• Zwëihanherz Rising Sun
    Fandom Zwëihanherz: Rising Sun
    Categoría Otros
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido.
    ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba.
    ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior.
    ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa.
    ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara.
    ​El Cairo: El Viaje Comienza
    ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento.
    ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano.
    ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada.
    ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta.
    ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible.
    ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo.
    ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos.
    ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo.
    ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente.
    ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido. ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba. ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior. ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa. ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara. ​El Cairo: El Viaje Comienza ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento. ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano. ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada. ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta. ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible. ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo. ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos. ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo. ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente. ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
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    [Bitácoras de sueños]

    He visto este sueño con más frecuencia:

    Dos amigos que eligieron la distancia, creyendo que así evitarían el dolor. No entienden que el amor, cuando es verdadero, no necesita cumplirse para existir; basta con haberse reconocido, aunque sea por un instante.

    En su silencio compartido hay más verdad que en mil promesas. Quizá algún día, en mis dominios, vuelvan a encontrarse… no para amarse, pero si para recordar que alguna vez lo evitaron.

    [Agrega una nota: "No fue desamor lo que los separó, sino el miedo a descubrirse reflejados en los ojos del otro..."]
    [Bitácoras de sueños] He visto este sueño con más frecuencia: Dos amigos que eligieron la distancia, creyendo que así evitarían el dolor. No entienden que el amor, cuando es verdadero, no necesita cumplirse para existir; basta con haberse reconocido, aunque sea por un instante. En su silencio compartido hay más verdad que en mil promesas. Quizá algún día, en mis dominios, vuelvan a encontrarse… no para amarse, pero si para recordar que alguna vez lo evitaron. [Agrega una nota: "No fue desamor lo que los separó, sino el miedo a descubrirse reflejados en los ojos del otro..."]
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  • Damien Voss

    Dispositivo de entrada 2.5

    Status: En progreso
    Fecha de actualización: xx-xx-xxxx
    Tiempo última modificación: 02:28:44
    Departamento: 043
    ----------------------------
    ----------[Error V/.08]-------

    <<Ingresar el método de medición alternativo

    Esto era la ventana que emergía del dispositivo de Lily al intentar configurar el nuevo termómetro para los drones de exploración. Hasta donde ella había trabajado solo había dos métodos de medición estándar, por lo que fue una desagradable y frustrante sorpresa la indicación del sistema para poder seguir haciendo las pruebas.

    —Damien...— culpó de inmediato a su colega llevando ambas manos a cubrir sus ojos dejando caer su cabeza hacia atrás. Era claro que él hizo la modificación hace más de dos horas y no le informó. —¿Podrías ser más considerado y menos egoísta? — dijo en voz suave y calma aún que claramente se notaba su disgusto.

    Dió un brinco de su silla para dirigirse al fondo del taller examinar la bitácora digital de seguimiento. Aún no se subían los datos así que por ley debía estar ese registro en la bitácora física, la busco en cada gabinete y compartimento del pequeño estudio montado dentro del taller, nada encontró, así que fue a la cápsula siguiente donde se encontraban los archivos impreso y tampoco consiguió éxito alguno.

    —"No molestes con preguntas hasta mañana." — arremedó la indicación del rubio cuando terminó la jornada de investigación hace una hora. —Eres ventajoso y no te lo permitiré...—

    Con decisión y una mirada traviesa de alguien que trama su plan atrevido se dirigió hasta el área de los dormitorios quedando justo enfrente del dormitorio del rubio.

    Observó el cerrojo digital, la luz cálida intermitente indicaba que la habitación estaba vacía.

    —Estoy de suerte - mordió su labio inferior sonriendo sin miedo a nada, deslizar la "llave maestra" que le permitirá acceso a casi cualquier área, tarjeta digital que ella misma configuró, se trataba de una práctica incorrecta no obstante su deber ser era obtener esa bitácora física y regresarla al lugar correcto. Conocía tan bien a Damien que no dudaba que la tuviera guardada en su habitación para usar de soporte tan valiosa libreta cuando venía una brillante idea a su mente.

    *Pimp* el acceso fue permitido, escaneo con la mirada aquella perfecta habitación, creía que podía estar a la vista lo que buscaba, lo cual habría hecho la tarea más fácil.

