• ¿He llegado a amar verdaderamente a alguien alguna vez?
    ¿Soy digno de lo que poseo?

    Hoy, el intrincado tejido de las relaciones personales se ha transformado.
    Ahora son una serie de trampas insidiosas.
    Mientras el miedo muta, cambiando mi repertorio de aliados y confidentes.

    Poseo acciones valoradas en un millones de dólares,
    Sin embargo, la serenidad del sueño me elude noche tras noche.

    ¿En qué abismo me he convertido?
    ¿He llegado a amar verdaderamente a alguien alguna vez? ¿Soy digno de lo que poseo? Hoy, el intrincado tejido de las relaciones personales se ha transformado. Ahora son una serie de trampas insidiosas. Mientras el miedo muta, cambiando mi repertorio de aliados y confidentes. Poseo acciones valoradas en un millones de dólares, Sin embargo, la serenidad del sueño me elude noche tras noche. ¿En qué abismo me he convertido?
    Me entristece
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  • No estaba seguro de cómo se suponía que debía hacer aquello, jamás lo había hecho, al menos no que él quisiera recordar ya que todas sus relaciones anteriores habían sido poco menos que infernales, esta, era su última oportunidad para intentar ser feliz y esperaba que funcionara...

    Esperaba que a ella le pareciera lindo el detalle y no acabara por decirle que la había liado otra vez.
    Había escrito una carta que envió con uno de sus chicos a la casa de la joven junto con una cajita de terciopelo negro en cuyo interior iba un precioso anillo de compromiso, en la carta se leía:

    𝓥𝓪𝓷𝔂𝓪:

    𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝔃𝓬𝓸 𝓹𝓸𝓻 𝓬𝓸𝓶𝓹𝓵𝓮𝓽𝓸 𝓮𝓵 𝓹𝓻𝓸𝓽𝓸𝓬𝓸𝓵𝓸 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓮𝓼𝓽𝓪 𝓼𝓲𝓽𝓾𝓪𝓬𝓲𝓸́𝓷, 𝓿𝓲 𝓪𝓵𝓰𝓾𝓷𝓸𝓼 𝓿𝓲𝓭𝓮𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓲𝓷𝓽𝓮𝓻𝓷𝓮𝓽 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓵𝓪 𝓿𝓮𝓻𝓭𝓪𝓭 𝓮𝓼 𝓺𝓾𝓮 𝓮𝓼𝓸 𝓽𝓪𝓶𝓹𝓸𝓬𝓸 𝓶𝓮 𝓪𝔂𝓾𝓭𝓸́ 𝓶𝓾𝓬𝓱𝓸 𝓹𝓸𝓻 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓱𝓮 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓱𝓪𝓬𝓮𝓻𝓵𝓸 𝓲́ 𝓶𝓪𝓷𝓮𝓻𝓪 𝔂 𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓼𝓮𝓪 𝓼𝓾𝓯𝓲𝓬𝓲𝓮𝓷𝓽𝓮 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓽𝓲.
    𝓝𝓸 𝓼𝓮́ 𝓺𝓾𝓲𝓮́𝓷 𝓼𝓸𝔂 𝓼𝓲𝓷 𝓽𝓲 𝔂 𝓵𝓸 𝓬𝓲𝓮𝓻𝓽𝓸 𝓮𝓼 𝓺𝓾𝓮 𝓽𝓪𝓶𝓹𝓸𝓬𝓸 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓪𝓿𝓮𝓻𝓲𝓰𝓾𝓪𝓻𝓵𝓸 𝓹𝓸𝓻𝓺𝓾𝓮 𝓮𝓼𝓽𝓸𝔂 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓻𝓸 𝓭𝓮 𝓺𝓾𝓮 𝓷𝓸 𝓮𝓼 𝓷𝓪𝓭𝓪 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸, 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓻, 𝔂𝓸 𝓷𝓸 𝓼𝓸𝔂 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸 𝓮𝓷 𝓰𝓮𝓷𝓮𝓻𝓪𝓵 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓵𝓮𝓳𝓸𝓼 𝓭𝓮 𝓽𝓲, 𝓵𝓮𝓳𝓸𝓼 𝓭𝓮 𝓮𝓼𝓪 𝓵𝓾𝔃 𝓺𝓾𝓮 𝓻𝓮𝓹𝓻𝓮𝓼𝓮𝓷𝓽𝓪𝓼 𝓮𝓷 𝓶𝓲 𝓿𝓲𝓭𝓪, 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓼𝓮𝓻 𝓹𝓮𝓸𝓻 𝔂 𝓶𝓮 𝓭𝓪 𝓶𝓲𝓮𝓭𝓸 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓵𝓵𝓮𝓰𝓪𝓻 𝓪 𝓼𝓮𝓻 𝓼𝓲𝓷 𝓽𝓲. 𝓣𝓸𝓭𝓸 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓼𝓮𝓻 𝓭𝓮 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸 𝔂 𝓷𝓸𝓫𝓵𝓮, 𝓮𝓼 𝓹𝓸𝓻𝓺𝓾𝓮 𝓭𝓮 𝓪𝓵𝓰𝓾𝓷𝓪 𝓶𝓪𝓷𝓮𝓻𝓪 𝓽𝓾́ 𝓶𝓮 𝓰𝓾𝓲́𝓪𝓼 𝓱𝓪𝓬𝓲𝓪 𝓮𝓼𝓮 𝓵𝓾𝓰𝓪𝓻, 𝓶𝓮 𝓶𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓪𝓼 𝓮𝓵 𝓬𝓪𝓶𝓲𝓷𝓸 𝔂 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓲𝓻 𝓬𝓪𝓶𝓲𝓷𝓪𝓷𝓭𝓸 𝓪 𝓽𝓾 𝓵𝓪𝓭𝓸, 𝓷𝓸 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓼𝓮𝓷𝓽𝓲𝓻𝓶𝓮 𝓹𝓮𝓻𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓸 𝓬𝓸𝓷𝓯𝓾𝓷𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓷𝓾𝓷𝓬𝓪 𝓶𝓪́𝓼, 𝓪𝓼𝓲́ 𝓺𝓾𝓮...¿𝓽𝓮 𝓬𝓪𝓼𝓪𝓻𝓲́𝓪𝓼 𝓬𝓸𝓷𝓶𝓲𝓰𝓸?

