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    𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑠𝑖 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑦𝑜𝑡𝑒𝑠: 𝑁𝑎𝑐𝑖𝑑𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑙 ℎ𝑎𝑚𝑏𝑟𝑒, 𝑐𝑟𝑖𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜 𝑦 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑛𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑎𝑚𝑏𝑖𝑐𝑖𝑜𝑛.
    ༶•┈┈⛧┈♛

    Bandidos. Así les decían entre las grandes ciudades, que solo eran canallas y pobres diablos muertos de hambre. Pero las personas, esas que sufrieron sus ataques y que apenas sobrevivían, los llamaban monstruos, heraldos de la desgracia.

    A simple vista no eran muy distintos a otros grupos de bandidos; llegaban, saqueaban, mataban a alguien y luego huían. Lo que los hizo diferentes fue la malicia con la que actuaban; torturar y matar, solamente para conseguir dinero y gastarlo en apuestas, y para satisfacer una desagradable morbosidad.

    Comerciantes asaltados a mitad de camino, trenes abordados e inocentes secuestrados. Rehenes, víctimas de sus burlas violentas. Pero toda esa malicia debía de tener un porqué, una razón debía haber para justificar un actuar tan desagradable. Sin embargo la verdad era cruda. Tal vez honor, tal vez orgullo, un deseo inmenso de respeto o el anhelo de reconocimiento.

    -No tiene caso atribuirles valores a los coyotes... Al final del día siguen siendo unos animales; nacen con hambre, crecen para satisfacerse y morirán con tal de nunca sentir hambre de nuevo.

    El sheriff Mccarthy, viejo pero astuto, cuelga el último de los carteles de búsqueda en su pared. Siete hombres, distintos en apariencia pero igual de aberrantes, cuya recompensa era lo suficientemente gorda para llamar la atención de los cazarrecompensas y adecuada para unos "bandalos cualquiera". Pero no eran bandalos cualquiera, no eran niños armados y mucho menos ebrios violentos. Se hacían llamar la banda de los coyotes carmesí.

    Los odia. Mientras ellos vivan, incluso si solo quedan uno o dos, él vivirá en una eterna cacería de coyotes.
    ♛┈⛧┈┈•༶ 𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑠𝑖 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑦𝑜𝑡𝑒𝑠: 𝑁𝑎𝑐𝑖𝑑𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑙 ℎ𝑎𝑚𝑏𝑟𝑒, 𝑐𝑟𝑖𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜 𝑦 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑛𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑎𝑚𝑏𝑖𝑐𝑖𝑜𝑛. ༶•┈┈⛧┈♛ Bandidos. Así les decían entre las grandes ciudades, que solo eran canallas y pobres diablos muertos de hambre. Pero las personas, esas que sufrieron sus ataques y que apenas sobrevivían, los llamaban monstruos, heraldos de la desgracia. A simple vista no eran muy distintos a otros grupos de bandidos; llegaban, saqueaban, mataban a alguien y luego huían. Lo que los hizo diferentes fue la malicia con la que actuaban; torturar y matar, solamente para conseguir dinero y gastarlo en apuestas, y para satisfacer una desagradable morbosidad. Comerciantes asaltados a mitad de camino, trenes abordados e inocentes secuestrados. Rehenes, víctimas de sus burlas violentas. Pero toda esa malicia debía de tener un porqué, una razón debía haber para justificar un actuar tan desagradable. Sin embargo la verdad era cruda. Tal vez honor, tal vez orgullo, un deseo inmenso de respeto o el anhelo de reconocimiento. -No tiene caso atribuirles valores a los coyotes... Al final del día siguen siendo unos animales; nacen con hambre, crecen para satisfacerse y morirán con tal de nunca sentir hambre de nuevo. El sheriff Mccarthy, viejo pero astuto, cuelga el último de los carteles de búsqueda en su pared. Siete hombres, distintos en apariencia pero igual de aberrantes, cuya recompensa era lo suficientemente gorda para llamar la atención de los cazarrecompensas y adecuada para unos "bandalos cualquiera". Pero no eran bandalos cualquiera, no eran niños armados y mucho menos ebrios violentos. Se hacían llamar la banda de los coyotes carmesí. Los odia. Mientras ellos vivan, incluso si solo quedan uno o dos, él vivirá en una eterna cacería de coyotes.
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  • — Mi cabeza.

