• El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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  • Bitácora 01 el mago sabio.
    El origen de la magia la magia es la fuerza vital que mueve y alimenta el mundo, todo ser vivo puede conectar con esta fuerza primigenia lamentablemente hoy en día el vínculo se ha perdido Quedan pocos que pueden sentir el sutil y hermoso hilo de la magia tristemente la vida de las personas se está apagando cosas como la creatividad la ilucion y la armonía se descansen progresivamente.
    Tengo que encontrar el vínculo que se ha perdido antes de que sea demaciado tarde cual será el origen de la magia ?
    Cómo devolver el color y la magia a este mundo ?.
    Que le ocurre a la fuerza vital de este mundo ?
    Seguiré investigando
    Bitácora 01 el mago sabio. El origen de la magia la magia es la fuerza vital que mueve y alimenta el mundo, todo ser vivo puede conectar con esta fuerza primigenia lamentablemente hoy en día el vínculo se ha perdido Quedan pocos que pueden sentir el sutil y hermoso hilo de la magia tristemente la vida de las personas se está apagando cosas como la creatividad la ilucion y la armonía se descansen progresivamente. Tengo que encontrar el vínculo que se ha perdido antes de que sea demaciado tarde cual será el origen de la magia ? Cómo devolver el color y la magia a este mundo ?. Que le ocurre a la fuerza vital de este mundo ? Seguiré investigando
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  • Entre las rendijas del amanecer, donde los sueños aún se aferran al mundo como rocío en los pétalos, Eunoë danzaba.

    Era una neblina traviesa, chispeante, que ondulaba entre los sueños de un niño que aún dormía abrazado a un oso de felpa, cuando lo escuchó. No una oración, no un rezo... sino algo mucho más íntimo. Una frase humana, dicha al borde del sueño:

    〘 Cuando no concilies el sueño, cuando te abandone Morfeo, deja que llegue a ti mi canto...〙-Shinobu Ikeda.

    Se detuvo en seco —o tan seco como puede estar una neblina viva—. Por un momento no se movió. Luego… tembló.

    Y estalló en una risa sin sonido.

    "¡Lo dijooo!",
    canturreó, girando en espirales plateadas
    "¡Lo dijo, Morfeo, te lo juro por todas las sábanas del mundo! ¡Alguien aún dice tu nombre!"

    Voló por los valles del mundo onírico, brincando de nube en nube de sueño, dejando chispas de calma e inspiración en cada uno que tocaba.

    〘 Cuando te abandone Morfeo. 〙
    "¡ja! "
    se burló, divertida.
    "Si supieran que tú jamás te vas. Que solo eres la sombra silenciosa en la esquina de cada deseo dormido…"

    Apareció entonces junto a uno de los portales a la vigilia, donde Morfeo solía pasar sin mirar.

    "Maestro" susurró, envolviendo el marco de la entrada con su neblina. "Dijiste que ya no te recuerdan… Pero, una voz de lobo te mencionó. No con miedo. Con ternura. Con recuerdo. Y eso, creo yo, merece una nota en tu bitácora de orgullo."

    Luego, más bajito, como si se contara un secreto:

    "Y, entre tú y yo… dijo que cantaría como nana para reemplazarte. ¡Qué insolente dulzura!"