    𝓢𝓲 𝓵𝓪 𝓻𝓮𝓼𝓹𝓾𝓮𝓼𝓽𝓪 𝓮𝓼 𝓼𝓲́, 𝓽𝓮 𝓿𝓮𝓸 𝓮𝓷 𝓮𝓵 𝓬𝓵𝓾𝓫 𝓪 𝓵𝓪𝓼 𝓷𝓾𝓮𝓿𝓮 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓷𝓸𝓬𝓱𝓮, 𝓬𝓸𝓷 𝓽𝓾 𝓪𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸 𝔂 𝓼𝓲 𝓮𝓼 𝓷𝓸...𝓮𝓷𝓿𝓲́𝓪 𝓪 𝓒𝓱𝓪𝓻𝓵𝔂 (𝓮𝓷 𝓻𝓮𝓪𝓵𝓲𝓭𝓪𝓭 𝓷𝓸 𝓽𝓲𝓮𝓷𝓮 𝓷𝓸𝓶𝓫𝓻𝓮 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓶𝓮 𝓬𝓪𝓷𝓼𝓮́ 𝓭𝓮 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓻𝓵𝓮 𝓬𝓸𝓼𝓪 𝔂 𝓹𝓸𝓻 𝓮𝓼𝓸 𝓵𝓮 𝓵𝓵𝓪𝓶𝓸 𝓒𝓱𝓪𝓻𝓵𝔂) 𝓬𝓸𝓷 𝓵𝓪 𝓬𝓪𝓳𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓪𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸...

    𝓒𝓸𝓷 𝓪𝓶𝓸𝓻.

    𝓛𝓜.

