• Encargándose de la secta mientras el segundo maestro se encuentra ausente por la cacería.

    No sabía que hay tantos papeles que revisar...y además de las entradas de dinero ..no tengo idea como administrar todo esto...deberíamos de comprar más semillas?
    Encargándose de la secta mientras el segundo maestro se encuentra ausente por la cacería. No sabía que hay tantos papeles que revisar...y además de las entradas de dinero ..no tengo idea como administrar todo esto...deberíamos de comprar más semillas?
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  • ☬༒𝐍𝐄𝐖𝐒༒☬

    ── 𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐝𝐢𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐯𝐞𝐨 𝐚𝐡í 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐑𝐲𝐚𝐧.
    ── 𝐌𝐞 𝐭𝐞𝐦𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢, 𝐦𝐢 𝐬𝐞ñ𝐨𝐫.
    ── ... 𝐌𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚.





    Habían pasado ya varios días desde que Kiev despertó, y su recuperación había culminado por completo. El bastón que en algún momento sostuvo para mantenerse en pie ya no era necesario. Era natural que retomara sus funciones como jefe: asistir a reuniones, presentarse en galas organizadas para sellar acuerdos, revisar los informes sobre importación de mercancía, supervisar los puertos, mantener en orden la seguridad interna y asegurarse de que ningún cabrón metiera mano donde no debía. Todo ello le tomó tiempo.

    Con la memoria aún fragmentada, no lograba reconocer los rostros de aquellos con quienes había firmado tratados o sellado alianzas en el pasado. Se vio obligado a ponerse al día a través de informes, fotografías, nombres, datos, detalles. Memorizar lo que alguna vez conoció de memoria. El proceso era pesado, pero no podía darse el lujo de delegar por completo. No si quería conservar el control. No si quería reclamar lo que le pertenecía.

    El italiano había sido de gran ayuda en su momento, y poco a poco logró recuperar su independencia, enfrentar los deberes solo. Fue estresante, sí. Pero, eventualmente, todo comenzó a tomar nuevamente su ritmo.

    Dejó que Ryan viajara a Italia para cerrar una alianza que, desde su punto de vista, no le ofrecía ningún beneficio. Especialmente cuando tenía en mente expandirse aún más. La decisión provocó una discusión feroz con el italiano. Pero no había vuelta atrás. O los sacaba de su camino, o terminaría arrastrándolos con él hasta el fondo del fango. ¿Cruel? Tal vez. ¿Innecesario? En absoluto. Las mafias se movían por beneficios. Y él no era la excepción.

    Sobre todo cuando debía volver a Rusia a reclamar aquello que su padre le había dejado como "herencia". Claro, como si matarlo y clavar su cabeza en una pared como trofeo no fuera lo suficiente después de matarlo. Una sugerencia que, por supuesto, vino de ese rubio y que se hizo. ¿Quién estaba más loco?

    La ausencia del "zar" había dejado un vacío de poder. Un desequilibrio que Kiev sabía debía corregir. Si él no tomaba ese trono, si no se aferraba a su sangre como justificación, aparecerían otros perros callejeros disfrazados de pastores. Y entonces comenzaría una nueva cacería. Una por su cabeza, por la de Ryan, y la de Rubí.

    No esperaba que Ryan lo entendiera. El italiano tenía suficiente caos sobre sus hombros, intentando resistir los embates constantes de la mafia Di Conti.

    Lo que no esperaba, bajo ninguna circunstancia, era encender la televisión y encontrarlo allí. En las noticias. En un reportaje de anoche. Junto a un pelinegro, rodeado de patrullas policiales frente a… ¿una petshop?

    Soltó un suspiro. Una mezcla entre cansancio, incredulidad y una frustración creciente que le subió por la espalda como un escalofrío. Llevó el cigarro a los labios, dejó que el humo escapara lento mientras la noticia seguía desarrollándose en la pantalla.

    "Pelea de bandas dentro de una petshop. Varios muertos."
    El título en mayúsculas le parecía un chiste de mal gusto.

    Las cámaras enfocaban el caos en el fondo, pero él no tenía ojos para eso. Sus ojos estaban fijos en la figura que abandonaba la escena con total impunidad. Ryan, caminando con un chico al lado, ambos cargando bolsas de… ¿comida para mascotas?

    Su teléfono vibró.

    "Por fin pude hacer que esta gata comiera. Ya casi llego. Estoy llevando a Hanna."

    Kiev cerró los ojos, llevándose una mano al rostro.

