• —La última vez que ví a mi hermano, ya no era él: su alma estaba ahí, pero encerrada, su cuerpo usurpadora por un demonio fueron cómo un reflejo de mi destino. ¿Su voluntad flaqueo o era un recordatorio que no me queda mucho tiempo?
    —La última vez que ví a mi hermano, ya no era él: su alma estaba ahí, pero encerrada, su cuerpo usurpadora por un demonio fueron cómo un reflejo de mi destino. ¿Su voluntad flaqueo o era un recordatorio que no me queda mucho tiempo?
    Me entristece
    1
    0 turnos 0 maullidos 188 vistas
  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 352 vistas
  • [ Dedicado a 伏黒恵 ᴹᵉᵍᵘᵐᶤ ᶠᵘˢʰᶤᵍᵘʳᵒ ]

    En la enfermería de la escuela se encontraba Shoko, en su refugio habitual, donde el olor a desinfectante y el sonido del reloj de pared eran sus constantes compañeras. Sostenía una taza de café, enfriándose en sus manos, mientras su mirada se perdía en la ventana que daba al patio de entrenamiento. Había estado pensando en Megumi Fushiguro, el chico de ojos serios y semblante siempre alerta. Desde hace un tiempo, se encontraba pensando más en él de lo que solía permitirse con los estudiantes.

    No era propio de ella preocuparse. Siempre había mantenido una distancia segura, lo suficiente como para remendar sus heridas y asegurarse de que regresaran a las peleas con la menor cantidad de cicatrices posible. Pero Megumi... Megumi tenía esa forma de llevar el peso del mundo en sus hombros, de esa manera que la hacía recordar a alguien de su pasado. Alguien que también había llevado una carga demasiado pesada para su edad.

    Shoko apretó un poco la taza. Sabía reconocer ese tipo de mirada, la del que ha visto demasiado, la del que siente que debe cargar con más de lo que le corresponde. En Megumi, veía destellos de una lucha interna, una batalla que no siempre era visible a simple vista. Él no hablaba mucho sobre ello, pero Shoko podía sentirlo. Era esa soledad autoimpuesta, ese miedo a dejar que otros lo vieran vulnerable.

    La verdad era que le preocupaba. Le preocupaba que Megumi terminara aislándose, que sus silencios se convirtieran en muros infranqueables. Había una dureza en él que le recordaba a los que se habían perdido en su propio poder, en la oscuridad de sus propios pensamientos. No podía evitar pensar en Suguru, aunque Megumi no era igual, ni seguiría el mismo camino. Pero había un peligro en llevar tanto peso solo, en sentirse responsable de todo y de todos.

    Dejó la taza a un lado y suspiró, pasando una mano por su cabello. No era alguien que ofreciera consuelo con facilidad; sus palabras siempre habían sido prácticas, directas al grano. Pero con Megumi sentía esa necesidad de estar ahí, de alguna forma. No para darle discursos ni consejos que no pediría, sino simplemente para que supiera que no estaba solo. Que, aunque no se diera cuenta, tenía gente a su alrededor que lo vigilaría, que lo recogería si llegaba a caer.

