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    ¿Por qué avergonzarse de querer ir más allá?

    ¿Por qué temer a lo desconocido si ahí aguardan las mejores historias?

    Debemos ser dueños de nuestro propio destino ¿No?
    Aunque el filo frio y devastador de nuestras sombras busquen el control de nuestra valentía. No hay que temer a sentir ese terror al enfrentarlas, hay que abrazarlo, luchar con garras y colmillos contra ello para liberarnos de aquellas ataduras que nos impiden explorar el más allá, los misterios... Lo oculto a simple vista que aguarda en la oscuridad a qué llegue una luz que lo desvelé.
    ¿Por qué avergonzarse de querer ir más allá? ¿Por qué temer a lo desconocido si ahí aguardan las mejores historias? Debemos ser dueños de nuestro propio destino ¿No? Aunque el filo frio y devastador de nuestras sombras busquen el control de nuestra valentía. No hay que temer a sentir ese terror al enfrentarlas, hay que abrazarlo, luchar con garras y colmillos contra ello para liberarnos de aquellas ataduras que nos impiden explorar el más allá, los misterios... Lo oculto a simple vista que aguarda en la oscuridad a qué llegue una luz que lo desvelé.
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  • ⠀⠀⠀⠀El silencio en la mansión era profundo, pero no se sentía como paz. Se sentía como la calma tensa de un lugar que aún guardaba secretos. Kazuha deambulaba por los pasillos vacíos, el arrastre de sus pantuflas contra el piso de madera envejecida era el único sonido que interrumpía aquel silencio. Pero no estaba sola.

    ⠀⠀⠀⠀Kazuha descendió por la escalera imperial, se quitó las pantuflas y caminó descalza sobre la alfombra. Una corriente de aire frío corría por el suelo del vestíbulo. No era el frío del otoño, era el frío de otro sitio.

    ⠀⠀⠀⠀En el oscuro rincón, la criatura se retorcía, absorbiendo la luz de su alrededor. No tenía una forma definida, era una masa de sombras y susurros, de dientes demasiado largos, y ojos pálidos que la observaban. No la atacaba. Era una de las inofensivas, o al menos, una de las que habían aprendido a no acercarse demasiado. Desde que Kazuha había vuelto, aquella cosa había emergido de entre los planos y se había instalado como si fuera un mueble más, y uno bastante grotesco.

    ⠀⠀⠀⠀Ella pasó junto a la criatura con indiferencia, vertiendo un poco de vodka en una copa.

    —¿Otra vez tú? —murmuró, no hacia la criatura, hacia la oscuridad en general— pensé que te había dicho que la próxima vez que me siguieras te convertiría en tapete... —dijo, mientras se sentaba en el sofá polvoriento— Mentí, claro. Eres demasiado horrorosa como para decorar

    ⠀⠀⠀⠀La criatura emitió un sonido que era a la vez como el crujido de un insecto y el llanto de un niño. Kazuha ni se inmutó, solo bebió un trago largo de su bebida, pero sus sentidos permanecían alerta, no por miedo, por costumbre. No todas eran así de dóciles. Algunas solo observaban. Otras... atacaban. Y otras tantas, las mas astutas, esperaban que bajara la guardia para recordarle que su existencia y su magia eran un banquete para ellas.

    ⠀⠀⠀⠀Esta no era la primera. Tampoco sería la última. Su magia era como un faro en la niebla para todo lo que era rechazado, roto o hambriento. Era como un imán, y la basura del universo sobrenatural siempre acababa pegándose a ella.

    ⠀⠀⠀⠀A veces se preguntaba sí, en otra vida tal vez, ella y esas criaturas habrían sido amigas. Pero en esta solo eran como acompañantes obligados por un destino retorcido.

    —¡No me mires así! —la regañó como si se tratara de una mascota, finalmente volviéndose para enfrentar la masa de sombras— Tu hambre es aburrida. ¡Predecible! —se quejó— Si quieres quedarte, al menos vuélvete útil. Limpia la mugre de la casa, lame el polvo de los marcos de la ventana, o algo.

