• La Niñez Maldita de Luna

    Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.

    Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.

    Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.

    Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:

    Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.

    Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.

    Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.

    Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:

    “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
    Una humana, para ser rechazada por los hombres.
    Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
    Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”

    Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.

    A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.

    Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:

    En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.

    En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.

    Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.

    Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.

    Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.

    Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
    Sino por justicia.

    La Niñez Maldita de Luna Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales. Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación. Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir. Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano: Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos. Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija. Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición. Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte: “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades: Una humana, para ser rechazada por los hombres. Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás. Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.” Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos. A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían. Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso: En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones. En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos. Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida. Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad. Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron. Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor. Sino por justicia.
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  • ya hace cinco años, te fuiste.....tu mi querido abuelo, mejor dicho mi padre, que siempre estuviste ahi para mi....hoy aunque no me veas celebro tus triunfos en tierra, y pienso en cuanta falta le has hecho a mi alma

    -dije mirando la flama del encendedor, aun sin enceder el cigarrillo-

    no soy lo que tu querias, pero me sigo esforzando para que estes orgulloso de mi, y cuando nos encontremos en la muerte, te pueda abrazar y decirte que logre todo.........te extraño....
    ya hace cinco años, te fuiste.....tu mi querido abuelo, mejor dicho mi padre, que siempre estuviste ahi para mi....hoy aunque no me veas celebro tus triunfos en tierra, y pienso en cuanta falta le has hecho a mi alma -dije mirando la flama del encendedor, aun sin enceder el cigarrillo- no soy lo que tu querias, pero me sigo esforzando para que estes orgulloso de mi, y cuando nos encontremos en la muerte, te pueda abrazar y decirte que logre todo.........te extraño....
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  • Desenvolviendo los regalos, Jean se encontró con:

    ➢ Unas trufas de chocolate hechas por Sebastián.
    Jean se comió una. Como era de esperarse, estaba deliciosa. Pero dejará el resto para más tarde.

    ➢ Un peluche de un conejo blanco, de Ciel.
    Es... esponjoso y suave. Lo conservará, pero escondido en algún lado. Jean ya no es un niño para jugar con peluches (tiene 13 años).

    ➢ Un pergamino nórdico por parte de su padre, el conde Phantomhive (¿o debería decir ex-conde?). Está un poco dañado, pero el contenido puede leerse. Fascinante.
    Lo traducirá más tarde.

    ➢ Un seax, una arma de doble filo. De su padre, el conde Grey. Se ve un poco desgastada, pero sin ningún rastro de oxido, excelentemente conservada. Le encanta.

    ➢ Una cruz celta, de Hiro. Parece que Jean no pudo disimular su fascinación por ellos. Su amigo es muy considerado.

    ➢ Un anillo céfiro, es precioso. De Ryan. Que buen detalle de su parte.

    ➢ Un atrapasueños que muestra indicios del futuro, de Alastor. Tendrá que probarlo esta noche.

    ➢ Una hermosa y antigua pluma estilográfica, una libreta de cuero, y también había una nota... Palabras sabias de la Teniente Sakimoto.

    ➢ Una colección de libros antiguos restaurados, junto a una nota escrita con tinta negra... de Heinrich. Él parece conocer bien sus gustos. Tendrá que agradecérselo personalmente.

    ➢ Un rompecabezas de cincomil piezas, de la señorita Charlotte. La dama con gran talento musical.

    Lo demás, eran deliciosos pasteles que se habían consumido el día de la fiesta. Del señor Echeverri y la dama Taoqi.

    Viendo la cantidad de paquetes y cajas apiladas a un lado, se sorprendió.

