Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma.
Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:
—¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!
Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?
Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.
Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.
Pero…
Miró la caja. Luego la ciudad.
Chasqueó la lengua con frustración.
—Maldición…
Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.
***
Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.
Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.
—¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?
Los soldados voltearon, sorprendidos.
—¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!
Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.
Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.
No importaba.
Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.
Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.
Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.
Y eso valía más.
Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:
—¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!
Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?
Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.
Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.
Pero…
Miró la caja. Luego la ciudad.
Chasqueó la lengua con frustración.
—Maldición…
Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.
***
Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.
Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.
—¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?
Los soldados voltearon, sorprendidos.
—¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!
Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.
Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.
No importaba.
Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.
Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.
Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.
Y eso valía más.
Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma.
Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:
—¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!
Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?
Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.
Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.
Pero…
Miró la caja. Luego la ciudad.
Chasqueó la lengua con frustración.
—Maldición…
Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.
***
Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.
Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.
—¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?
Los soldados voltearon, sorprendidos.
—¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!
Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.
Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.
No importaba.
Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.
Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.
Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.
Y eso valía más.
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