• Hoy no tuve más remedio que cortar en pedazos a cinco Guardianes de las Ruinas para proteger a la gente de nuestra ciudad... —Suspira— Debo seguir trabajando más duro. Aunque son hostiles, la destrucción de artefactos tan preciosos sigue siendo una pérdida para todos nosotros. Debo encontrar una forma menos destructiva de derribarlos la próxima vez...
    Hoy no tuve más remedio que cortar en pedazos a cinco Guardianes de las Ruinas para proteger a la gente de nuestra ciudad... —Suspira— Debo seguir trabajando más duro. Aunque son hostiles, la destrucción de artefactos tan preciosos sigue siendo una pérdida para todos nosotros. Debo encontrar una forma menos destructiva de derribarlos la próxima vez...
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  • —Ain… ¿sigues llorando por eso?—

    Alzó la cabeza con los ojos rojos y la voz temblorosa.
    —¡¿CÓMO NO VOY A LLORAR, MAYA?! ¡ME CAÍ DELANTE DE ÉL! ¡HICE EL RIDÍCULO!—

    Maya suspiró como si le doliera la existencia. —Iera, por favor… solo tropezaste—

    —¡NO SOLO TROPECÉ, MAYA! ¡Me fui de cara contra el suelo, intenté levantarme rápido para disimular, PERO ME VOLVÍ A CAER! ¡Parecía un maldito trompo descontrolado!—

    Maya miró su helado con más interés que a Iera. —Bueno, al menos te vio… eso ya es algo, ¿no?—

    —¡Sí, pero no como una diosa misteriosa y encantadora! ¡ME VIO COMO UN VENADO RESBALANDO EN HIELO!—

    —Tal vez le gusten los venados—

    Iera la miró con indignación. —¿¿ME ESTÁS TOMANDO EL PELO??—

    De mientras, Maya saboreaba el helado con gusto. —No, te lo dejaste todo en el suelo cuando caíste—

    Entonces Iera jadeó dramáticamente y se tiró en la cama, rodando como una croqueta. —¡ESTO ES LO PEOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA!—

    —Dijiste lo mismo cuando enviaste un mensaje de amor por error al grupo familiar—

    —…Tienes razón—

    Lina sonrió victoriosa —Lo sé.—

    —¿Crees que él se haya dado cuenta?—

    —Bueno… te quedaste en el suelo cinco segundos boca abajo diciendo “voy a fingir que estoy muerta”, así que… probablemente sí.—

    Enterró la cara en la almohada frustrada. —Voy a cambiar de país—

    —Bueno, mientras planeas tu fuga internacional, ¿quieres helado?—

    —… Sí. De menta con chocolate…—
    —Ain… ¿sigues llorando por eso?— Alzó la cabeza con los ojos rojos y la voz temblorosa. —¡¿CÓMO NO VOY A LLORAR, MAYA?! ¡ME CAÍ DELANTE DE ÉL! ¡HICE EL RIDÍCULO!— Maya suspiró como si le doliera la existencia. —Iera, por favor… solo tropezaste— —¡NO SOLO TROPECÉ, MAYA! ¡Me fui de cara contra el suelo, intenté levantarme rápido para disimular, PERO ME VOLVÍ A CAER! ¡Parecía un maldito trompo descontrolado!— Maya miró su helado con más interés que a Iera. —Bueno, al menos te vio… eso ya es algo, ¿no?— —¡Sí, pero no como una diosa misteriosa y encantadora! ¡ME VIO COMO UN VENADO RESBALANDO EN HIELO!— —Tal vez le gusten los venados— Iera la miró con indignación. —¿¿ME ESTÁS TOMANDO EL PELO??— De mientras, Maya saboreaba el helado con gusto. —No, te lo dejaste todo en el suelo cuando caíste— Entonces Iera jadeó dramáticamente y se tiró en la cama, rodando como una croqueta. —¡ESTO ES LO PEOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA!— —Dijiste lo mismo cuando enviaste un mensaje de amor por error al grupo familiar— —…Tienes razón— Lina sonrió victoriosa —Lo sé.— —¿Crees que él se haya dado cuenta?— —Bueno… te quedaste en el suelo cinco segundos boca abajo diciendo “voy a fingir que estoy muerta”, así que… probablemente sí.— Enterró la cara en la almohada frustrada. —Voy a cambiar de país— —Bueno, mientras planeas tu fuga internacional, ¿quieres helado?— —… Sí. De menta con chocolate…—
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  • La mañana en la ciudad era tranquila y silenciosa, rota solo por las sirenas lejanas y el eco de pasos apresurados en un callejón angosto. Cuatro ladrones corrían con bolsas llenas de billetes robados, creyéndose a salvo. Pero entonces, un viento violento los envolvió, seguido de un relámpago rojo y dorado que cegó sus ojos por un instante.