    ⠀⠀⠀⠀La criatura parpadeó. Era así de triste, incluso los horrores de otros planos a veces encontraban sus días monótonos. Y ese era el precio de su poder, ser el centro de todo un ecosistema de pesadillas, dónde algunas querían arrimarse al calor del caos, y otras, devorar la fuente.
    ⠀⠀⠀⠀El silencio en la mansión era profundo, pero no se sentía como paz. Se sentía como la calma tensa de un lugar que aún guardaba secretos. Kazuha deambulaba por los pasillos vacíos, el arrastre de sus pantuflas contra el piso de madera envejecida era el único sonido que interrumpía aquel silencio. Pero no estaba sola. ⠀⠀⠀⠀Kazuha descendió por la escalera imperial, se quitó las pantuflas y caminó descalza sobre la alfombra. Una corriente de aire frío corría por el suelo del vestíbulo. No era el frío del otoño, era el frío de otro sitio. ⠀⠀⠀⠀En el oscuro rincón, la criatura se retorcía, absorbiendo la luz de su alrededor. No tenía una forma definida, era una masa de sombras y susurros, de dientes demasiado largos, y ojos pálidos que la observaban. No la atacaba. Era una de las inofensivas, o al menos, una de las que habían aprendido a no acercarse demasiado. Desde que Kazuha había vuelto, aquella cosa había emergido de entre los planos y se había instalado como si fuera un mueble más, y uno bastante grotesco. ⠀⠀⠀⠀Ella pasó junto a la criatura con indiferencia, vertiendo un poco de vodka en una copa. —¿Otra vez tú? —murmuró, no hacia la criatura, hacia la oscuridad en general— pensé que te había dicho que la próxima vez que me siguieras te convertiría en tapete... —dijo, mientras se sentaba en el sofá polvoriento— Mentí, claro. Eres demasiado horrorosa como para decorar ⠀⠀⠀⠀La criatura emitió un sonido que era a la vez como el crujido de un insecto y el llanto de un niño. Kazuha ni se inmutó, solo bebió un trago largo de su bebida, pero sus sentidos permanecían alerta, no por miedo, por costumbre. No todas eran así de dóciles. Algunas solo observaban. Otras... atacaban. Y otras tantas, las mas astutas, esperaban que bajara la guardia para recordarle que su existencia y su magia eran un banquete para ellas. ⠀⠀⠀⠀Esta no era la primera. Tampoco sería la última. Su magia era como un faro en la niebla para todo lo que era rechazado, roto o hambriento. Era como un imán, y la basura del universo sobrenatural siempre acababa pegándose a ella. ⠀⠀⠀⠀A veces se preguntaba sí, en otra vida tal vez, ella y esas criaturas habrían sido amigas. Pero en esta solo eran como acompañantes obligados por un destino retorcido. —¡No me mires así! —la regañó como si se tratara de una mascota, finalmente volviéndose para enfrentar la masa de sombras— Tu hambre es aburrida. ¡Predecible! —se quejó— Si quieres quedarte, al menos vuélvete útil. Limpia la mugre de la casa, lame el polvo de los marcos de la ventana, o algo. ⠀⠀⠀⠀La criatura parpadeó. Era así de triste, incluso los horrores de otros planos a veces encontraban sus días monótonos. Y ese era el precio de su poder, ser el centro de todo un ecosistema de pesadillas, dónde algunas querían arrimarse al calor del caos, y otras, devorar la fuente.
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    Sombras de Medianoche
    Un slip dress de satén lila con encaje negro. Su sencillez es un susurro íntimo, como un secreto confesado en la penumbra. Este diseño nace de la dualidad entre delicadeza y oscuridad, entre fragilidad y deseo.
    #Mirror #ReflejosDelInconsciente #SombrasDeMedianoche #AltaCostura #MIRROR2025
    🌙 Sombras de Medianoche Un slip dress de satén lila con encaje negro. Su sencillez es un susurro íntimo, como un secreto confesado en la penumbra. Este diseño nace de la dualidad entre delicadeza y oscuridad, entre fragilidad y deseo. #Mirror #ReflejosDelInconsciente #SombrasDeMedianoche #AltaCostura #MIRROR2025
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  • Cuervo Negro


