• “…Síntoma de la tristeza que se esfuma
    Es la sonrisa esperanzada que adorna
    Los labios sinceros de un beso intranquilo
    Compuesto del hechizo de la savia imperecedera
    De una mirada igualmente desnuda
    El semblante honesto de una palabra magia
    Cariño expresado, con ese coqueteo natural
    Que borra cualquier huella
    Que la melancolía habrá de dejar…”
    “…Síntoma de la tristeza que se esfuma Es la sonrisa esperanzada que adorna Los labios sinceros de un beso intranquilo Compuesto del hechizo de la savia imperecedera De una mirada igualmente desnuda El semblante honesto de una palabra magia Cariño expresado, con ese coqueteo natural Que borra cualquier huella Que la melancolía habrá de dejar…”
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  • ⸻ ¡He dormido! ¡Entero! ¡Completo! Como una manzana sin mordidas, como una movie sin avisos publicitarios! ¡Desayuno! ¡Almohadas, os amo, pero hay panqueques en mi destino! ⸻ exclamó, apenas despertar, señalando hacia la ventana como si las nubes ocultarán una panadería mística.

    Con los pies descalzos danzando sobre el suelo frío, tras una rápida visita al baño, se vistió con lo primero que encontró, siendo las hadas del cosmo sus mejores estilistas. Agarró su bufanda, el morral y dejó el pequeño departamento que llama hogar. Bajó las escaleras brincando de dos en dos y salió a la calle con la seguridad de quien sabe que hoy el universo lo quiere bien alimentado.

    ⸻ ¡Voy a desayunar algo digno del milagro de haber sobrevivido a otro día! Nada de galletitas tristes ni café llorón. Hoy necesito... ¡Hoy necesito waffles astrales o me cambio el nombre a Pompón Von Tristeza! ⸻

    Y así, con una sonrisa que desbordaba dopamina, Cocó fue a encontrar el desayuno que el destino tenía en oferta.
    ⸻ ¡He dormido! ¡Entero! ¡Completo! Como una manzana sin mordidas, como una movie sin avisos publicitarios! ¡Desayuno! ¡Almohadas, os amo, pero hay panqueques en mi destino! ⸻ exclamó, apenas despertar, señalando hacia la ventana como si las nubes ocultarán una panadería mística. Con los pies descalzos danzando sobre el suelo frío, tras una rápida visita al baño, se vistió con lo primero que encontró, siendo las hadas del cosmo sus mejores estilistas. Agarró su bufanda, el morral y dejó el pequeño departamento que llama hogar. Bajó las escaleras brincando de dos en dos y salió a la calle con la seguridad de quien sabe que hoy el universo lo quiere bien alimentado. ⸻ ¡Voy a desayunar algo digno del milagro de haber sobrevivido a otro día! Nada de galletitas tristes ni café llorón. Hoy necesito... ¡Hoy necesito waffles astrales o me cambio el nombre a Pompón Von Tristeza! ⸻ Y así, con una sonrisa que desbordaba dopamina, Cocó fue a encontrar el desayuno que el destino tenía en oferta.
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama.Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se volaban desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama.Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se volaban desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    | A veces los días lluviosos me llenan de una tristeza que no puedo entender.
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  • ━ ǫᴜᴇ ᴍɪᴇʀᴅᴀ ᴛᴏᴅᴏ...
    -Su actitud era frío, combinando con una tristeza y desanimo que se podía notar en la expresión del rostro de Tomoki.-
    ━ ǫᴜᴇ ᴍɪᴇʀᴅᴀ ᴛᴏᴅᴏ... -Su actitud era frío, combinando con una tristeza y desanimo que se podía notar en la expresión del rostro de Tomoki.-
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  • La madrugada aún cubría el cielo de Bonta con su manto oscuro, salpicado de estrellas titilantes. Todo estaba en silencio, salvo por el leve zumbido del viento entre las hojas altas del árbol donde Naru dormía.

    Pero de pronto, la calma se quebró.

    —¡Ngh… hhh…! —Naru jadeó al incorporarse bruscamente, con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada.

    Estaba sudando frío.

