La caja del árbol llevaba años siendo la misma. Cartón gastado, cinta vieja, una esquina hundida por el tiempo y la memoria. Mika la arrastró por el suelo del departamento con cuidado, como si dentro no hubiera solo esferas y luces… sino fragmentos de otras navidades.
— Siempre lo armaba sola… — dijo sin dramatismo, como quien confiesa algo cotidiano pero importante.
Se sentó en el suelo, piernas cruzadas, abriendo la caja con lentitud. El olor a plástico, a polvo leve, a luces guardadas demasiado tiempo, llenó el aire. Sacó la primera esfera: roja, opaca, con un pequeño raspón.
— Esta era de mi papá. La compró en un mercado, dijo que no necesitaba ser perfecta para ser bonita.
Sonrió apenas. Esa sonrisa que no es tristeza, pero tampoco alegría completa. Mika apoyó la esfera sobre la alfombra, luego sacó otra, dorada, con una cinta deshilachada.
— Mi mamá siempre decía que el árbol no era para presumir… era para recordar.
Levantó la mirada hacia Kensuke, que estaba ahí, presente, sin apuro. Eso ya era distinto. Eso ya cambiaba todo.
— Después de que ellos murieron… — hizo una pausa, breve, honesta — la Navidad se volvió silenciosa. No triste. Silenciosa.
Tomó las luces, las desenredó con paciencia casi ritual.
— Pero este año… — respiró hondo — no quiero armarlo sola.
Se levantó, colocó el árbol en su base, enderezándolo con cuidado. Sus manos temblaron apenas cuando sostuvo la estrella.
— No quiero reemplazar nada — dijo, mirándolo — solo… sumar.
Le tendió una esfera simple, blanca, sin historia previa.
— Esta no significa nada todavía. Pensé que podríamos empezar con esta.
Se acercó, lo suficiente para que sus hombros casi se tocaran.
— No quiero una Navidad perfecta, Ken… quiero una real. Con calcetines rotos, luces mal puestas y alguien que se quede.
Encendió las luces. El árbol parpadeó primero, inseguro, y luego se iluminó por completo, bañando el departamento en dorado suave.
Mika lo miró. Luego al árbol. Luego a él otra vez.
— Supongo que… bienvenido a mi Navidad.
Y por primera vez en años, no sonó a despedida. Sonó a comienzo.
𝐊𝐞𝐧𝐬𝐮𝐤𝐞
— Siempre lo armaba sola… — dijo sin dramatismo, como quien confiesa algo cotidiano pero importante.
Se sentó en el suelo, piernas cruzadas, abriendo la caja con lentitud. El olor a plástico, a polvo leve, a luces guardadas demasiado tiempo, llenó el aire. Sacó la primera esfera: roja, opaca, con un pequeño raspón.
— Esta era de mi papá. La compró en un mercado, dijo que no necesitaba ser perfecta para ser bonita.
Sonrió apenas. Esa sonrisa que no es tristeza, pero tampoco alegría completa. Mika apoyó la esfera sobre la alfombra, luego sacó otra, dorada, con una cinta deshilachada.
— Mi mamá siempre decía que el árbol no era para presumir… era para recordar.
Levantó la mirada hacia Kensuke, que estaba ahí, presente, sin apuro. Eso ya era distinto. Eso ya cambiaba todo.
— Después de que ellos murieron… — hizo una pausa, breve, honesta — la Navidad se volvió silenciosa. No triste. Silenciosa.
Tomó las luces, las desenredó con paciencia casi ritual.
— Pero este año… — respiró hondo — no quiero armarlo sola.
Se levantó, colocó el árbol en su base, enderezándolo con cuidado. Sus manos temblaron apenas cuando sostuvo la estrella.
— No quiero reemplazar nada — dijo, mirándolo — solo… sumar.
Le tendió una esfera simple, blanca, sin historia previa.
— Esta no significa nada todavía. Pensé que podríamos empezar con esta.
Se acercó, lo suficiente para que sus hombros casi se tocaran.
— No quiero una Navidad perfecta, Ken… quiero una real. Con calcetines rotos, luces mal puestas y alguien que se quede.
Encendió las luces. El árbol parpadeó primero, inseguro, y luego se iluminó por completo, bañando el departamento en dorado suave.
Mika lo miró. Luego al árbol. Luego a él otra vez.
— Supongo que… bienvenido a mi Navidad.
Y por primera vez en años, no sonó a despedida. Sonó a comienzo.
𝐊𝐞𝐧𝐬𝐮𝐤𝐞
La caja del árbol llevaba años siendo la misma. Cartón gastado, cinta vieja, una esquina hundida por el tiempo y la memoria. Mika la arrastró por el suelo del departamento con cuidado, como si dentro no hubiera solo esferas y luces… sino fragmentos de otras navidades.
— Siempre lo armaba sola… — dijo sin dramatismo, como quien confiesa algo cotidiano pero importante.
Se sentó en el suelo, piernas cruzadas, abriendo la caja con lentitud. El olor a plástico, a polvo leve, a luces guardadas demasiado tiempo, llenó el aire. Sacó la primera esfera: roja, opaca, con un pequeño raspón.
— Esta era de mi papá. La compró en un mercado, dijo que no necesitaba ser perfecta para ser bonita.
Sonrió apenas. Esa sonrisa que no es tristeza, pero tampoco alegría completa. Mika apoyó la esfera sobre la alfombra, luego sacó otra, dorada, con una cinta deshilachada.
— Mi mamá siempre decía que el árbol no era para presumir… era para recordar.
Levantó la mirada hacia Kensuke, que estaba ahí, presente, sin apuro. Eso ya era distinto. Eso ya cambiaba todo.
— Después de que ellos murieron… — hizo una pausa, breve, honesta — la Navidad se volvió silenciosa. No triste. Silenciosa.
Tomó las luces, las desenredó con paciencia casi ritual.
— Pero este año… — respiró hondo — no quiero armarlo sola.
Se levantó, colocó el árbol en su base, enderezándolo con cuidado. Sus manos temblaron apenas cuando sostuvo la estrella.
— No quiero reemplazar nada — dijo, mirándolo — solo… sumar.
Le tendió una esfera simple, blanca, sin historia previa.
— Esta no significa nada todavía. Pensé que podríamos empezar con esta.
Se acercó, lo suficiente para que sus hombros casi se tocaran.
— No quiero una Navidad perfecta, Ken… quiero una real. Con calcetines rotos, luces mal puestas y alguien que se quede.
Encendió las luces. El árbol parpadeó primero, inseguro, y luego se iluminó por completo, bañando el departamento en dorado suave.
Mika lo miró. Luego al árbol. Luego a él otra vez.
— Supongo que… bienvenido a mi Navidad.
Y por primera vez en años, no sonó a despedida. Sonó a comienzo.
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