    No podía cambiar lo que Megumi había vivido ni lo que enfrentaría en el futuro, pero podía estar ahí, en segundo plano. Era su forma de preocuparse, de demostrar que le importaba, aunque las palabras nunca llegaran a salir. Megumi merecía eso, un recordatorio silencioso de que no siempre tendría que ser fuerte, que no siempre tendría que enfrentar todo por sí mismo. Y si alguna vez llegaba el momento en que él necesitara alguien que lo entendiera, Shoko estaría allí, en su propio y discreto modo, para recoger los pedazos y ayudarlo a seguir adelante.
    [ Dedicado a [Ten_Shadows] 🖤 ] En la enfermería de la escuela se encontraba Shoko, en su refugio habitual, donde el olor a desinfectante y el sonido del reloj de pared eran sus constantes compañeras. Sostenía una taza de café, enfriándose en sus manos, mientras su mirada se perdía en la ventana que daba al patio de entrenamiento. Había estado pensando en Megumi Fushiguro, el chico de ojos serios y semblante siempre alerta. Desde hace un tiempo, se encontraba pensando más en él de lo que solía permitirse con los estudiantes. No era propio de ella preocuparse. Siempre había mantenido una distancia segura, lo suficiente como para remendar sus heridas y asegurarse de que regresaran a las peleas con la menor cantidad de cicatrices posible. Pero Megumi... Megumi tenía esa forma de llevar el peso del mundo en sus hombros, de esa manera que la hacía recordar a alguien de su pasado. Alguien que también había llevado una carga demasiado pesada para su edad. Shoko apretó un poco la taza. Sabía reconocer ese tipo de mirada, la del que ha visto demasiado, la del que siente que debe cargar con más de lo que le corresponde. En Megumi, veía destellos de una lucha interna, una batalla que no siempre era visible a simple vista. Él no hablaba mucho sobre ello, pero Shoko podía sentirlo. Era esa soledad autoimpuesta, ese miedo a dejar que otros lo vieran vulnerable. La verdad era que le preocupaba. Le preocupaba que Megumi terminara aislándose, que sus silencios se convirtieran en muros infranqueables. Había una dureza en él que le recordaba a los que se habían perdido en su propio poder, en la oscuridad de sus propios pensamientos. No podía evitar pensar en Suguru, aunque Megumi no era igual, ni seguiría el mismo camino. Pero había un peligro en llevar tanto peso solo, en sentirse responsable de todo y de todos. Dejó la taza a un lado y suspiró, pasando una mano por su cabello. No era alguien que ofreciera consuelo con facilidad; sus palabras siempre habían sido prácticas, directas al grano. Pero con Megumi sentía esa necesidad de estar ahí, de alguna forma. No para darle discursos ni consejos que no pediría, sino simplemente para que supiera que no estaba solo. Que, aunque no se diera cuenta, tenía gente a su alrededor que lo vigilaría, que lo recogería si llegaba a caer. No podía cambiar lo que Megumi había vivido ni lo que enfrentaría en el futuro, pero podía estar ahí, en segundo plano. Era su forma de preocuparse, de demostrar que le importaba, aunque las palabras nunca llegaran a salir. Megumi merecía eso, un recordatorio silencioso de que no siempre tendría que ser fuerte, que no siempre tendría que enfrentar todo por sí mismo. Y si alguna vez llegaba el momento en que él necesitara alguien que lo entendiera, Shoko estaría allí, en su propio y discreto modo, para recoger los pedazos y ayudarlo a seguir adelante.
    Me encocora
    Me gusta
    8
    0 turnos 0 maullidos 527 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    ||No está de más hacer el recordatorio y, a la par, comento que empezaré a borrar adornos a partir de la semana que viene y más tardar el viernes~
    Gracias por su atención <3
    ||No está de más hacer el recordatorio y, a la par, comento que empezaré a borrar adornos a partir de la semana que viene y más tardar el viernes~ Gracias por su atención <3
    ||Señoras y señores, les tengo una propuesta indecente...
    Si me agregan, saluden.
    Si me agregan, interactúen.
    Si me agregan, no anden de adorno.
    Lo sé, es muy atrevido, pero soy roler viejo y mantengo en mente "El que agrega, busca el primer contacto"
    Me gusta
    Me encocora
    3
    12 comentarios 0 compartidos 293 vistas
  • -La demonio caminaba con paso ligero por el sendero de madera, dejando que el viento otoñal acariciara su rostro y despeinara levemente su cabello corto. El susurro del viento se mezclaba con el crujido de las hojas bajo sus botas, mientras pequeños remolinos de colores revoloteaban a su alrededor. Cada hoja caída era un recordatorio de la estación de cambios, de finales y nuevos comienzos.-

    "Qué bosque tan bonito y tranquilo…"

    -murmuró para sí misma, su voz suave apenas audible entre el murmullo del viento-

    "Tuve que viajar al menos dos horas lejos de la ciudad, pero valió totalmente la pena."

    - Los cuernos verdes que adornaban su cabeza brillaban con destellos de luz al contacto con los suaves rayos del sol, que se colaban entre las ramas de los árboles. Su cola, se balanceaba de un lado a otro con un ritmo despreocupado, reflejando su tranquilidad. Mientras avanzaba, el entorno natural parecía recibirla con una calidez reconfortante, un contraste radical con el ajetreo y caos de su vida cotidiana.
    Al llegar al otro extremo del puente, Star detuvo su marcha, tomando una pausa. Sus ojos se fijaron en el río que fluía con suavidad bajo sus pies. El sonido del agua, claro y constante, le proporcionaba una paz que pocas veces encontraba en la ciudad.-

    "Este lugar es tan tranquilo que incluso me hizo olvidar lo problemática que era la ciudad"

    -Comentó en voz baja, casi como si le hablara al río mismo, su mente vagando entre recuerdos recientes y antiguos-

    "¿Por qué no me vine a vivir a un lugar lejos de lo urbano?"

