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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
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  • En mitad del bosque ubicados en un campamento, a nuestros pies se encuentran los cadáveres del grupo de adolescentes que Noah Black y yo acabamos de beber su sangre hasta dejarlos completamente secos.
    Tomo asiento muy cerca de la fogata, admiro las llamas del fuego.
    En mitad del bosque ubicados en un campamento, a nuestros pies se encuentran los cadáveres del grupo de adolescentes que [Stone_thcx] y yo acabamos de beber su sangre hasta dejarlos completamente secos. Tomo asiento muy cerca de la fogata, admiro las llamas del fuego.
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    Capítulo I El nacimiento
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    Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar

    Abro los ojos por primera vez.
    No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto.
    Mi primer aliento es antiguo.
    Mi primer parpadeo, recién nacido.

    El aire que me recibe es un mosaico extraño:
    sangre y sudor,
    pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera.

    Sobre mí, lo primero que logro ver:
    la luna.
    La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz.
    A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo.
    Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar;
    la luna reclama ser la única protagonista.

    Y entonces,
    dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí,
    eclipsando parcialmente mi vista al cielo.

    Una de ellas, rosada, parece la más agotada.
    Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer.
    La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo.
    Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho.

    Con sus manos calientes me acaricia,
    y siento cómo algo se ancla en mi carne:
    un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente.
    Un regalo imposible, un primer don,
    el don de una Reina.

    Las miro.
    Parecen dos extrañas.
    Pero no lo son.
    Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia.

    En ese preciso instante
    sé que las amo.

    Así fue como me enamoré por primera vez.
    Capítulo I El nacimiento Relato en comentarios de la imagen 🩷 Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar Abro los ojos por primera vez. No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto. Mi primer aliento es antiguo. Mi primer parpadeo, recién nacido. El aire que me recibe es un mosaico extraño: sangre y sudor, pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera. Sobre mí, lo primero que logro ver: la luna. La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz. A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo. Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar; la luna reclama ser la única protagonista. Y entonces, dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí, eclipsando parcialmente mi vista al cielo. Una de ellas, rosada, parece la más agotada. Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer. La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo. Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho. Con sus manos calientes me acaricia, y siento cómo algo se ancla en mi carne: un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente. Un regalo imposible, un primer don, el don de una Reina. Las miro. Parecen dos extrañas. Pero no lo son. Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia. En ese preciso instante sé que las amo. Así fue como me enamoré por primera vez.
    Capítulo I El nacimiento
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    Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar

    Abro los ojos por primera vez.
    No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto.
    Mi primer aliento es antiguo.
    Mi primer parpadeo, recién nacido.

    El aire que me recibe es un mosaico extraño:
    sangre y sudor,
    pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera.

    Sobre mí, lo primero que logro ver:
    la luna.
    La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz.
    A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo.
    Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar;
    la luna reclama ser la única protagonista.

    Y entonces,
    dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí,
    eclipsando parcialmente mi vista al cielo.

    Una de ellas, rosada, parece la más agotada.
    Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer.
    La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo.
    Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho.

    Con sus manos calientes me acaricia,
    y siento cómo algo se ancla en mi carne:
    un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente.
    Un regalo imposible, un primer don,
    el don de una Reina.

    Las miro.
    Parecen dos extrañas.
    Pero no lo son.
    Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia.

    En ese preciso instante
    sé que las amo.

    Así fue como me enamoré por primera vez.
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  • Capítulo I El nacimiento
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    Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar

    Abro los ojos por primera vez.
    No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto.
    Mi primer aliento es antiguo.
    Mi primer parpadeo, recién nacido.

    El aire que me recibe es un mosaico extraño:
    sangre y sudor,
    pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera.

    Sobre mí, lo primero que logro ver:
    la luna.
    La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz.
    A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo.
    Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar;
    la luna reclama ser la única protagonista.

    Y entonces,
    dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí,
    eclipsando parcialmente mi vista al cielo.

    Una de ellas, rosada, parece la más agotada.
    Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer.
    La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo.
    Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho.