    Su cuerpo temblaba. Su corazón golpeaba con fuerza desmedida contra su pecho, como si acabara de salir de una batalla. Miró a su alrededor: el bosque tranquilo, su capa caída a un lado, las pequeñas alas de Wakfu de su cabeza replegadas. Estaba solo… pero **no se sentía solo**.

    —¿Qué fue eso…? —murmuró, llevándose una mano al rostro.

    El sudor le caía por la sien. Cerró los ojos, buscando calmarse… pero lo que vio seguía allí, grabado en su mente como si él mismo lo hubiera vivido:

    **Un dragón de inmenso poder. Una playa en ruinas. Una figura de ojos resplandecientes, enfrentando al dragón con furia, tristeza… y desesperación.**

    Naru apretó los dientes.

    —Esa pelea… yo no… yo no estuve ahí. ¿Por qué la sentí tan… real?

    Entonces vino otra imagen, como un relámpago cruzando la oscuridad:

    Se llevó ambas manos al pecho. **Sentía nostalgia. Pérdida. Y un peso inmenso, como si lo estuvieran llamando desde un recuerdo que no le pertenecía.**

    Susurró, casi sin voz:

    —¿Quién… Carj...?






    https://youtu.be/qzOV5fLjW3c?si=ZeKFfu-fWPwP4tfi
    🌘 La madrugada aún cubría el cielo de Bonta con su manto oscuro, salpicado de estrellas titilantes. Todo estaba en silencio, salvo por el leve zumbido del viento entre las hojas altas del árbol donde Naru dormía. Pero de pronto, la calma se quebró. —¡Ngh… hhh…! —Naru jadeó al incorporarse bruscamente, con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada. Estaba sudando frío. Su cuerpo temblaba. Su corazón golpeaba con fuerza desmedida contra su pecho, como si acabara de salir de una batalla. Miró a su alrededor: el bosque tranquilo, su capa caída a un lado, las pequeñas alas de Wakfu de su cabeza replegadas. Estaba solo… pero **no se sentía solo**. —¿Qué fue eso…? —murmuró, llevándose una mano al rostro. El sudor le caía por la sien. Cerró los ojos, buscando calmarse… pero lo que vio seguía allí, grabado en su mente como si él mismo lo hubiera vivido: **Un dragón de inmenso poder. Una playa en ruinas. Una figura de ojos resplandecientes, enfrentando al dragón con furia, tristeza… y desesperación.** Naru apretó los dientes. —Esa pelea… yo no… yo no estuve ahí. ¿Por qué la sentí tan… real? Entonces vino otra imagen, como un relámpago cruzando la oscuridad: Se llevó ambas manos al pecho. **Sentía nostalgia. Pérdida. Y un peso inmenso, como si lo estuvieran llamando desde un recuerdo que no le pertenecía.** Susurró, casi sin voz: —¿Quién… Carj...? https://youtu.be/qzOV5fLjW3c?si=ZeKFfu-fWPwP4tfi
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  • Fue agradable volver a conocer a otro ser vivo después de mucho tiempo, por lo menos dejé de pensar en la razón de mi tristeza
    Fue agradable volver a conocer a otro ser vivo después de mucho tiempo, por lo menos dejé de pensar en la razón de mi tristeza
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  • La tarde era tranquila, más de lo habitual. Naru Saigo dormía bajo el abrigo de una colina suave, con su capa recogida como almohada y las estrellas parpadeando sobre su rostro. Pero en su mente… no había paz.

    Oscuridad.

    Un pasillo infinito, como si el cielo mismo se hubiera convertido en piedra azul. Todo era silencioso, excepto por un leve zumbido de energía, como si el Wakfu estuviera llorando.

    Naru avanzaba sin entender cómo o por qué. Sus pasos resonaban sobre un suelo que no sentía real, y sin embargo… había algo familiar.

    Una puerta. Alta. Antigua. Cubierta de símbolos que no reconocía, pero que su corazón sí parecía entender.

    Cuando la tocó, una voz —la suya, pero más fría, más rota— susurró desde el otro lado:

    > "Hice lo que debía… para que el mundo viviera… aunque me odiaran por ello."

    La puerta se abrió de golpe. Dentro, un trono vacío. Una sala circular, y al centro, una figura de espaldas. Capa larga, cabello claro, y una tristeza que podía sentirse como un peso físico.

