• Quien me detrenda tengo planes, para eliminar a quien se ponga en mi camino.
    Quien me detrenda tengo planes, para eliminar a quien se ponga en mi camino.
    Me encocora
    Me enjaja
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • ¡Contadme FicRolers!
    ¿Qué planes tenéis para esta tétrica y esperada noche? ¿Vais a responder roles temáticos de Halloween? ¿Os vais a una fiesta en la vida real? ¿Tenéis una fiesta temática en el mundo RP?

    Quiero saber cositas ¡Os leooo!
    🎃 ¡Contadme FicRolers! 🦇 ¿Qué planes tenéis para esta tétrica y esperada noche? ¿Vais a responder roles temáticos de Halloween? ¿Os vais a una fiesta en la vida real? ¿Tenéis una fiesta temática en el mundo RP? Quiero saber cositas 🎃 ¡Os leooo!
    Me gusta
    2
    8 turnos 0 maullidos
  • FLYER – “7th Heaven Bar & Games”
    https://ficrol.com/groups/SeptimoCielo
    ¡¡¡¡Únete al grupo!!!!
    ---

    ¡ABRIMOS EL BAR!
    Nuevos cócteles, nuevas camareras… ¡y muchas historias por contar!

    Ven al 7th Heaven, el rincón donde los aventureros descansan, beben y se confiesan bajo la luna.
    Servido por las Princesas Ishtar

    ¡Atrévete a entrar, pedir tu trago y dejar que la noche decida el resto!


    ---


    Las Princesas Ishtar te invitan al nuevo “7th Heaven Bar & Games”

    El bar de Seieki abre sus puertas… y tras la barra, las Ishtar te serviremos tragos, palabras y risas.
    ¿Te atreves a entrar?

    Aquí los aventureros comparten historias, los mercenarios buscan contratos, los solitarios encuentran compañía… y los cócteles brillan con magia lunar.

    ¿Qué encontrarás en el 7th Heaven?

    Nuevos cócteles con nombres legendarios.

    Camareras Ishtar encantadas de escuchar tus aventuras.

    Eventos temáticos: noches de cosplay, fiestas de máscaras y cenas clandestinas entre asesinos a sueldo.

    Conversaciones entre héroes, villanos y soñadores.


    Dinámica:
    Cuando una camarera publique que el local abre, el bar estará oficialmente activo.
    Entra, pide tu trago y charla. Todo vale: rol, bromas, confesiones o planes para tu próxima aventura.
    Recuerda… las Ishtar no somos monjas

    Únete al grupo del 7th Heaven y déjate llevar por la noche.
    Entre copas y risas, quizás encuentres lo que no sabías que buscabas.
    FLYER – “7th Heaven Bar & Games” https://ficrol.com/groups/SeptimoCielo ¡¡¡¡Únete al grupo!!!! --- 🎉 ¡ABRIMOS EL BAR! 🍸 Nuevos cócteles, nuevas camareras… ¡y muchas historias por contar! Ven al 7th Heaven, el rincón donde los aventureros descansan, beben y se confiesan bajo la luna. 👑 Servido por las Princesas Ishtar 👑 ✨ ¡Atrévete a entrar, pedir tu trago y dejar que la noche decida el resto! ✨ --- 🌙✨ Las Princesas Ishtar te invitan al nuevo “7th Heaven Bar & Games” ✨🌙 El bar de Seieki abre sus puertas… y tras la barra, las Ishtar te serviremos tragos, palabras y risas. ¿Te atreves a entrar? Aquí los aventureros comparten historias, los mercenarios buscan contratos, los solitarios encuentran compañía… y los cócteles brillan con magia lunar. 🍹🌌 👑 ¿Qué encontrarás en el 7th Heaven? Nuevos cócteles con nombres legendarios. Camareras Ishtar encantadas de escuchar tus aventuras. Eventos temáticos: noches de cosplay, fiestas de máscaras y cenas clandestinas entre asesinos a sueldo. Conversaciones entre héroes, villanos y soñadores. 🔥 Dinámica: Cuando una camarera publique que el local abre, el bar estará oficialmente activo. Entra, pide tu trago y charla. Todo vale: rol, bromas, confesiones o planes para tu próxima aventura. Recuerda… las Ishtar no somos monjas 😈 🍸 Únete al grupo del 7th Heaven y déjate llevar por la noche. Entre copas y risas, quizás encuentres lo que no sabías que buscabas.
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Como antes, pero después
    Fandom N/A
    Categoría Slice of Life
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐::
    ㅤㅤㅤㅤㅤOlivia Romero

    223 días.

    Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico.

    172 días desde que el mecánico le envió un mensaje:
    "Señora, su vehículo está listo."

    142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación:
    "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme."

    ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy.

    Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo.

    Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves.

    Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría.

    : ¡Liiiiiiv!
    : -sticker de gato conduciendo-
    : Cancela todos tus planes para hoy...

    El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance.

    : ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas...
    : Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí.

    Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio.

    : A la intemperie. Con insectos, y esas cosas...

    Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo.

    Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo.

    : Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes.

    Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad.

    Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐:: ㅤㅤㅤㅤㅤ[flash_brass_tiger_817] ✦ 223 días. Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico. 172 días desde que el mecánico le envió un mensaje: "Señora, su vehículo está listo." 142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación: "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme." ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy. Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo. Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves. Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría. 📱💬: ¡Liiiiiiv! 📱💬: -sticker de gato conduciendo- 📱💬: Cancela todos tus planes para hoy... El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance. 📱💬: ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas... 📱💬: Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí. Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio. 📱💬: A la intemperie. Con insectos, y esas cosas... Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo. Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo. 📱💬: Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes. Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad. Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    5
    11 turnos 0 maullidos
  • Es sábado, así que oficialmente tengo permiso para no tener planes y disfrutar del caos.
    Es sábado, así que oficialmente tengo permiso para no tener planes y disfrutar del caos.
    Me gusta
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Una tarde nublada en la universidad. Arlo salía del edificio de ingeniería con su mochila medio abierta y los audífonos colgando del cuello. Acaba de terminar su última clase del día. En la explanada, los estudiantes reían, compraban café y hacían planes.

    Arlo se encaminaba hacia la salida, mirando el suelo cuando de pronto su celular comiemza a vibrar dentro del bolsillo de su pantalón. Un número sin nombre parpadeaba en la pantalla y lo reconoció al instante, sus manos comenzaron a sudar y el aire se volvió más denso.

    Respiró hondo y contestó la llamada.

    — Hoy...tengo trabajo. No sé si pueda...

    La llamada se cortó, Arlo se queda con el teléfono en la mano y miró la pantalla negra, presentía que no sería una noche tranquila para él.
    Una tarde nublada en la universidad. Arlo salía del edificio de ingeniería con su mochila medio abierta y los audífonos colgando del cuello. Acaba de terminar su última clase del día. En la explanada, los estudiantes reían, compraban café y hacían planes. Arlo se encaminaba hacia la salida, mirando el suelo cuando de pronto su celular comiemza a vibrar dentro del bolsillo de su pantalón. Un número sin nombre parpadeaba en la pantalla y lo reconoció al instante, sus manos comenzaron a sudar y el aire se volvió más denso. Respiró hondo y contestó la llamada. — Hoy...tengo trabajo. No sé si pueda... La llamada se cortó, Arlo se queda con el teléfono en la mano y miró la pantalla negra, presentía que no sería una noche tranquila para él.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • +En esa mañana habia decidido dar un paseo por el parque. Observando el ambiente a su alrededor, disfrutando del aire fresco, ver a la gente caminar, era un dia brillante y soleado. La clase de dia que traia optimismo. Decidiendo tomar asiento en una banca cercana, sacaba un libro que traia en el bolsillo de su abrigo. Abriendo este para buscar la pagina donde se habia quedado. Continuando con su lectura con calma+

    +No tenia muchos planes aun para ese dia por lo que habia decidido el relajarse un poco, un buen libro un ambiente comodo. No habia falta de mucho mas con suerte y quiza encontraria nuevas historias en ese lugar. Nuevas personas que conocer y cosas por aprender+