    ๋ 𝚅𝚊𝚗𝚢𝚊 ๋
    No estaba seguro de cómo se suponía que debía hacer aquello, jamás lo había hecho, al menos no que él quisiera recordar ya que todas sus relaciones anteriores habían sido poco menos que infernales, esta, era su última oportunidad para intentar ser feliz y esperaba que funcionara... Esperaba que a ella le pareciera lindo el detalle y no acabara por decirle que la había liado otra vez. Había escrito una carta que envió con uno de sus chicos a la casa de la joven junto con una cajita de terciopelo negro en cuyo interior iba un precioso anillo de compromiso, en la carta se leía: 𝓥𝓪𝓷𝔂𝓪: 𝓓𝓮𝓼𝓬𝓸𝓷𝓸𝔃𝓬𝓸 𝓹𝓸𝓻 𝓬𝓸𝓶𝓹𝓵𝓮𝓽𝓸 𝓮𝓵 𝓹𝓻𝓸𝓽𝓸𝓬𝓸𝓵𝓸 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓮𝓼𝓽𝓪 𝓼𝓲𝓽𝓾𝓪𝓬𝓲𝓸́𝓷, 𝓿𝓲 𝓪𝓵𝓰𝓾𝓷𝓸𝓼 𝓿𝓲𝓭𝓮𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓲𝓷𝓽𝓮𝓻𝓷𝓮𝓽 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓵𝓪 𝓿𝓮𝓻𝓭𝓪𝓭 𝓮𝓼 𝓺𝓾𝓮 𝓮𝓼𝓸 𝓽𝓪𝓶𝓹𝓸𝓬𝓸 𝓶𝓮 𝓪𝔂𝓾𝓭𝓸́ 𝓶𝓾𝓬𝓱𝓸 𝓹𝓸𝓻 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓱𝓮 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓱𝓪𝓬𝓮𝓻𝓵𝓸 𝓲́ 𝓶𝓪𝓷𝓮𝓻𝓪 𝔂 𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓼𝓮𝓪 𝓼𝓾𝓯𝓲𝓬𝓲𝓮𝓷𝓽𝓮 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓽𝓲. 𝓝𝓸 𝓼𝓮́ 𝓺𝓾𝓲𝓮́𝓷 𝓼𝓸𝔂 𝓼𝓲𝓷 𝓽𝓲 𝔂 𝓵𝓸 𝓬𝓲𝓮𝓻𝓽𝓸 𝓮𝓼 𝓺𝓾𝓮 𝓽𝓪𝓶𝓹𝓸𝓬𝓸 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓪𝓿𝓮𝓻𝓲𝓰𝓾𝓪𝓻𝓵𝓸 𝓹𝓸𝓻𝓺𝓾𝓮 𝓮𝓼𝓽𝓸𝔂 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓻𝓸 𝓭𝓮 𝓺𝓾𝓮 𝓷𝓸 𝓮𝓼 𝓷𝓪𝓭𝓪 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸, 