    Siento la presencia.
    Una criatura me acecha, agazapada en la penumbra, mientras trato —torpemente aún— de comprender a Veythra. Mis ojos recorren el entorno, fingiendo indiferencia… pero ahí está. Oculto entre las sombras, su silueta se deshace y recompone con ropajes negros, semejantes al plumaje de un cuervo maldito.

    El aire huele a sangre seca: de demonios, de bestias.
    ¿Ha venido por un Ishtar?
    ¿O acaso… por mí?

    Enfundo la espada. No sabría blandirla todavía, y sería una imprudencia tentar al caos de su filo. Me coloco en una guardia neutra, defensiva, aguardando.
    Que sea él quien dé el primer paso.

    [shade_emerald_fox_980] Siento la presencia. Una criatura me acecha, agazapada en la penumbra, mientras trato —torpemente aún— de comprender a Veythra. Mis ojos recorren el entorno, fingiendo indiferencia… pero ahí está. Oculto entre las sombras, su silueta se deshace y recompone con ropajes negros, semejantes al plumaje de un cuervo maldito. El aire huele a sangre seca: de demonios, de bestias. ¿Ha venido por un Ishtar? ¿O acaso… por mí? Enfundo la espada. No sabría blandirla todavía, y sería una imprudencia tentar al caos de su filo. Me coloco en una guardia neutra, defensiva, aguardando. Que sea él quien dé el primer paso.
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  • ── Malditos sean… todos ellos. Piensan que la noche les pertenece, que la sangre es su herencia. Pero yo soy la prueba de que no existe refugio seguro, ni siquiera para lo que se arrastra entre las sombras.
    ── Malditos sean… todos ellos. Piensan que la noche les pertenece, que la sangre es su herencia. Pero yo soy la prueba de que no existe refugio seguro, ni siquiera para lo que se arrastra entre las sombras.
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  • Mi voz se desliza desde la espesura del bosque, donde las sombras se retuercen como garras y las ramas crujen imitando tus pasos. Me escuchas. Y te aferras a la razón para no hundirte en la histeria, pero lo sabes: cada fibra de tu ser te advierte que la soledad aquí es solo un engaño.

    Y lo sientes.

    Mi aliento helado se cuela bajo tu ropa, una caricia fúnebre que confundes con la rancia brisa de la noche. Crees que tus manos bastarán para preservar la temperatura. Las mías llevan siglos heladas, y tu calor me atrae como yo te reclamo a ti.
    Mi voz se desliza desde la espesura del bosque, donde las sombras se retuercen como garras y las ramas crujen imitando tus pasos. Me escuchas. Y te aferras a la razón para no hundirte en la histeria, pero lo sabes: cada fibra de tu ser te advierte que la soledad aquí es solo un engaño. Y lo sientes. Mi aliento helado se cuela bajo tu ropa, una caricia fúnebre que confundes con la rancia brisa de la noche. Crees que tus manos bastarán para preservar la temperatura. Las mías llevan siglos heladas, y tu calor me atrae como yo te reclamo a ti.
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  • Había desplegado sobre el suelo húmedo los documentos del nuevo contrato. Sus dedos enguantados pasaban las páginas con precisión militar: fotografías borrosas, un mapa del muelle, registros de movimientos nocturnos. Y allí, entre informes aparentemente técnicos, el nombre que la había inquietado la noche anterior. Otra vez. Connor Rowan.

    Cerró los ojos un segundo, aspirando el humo de su cigarro como si fuera aire suficiente para mantener la calma. Sabía que ese nombre era una herida abierta, pero también una trampa.