    —No esperaba despertar tanto aprecio.
    Desenvolviendo los regalos, Jean se encontró con: ➢ Unas trufas de chocolate hechas por Sebastián. Jean se comió una. Como era de esperarse, estaba deliciosa. Pero dejará el resto para más tarde. ➢ Un peluche de un conejo blanco, de Ciel. Es... esponjoso y suave. Lo conservará, pero escondido en algún lado. Jean ya no es un niño para jugar con peluches (tiene 13 años). ➢ Un pergamino nórdico por parte de su padre, el conde Phantomhive (¿o debería decir ex-conde?). Está un poco dañado, pero el contenido puede leerse. Fascinante. Lo traducirá más tarde. ➢ Un seax, una arma de doble filo. De su padre, el conde Grey. Se ve un poco desgastada, pero sin ningún rastro de oxido, excelentemente conservada. Le encanta. ➢ Una cruz celta, de Hiro. Parece que Jean no pudo disimular su fascinación por ellos. Su amigo es muy considerado. ➢ Un anillo céfiro, es precioso. De Ryan. Que buen detalle de su parte. ➢ Un atrapasueños que muestra indicios del futuro, de Alastor. Tendrá que probarlo esta noche. ➢ Una hermosa y antigua pluma estilográfica, una libreta de cuero, y también había una nota... Palabras sabias de la Teniente Sakimoto. ➢ Una colección de libros antiguos restaurados, junto a una nota escrita con tinta negra... de Heinrich. Él parece conocer bien sus gustos. Tendrá que agradecérselo personalmente. ➢ Un rompecabezas de cincomil piezas, de la señorita Charlotte. La dama con gran talento musical. Lo demás, eran deliciosos pasteles que se habían consumido el día de la fiesta. Del señor Echeverri y la dama Taoqi. Viendo la cantidad de paquetes y cajas apiladas a un lado, se sorprendió. —No esperaba despertar tanto aprecio.
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  • Barcelona.
    El tren desde el aeropuerto va medio vacío. Me siento del lado de la ventana, como siempre, y dejo que el traqueteo me adormezca un poco. La ciudad pasa rápida al otro lado del cristal, pero mi cabeza sigue lejos. En lo mismo de siempre: si llego tarde, si está más delgada, si va a notar que estoy peor, si la medicación sigue funcionando.

    Revisé cinco veces la dirección de la residencia antes de subir al taxi. Es la misma de siempre, pero cuando estoy nerviosa, desconfío de todo.

    Llego. No hay nadie en la puerta. Toco el timbre. La recepcionista me mira y asiente con la cabeza, ya me tiene fichada.

    —Está despierta. Pero hoy ha estado algo cansada —dice bajito.

    No respondo. Solo asiento, trago saliva, y camino por el pasillo sin prisa. Me sé el número de la habitación de memoria, pero esta vez no acelero. Me doy unos segundos más.

    La puerta está entornada. La empujo con suavidad.

    —Mamá…

    Está sentada en el sillón junto a la ventana, envuelta en esa manta de cuadros que le regalé hace dos inviernos. Mira hacia afuera, pero gira al oír mi voz.

    —Cloe…

    No dice nada más. No hace falta.

    Camino hasta ella, me agacho a su lado y le tomo la mano. Está tibia. La suya siempre está tibia, aunque yo venga helada de fuera.

    —¿Cómo estás?

    —Mejor ahora —responde.
    Y me lo creo. O quiero creérmelo al menos.

    La abrazo. Huele igual. A lavanda y crema hidratante.

    Y por primera vez en meses, no tengo prisa. No hay mails, ni sesiones, ni facturas pendientes. Solo ella y yo.
    Barcelona. El tren desde el aeropuerto va medio vacío. Me siento del lado de la ventana, como siempre, y dejo que el traqueteo me adormezca un poco. La ciudad pasa rápida al otro lado del cristal, pero mi cabeza sigue lejos. En lo mismo de siempre: si llego tarde, si está más delgada, si va a notar que estoy peor, si la medicación sigue funcionando. Revisé cinco veces la dirección de la residencia antes de subir al taxi. Es la misma de siempre, pero cuando estoy nerviosa, desconfío de todo. Llego. No hay nadie en la puerta. Toco el timbre. La recepcionista me mira y asiente con la cabeza, ya me tiene fichada. —Está despierta. Pero hoy ha estado algo cansada —dice bajito. No respondo. Solo asiento, trago saliva, y camino por el pasillo sin prisa. Me sé el número de la habitación de memoria, pero esta vez no acelero. Me doy unos segundos más. La puerta está entornada. La empujo con suavidad. —Mamá… Está sentada en el sillón junto a la ventana, envuelta en esa manta de cuadros que le regalé hace dos inviernos. Mira hacia afuera, pero gira al oír mi voz. —Cloe… No dice nada más. No hace falta. Camino hasta ella, me agacho a su lado y le tomo la mano. Está tibia. La suya siempre está tibia, aunque yo venga helada de fuera. —¿Cómo estás? —Mejor ahora —responde. Y me lo creo. O quiero creérmelo al menos. La abrazo. Huele igual. A lavanda y crema hidratante. Y por primera vez en meses, no tengo prisa. No hay mails, ni sesiones, ni facturas pendientes. Solo ella y yo.
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  • [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ]