    —Vaya, vaya… —la voz sonó detrás de ellos, luego a la izquierda… y de pronto, a la derecha—. ¿Van a alguna parte... Además de la cárcel?.

    Los ladrones se giraron en todas direcciones, pero no había nadie… hasta que uno sintió un golpecito en su hombro. Se giró sobresaltado y ahí estaba: el velocista, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y una sonrisa burlona bajo su máscara.

    —Deberían estirar antes de hacer ejercicio. No querrán calambres, ¿o sí?

    Uno de los criminales sacó un arma, pero antes de que siquiera pudiera apuntar, sintió un golpe en la mano. La pistola había desaparecido… ahora flotaba en el aire frente a ellos.

    —¿Buscabas esto? —preguntó el héroe, dándole vueltas a la pistola con un dedo antes de dejarla caer al suelo—. Saben, podrían simplemente rendirse. Ahorramos tiempo, yo vuelvo a casa a cenar, y ustedes evitan una vergüenza mayor.

    Uno de los ladrones intentó huir. Dio dos pasos… y se estampó contra un muro de ladrillos. Pero cuando parpadeó, se dio cuenta de que no era un muro. Era el velocista, sonriéndole desde su nueva posición.

    —Uy, qué mal, amigo. Intentaste irte por la salida rápida, y adivina quién es más rápido.

    Los ladrones intercambiaron miradas. Uno trató de arrojar su bolsa de dinero como distracción, otro intentó correr en dirección contraria… pero cada intento era frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Uno fue desarmado antes de que su puño completara el trayecto. Otro terminó atado con su propia sudadera en un parpadeo.

    En menos de cinco segundos, los cuatro estaban apilados en el suelo, con las bolsas de dinero perfectamente ordenadas a un lado.

    —Bueno, ha sido divertido —dijo el héroe, sacudiéndose el polvo de las manos—. Pero me temo que la ley y yo tenemos una cita.

    Antes de que alguien pudiera protestar, un vendaval lo envolvió de nuevo. Y cuando los ladrones abrieron los ojos… él ya no estaba. A lo lejos, el sonido de sirenas se acercaba.

    Los ladrones solo pudieron suspirar, derrotados.