    ¿Entonces todo esto… todo esto, era por comida para la gata?
    ☬༒𝐍𝐄𝐖𝐒༒☬ ── 𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐝𝐢𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐯𝐞𝐨 𝐚𝐡í 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐑𝐲𝐚𝐧. ── 𝐌𝐞 𝐭𝐞𝐦𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢, 𝐦𝐢 𝐬𝐞ñ𝐨𝐫. ── ... 𝐌𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚. Habían pasado ya varios días desde que Kiev despertó, y su recuperación había culminado por completo. El bastón que en algún momento sostuvo para mantenerse en pie ya no era necesario. Era natural que retomara sus funciones como jefe: asistir a reuniones, presentarse en galas organizadas para sellar acuerdos, revisar los informes sobre importación de mercancía, supervisar los puertos, mantener en orden la seguridad interna y asegurarse de que ningún cabrón metiera mano donde no debía. Todo ello le tomó tiempo. Con la memoria aún fragmentada, no lograba reconocer los rostros de aquellos con quienes había firmado tratados o sellado alianzas en el pasado. Se vio obligado a ponerse al día a través de informes, fotografías, nombres, datos, detalles. Memorizar lo que alguna vez conoció de memoria. El proceso era pesado, pero no podía darse el lujo de delegar por completo. No si quería conservar el control. No si quería reclamar lo que le pertenecía. El italiano había sido de gran ayuda en su momento, y poco a poco logró recuperar su independencia, enfrentar los deberes solo. Fue estresante, sí. Pero, eventualmente, todo comenzó a tomar nuevamente su ritmo. Dejó que Ryan viajara a Italia para cerrar una alianza que, desde su punto de vista, no le ofrecía ningún beneficio. Especialmente cuando tenía en mente expandirse aún más. La decisión provocó una discusión feroz con el italiano. Pero no había vuelta atrás. O los sacaba de su camino, o terminaría arrastrándolos con él hasta el fondo del fango. ¿Cruel? Tal vez. ¿Innecesario? En absoluto. Las mafias se movían por beneficios. Y él no era la excepción. Sobre todo cuando debía volver a Rusia a reclamar aquello que su padre le había dejado como "herencia". Claro, como si matarlo y clavar su cabeza en una pared como trofeo no fuera lo suficiente después de matarlo. Una sugerencia que, por supuesto, vino de ese rubio y que se hizo. ¿Quién estaba más loco? La ausencia del "zar" había dejado un vacío de poder. Un desequilibrio que Kiev sabía debía corregir. Si él no tomaba ese trono, si no se aferraba a su sangre como justificación, aparecerían otros perros callejeros disfrazados de pastores. Y entonces comenzaría una nueva cacería. Una por su cabeza, por la de Ryan, y la de Rubí. No esperaba que Ryan lo entendiera. El italiano tenía suficiente caos sobre sus hombros, intentando resistir los embates constantes de la mafia Di Conti. Lo que no esperaba, bajo ninguna circunstancia, era encender la televisión y encontrarlo allí. En las noticias. En un reportaje de anoche. Junto a un pelinegro, rodeado de patrullas policiales frente a… ¿una petshop? Soltó un suspiro. Una mezcla entre cansancio, incredulidad y una frustración creciente que le subió por la espalda como un escalofrío. Llevó el cigarro a los labios, dejó que el humo escapara lento mientras la noticia seguía desarrollándose en la pantalla. "Pelea de bandas dentro de una petshop. Varios muertos." El título en mayúsculas le parecía un chiste de mal gusto. Las cámaras enfocaban el caos en el fondo, pero él no tenía ojos para eso. Sus ojos estaban fijos en la figura que abandonaba la escena con total impunidad. Ryan, caminando con un chico al lado, ambos cargando bolsas de… ¿comida para mascotas? Su teléfono vibró. "Por fin pude hacer que esta gata comiera. Ya casi llego. Estoy llevando a Hanna." Kiev cerró los ojos, llevándose una mano al rostro. ¿Entonces todo esto… todo esto, era por comida para la gata?
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  • - ¡Groar!

    Entierra a cada uno de los guerreros de esa tribu que intentaron darle caza, cada cuerpo con sus armas sin excepción, tal como su cultura indicaba, en un sitio apartado, lejos de carroñeros y saqueadores.

    Sólo siente orgullo por el único que logró atravesar con una lanza su vientre, lastimosamente, no fue suficiente, les dio toda clase de advertencias que no se metieran en su trabajo, casi nadie sobrevive a la cacería de infestados, aun que sobrevivan siempre habrá posibilidad de infección y que se repita la masacre.