    Tantas explosiones cercanas y los eventos que involucraban con la cacería a la cabeza de Chroma, sin embargo, resuena ese terrible consejo.

    "No se detendrán, se un monstruo, dales un verdadero motivo para temerte."

    — Teshin, no lo aprobaría.

    Nuevamente se echa un poco más de agua sobre su propio rostro.
    — Mi cabeza. Tantas explosiones cercanas y los eventos que involucraban con la cacería a la cabeza de Chroma, sin embargo, resuena ese terrible consejo. "No se detendrán, se un monstruo, dales un verdadero motivo para temerte." — Teshin, no lo aprobaría. Nuevamente se echa un poco más de agua sobre su propio rostro.
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  • El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba.

    Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio.

    A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin.

    Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado.

    El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero.

    Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal.

    Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más.

    Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera.

    Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
    El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba. Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio. A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin. Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado. El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero. Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal. Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más. Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera. Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
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  • Que falta de respeto con una dama

    -apreto el puño con furia observándolo meditativa ¿Cómo termino en aquel infierno? Parece no ser su hogar.... Suspiro cruzando los brazos por debajo de su pecho -

    Dónde está alastor? Tiene permitido iniciar la cacería de perros demoníacos
    Que falta de respeto con una dama -apreto el puño con furia observándolo meditativa ¿Cómo termino en aquel infierno? Parece no ser su hogar.... Suspiro cruzando los brazos por debajo de su pecho - Dónde está alastor? Tiene permitido iniciar la cacería de perros demoníacos
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  • Dean Winchester se apoyó contra la fría encimera de la cocina del búnker, dejando escapar un suspiro satisfecho. El aroma de las tortitas recién hechas flotaba en el aire, una mezcla tentadora de masa dorada, mantequilla derretida y un toque de jarabe de arce. Había pasado un día largo, entre cacerías y viejos grimorios, y lo único que deseaba en ese momento era una buena comida y un batido bien frío.

    Abrió la nevera con un movimiento automático, como si ese rincón del búnker se hubiera convertido en un refugio tan familiar como el Impala. La luz amarillenta iluminó el interior desordenado: botellas medio vacías de condimentos, un par de batidos artesanales que Sam había comprado, y restos de pizza de alguna noche anterior. Dean frunció el ceño, escudriñando entre los estantes, empujando a un lado un tarro de pepinillos y un envase olvidado de yogur que había visto mejores días.

    —Vamos, tiene que haber algo más por aquí... —murmuró para sí mismo, mientras sus dedos tamborileaban impacientes sobre el metal helado.

    Finalmente, encontró lo que buscaba: un batido de chocolate perfectamente frío. Lo sacó con un gesto triunfal, cerrando la puerta de la nevera con la cadera. El sonido característico del líquido agitándose en el envase le arrancó una pequeña sonrisa de satisfacción.

    Se sentó a la mesa, dejando el batido a su derecha y las tortitas frente a él. Por un momento, el búnker, con sus paredes de hierro y su historia sombría, se sintió acogedor. Dean tomó el primer bocado, cerrando los ojos brevemente mientras el sabor le llenaba la boca. Era un instante de paz, raro y precioso, en medio del caos.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Dean Winchester se apoyó contra la fría encimera de la cocina del búnker, dejando escapar un suspiro satisfecho. El aroma de las tortitas recién hechas flotaba en el aire, una mezcla tentadora de masa dorada, mantequilla derretida y un toque de jarabe de arce. Había pasado un día largo, entre cacerías y viejos grimorios, y lo único que deseaba en ese momento era una buena comida y un batido bien frío. Abrió la nevera con un movimiento automático, como si ese rincón del búnker se hubiera convertido en un refugio tan familiar como el Impala. La luz amarillenta iluminó el interior desordenado: botellas medio vacías de condimentos, un par de batidos artesanales que Sam había comprado, y restos de pizza de alguna noche anterior. Dean frunció el ceño, escudriñando entre los estantes, empujando a un lado un tarro de pepinillos y un envase olvidado de yogur que había visto mejores días. —Vamos, tiene que haber algo más por aquí... —murmuró para sí mismo, mientras sus dedos tamborileaban impacientes sobre el metal helado. Finalmente, encontró lo que buscaba: un batido de chocolate perfectamente frío. Lo sacó con un gesto triunfal, cerrando la puerta de la nevera con la cadera. El sonido característico del líquido agitándose en el envase le arrancó una pequeña sonrisa de satisfacción. Se sentó a la mesa, dejando el batido a su derecha y las tortitas frente a él. Por un momento, el búnker, con sus paredes de hierro y su historia sombría, se sintió acogedor. Dean tomó el primer bocado, cerrando los ojos brevemente mientras el sabor le llenaba la boca. Era un instante de paz, raro y precioso, en medio del caos. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Poppy Davies apoyó la cabeza contra la ventanilla del Impala y dejó escapar un pequeño bostezo.

