• Mascarade
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente.
    —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar.
    Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz.
    Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto.
    De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo.
    Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente. —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar. Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz. Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto. De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo. Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
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  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
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  • La luna llena ilumina el claro donde me encuentro, rodeado por la calma de la noche. A lo lejos, las sombras de los árboles se mueven suavemente con la brisa, y sobre mi cabeza, revolotean mis fieles compañeros: los murciélagos.

    A pesar de todo lo que soy, ellos nunca me han juzgado. No les importa si soy un vampiro o un simple mortal; su compañía es incondicional, un alivio en este mundo donde la soledad pesa. En estos momentos, jugando entre sus alas, siento una conexión sincera.

    "Quizás en su vuelo nocturno hay más sabiduría de la que creemos. A veces, los seres más pequeños y oscuros son los que mejor entienden la libertad."

    La luna llena ilumina el claro donde me encuentro, rodeado por la calma de la noche. A lo lejos, las sombras de los árboles se mueven suavemente con la brisa, y sobre mi cabeza, revolotean mis fieles compañeros: los murciélagos. A pesar de todo lo que soy, ellos nunca me han juzgado. No les importa si soy un vampiro o un simple mortal; su compañía es incondicional, un alivio en este mundo donde la soledad pesa. En estos momentos, jugando entre sus alas, siento una conexión sincera. "Quizás en su vuelo nocturno hay más sabiduría de la que creemos. A veces, los seres más pequeños y oscuros son los que mejor entienden la libertad."
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  • La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación.

    Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente.

    Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido.

    Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba.

    Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias.

    Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos.

    Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
    La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación. Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente. Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido. Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba. Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias. Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos. Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
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  • Una verdad
    Fandom Bnha
    Categoría Drama
    ➪ 𝑂𝑝𝑒𝑛 𝑅𝑜𝑙. . .

    ૈ̼ ⃟ 𒄬 . 𝐓 𝐎 𝐌 𝐔 𝐑 𝐀 .


    -
    .

    La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por una tenue luz que se filtraba a través de las ventanas cerradas. Shigaraki, el villano más temido, se sentaba detrás de su escritorio, rodeado de papeles y documentos dispersos. Su mirada estaba fija en los documentos que sostenía en su mano, pero su atención estaba dividida entre lo que leía y la persona que tenía frente a él.

    La persona, "____" con una mirada nerviosa, hablaba con una voz temblorosa, tratando de explicar su fracaso en la misión. Shigaraki escuchaba con una expresión de desconfianza, su ceño fruncido y sus ojos entrecerrados.

    "¿Y dices que no pudiste completar la misión debido a...circunstancias imprevistas?"
    Shigaraki repitió, su voz llena de escepticismo.

    El joven asintió, sudando ligeramente.

    "____""Sí, señor. No pude controlar la situación..."

    Shigaraki dejó caer los papeles sobre su escritorio y se inclinó hacia adelante, su mirada penetrante.

    "No me gustan las excusas",

    dijo, su voz baja y amenazante.

    "Me gustan los resultados. Tienes tanto potencial, que creeme que si estas aliado/a con los héroes. Lo estás desperdiciando al igual que mi paciencia.. ".

    El joven tragó saliva, visiblemente intimidado/a.

    Shigaraki levantó una mano, cortando la explicación del joven

    . "Vete, pero te estaré vigilando muy de cerca".

    La habitación se sumió en un silencio tenso, solo roto por el sonido de la respiración agitada del joven. Shigaraki se reclinó en su silla, su mirada aún fija en "_____" , evaluándolo, desconfiando. Para seguir luego en el papeleo.
    -----------