    —¿Quién eres…? —preguntó Naru con voz baja.

    La figura giró apenas el rostro, mostrando unos ojos llenos de siglos, y le respondió con un eco que lo atravesó como una lanza:

    > "Yo… soy tú. Cuando te quiebres."

    Y entonces, como si todo fuera arrastrado por una ola invisible, Naru fue absorbido por luz azul, y despertó de golpe.

    Respiraba agitado. El cielo seguía ahí, las estrellas seguían ahí… su capa aún estaba bajo su cabeza.

    —Qué sueño más... raro… —murmuró, secándose el sudor de la frente.

    Se sentó, mirando hacia el firmamento.

    Se quedó en silencio unos segundos. Luego, como si no pasara nada, tomó una manzana de su bolsa y dio un mordisco.

    —Mejor buscaré una fruta.
    La tarde era tranquila, más de lo habitual. Naru Saigo dormía bajo el abrigo de una colina suave, con su capa recogida como almohada y las estrellas parpadeando sobre su rostro. Pero en su mente… no había paz. Oscuridad. Un pasillo infinito, como si el cielo mismo se hubiera convertido en piedra azul. Todo era silencioso, excepto por un leve zumbido de energía, como si el Wakfu estuviera llorando. Naru avanzaba sin entender cómo o por qué. Sus pasos resonaban sobre un suelo que no sentía real, y sin embargo… había algo familiar. Una puerta. Alta. Antigua. Cubierta de símbolos que no reconocía, pero que su corazón sí parecía entender. Cuando la tocó, una voz —la suya, pero más fría, más rota— susurró desde el otro lado: > "Hice lo que debía… para que el mundo viviera… aunque me odiaran por ello." La puerta se abrió de golpe. Dentro, un trono vacío. Una sala circular, y al centro, una figura de espaldas. Capa larga, cabello claro, y una tristeza que podía sentirse como un peso físico. —¿Quién eres…? —preguntó Naru con voz baja. La figura giró apenas el rostro, mostrando unos ojos llenos de siglos, y le respondió con un eco que lo atravesó como una lanza: > "Yo… soy tú. Cuando te quiebres." Y entonces, como si todo fuera arrastrado por una ola invisible, Naru fue absorbido por luz azul, y despertó de golpe. Respiraba agitado. El cielo seguía ahí, las estrellas seguían ahí… su capa aún estaba bajo su cabeza. —Qué sueño más... raro… —murmuró, secándose el sudor de la frente. Se sentó, mirando hacia el firmamento. Se quedó en silencio unos segundos. Luego, como si no pasara nada, tomó una manzana de su bolsa y dio un mordisco. —Mejor buscaré una fruta.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Hay un instante eterno en el que el tiempo parece detenerse mientras el corazón le sigue latiendo. Tuc. Tuc. Tuc. Siente la vibración contra su caja torácica, retumbando en sus tímpanos mientras intenta recuperar el aliento solo para darse cuenta de que no puede hacerlo.

    Tony está a su derecha, pero por primera vez desde que se conocen, él no está prestándole atención. No tiene lugar para más que la imagen amarillenta que se transmite sin sonido en una pantalla maltratada a treinta centímetros de él. A la izquierda, Bucky tiene una expresión desencajada por la angustia de un recuerdo vívido pero antiguo, que literalmente se reproduce frente a él.

    Y justo en el medio de ambos, está Stephanie. Solo ella, junto a un corazón que late con fuerza y unos pulmones que han dejado de servir.

    Hay un torbellino de sensaciones encontradas en su interior, que se revuelven para hacerla sentir mareada. Por un lado, quiere sujetar a Tony y abrazarlo como lo ha hecho desde la primera pesadilla con agujeros de gusano y vacíos oscuros. Por el otro, su corazón se rompe al ver la expresión ausente en el rostro de su mejor amigo, captado por la cámara de video mientras asesina a Howard y María Stark con la automaticidad con la que ha sido maldecido desde el día en que cayó del tren.

    La capitana siente una culpa que no puede controlar, como si la culpa que ha sentido desde el día en que eso pasó, se acrecentara para engullirla entera solo por la forma en la que los dedos de la armadura de Tony se flexionan.