    — Recuérdame otra vez por qué estoy siendo "𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘥𝘢" a esto… —murmuró, cruzando los brazos con expresión de fastidio.

    DEAN WINCHESTER, al volante, giró la cabeza hacia ella con una sonrisa burlona.

    — Porque necesitamos salir, socializar, vivir un poco.

    — ¿Y tu idea de "vivir un poco" es ir a un partido de baloncesto?

    Dean puso los ojos en blanco.

    — Oh, vamos, Pops. No es una cacería, no hay fantasmas, vampiros ni demonios. Solo un estadio, cerveza fría y un montón de tipos lanzando una pelota. Un descanso de lo sobrenatural.

    Poppy ladeó la cabeza hacia él, claramente poco convencida.

    — La última vez que dijiste "un descanso de lo sobrenatural", terminamos atrapados en un cine encantado con un espíritu obsesionado con las películas de los años 50.

    Dean soltó una carcajada.

    — Bueno, técnicamente, eso no fue mi culpa.

    — Ajá, claro —resopló ella, mirando por la ventana—. Solo digo que si algo raro pasa en este partido, te lo restregaré en la cara.

    — Lo acepto —dijo Dean con un encogimiento de hombros—, pero relájate, princesa. Hoy solo vamos a disfrutar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo normal?

    Poppy parpadeó, dándose cuenta de que no tenía una respuesta inmediata. Con una mueca resignada, dejó escapar otro pequeño bostezo y apoyó la mejilla en la palma de su mano.

    — Está bien, pero si esto se vuelve aburrido, quiero comida gratis.

    Dean sonrió con suficiencia.

    —Trato hecho. Pero te advierto, Pomerania… después de esta noche, puede que hasta te guste el baloncesto.

    Ella arqueó una ceja, pero la sonrisa que intentó ocultar traicionó su desinterés fingido. Mientras el Impala rugía por la carretera, Poppy solo podía esperar que, por una vez, Dean tuviera razón y esto fuera solo un partido.

    El estadio estaba abarrotado, las luces brillaban intensamente sobre la cancha de madera pulida y el bullicio de la multitud hacía que Poppy se sintiera fuera de lugar. Se ajustó la chaqueta y miró a su alrededor con expresión de escepticismo mientras Dean, emocionado como un niño en Navidad, la guiaba hasta sus asientos de pista.

    — Mira esto, Pops. Asientos perfectos, buena vista de la cancha y, lo mejor de todo… —Dean se giró con una sonrisa orgullosa y levantó dos vasos de cerveza—. La magia del baloncesto servida fría.

    Poppy tomó el suyo con un gesto resignado, dando un sorbo mientras observaba a los jugadores calentando.

    —Bien, estamos aquí. Ahora dime, ¿cuál es el plan? ¿Solo gritamos cada vez que alguien lanza el balón o hay una ciencia detrás de esto?

    Dean se rió y sacudió la cabeza.

    — No te preocupes, lo entenderás cuando el juego empiece. Solo siéntelo, Davies. La emoción, la tensión, el drama… —Hizo un gesto amplio con los brazos—. Es como una cacería, pero sin la parte de morir.

    Ella lo miró de reojo, divertida.

    — ¿Seguro? Porque esa multitud parece dispuesta a matar si su equipo pierde.

    Justo en ese momento, el sonido ensordecedor de la bocina hizo temblar el estadio, marcando el inicio del partido. La multitud rugió, Dean se puso de pie de un salto y Poppy se encogió ligeramente, aún tratando de entender qué demonios hacía allí.