    /Es mi primera vez manejando esta app debido a que solía manejar rolplay en otra plataforma específica. Una disculpa por algún error que llegue a cometer, cualquier cosa sin problemas puedo responder. /*
    ➪ 𝑂𝑝𝑒𝑛 𝑅𝑜𝑙. . . ૈ̼ ⃟ 𒄬 . 𝐓 𝐎 𝐌 𝐔 𝐑 𝐀 . ⚜️ — - . La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por una tenue luz que se filtraba a través de las ventanas cerradas. Shigaraki, el villano más temido, se sentaba detrás de su escritorio, rodeado de papeles y documentos dispersos. Su mirada estaba fija en los documentos que sostenía en su mano, pero su atención estaba dividida entre lo que leía y la persona que tenía frente a él. La persona, "____" con una mirada nerviosa, hablaba con una voz temblorosa, tratando de explicar su fracaso en la misión. Shigaraki escuchaba con una expresión de desconfianza, su ceño fruncido y sus ojos entrecerrados. "¿Y dices que no pudiste completar la misión debido a...circunstancias imprevistas?" Shigaraki repitió, su voz llena de escepticismo. El joven asintió, sudando ligeramente. "____""Sí, señor. No pude controlar la situación..." Shigaraki dejó caer los papeles sobre su escritorio y se inclinó hacia adelante, su mirada penetrante. "No me gustan las excusas", dijo, su voz baja y amenazante. "Me gustan los resultados. Tienes tanto potencial, que creeme que si estas aliado/a con los héroes. Lo estás desperdiciando al igual que mi paciencia.. ". El joven tragó saliva, visiblemente intimidado/a. Shigaraki levantó una mano, cortando la explicación del joven . "Vete, pero te estaré vigilando muy de cerca". La habitación se sumió en un silencio tenso, solo roto por el sonido de la respiración agitada del joven. Shigaraki se reclinó en su silla, su mirada aún fija en "_____" , evaluándolo, desconfiando. Para seguir luego en el papeleo. ----------- /Es mi primera vez manejando esta app debido a que solía manejar rolplay en otra plataforma específica. Una disculpa por algún error que llegue a cometer, cualquier cosa sin problemas puedo responder. /*
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  • De no saber que existen dovah hembra, he pasado a ser rodeado por ellas. Akatosh, dame paciencia, por qué están más perdidas que khajitas en Morrowin y hace siglos que no hago de mentor.
    De no saber que existen dovah hembra, he pasado a ser rodeado por ellas. Akatosh, dame paciencia, por qué están más perdidas que khajitas en Morrowin y hace siglos que no hago de mentor.
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  • 𝕸uchas gracias a todos los que se tomaron el tiempo para saludarme por mi cumpleaños. 𝕰s el primero de muchos, rodeada de hermosas personas. 𝕳an llenado mi corazón con una felicidad cálida, por la cual siempre estaré agradecida.
    𝕸uchas gracias a todos los que se tomaron el tiempo para saludarme por mi cumpleaños. 𝕰s el primero de muchos, rodeada de hermosas personas. 𝕳an llenado mi corazón con una felicidad cálida, por la cual siempre estaré agradecida.
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  • El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados.

    Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí.

    Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender.

    Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio.

    "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable?

    Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era.

    Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
    El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados. Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí. Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender. Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio. "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable? Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era. Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
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  • Estaba patrullando cuando llego deapool con un ataque sorpresa cosa que su sentido aracnido aviso y que pudo evitar

    — Se puede saber que intentas hacer?—

    Deadpool
    Estaba patrullando cuando llego deapool con un ataque sorpresa cosa que su sentido aracnido aviso y que pudo evitar — Se puede saber que intentas hacer?— [Deadpoo1]
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  • Preso de este verso etéreo, un paraje desierto ante mis ramas y hojas de rosadas orquídeas, arropo mi quietud instalada, acérrima, esa amante venerable ante las ilusiones del cuadro en el que me visto; libros de míseros alientos que edifiqué con las presciencias de mis solemnes dedos, los que viajaron decorosos por el conducto de tus respiraciones. Después de todo, después de nadas, la presencia de velos de seda con la que me visto en estos instantes en los que aguardo tu arribo, dista mucho del ente que amaste.

    Mis ojos lamentan tu ausencia. Mis labios tus extremidades sobre las cortinas de hebras que poblaron mi cabeza; me tendiste aquí, y desde el recuerdo renazco, para amarte como tantas veces, en el diario en el que escribo con tinta y sangre, orina y voz de fantasmales perdiciones. Ante mis abismos, ante mí morada, la quietud que nos separa como una víctima más de tus caprichos, comunica la caída del palacio de algodón de azúcar ante el que te conocí.