    Arranca la punta de esa lanza de su vientre, un guerrero cazador demasiado joven e imprudente siguiendo adultos tercos, se desperdicio según los instintos de Chroma, Hayden solo suspira por el destino de estos pobres diablos que comenzaron siendo sus enemigos pero inclusive prestaron su fuerza para terminar de cazar a la mente del enjambre.

    Posteriormente, antes del amanecer dejar un pequeño detalle en la entrada de ese asentamiento, donde percibía el aroma de origen de estos cazadores, un enorme tributo en carne, piel, huesos y los collares de los cazadores para que ellos supieran que fueron enterrados dignamente.
    - ¡Groar! Entierra a cada uno de los guerreros de esa tribu que intentaron darle caza, cada cuerpo con sus armas sin excepción, tal como su cultura indicaba, en un sitio apartado, lejos de carroñeros y saqueadores. Sólo siente orgullo por el único que logró atravesar con una lanza su vientre, lastimosamente, no fue suficiente, les dio toda clase de advertencias que no se metieran en su trabajo, casi nadie sobrevive a la cacería de infestados, aun que sobrevivan siempre habrá posibilidad de infección y que se repita la masacre. Arranca la punta de esa lanza de su vientre, un guerrero cazador demasiado joven e imprudente siguiendo adultos tercos, se desperdicio según los instintos de Chroma, Hayden solo suspira por el destino de estos pobres diablos que comenzaron siendo sus enemigos pero inclusive prestaron su fuerza para terminar de cazar a la mente del enjambre. Posteriormente, antes del amanecer dejar un pequeño detalle en la entrada de ese asentamiento, donde percibía el aroma de origen de estos cazadores, un enorme tributo en carne, piel, huesos y los collares de los cazadores para que ellos supieran que fueron enterrados dignamente.
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  • Claire se sentó en su banco favorito de la cocina del bunker, con una taza de café entre las manos frías, (a pesar de que el tiempo cada vez era mas cálido, y la temperatura del bunker siempre era agradable), como si el humeante liquido pudiera caldear algo mas que sus dedos. Sus ojos azules paseaban de forma distraída por la estancia, sin poner atención en nada, hasta llegar a la madera había bajo el vaso. La mesa de madera estaba rayada, marcada por años de cacerías, investigaciones, y conversaciones a media noche. Era un lugar seguro. Familiar.

    El reloj marcaba las tres de la mañana. Todo el bunker estaba en silencio. Sam estaba en la biblioteca, como siempre, rodeado de libros aunque Claire intuía que ya no podia encontrar nada nuevo en ellos. Dean… Dean dormía. Todavía estaba vivo. Respirando. Bromeando. Quejándose de las verduras, de que necesitaba comer como lo que era, un cazador. Y Claire lo miraba con el peso de su misión como si pudiera desvanecerse en cualquier momento.

    Porque lo haría. Si no intervenía, lo haría.

    Había regresado del futuro por él. No por el mundo, no por una causa grandiosa, sino por una sola vida. La suya. Dean Winchester: quien había sido su ancla cuando todo su mundo se había venido abajo. Que la había salvado sin pedir nada a cambio, demasiadas veces. Y recibiendo poco mas que desprecio. Y ella… ella había fallado. En su tiempo, no había sido suficiente.

    Pero ahora tenía otra oportunidad. Un giro raro del destino, un ritual encontrado por casualidad, mucha desesperación, y un precio que aún no terminaba de entender. No importaba. Ella no necesitaba entender la magia. Solo necesitaba una oportunidad.

    Claire no era la joven adolescente que vivía su vida en aquel tiempo ajena a su futuro. El brillo juvenil en sus ojos se había transformado en algo más frío. Era una cazadora ahora. Una guerrera del tiempo. Y también una hija, una hermana, y desgraciadamente la única superviviente.

    "𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑑𝑢𝑐𝑒 𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑜, ¿𝑛𝑜?" murmuró para sí misma. "𝑈𝑛𝑎 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑠𝑖𝑜́𝑛. 𝑈𝑛 𝑚𝑜𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜."

    Pensó en Castiel y en su padre. En la niña que alguna vez fue, furiosa con el mundo, buscando algo a lo que aferrarse. Ahora, ese “algo” era Dean. No porque fuera perfecto (porque no lo era), sino porque había intentado serlo, una y otra vez. Porque cargaba el peso de todos, y nadie parecía ver cuánto le costaba.