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓻, 𝔂𝓸 𝓷𝓸 𝓼𝓸𝔂 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸 𝓮𝓷 𝓰𝓮𝓷𝓮𝓻𝓪𝓵 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓵𝓮𝓳𝓸𝓼 𝓭𝓮 𝓽𝓲, 𝓵𝓮𝓳𝓸𝓼 𝓭𝓮 𝓮𝓼𝓪 𝓵𝓾𝔃 𝓺𝓾𝓮 𝓻𝓮𝓹𝓻𝓮𝓼𝓮𝓷𝓽𝓪𝓼 𝓮𝓷 𝓶𝓲 𝓿𝓲𝓭𝓪, 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓼𝓮𝓻 𝓹𝓮𝓸𝓻 𝔂 𝓶𝓮 𝓭𝓪 𝓶𝓲𝓮𝓭𝓸 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓵𝓵𝓮𝓰𝓪𝓻 𝓪 𝓼𝓮𝓻 𝓼𝓲𝓷 𝓽𝓲. 𝓣𝓸𝓭𝓸 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓼𝓮𝓻 𝓭𝓮 𝓫𝓾𝓮𝓷𝓸 𝔂 𝓷𝓸𝓫𝓵𝓮, 𝓮𝓼 𝓹𝓸𝓻𝓺𝓾𝓮 𝓭𝓮 𝓪𝓵𝓰𝓾𝓷𝓪 𝓶𝓪𝓷𝓮𝓻𝓪 𝓽𝓾́ 𝓶𝓮 𝓰𝓾𝓲́𝓪𝓼 𝓱𝓪𝓬𝓲𝓪 𝓮𝓼𝓮 𝓵𝓾𝓰𝓪𝓻, 𝓶𝓮 𝓶𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓪𝓼 𝓮𝓵 𝓬𝓪𝓶𝓲𝓷𝓸 𝔂 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓲𝓻 𝓬𝓪𝓶𝓲𝓷𝓪𝓷𝓭𝓸 𝓪 𝓽𝓾 𝓵𝓪𝓭𝓸, 𝓷𝓸 𝓺𝓾𝓲𝓮𝓻𝓸 𝓼𝓮𝓷𝓽𝓲𝓻𝓶𝓮 𝓹𝓮𝓻𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓸 𝓬𝓸𝓷𝓯𝓾𝓷𝓭𝓲𝓭𝓸 𝓷𝓾𝓷𝓬𝓪 𝓶𝓪́𝓼, 𝓪𝓼𝓲́ 𝓺𝓾𝓮...¿𝓽𝓮 𝓬𝓪𝓼𝓪𝓻𝓲́𝓪𝓼 𝓬𝓸𝓷𝓶𝓲𝓰𝓸? 𝓢𝓲 𝓵𝓪 𝓻𝓮𝓼𝓹𝓾𝓮𝓼𝓽𝓪 𝓮𝓼 𝓼𝓲́, 𝓽𝓮 𝓿𝓮𝓸 𝓮𝓷 𝓮𝓵 𝓬𝓵𝓾𝓫 𝓪 𝓵𝓪𝓼 𝓷𝓾𝓮𝓿𝓮 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓷𝓸𝓬𝓱𝓮, 𝓬𝓸𝓷 𝓽𝓾 𝓪𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸 𝔂 𝓼𝓲 𝓮𝓼 𝓷𝓸...𝓮𝓷𝓿𝓲́𝓪 𝓪 𝓒𝓱𝓪𝓻𝓵𝔂 (𝓮𝓷 𝓻𝓮𝓪𝓵𝓲𝓭𝓪𝓭 𝓷𝓸 𝓽𝓲𝓮𝓷𝓮 𝓷𝓸𝓶𝓫𝓻𝓮 𝓹𝓮𝓻𝓸 𝓶𝓮 𝓬𝓪𝓷𝓼𝓮́ 𝓭𝓮 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓻𝓵𝓮 𝓬𝓸𝓼𝓪 𝔂 𝓹𝓸𝓻 𝓮𝓼𝓸 𝓵𝓮 𝓵𝓵𝓪𝓶𝓸 𝓒𝓱𝓪𝓻𝓵𝔂) 𝓬𝓸𝓷 𝓵𝓪 𝓬𝓪𝓳𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓪𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸... 𝓒𝓸𝓷 𝓪𝓶𝓸𝓻. 𝓛𝓜. [Auroraghoulette12]
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    Se busca UNA partner para Eurynome Shadownight (la hermana de Lucifer).
    Solicitamos:

    ∆ Persona activa.
    ∆ Que se sienta cómoda con relaciones GL (Girls Love)
    ∆ Que sea tranquila (su usuario)
    ∆ Buena ortografía y redacción.
    ∆ Que esté dispuesta a formar parte de una "familia"
    ∆ Que no desee modificar la línea del pj de Eurynome.
    Eso es general, desde luego, la que aprobará la solicitud será Eurynome.

    La imágen es de referencia.
    Se busca UNA partner para Eurynome Shadownight (la hermana de Lucifer). Solicitamos: ∆ Persona activa. ∆ Que se sienta cómoda con relaciones GL (Girls Love) ∆ Que sea tranquila (su usuario) ∆ Buena ortografía y redacción. ∆ Que esté dispuesta a formar parte de una "familia" ∆ Que no desee modificar la línea del pj de Eurynome. Eso es general, desde luego, la que aprobará la solicitud será Eurynome. La imágen es de referencia.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    // Se me olvido como se añadia estado de relacion (?)
    // Se me olvido como se añadia estado de relacion (?)
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  • Al Caer la Noche
    Categoría Acción
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de Maxine Woods. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe.

    Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza.

    Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa.

    Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto.

    Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego.

    El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de [thegirlfr0mthestars]. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe. Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza. Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa. Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto. Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego. El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
    Tipo
    Individual
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    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • — Debiste ver su rostro, Banwen. Estaba tan roja como una peonía en pleno florecer. Por un momento pensé que le explotaría la cara de ira. —Cada palabra era jocosa y demostraba que estaba conteniéndose las ganas de reír. Pero cada vez que parecía tener control, recordar el rostro de aquella mujer embravecida lo hacía atacarse nuevamente a carcajadas. Ming Wei, el gran príncipe heredero del clan Qiang, se estaba comportando como un idiota delante de aquella bestia.— La Reina Madre sí que sabe cómo superarse cada día. —Asintió lentamente, tras un largo suspiro que le permitió regular sus risas, y regresó su atención a la bestia que mordisqueaba el pincel de manera insistente. Ming Wei lo observó con curiosidad, aunque ya tenía unos cinco años con él, seguía comportándose como el cachorro consentido que llegara a palacio como obsequio por su nombramiento. Uno de los más desagradables para Qiang Meihua.— ¿Puedes creer que de nuevo está buscando una princesa para desposar? Ella no aprende ni escucha de razones. —Negó con lentitud, porque de nuevo se quería soltar a reír por culpa de ese ceño fruncido y esos insistentes golpes sobre la mesa de té. Casi la podía escuchar rabiar como si la tuviese en la habitación de al lado.— Pero quizá, por una vez, sea momento de escucharla y entrar en razón. ¿Tú qué opinas Banwen? ¿Debería hacerle caso a la abuela?

    Banwen era un león blanco que había llegado desde la región vecina, una de las muchas que servía fervientemente al clan desde el nombramiento del príncipe Huan Ye unos cientos de años atrás; un obsequio difícil de rechazar por su significado, sus buenos deseos y la estrecha relación que existía entre clanes. Un dolor de cabeza para la reina madre, para los sirvientes que estaban poco familiarizados con su presencia y, también, un recordatorio de preferencias para los demás príncipes: El único capaz de heredar el control, era aquel a quien respetaba. Al menos, lo respetaba a veces, porque Banwen terminó bostezando antes de estirar las patas hacia el frente y echar la cabeza al suelo sobre éstas, casi como si diera por terminada la conversación que en ese momento sostenían. Ming Wei le observó, al principio se sintió indignado por su comportamiento, mas terminó riéndose a carcajadas cuando lo relacionó a su propio carácter. Ya no sabía bien si él había adquirido rasgos de la bestia o la bestia de él, pero era divertido ver cómo se compenetraban tan bien.

    — Dichoso tú que no debes cumplir con la voluntad de esa mujer. —Le envidió, se puso de pie y se cruzó de brazos mientras que pasaba a su lado, casi frente a su cabeza, pero Banwen ni se inmutó por ello.— Siquiera cumples con la mía. Pero qué más da, si ella no decide lanzar su ficha al tablero tendré que hacerlo, es mejor que esperar a que los ministros decidan implorar por mi destitución. —El pesar se le notó en la voz y en el gesto de su rostro al fruncir el ceño. Luego vino el silencio mientras que pensaba en profunda reflexión. ¿Y si esa era justamente la jugada que su abuela quería hacer? Obligarlo a sentirse presionado para mover sus propias piezas en defensa mientras ella esperaba el momento para atacar.