    Tan sólo era el espectro de tu cuento de hadas en el que te sumergías, el espectro que amaste y al que te entregaste pese a tu infertilidad. Mis alas te vistieron en la noche de bodas, mis garras propulsaron un corrupto edén en el que morarías; serías mi princesa de primigenias aladas en helado sueño, ese en el que, ante más y menos descarados, condenaron nuestra unión.

    Esta quietud, saga, este relumbre en el que me encandilo sin poderte hallar en mis memorias, me provoca el llanto. Vislumbro mis heridas, mi propia crucifixión, corona de bronce y hojalata. Soy tuyo, perenne pese a que me alzo, apenas consciente, en esta ilusión de oscuridad. La vida que me obsequiaste es una cascada seca, secas son mis hojas cada vez que mudo de piel. Encuentro tu estampa dormida en el recuadro y, ante esto, juego por unos instantes a las escondidas con la que tanto me llamas con apremio. Porque aunque estoy perdido, rezo en este sillón envuelto con la piel curtida de mi raza. Raza a la que entregaste por un puñado de salvación y pocas aparecidas monedas.
    Vislumbro tus intenciones, desde esta prisión cada vez que atardece ante lo vidente de tus ojos. Esa casa en la que resido, el espejo en el que recreo tus espejismos, la carne entre la que te escucho cantar. Trinar en el reposo de mis pisadas cada vez que me invocas con palabras que creas con tu lenguaje secreto, tus crayolas apagadas, blancos gises que recorren a tus anatomías. Después de todo entreví tu rostro, aparecido como ilusorio loto, en el lago en el que morabas, en tu ataúd, rodeada por luces de bengalas.

    A ellas las sometí a mis caprichos, salvaje doncella de revueltas y destinos. A ti te reclamé como novia, esposa, amante, musa; música de mi alma tejida con historias que no debieron ser contadas. A ti, mi elemento de la oscuridad de mi millar de corazón a corazón, ramaje risueño, a ti y ante ti, a ti princesa de perlas de luz, te ruego me des el único beso que me provoque renacer entre tus brazos, tomar el alimento que sólo contiene tu savia vitae, y no revelarte nada más, salvo mis encandilados secretos.

    Soy, después de todo el muñeco que edificaste, con uñas, huesos, dientes de leche, cordones umbilicales de las crías que tú misma pariste, con los que te apremiaste conquistar, ante estos riscos con los que me entierras tus hechizadas agujas, y, verdaderos besos de amor clandestino, al abandonado de amor por amor que, tú, olvidada Shófiyar, tú, a quién amo, aún con tus vestimentas de arrugas y acuarelas, lamenta la tormenta entre tormentas de panteones ante los que aguarda a un amor extraviado.

    Maldita vieja, vislumbra a nuestro dios astado, beso y beso en el tiempo de los tiempos, historia entre historias, Shófiyar, tú, con pago por pago, en esta, tu aprehensión primigenia.
    La ascensión de tu historia, Shófiyar, con tus ojos cargados de culpa, ya la aurora boreal se revela ante tus puertas y las preciosas piedras que manan de tus dulces labios carnosos.