    ᴛᴏᴍɪᴇ ᴋᴀᴡᴀᴋᴀᴍɪ
    +En esa mañana habia decidido dar un paseo por el parque. Observando el ambiente a su alrededor, disfrutando del aire fresco, ver a la gente caminar, era un dia brillante y soleado. La clase de dia que traia optimismo. Decidiendo tomar asiento en una banca cercana, sacaba un libro que traia en el bolsillo de su abrigo. Abriendo este para buscar la pagina donde se habia quedado. Continuando con su lectura con calma+ +No tenia muchos planes aun para ese dia por lo que habia decidido el relajarse un poco, un buen libro un ambiente comodo. No habia falta de mucho mas con suerte y quiza encontraria nuevas historias en ese lugar. Nuevas personas que conocer y cosas por aprender+ [phantom_cyan_spider_636]
    Me encocora
    Me gusta
    3
    26 turnos 0 maullidos
  • 𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa.

    Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo.

    ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida.

    Y que también él estaba considerando los contras.

    Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos.

    ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees?

    El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría.

    Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable.

    ────¿Frigia de nuevo?

    ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca.

    ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás?

    ────Claro, seguro.

    Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató.

    ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve.

    Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro.

    ────Lo sé.

    ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo.

    ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo.

    ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte?

    ────No. Nunca.

    ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará.

    ────Anquises... –rogó ella, exasperante.

    ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas.

    Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre».

    Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían.

    El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno.

    ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos.

    Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma.

    ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo.

    Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos.

    ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro...

    Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas.

    ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo.

    Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla?

    Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores.

    Suspiró.

    Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones.

    Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría.


    Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe.

    ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá.

    ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh?

    ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio.

    Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería.

    Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal.

    Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 🌺 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa. Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo. ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida. Y que también él estaba considerando los contras. Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos. ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees? El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría. Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable. ────¿Frigia de nuevo? ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca. ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás? ────Claro, seguro. Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató. ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve. Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro. ────Lo sé. ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo. ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo. ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte? ────No. Nunca. ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará. ────Anquises... –rogó ella, exasperante. ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas. Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre». Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían. El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno. ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos. Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma. ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo. Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos. ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro... Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas. ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo. Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla? Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores. Suspiró. Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones. Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría. Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe. ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá. ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh? ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio. Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería. Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal. Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    Me encocora
    Me gusta
    Me shockea
    Me entristece
    12
    0 turnos 0 maullidos
  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    ​El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...​Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos.
    Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada.
    ​Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, ​Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista.
    ​Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse.

    Entra en la cafetería.
    El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno

    ──Un americano grande - pide al llegar su turno
    ​La barista asiente, sin mirarla.
    ​Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, ​a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana.

    ​Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento.
    ​La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa)
    ​Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla.
    ​Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...​Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad.
    ​Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual.
    ​El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto.

    ── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro
    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ ​El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...​Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos. Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada. ​Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, ​Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista. ​Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse. Entra en la cafetería. El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno ──Un americano grande - pide al llegar su turno ​La barista asiente, sin mirarla. ​Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, ​a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana. ​Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento. ​La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa) ​Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla. ​Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...​Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad. ​Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual. ​El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto. ​ ── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro
    Me gusta
    Me encocora
    7
    31 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    ¿Como puede ser la vida de cruel? Al separar a dos almas que tenían un fuerte vínculo, él la vio como su razón de ser, la sonrisa de Kallen salvo a Otto, este por a su vez, haría lo que fuera por proteger esa sonrisa...

    Pero la vida y el destino tenía otros planes para ellos dos.


    Juego: Honkai Impact
    Personajes: Otto y Kallen
    ¿Como puede ser la vida de cruel? Al separar a dos almas que tenían un fuerte vínculo, él la vio como su razón de ser, la sonrisa de Kallen salvo a Otto, este por a su vez, haría lo que fuera por proteger esa sonrisa... Pero la vida y el destino tenía otros planes para ellos dos. Juego: Honkai Impact Personajes: Otto y Kallen
    Me gusta
    Me entristece
    2
    0 comentarios 0 compartidos
Ver más resultados
Patrocinados