    —Tu me has obligado a ésto. — con cuidado comenzó a revisar, cajón por cajón, compartimento por compartimento, y cada mueble que sugiriera un escondite para la bitácora hasta que llegó a los cajones secretos, saco un maletín de piel que guardaba libros , lo abrió para dejar caer el contenido en la cama y examinar mejor, que equivocada estaba al pensar que escondía la bitácora ahí, la chica se sonrojó con lo que veía.

    ¿Atrevidas revistas con modelos? ¿Fotos indecorosas de personas reales? ¿Algún cómic erótico? No, nada de eso. Eran títulos de libros escritos por sexólogos para tener un amplio conocimiento y satisfacción al consumir el acto con una pareja. Definitivamente no era algo que quisiera saber de su colega y en ese momento supo que cruzó demasiado los límites, ya no podría verlo de la misma manera después de esta invasión a un lado muy íntimo.

    Con torpeza y nerviosismo tomo el primer libro para regresarlo al estuche pero no pudo evitar leer el título tan intrigante, claramente era un libro que revelaba los puntos más sensibles de pies a cabeza en el cuerpo femenino, los superficiales y los internos.
    [shadow_crimson_cow_904] Dispositivo de entrada 2.5 Status: En progreso Fecha de actualización: xx-xx-xxxx Tiempo última modificación: 02:28:44 Departamento: 043 ---------------------------- ----------[Error V/.08]------- <<Ingresar el método de medición alternativo Esto era la ventana que emergía del dispositivo de Lily al intentar configurar el nuevo termómetro para los drones de exploración. Hasta donde ella había trabajado solo había dos métodos de medición estándar, por lo que fue una desagradable y frustrante sorpresa la indicación del sistema para poder seguir haciendo las pruebas. —Damien...— culpó de inmediato a su colega llevando ambas manos a cubrir sus ojos dejando caer su cabeza hacia atrás. Era claro que él hizo la modificación hace más de dos horas y no le informó. —¿Podrías ser más considerado y menos egoísta? — dijo en voz suave y calma aún que claramente se notaba su disgusto. Dió un brinco de su silla para dirigirse al fondo del taller examinar la bitácora digital de seguimiento. Aún no se subían los datos así que por ley debía estar ese registro en la bitácora física, la busco en cada gabinete y compartimento del pequeño estudio montado dentro del taller, nada encontró, así que fue a la cápsula siguiente donde se encontraban los archivos impreso y tampoco consiguió éxito alguno. —"No molestes con preguntas hasta mañana." — arremedó la indicación del rubio cuando terminó la jornada de investigación hace una hora. —Eres ventajoso y no te lo permitiré...— Con decisión y una mirada traviesa de alguien que trama su plan atrevido se dirigió hasta el área de los dormitorios quedando justo enfrente del dormitorio del rubio. Observó el cerrojo digital, la luz cálida intermitente indicaba que la habitación estaba vacía. —Estoy de suerte - mordió su labio inferior sonriendo sin miedo a nada, deslizar la "llave maestra" que le permitirá acceso a casi cualquier área, tarjeta digital que ella misma configuró, se trataba de una práctica incorrecta no obstante su deber ser era obtener esa bitácora física y regresarla al lugar correcto. Conocía tan bien a Damien que no dudaba que la tuviera guardada en su habitación para usar de soporte tan valiosa libreta cuando venía una brillante idea a su mente. *Pimp* el acceso fue permitido, escaneo con la mirada aquella perfecta habitación, creía que podía estar a la vista lo que buscaba, lo cual habría hecho la tarea más fácil. —Tu me has obligado a ésto. — con cuidado comenzó a revisar, cajón por cajón, compartimento por compartimento, y cada mueble que sugiriera un escondite para la bitácora hasta que llegó a los cajones secretos, saco un maletín de piel que guardaba libros , lo abrió para dejar caer el contenido en la cama y examinar mejor, que equivocada estaba al pensar que escondía la bitácora ahí, la chica se sonrojó con lo que veía. ¿Atrevidas revistas con modelos? ¿Fotos indecorosas de personas reales? ¿Algún cómic erótico? No, nada de eso. Eran títulos de libros escritos por sexólogos para tener un amplio conocimiento y satisfacción al consumir el acto con una pareja. Definitivamente no era algo que quisiera saber de su colega y en ese momento supo que cruzó demasiado los límites, ya no podría verlo de la misma manera después de esta invasión a un lado muy íntimo. Con torpeza y nerviosismo tomo el primer libro para regresarlo al estuche pero no pudo evitar leer el título tan intrigante, claramente era un libro que revelaba los puntos más sensibles de pies a cabeza en el cuerpo femenino, los superficiales y los internos.
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  • —... Hoy nuevamente he ido de compras a la pequeña ciudad de Larisa. Me parece curioso lo fácil que ha sido integrarme entre los habitantes, aunque si lo pienso detenidamente son gente muy cálida y trabajadora. Me llama mucho la atención que a solo dos semanas de haber llegado a este sitio, mi presencia no parece alterar para nada el curso normal de la línea espacio-tiempo. Oh, casi olvido mencionar... esta mañana nuevamente visité el puesto de frutas de la catedral y la dueña por segunda ocasión insistió regalarme parte de la compra... su excusa esta vez fue un poco confusa, pero vaya que es una dama muy especial, me cuesta entenderle pero aún así es muy amable.
    Mas tarde planeo recorrer un poco las costas, aunque la energía retrograda es baja, presiento que pronto habrá algo de actividad en este lugar... solo espero que mi espada sea sificiente para cuidar de todos...—