    Se comenzó a reír, porque pensó que la vieja estaba siendo demasiado engreída, pero ella solía ser así: Actuar a las espaldas de los demás en el momento justo, mientras se hacía la mustia. De nuevo se rio, más alto esta vez y de una forma tan escandalosa que no solo despertó a Banwen, sino que también alertó a Zhao Yu, el eunuco que lideraba a sus sirvientes desde que era un chiquillo. El hombre entró casi corriendo en la habitación, reverenció a su señor y le observó con una mirada silenciosa que rogaba una explicación.

    — Zhao Yu, iremos a ver a la Reina Madre nuevamente. Ve y dile a sus damas que preparen el té que le obsequié esta mañana, también un tablero de Go, quiero disculparme con ella. Después de todo, no es tan tonta ni vieja como yo pensaba.
    — Debiste ver su rostro, Banwen. Estaba tan roja como una peonía en pleno florecer. Por un momento pensé que le explotaría la cara de ira. —Cada palabra era jocosa y demostraba que estaba conteniéndose las ganas de reír. Pero cada vez que parecía tener control, recordar el rostro de aquella mujer embravecida lo hacía atacarse nuevamente a carcajadas. Ming Wei, el gran príncipe heredero del clan Qiang, se estaba comportando como un idiota delante de aquella bestia.— La Reina Madre sí que sabe cómo superarse cada día. —Asintió lentamente, tras un largo suspiro que le permitió regular sus risas, y regresó su atención a la bestia que mordisqueaba el pincel de manera insistente. Ming Wei lo observó con curiosidad, aunque ya tenía unos cinco años con él, seguía comportándose como el cachorro consentido que llegara a palacio como obsequio por su nombramiento. Uno de los más desagradables para Qiang Meihua.— ¿Puedes creer que de nuevo está buscando una princesa para desposar? Ella no aprende ni escucha de razones. —Negó con lentitud, porque de nuevo se quería soltar a reír por culpa de ese ceño fruncido y esos insistentes golpes sobre la mesa de té. Casi la podía escuchar rabiar como si la tuviese en la habitación de al lado.— Pero quizá, por una vez, sea momento de escucharla y entrar en razón. ¿Tú qué opinas Banwen? ¿Debería hacerle caso a la abuela? Banwen era un león blanco que había llegado desde la región vecina, una de las muchas que servía fervientemente al clan desde el nombramiento del príncipe Huan Ye unos cientos de años atrás; un obsequio difícil de rechazar por su significado, sus buenos deseos y la estrecha relación que existía entre clanes. Un dolor de cabeza para la reina madre, para los sirvientes que estaban poco familiarizados con su presencia y, también, un recordatorio de preferencias para los demás príncipes: El único capaz de heredar el control, era aquel a quien respetaba. Al menos, lo respetaba a veces, porque Banwen terminó bostezando antes de estirar las patas hacia el frente y echar la cabeza al suelo sobre éstas, casi como si diera por terminada la conversación que en ese momento sostenían. Ming Wei le observó, al principio se sintió indignado por su comportamiento, mas terminó riéndose a carcajadas cuando lo relacionó a su propio carácter. Ya no sabía bien si él había adquirido rasgos de la bestia o la bestia de él, pero era divertido ver cómo se compenetraban tan bien. — Dichoso tú que no debes cumplir con la voluntad de esa mujer. —Le envidió, se puso de pie y se cruzó de brazos mientras que pasaba a su lado, casi frente a su cabeza, pero Banwen ni se inmutó por ello.— Siquiera cumples con la mía. Pero qué más da, si ella no decide lanzar su ficha al tablero tendré que hacerlo, es mejor que esperar a que los ministros decidan implorar por mi destitución. —El pesar se le notó en la voz y en el gesto de su rostro al fruncir el ceño. Luego vino el silencio mientras que pensaba en profunda reflexión. ¿Y si esa era justamente la jugada que su abuela quería hacer? Obligarlo a sentirse presionado para mover sus propias piezas en defensa mientras ella esperaba el momento para atacar. Se comenzó a reír, porque pensó que la vieja estaba siendo demasiado engreída, pero ella solía ser así: Actuar a las espaldas de los demás en el momento justo, mientras se hacía la mustia. De nuevo se rio, más alto esta vez y de una forma tan escandalosa que no solo despertó a Banwen, sino que también alertó a Zhao Yu, el eunuco que lideraba a sus sirvientes desde que era un chiquillo. El hombre entró casi corriendo en la habitación, reverenció a su señor y le observó con una mirada silenciosa que rogaba una explicación. — Zhao Yu, iremos a ver a la Reina Madre nuevamente. Ve y dile a sus damas que preparen el té que le obsequié esta mañana, también un tablero de Go, quiero disculparme con ella. Después de todo, no es tan tonta ni vieja como yo pensaba.
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  • —Sirius siguio dirigiendo su ejercito y entrenando a los niños que se llevo de la A.A.M,pero sintiendose muy miserable despues de lo que paso,en un momento se cruzo con Cassandra,esta lo tomo de su armadura y le dio un beso—


