestas comenzaron a hacerse entre murmullos, empresarios estrechaban manos sellando acuerdos en la sombra, y los combatientes se miraban unos a otros, evaluando a sus futuros oponentes. Takeru tomó una copa de vino, pero no bebió. En su interior, una sensación de adrenalina comenzaba a burbujear. La caza había comenzado.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Bueno estar rodeado de ciertas personas me hizo ser así aún así finjo no saber para guardar las apariencias jxjxjxjxxjx Pero los que me conocen saben que pasa por esta mentesilla //
    Bueno estar rodeado de ciertas personas me hizo ser así aún así finjo no saber para guardar las apariencias jxjxjxjxxjx Pero los que me conocen saben que pasa por esta mentesilla //
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  • Sombras Nocturnas
    Categoría Original
    Es una noche fría y húmeda en la ciudad humana.
    Las luces de los faroles parpadean débilmente, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento Rangrid se encuentra en un parque abandonado, rodeada de árboles cuyas ramas se mecen con el viento,el sonido lejano de la ciudad apenas llega a tus oídos, ahogado por el silencio de la noche,no tenia un lugar donde dormir, y el frío empieza a calar en sus huesos,como dagas afiladas que la atravesaban.

    Un par de horas atrás había consumido una dosis de "Sombraluna", una droga élfica que le permite escapar temporalmente de la realidad, pero que también nubla sus sentidos y la sumergia en visiones inquietantes,conseguía este estupefaciente en el mercado negro mágico, después de tanto tiempo en el mundo humano se había encontrado con diversas razas mágicas y había hecho conectes para conseguir ciertas cosas no muy legales.

    El mundo parecía moverse a cámara lenta, y las sombras cobran vida, susurrandole cosas que solo ella podía escuchar,esto le causaba euforia y miedo hasta cierto punto.
    Estaba sentada en un banco de madera,una larga capa negra envolvía su delgada anatomía y le refugiaba débilmente del frio de la noche,en su mano una tenía una daga empuñada lista para ser usada en caso de peligro.

    Su mente estaba tan dispersa como alerta,y su corazón latía con tanta rapidez y fuerza que podía escucharlo y sentir que se saldría de su pecho disparado.

    —¿Alguna vez alguien tendrá piedad de mi?—

    Se cuestionó con una voz débil apenas audible, mientras intentaba no dormirse,la vida no la había tratado bien hacia mucho tiempo,y quizá está noche no sería distinta a ello.
    Es una noche fría y húmeda en la ciudad humana. Las luces de los faroles parpadean débilmente, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento Rangrid se encuentra en un parque abandonado, rodeada de árboles cuyas ramas se mecen con el viento,el sonido lejano de la ciudad apenas llega a tus oídos, ahogado por el silencio de la noche,no tenia un lugar donde dormir, y el frío empieza a calar en sus huesos,como dagas afiladas que la atravesaban. Un par de horas atrás había consumido una dosis de "Sombraluna", una droga élfica que le permite escapar temporalmente de la realidad, pero que también nubla sus sentidos y la sumergia en visiones inquietantes,conseguía este estupefaciente en el mercado negro mágico, después de tanto tiempo en el mundo humano se había encontrado con diversas razas mágicas y había hecho conectes para conseguir ciertas cosas no muy legales. El mundo parecía moverse a cámara lenta, y las sombras cobran vida, susurrandole cosas que solo ella podía escuchar,esto le causaba euforia y miedo hasta cierto punto. Estaba sentada en un banco de madera,una larga capa negra envolvía su delgada anatomía y le refugiaba débilmente del frio de la noche,en su mano una tenía una daga empuñada lista para ser usada en caso de peligro. Su mente estaba tan dispersa como alerta,y su corazón latía con tanta rapidez y fuerza que podía escucharlo y sentir que se saldría de su pecho disparado. —¿Alguna vez alguien tendrá piedad de mi?— Se cuestionó con una voz débil apenas audible, mientras intentaba no dormirse,la vida no la había tratado bien hacia mucho tiempo,y quizá está noche no sería distinta a ello.
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  • Se encontraba en el antro más popular de la ciudad, rodeado de luces neon y música electrónica que hacía vibrar el aire. Había venido con sus amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos.
    Se encontraba en el antro más popular de la ciudad, rodeado de luces neon y música electrónica que hacía vibrar el aire. Había venido con sus amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos.
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  • Si soy feliz rodeado de animales y/o florecitas, se dice y ya está
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