    A medida que los minutos avanzaban, Poppy no podía evitar notar lo inmerso que estaba Dean. Gritaba, aplaudía, maldecía cuando el árbitro pitaba algo que no le gustaba, e incluso saltó cuando su equipo encestó un triple espectacular.

    —¡¿Has visto eso, Pomerania?! —exclamó, dándole un codazo amistoso.

    Ella parpadeó y se encogió de hombros.

    —Sí, alguien ha metido una pelota en un aro. Impactante.

    Dean soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

    —Eres un caso perdido.

    Pero lo cierto era que, aunque no lo admitiera, Poppy empezaba a disfrutar el ambiente. Había una energía contagiosa en todo aquello, en la pasión de la gente y en la forma en que Dean se dejaba llevar por la emoción. Se sorprendió a sí misma inclinándose un poco hacia adelante cuando el marcador se puso parejo.
    Sabia que Dean vería a través de su desinterés fingido, y la encontraría ligeramente interesada, pero era algo que jamás aceptaría en voz alta.
    Poppy Davies apoyó la cabeza contra la ventanilla del Impala y dejó escapar un pequeño bostezo. — Recuérdame otra vez por qué estoy siendo "𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘥𝘢" a esto… —murmuró, cruzando los brazos con expresión de fastidio. [thxsoldier], al volante, giró la cabeza hacia ella con una sonrisa burlona. — Porque necesitamos salir, socializar, vivir un poco. — ¿Y tu idea de "vivir un poco" es ir a un partido de baloncesto? Dean puso los ojos en blanco. — Oh, vamos, Pops. No es una cacería, no hay fantasmas, vampiros ni demonios. Solo un estadio, cerveza fría y un montón de tipos lanzando una pelota. Un descanso de lo sobrenatural. Poppy ladeó la cabeza hacia él, claramente poco convencida. — La última vez que dijiste "un descanso de lo sobrenatural", terminamos atrapados en un cine encantado con un espíritu obsesionado con las películas de los años 50. Dean soltó una carcajada. — Bueno, técnicamente, eso no fue mi culpa. — Ajá, claro —resopló ella, mirando por la ventana—. Solo digo que si algo raro pasa en este partido, te lo restregaré en la cara. — Lo acepto —dijo Dean con un encogimiento de hombros—, pero relájate, princesa. Hoy solo vamos a disfrutar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo normal? Poppy parpadeó, dándose cuenta de que no tenía una respuesta inmediata. Con una mueca resignada, dejó escapar otro pequeño bostezo y apoyó la mejilla en la palma de su mano. — Está bien, pero si esto se vuelve aburrido, quiero comida gratis. Dean sonrió con suficiencia. —Trato hecho. Pero te advierto, Pomerania… después de esta noche, puede que hasta te guste el baloncesto. Ella arqueó una ceja, pero la sonrisa que intentó ocultar traicionó su desinterés fingido. Mientras el Impala rugía por la carretera, Poppy solo podía esperar que, por una vez, Dean tuviera razón y esto fuera solo un partido. El estadio estaba abarrotado, las luces brillaban intensamente sobre la cancha de madera pulida y el bullicio de la multitud hacía que Poppy se sintiera fuera de lugar. Se ajustó la chaqueta y miró a su alrededor con expresión de escepticismo mientras Dean, emocionado como un niño en Navidad, la guiaba hasta sus asientos de pista. — Mira esto, Pops. Asientos perfectos, buena vista de la cancha y, lo mejor de todo… —Dean se giró con una sonrisa orgullosa y levantó dos vasos de cerveza—. La magia del baloncesto servida fría. Poppy tomó el suyo con un gesto resignado, dando un sorbo mientras observaba a los jugadores calentando. —Bien, estamos aquí. Ahora dime, ¿cuál es el plan? ¿Solo gritamos cada vez que alguien lanza el balón o hay una ciencia detrás de esto? Dean se rió y sacudió la cabeza. — No te preocupes, lo entenderás cuando el juego empiece. Solo siéntelo, Davies. La emoción, la tensión, el drama… —Hizo un gesto amplio con los brazos—. Es como una cacería, pero sin la parte de morir. Ella lo miró de reojo, divertida. — ¿Seguro? Porque esa multitud parece dispuesta a matar si su equipo pierde. Justo en ese momento, el sonido ensordecedor de la bocina hizo temblar el estadio, marcando el inicio del partido. La multitud rugió, Dean se puso de pie de un salto y Poppy se encogió ligeramente, aún tratando de entender qué demonios hacía allí. A medida que los minutos avanzaban, Poppy no podía evitar notar lo inmerso que estaba Dean. Gritaba, aplaudía, maldecía cuando el árbitro pitaba algo que no le gustaba, e incluso saltó cuando su equipo encestó un triple espectacular. —¡¿Has visto eso, Pomerania?! —exclamó, dándole un codazo amistoso. Ella parpadeó y se encogió de hombros. —Sí, alguien ha metido una pelota en un aro. Impactante. Dean soltó una carcajada y sacudió la cabeza. —Eres un caso perdido. Pero lo cierto era que, aunque no lo admitiera, Poppy empezaba a disfrutar el ambiente. Había una energía contagiosa en todo aquello, en la pasión de la gente y en la forma en que Dean se dejaba llevar por la emoción. Se sorprendió a sí misma inclinándose un poco hacia adelante cuando el marcador se puso parejo. Sabia que Dean vería a través de su desinterés fingido, y la encontraría ligeramente interesada, pero era algo que jamás aceptaría en voz alta.
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  • *el monstruo está hambriento. Esta noche, saldrá de cacería*
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  • '╭❥ -Nunca había temido por su identidad hasta ahora, debía ser más cuidadosa cuando saliera a sus investigaciones o cacerías, por lo que, ahora usaría un antifaz, incluso había pensando en portar máscara.-