    Y danzó otra vez, rodando en carcajadas luminosas, dejando tras de sí una bruma que olía a infancia, a consuelo… y a una alegría vieja que aún no se ha dormido del todo.
    Entre las rendijas del amanecer, donde los sueños aún se aferran al mundo como rocío en los pétalos, Eunoë danzaba. Era una neblina traviesa, chispeante, que ondulaba entre los sueños de un niño que aún dormía abrazado a un oso de felpa, cuando lo escuchó. No una oración, no un rezo... sino algo mucho más íntimo. Una frase humana, dicha al borde del sueño: 〘 Cuando no concilies el sueño, cuando te abandone Morfeo, deja que llegue a ti mi canto...〙-Shinobu Ikeda. Se detuvo en seco —o tan seco como puede estar una neblina viva—. Por un momento no se movió. Luego… tembló. Y estalló en una risa sin sonido. "¡Lo dijooo!", canturreó, girando en espirales plateadas "¡Lo dijo, Morfeo, te lo juro por todas las sábanas del mundo! ¡Alguien aún dice tu nombre!" Voló por los valles del mundo onírico, brincando de nube en nube de sueño, dejando chispas de calma e inspiración en cada uno que tocaba. 〘 Cuando te abandone Morfeo. 〙 "¡ja! " se burló, divertida. "Si supieran que tú jamás te vas. Que solo eres la sombra silenciosa en la esquina de cada deseo dormido…" Apareció entonces junto a uno de los portales a la vigilia, donde Morfeo solía pasar sin mirar. "Maestro" susurró, envolviendo el marco de la entrada con su neblina. "Dijiste que ya no te recuerdan… Pero, una voz de lobo te mencionó. No con miedo. Con ternura. Con recuerdo. Y eso, creo yo, merece una nota en tu bitácora de orgullo." Luego, más bajito, como si se contara un secreto: "Y, entre tú y yo… dijo que cantaría como nana para reemplazarte. ¡Qué insolente dulzura!" Y danzó otra vez, rodando en carcajadas luminosas, dejando tras de sí una bruma que olía a infancia, a consuelo… y a una alegría vieja que aún no se ha dormido del todo.
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  • ✴ ──────

    Desde siempre Liz poseía una gran fascinación por la naturaleza.

    En sus tiempos de peregrinaje las pausas para admirar el paisaje eran obligatorias mientras inspiraba el aire fresco que traía los aromas de la tierra y sus frutos silvestres.

    La bitácora de viaje que llevaba consigo la ocupaba para anotar información importante, datos relevantes y por su puesto, para bocetear cualquier cosa que captara su atención desde vegetación, insectos,animales e incluso hasta personas

    Tantos años pernoctando en medio de los bosques la había vuelto experta en reconocer la variada flora y fauna de cada zona.
    El canto de los pájaros según su especie, la variedad de hongos comestibles y venenosos, (información que mas de una vez sirvió para llevar algo de comida a su estómago) la forma de las nubes y cuales avisaban mal clima, incluso, podía reconocer por el tipo de plantas y sus características hacia donde tenía que caminar para hayar una fuente de agua dulce.

    Cada vez que encontraba una pluma entre la hierba o adherida a alguna rama de un árbol, la pelirroja la guardaba como un regalo preciado. Para ella, encontrarse una, era símbolo de buen augurio.

    Con el paso de los años llegó a tener una gran colección de todo tipo, color y tamaño. Algunas las adaptaba para poder dibujar y escribir con ellas, otras las pintaba haciendo pequeños diseños en los extremos y unas cuantas quedaban intactas tal y como las había recogido.

    Elizabeth en su habitación resguardándose de la tormenta que asolaba afuera ordenaba su colección con sumo cuidado analizando cada una y recordando el lugar de donde la había sacado. Una a una dejaba las plumas entre las hojas de su bitácora, hasta que se topó con la que había rescatado del estornino; Esa mágica tarde en la pradera cuando pudo ver de cerca a su pájaro favorito por primera vez.