    Ryan podía parecer tranquilo. Un hombre social, abierto, incluso relajado a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían.

    A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea.

    Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él y su único recuerdo de él fue cuando le disparó en aquel día que fue a por Yuki. Un evento que había sucedido hace ya varios meses en realidad.

    Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia?

    Su muerte le importaba poco, pero habían ciertas personas que si le importarian, personas que a él llegaron a importarle en su tiempo. Y que además, había sido él quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente.

    Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas.

    Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo.

    Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados.

    — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma, sus dedos se movían con agilidad sobre el arma. No usaba guantes, está era de las pocas veces que podía estar relajado sin tener que temer que alguien notara su piel fría.

    Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada:

    —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko.

    La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró.

    Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo.

    —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni.

    Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó.

    Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba. Si que había tenido suerte.

    —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza.

    —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso.

    La carta, aunque a vista simple un papel cualquiera era una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas.

    —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor.

    —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos.

    Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba, ahogándose en sus propias lágrimas.

    —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó.

    Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó.

    El sonido resonó en la sala como un final inevitable.

    Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio.Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, inspiró hondo. Habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacientando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato.

    Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto.

    —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto.

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    || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos importantes, un amigo se rompió el pie(?). En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora.

    Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
    [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ] Ryan podía parecer tranquilo. Un hombre social, abierto, incluso relajado a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían. A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea. Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él y su único recuerdo de él fue cuando le disparó en aquel día que fue a por Yuki. Un evento que había sucedido hace ya varios meses en realidad. Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia? Su muerte le importaba poco, pero habían ciertas personas que si le importarian, personas que a él llegaron a importarle en su tiempo. Y que además, había sido él quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente. Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas. Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo. Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados. — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma, sus dedos se movían con agilidad sobre el arma. No usaba guantes, está era de las pocas veces que podía estar relajado sin tener que temer que alguien notara su piel fría. Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada: —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko. La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró. Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo. —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni. Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó. Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba. Si que había tenido suerte. —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza. —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso. La carta, aunque a vista simple un papel cualquiera era una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas. —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor. —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos. Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba, ahogándose en sus propias lágrimas. —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó. Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó. El sonido resonó en la sala como un final inevitable. Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio.Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, inspiró hondo. Habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacientando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato. Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto. —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto. 10 9 8 || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos importantes, un amigo se rompió el pie(?). En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora. Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
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  • La habitación del hotel no tenía nada especial.
    Paredes blancas, un espejo grande frente a la cama, luces cálidas que no alcanzaban a ocultar el cansancio reflejado.
    Naoki se paró frente al espejo en silencio, con las manos en los bolsillos de la camisa gris que caía abierta sobre su blusa blanca.
    El cabello lo llevaba atado en un moño apurado, con algunos mechones escapando como si también quisieran descansar.

    No había música.
    Ni agenda.
    Solo ella, el reflejo, y la duda persistente de si ya era hora de moverse… o si podía regalarse cinco minutos más.

    — No estoy cansada. Solo estoy… llena —Susurró, con la voz tan baja que se confundió con el zumbido del aire acondicionado.

    Se acercó un poco más al espejo.
    Observó sus propios ojos como quien analiza el estado del alma.
    Los tatuajes asomaban con elegancia desde las mangas arremangadas.

    Tomó aire, cerró los ojos y, por un momento, deseó que alguien entrara por esa puerta.
    Alguien que entendiera que incluso los silencios más largos dicen algo.