    ¿Cómo fui tan descuidada?

    -Después de otra noche, llegó a su casa con una botella de tinto, la cual por supuesto bebería ella sola... Pues cuando su mente no estaba en el trabajo, debía pensar en lo que la lastimaba y sólo el alcohol calma a esas fieras voces dentro de su cabeza.-
    '╭❥ -Nunca había temido por su identidad hasta ahora, debía ser más cuidadosa cuando saliera a sus investigaciones o cacerías, por lo que, ahora usaría un antifaz, incluso había pensando en portar máscara.- ¿Cómo fui tan descuidada? -Después de otra noche, llegó a su casa con una botella de tinto, la cual por supuesto bebería ella sola... Pues cuando su mente no estaba en el trabajo, debía pensar en lo que la lastimaba y sólo el alcohol calma a esas fieras voces dentro de su cabeza.-
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  • El sol brillaba alto en el cielo cuando RJ llegó al río, cubierto de barro, sangre y el hedor de la cacería. No dudó ni un segundo antes de deshacerse de la camisa empapada de sudor y saltar al agua de un solo impulso.

    El impacto lo hizo jadear, un escalofrío recorriéndole la espalda mientras la corriente fresca se llevaba consigo el polvo, la sangre seca y el cansancio que pesaba sobre sus músculos. Había sido una cacería más difícil de lo esperado. La criatura lo había arrastrado entre la maleza, revolcándolo por la tierra húmeda hasta que logró acorralarla y acabar con ella. Ahora, con el agua envolviéndolo, finalmente podía respirar.

    Se pasó una mano por el cabello mojado y alzó la vista al cielo despejado. El canto de los pájaros rompía el silencio del bosque, y por primera vez en todo el día, RJ se permitió cerrar los ojos y disfrutar del momento.

    No duraría mucho. En cuanto saliera del agua, el sol volvería a abrasarle la piel, y tendría que seguir su camino, quizá con otro rastro que seguir. Pero por ahora, con la corriente refrescándolo y el murmullo del río rodeándolo, podía permitirse un respiro.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Rol3D
    El sol brillaba alto en el cielo cuando RJ llegó al río, cubierto de barro, sangre y el hedor de la cacería. No dudó ni un segundo antes de deshacerse de la camisa empapada de sudor y saltar al agua de un solo impulso. El impacto lo hizo jadear, un escalofrío recorriéndole la espalda mientras la corriente fresca se llevaba consigo el polvo, la sangre seca y el cansancio que pesaba sobre sus músculos. Había sido una cacería más difícil de lo esperado. La criatura lo había arrastrado entre la maleza, revolcándolo por la tierra húmeda hasta que logró acorralarla y acabar con ella. Ahora, con el agua envolviéndolo, finalmente podía respirar. Se pasó una mano por el cabello mojado y alzó la vista al cielo despejado. El canto de los pájaros rompía el silencio del bosque, y por primera vez en todo el día, RJ se permitió cerrar los ojos y disfrutar del momento. No duraría mucho. En cuanto saliera del agua, el sol volvería a abrasarle la piel, y tendría que seguir su camino, quizá con otro rastro que seguir. Pero por ahora, con la corriente refrescándolo y el murmullo del río rodeándolo, podía permitirse un respiro. #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Rol3D
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  • "Un brindis por las amistades de bar"
    Fandom Supernatural || OC
    Categoría Original