    Suspiró sonriente, esta la dejó aparte, haría algo especial con ella.
    ✴ ────── Desde siempre Liz poseía una gran fascinación por la naturaleza. En sus tiempos de peregrinaje las pausas para admirar el paisaje eran obligatorias mientras inspiraba el aire fresco que traía los aromas de la tierra y sus frutos silvestres. La bitácora de viaje que llevaba consigo la ocupaba para anotar información importante, datos relevantes y por su puesto, para bocetear cualquier cosa que captara su atención desde vegetación, insectos,animales e incluso hasta personas Tantos años pernoctando en medio de los bosques la había vuelto experta en reconocer la variada flora y fauna de cada zona. El canto de los pájaros según su especie, la variedad de hongos comestibles y venenosos, (información que mas de una vez sirvió para llevar algo de comida a su estómago) la forma de las nubes y cuales avisaban mal clima, incluso, podía reconocer por el tipo de plantas y sus características hacia donde tenía que caminar para hayar una fuente de agua dulce. Cada vez que encontraba una pluma entre la hierba o adherida a alguna rama de un árbol, la pelirroja la guardaba como un regalo preciado. Para ella, encontrarse una, era símbolo de buen augurio. Con el paso de los años llegó a tener una gran colección de todo tipo, color y tamaño. Algunas las adaptaba para poder dibujar y escribir con ellas, otras las pintaba haciendo pequeños diseños en los extremos y unas cuantas quedaban intactas tal y como las había recogido. Elizabeth en su habitación resguardándose de la tormenta que asolaba afuera ordenaba su colección con sumo cuidado analizando cada una y recordando el lugar de donde la había sacado. Una a una dejaba las plumas entre las hojas de su bitácora, hasta que se topó con la que había rescatado del estornino; Esa mágica tarde en la pradera cuando pudo ver de cerca a su pájaro favorito por primera vez. Suspiró sonriente, esta la dejó aparte, haría algo especial con ella.
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  • Bitácora 769.09.923
    El perro demoniaco de este universo no para de darme caza. Ante mi intento de comprender el porque de sus acciones me e "camuflado" aunque comienzo a pensar que este disfraz es aún peor del otro disfraz que ya tenía... Me preguntó ¿Porque?
    ¿Estoy muy negro?
    Bitácora 769.09.923 El perro demoniaco de este universo no para de darme caza. Ante mi intento de comprender el porque de sus acciones me e "camuflado" aunque comienzo a pensar que este disfraz es aún peor del otro disfraz que ya tenía... Me preguntó ¿Porque? ¿Estoy muy negro?
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  • ⋮||⋮ Empezaré a compartir bocetos y escritos de Liz que ha hecho hasta ahora en su bitácora de viajes pasados, mientras trataba de reunir información de los 𝘉𝘭𝘰𝘰𝘥𝘍𝘭𝘢𝘮𝘦, las guerras en las que se vio involucrada y todo lo que le ha estado aconteciendo recientemente.

    En resumen, tendrán acceso a su diario personal, no es algo que le gustaría a Elizabeth, pero aquí mando yo muajaja

    ¿Sobre qué debería subir primero?
    ⋮||⋮ Empezaré a compartir bocetos y escritos de Liz que ha hecho hasta ahora en su bitácora de viajes pasados, mientras trataba de reunir información de los 𝘉𝘭𝘰𝘰𝘥𝘍𝘭𝘢𝘮𝘦, las guerras en las que se vio involucrada y todo lo que le ha estado aconteciendo recientemente. En resumen, tendrán acceso a su diario personal, no es algo que le gustaría a Elizabeth, pero aquí mando yo muajaja 😈 ¿Sobre qué debería subir primero?
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  • ≫ ──────── ≪•◦ ❈ ◦•≫──────── ≪
    En el sendero que serpentea hacia el corazón del pueblo, una figura mística y serena se encontraba a un costado, en la sombra suave de un grandioso árbol de tronco ancho. Liz como cada tarde disfrutaba recorriendo el bosque admirando su flora y fauna, registrando en su vieja bitácora cada nueva especie que se encontraba.

    Había caminado varios kilómetros hasta que a lo lejos divisa una silueta femenina... espera, ¿Qué? ¿Está flotando? - decía para sí

    Impulsada por la curiosidad Elizabeth se acercó a ella, a su alrededor habían varios frascos y un pergamino con una lista gigante, a esa distancia no lograba divisar bien de qué se trataba.

    Nunchi Dávalos era una maga itinerante que vendía un sinfin de pociones y runas, dentro de todos sus valiosos objetos uno llamó la atención de la pelirroja: la Runa Nyxal ligada directamente a la luna, con sus tres diferentes conexiones le serían de gran utilidad.
    Ella al ser una "Llama de Sangre" había sido concebida bajo la luna sangrienta, parte de sus poderes nacían de ese antiguo rito de su pueblo extinto, una razón más por haber escogido ese poderoso amuleto.
    Elizabeth sabía que pronto se acercaba el solsticio de invierno, donde con Kazuo tendría que atravesar el mundo de los espíritus para presentarse ante Inari, los poderes y la conexión "Umbrae Passus" podrían ayudarla en su condición humana.
    No era algo que le haya contado al Kitsune aún, pero quizás pronto lo haría.

    El precio de la gema para la sorpresa de Liz equivalía a un abrazo por tres días seguidos. Incrédula el primer día abrazó a Nunchi, una completa desconocida, algo que para cualquiera que conociera a la pelirroja sería inconcebible.