    La ciudad seguía viva afuera.
    Pero por ahora, Naoki solo escuchaba el sonido de su propia pausa.
    La habitación del hotel no tenía nada especial. Paredes blancas, un espejo grande frente a la cama, luces cálidas que no alcanzaban a ocultar el cansancio reflejado. Naoki se paró frente al espejo en silencio, con las manos en los bolsillos de la camisa gris que caía abierta sobre su blusa blanca. El cabello lo llevaba atado en un moño apurado, con algunos mechones escapando como si también quisieran descansar. No había música. Ni agenda. Solo ella, el reflejo, y la duda persistente de si ya era hora de moverse… o si podía regalarse cinco minutos más. — No estoy cansada. Solo estoy… llena —Susurró, con la voz tan baja que se confundió con el zumbido del aire acondicionado. Se acercó un poco más al espejo. Observó sus propios ojos como quien analiza el estado del alma. Los tatuajes asomaban con elegancia desde las mangas arremangadas. Tomó aire, cerró los ojos y, por un momento, deseó que alguien entrara por esa puerta. Alguien que entendiera que incluso los silencios más largos dicen algo. La ciudad seguía viva afuera. Pero por ahora, Naoki solo escuchaba el sonido de su propia pausa.
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  • Aaaah... Un día de retraso más, pero no por mi culpa...

    *Adam suspira.*

    —Desgraciadamente fue en mi turno... Pero yo también haré mi parte para recuperar el tiempo perdido. Es un poco vergonzoso que sean ya cinco días de retraso, pero haremos lo que podamos.
    Aaaah... Un día de retraso más, pero no por mi culpa... *Adam suspira.* —Desgraciadamente fue en mi turno... Pero yo también haré mi parte para recuperar el tiempo perdido. Es un poco vergonzoso que sean ya cinco días de retraso, pero haremos lo que podamos.
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  • 𝘜𝘯 𝘷𝘦𝘳𝘢𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝟣𝟪𝟫𝟩. 𝘜𝘯𝘢 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘮𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘵𝘦́.
    Fandom Fandom Kuroshitsuji, Era Victoriana
    Categoría Otros
    Tras casi nueve años viviendo en Inglaterra se había amoldado a las costumbres locales, a las cinco en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, sonaba el reloj de cuco para dar paso a la hora del té.

    Aquella tarde Wolfram le había preparado en el jardín de la mansión una merienda digna de alguien como ella, lo cierto es que agradecía que Wolfram también se hubiera adaptado a aquellas costumbres pues iba a ser un problema que se mostrasen "demasiado alemanes" tras tanto tiempo allí.

    – 𝐹𝑟𝑎̈𝑢𝑙𝑒𝑖𝑛, ha llegado una carta para usted.

    Resonó la voz de Wolfram que le ofrecía una carta a la señora de la casa, Sully abrió el sobrecito y comenzó a leer en voz alta, pued nada tenía que ocultarle al mayordomo.

    " 𝑄𝑢𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑎 𝑆𝑢𝑙𝑙𝑦,
    𝑇𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑟𝑖𝑏𝑜 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑖𝑛𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑔𝑢𝑠𝑡𝑎𝑟𝜄́𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑛𝑜𝑠 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠, 𝘩𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑢𝑛 𝑚𝑒́𝑑𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑛 𝑚𝑖𝑠 𝑣𝑖𝑎𝑗𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑑𝑟𝜄́𝑎 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑑𝑜𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑡𝑢𝑠 𝑝𝑖𝑒𝑟𝑛𝑎𝑠.
    𝐴𝑡𝑒𝑛𝑡𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒: 𝐸. 𝑀"

    Sully resopló mirando la letra, la cual sabía a la perfección de quien era, no era que le molestase que alguien se preocupara por el estado de sus pies y sus piernas, era que sabía demasiado bien que no había mucho que hacer para "solucionar aquello", sencillamente tendría que mejorar sus prótesis y ya está.

    Wolfram, visiblemente dolido y angustiado por la carta evitaba mirar a su ama.

    – Wolfram.
    Dijo Sully con una pequeña sonrisa en los labios.