    Su corazón comienza a deshacerse justo ahí. A medio camino de lo único que tiene en la vida después de tanto perder. A medio camino entre los dos hombres que ama. A su izquierda, el hombre con el que había compartido toda su vida. A su derecha, el hombre con el que, hasta ese instante, creyó que estaba destinada a vivir los años que le quedasen.

    Si alguien se lo hubiese preguntado en un cuestionario, definitivamente Stephanie no hubiese podido contestar.

    Más eligió a uno sobre el otro de forma automática, sin siquiera titubear, cuando al terminar el video Tony se giró hacia James y ella le sujetó el antebrazo de la armadura.

    Allí, con ese único gesto, todo lo que había sido especial en su vínculo con Stark, se deshizo como arena entre los dedos. Se hizo añicos mientras él la miraba con el ardor de la traición y la furia en sus ojos castaños.

    —Tony, no—susurró ella, con voz carrasposa. El hombre de acero tira del agarre, como queriendo quitársela de encima, pero la rubia insiste, esta vez con desesperación:—. No ha sido su culpa, por favor.

    A partir de allí todo es caos. Gritos. Disparos.

    Stephanie es consciente de una forma casi dolorosa, de que en reiteradas oportunidades Tony no la enfrenta sino que la aparta. En muchos encontronazos el uno con el otro, simplemente la empuja contra las paredes con la fuerza de la armadura y la aleja de él, porque su objetivo es Bucky. Pero ella vuelve a la carrera, arrojándose hacia él y sujetándolo mientras le grita a su mejor amigo que se vaya. Las manos le duelen y las uñas se le parten por el esfuerzo que hace arrancando los trozos de la armadura para descomponerla, como una manifestación física de todo el dolor que la hace trizas desde adentro.

    En algún punto, la paciencia de Tony se agota y empieza lo verdaderamente duro. Los golpes van y vuelven, el escudo regresa a su mano para protegerla de los disparos y estrellarse contra el metal que ya no puede alcanzar porque es demasiado grueso para ser arrancado. Su prometido la ataca, pero eventualmente continúa diciendole que se aleje cada vez que logra estrellarla contra una pared a diez metros de dónde él está parado. Ella le dice que no puede, que podría hacer eso todo el día, un mantra casi típico de sí que toda la vida ha sido el pilar de su personalidad. Tony dispara contra James y el super soldado vuela por los aires antes de que la capitana embista en su contra y lo arroje contra el suelo, se le trepa encima y le da un puñetazo. Luego otro, y otro más. Arranca un pedazo de la máscara que se agrieta con un golpe del filo del escudo y un golpe del propulsor en la mano ajena se le estrella en el pecho. Arde, el calor atraviesa el traje y hace un agujero al mismo tiempo en que ella utiliza el escudo para romper el reactor en su pecho con un chasquido vidriado, grotesco.

    Ella está llorando. Tiene el rostro cubierto de sangre que brota por los cortes y lágrimas que se le escapan de los ojos. Escucha su propia voz, suplicándole a Tony, diciéndole que lo siente.

    La armadura se apaga, porque ella le arranca el reactor del pecho. Le arranca la fuente de energía de una forma casi tan poética como irónica al pensar que, ese reactor, en algún momento era como el corazón de Tony Stark.

    Ella le está arrancando el corazón.
    En algún punto, el que es su prometido llega a la misma conclusión, porque no lucha más en su contra después de que la capitana arranque el escudo de su pecho. Tiene la mirada fija en los ojos de ella, con el dolor y la tristeza golpeándola como una bofetada.
    Stephanie se pone de pie con la respiración cortada, se acerca a James para ayudarlo a incorporarse y comienza a alejarse despacio, sabiendo que Tony no va a seguirlos.

    Él grita, sin embargo. El tono de su voz está cargado de rencor, frustración e ira.

    —¡Ese escudo no te pertenece! ¡No lo mereces! ¡Mi padre hizo ese escudo!
    Los dedos de Stephanie tiemblan en el agarre de cuero sujeto al vibranio. Se estremece.

    —¡No mereces nada de lo que tenía para ti!