    Feliz con su nueva adquisición se marchó prometiendo que al día siguiente volvería para saldar su deuda. Elizabeth era mujer de palabra, cumplía sus promesas, así que sin titubear emprendió nuevamente el viaje hacia el árbol donde había encontrado a la maga la primera vez



    ⋮||⋮ Escena completa aquí → https://ficrol.com/posts/208381
    ≫ ──────── ≪•◦ ❈ ◦•≫──────── ≪ En el sendero que serpentea hacia el corazón del pueblo, una figura mística y serena se encontraba a un costado, en la sombra suave de un grandioso árbol de tronco ancho. Liz como cada tarde disfrutaba recorriendo el bosque admirando su flora y fauna, registrando en su vieja bitácora cada nueva especie que se encontraba. Había caminado varios kilómetros hasta que a lo lejos divisa una silueta femenina... espera, ¿Qué? ¿Está flotando? - decía para sí Impulsada por la curiosidad Elizabeth se acercó a ella, a su alrededor habían varios frascos y un pergamino con una lista gigante, a esa distancia no lograba divisar bien de qué se trataba. [vortex_green_lion_252] era una maga itinerante que vendía un sinfin de pociones y runas, dentro de todos sus valiosos objetos uno llamó la atención de la pelirroja: la Runa Nyxal ligada directamente a la luna, con sus tres diferentes conexiones le serían de gran utilidad. Ella al ser una "Llama de Sangre" había sido concebida bajo la luna sangrienta, parte de sus poderes nacían de ese antiguo rito de su pueblo extinto, una razón más por haber escogido ese poderoso amuleto. Elizabeth sabía que pronto se acercaba el solsticio de invierno, donde con Kazuo tendría que atravesar el mundo de los espíritus para presentarse ante Inari, los poderes y la conexión "Umbrae Passus" podrían ayudarla en su condición humana. No era algo que le haya contado al Kitsune aún, pero quizás pronto lo haría. El precio de la gema para la sorpresa de Liz equivalía a un abrazo por tres días seguidos. Incrédula el primer día abrazó a Nunchi, una completa desconocida, algo que para cualquiera que conociera a la pelirroja sería inconcebible. Feliz con su nueva adquisición se marchó prometiendo que al día siguiente volvería para saldar su deuda. Elizabeth era mujer de palabra, cumplía sus promesas, así que sin titubear emprendió nuevamente el viaje hacia el árbol donde había encontrado a la maga la primera vez ⋮||⋮ Escena completa aquí → https://ficrol.com/posts/208381
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  • Humm... Hace mucho tiempo que no caminaba por estos lares. *Me pongo a leer un poco mis bitácoras personales, mientras escucho un poco de música*

    Me pregunto... ¿Cómo será mi vida por aquí? Muchos ojos hay en esta oscuridad misteriosa, aún no he adquirido el poder de ver más allá en esas sombras, pero por ahora supongo que será bueno administrar las interacciones amistosas, sin entrar en caos... *Miro al cielo como si esperara un milagro pacífico*
    Humm... Hace mucho tiempo que no caminaba por estos lares. *Me pongo a leer un poco mis bitácoras personales, mientras escucho un poco de música* Me pregunto... ¿Cómo será mi vida por aquí? Muchos ojos hay en esta oscuridad misteriosa, aún no he adquirido el poder de ver más allá en esas sombras, pero por ahora supongo que será bueno administrar las interacciones amistosas, sin entrar en caos... *Miro al cielo como si esperara un milagro pacífico*
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  • Bitácora { Nueva York, 8 de Julio del 2024 }

    #Wendigo #WendigoDiary

    James lleva una hora entera dando vueltas en la cama, intentando dormir. Decide darle un trago a su poción de sueño solo para descubrir que la acabó la noche pasada. Maldiciendo su suerte, deja la cama, se abriga con una manta y va hasta el escritorio para escribir en su diario.

    La tenue luz de una lámpara de escritorio ilumina la habitación. James se sienta en una silla de madera que cruje bajo su peso, el diario frente a él es un libro de cuero desgastado, sus páginas llenas de anotaciones meticulosas y pensamientos dispersos. Toma una pluma y la sumerge en el tintero, la tinta negra reflejando sus propias dudas y frustraciones.