    -bien oficiales, aquí está el dinero robado y...-, girando en dirección a a un ciudadano, -aqui está su pertenencia robada, que tenga lindo Día-.
    La mañana en la ciudad era tranquila y silenciosa, rota solo por las sirenas lejanas y el eco de pasos apresurados en un callejón angosto. Cuatro ladrones corrían con bolsas llenas de billetes robados, creyéndose a salvo. Pero entonces, un viento violento los envolvió, seguido de un relámpago rojo y dorado que cegó sus ojos por un instante. —Vaya, vaya… —la voz sonó detrás de ellos, luego a la izquierda… y de pronto, a la derecha—. ¿Van a alguna parte... Además de la cárcel?. Los ladrones se giraron en todas direcciones, pero no había nadie… hasta que uno sintió un golpecito en su hombro. Se giró sobresaltado y ahí estaba: el velocista, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y una sonrisa burlona bajo su máscara. —Deberían estirar antes de hacer ejercicio. No querrán calambres, ¿o sí? Uno de los criminales sacó un arma, pero antes de que siquiera pudiera apuntar, sintió un golpe en la mano. La pistola había desaparecido… ahora flotaba en el aire frente a ellos. —¿Buscabas esto? —preguntó el héroe, dándole vueltas a la pistola con un dedo antes de dejarla caer al suelo—. Saben, podrían simplemente rendirse. Ahorramos tiempo, yo vuelvo a casa a cenar, y ustedes evitan una vergüenza mayor. Uno de los ladrones intentó huir. Dio dos pasos… y se estampó contra un muro de ladrillos. Pero cuando parpadeó, se dio cuenta de que no era un muro. Era el velocista, sonriéndole desde su nueva posición. —Uy, qué mal, amigo. Intentaste irte por la salida rápida, y adivina quién es más rápido. Los ladrones intercambiaron miradas. Uno trató de arrojar su bolsa de dinero como distracción, otro intentó correr en dirección contraria… pero cada intento era frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Uno fue desarmado antes de que su puño completara el trayecto. Otro terminó atado con su propia sudadera en un parpadeo. En menos de cinco segundos, los cuatro estaban apilados en el suelo, con las bolsas de dinero perfectamente ordenadas a un lado. —Bueno, ha sido divertido —dijo el héroe, sacudiéndose el polvo de las manos—. Pero me temo que la ley y yo tenemos una cita. Antes de que alguien pudiera protestar, un vendaval lo envolvió de nuevo. Y cuando los ladrones abrieron los ojos… él ya no estaba. A lo lejos, el sonido de sirenas se acercaba. Los ladrones solo pudieron suspirar, derrotados. -bien oficiales, aquí está el dinero robado y...-, girando en dirección a a un ciudadano, -aqui está su pertenencia robada, que tenga lindo Día-.
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  • Debemos destruir el "Morpho" cueste lo que cueste...

    *Tras decir esas palabras, los gritos de todos resonaron por el comunicador.*

    —¡Shinn, no!
    —¡Shinn! ¡Detente!
    —¡Maldito bastardo suicida! ¡¿Realmente quieres morir?!
    —¡Ya basta, Shinn! !Le hicimos bastante daño! ¡Podemos retirarnos por ahora para reagruparnos!

    *Así que, además de tener que escuchar las voces de los muertos, también escuchaba los gritos sin sentido de los miembros del escuadrón.*

    —Reagruparse es algo innecesario. De cualquier forma no tenemos nada, ni refacciones, ni municiones, ni batería... Nada.
    —¡Está demente! ¡General, active el control remoto y ordene la retirada!

    *Es verdad. Los Juggernaut tenían esa opción... Pero sabía que Ernst no lo usaría. Sabía que él no me traicionaría así.*

    —¡General!
    —¡GENERAL! ¡ERNST!

    *Repasé rápidamente las armas que me quedaban. Dos disparos del cañón principal, cuatro cuchillas, y alrededor de 18% de batería interna. Uno de los girostatos del lado derecho quedó inservible tras el choque anterior, y sentía un frío que ardía en la cabeza, así como húmeda la cara por ese lado también. Si me apresuraba podíamos volver a tomar posición y realizar un nuevo ataque conjunto. Pero entonces el "Morpho" rugió, estremeciendo todo.*

    —...A TODOS!!!!

    *Me estremecí ligeramente, pero sabía lo que había que hacer.*

    —Atentos. Wehrwolf, Laughing Fox, Snow Witch, Gunslinger. El "Morpho" va a disparar de nuevo. Ya saben lo que tenemos que hacer...
    —¡Ernst! ¡Esos niños van a cometer suicidio! A todos les queda menos de 50% de energía, además las armas...
    —Para combatir con monstruos es necesario convertirse en monstruos también. Las cuchillas más afiladas pueden ser odiadas, o no puedes no desear usarlas. Adelante, queridos 86... El futuro de la humanidad está en sus manos...

    *La voz de Ernst sonó calmada en medio del rugido del "Morpho" y los gritos y chillidos de los demás. Pero sabía que mis compañeros no me abandonarían. Mientras el cañón del "Morpho" recargaba energías emitiendo esos rayos de electricidad azul, los cinco Juggernaut del escuadrón Nordlich se pusieron en marcha para el último choque...*

    —Adelante, vayan de regreso al infierno que tanto aman, y hagan llorar sangre del cielo...

