• — Viajemos toda la noche sin rumbo, solos tú y yo hasta el infinito.
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  • 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜𝐨𝐧𝐠𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐀𝐦𝐞𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐚.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Romance
    STARTER PARA ───── 𝑸𝑼𝑬𝑬𝑵𝑰𝑬 𝐆𝐎𝐋𝐃𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍


    Edificio Woolworth.
    Nueva York, Estados Unidos de América.

    El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios.

    La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo?

    El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible.

    Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas.

    Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio.

    Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él.

    Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas.

    —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA.
    —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo.
    —¿Permiso de varitas?

    Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más.

    De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita.

    Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar.

    Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes.

    —Caballero.
    Abraxas se detuvo en seco, girándose.
    —La Oficina del permiso de varitas está por aquí.

    No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó.

    Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido.

    Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento?

    —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo.

    Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa.

    —Sí.
    —Está en el lugar indicado. Venga conmigo.

    ¿Contigo?

    Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble.

    —Por favor, siéntese.

    Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar.

    —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá…
    —No voy a darle mi varita.

    Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello?

    La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
    STARTER PARA [L3GEREMENS] Edificio Woolworth. Nueva York, Estados Unidos de América. El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios. La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo? El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible. Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas. Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio. Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él. Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas. —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA. —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo. —¿Permiso de varitas? Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más. De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita. Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar. Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes. —Caballero. Abraxas se detuvo en seco, girándose. —La Oficina del permiso de varitas está por aquí. No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó. Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido. Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento? —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo. Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa. —Sí. —Está en el lugar indicado. Venga conmigo. ¿Contigo? Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble. —Por favor, siéntese. Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar. —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá… —No voy a darle mi varita. Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello? La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
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    Grupal
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  • UNIVERSO 5
    En un viaje escolar a Cancún, la chica se presentó contigo para mostrarte algo.
    ❝ ¿Qué opinas?.... Me lo compre recién ayer. Es de una marca exclusiva de esta temporada.❞
    UNIVERSO 5 En un viaje escolar a Cancún, la chica se presentó contigo para mostrarte algo. ❝ ¿Qué opinas?.... Me lo compre recién ayer. Es de una marca exclusiva de esta temporada.❞
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  • Paso la página llevaba una semana queriendo leer el nuevo libro que compre por Online, estado ocupado realizando varios tramites todos relacionados con el viaje.
    Estoy muy ilusionado de que volvamos a pasar las Navidades en mi pueblo natal Laura Black
    Paso la página llevaba una semana queriendo leer el nuevo libro que compre por Online, estado ocupado realizando varios tramites todos relacionados con el viaje. Estoy muy ilusionado de que volvamos a pasar las Navidades en mi pueblo natal [eclipse_7]
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  • ❝𝑳𝒐𝒔 𝒕𝒓𝒆𝒔 𝒕𝒐𝒒𝒖𝒆𝒔❞
    Fandom Supernatural
    Categoría Acción
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ♥ 𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎:
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ⚆ Dean 𝕎inch𝙚s𝐭er



    La pelirroja había viajado por prácticamente todo el mundo, siempre alojada en hoteles de 5 estrellas, con todo el lujo a su disposición. Y sin embargo jamás había vuelto de un viaje, con una sonrisa tan esplendida como la que tenía al bajar del Impala en el garaje del bunker.
    Sam les había oído llegar y les esperaba de brazos cruzados en la puerta del mismo.
    Después de bajar del coche, y tras un abrazo y un agradecimiento a su cuñado por la ayuda con todo el tema del viaje, los tres suben y recorren los laberinticos pasillos, con la británica como cabeza de comitiva, y los dos hermanos acarreando las maletas rosas que hasta hace pocos minutos llenaban el maletero del Chevy.

    Habían pasado casi tres meses desde aquella fecha, y aunque los problemas seguían allí para ellos, esperándoles una vez habían vuelto, nadie podia negar que aquel viaje les había venido extraordinariamente bien a ambos.

    Los hermanos habían retomado sus investigaciones, sus salidas para acabar con hombres lobo, vampiros, espectros, demonios…
    Muchas veces ella misma participaba en los casos, del mismo modo que ya había hecho antes de sus vacaciones, pero sin un destino tan aciago como el que había encontrado en Dodge City.
    La vida había vuelto a la normalidad, a su normalidad.

    >> Eran las cuatro de la madrugada cuando la ausencia de Dean en la cama despierta a la británica, quien se incorpora mirando la luz del reloj digital como si le ofendieran aquellos números.
    Las sabanas a su lado estaban frías por lo que descarta una visita nocturna al baño.
    Podia darse la vuelta y volverse a dormir, sabía que los horarios de sueño del cazador no eran los más normales del mundo, pero en lugar de eso se levanta y se pone la bata de Dean antes de salir por la puerta, caminando descalza pero arrebujándose dentro de la enorme prenda.
    No necesita buscar demasiado, el primer lugar en el que decide mirar es donde le encuentra.
    Sentado a una de las mesas de la biblioteca, frente al portátil encendido y de espaldas a ella.