    Comienza a escribir:

    "Una noche más sin sueño. A veces, me pregunto si estas noches sin descanso son una especie de castigo, una forma de recordar constantemente lo que está en juego. Llevo casi un año sin encontrar rastros del wendigo, y la desesperanza se cierne sobre mí como una sombra asfixiante. La cacería se ha convertido en una obsesión, una lucha interminable contra un enemigo que siempre parece estar un paso por delante.

    Me atormenta la idea de que se me haya escapado, que nunca sea capaz de atraparlo. Este pensamiento consume mis días y mis noches, una duda constante que amenaza con devorarme. He sacrificado tanto, he luchado con tanta ferocidad, y aún así, se mantiene fuera de mi alcance.

    Siento que la vida se me escapa entre los dedos, como arena en el viento. Cada día que pasa sin un avance es un recordatorio de mis fracasos, de los inocentes que no he podido salvar, de la sombra que me devorará. La carga es pesada, y a veces me pregunto si alguna vez seré libre de ella."

    Mirando las letras, el extremo libre de la pluma tamborileando sobre el papel, nota que ha perdido el hilo de las palabras. Los párpados le pesan, pero su cabeza sigue inquieta. Tras un momento, logra redondear la idea.

    "Siento que este camino no tiene salida; pretendo darle caza a mi propia cola."
    Bitácora { Nueva York, 8 de Julio del 2024 } #Wendigo #WendigoDiary James lleva una hora entera dando vueltas en la cama, intentando dormir. Decide darle un trago a su poción de sueño solo para descubrir que la acabó la noche pasada. Maldiciendo su suerte, deja la cama, se abriga con una manta y va hasta el escritorio para escribir en su diario. La tenue luz de una lámpara de escritorio ilumina la habitación. James se sienta en una silla de madera que cruje bajo su peso, el diario frente a él es un libro de cuero desgastado, sus páginas llenas de anotaciones meticulosas y pensamientos dispersos. Toma una pluma y la sumerge en el tintero, la tinta negra reflejando sus propias dudas y frustraciones. Comienza a escribir: "Una noche más sin sueño. A veces, me pregunto si estas noches sin descanso son una especie de castigo, una forma de recordar constantemente lo que está en juego. Llevo casi un año sin encontrar rastros del wendigo, y la desesperanza se cierne sobre mí como una sombra asfixiante. La cacería se ha convertido en una obsesión, una lucha interminable contra un enemigo que siempre parece estar un paso por delante. Me atormenta la idea de que se me haya escapado, que nunca sea capaz de atraparlo. Este pensamiento consume mis días y mis noches, una duda constante que amenaza con devorarme. He sacrificado tanto, he luchado con tanta ferocidad, y aún así, se mantiene fuera de mi alcance. Siento que la vida se me escapa entre los dedos, como arena en el viento. Cada día que pasa sin un avance es un recordatorio de mis fracasos, de los inocentes que no he podido salvar, de la sombra que me devorará. La carga es pesada, y a veces me pregunto si alguna vez seré libre de ella." Mirando las letras, el extremo libre de la pluma tamborileando sobre el papel, nota que ha perdido el hilo de las palabras. Los párpados le pesan, pero su cabeza sigue inquieta. Tras un momento, logra redondear la idea. "Siento que este camino no tiene salida; pretendo darle caza a mi propia cola."
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  • Bitácora { Nueva York, 26 de junio de 2024 }

    #Wendigo #WendigoDiary

    El diario de James es un cuaderno de tapa dura, encuadernado en cuero de color marrón desgastado por el tiempo. Las esquinas están ligeramente gastadas, revelando su uso frecuente. En la portada, un pequeño grabado de un búho en relieve da un toque distintivo pero discreto al diario. Las páginas son de un papel grueso y crema, con bordes ligeramente envejecidos por el manejo cuidadoso pero constante.

    Cuando James se sienta a escribir en su diario, lo hace con una pluma de tintero de antiguo diseño, un café, la panorámica de la ciudad a través de la ventana. La pluma, de metal oscuro con detalles en oro en el mango, es elegante y robusta. Sumergiéndola en el tintero reposa sobre la mesa, James traza sus pensamientos con caligrafía cuidadosa y fluida, tal y como lo hacía en su juventud. Cada palabra se forma con deliberación, como si cada trazo de la pluma sobre el papel fuera una expresión de su sinceridad y reflexión.