    "Te veo en mi oficina en diez...y quita esa cara tan larga,guapo~"


    —Sirius demostro muy emocionado y a la vez molesto,pero decidio aceptar su peticion y nuevamente tuvieron relaciones sexuales a escondidas,al terminar,este salio de la oficina de ella con marcas de besos con lapiz labial por doquier,marcas de dientes en el cuello y hombros—


    —¿Deberia matarla...o escaparme con ella?....
    —Sirius siguio dirigiendo su ejercito y entrenando a los niños que se llevo de la A.A.M,pero sintiendose muy miserable despues de lo que paso,en un momento se cruzo con Cassandra,esta lo tomo de su armadura y le dio un beso— "Te veo en mi oficina en diez...y quita esa cara tan larga,guapo~" —Sirius demostro muy emocionado y a la vez molesto,pero decidio aceptar su peticion y nuevamente tuvieron relaciones sexuales a escondidas,al terminar,este salio de la oficina de ella con marcas de besos con lapiz labial por doquier,marcas de dientes en el cuello y hombros— —¿Deberia matarla...o escaparme con ella?....
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  • 𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖟𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 1)

    El primer siglo de la vida de Kazuo fue, por así decirlo, "sencillo". Solo tenía que preocuparse de aquello que cualquier zorro debía hacer: cazar, resguardarse del clima, correr, defender su territorio... Era su cometido, pura y dura supervivencia.

    Kazuo nació a principios del siglo, en el período Asuka, mucho antes de que al shintoísmo se le diera un nombre como tal. Nació del vientre de una zorra salvaje, en las profundidades de un bosque nocturno. Ella agonizaba, incapaz de parir a la última de sus crías. Entonces, por gracia divina, Inari apareció para darle las fuerzas que tanto necesitaba, a cambio de entregárselo cuando el Kami lo solicitase. Fue entonces cuando nació un zorro muy pequeño y débil, con un pelaje blanco como la luz de la luna y unos ojos tan brillantes como dos zafiros, capaces de hacerte naufragar en su inmenso mar azul.

    Vivió con su madre y hermanos hasta que fue lo suficientemente grande para emanciparse. Así era la naturaleza; lo más probable es que no volviera a ver a su progenitora ni a sus hermanos nunca más. Ese sentimiento de pérdida no se sentía de forma humana. Simplemente, su instinto guiaba sus pasos. A diferencia de otros zorros, además de su pelaje llamativamente blanco, Kazuo no envejecía, manteniéndose fuerte y joven década tras década. A medida que el tiempo pasaba, se volvía más consciente de su pensamiento, haciéndose preguntas complejas para un zorro salvaje: ¿Qué soy?, ¿Por qué siento?, ¿Por qué duele? Espera... ¿qué es el dolor?