    – No pasa nada, no fue culpa tuya ¿Vale? Así que borra esa cara de amargura y ven a merendar conmigo, seguro que te has esforzado demasiado para la merienda de hoy.

    Explicaba Sully, Wolfram abrió la boca para contestar a su ama pero una sirvienta apareció en el jardín, había corrido por toda la mansión hasta encontrarles.

    – Señorita... Tiene... Visita...

    Dijo casi sin aire la pobre sirvienta, Sully que casi pensó que la pobre se desmayaría en aquel lugar se puso en pie, pero Wolfram fue más rápido, tomó la mano de la criada y colocó otra de sus manos en la cintura.

    – Tranquilizate, dile a esa visita que pase, Wolfram. Y tu ve a descansar.

    Ordenó la dueña de la mansión Sullivan, mientras que Wolfram acompañaba a la sirvienta al interior de la mansión para seguidamente hacer pasar a los invitados y llevarlos hasta el lugar en el que Sully tomaba el té.
    Tras casi nueve años viviendo en Inglaterra se había amoldado a las costumbres locales, a las cinco en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, sonaba el reloj de cuco para dar paso a la hora del té. Aquella tarde Wolfram le había preparado en el jardín de la mansión una merienda digna de alguien como ella, lo cierto es que agradecía que Wolfram también se hubiera adaptado a aquellas costumbres pues iba a ser un problema que se mostrasen "demasiado alemanes" tras tanto tiempo allí. – 𝐹𝑟𝑎̈𝑢𝑙𝑒𝑖𝑛, ha llegado una carta para usted. Resonó la voz de Wolfram que le ofrecía una carta a la señora de la casa, Sully abrió el sobrecito y comenzó a leer en voz alta, pued nada tenía que ocultarle al mayordomo. " 𝑄𝑢𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑎 𝑆𝑢𝑙𝑙𝑦, 𝑇𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑟𝑖𝑏𝑜 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑖𝑛𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑔𝑢𝑠𝑡𝑎𝑟𝜄́𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑛𝑜𝑠 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠, 𝘩𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑢𝑛 𝑚𝑒́𝑑𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑛 𝑚𝑖𝑠 𝑣𝑖𝑎𝑗𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑑𝑟𝜄́𝑎 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑑𝑜𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑡𝑢𝑠 𝑝𝑖𝑒𝑟𝑛𝑎𝑠. 𝐴𝑡𝑒𝑛𝑡𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒: 𝐸. 𝑀" Sully resopló mirando la letra, la cual sabía a la perfección de quien era, no era que le molestase que alguien se preocupara por el estado de sus pies y sus piernas, era que sabía demasiado bien que no había mucho que hacer para "solucionar aquello", sencillamente tendría que mejorar sus prótesis y ya está. Wolfram, visiblemente dolido y angustiado por la carta evitaba mirar a su ama. – Wolfram. Dijo Sully con una pequeña sonrisa en los labios. – No pasa nada, no fue culpa tuya ¿Vale? Así que borra esa cara de amargura y ven a merendar conmigo, seguro que te has esforzado demasiado para la merienda de hoy. Explicaba Sully, Wolfram abrió la boca para contestar a su ama pero una sirvienta apareció en el jardín, había corrido por toda la mansión hasta encontrarles. – Señorita... Tiene... Visita... Dijo casi sin aire la pobre sirvienta, Sully que casi pensó que la pobre se desmayaría en aquel lugar se puso en pie, pero Wolfram fue más rápido, tomó la mano de la criada y colocó otra de sus manos en la cintura. – Tranquilizate, dile a esa visita que pase, Wolfram. Y tu ve a descansar. Ordenó la dueña de la mansión Sullivan, mientras que Wolfram acompañaba a la sirvienta al interior de la mansión para seguidamente hacer pasar a los invitados y llevarlos hasta el lugar en el que Sully tomaba el té.
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  • ────Mi única red flag es decir que estaré lista en cinco minutos y tardarme media hora más en arreglarme. —mentira (?)—
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  • Hay días en los que preferiría no recordar. El amanecer de aquel día era uno de ellos, las antorchas aún ardían bajo la bruma cuando me llamaron. El aire olía a hierro, tierra húmeda y a miedo contenido, frente a nosotros, más allá del claro, se alzaban las filas del enemigo, igual de silenciosas, igual de resueltas. Para evitar la guerra total, ambas casas acordaron resolver el conflicto con un Juicio de Campeones. Una antigua tradición, olvidada por muchos, donde el honor se media en sangre y acero, no en cuerpos amontonados tras una siega sin sentido. Me eligieron a mí, tal vez porque era extranjero o tal vez porque no tenía esposa, ni hijos que me lloraran.