    "Hoy tuve otra de esas noches en las que las decisiones difíciles se interponen en mi camino. Estuve en el bar con Tolek, un hombre que ha mostrado una generosidad y comprensión que rara vez encuentro. El bar y sus normas son quizá más inusuales. Disfruté su compañía, he encontrado cierta guía en sus palabras, sin embargo, cuando me pidió el pagó por las bebidas que consumí, una promesa, algo que va en contra de mis principios, no pude aceptar. Vi su rostro reflejar decepción mientras me despedía, y esa imagen ha dejado una fuerte impresión en mi.

    Siento un peso en el pecho por haberlo defraudado, pero al mismo tiempo, sé que no podía comprometer lo que creo que es correcto. Reflexionando sobre esta noche, me doy cuenta de que en las relaciones auténticas, las promesas deberían ser superfluas donde existe la confianza genuina. ¿Será acaso que la las raíces de la desconfianza se han adueñado de mi corazón? Quizá el tiempo me de la respuesta o ayudará a Tolek a comprender mi posición, aunque por ahora, necesito asegurarme de mantener mis propios principios y límites en claro.

    Una vez más, la vida se las ha arreglado para recordarme lo frágiles y valiosas que son las conexiones humanas, y cómo, a veces, cuidar de uno mismo también implica enfrentar momentos incómodos como estos.

    Mañana será otro día, habrá que seguir adelante."

    Después de escribir, James cierra el diario con suavidad, sintiendo la satisfacción de haber registrado sus pensamientos de manera tangible, una práctica que le conecta con su pasado y le ayuda a clarificar su presente.

    Da un sorbo al café, mira el paisaje al otro lado de la ventana.

    — Seguir adelante...
    Bitácora { Nueva York, 26 de junio de 2024 } #Wendigo #WendigoDiary El diario de James es un cuaderno de tapa dura, encuadernado en cuero de color marrón desgastado por el tiempo. Las esquinas están ligeramente gastadas, revelando su uso frecuente. En la portada, un pequeño grabado de un búho en relieve da un toque distintivo pero discreto al diario. Las páginas son de un papel grueso y crema, con bordes ligeramente envejecidos por el manejo cuidadoso pero constante. Cuando James se sienta a escribir en su diario, lo hace con una pluma de tintero de antiguo diseño, un café, la panorámica de la ciudad a través de la ventana. La pluma, de metal oscuro con detalles en oro en el mango, es elegante y robusta. Sumergiéndola en el tintero reposa sobre la mesa, James traza sus pensamientos con caligrafía cuidadosa y fluida, tal y como lo hacía en su juventud. Cada palabra se forma con deliberación, como si cada trazo de la pluma sobre el papel fuera una expresión de su sinceridad y reflexión. "Hoy tuve otra de esas noches en las que las decisiones difíciles se interponen en mi camino. Estuve en el bar con Tolek, un hombre que ha mostrado una generosidad y comprensión que rara vez encuentro. El bar y sus normas son quizá más inusuales. Disfruté su compañía, he encontrado cierta guía en sus palabras, sin embargo, cuando me pidió el pagó por las bebidas que consumí, una promesa, algo que va en contra de mis principios, no pude aceptar. Vi su rostro reflejar decepción mientras me despedía, y esa imagen ha dejado una fuerte impresión en mi. Siento un peso en el pecho por haberlo defraudado, pero al mismo tiempo, sé que no podía comprometer lo que creo que es correcto. Reflexionando sobre esta noche, me doy cuenta de que en las relaciones auténticas, las promesas deberían ser superfluas donde existe la confianza genuina. ¿Será acaso que la las raíces de la desconfianza se han adueñado de mi corazón? Quizá el tiempo me de la respuesta o ayudará a Tolek a comprender mi posición, aunque por ahora, necesito asegurarme de mantener mis propios principios y límites en claro. Una vez más, la vida se las ha arreglado para recordarme lo frágiles y valiosas que son las conexiones humanas, y cómo, a veces, cuidar de uno mismo también implica enfrentar momentos incómodos como estos. Mañana será otro día, habrá que seguir adelante." Después de escribir, James cierra el diario con suavidad, sintiendo la satisfacción de haber registrado sus pensamientos de manera tangible, una práctica que le conecta con su pasado y le ayuda a clarificar su presente. Da un sorbo al café, mira el paisaje al otro lado de la ventana. — Seguir adelante...
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