    Inhala con brusquedad, sin siquiera molestarse en detener el llanto que se escapa de sus ojos azules. El escudo se afloja, resbalándose del enganche alrededor de su antebrazo cuando abre los dedos y lo deja ir, empuñando los ojos. Hay un segundo de silencio en el que nadie dice nada, en el que nada suena, pero en el que el aire quema en sus pulmones agitados y el peso de las miradas ajenas le hace doler los hombros. Cuando vuelve a abrirlos, ha tomado la decisión sin retorno, incluso si en ese punto ya no existía. Bucky sigue la mirada de la capitana, que baja a su propia mano izquierda dónde un discreto anillo de oro blanco lanza un guiño burlesco desde su dedo anular. Ella fleziona el pulgar para enganchar el anillo y deslizarlo por las falanges hasta que queda colgando de la punta del anular antes de que lo suelte.

    Otro chasquido. Esta vez, el del oro repicando contra el vibranio.

    Después, silencio.

    Tony no los sigue. Bucky no le habla.

    El frío del exterior le acaricia la cara, congelando sus lágrimas y causando un escozor sobre las heridas abiertas, que ni siquiera tiene una mínima comparación con el dolor de su corazón al desangrarse por dentro.

    Hay un instante eterno en el que el tiempo parece detenerse mientras el corazón le sigue latiendo. Tuc. Tuc. Tuc. Siente la vibración contra su caja torácica, retumbando en sus tímpanos mientras intenta recuperar el aliento solo para darse cuenta de que no puede hacerlo. Tony está a su derecha, pero por primera vez desde que se conocen, él no está prestándole atención. No tiene lugar para más que la imagen amarillenta que se transmite sin sonido en una pantalla maltratada a treinta centímetros de él. A la izquierda, Bucky tiene una expresión desencajada por la angustia de un recuerdo vívido pero antiguo, que literalmente se reproduce frente a él. Y justo en el medio de ambos, está Stephanie. Solo ella, junto a un corazón que late con fuerza y unos pulmones que han dejado de servir. Hay un torbellino de sensaciones encontradas en su interior, que se revuelven para hacerla sentir mareada. Por un lado, quiere sujetar a Tony y abrazarlo como lo ha hecho desde la primera pesadilla con agujeros de gusano y vacíos oscuros. Por el otro, su corazón se rompe al ver la expresión ausente en el rostro de su mejor amigo, captado por la cámara de video mientras asesina a Howard y María Stark con la automaticidad con la que ha sido maldecido desde el día en que cayó del tren. La capitana siente una culpa que no puede controlar, como si la culpa que ha sentido desde el día en que eso pasó, se acrecentara para engullirla entera solo por la forma en la que los dedos de la armadura de Tony se flexionan. Su corazón comienza a deshacerse justo ahí. A medio camino de lo único que tiene en la vida después de tanto perder. A medio camino entre los dos hombres que ama. A su izquierda, el hombre con el que había compartido toda su vida. A su derecha, el hombre con el que, hasta ese instante, creyó que estaba destinada a vivir los años que le quedasen. Si alguien se lo hubiese preguntado en un cuestionario, definitivamente Stephanie no hubiese podido contestar. Más eligió a uno sobre el otro de forma automática, sin siquiera titubear, cuando al terminar el video Tony se giró hacia James y ella le sujetó el antebrazo de la armadura. Allí, con ese único gesto, todo lo que había sido especial en su vínculo con Stark, se deshizo como arena entre los dedos. Se hizo añicos mientras él la miraba con el ardor de la traición y la furia en sus ojos castaños. —Tony, no—susurró ella, con voz carrasposa. El hombre de acero tira del agarre, como queriendo quitársela de encima, pero la rubia insiste, esta vez con desesperación:—. No ha sido su culpa, por favor. A partir de allí todo es caos. Gritos. Disparos. Stephanie es consciente de una forma casi dolorosa, de que en reiteradas oportunidades Tony no la enfrenta sino que la aparta. En muchos encontronazos el uno con el otro, simplemente la empuja contra las paredes con la fuerza de la armadura y la aleja de él, porque su objetivo es Bucky. Pero ella vuelve a la carrera, arrojándose hacia él y sujetándolo mientras le grita a su mejor amigo que se vaya. Las