    -Se giró lentamente hacia el barandal del puente, apoyando ambos brazos sobre la madera ligeramente gastada, dejando caer su peso con un suspiro relajado. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la superficie, mientras su mirada se perdía en la corriente del río. Observaba cómo los peces nadaban contra el flujo del agua, pequeños destellos plateados que brillaban bajo el reflejo del sol.-

    "Aunque… si no hubiese llegado hasta allí, no hubiese conocido a la gente que quiero"

    -susurró para sí misma, su tono más suave ahora, casi melancólico-

    "Quizás por algo llegué ahí, ¿no?"

    -Una sonrisa ligera y casi imperceptible se dibujó en sus labios. Aunque la ciudad y todo lo que implicaba había sido un torbellino de problemas y desafíos, también le había dado conexiones importantes. Personas a las que ahora valoraba y amaba profundamente-

    //Me dio un leve subidon de inspiración, banda. YIPPIE!
    -La demonio caminaba con paso ligero por el sendero de madera, dejando que el viento otoñal acariciara su rostro y despeinara levemente su cabello corto. El susurro del viento se mezclaba con el crujido de las hojas bajo sus botas, mientras pequeños remolinos de colores revoloteaban a su alrededor. Cada hoja caída era un recordatorio de la estación de cambios, de finales y nuevos comienzos.- "Qué bosque tan bonito y tranquilo…" -murmuró para sí misma, su voz suave apenas audible entre el murmullo del viento- "Tuve que viajar al menos dos horas lejos de la ciudad, pero valió totalmente la pena." - Los cuernos verdes que adornaban su cabeza brillaban con destellos de luz al contacto con los suaves rayos del sol, que se colaban entre las ramas de los árboles. Su cola, se balanceaba de un lado a otro con un ritmo despreocupado, reflejando su tranquilidad. Mientras avanzaba, el entorno natural parecía recibirla con una calidez reconfortante, un contraste radical con el ajetreo y caos de su vida cotidiana. Al llegar al otro extremo del puente, Star detuvo su marcha, tomando una pausa. Sus ojos se fijaron en el río que fluía con suavidad bajo sus pies. El sonido del agua, claro y constante, le proporcionaba una paz que pocas veces encontraba en la ciudad.- "Este lugar es tan tranquilo que incluso me hizo olvidar lo problemática que era la ciudad" -Comentó en voz baja, casi como si le hablara al río mismo, su mente vagando entre recuerdos recientes y antiguos- "¿Por qué no me vine a vivir a un lugar lejos de lo urbano?" -Se giró lentamente hacia el barandal del puente, apoyando ambos brazos sobre la madera ligeramente gastada, dejando caer su peso con un suspiro relajado. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la superficie, mientras su mirada se perdía en la corriente del río. Observaba cómo los peces nadaban contra el flujo del agua, pequeños destellos plateados que brillaban bajo el reflejo del sol.- "Aunque… si no hubiese llegado hasta allí, no hubiese conocido a la gente que quiero" -susurró para sí misma, su tono más suave ahora, casi melancólico- "Quizás por algo llegué ahí, ¿no?" -Una sonrisa ligera y casi imperceptible se dibujó en sus labios. Aunque la ciudad y todo lo que implicaba había sido un torbellino de problemas y desafíos, también le había dado conexiones importantes. Personas a las que ahora valoraba y amaba profundamente- //Me dio un leve subidon de inspiración, banda. YIPPIE!
    Me encocora
    Me gusta
    8
    18 turnos 0 maullidos 566 vistas
  • Despertar a medianoche siempre trae consigo una mezcla de nostalgia y resignación. Tras un largo día de descanso, me encuentro en la oscuridad de la noche, reflexionando sobre tiempos pasados cuando la luz del sol solía ser mi compañera.

