La habitación del hotel no tenía nada especial.
Paredes blancas, un espejo grande frente a la cama, luces cálidas que no alcanzaban a ocultar el cansancio reflejado.
Naoki se paró frente al espejo en silencio, con las manos en los bolsillos de la camisa gris que caía abierta sobre su blusa blanca.
El cabello lo llevaba atado en un moño apurado, con algunos mechones escapando como si también quisieran descansar.
No había música.
Ni agenda.
Solo ella, el reflejo, y la duda persistente de si ya era hora de moverse… o si podía regalarse cinco minutos más.
— No estoy cansada. Solo estoy… llena —Susurró, con la voz tan baja que se confundió con el zumbido del aire acondicionado.
Se acercó un poco más al espejo.
Observó sus propios ojos como quien analiza el estado del alma.
Los tatuajes asomaban con elegancia desde las mangas arremangadas.
Tomó aire, cerró los ojos y, por un momento, deseó que alguien entrara por esa puerta.
Alguien que entendiera que incluso los silencios más largos dicen algo.
La ciudad seguía viva afuera.
Pero por ahora, Naoki solo escuchaba el sonido de su propia pausa.
Paredes blancas, un espejo grande frente a la cama, luces cálidas que no alcanzaban a ocultar el cansancio reflejado.
Naoki se paró frente al espejo en silencio, con las manos en los bolsillos de la camisa gris que caía abierta sobre su blusa blanca.
El cabello lo llevaba atado en un moño apurado, con algunos mechones escapando como si también quisieran descansar.
No había música.
Ni agenda.
Solo ella, el reflejo, y la duda persistente de si ya era hora de moverse… o si podía regalarse cinco minutos más.
— No estoy cansada. Solo estoy… llena —Susurró, con la voz tan baja que se confundió con el zumbido del aire acondicionado.
Se acercó un poco más al espejo.
Observó sus propios ojos como quien analiza el estado del alma.
Los tatuajes asomaban con elegancia desde las mangas arremangadas.
Tomó aire, cerró los ojos y, por un momento, deseó que alguien entrara por esa puerta.
Alguien que entendiera que incluso los silencios más largos dicen algo.
La ciudad seguía viva afuera.
Pero por ahora, Naoki solo escuchaba el sonido de su propia pausa.
La habitación del hotel no tenía nada especial.
Paredes blancas, un espejo grande frente a la cama, luces cálidas que no alcanzaban a ocultar el cansancio reflejado.
Naoki se paró frente al espejo en silencio, con las manos en los bolsillos de la camisa gris que caía abierta sobre su blusa blanca.
El cabello lo llevaba atado en un moño apurado, con algunos mechones escapando como si también quisieran descansar.
No había música.
Ni agenda.
Solo ella, el reflejo, y la duda persistente de si ya era hora de moverse… o si podía regalarse cinco minutos más.
— No estoy cansada. Solo estoy… llena —Susurró, con la voz tan baja que se confundió con el zumbido del aire acondicionado.
Se acercó un poco más al espejo.
Observó sus propios ojos como quien analiza el estado del alma.
Los tatuajes asomaban con elegancia desde las mangas arremangadas.
Tomó aire, cerró los ojos y, por un momento, deseó que alguien entrara por esa puerta.
Alguien que entendiera que incluso los silencios más largos dicen algo.
La ciudad seguía viva afuera.
Pero por ahora, Naoki solo escuchaba el sonido de su propia pausa.