    — ¿Te parece bonito abandonarme en la cama? — Cuando llega hasta él, en completo silencio, alza sus manos hasta la nuca masculina y desde allí deja que sus uñas se deslicen hacia arriba creando diez pequeños caminos y viendo con satisfacción como la piel de aquella zona del Winchester se erizaba. — Las noticias seguirán ahí por la mañana…— pero la más joven apaga sus palabras antes de terminarlas al leer por encima del hombro masculino el titular que destacaba en la pantalla.

    ❝𝐂𝐑𝐄𝐂𝐄 𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐍𝐈𝐂𝐎 𝐍𝐈𝐍̃𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐂𝐎𝐌𝐀 𝐒𝐈𝐍 𝐂𝐀𝐔𝐒𝐀 𝐌𝐄𝐃𝐈𝐂𝐀❞

    — ¿De verdad crees que podría ser algo de vuestra… especialidad?
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ♥ 𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎: ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ⚆ [thxsoldier] La pelirroja había viajado por prácticamente todo el mundo, siempre alojada en hoteles de 5 estrellas, con todo el lujo a su disposición. Y sin embargo jamás había vuelto de un viaje, con una sonrisa tan esplendida como la que tenía al bajar del Impala en el garaje del bunker. Sam les había oído llegar y les esperaba de brazos cruzados en la puerta del mismo. Después de bajar del coche, y tras un abrazo y un agradecimiento a su cuñado por la ayuda con todo el tema del viaje, los tres suben y recorren los laberinticos pasillos, con la británica como cabeza de comitiva, y los dos hermanos acarreando las maletas rosas que hasta hace pocos minutos llenaban el maletero del Chevy. Habían pasado casi tres meses desde aquella fecha, y aunque los problemas seguían allí para ellos, esperándoles una vez habían vuelto, nadie podia negar que aquel viaje les había venido extraordinariamente bien a ambos. Los hermanos habían retomado sus investigaciones, sus salidas para acabar con hombres lobo, vampiros, espectros, demonios… Muchas veces ella misma participaba en los casos, del mismo modo que ya había hecho antes de sus vacaciones, pero sin un destino tan aciago como el que había encontrado en Dodge City. La vida había vuelto a la normalidad, a su normalidad. >> Eran las cuatro de la madrugada cuando la ausencia de Dean en la cama despierta a la británica, quien se incorpora mirando la luz del reloj digital como si le ofendieran aquellos números. Las sabanas a su lado estaban frías por lo que descarta una visita nocturna al baño. Podia darse la vuelta y volverse a dormir, sabía que los horarios de sueño del cazador no eran los más normales del mundo, pero en lugar de eso se levanta y se pone la bata de Dean antes de salir por la puerta, caminando descalza pero arrebujándose dentro de la enorme prenda. No necesita buscar demasiado, el primer lugar en el que decide mirar es donde le encuentra. Sentado a una de las mesas de la biblioteca, frente al portátil encendido y de espaldas a ella. — ¿Te parece bonito abandonarme en la cama? — Cuando llega hasta él, en completo silencio, alza sus manos hasta la nuca masculina y desde allí deja que sus uñas se deslicen hacia arriba creando diez pequeños caminos y viendo con satisfacción como la piel de aquella zona del Winchester se erizaba. — Las noticias seguirán ahí por la mañana…— pero la más joven apaga sus palabras antes de terminarlas al leer por encima del hombro masculino el titular que destacaba en la pantalla. ❝𝐂𝐑𝐄𝐂𝐄 𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐍𝐈𝐂𝐎 𝐍𝐈𝐍̃𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐂𝐎𝐌𝐀 𝐒𝐈𝐍 𝐂𝐀𝐔𝐒𝐀 𝐌𝐄𝐃𝐈𝐂𝐀❞ — ¿De verdad crees que podría ser algo de vuestra… especialidad?
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  • Retrospectiva del viaje padre e hijo.

    Si, su hijo puede ser un joven musculoso, bravo, violento, precioso como su madre y todo un hombre, pero si le dice "llévame" su papá lo hace.
    Retrospectiva del viaje padre e hijo. Si, su hijo puede ser un joven musculoso, bravo, violento, precioso como su madre y todo un hombre, pero si le dice "llévame" su papá lo hace.
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  • -despues de aquel viaje largo a Louisiana y que ya hubiera hecho un trato que cambiaría su vida ,regreso a su departamento a descansar más aún seguía dormido -
    -despues de aquel viaje largo a Louisiana y que ya hubiera hecho un trato que cambiaría su vida ,regreso a su departamento a descansar más aún seguía dormido -
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  • Se sacude la tierra, el viaje ha sido largo.
    Se sacude la tierra, el viaje ha sido largo.
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  • Cap: 01

    Intentó abrir los párpados, pero enseguida arrugó el rostro al ser recibido por los azotes de los rayos del sol. Otra vez tuvo que frotarse con el dorso de las manos, solo que esta vez tendría una molestia mayor; ardor, el ardor provocado por el agua salada que se filtra entre los párpados y llega hasta los ojos.