    Claire exhaló un suspiro. Se levantó lentamente, dejando la taza sobre la mesa. No tenía todas las respuestas. No sabía si salvar a Dean tendría el efecto que ella esperaba. Pero sí sabía una cosa:

    No pensaba volver a fracasar.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #ClaireNovak
    Claire se sentó en su banco favorito de la cocina del bunker, con una taza de café entre las manos frías, (a pesar de que el tiempo cada vez era mas cálido, y la temperatura del bunker siempre era agradable), como si el humeante liquido pudiera caldear algo mas que sus dedos. Sus ojos azules paseaban de forma distraída por la estancia, sin poner atención en nada, hasta llegar a la madera había bajo el vaso. La mesa de madera estaba rayada, marcada por años de cacerías, investigaciones, y conversaciones a media noche. Era un lugar seguro. Familiar. El reloj marcaba las tres de la mañana. Todo el bunker estaba en silencio. Sam estaba en la biblioteca, como siempre, rodeado de libros aunque Claire intuía que ya no podia encontrar nada nuevo en ellos. Dean… Dean dormía. Todavía estaba vivo. Respirando. Bromeando. Quejándose de las verduras, de que necesitaba comer como lo que era, un cazador. Y Claire lo miraba con el peso de su misión como si pudiera desvanecerse en cualquier momento. Porque lo haría. Si no intervenía, lo haría. Había regresado del futuro por él. No por el mundo, no por una causa grandiosa, sino por una sola vida. La suya. Dean Winchester: quien había sido su ancla cuando todo su mundo se había venido abajo. Que la había salvado sin pedir nada a cambio, demasiadas veces. Y recibiendo poco mas que desprecio. Y ella… ella había fallado. En su tiempo, no había sido suficiente. Pero ahora tenía otra oportunidad. Un giro raro del destino, un ritual encontrado por casualidad, mucha desesperación, y un precio que aún no terminaba de entender. No importaba. Ella no necesitaba entender la magia. Solo necesitaba una oportunidad. Claire no era la joven adolescente que vivía su vida en aquel tiempo ajena a su futuro. El brillo juvenil en sus ojos se había transformado en algo más frío. Era una cazadora ahora. Una guerrera del tiempo. Y también una hija, una hermana, y desgraciadamente la única superviviente. "𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑑𝑢𝑐𝑒 𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑜, ¿𝑛𝑜?" murmuró para sí misma. "𝑈𝑛𝑎 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑠𝑖𝑜́𝑛. 𝑈𝑛 𝑚𝑜𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜." Pensó en Castiel y en su padre. En la niña que alguna vez fue, furiosa con el mundo, buscando algo a lo que aferrarse. Ahora, ese “algo” era Dean. No porque fuera perfecto (porque no lo era), sino porque había intentado serlo, una y otra vez. Porque cargaba el peso de todos, y nadie parecía ver cuánto le costaba. Claire exhaló un suspiro. Se levantó lentamente, dejando la taza sobre la mesa. No tenía todas las respuestas. No sabía si salvar a Dean tendría el efecto que ella esperaba. Pero sí sabía una cosa: No pensaba volver a fracasar. #Personajes3D #3D #Comunidad3D #ClaireNovak
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  • *suspira levemente dejando salir una nube de humo de cigarrillo, su expresión se nota cansada mientras te observa fijamente a los ojos*

    - Que haces aquí?... Pensé que ya habíamos hablado sobre salir a estas horas... Sabes que es mi momento de cacería
    *suspira levemente dejando salir una nube de humo de cigarrillo, su expresión se nota cansada mientras te observa fijamente a los ojos* - Que haces aquí?... Pensé que ya habíamos hablado sobre salir a estas horas... Sabes que es mi momento de cacería
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  • —Solo es otro tipo de cacería…

    Los que fuimos forjados para esto no nos detenemos a contemplar.

    Un cazador está hecho para cazar.
    —Solo es otro tipo de cacería… Los que fuimos forjados para esto no nos detenemos a contemplar. Un cazador está hecho para cazar.
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  • — Mi cabeza.

    Tantas explosiones cercanas y los eventos que involucraban con la cacería a la cabeza de Chroma, sin embargo, resuena ese terrible consejo.

    "No se detendrán, se un monstruo, dales un verdadero motivo para temerte."

    — Teshin, no lo aprobaría.