    ㅤㅤㅤㅤ"𝚄𝙽 𝙱𝚁𝙸𝙽𝙳𝙸𝚂 𝙿𝙾𝚁 𝙻𝙰𝚂 𝙰𝙼𝙸𝚂𝚃𝙰𝙳𝙴𝚂 𝙳𝙴 𝙱𝙰𝚁"
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ ᒍᥲxoᥒ ᙃoᥒoʋᥲᥒ



    Con el paso de los años, Dean había aprendido que mantener un perfil bajo era mucho más seguro que armar barullo en cada bar que encontrara en la carretera.

    Hacía bastante tiempo que la vida había obligado a Dean Winchester —por circunstancias que escapaban a su control— a sentar cabeza. De un modo totalmente disfuncional, altamente extraño y peligroso. Pero así era… No es que hubiera dejado las cacerías ni las largas investigaciones nocturnas, pero… había encontrado a alguien la mitad de loca que él como para compartir aquella vida.

    ¿La parte disfuncional? Digamos que nada en su vida era normal, absolutamente nada. Y la mujer que ahora vivía permanentemente en su cabeza y en su corazón era la versión adulta, venida del futuro, de la hija del recipiente humano de su mejor amigo ángel. Sí, así es. Puedo repetirlo de otro modo, pero no tendrá más sentido, os lo aseguro.

    Digamos que Claire Novak, recién llegada desde un futuro distópico e incierto, había aterrizado en aquel pasado que era el presente de los hermanos Winchester. Y traía una peligrosa y delicada misión entre manos: salvar su futuro. ¿Quién era Claire Novak? La hija de Jimmy… ¿Quién era Jimmy? El recipiente humano de Castiel, un ángel que, a esas alturas de la historia, se había convertido en un miembro más de la familia Winchester.

    Habían pasado semanas complicadas entre un caso y otro en sus ratos libres, preocupados además por rescatar a Mary Winchester de un universo alternativo que había sucumbido al apocalipsis a tiempo completo.

    Digamos que esa misión de rescate fue mucho más complicada de lo que esperaban y que, tras arduas semanas, al fin tenía algo que celebrar. Y mucho en lo que pensar. Incapaz de disfrutar de las pequeñas victorias, el cerebro del Winchester siempre viajaba a toda velocidad. Aunque atrapado en otro universo, Dean sabía que Miguel seguía siendo un problema. Lucifer, atrapado con aquella versión de su hermano, querría venganza… Como os digo, el cerebro de Dean no paraba en ningún momento.

    Pero aquella noche… Aquella noche pareció que su cerebro le concedió un respiro. Tras una más que larga y exhaustiva cacería en Reno, se había duchado, pagado la habitación del motel y vuelto a ponerse en marcha. A esas alturas de su vida, conocía cada carretera del país. Los Estados Unidos ya no tenían secretos para él. Horas después, en lugar de buscar un lugar donde cenar en condiciones, había aparcado en el parking de un bar de carretera cualquiera. De esos bares pequeños donde la música suena en directo, el whisky es barato pero bueno, y la clientela se divide entre habituales y viajeros de paso: moteros, camioneros, viajantes…

    Tras algunas copas de whisky, y aprovechando el micrófono abierto de aquella noche especial, Dean Winchester había terminado subido al pequeño escenario, micrófono en mano, rodeado de aquella banda que parecía reunirse solamente los sábados por la noche para tocar en aquel local. Algo que Dean no se imaginaba volver a hacer, ciertamente. No desde el bochorno del karaoke cuando la Marca de Caín lo obligó a ir de andanzas con Crowley. Pero, a pesar de todo lo que tenía sobre los hombros, Dean fue capaz de disfrutar de aquella experiencia. Le gustaba cantar; los años atormentando a Sam cantando a viva voz en el coche lo demostraban. Pero nunca lo había hecho en público…