    Izuminokami kanesada
    Día 4, semana 3, mes 8, año 480 a.c Grecia.

    El ultimo trazo dibujado sobre el papel se detuvo, mientras su autor tomaba una bocanada de aire, antes de soltar el bolígrafo, cerrando seguidamente la portada de su bitácora personal.
    —... Hoy nuevamente he ido de compras a la pequeña ciudad de Larisa. Me parece curioso lo fácil que ha sido integrarme entre los habitantes, aunque si lo pienso detenidamente son gente muy cálida y trabajadora. Me llama mucho la atención que a solo dos semanas de haber llegado a este sitio, mi presencia no parece alterar para nada el curso normal de la línea espacio-tiempo. Oh, casi olvido mencionar... esta mañana nuevamente visité el puesto de frutas de la catedral y la dueña por segunda ocasión insistió regalarme parte de la compra... su excusa esta vez fue un poco confusa, pero vaya que es una dama muy especial, me cuesta entenderle pero aún así es muy amable. Mas tarde planeo recorrer un poco las costas, aunque la energía retrograda es baja, presiento que pronto habrá algo de actividad en este lugar... solo espero que mi espada sea sificiente para cuidar de todos...— Izuminokami kanesada Día 4, semana 3, mes 8, año 480 a.c Grecia. El ultimo trazo dibujado sobre el papel se detuvo, mientras su autor tomaba una bocanada de aire, antes de soltar el bolígrafo, cerrando seguidamente la portada de su bitácora personal.
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  • El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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  • Bitácora 01 el mago sabio.
    El origen de la magia la magia es la fuerza vital que mueve y alimenta el mundo, todo ser vivo puede conectar con esta fuerza primigenia lamentablemente hoy en día el vínculo se ha perdido Quedan pocos que pueden sentir el sutil y hermoso hilo de la magia tristemente la vida de las personas se está apagando cosas como la creatividad la ilucion y la armonía se descansen progresivamente.
    Tengo que encontrar el vínculo que se ha perdido antes de que sea demaciado tarde cual será el origen de la magia ?
    Cómo devolver el color y la magia a este mundo ?.
    Que le ocurre a la fuerza vital de este mundo ?
    Seguiré investigando
    Bitácora 01 el mago sabio. El origen de la magia la magia es la fuerza vital que mueve y alimenta el mundo, todo ser vivo puede conectar con esta fuerza primigenia lamentablemente hoy en día el vínculo se ha perdido Quedan pocos que pueden sentir el sutil y hermoso hilo de la magia tristemente la vida de las personas se está apagando cosas como la creatividad la ilucion y la armonía se descansen progresivamente. Tengo que encontrar el vínculo que se ha perdido antes de que sea demaciado tarde cual será el origen de la magia ? Cómo devolver el color y la magia a este mundo ?. Que le ocurre a la fuerza vital de este mundo ? Seguiré investigando
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  • Entre las rendijas del amanecer, donde los sueños aún se aferran al mundo como rocío en los pétalos, Eunoë danzaba.