    Recuerdo al otro campeón era alto y se veía fuerte como un roble, cubierto de una armadura oscura que parecía beberse la luz. No dijo una sola palabra cuando nos encontramos frente al viejo templo derruido, el punto neutro entre ambos campamentos. Desenvainé mi espada mi mano temblaba ligeramente.

    La lucha fue brutal espada contra espada y hierro contra voluntad, él golpeaba como si cada tajo pudiera partir el mundo en dos. Pero yo bailaba, en cada paso me jugaba la vida, sentía el peso de mi escudo, el crujir de la cota de malla, el sabor metálico de la sangre que comenzaba a llenar mi boca tras un impacto mal recibido. Una, dos, cinco veces caí y las cinco mismas me puse de pie, hasta que en un instante fugaz, vi la abertura bajo su brazo, entre la hombrera y la coraza, tipico fallo humano.

    Mi espada entró y él cayó de rodillas, mirándome bajo el yelmo, como si en el fondo agradeciera no tener que continuar con esa guerra absurda. Cuando terminó, el silencio fue absoluto, no hubo vítores, ni aplausos. Solo una calma pesada, como la que precede a una tormenta, o en este caso, a una paz impuesta. Caminé de regreso entre filas de soldados que no sabían si vitorearme o temerme, mis piernas temblaban, pero no estaba cansado. La paz puede ganarse con una espada, pero nunca deja de pesar en las manos de quien la empuñó.
    Hay días en los que preferiría no recordar. El amanecer de aquel día era uno de ellos, las antorchas aún ardían bajo la bruma cuando me llamaron. El aire olía a hierro, tierra húmeda y a miedo contenido, frente a nosotros, más allá del claro, se alzaban las filas del enemigo, igual de silenciosas, igual de resueltas. Para evitar la guerra total, ambas casas acordaron resolver el conflicto con un Juicio de Campeones. Una antigua tradición, olvidada por muchos, donde el honor se media en sangre y acero, no en cuerpos amontonados tras una siega sin sentido. Me eligieron a mí, tal vez porque era extranjero o tal vez porque no tenía esposa, ni hijos que me lloraran. Recuerdo al otro campeón era alto y se veía fuerte como un roble, cubierto de una armadura oscura que parecía beberse la luz. No dijo una sola palabra cuando nos encontramos frente al viejo templo derruido, el punto neutro entre ambos campamentos. Desenvainé mi espada mi mano temblaba ligeramente. La lucha fue brutal espada contra espada y hierro contra voluntad, él golpeaba como si cada tajo pudiera partir el mundo en dos. Pero yo bailaba, en cada paso me jugaba la vida, sentía el peso de mi escudo, el crujir de la cota de malla, el sabor metálico de la sangre que comenzaba a llenar mi boca tras un impacto mal recibido. Una, dos, cinco veces caí y las cinco mismas me puse de pie, hasta que en un instante fugaz, vi la abertura bajo su brazo, entre la hombrera y la coraza, tipico fallo humano. Mi espada entró y él cayó de rodillas, mirándome bajo el yelmo, como si en el fondo agradeciera no tener que continuar con esa guerra absurda. Cuando terminó, el silencio fue absoluto, no hubo vítores, ni aplausos. Solo una calma pesada, como la que precede a una tormenta, o en este caso, a una paz impuesta. Caminé de regreso entre filas de soldados que no sabían si vitorearme o temerme, mis piernas temblaban, pero no estaba cansado. La paz puede ganarse con una espada, pero nunca deja de pesar en las manos de quien la empuñó.
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