    El muelle estaba casi desierto a esas horas. Isla Rowan avanzaba entre las sombras con una calma calculada, la capucha negra ocultándole gran parte del rostro.

    Se detuvo detrás de un contenedor y observó. A unos metros, dos hombres armados vigilaban la entrada de un almacén iluminado con luces fluorescentes. Nada fuera de lo común. Pero Isla no se fiaba. Había aprendido que lo evidente rara vez era lo importante.

    Sacó un pequeño visor térmico y lo enfocó hacia el edificio. En el interior, al menos seis figuras más, distribuidas como si esperaran algo… o a alguien. Y entre las cajas, volvió a aparecer ese sello en un documento apilado sobre una mesa metálica: Rowan Industries.

    Isla apretó la mandíbula, sin apartar la mirada. No era casualidad. Nada en su vida lo había sido.

    Guardó el visor y ajustó la pistola en la funda bajo su chaqueta. No necesitaba un plan maestro; su cuerpo se movía por instinto, como siempre. Se deslizó hacia otro ángulo, subiendo a la escalera lateral de un contenedor oxidado para ganar perspectiva. Desde allí, el muelle entero parecía un tablero de ajedrez donde las piezas no sabían que ya estaban condenadas.
    Había desplegado sobre el suelo húmedo los documentos del nuevo contrato. Sus dedos enguantados pasaban las páginas con precisión militar: fotografías borrosas, un mapa del muelle, registros de movimientos nocturnos. Y allí, entre informes aparentemente técnicos, el nombre que la había inquietado la noche anterior. Otra vez. Connor Rowan. Cerró los ojos un segundo, aspirando el humo de su cigarro como si fuera aire suficiente para mantener la calma. Sabía que ese nombre era una herida abierta, pero también una trampa. El muelle estaba casi desierto a esas horas. Isla Rowan avanzaba entre las sombras con una calma calculada, la capucha negra ocultándole gran parte del rostro. Se detuvo detrás de un contenedor y observó. A unos metros, dos hombres armados vigilaban la entrada de un almacén iluminado con luces fluorescentes. Nada fuera de lo común. Pero Isla no se fiaba. Había aprendido que lo evidente rara vez era lo importante. Sacó un pequeño visor térmico y lo enfocó hacia el edificio. En el interior, al menos seis figuras más, distribuidas como si esperaran algo… o a alguien. Y entre las cajas, volvió a aparecer ese sello en un documento apilado sobre una mesa metálica: Rowan Industries. Isla apretó la mandíbula, sin apartar la mirada. No era casualidad. Nada en su vida lo había sido. Guardó el visor y ajustó la pistola en la funda bajo su chaqueta. No necesitaba un plan maestro; su cuerpo se movía por instinto, como siempre. Se deslizó hacia otro ángulo, subiendo a la escalera lateral de un contenedor oxidado para ganar perspectiva. Desde allí, el muelle entero parecía un tablero de ajedrez donde las piezas no sabían que ya estaban condenadas.
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  • La fiesta ardía como un ritual antiguo, oculta entre los árboles oscuros y la neblina que rozaba las copas con dedos invisibles. Antorchas temblaban al ritmo de tambores lejanos, y el aire se llenaba de un incienso espeso, casi embriagador. Era una celebración de los que ya no temían a los dioses ni a las sombras. Una fiesta pagana, donde lo sagrado y lo profano danzaban entrelazados.

    Lilith Blackwood no era el centro de la multitud.

    Y sin embargo, era imposible no mirarla.

    Se deslizaba entre cuerpos sin rozarlos, como si flotara sobre el suelo de tierra mojada. Su vestido negro —translúcido, etéreo— apenas contenía la promesa de su silueta. La luz del fuego bailaba entre los pliegues de la tela como si obedeciera su voluntad. El cabello, plata líquida, caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Y sus ojos... sus ojos parecían soñadores cerrando los en busca de respuestas y en muestra de lo mucho que disfrutaba ser libre.