    Era una neblina traviesa, chispeante, que ondulaba entre los sueños de un niño que aún dormía abrazado a un oso de felpa, cuando lo escuchó. No una oración, no un rezo... sino algo mucho más íntimo. Una frase humana, dicha al borde del sueño:

    〘 Cuando no concilies el sueño, cuando te abandone Morfeo, deja que llegue a ti mi canto...〙-Shinobu Ikeda.

    Se detuvo en seco —o tan seco como puede estar una neblina viva—. Por un momento no se movió. Luego… tembló.

    Y estalló en una risa sin sonido.

    "¡Lo dijooo!",
    canturreó, girando en espirales plateadas
    "¡Lo dijo, Morfeo, te lo juro por todas las sábanas del mundo! ¡Alguien aún dice tu nombre!"

    Voló por los valles del mundo onírico, brincando de nube en nube de sueño, dejando chispas de calma e inspiración en cada uno que tocaba.

    〘 Cuando te abandone Morfeo. 〙
    "¡ja! "
    se burló, divertida.
    "Si supieran que tú jamás te vas. Que solo eres la sombra silenciosa en la esquina de cada deseo dormido…"

    Apareció entonces junto a uno de los portales a la vigilia, donde Morfeo solía pasar sin mirar.

    "Maestro" susurró, envolviendo el marco de la entrada con su neblina. "Dijiste que ya no te recuerdan… Pero, una voz de lobo te mencionó. No con miedo. Con ternura. Con recuerdo. Y eso, creo yo, merece una nota en tu bitácora de orgullo."

    Luego, más bajito, como si se contara un secreto:

    "Y, entre tú y yo… dijo que cantaría como nana para reemplazarte. ¡Qué insolente dulzura!"

    Y danzó otra vez, rodando en carcajadas luminosas, dejando tras de sí una bruma que olía a infancia, a consuelo… y a una alegría vieja que aún no se ha dormido del todo.
    Entre las rendijas del amanecer, donde los sueños aún se aferran al mundo como rocío en los pétalos, Eunoë danzaba. Era una neblina traviesa, chispeante, que ondulaba entre los sueños de un niño que aún dormía abrazado a un oso de felpa, cuando lo escuchó. No una oración, no un rezo... sino algo mucho más íntimo. Una frase humana, dicha al borde del sueño: 〘 Cuando no concilies el sueño, cuando te abandone Morfeo, deja que llegue a ti mi canto...〙-Shinobu Ikeda. Se detuvo en seco —o tan seco como puede estar una neblina viva—. Por un momento no se movió. Luego… tembló. Y estalló en una risa sin sonido. "¡Lo dijooo!", canturreó, girando en espirales plateadas "¡Lo dijo, Morfeo, te lo juro por todas las sábanas del mundo! ¡Alguien aún dice tu nombre!" Voló por los valles del mundo onírico, brincando de nube en nube de sueño, dejando chispas de calma e inspiración en cada uno que tocaba. 〘 Cuando te abandone Morfeo. 〙 "¡ja! " se burló, divertida. "Si supieran que tú jamás te vas. Que solo eres la sombra silenciosa en la esquina de cada deseo dormido…" Apareció entonces junto a uno de los portales a la vigilia, donde Morfeo solía pasar sin mirar. "Maestro" susurró, envolviendo el marco de la entrada con su neblina. "Dijiste que ya no te recuerdan… Pero, una voz de lobo te mencionó. No con miedo. Con ternura. Con recuerdo. Y eso, creo yo, merece una nota en tu bitácora de orgullo." Luego, más bajito, como si se contara un secreto: "Y, entre tú y yo… dijo que cantaría como nana para reemplazarte. ¡Qué insolente dulzura!" Y danzó otra vez, rodando en carcajadas luminosas, dejando tras de sí una bruma que olía a infancia, a consuelo… y a una alegría vieja que aún no se ha dormido del todo.
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  • ✴ ──────

    Desde siempre Liz poseía una gran fascinación por la naturaleza.

    En sus tiempos de peregrinaje las pausas para admirar el paisaje eran obligatorias mientras inspiraba el aire fresco que traía los aromas de la tierra y sus frutos silvestres.