    𝐼𝑛𝑠𝑝𝑖𝑟𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛: https://www.youtube.com/watch?v=uUq6Mo9tjgI


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #Supernatural #DeanWinchester
    ㅤ ㅤ ㅤㅤㅤㅤ"𝚄𝙽 𝙱𝚁𝙸𝙽𝙳𝙸𝚂 𝙿𝙾𝚁 𝙻𝙰𝚂 𝙰𝙼𝙸𝚂𝚃𝙰𝙳𝙴𝚂 𝙳𝙴 𝙱𝙰𝚁" ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [Jaxon1] ㅤ Con el paso de los años, Dean había aprendido que mantener un perfil bajo era mucho más seguro que armar barullo en cada bar que encontrara en la carretera. Hacía bastante tiempo que la vida había obligado a Dean Winchester —por circunstancias que escapaban a su control— a sentar cabeza. De un modo totalmente disfuncional, altamente extraño y peligroso. Pero así era… No es que hubiera dejado las cacerías ni las largas investigaciones nocturnas, pero… había encontrado a alguien la mitad de loca que él como para compartir aquella vida. ¿La parte disfuncional? Digamos que nada en su vida era normal, absolutamente nada. Y la mujer que ahora vivía permanentemente en su cabeza y en su corazón era la versión adulta, venida del futuro, de la hija del recipiente humano de su mejor amigo ángel. Sí, así es. Puedo repetirlo de otro modo, pero no tendrá más sentido, os lo aseguro. Digamos que Claire Novak, recién llegada desde un futuro distópico e incierto, había aterrizado en aquel pasado que era el presente de los hermanos Winchester. Y traía una peligrosa y delicada misión entre manos: salvar su futuro. ¿Quién era Claire Novak? La hija de Jimmy… ¿Quién era Jimmy? El recipiente humano de Castiel, un ángel que, a esas alturas de la historia, se había convertido en un miembro más de la familia Winchester. Habían pasado semanas complicadas entre un caso y otro en sus ratos libres, preocupados además por rescatar a Mary Winchester de un universo alternativo que había sucumbido al apocalipsis a tiempo completo. Digamos que esa misión de rescate fue mucho más complicada de lo que esperaban y que, tras arduas semanas, al fin tenía algo que celebrar. Y mucho en lo que pensar. Incapaz de disfrutar de las pequeñas victorias, el cerebro del Winchester siempre viajaba a toda velocidad. Aunque atrapado en otro universo, Dean sabía que Miguel seguía siendo un problema. Lucifer, atrapado con aquella versión de su hermano, querría venganza… Como os digo, el cerebro de Dean no paraba en ningún momento. Pero aquella noche… Aquella noche pareció que su cerebro le concedió un respiro. Tras una más que larga y exhaustiva cacería en Reno, se había duchado, pagado la habitación del motel y vuelto a ponerse en marcha. A esas alturas de su vida, conocía cada carretera del país. Los Estados Unidos ya no tenían secretos para él. Horas después, en lugar de buscar un lugar donde cenar en condiciones, había aparcado en el parking de un bar de carretera cualquiera. De esos bares pequeños donde la música suena en directo, el whisky es barato pero bueno, y la clientela se divide entre habituales y viajeros de paso: moteros, camioneros, viajantes… Tras algunas copas de whisky, y aprovechando el micrófono abierto de aquella noche especial, Dean Winchester había terminado subido al pequeño escenario, micrófono en mano, rodeado de aquella banda que parecía reunirse solamente los sábados por la noche para tocar en aquel local. Algo que Dean no se imaginaba volver a hacer, ciertamente. No desde el bochorno del karaoke cuando la Marca de Caín lo obligó a ir de andanzas con Crowley. Pero, a pesar de todo lo que tenía sobre los hombros, Dean fue capaz de disfrutar de aquella experiencia. Le gustaba cantar; los años atormentando a Sam cantando a viva voz en el coche lo demostraban. Pero nunca lo había hecho en público… 𝐼𝑛𝑠𝑝𝑖𝑟𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛: https://www.youtube.com/watch?v=uUq6Mo9tjgI #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #Supernatural #DeanWinchester
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