    No sabía cuál era el poder de las palabras, pero sí fue capaz de alcanzar un nivel de consciencia más allá de lo primitivo, de relacionar y comprender sentimientos catalogados como "humanos". Aunque no hubiera una forma de definirlo, sabía lo que era sentir tristeza, amor, nostalgia, alegría... diferenciar entre el bien y el mal. No eran pensamientos pasajeros; era capaz de entenderlos y razonar sobre ellos.

    No sabía cuánto tiempo había pasado desde que nació; solo sabía que había sido mucho tiempo cuando, de pronto, entre llamas azules, su cola se dividió en dos. ¿Dos colas? ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Ningún animal ordinario se cuestionaría este tipo de cambios; sin embargo, la conciencia e inteligencia que había desarrollado Kazuo iba más allá de lo establecido por la propia naturaleza. Su tamaño también cambió: ya no era un zorro pequeño y delgaducho; había alcanzado casi el tamaño de un lobo, los cuales eran enemigos naturales de los zorros. Su tamaño facilitaba sus posibles enfrentamientos con otros animales, además de otorgarle una fuerza y velocidad únicas. A veces, mientras corría por el bosque, dependiendo de su estado de ánimo, llamas azul zafiro lo acompañaban en la penumbra, iluminando su camino y su futuro destino.
    𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖟𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 1) El primer siglo de la vida de Kazuo fue, por así decirlo, "sencillo". Solo tenía que preocuparse de aquello que cualquier zorro debía hacer: cazar, resguardarse del clima, correr, defender su territorio... Era su cometido, pura y dura supervivencia. Kazuo nació a principios del siglo, en el período Asuka, mucho antes de que al shintoísmo se le diera un nombre como tal. Nació del vientre de una zorra salvaje, en las profundidades de un bosque nocturno. Ella agonizaba, incapaz de parir a la última de sus crías. Entonces, por gracia divina, Inari apareció para darle las fuerzas que tanto necesitaba, a cambio de entregárselo cuando el Kami lo solicitase. Fue entonces cuando nació un zorro muy pequeño y débil, con un pelaje blanco como la luz de la luna y unos ojos tan brillantes como dos zafiros, capaces de hacerte naufragar en su inmenso mar azul. Vivió con su madre y hermanos hasta que fue lo suficientemente grande para emanciparse. Así era la naturaleza; lo más probable es que no volviera a ver a su progenitora ni a sus hermanos nunca más. Ese sentimiento de pérdida no se sentía de forma humana. Simplemente, su instinto guiaba sus pasos. A diferencia de otros zorros, además de su pelaje llamativamente blanco, Kazuo no envejecía, manteniéndose fuerte y joven década tras década. A medida que el tiempo pasaba, se volvía más consciente de su pensamiento, haciéndose preguntas complejas para un zorro salvaje: ¿Qué soy?, ¿Por qué siento?, ¿Por qué duele? Espera... ¿qué es el dolor? No sabía cuál era el poder de las palabras, pero sí fue capaz de alcanzar un nivel de consciencia más allá de lo primitivo, de relacionar y comprender sentimientos catalogados como "humanos". Aunque no hubiera una forma de definirlo, sabía lo que era sentir tristeza, amor, nostalgia, alegría... diferenciar entre el bien y el mal. No eran pensamientos pasajeros; era capaz de entenderlos y razonar sobre ellos. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que nació; solo sabía que había sido mucho tiempo cuando, de pronto, entre llamas azules, su cola se dividió en dos. ¿Dos colas? ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Ningún animal ordinario se cuestionaría este tipo de cambios; sin embargo, la conciencia e inteligencia que había desarrollado Kazuo iba más allá de lo establecido por la propia naturaleza. Su tamaño también cambió: ya no era un zorro pequeño y delgaducho; había alcanzado casi el tamaño de un lobo, los cuales eran enemigos naturales de los zorros. Su tamaño facilitaba sus posibles enfrentamientos con otros animales, además de otorgarle una fuerza y velocidad únicas. A veces, mientras corría por el bosque, dependiendo de su estado de ánimo, llamas azul zafiro lo acompañaban en la penumbra, iluminando su camino y su futuro destino.
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  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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