    Recuerdo con melancolía aquellos días en los que el amanecer era un espectáculo que disfrutaba sin reservas, sin la sombra de la condena que ahora me envuelve. Las horas bajo el sol eran un regalo, un recordatorio de una vida que ya no puedo reclamar.
    Despertar a medianoche siempre trae consigo una mezcla de nostalgia y resignación. Tras un largo día de descanso, me encuentro en la oscuridad de la noche, reflexionando sobre tiempos pasados cuando la luz del sol solía ser mi compañera. Recuerdo con melancolía aquellos días en los que el amanecer era un espectáculo que disfrutaba sin reservas, sin la sombra de la condena que ahora me envuelve. Las horas bajo el sol eran un regalo, un recordatorio de una vida que ya no puedo reclamar.
    Me encocora
    Me gusta
    5
    0 turnos 0 maullidos 394 vistas
  • -Humor-

    La obra ---- El artista
    Recordatorio que a veces juzgar a alguien por cómo luce puede llevarnos a agradables sorpresas.:*:+:★

    #3DChara #Comunidad3D
    -Humor- La obra ---- El artista Recordatorio que a veces juzgar a alguien por cómo luce puede llevarnos a agradables sorpresas.:*:+:★ #3DChara #Comunidad3D
    Me encocora
    Me enjaja
    4
    6 turnos 0 maullidos 252 vistas
  • Lepus, o mejor dicho, Iona, observaba el reflejo de la luna desde la ventana de su pequeño departamento en la ciudad. La luz plateada iluminaba las orquídeas que tenía cuidadosamente alineadas en el borde de la ventana y su sombra se proyectaba suavemente sobre las paredes llenas de estanterías con libros y objetos místicos. En su mano sostenía la máscara de conejo, su símbolo, y la giraba entre los dedos mientras pensaba.

    La Sociedad de las Luminarias siempre le había parecido un conjunto peculiar de entidades, cada una con sus propias reglas, costumbres, y excentricidades. Iona, había aprendido a mantener cierta distancia de ellos, no por desagrado, sino por la simple y llana extrañeza que le inspiraban.

    — ¿Quién podría ser considerado 'normal' en este grupo?—, se preguntaba mientras recordaba las reuniones donde cada uno de los miembros parecía estar en su propio mundo. Había quienes se presentaban en formas casi humanas, apenas perceptibles en su naturaleza divina, mientras otros preferían apariencias más aterradoras o fantásticas. Uno de ellos, que tenía la costumbre de adornar su cabello con plumas de aves que cambiaban de color con cada amanecer, le hablaba de sus viajes a otros planos como si se tratara de excursiones de un día.

    —¿Y qué hay de aquel que nunca muestra su rostro? La entidad que siempre está envuelta en sombras, su presencia más sentida que vista…—. Iona no sabía si era un efecto deliberado o simplemente su naturaleza, pero cada vez que intentaba recordar cómo lucía, su mente parecía escaparle.

    Había, por supuesto, aquellos que se tomaban demasiado en serio, que veían en la Sociedad un deber solemne, una cruzada contra lo ordinario. A Iona, por otro lado, le causaba gracia cómo algunos hablaban de los humanos como si fueran insectos, mientras otros parecían fascinados por ellos, casi obsesionados con las emociones y costumbres de los mortales.

    Lepus, o Iona, era la que más disfrutaba de ese contraste. Le gustaba vagar entre los humanos, adoptar su forma, perderse en la cotidianidad de sus vidas mientras mantenía sus secretos bajo llave. Pero era imposible negar que, a pesar de lo que pudieran pensar los otros, a ella también le resultaban fascinantes. Sin embargo, las reuniones con los demás Luminarias eran un recordatorio de que el mundo en el que se movía estaba lejos de ser normal, y que cada uno de ellos era una pieza en un rompecabezas que nunca encajaría del todo.