    Con sus manos calientes me acaricia,
    y siento cómo algo se ancla en mi carne:
    un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente.
    Un regalo imposible, un primer don,
    el don de una Reina.

    Las miro.
    Parecen dos extrañas.
    Pero no lo son.
    Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia.

    En ese preciso instante
    sé que las amo.

    Así fue como me enamoré por primera vez.
    Capítulo I El nacimiento Relato en comentarios de la imagen 🩷 Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar Abro los ojos por primera vez. No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto. Mi primer aliento es antiguo. Mi primer parpadeo, recién nacido. El aire que me recibe es un mosaico extraño: sangre y sudor, pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera. Sobre mí, lo primero que logro ver: la luna. La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz. A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo. Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar; la luna reclama ser la única protagonista. Y entonces, dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí, eclipsando parcialmente mi vista al cielo. Una de ellas, rosada, parece la más agotada. Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer. La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo. Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho. Con sus manos calientes me acaricia, y siento cómo algo se ancla en mi carne: un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente. Un regalo imposible, un primer don, el don de una Reina. Las miro. Parecen dos extrañas. Pero no lo son. Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia. En ese preciso instante sé que las amo. Así fue como me enamoré por primera vez.
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  • No sé cómo me queda este atuendo aunque siento es demasiado adolescente siendo que soy adulta... Por mi tamaño, sólo me queda bien la talla de las pre-adolescentes.
    No sé cómo me queda este atuendo aunque siento es demasiado adolescente siendo que soy adulta... Por mi tamaño, sólo me queda bien la talla de las pre-adolescentes.
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  • — Nada de esto es real, yo sufrí una congestión alcohólica de adolescente y llevo en coma 25 años, ustedes viven en mi cabeza, yo los creé.
    — Nada de esto es real, yo sufrí una congestión alcohólica de adolescente y llevo en coma 25 años, ustedes viven en mi cabeza, yo los creé.
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  • (monorol corto)

    jacky hace tiempo hizo un trato con un demonio llamado "yuanchou" ese demonio chino que se decía que cumplía deseos a cambio de tener que servirle por el resto de tu vida. jacky ni si quiera lo pudo pensar mucho, su único deseo movido por una agonía física insoportable fue...

    "-quiero que deje de doler"

    el demonio sonrió y cumplió el deseo del adolescente.
    su cuerpo dejo de doler pero sus heridas seguían ahí, se terminaron volviendo sus eternas compañeras y a medida que las peticiones de yuanchou se hacían mas crueles, el chico empezó a sucumbir en la locura convirtiéndose en el monstruo que es hoy en dia.
    (monorol corto) jacky hace tiempo hizo un trato con un demonio llamado "yuanchou" ese demonio chino que se decía que cumplía deseos a cambio de tener que servirle por el resto de tu vida. jacky ni si quiera lo pudo pensar mucho, su único deseo movido por una agonía física insoportable fue... "-quiero que deje de doler" el demonio sonrió y cumplió el deseo del adolescente. su cuerpo dejo de doler pero sus heridas seguían ahí, se terminaron volviendo sus eternas compañeras y a medida que las peticiones de yuanchou se hacían mas crueles, el chico empezó a sucumbir en la locura convirtiéndose en el monstruo que es hoy en dia.
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  • Hikari sigue creciendo y ya empieza a hacer a otros adolescentes voltear.
    ¡Me rehusó! ¡Ella es mi bebé!
    Hikari sigue creciendo y ya empieza a hacer a otros adolescentes voltear. ¡Me rehusó! ¡Ella es mi bebé!
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  • (El erizo adolescente encontró un microfono y empezo a cantar a todo pulmon una de sus canciones)

    - In this world
    Where life is strong
    In this world
    Life's an open book
    In this world
    Where compromise does not exist
    In his world of worlds, every step meets the risk!
    (El erizo adolescente encontró un microfono y empezo a cantar a todo pulmon una de sus canciones) - In this world Where life is strong In this world Life's an open book In this world Where compromise does not exist In his world of worlds, every step meets the risk!
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