manos le duelen y las uñas se le parten por el esfuerzo que hace arrancando los trozos de la armadura para descomponerla, como una manifestación física de todo el dolor que la hace trizas desde adentro. En algún punto, la paciencia de Tony se agota y empieza lo verdaderamente duro. Los golpes van y vuelven, el escudo regresa a su mano para protegerla de los disparos y estrellarse contra el metal que ya no puede alcanzar porque es demasiado grueso para ser arrancado. Su prometido la ataca, pero eventualmente continúa diciendole que se aleje cada vez que logra estrellarla contra una pared a diez metros de dónde él está parado. Ella le dice que no puede, que podría hacer eso todo el día, un mantra casi típico de sí que toda la vida ha sido el pilar de su personalidad. Tony dispara contra James y el super soldado vuela por los aires antes de que la capitana embista en su contra y lo arroje contra el suelo, se le trepa encima y le da un puñetazo. Luego otro, y otro más. Arranca un pedazo de la máscara que se agrieta con un golpe del filo del escudo y un golpe del propulsor en la mano ajena se le estrella en el pecho. Arde, el calor atraviesa el traje y hace un agujero al mismo tiempo en que ella utiliza el escudo para romper el reactor en su pecho con un chasquido vidriado, grotesco. Ella está llorando. Tiene el rostro cubierto de sangre que brota por los cortes y lágrimas que se le escapan de los ojos. Escucha su propia voz, suplicándole a Tony, diciéndole que lo siente. La armadura se apaga, porque ella le arranca el reactor del pecho. Le arranca la fuente de energía de una forma casi tan poética como irónica al pensar que, ese reactor, en algún momento era como el corazón de Tony Stark. Ella le está arrancando el corazón. En algún punto, el que es su prometido llega a la misma conclusión, porque no lucha más en su contra después de que la capitana arranque el escudo de su pecho. Tiene la mirada fija en los ojos de ella, con el dolor y la tristeza golpeándola como una bofetada. Stephanie se pone de pie con la respiración cortada, se acerca a James para ayudarlo a incorporarse y comienza a alejarse despacio, sabiendo que Tony no va a seguirlos. Él grita, sin embargo. El tono de su voz está cargado de rencor, frustración e ira. —¡Ese escudo no te pertenece! ¡No lo mereces! ¡Mi padre hizo ese escudo! Los dedos de Stephanie tiemblan en el agarre de cuero sujeto al vibranio. Se estremece. —¡No mereces nada de lo que tenía para ti! Inhala con brusquedad, sin siquiera molestarse en detener el llanto que se escapa de sus ojos azules. El escudo se afloja, resbalándose del enganche alrededor de su antebrazo cuando abre los dedos y lo deja ir, empuñando los ojos. Hay un segundo de silencio en el que nadie dice nada, en el que nada suena, pero en el que el aire quema en sus pulmones agitados y el peso de las miradas ajenas le hace doler los hombros. Cuando vuelve a abrirlos, ha tomado la decisión sin retorno, incluso si en ese punto ya no existía. Bucky sigue la mirada de la capitana, que baja a su propia mano izquierda dónde un discreto anillo de oro blanco lanza un guiño burlesco desde su dedo anular. Ella fleziona el pulgar para enganchar el anillo y deslizarlo por las falanges hasta que queda colgando de la punta del anular antes de que lo suelte. Otro chasquido. Esta vez, el del oro repicando contra el vibranio. Después, silencio. Tony no los sigue. Bucky no le habla. El frío del exterior le acaricia la cara, congelando sus lágrimas y causando un escozor sobre las heridas abiertas, que ni siquiera tiene una mínima comparación con el dolor de su corazón al desangrarse por dentro.
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  • — La disciplina de la fortaleza, que por un lado inculca la resistencia sin queja, y por otro enseña la cortesía, exigiéndonos no estropear el placer o la serenidad de otros mediante la expresión de nuestra propia tristeza o dolor... —
    — La disciplina de la fortaleza, que por un lado inculca la resistencia sin queja, y por otro enseña la cortesía, exigiéndonos no estropear el placer o la serenidad de otros mediante la expresión de nuestra propia tristeza o dolor... —
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