    Nuevamente se echa un poco más de agua sobre su propio rostro.
    — Mi cabeza. Tantas explosiones cercanas y los eventos que involucraban con la cacería a la cabeza de Chroma, sin embargo, resuena ese terrible consejo. "No se detendrán, se un monstruo, dales un verdadero motivo para temerte." — Teshin, no lo aprobaría. Nuevamente se echa un poco más de agua sobre su propio rostro.
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  • El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba.

    Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio.

    A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin.

    Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado.

    El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero.

    Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal.

    Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más.

    Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera.

    Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
    El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba. Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio. A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin. Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado. El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero. Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal. Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más. Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera. Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
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  • Que falta de respeto con una dama

    -apreto el puño con furia observándolo meditativa ¿Cómo termino en aquel infierno? Parece no ser su hogar.... Suspiro cruzando los brazos por debajo de su pecho -

    Dónde está alastor? Tiene permitido iniciar la cacería de perros demoníacos
    Que falta de respeto con una dama -apreto el puño con furia observándolo meditativa ¿Cómo termino en aquel infierno? Parece no ser su hogar.... Suspiro cruzando los brazos por debajo de su pecho - Dónde está alastor? Tiene permitido iniciar la cacería de perros demoníacos
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  • Dean Winchester se apoyó contra la fría encimera de la cocina del búnker, dejando escapar un suspiro satisfecho. El aroma de las tortitas recién hechas flotaba en el aire, una mezcla tentadora de masa dorada, mantequilla derretida y un toque de jarabe de arce. Había pasado un día largo, entre cacerías y viejos grimorios, y lo único que deseaba en ese momento era una buena comida y un batido bien frío.

    Abrió la nevera con un movimiento automático, como si ese rincón del búnker se hubiera convertido en un refugio tan familiar como el Impala. La luz amarillenta iluminó el interior desordenado: botellas medio vacías de condimentos, un par de batidos artesanales que Sam había comprado, y restos de pizza de alguna noche anterior. Dean frunció el ceño, escudriñando entre los estantes, empujando a un lado un tarro de pepinillos y un envase olvidado de yogur que había visto mejores días.

    —Vamos, tiene que haber algo más por aquí... —murmuró para sí mismo, mientras sus dedos tamborileaban impacientes sobre el metal helado.

    Finalmente, encontró lo que buscaba: un batido de chocolate perfectamente frío. Lo sacó con un gesto triunfal, cerrando la puerta de la nevera con la cadera. El sonido característico del líquido agitándose en el envase le arrancó una pequeña sonrisa de satisfacción.

    Se sentó a la mesa, dejando el batido a su derecha y las tortitas frente a él. Por un momento, el búnker, con sus paredes de hierro y su historia sombría, se sintió acogedor. Dean tomó el primer bocado, cerrando los ojos brevemente mientras el sabor le llenaba la boca. Era un instante de paz, raro y precioso, en medio del caos.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Dean Winchester se apoyó contra la fría encimera de la cocina del búnker, dejando escapar un suspiro satisfecho. El aroma de las tortitas recién hechas flotaba en el aire, una mezcla tentadora de masa dorada, mantequilla derretida y un toque de jarabe de arce. Había pasado un día largo, entre cacerías y viejos grimorios, y lo único que deseaba en ese momento era una buena comida y un batido bien frío. Abrió la nevera con un movimiento automático, como si ese rincón del búnker se hubiera convertido en un refugio tan familiar como el Impala. La luz amarillenta iluminó el interior desordenado: botellas medio vacías de condimentos, un par de batidos artesanales que Sam había comprado, y restos de pizza de alguna noche anterior. Dean frunció el ceño, escudriñando entre los estantes, empujando a un lado un tarro de pepinillos y un envase olvidado de yogur que había visto mejores días. —Vamos, tiene que haber algo más por aquí... —murmuró para sí mismo, mientras sus dedos tamborileaban impacientes sobre el metal helado. Finalmente, encontró lo que buscaba: un batido de chocolate perfectamente frío. Lo sacó con un gesto triunfal, cerrando la puerta de la nevera con la cadera. El sonido característico del líquido agitándose en el envase le arrancó una pequeña sonrisa de satisfacción. Se sentó a la mesa, dejando el batido a su derecha y las tortitas frente a él. Por un momento, el búnker, con sus paredes de hierro y su historia sombría, se sintió acogedor. Dean tomó el primer bocado, cerrando los ojos brevemente mientras el sabor le llenaba la boca. Era un instante de paz, raro y precioso, en medio del caos. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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