    *Concluyó Ernst, y recuerdo haber intuído que, si esas fueran las últimas palabras de la humanidad, quizás no estarían tan mal. Ganar. O morir. Si volvía a acercarme lo suficiente al "Morpho" acabaría todo con los últimos disparos que me quedaban...
    Pero sin importar el resultado, era el último ataque.*
    Debemos destruir el "Morpho" cueste lo que cueste... *Tras decir esas palabras, los gritos de todos resonaron por el comunicador.* —¡Shinn, no! —¡Shinn! ¡Detente! —¡Maldito bastardo suicida! ¡¿Realmente quieres morir?! —¡Ya basta, Shinn! !Le hicimos bastante daño! ¡Podemos retirarnos por ahora para reagruparnos! *Así que, además de tener que escuchar las voces de los muertos, también escuchaba los gritos sin sentido de los miembros del escuadrón.* —Reagruparse es algo innecesario. De cualquier forma no tenemos nada, ni refacciones, ni municiones, ni batería... Nada. —¡Está demente! ¡General, active el control remoto y ordene la retirada! *Es verdad. Los Juggernaut tenían esa opción... Pero sabía que Ernst no lo usaría. Sabía que él no me traicionaría así.* —¡General! —¡GENERAL! ¡ERNST! *Repasé rápidamente las armas que me quedaban. Dos disparos del cañón principal, cuatro cuchillas, y alrededor de 18% de batería interna. Uno de los girostatos del lado derecho quedó inservible tras el choque anterior, y sentía un frío que ardía en la cabeza, así como húmeda la cara por ese lado también. Si me apresuraba podíamos volver a tomar posición y realizar un nuevo ataque conjunto. Pero entonces el "Morpho" rugió, estremeciendo todo.* —...A TODOS!!!! *Me estremecí ligeramente, pero sabía lo que había que hacer.* —Atentos. Wehrwolf, Laughing Fox, Snow Witch, Gunslinger. El "Morpho" va a disparar de nuevo. Ya saben lo que tenemos que hacer... —¡Ernst! ¡Esos niños van a cometer suicidio! A todos les queda menos de 50% de energía, además las armas... —Para combatir con monstruos es necesario convertirse en monstruos también. Las cuchillas más afiladas pueden ser odiadas, o no puedes no desear usarlas. Adelante, queridos 86... El futuro de la humanidad está en sus manos... *La voz de Ernst sonó calmada en medio del rugido del "Morpho" y los gritos y chillidos de los demás. Pero sabía que mis compañeros no me abandonarían. Mientras el cañón del "Morpho" recargaba energías emitiendo esos rayos de electricidad azul, los cinco Juggernaut del escuadrón Nordlich se pusieron en marcha para el último choque...* —Adelante, vayan de regreso al infierno que tanto aman, y hagan llorar sangre del cielo... *Concluyó Ernst, y recuerdo haber intuído que, si esas fueran las últimas palabras de la humanidad, quizás no estarían tan mal. Ganar. O morir. Si volvía a acercarme lo suficiente al "Morpho" acabaría todo con los últimos disparos que me quedaban... Pero sin importar el resultado, era el último ataque.*
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  • -Agotados todas sus opciones, el Emperador de Jade y las autoridades del Cielo apelaron a Buda Tathagata (Gautama) , quien llegó desde su templo en el oeste. Buda hizo una apuesta con Sun Wukong de que no podrá escapar de la palma de su mano. Sun Wukong, sabiendo que él podía abarcar 108.000 li en un salto, presumiendo aceptó. Tomó un gran salto y luego voló al fin del mundo en segundos. Nada era visible excepto cinco pilares y Wukong conjeturó que había alcanzado los extremos del cielo. Para demostrar su rastro, escibió en uno de los pilares "El Gran Sabio Tan Grande cómo el Cielo, estuvo aquí", luego orinó a los pies de aquel pilar. Después, saltó hacia atrás y aterrizó en la palma de Buda. Allí, se sorprendió al encontrar que los cinco «pilares» que había encontrado eran en realidad los cinco dedos de la mano de Buda. Cuando Wukong trató de escapar, Buda convirtió su mano en una montaña y lo selló allí con un talismán de papel en el que fue escrito el mantra Om Mani Padme Hum en letras de oro, donde Sun Wukong permaneció encarcelado durante cinco siglos dentro de la Montaña de los Cinco Elementos.-
    -Agotados todas sus opciones, el Emperador de Jade y las autoridades del Cielo apelaron a Buda Tathagata (Gautama) , quien llegó desde su templo en el oeste. Buda hizo una apuesta con Sun Wukong de que no podrá escapar de la palma de su mano. Sun Wukong, sabiendo que él podía abarcar 108.000 li en un salto, presumiendo aceptó. Tomó un gran salto y luego voló al fin del mundo en segundos. Nada era visible excepto cinco pilares y Wukong conjeturó que había alcanzado los extremos del cielo. Para demostrar su rastro, escibió en uno de los pilares "El Gran Sabio Tan Grande cómo el Cielo, estuvo aquí", luego orinó a los pies de aquel pilar. Después, saltó hacia atrás y aterrizó en la palma de Buda. Allí, se sorprendió al encontrar que los cinco «pilares» que había encontrado eran en realidad los cinco dedos de la mano de Buda. Cuando Wukong trató de escapar, Buda convirtió su mano en una montaña y lo selló allí con un talismán de papel en el que fue escrito el mantra Om Mani Padme Hum en letras de oro, donde Sun Wukong permaneció encarcelado durante cinco siglos dentro de la Montaña de los Cinco Elementos.-
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  • Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones.

