No todos los casos de Joon como detective terminaban con una sonrisa de satisfacción o el aplauso silencioso de la justicia. Aquel día, tras la visita al museo, la realidad lo envolvió con la misma frialdad de siempre, aunque con un tono más áspero, más denso, como una sombra que no se aparta del pecho. Las pistas que obtuvo no eran reveladoras ni esperanzadoras. Por el contrario, eran fragmentos sueltos, piezas de un rompecabezas sin imagen, una maraña de detalles que no encajaban, que se burlaban de su cansancio y se aferraban a su mente como si le susurraran que estaba perdido.
Había pasado tantas veces por esta ruta. Sabía que no todos los días se encuentra a los culpables, que no todas las personas aparecen, que no siempre hay cuerpos que enterrar o lágrimas que cerrar. A veces lo único que quedaba era un vacío, un expediente abierto, una silla vacía en la estación y una sensación punzante de impotencia que se arrastraba a casa con él. Ese caso en particular era uno de esos. Uno que parecía no tener salida, que lo había llevado a mirar al techo durante la noche, una y otra vez, con los ojos abiertos y la mente tambaleando en el borde de la duda.
Porque, más allá del deber, más allá del uniforme o del reconocimiento, estaba Joon: un hombre solo en medio de las sombras, en una esquina de su cuarto, con la cabeza baja, encorvado sobre sí mismo como si pudiera esconderse del peso de su propia conciencia. No era la primera vez que se sentía así, pero sí una de las más duras. La pregunta que le retumbaba no era “¿quién lo hizo?”, sino “¿de verdad hice todo lo que pude?”. Las palabras del informe policial ya no lo consolaban, y los procedimientos, por más correctos que fueran, no servían para acallar el eco de las ausencias que dejaba tras cada caso sin cerrar.
Había algo cruelmente constante en su oficio: la línea entre el éxito y el fracaso era tan delgada que podía romperse sin que nadie lo notara… salvo él. Y mientras las luces del museo se apagaban al otro lado de la ciudad, Joon seguía inmóvil, encorvado en ese rincón, con el alma cargada de silencios y ojos que no dormían. Porque la verdad es que a veces, ser un buen detective no era suficiente.
#nightfallrevenge - De vuelta al presente
Había pasado tantas veces por esta ruta. Sabía que no todos los días se encuentra a los culpables, que no todas las personas aparecen, que no siempre hay cuerpos que enterrar o lágrimas que cerrar. A veces lo único que quedaba era un vacío, un expediente abierto, una silla vacía en la estación y una sensación punzante de impotencia que se arrastraba a casa con él. Ese caso en particular era uno de esos. Uno que parecía no tener salida, que lo había llevado a mirar al techo durante la noche, una y otra vez, con los ojos abiertos y la mente tambaleando en el borde de la duda.
Porque, más allá del deber, más allá del uniforme o del reconocimiento, estaba Joon: un hombre solo en medio de las sombras, en una esquina de su cuarto, con la cabeza baja, encorvado sobre sí mismo como si pudiera esconderse del peso de su propia conciencia. No era la primera vez que se sentía así, pero sí una de las más duras. La pregunta que le retumbaba no era “¿quién lo hizo?”, sino “¿de verdad hice todo lo que pude?”. Las palabras del informe policial ya no lo consolaban, y los procedimientos, por más correctos que fueran, no servían para acallar el eco de las ausencias que dejaba tras cada caso sin cerrar.
Había algo cruelmente constante en su oficio: la línea entre el éxito y el fracaso era tan delgada que podía romperse sin que nadie lo notara… salvo él. Y mientras las luces del museo se apagaban al otro lado de la ciudad, Joon seguía inmóvil, encorvado en ese rincón, con el alma cargada de silencios y ojos que no dormían. Porque la verdad es que a veces, ser un buen detective no era suficiente.
#nightfallrevenge - De vuelta al presente
No todos los casos de Joon como detective terminaban con una sonrisa de satisfacción o el aplauso silencioso de la justicia. Aquel día, tras la visita al museo, la realidad lo envolvió con la misma frialdad de siempre, aunque con un tono más áspero, más denso, como una sombra que no se aparta del pecho. Las pistas que obtuvo no eran reveladoras ni esperanzadoras. Por el contrario, eran fragmentos sueltos, piezas de un rompecabezas sin imagen, una maraña de detalles que no encajaban, que se burlaban de su cansancio y se aferraban a su mente como si le susurraran que estaba perdido.
Había pasado tantas veces por esta ruta. Sabía que no todos los días se encuentra a los culpables, que no todas las personas aparecen, que no siempre hay cuerpos que enterrar o lágrimas que cerrar. A veces lo único que quedaba era un vacío, un expediente abierto, una silla vacía en la estación y una sensación punzante de impotencia que se arrastraba a casa con él. Ese caso en particular era uno de esos. Uno que parecía no tener salida, que lo había llevado a mirar al techo durante la noche, una y otra vez, con los ojos abiertos y la mente tambaleando en el borde de la duda.
Porque, más allá del deber, más allá del uniforme o del reconocimiento, estaba Joon: un hombre solo en medio de las sombras, en una esquina de su cuarto, con la cabeza baja, encorvado sobre sí mismo como si pudiera esconderse del peso de su propia conciencia. No era la primera vez que se sentía así, pero sí una de las más duras. La pregunta que le retumbaba no era “¿quién lo hizo?”, sino “¿de verdad hice todo lo que pude?”. Las palabras del informe policial ya no lo consolaban, y los procedimientos, por más correctos que fueran, no servían para acallar el eco de las ausencias que dejaba tras cada caso sin cerrar.
Había algo cruelmente constante en su oficio: la línea entre el éxito y el fracaso era tan delgada que podía romperse sin que nadie lo notara… salvo él. Y mientras las luces del museo se apagaban al otro lado de la ciudad, Joon seguía inmóvil, encorvado en ese rincón, con el alma cargada de silencios y ojos que no dormían. Porque la verdad es que a veces, ser un buen detective no era suficiente.
#nightfallrevenge - De vuelta al presente