    —Todos son extraños. — pensó con una sonrisa ligera, —pero, ¿acaso yo no lo soy también?—. La máscara de conejo en su mano parecía mirarla de vuelta, como si compartiera el pensamiento. —Después de todo, nadie mejor que yo entiende el encanto de lo inusual.—
    Lepus, o mejor dicho, Iona, observaba el reflejo de la luna desde la ventana de su pequeño departamento en la ciudad. La luz plateada iluminaba las orquídeas que tenía cuidadosamente alineadas en el borde de la ventana y su sombra se proyectaba suavemente sobre las paredes llenas de estanterías con libros y objetos místicos. En su mano sostenía la máscara de conejo, su símbolo, y la giraba entre los dedos mientras pensaba. La Sociedad de las Luminarias siempre le había parecido un conjunto peculiar de entidades, cada una con sus propias reglas, costumbres, y excentricidades. Iona, había aprendido a mantener cierta distancia de ellos, no por desagrado, sino por la simple y llana extrañeza que le inspiraban. — ¿Quién podría ser considerado 'normal' en este grupo?—, se preguntaba mientras recordaba las reuniones donde cada uno de los miembros parecía estar en su propio mundo. Había quienes se presentaban en formas casi humanas, apenas perceptibles en su naturaleza divina, mientras otros preferían apariencias más aterradoras o fantásticas. Uno de ellos, que tenía la costumbre de adornar su cabello con plumas de aves que cambiaban de color con cada amanecer, le hablaba de sus viajes a otros planos como si se tratara de excursiones de un día. —¿Y qué hay de aquel que nunca muestra su rostro? La entidad que siempre está envuelta en sombras, su presencia más sentida que vista…—. Iona no sabía si era un efecto deliberado o simplemente su naturaleza, pero cada vez que intentaba recordar cómo lucía, su mente parecía escaparle. Había, por supuesto, aquellos que se tomaban demasiado en serio, que veían en la Sociedad un deber solemne, una cruzada contra lo ordinario. A Iona, por otro lado, le causaba gracia cómo algunos hablaban de los humanos como si fueran insectos, mientras otros parecían fascinados por ellos, casi obsesionados con las emociones y costumbres de los mortales. Lepus, o Iona, era la que más disfrutaba de ese contraste. Le gustaba vagar entre los humanos, adoptar su forma, perderse en la cotidianidad de sus vidas mientras mantenía sus secretos bajo llave. Pero era imposible negar que, a pesar de lo que pudieran pensar los otros, a ella también le resultaban fascinantes. Sin embargo, las reuniones con los demás Luminarias eran un recordatorio de que el mundo en el que se movía estaba lejos de ser normal, y que cada uno de ellos era una pieza en un rompecabezas que nunca encajaría del todo. —Todos son extraños. — pensó con una sonrisa ligera, —pero, ¿acaso yo no lo soy también?—. La máscara de conejo en su mano parecía mirarla de vuelta, como si compartiera el pensamiento. —Después de todo, nadie mejor que yo entiende el encanto de lo inusual.—
    Me gusta
    Me encocora
    8
    1 turno 0 maullidos 579 vistas
  • El caballero tomó asiento en el campo de amapolas, su mirada fija en el horizonte, donde las nubes se cernían pesadamente como un presagio de la batalla inminente. El viento soplaba suave, acariciando las flores rojas que se mecían a su alrededor, contrastando con la pesada y oscura armadura que llevaba puesta. Era un momento de calma antes de la tormenta, un instante para recoger sus pensamientos antes de que el caos se desatara.

    Mientras sus dedos enguantados rozaban una de las amapolas, el castaño cerró los ojos por un breve segundo, permitiéndose sentir la fragilidad de la flor bajo su tacto. Este pequeño rincón de paz parecía ajeno al mundo de violencia y destrucción que estaba a punto de enfrentar.

    "En un lugar como este, es difícil imaginar que la guerra existe. Pero pronto, este suelo pacífico se teñirá de sangre, y estos colores vivos serán eclipsados por la sombra de la muerte."

    Pensó, tomó una profunda bocanada de aire, dejando que la frescura del campo llenara sus pulmones. Sabía que no podía evitar lo que venía, pero en estos pocos momentos, podía permitirse una reflexión, un último pensamiento de esperanza antes de enfrentar la crudeza del combate.

    "Que estas flores sean un recordatorio de lo que luchamos por proteger... o al menos haga que esta ilusión valga de algo."

    Susurró para sí mismo.
    El caballero tomó asiento en el campo de amapolas, su mirada fija en el horizonte, donde las nubes se cernían pesadamente como un presagio de la batalla inminente. El viento soplaba suave, acariciando las flores rojas que se mecían a su alrededor, contrastando con la pesada y oscura armadura que llevaba puesta. Era un momento de calma antes de la tormenta, un instante para recoger sus pensamientos antes de que el caos se desatara. Mientras sus dedos enguantados rozaban una de las amapolas, el castaño cerró los ojos por un breve segundo, permitiéndose sentir la fragilidad de la flor bajo su tacto. Este pequeño rincón de paz parecía ajeno al mundo de violencia y destrucción que estaba a punto de enfrentar. "En un lugar como este, es difícil imaginar que la guerra existe. Pero pronto, este suelo pacífico se teñirá de sangre, y estos colores vivos serán eclipsados por la sombra de la muerte." Pensó, tomó una profunda bocanada de aire, dejando que la frescura del campo llenara sus pulmones. Sabía que no podía evitar lo que venía, pero en estos pocos momentos, podía permitirse una reflexión, un último pensamiento de esperanza antes de enfrentar la crudeza del combate. "Que estas flores sean un recordatorio de lo que luchamos por proteger... o al menos haga que esta ilusión valga de algo." Susurró para sí mismo.
    Me entristece
    8
    1 turno 0 maullidos 642 vistas
  • Al amanecer, los primeros rayos de sol se filtraron a través de las copas de los árboles, bañando el bosque en una cálida luz dorada. El rocío cubría la hierba y las hojas, brillando como diminutas perlas en la penumbra matutina. Él yacía en el suelo, envuelto en el silencio del nuevo día.