    De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo.

    Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.—


    Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo.
    Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
    Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones. De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo. Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.— Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo. Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
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  • Semana de moda ' Milán'
    Fandom Freerol
    Categoría Original
    El sonido de mi alarma me hace abrir los ojos y me muevo para apagarla. Di un suave bostezó y beso tus labios.

    - Aki despierta... Me debes llevar al aeropuerto, no quiero llegar al medio día a Milán -

    Te aviso con voz suave y me levanto para irme a dar una ducha. Ya en el jet desayunaria, me puse ropa casual pero sin dejar de lado mis taconazos. Al salir esperaba de que estuvieras listo, llevaba de equipaje en total cinco maletas. Y tomo mi móvil personal.

    Akihiko Sanada mini interacción
    Ivanna 𝑺𝒑𝒆𝒍𝒍𝒎𝒂𝒏
    Markus De Lioncourt mini interacción
    El sonido de mi alarma me hace abrir los ojos y me muevo para apagarla. Di un suave bostezó y beso tus labios. - Aki despierta... Me debes llevar al aeropuerto, no quiero llegar al medio día a Milán - Te aviso con voz suave y me levanto para irme a dar una ducha. Ya en el jet desayunaria, me puse ropa casual pero sin dejar de lado mis taconazos. Al salir esperaba de que estuvieras listo, llevaba de equipaje en total cinco maletas. Y tomo mi móvil personal. [Sanada_Thcx] mini interacción [ThxGreen] [Thxpocionboy06] mini interacción
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • Piloto de guerra...
    El Baritec va en el firmamento majestuosamente. Puedes volar a Mach uno, o incluso de dos a cinco con el suficiente entrenamiento. Y el poder de su arsenal puede adaptarse a las necesidades de combate. Naturalmente necesitas mucho entrenamiento muscular para soportar las presiones de 2G o hasta 3G sobre la espina dorsal... Sobre todo si quieres ir más allá de Mach uno.
    Es una de las maravillosas posibilidades al alcance de mi mano para hacer la carrera militar...
    Me emociona mucho
    Piloto de guerra... El Baritec va en el firmamento majestuosamente. Puedes volar a Mach uno, o incluso de dos a cinco con el suficiente entrenamiento. Y el poder de su arsenal puede adaptarse a las necesidades de combate. Naturalmente necesitas mucho entrenamiento muscular para soportar las presiones de 2G o hasta 3G sobre la espina dorsal... Sobre todo si quieres ir más allá de Mach uno. Es una de las maravillosas posibilidades al alcance de mi mano para hacer la carrera militar... Me emociona mucho 🤩
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  • *Mente perdida*

    El sonido de los guantes chocando contra las almohadillas resonaba por todo el gimnasio. Takeru lanzaba combinaciones rápidas, pero algo estaba mal. Su entrenador lo notaba.

    —¡Más rápido, Takeru! ¡Tus golpes son lentos!

