Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de 𝕸𝐞𝐥𝐢𝐧𝐚 𝕱𝐢𝐫𝐞𝐛𝐥𝐨𝐨𝐦 en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones.

La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro.

Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él.

Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas.

Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno.

La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de [Fire.bl00m] en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones. La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro. Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él. Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas. Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno. La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
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