    Potente entre nosotros, ante los que cuentan tus hazañas. Cada vez que hurtas una nueva víctima, con tus más visiones extremas, seduces estrellas, astros y velas negras; te instalas ante tu altar y montas a este recién universo herido. Mi música, déjalos en paz y sonríe para mí, pese a que el dolor se abre paso en tus podridas entrañas. En las orillas de un océano de sanguinolentas aparecidas. Ya no te importa que sus cuerpos sean concebidos por tu imaginación retorcida, que sea la música la que tocas con cuerdas para él, porque él te llama desde el recuerdo; a mí, que te amo con locura.
    Preso de este verso etéreo, un paraje desierto ante mis ramas y hojas de rosadas orquídeas, arropo mi quietud instalada, acérrima, esa amante venerable ante las ilusiones del cuadro en el que me visto; libros de míseros alientos que edifiqué con las presciencias de mis solemnes dedos, los que viajaron decorosos por el conducto de tus respiraciones. Después de todo, después de nadas, la presencia de velos de seda con la que me visto en estos instantes en los que aguardo tu arribo, dista mucho del ente que amaste. Mis ojos lamentan tu ausencia. Mis labios tus extremidades sobre las cortinas de hebras que poblaron mi cabeza; me tendiste aquí, y desde el recuerdo renazco, para amarte como tantas veces, en el diario en el que escribo con tinta y sangre, orina y voz de fantasmales perdiciones. Ante mis abismos, ante mí morada, la quietud que nos separa como una víctima más de tus caprichos, comunica la caída del palacio de algodón de azúcar ante el que te conocí. Tan sólo era el espectro de tu cuento de hadas en el que te sumergías, el espectro que amaste y al que te entregaste pese a tu infertilidad. Mis alas te vistieron en la noche de bodas, mis garras propulsaron un corrupto edén en el que morarías; serías mi princesa de primigenias aladas en helado sueño, ese en el que, ante más y menos descarados, condenaron nuestra unión. Esta quietud, saga, este relumbre en el que me encandilo sin poderte hallar en mis memorias, me provoca el llanto. Vislumbro mis heridas, mi propia crucifixión, corona de bronce y hojalata. Soy tuyo, perenne pese a que me alzo, apenas consciente, en esta ilusión de oscuridad. La vida que me obsequiaste es una cascada seca, secas son mis hojas cada vez que mudo de piel. Encuentro tu estampa dormida en el recuadro y, ante esto, juego por unos instantes a las escondidas con la que tanto me llamas con apremio. Porque aunque estoy perdido, rezo en este sillón envuelto con la piel curtida de mi raza. Raza a la que entregaste por un puñado de salvación y pocas aparecidas monedas. Vislumbro tus intenciones, desde esta prisión cada vez que atardece ante lo vidente de tus ojos. Esa casa en la que resido, el espejo en el que recreo tus espejismos, la carne entre la que te escucho cantar. Trinar en el reposo de mis pisadas cada vez que me invocas con palabras que creas con tu lenguaje secreto, tus crayolas apagadas, blancos gises que recorren a tus anatomías. Después de todo entreví tu rostro, aparecido como ilusorio loto, en el lago en el que morabas, en tu ataúd, rodeada por luces de bengalas. A ellas las sometí a mis caprichos, salvaje doncella de revueltas y destinos. A ti te reclamé como novia, esposa, amante, musa; música de mi alma tejida con historias que no debieron ser contadas. A ti, mi elemento de la oscuridad de mi millar de corazón a corazón, ramaje risueño, a ti y ante ti, a ti princesa de perlas de luz, te ruego me des el único beso que me provoque renacer entre tus brazos, tomar el alimento que sólo contiene tu savia vitae, y no revelarte nada más, salvo mis encandilados secretos. Soy, después de todo el muñeco que edificaste, con uñas, huesos, dientes de leche, cordones umbilicales de las crías que tú misma pariste, con los que te apremiaste conquistar, ante estos riscos con los que me entierras tus hechizadas agujas, y, verdaderos besos de amor clandestino, al abandonado de amor por amor que, tú, olvidada Shófiyar, tú, a quién amo, aún con tus vestimentas de arrugas y acuarelas, lamenta la tormenta entre tormentas de panteones ante los que aguarda a un amor extraviado. Maldita vieja, vislumbra a nuestro dios astado, beso y beso en el tiempo de los tiempos, historia entre historias, Shófiyar, tú, con pago por pago, en esta, tu aprehensión primigenia. La ascensión de tu historia, Shófiyar, con tus ojos cargados de culpa, ya la aurora boreal se revela ante tus puertas y las preciosas piedras que manan de tus dulces labios carnosos. Potente entre nosotros, ante los que cuentan tus hazañas. Cada vez que hurtas una nueva víctima, con tus más visiones extremas, seduces estrellas, astros y velas negras; te instalas ante tu altar y montas a este recién universo herido. Mi música, déjalos en paz y sonríe para mí, pese a que el dolor se abre paso en tus podridas entrañas. En las orillas de un océano de sanguinolentas aparecidas. Ya no te importa que sus cuerpos sean concebidos por tu imaginación retorcida, que sea la música la que tocas con cuerdas para él, porque él te llama desde el recuerdo; a mí, que te amo con locura.
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