    Takeru intentó acelerar su ritmo, pero sus jabs no tenían la misma precisión de siempre. Sus movimientos, normalmente fluidos y calculados, parecían erráticos, como si estuviera peleando con una sombra dentro de su cabeza.

    —¡Otra vez! —rugió el entrenador.

    El sparring continuó. Esta vez, su compañero lo sorprendió con un contragolpe limpio a la mandíbula. Takeru tambaleó, y el entrenador golpeó la lona con el pie.

    —Si peleas así en el combate, te van a sacar en camilla.

    Takeru se mordió el labio, frustrado. No sabía qué le pasaba.

    **Día del combate, Castigo**

    El estadio vibraba con la energía del público. Bajo las luces intensas del ring, Takeru y Rihito Yamada se encontraron en el centro.

    Takeru tomó la iniciativa de inmediato, moviéndose con velocidad, buscando marcar la distancia con su jab. Pero Rihito no mordió el anzuelo. Se mantuvo firme, con su guardia en alto, leyendo cada movimiento.

    Takeru lanzó un recto de derecha.

    ¡Error!

    En un parpadeo, Rihito esquivó y soltó un derechazo brutal al mentón. El impacto hizo que la cabeza de Takeru girara violentamente.

    De repente, todo se volvió un borrón.

    Las luces del estadio parecían volverse más intensas. El rugido de la multitud se volvió un eco distante.

    Y luego, la lona.

    El mundo giraba.

    —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!

    El conteo sonaba lejano. La adrenalina le gritaba que se levantara, pero su cuerpo no respondía.

    —¡Cuatro! ¡Cinco!

    Takeru apretó los puños y golpeó la lona. No podía quedarse ahí. Se obligó a levantarse, respirando pesadamente.

    Pero Rihito ya lo estaba esperando.

    Los siguientes asaltos fueron un castigo. Cada vez que Takeru intentaba atacar, Rihito lo hacía pagar con precisión quirúrgica. Un jab al rostro, un gancho al hígado, otro recto que lo hacía tambalear.

    Séptimo asalto.

    Takeru lanzó un jab desesperado.

    Otro error.

    Rihito se agachó y descargó un uppercut que lo levantó del suelo.

    Un segundo después, Takeru estaba nuevamente en la lona.

    No sentía las piernas.

    El dolor se extendía por su mandíbula como fuego líquido.

    —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!

    Su visión se nubló.

    —¡Cuatro! ¡Cinco!

    El sonido de la multitud se mezclaba con un pitido agudo en sus oídos.

    —¡Seis! ¡Siete!

    Algo en su pecho ardió. ¿Era esto? ¿Así iba a terminar?

    —¡Ocho!

    No.

    No iba a perder así.

    Con un rugido, Takeru se puso de pie, tambaleante, con la respiración entrecortada. El árbitro lo miró fijamente, buscando un indicio de que aún podía continuar.

    Takeru alzó los guantes.

    El combate seguía.

    Pero ahora, algo había cambiado.

    Los golpes de Rihito ya no lo sacudían de la misma manera. Sus piernas, a punto de fallar minutos antes, ahora parecían tener un nuevo impulso. Cada golpe que lanzaba tenía un propósito.

    Takeru empezó a moverse, a soltar golpes en combinaciones más rápidas. Jabs, rectos, ganchos, obligando a Rihito a retroceder por primera vez en toda la pelea.

    Duodécimo asalto.

    Ambos estaban exhaustos, pero Takeru ahora tenía el control.

    Fintó un jab con la izquierda y Rihito cayó en la trampa. Justo cuando intentó responder con otro contragolpe, Takeru lo interceptó con un gancho devastador al hígado y un grito estridente, "TENGO ALGO MÁS POR LO QUE LUCHAR".

    El cuerpo de Rihito se dobló.

    Pero Takeru no le dio respiro.

    Descargó una combinación brutal: derecha al rostro, izquierda al mentón… y un último uppercut.

    El cuerpo de Rihito cayó como un árbol derribado.

    —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! … ¡Diez! ¡Fuera!

    El sonido de la campana marcó el final.

    Takeru, con el cuerpo cubierto de sudor, sangre y moretones, alzó el puño.