    Varios fueron los minutos de rodar y patalear, entre gruñidos y gimoteos. No fue hasta que la arena entró en sus narices que se levantó del suelo, tan fuerte como la tos que hacía doler su garganta.
    ¿Lágrimas? Si, deslizándose lentamente por las esquinas de aquellos dorados ojos. Respiró profundo hasta que sus jadeos lograron penetrar muy levemente el agua que tapaba sus alargadas orejas.

    Decir que se veía deplorable era poco; su rostro pálido llevaba un tono rojizo por la agitación y su largo cabello lacio estaba despeinado, enredado y reseco por las sales del mar que lo arrastró hasta aquella orilla, y en su espalda yacen extendidas las heridas de su violento aterrizaje. Sanó lesiones a velocidades vertiginosa para un humano ordinario, pero para él se sintió lento y horrible ¿Por qué? Porque cada segundo parecía eterno por culpa de las partículas que la carne creciente arrastra sobre sus nervios expuestos. Las sintió salir una por una.

    Descansó de rodillas, con los antebrazos sobre la arena. Los jadeos seguían saliendo de sus labios, pero poco a poco la respiración fue tomando un ritmo apropiado. Los ojos los tenía rojos, culpa de la sal y las lágrimas producidas por el dolor. Al rato tomó una postura erguida, con la cabeza tirada hacia atrás, y respiró profundo. Se sentía mejor, el alivio había tomado asiló en su cuerpo. Su recuperación estaba completa, y fue un total éxito; ni una marca, ni siquiera una costra que pudiera servir de recuerdo.

    El sol ya avanzó más allá de su punto más alto, anunciando así su intención de perderse en el horizonte. Así que el chico de cabello rojo decidió ponerse de pie para emprender su camino a... A ningún lado en particular. Es incapaz de ubicar el área de donde proviene, mucho menos reconoce su paradero actual. Su única opción es seguir al gigante dorado, aquel que avanza sin esperar a nadie, ese que toma asiento en su trono en el punto más alto del firmamento.

    Dejó atrás las arenas y se adentró en la hierba, plantas tan altas que acarician sus piernas hasta producirle comezón. Podría haber avanzado más pero cada tantos pasos se detenía a rascarse pies, rodillas y gemelos.

    Un viaje sin destino u origen. Incierto, pero era suyo. Solo debía de seguir la guía del sol y consultar al viento cuando sienta inseguridad.
    Cap: 01 Intentó abrir los párpados, pero enseguida arrugó el rostro al ser recibido por los azotes de los rayos del sol. Otra vez tuvo que frotarse con el dorso de las manos, solo que esta vez tendría una molestia mayor; ardor, el ardor provocado por el agua salada que se filtra entre los párpados y llega hasta los ojos. Varios fueron los minutos de rodar y patalear, entre gruñidos y gimoteos. No fue hasta que la arena entró en sus narices que se levantó del suelo, tan fuerte como la tos que hacía doler su garganta. ¿Lágrimas? Si, deslizándose lentamente por las esquinas de aquellos dorados ojos. Respiró profundo hasta que sus jadeos lograron penetrar muy levemente el agua que tapaba sus alargadas orejas. Decir que se veía deplorable era poco; su rostro pálido llevaba un tono rojizo por la agitación y su largo cabello lacio estaba despeinado, enredado y reseco por las sales del mar que lo arrastró hasta aquella orilla, y en su espalda yacen extendidas las heridas de su violento aterrizaje. Sanó lesiones a velocidades vertiginosa para un humano ordinario, pero para él se sintió lento y horrible ¿Por qué? Porque cada segundo parecía eterno por culpa de las partículas que la carne creciente arrastra sobre sus nervios expuestos. Las sintió salir una por una. Descansó de rodillas, con los antebrazos sobre la arena. Los jadeos seguían saliendo de sus labios, pero poco a poco la respiración fue tomando un ritmo apropiado. Los ojos los tenía rojos, culpa de la sal y las lágrimas producidas por el dolor. Al rato tomó una postura erguida, con la cabeza tirada hacia atrás, y respiró profundo. Se sentía mejor, el alivio había tomado asiló en su cuerpo. Su recuperación estaba completa, y fue un total éxito; ni una marca, ni siquiera una costra que pudiera servir de recuerdo. El sol ya avanzó más allá de su punto más alto, anunciando así su intención de perderse en el horizonte. Así que el chico de cabello rojo decidió ponerse de pie para emprender su camino a... A ningún lado en particular. Es incapaz de ubicar el área de donde proviene, mucho menos reconoce su paradero actual. Su única opción es seguir al gigante dorado, aquel que avanza sin esperar a nadie, ese que toma asiento en su trono en el punto más alto del firmamento. Dejó atrás las arenas y se adentró en la hierba, plantas tan altas que acarician sus piernas hasta producirle comezón. Podría haber avanzado más pero cada tantos pasos se detenía a rascarse pies, rodillas y gemelos. Un viaje sin destino u origen. Incierto, pero era suyo. Solo debía de seguir la guía del sol y consultar al viento cuando sienta inseguridad.
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  • Ropa de viajera para tener fresquito el cuerpo.
    Ropa de viajera para tener fresquito el cuerpo.
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