    La bitácora de viaje que llevaba consigo la ocupaba para anotar información importante, datos relevantes y por su puesto, para bocetear cualquier cosa que captara su atención desde vegetación, insectos,animales e incluso hasta personas

    Tantos años pernoctando en medio de los bosques la había vuelto experta en reconocer la variada flora y fauna de cada zona.
    El canto de los pájaros según su especie, la variedad de hongos comestibles y venenosos, (información que mas de una vez sirvió para llevar algo de comida a su estómago) la forma de las nubes y cuales avisaban mal clima, incluso, podía reconocer por el tipo de plantas y sus características hacia donde tenía que caminar para hayar una fuente de agua dulce.

    Cada vez que encontraba una pluma entre la hierba o adherida a alguna rama de un árbol, la pelirroja la guardaba como un regalo preciado. Para ella, encontrarse una, era símbolo de buen augurio.

    Con el paso de los años llegó a tener una gran colección de todo tipo, color y tamaño. Algunas las adaptaba para poder dibujar y escribir con ellas, otras las pintaba haciendo pequeños diseños en los extremos y unas cuantas quedaban intactas tal y como las había recogido.

    Elizabeth en su habitación resguardándose de la tormenta que asolaba afuera ordenaba su colección con sumo cuidado analizando cada una y recordando el lugar de donde la había sacado. Una a una dejaba las plumas entre las hojas de su bitácora, hasta que se topó con la que había rescatado del estornino; Esa mágica tarde en la pradera cuando pudo ver de cerca a su pájaro favorito por primera vez.

    Suspiró sonriente, esta la dejó aparte, haría algo especial con ella.
    ✴ ────── Desde siempre Liz poseía una gran fascinación por la naturaleza. En sus tiempos de peregrinaje las pausas para admirar el paisaje eran obligatorias mientras inspiraba el aire fresco que traía los aromas de la tierra y sus frutos silvestres. La bitácora de viaje que llevaba consigo la ocupaba para anotar información importante, datos relevantes y por su puesto, para bocetear cualquier cosa que captara su atención desde vegetación, insectos,animales e incluso hasta personas Tantos años pernoctando en medio de los bosques la había vuelto experta en reconocer la variada flora y fauna de cada zona. El canto de los pájaros según su especie, la variedad de hongos comestibles y venenosos, (información que mas de una vez sirvió para llevar algo de comida a su estómago) la forma de las nubes y cuales avisaban mal clima, incluso, podía reconocer por el tipo de plantas y sus características hacia donde tenía que caminar para hayar una fuente de agua dulce. Cada vez que encontraba una pluma entre la hierba o adherida a alguna rama de un árbol, la pelirroja la guardaba como un regalo preciado. Para ella, encontrarse una, era símbolo de buen augurio. Con el paso de los años llegó a tener una gran colección de todo tipo, color y tamaño. Algunas las adaptaba para poder dibujar y escribir con ellas, otras las pintaba haciendo pequeños diseños en los extremos y unas cuantas quedaban intactas tal y como las había recogido. Elizabeth en su habitación resguardándose de la tormenta que asolaba afuera ordenaba su colección con sumo cuidado analizando cada una y recordando el lugar de donde la había sacado. Una a una dejaba las plumas entre las hojas de su bitácora, hasta que se topó con la que había rescatado del estornino; Esa mágica tarde en la pradera cuando pudo ver de cerca a su pájaro favorito por primera vez. Suspiró sonriente, esta la dejó aparte, haría algo especial con ella.
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  • ⋮||⋮ Empezaré a compartir bocetos y escritos de Liz que ha hecho hasta ahora en su bitácora de viajes pasados, mientras trataba de reunir información de los 𝘉𝘭𝘰𝘰𝘥𝘍𝘭𝘢𝘮𝘦, las guerras en las que se vio involucrada y todo lo que le ha estado aconteciendo recientemente.

    En resumen, tendrán acceso a su diario personal, no es algo que le gustaría a Elizabeth, pero aquí mando yo muajaja

    ¿Sobre qué debería subir primero?
    ⋮||⋮ Empezaré a compartir bocetos y escritos de Liz que ha hecho hasta ahora en su bitácora de viajes pasados, mientras trataba de reunir información de los 𝘉𝘭𝘰𝘰𝘥𝘍𝘭𝘢𝘮𝘦, las guerras en las que se vio involucrada y todo lo que le ha estado aconteciendo recientemente. En resumen, tendrán acceso a su diario personal, no es algo que le gustaría a Elizabeth, pero aquí mando yo muajaja 😈 ¿Sobre qué debería subir primero?
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  • ≫ ──────── ≪•◦ ❈ ◦•≫──────── ≪
    En el sendero que serpentea hacia el corazón del pueblo, una figura mística y serena se encontraba a un costado, en la sombra suave de un grandioso árbol de tronco ancho. Liz como cada tarde disfrutaba recorriendo el bosque admirando su flora y fauna, registrando en su vieja bitácora cada nueva especie que se encontraba.

