La gorra le cubría media cara, pero no lo suficiente como para ocultar la sonrisa traviesa que adornaba su rostro cada vez que salía sin permiso.
—Solo veinte minutos —susurró para si misma, mientras empujaba la puerta trasera de la academia— nadie lo notará...
Caminó rápido, con los auriculares colgando de su cuello y el corazón latiendo como si estuviera cometiendo un crimen. Era buena en eso. En escabullirse sin pensar en las consecuencias, como si no hubuera mayor problema en ello.
Su reloj marcaba exactamente 10 minutos desde que había salido de la academia. El olor la golpeó antes de ver el cartel: tteokbokki hirviendo en salsa roja, odeng flotando en caldo, kimbap apilado como si no fuera pecado.
—¡Uno extra picante, con extra de queso y odeng! —pidió sin pensar.
La dueña del puesto rió y le sirvió una porción visiblemente prohibida para cualquier trainee, y ella sintió que su estómago ya lo agradecía. Finalmente, comida real. Se ajustó la gorra, y mientras pagaba en efectivo, imaginaba la cara de su nutricionista si la viera ahora mismo.
—Lo siento, pero si tengo que comer otra lechuga, terminaré convertida en conejo... —susurró.
El primer bocado fue tan glorioso que casi olvidó... que solo le quedaban unos 10 minutos para regresar.
—Solo veinte minutos —susurró para si misma, mientras empujaba la puerta trasera de la academia— nadie lo notará...
Caminó rápido, con los auriculares colgando de su cuello y el corazón latiendo como si estuviera cometiendo un crimen. Era buena en eso. En escabullirse sin pensar en las consecuencias, como si no hubuera mayor problema en ello.
Su reloj marcaba exactamente 10 minutos desde que había salido de la academia. El olor la golpeó antes de ver el cartel: tteokbokki hirviendo en salsa roja, odeng flotando en caldo, kimbap apilado como si no fuera pecado.
—¡Uno extra picante, con extra de queso y odeng! —pidió sin pensar.
La dueña del puesto rió y le sirvió una porción visiblemente prohibida para cualquier trainee, y ella sintió que su estómago ya lo agradecía. Finalmente, comida real. Se ajustó la gorra, y mientras pagaba en efectivo, imaginaba la cara de su nutricionista si la viera ahora mismo.
—Lo siento, pero si tengo que comer otra lechuga, terminaré convertida en conejo... —susurró.
El primer bocado fue tan glorioso que casi olvidó... que solo le quedaban unos 10 minutos para regresar.
La gorra le cubría media cara, pero no lo suficiente como para ocultar la sonrisa traviesa que adornaba su rostro cada vez que salía sin permiso.
—Solo veinte minutos —susurró para si misma, mientras empujaba la puerta trasera de la academia— nadie lo notará...
Caminó rápido, con los auriculares colgando de su cuello y el corazón latiendo como si estuviera cometiendo un crimen. Era buena en eso. En escabullirse sin pensar en las consecuencias, como si no hubuera mayor problema en ello.
Su reloj marcaba exactamente 10 minutos desde que había salido de la academia. El olor la golpeó antes de ver el cartel: tteokbokki hirviendo en salsa roja, odeng flotando en caldo, kimbap apilado como si no fuera pecado.
—¡Uno extra picante, con extra de queso y odeng! —pidió sin pensar.
La dueña del puesto rió y le sirvió una porción visiblemente prohibida para cualquier trainee, y ella sintió que su estómago ya lo agradecía. Finalmente, comida real. Se ajustó la gorra, y mientras pagaba en efectivo, imaginaba la cara de su nutricionista si la viera ahora mismo.
—Lo siento, pero si tengo que comer otra lechuga, terminaré convertida en conejo... —susurró.
El primer bocado fue tan glorioso que casi olvidó... que solo le quedaban unos 10 minutos para regresar.