    Bastaba su risa, baja y cortante como el canto de una copa de cristal, para hacer que las miradas se volvieran hacia ella con hambre. Bastaba su perfume, una mezcla de azahar, sangre y algo más —algo que no debía tener nombre— para que los pasos se dirigieran hacia donde ella estaba, sin que sus dueños supieran por qué.

    Bailaba sola, sí.

    Pero el círculo a su alrededor crecía limitaneo a observar, como si temieran romper el hechizo. Y ella, Lilith, danzaba con una lentitud peligrosa, como si bailara no para entretener, sino para ella misma , buscando la libertad en cada uno de sus pasos con sus pies descalzos, lo que empezó como solo una fiesta ahora un momento de liberación para ella.

    Cómo si el aire cambiará para Lilith detuvo su giro, casi mperceptiblemente, como si algo —o alguien— hubiera alterado el flujo invisible que seguía su danza. No fue una mirada lo que la llamó, ni una palabra. Fue una presencia.

    De entre las sombras logro divisar la mirada de un extraño -no tan extraño- y sin romper su ritmo se acercó, con el cabello revuelto por bailar y por el aire , agitada pero feliz, extendio su mano a el

    —Baila conmigo —fue lo único que dijo mientras su sonrisa , su paz y esa energía aún seguían en su cuerpo desprendiéndose y contagiando a quien se acercara, no era un conjuro, no era un hechizo era Lilith siendo ella misma.
    La fiesta ardía como un ritual antiguo, oculta entre los árboles oscuros y la neblina que rozaba las copas con dedos invisibles. Antorchas temblaban al ritmo de tambores lejanos, y el aire se llenaba de un incienso espeso, casi embriagador. Era una celebración de los que ya no temían a los dioses ni a las sombras. Una fiesta pagana, donde lo sagrado y lo profano danzaban entrelazados. Lilith Blackwood no era el centro de la multitud. Y sin embargo, era imposible no mirarla. Se deslizaba entre cuerpos sin rozarlos, como si flotara sobre el suelo de tierra mojada. Su vestido negro —translúcido, etéreo— apenas contenía la promesa de su silueta. La luz del fuego bailaba entre los pliegues de la tela como si obedeciera su voluntad. El cabello, plata líquida, caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Y sus ojos... sus ojos parecían soñadores cerrando los en busca de respuestas y en muestra de lo mucho que disfrutaba ser libre. Bastaba su risa, baja y cortante como el canto de una copa de cristal, para hacer que las miradas se volvieran hacia ella con hambre. Bastaba su perfume, una mezcla de azahar, sangre y algo más —algo que no debía tener nombre— para que los pasos se dirigieran hacia donde ella estaba, sin que sus dueños supieran por qué. Bailaba sola, sí. Pero el círculo a su alrededor crecía limitaneo a observar, como si temieran romper el hechizo. Y ella, Lilith, danzaba con una lentitud peligrosa, como si bailara no para entretener, sino para ella misma , buscando la libertad en cada uno de sus pasos con sus pies descalzos, lo que empezó como solo una fiesta ahora un momento de liberación para ella. Cómo si el aire cambiará para Lilith detuvo su giro, casi mperceptiblemente, como si algo —o alguien— hubiera alterado el flujo invisible que seguía su danza. No fue una mirada lo que la llamó, ni una palabra. Fue una presencia. De entre las sombras logro divisar la mirada de un extraño -no tan extraño- y sin romper su ritmo se acercó, con el cabello revuelto por bailar y por el aire , agitada pero feliz, extendio su mano a el —Baila conmigo —fue lo único que dijo mientras su sonrisa , su paz y esa energía aún seguían en su cuerpo desprendiéndose y contagiando a quien se acercara, no era un conjuro, no era un hechizo era Lilith siendo ella misma.
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  • El siglo XXI cambió las cadenas, no a los prisioneros. Yo sigo liberandolos.🪻
    Neones, humo y acero… todo da igual. Donde otros ven monstruos, yo veo sombras que esperan ser libres.
    🌑 El siglo XXI cambió las cadenas, no a los prisioneros. Yo sigo liberandolos.🪻 Neones, humo y acero… todo da igual. Donde otros ven monstruos, yo veo sombras que esperan ser libres.
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  • La nieve caía suave sobre las calles de la ciudad, pero en los callejones donde Renjiro caminaba, solo quedaban huellas rojas. La primera víctima había intentado huir entre la multitud, pero el Fénix lo arrastró a la sombra y lo atravesó con su lanza ardiente, dejándolo colgado contra un muro ennegrecido por el fuego.