    No sabía cómo, pero había ganado.
    *Mente perdida* El sonido de los guantes chocando contra las almohadillas resonaba por todo el gimnasio. Takeru lanzaba combinaciones rápidas, pero algo estaba mal. Su entrenador lo notaba. —¡Más rápido, Takeru! ¡Tus golpes son lentos! Takeru intentó acelerar su ritmo, pero sus jabs no tenían la misma precisión de siempre. Sus movimientos, normalmente fluidos y calculados, parecían erráticos, como si estuviera peleando con una sombra dentro de su cabeza. —¡Otra vez! —rugió el entrenador. El sparring continuó. Esta vez, su compañero lo sorprendió con un contragolpe limpio a la mandíbula. Takeru tambaleó, y el entrenador golpeó la lona con el pie. —Si peleas así en el combate, te van a sacar en camilla. Takeru se mordió el labio, frustrado. No sabía qué le pasaba. **Día del combate, Castigo** El estadio vibraba con la energía del público. Bajo las luces intensas del ring, Takeru y Rihito Yamada se encontraron en el centro. Takeru tomó la iniciativa de inmediato, moviéndose con velocidad, buscando marcar la distancia con su jab. Pero Rihito no mordió el anzuelo. Se mantuvo firme, con su guardia en alto, leyendo cada movimiento. Takeru lanzó un recto de derecha. ¡Error! En un parpadeo, Rihito esquivó y soltó un derechazo brutal al mentón. El impacto hizo que la cabeza de Takeru girara violentamente. De repente, todo se volvió un borrón. Las luces del estadio parecían volverse más intensas. El rugido de la multitud se volvió un eco distante. Y luego, la lona. El mundo giraba. —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! El conteo sonaba lejano. La adrenalina le gritaba que se levantara, pero su cuerpo no respondía. —¡Cuatro! ¡Cinco! Takeru apretó los puños y golpeó la lona. No podía quedarse ahí. Se obligó a levantarse, respirando pesadamente. Pero Rihito ya lo estaba esperando. Los siguientes asaltos fueron un castigo. Cada vez que Takeru intentaba atacar, Rihito lo hacía pagar con precisión quirúrgica. Un jab al rostro, un gancho al hígado, otro recto que lo hacía tambalear. Séptimo asalto. Takeru lanzó un jab desesperado. Otro error. Rihito se agachó y descargó un uppercut que lo levantó del suelo. Un segundo después, Takeru estaba nuevamente en la lona. No sentía las piernas. El dolor se extendía por su mandíbula como fuego líquido. —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! Su visión se nubló. —¡Cuatro! ¡Cinco! El sonido de la multitud se mezclaba con un pitido agudo en sus oídos. —¡Seis! ¡Siete! Algo en su pecho ardió. ¿Era esto? ¿Así iba a terminar? —¡Ocho! No. No iba a perder así. Con un rugido, Takeru se puso de pie, tambaleante, con la respiración entrecortada. El árbitro lo miró fijamente, buscando un indicio de que aún podía continuar. Takeru alzó los guantes. El combate seguía. Pero ahora, algo había cambiado. Los golpes de Rihito ya no lo sacudían de la misma manera. Sus piernas, a punto de fallar minutos antes, ahora parecían tener un nuevo impulso. Cada golpe que lanzaba tenía un propósito. Takeru empezó a moverse, a soltar golpes en combinaciones más rápidas. Jabs, rectos, ganchos, obligando a Rihito a retroceder por primera vez en toda la pelea. Duodécimo asalto. Ambos estaban exhaustos, pero Takeru ahora tenía el control. Fintó un jab con la izquierda y Rihito cayó en la trampa. Justo cuando intentó responder con otro contragolpe, Takeru lo interceptó con un gancho devastador al hígado y un grito estridente, "TENGO ALGO MÁS POR LO QUE LUCHAR". El cuerpo de Rihito se dobló. Pero Takeru no le dio respiro. Descargó una combinación brutal: derecha al rostro, izquierda al mentón… y un último uppercut. El cuerpo de Rihito cayó como un árbol derribado. —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! … ¡Diez! ¡Fuera! El sonido de la campana marcó el final. Takeru, con el cuerpo cubierto de sudor, sangre y moretones, alzó el puño. No sabía cómo, pero había ganado.
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