El vampiro se apoya contra la mesa de acero manchada de sangre. Lleva una camisa blanca remangada hasta los codos, ahora teñida de rojo. Su chaleco negro y su corbata desajustada le dan un aire de funeral permanente. Sus ojos, dorados por la sangre recién consumida, brillan con culpa más que con hambre.
mike el último de los Hijos de la Estrella Rota, observa su mano con asco. La sangre salpica su piel como la evidencia de una promesa rota. Pero no. No es sangre humana. No esta vez.
—“No eran inocentes… No más. Estaban infectados, perdidos. No quedaba mente que salvar en esas bestias.” —murmura, más para sí que para justificarlo ante los espectros que aún lo siguen en su conciencia.
Los lobos... eran una vez guardianes del Equilibrio. Hasta que la enfermedad de la Luna Rota los corrompió. Su carne se pudre aún con vida. Su alma, retorcida. Y aunque nadie más se atreve a enfrentarlos, él los caza. Uno a uno. Porque en su sangre todavía hay poder... y pureza.
Se pasa la mano ensangrentada por el rostro, dejando un rastro oscuro en su mejilla. No siente orgullo. Sólo cansancio.
“Podría ser más fácil... solo una vez. Probar la sangre humana de nuevo. Una pequeña desviación.”
Pero cada noche, recuerda. A ella. La última mortal que confió en él. Su voz, antes de morir en sus brazos:
—“Prométeme que no te convertirás en lo que te hicieron.”
Y él lo juró. Ante la luna, ante el dolor, ante la eternidad.
Así que allí está. Solo. Rodeado de acero, sangre y silencio. El carnicero de lo corrupto. El médico del fin del mundo. Un monstruo que eligió no serlo.
—“Mañana... habrá otro. Siempre hay otro. Pero no serán humanos. Jamás otra vez.”
Y con el sonido de su gabardina arrastrando, desaparece entre las sombras del laboratorio, como un fantasma con propósito.
mike el último de los Hijos de la Estrella Rota, observa su mano con asco. La sangre salpica su piel como la evidencia de una promesa rota. Pero no. No es sangre humana. No esta vez.
—“No eran inocentes… No más. Estaban infectados, perdidos. No quedaba mente que salvar en esas bestias.” —murmura, más para sí que para justificarlo ante los espectros que aún lo siguen en su conciencia.
Los lobos... eran una vez guardianes del Equilibrio. Hasta que la enfermedad de la Luna Rota los corrompió. Su carne se pudre aún con vida. Su alma, retorcida. Y aunque nadie más se atreve a enfrentarlos, él los caza. Uno a uno. Porque en su sangre todavía hay poder... y pureza.
Se pasa la mano ensangrentada por el rostro, dejando un rastro oscuro en su mejilla. No siente orgullo. Sólo cansancio.
“Podría ser más fácil... solo una vez. Probar la sangre humana de nuevo. Una pequeña desviación.”
Pero cada noche, recuerda. A ella. La última mortal que confió en él. Su voz, antes de morir en sus brazos:
—“Prométeme que no te convertirás en lo que te hicieron.”
Y él lo juró. Ante la luna, ante el dolor, ante la eternidad.
Así que allí está. Solo. Rodeado de acero, sangre y silencio. El carnicero de lo corrupto. El médico del fin del mundo. Un monstruo que eligió no serlo.
—“Mañana... habrá otro. Siempre hay otro. Pero no serán humanos. Jamás otra vez.”
Y con el sonido de su gabardina arrastrando, desaparece entre las sombras del laboratorio, como un fantasma con propósito.
El vampiro se apoya contra la mesa de acero manchada de sangre. Lleva una camisa blanca remangada hasta los codos, ahora teñida de rojo. Su chaleco negro y su corbata desajustada le dan un aire de funeral permanente. Sus ojos, dorados por la sangre recién consumida, brillan con culpa más que con hambre.
mike el último de los Hijos de la Estrella Rota, observa su mano con asco. La sangre salpica su piel como la evidencia de una promesa rota. Pero no. No es sangre humana. No esta vez.
—“No eran inocentes… No más. Estaban infectados, perdidos. No quedaba mente que salvar en esas bestias.” —murmura, más para sí que para justificarlo ante los espectros que aún lo siguen en su conciencia.
Los lobos... eran una vez guardianes del Equilibrio. Hasta que la enfermedad de la Luna Rota los corrompió. Su carne se pudre aún con vida. Su alma, retorcida. Y aunque nadie más se atreve a enfrentarlos, él los caza. Uno a uno. Porque en su sangre todavía hay poder... y pureza.
Se pasa la mano ensangrentada por el rostro, dejando un rastro oscuro en su mejilla. No siente orgullo. Sólo cansancio.
“Podría ser más fácil... solo una vez. Probar la sangre humana de nuevo. Una pequeña desviación.”
Pero cada noche, recuerda. A ella. La última mortal que confió en él. Su voz, antes de morir en sus brazos:
—“Prométeme que no te convertirás en lo que te hicieron.”
Y él lo juró. Ante la luna, ante el dolor, ante la eternidad.
Así que allí está. Solo. Rodeado de acero, sangre y silencio. El carnicero de lo corrupto. El médico del fin del mundo. Un monstruo que eligió no serlo.
—“Mañana... habrá otro. Siempre hay otro. Pero no serán humanos. Jamás otra vez.”
Y con el sonido de su gabardina arrastrando, desaparece entre las sombras del laboratorio, como un fantasma con propósito.