    Había caminado varios kilómetros hasta que a lo lejos divisa una silueta femenina... espera, ¿Qué? ¿Está flotando? - decía para sí

    Impulsada por la curiosidad Elizabeth se acercó a ella, a su alrededor habían varios frascos y un pergamino con una lista gigante, a esa distancia no lograba divisar bien de qué se trataba.

    Nunchi Dávalos era una maga itinerante que vendía un sinfin de pociones y runas, dentro de todos sus valiosos objetos uno llamó la atención de la pelirroja: la Runa Nyxal ligada directamente a la luna, con sus tres diferentes conexiones le serían de gran utilidad.
    Ella al ser una "Llama de Sangre" había sido concebida bajo la luna sangrienta, parte de sus poderes nacían de ese antiguo rito de su pueblo extinto, una razón más por haber escogido ese poderoso amuleto.
    Elizabeth sabía que pronto se acercaba el solsticio de invierno, donde con Kazuo tendría que atravesar el mundo de los espíritus para presentarse ante Inari, los poderes y la conexión "Umbrae Passus" podrían ayudarla en su condición humana.
    No era algo que le haya contado al Kitsune aún, pero quizás pronto lo haría.

    El precio de la gema para la sorpresa de Liz equivalía a un abrazo por tres días seguidos. Incrédula el primer día abrazó a Nunchi, una completa desconocida, algo que para cualquiera que conociera a la pelirroja sería inconcebible.

    Feliz con su nueva adquisición se marchó prometiendo que al día siguiente volvería para saldar su deuda. Elizabeth era mujer de palabra, cumplía sus promesas, así que sin titubear emprendió nuevamente el viaje hacia el árbol donde había encontrado a la maga la primera vez



    ⋮||⋮ Escena completa aquí → https://ficrol.com/posts/208381
    ≫ ──────── ≪•◦ ❈ ◦•≫──────── ≪ En el sendero que serpentea hacia el corazón del pueblo, una figura mística y serena se encontraba a un costado, en la sombra suave de un grandioso árbol de tronco ancho. Liz como cada tarde disfrutaba recorriendo el bosque admirando su flora y fauna, registrando en su vieja bitácora cada nueva especie que se encontraba. Había caminado varios kilómetros hasta que a lo lejos divisa una silueta femenina... espera, ¿Qué? ¿Está flotando? - decía para sí Impulsada por la curiosidad Elizabeth se acercó a ella, a su alrededor habían varios frascos y un pergamino con una lista gigante, a esa distancia no lograba divisar bien de qué se trataba. [vortex_green_lion_252] era una maga itinerante que vendía un sinfin de pociones y runas, dentro de todos sus valiosos objetos uno llamó la atención de la pelirroja: la Runa Nyxal ligada directamente a la luna, con sus tres diferentes conexiones le serían de gran utilidad. Ella al ser una "Llama de Sangre" había sido concebida bajo la luna sangrienta, parte de sus poderes nacían de ese antiguo rito de su pueblo extinto, una razón más por haber escogido ese poderoso amuleto. Elizabeth sabía que pronto se acercaba el solsticio de invierno, donde con Kazuo tendría que atravesar el mundo de los espíritus para presentarse ante Inari, los poderes y la conexión "Umbrae Passus" podrían ayudarla en su condición humana. No era algo que le haya contado al Kitsune aún, pero quizás pronto lo haría. El precio de la gema para la sorpresa de Liz equivalía a un abrazo por tres días seguidos. Incrédula el primer día abrazó a Nunchi, una completa desconocida, algo que para cualquiera que conociera a la pelirroja sería inconcebible. Feliz con su nueva adquisición se marchó prometiendo que al día siguiente volvería para saldar su deuda. Elizabeth era mujer de palabra, cumplía sus promesas, así que sin titubear emprendió nuevamente el viaje hacia el árbol donde había encontrado a la maga la primera vez ⋮||⋮ Escena completa aquí → https://ficrol.com/posts/208381
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