    Un temblor recorrió su cuerpo, y abrió los ojos lentamente. La niebla de la noche anterior todavía envolvía su mente, mezclada con fragmentos de recuerdos borrosos y sensaciones descontroladas. Con esfuerzo, se incorporó, notando la sensación fría y húmeda de la tierra bajo su piel desnuda.

    —Otra vez...— murmuró, pasando una mano por su rostro, aún adormecido por la pesadez de la transformación.

    Miró a su alrededor, tratando de orientarse. No reconocía el lugar donde estaba; las sombras alargadas de los árboles y el susurro del viento entre las hojas eran todo lo que tenía como guía. La sensación de haber perdido una parte de sí mismo, de haberse desconectado del mundo durante la noche, era abrumadora.

    —¿Dónde... estoy?— Se levantó con dificultad, tambaleándose al principio, sus piernas aún débiles por la transformación.

    Miró sus manos, ahora humanas nuevamente, sin rastro de las garras que las habían reemplazado horas antes. Sus dedos estaban llenos de tierra, las uñas rotas y las palmas arañadas. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y moretones, prueba de su frenesí nocturno. Una vaga sensación de desesperanza lo invadió al darse cuenta de lo que había pasado.

    —No puedo seguir así— dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza, tratando de despejar los pensamientos oscuros que lo acechaban.

    Se adentró en el bosque, tratando de encontrar algún rastro que lo guiara de vuelta a su hogar, cualquier señal que pudiera indicarle en qué dirección debía caminar. Con cada paso, sentía el peso de la noche pasada en sus hombros, un recordatorio de la bestia que llevaba dentro, una parte de sí mismo que nunca podría escapar.

    —Tengo que aprender a controlarlo...— murmuró, con la voz rota por la frustración y el cansancio.
    Al amanecer, los primeros rayos de sol se filtraron a través de las copas de los árboles, bañando el bosque en una cálida luz dorada. El rocío cubría la hierba y las hojas, brillando como diminutas perlas en la penumbra matutina. Él yacía en el suelo, envuelto en el silencio del nuevo día. Un temblor recorrió su cuerpo, y abrió los ojos lentamente. La niebla de la noche anterior todavía envolvía su mente, mezclada con fragmentos de recuerdos borrosos y sensaciones descontroladas. Con esfuerzo, se incorporó, notando la sensación fría y húmeda de la tierra bajo su piel desnuda. —Otra vez...— murmuró, pasando una mano por su rostro, aún adormecido por la pesadez de la transformación. Miró a su alrededor, tratando de orientarse. No reconocía el lugar donde estaba; las sombras alargadas de los árboles y el susurro del viento entre las hojas eran todo lo que tenía como guía. La sensación de haber perdido una parte de sí mismo, de haberse desconectado del mundo durante la noche, era abrumadora. —¿Dónde... estoy?— Se levantó con dificultad, tambaleándose al principio, sus piernas aún débiles por la transformación. Miró sus manos, ahora humanas nuevamente, sin rastro de las garras que las habían reemplazado horas antes. Sus dedos estaban llenos de tierra, las uñas rotas y las palmas arañadas. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y moretones, prueba de su frenesí nocturno. Una vaga sensación de desesperanza lo invadió al darse cuenta de lo que había pasado. —No puedo seguir así— dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza, tratando de despejar los pensamientos oscuros que lo acechaban. Se adentró en el bosque, tratando de encontrar algún rastro que lo guiara de vuelta a su hogar, cualquier señal que pudiera indicarle en qué dirección debía caminar. Con cada paso, sentía el peso de la noche pasada en sus hombros, un recordatorio de la bestia que llevaba dentro, una parte de sí mismo que nunca podría escapar. —Tengo que aprender a controlarlo...— murmuró, con la voz rota por la frustración y el cansancio.
    0 turnos 0 maullidos 335 vistas
Ver más resultados
Patrocinados