    El segundo corrió directo hacia la avenida principal. Renjiro lo alcanzó en un parpadeo, sujetándolo del cuello y estrellándolo contra el asfalto. El crujir de huesos se mezcló con el grito ahogado del hombre antes de que una llamarada lo consumiera, iluminando la noche con un resplandor infernal.

    Los demás intentaron dispersarse, pero fue inútil. Cada esquina del callejón se convirtió en su trampa mortal: un corte limpio en la garganta, una lanza atravesando estómagos, manos que ardían como cuchillas y que destrozaban carne y hueso. La sangre corría como un río espeso, tiñendo la nieve de carmesí.

    Cuando el último empresario cayó de rodillas, implorando con las manos temblorosas, Renjiro lo miró con la misma calma con la que observa un amanecer. Bajó la lanza y le perforó el pecho, dejando que su cuerpo se desplomara sin vida.

    El silencio llegó después de la masacre, roto solo por el goteo de sangre derramándose sobre el suelo helado.

    Entonces lo notó: no estaba solo.
    Al otro extremo del callejón, más allá de la penumbra, una silueta se mantenía de pie, observándolo con firmeza. No había gritos de horror, ni huida. Solo alguien que se había quedado a presenciar la brutalidad de un Fénix ejecutando su deber.

    Renjiro ladeó la cabeza, aún con la lanza chorreando sangre, y habló en voz baja, grave:

    —…Sal de las sombras. No tengo paciencia para los que se esconden.
    La nieve caía suave sobre las calles de la ciudad, pero en los callejones donde Renjiro caminaba, solo quedaban huellas rojas. La primera víctima había intentado huir entre la multitud, pero el Fénix lo arrastró a la sombra y lo atravesó con su lanza ardiente, dejándolo colgado contra un muro ennegrecido por el fuego. El segundo corrió directo hacia la avenida principal. Renjiro lo alcanzó en un parpadeo, sujetándolo del cuello y estrellándolo contra el asfalto. El crujir de huesos se mezcló con el grito ahogado del hombre antes de que una llamarada lo consumiera, iluminando la noche con un resplandor infernal. Los demás intentaron dispersarse, pero fue inútil. Cada esquina del callejón se convirtió en su trampa mortal: un corte limpio en la garganta, una lanza atravesando estómagos, manos que ardían como cuchillas y que destrozaban carne y hueso. La sangre corría como un río espeso, tiñendo la nieve de carmesí. Cuando el último empresario cayó de rodillas, implorando con las manos temblorosas, Renjiro lo miró con la misma calma con la que observa un amanecer. Bajó la lanza y le perforó el pecho, dejando que su cuerpo se desplomara sin vida. El silencio llegó después de la masacre, roto solo por el goteo de sangre derramándose sobre el suelo helado. Entonces lo notó: no estaba solo. Al otro extremo del callejón, más allá de la penumbra, una silueta se mantenía de pie, observándolo con firmeza. No había gritos de horror, ni huida. Solo alguien que se había quedado a presenciar la brutalidad de un Fénix ejecutando su deber. Renjiro ladeó la cabeza, aún con la lanza chorreando sangre, y habló en voz baja, grave: —…Sal de las sombras. No tengo paciencia para los que se esconden.
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