"Invitación del Infierno"
La casa estaba en penumbra.
Solo el resplandor tenue de la brasa moribunda de un cigarrillo sobre el cenicero le daba vida al lugar. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales con una cadencia irregular, como si el mundo contuviera la respiración antes de una tragedia.
Rei había pasado la noche revisando informes de asesinatos, desapariciones y sucesos que desafiaban toda lógica humana. El cansancio se dibujaba en su mirada, hasta que algo en su escritorio lo obligó a detenerse.
Una carta.
No recordaba haberla dejado ahí.
El sobre, negro y de textura aterciopelada, estaba sellado con cera roja marcada con un pentagrama. Un leve aroma a incienso y fuego emanaba de él, acompañado por algo más… una vibración antigua, casi sagrada y profana a la vez.
Rei ladeó la cabeza, desconfiando. Su instinto gritaba que no la tocara, pero la curiosidad —su más vieja maldición— habló primero.
Tomó la carta. La cera se quebró sola, como si hubiese estado esperando el roce de su mano.
El papel era grueso, casi vivo. Las letras negras parecían reptar bajo la luz del escritorio mientras las leía.
A cada palabra, la temperatura descendía.
El reloj del despacho marcaba el tiempo con una lentitud antinatural.
> “Dancing With the Devil.”
Una noche para perder el alma con estilo…
—Tch… —murmuró Rei con una sonrisa ladeada—. Big Brother House. Suena como una trampa... o como una broma del infierno.
Pero sabía que no lo era.
El aire olía a azufre. Las sombras de las esquinas parecían moverse, observándolo en silencio. Había lidiado con demasiadas entidades como para no reconocer una firma infernal.
Esa carta no la había traído un mensajero. El sello aún estaba tibio.
Se levantó. Caminó hacia la ventana.
La ciudad seguía envuelta en lluvia. Un relámpago iluminó fugazmente una figura en la calle: alta, cubierta por un sombrero, sosteniendo una rosa negra.
Un parpadeo, y ya no estaba.
Rei exhaló despacio.
—Así que me invitas tú… ¿eh? —susurró, deslizando la carta en el escritorio—. Muy bien. Si el diablo quiere bailar, que prepare la pista.
Apagó el cigarrillo, fue al baño y dejó que el agua fría lo golpeara mientras meditaba. Sabía que no se trataba de una fiesta común.
Envuelto en una toalla, caminó al vestidor. Entre abrigos, trajes y reliquias de siglos, halló uno que no usaba desde hacía demasiado: un traje azúl oscuro, perfectamente conservado, regalo de una condesa inmortal a la que alguna vez salvó —o maldijo—, según la versión de la historia.
Mientras se lo colocaba, cada movimiento tenía la precisión ritual de un hombre que se prepara para una batalla elegante.
Luego, en el fondo del armario, descubrió una máscara dorada. Su superficie parecía respirar una magia antigua, cálida y protectora. La había recibido de una bruja hace siglos, como escudo contra un dios caído.
Esta noche, la usaría para el mismo propósito…
y, de paso, como su disfraz improvisado para bailar con el diablo.
Antes de salir, bebió una pócima que guardaba para casos extremos. El líquido tenía un brillo carmesí, casi sanguíneo.
Apenas lo bebió, un tatuaje se extendió bajo su piel, emergiendo como fuego negro. Nació en su cuello, recorrió su torso y se ramificó hasta sus manos, con símbolos que pulsaban suavemente, como si respiraran.
Era una marca de poder.
Una bendición... y una advertencia.
Solo podía usarla una vez.
Frente al espejo, Rei ajustó los guantes y la máscara.
Su reflejo le devolvió la imagen de un demonio elegante, listo para entrar al infierno con paso firme.
Tomó su bastón, aquel cuya empuñadura ocultaba una daga de acero espiritual.
Una sonrisa leve curvó sus labios.
—Listo —susurró—. Hora del baile.
La puerta se cerró con un clic seco.
La lluvia cesó.
Y sobre el escritorio vacío, la carta quedó un instante antes de arder por sí sola, desvaneciéndose en humo rojo.
En el aire, como una burla sutil, flotó la frase final:
> “Todos bailan con el diablo, tarde o temprano…”
https://ficrol.com/posts/315686 "Invitación del Infierno"
La casa estaba en penumbra.
Solo el resplandor tenue de la brasa moribunda de un cigarrillo sobre el cenicero le daba vida al lugar. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales con una cadencia irregular, como si el mundo contuviera la respiración antes de una tragedia.
Rei había pasado la noche revisando informes de asesinatos, desapariciones y sucesos que desafiaban toda lógica humana. El cansancio se dibujaba en su mirada, hasta que algo en su escritorio lo obligó a detenerse.
Una carta.
No recordaba haberla dejado ahí.
El sobre, negro y de textura aterciopelada, estaba sellado con cera roja marcada con un pentagrama. Un leve aroma a incienso y fuego emanaba de él, acompañado por algo más… una vibración antigua, casi sagrada y profana a la vez.
Rei ladeó la cabeza, desconfiando. Su instinto gritaba que no la tocara, pero la curiosidad —su más vieja maldición— habló primero.
Tomó la carta. La cera se quebró sola, como si hubiese estado esperando el roce de su mano.
El papel era grueso, casi vivo. Las letras negras parecían reptar bajo la luz del escritorio mientras las leía.
A cada palabra, la temperatura descendía.
El reloj del despacho marcaba el tiempo con una lentitud antinatural.
> “Dancing With the Devil.”
Una noche para perder el alma con estilo…
—Tch… —murmuró Rei con una sonrisa ladeada—. Big Brother House. Suena como una trampa... o como una broma del infierno.
Pero sabía que no lo era.
El aire olía a azufre. Las sombras de las esquinas parecían moverse, observándolo en silencio. Había lidiado con demasiadas entidades como para no reconocer una firma infernal.
Esa carta no la había traído un mensajero. El sello aún estaba tibio.
Se levantó. Caminó hacia la ventana.
La ciudad seguía envuelta en lluvia. Un relámpago iluminó fugazmente una figura en la calle: alta, cubierta por un sombrero, sosteniendo una rosa negra.
Un parpadeo, y ya no estaba.
Rei exhaló despacio.
—Así que me invitas tú… ¿eh? —susurró, deslizando la carta en el escritorio—. Muy bien. Si el diablo quiere bailar, que prepare la pista.
Apagó el cigarrillo, fue al baño y dejó que el agua fría lo golpeara mientras meditaba. Sabía que no se trataba de una fiesta común.
Envuelto en una toalla, caminó al vestidor. Entre abrigos, trajes y reliquias de siglos, halló uno que no usaba desde hacía demasiado: un traje azúl oscuro, perfectamente conservado, regalo de una condesa inmortal a la que alguna vez salvó —o maldijo—, según la versión de la historia.
Mientras se lo colocaba, cada movimiento tenía la precisión ritual de un hombre que se prepara para una batalla elegante.
Luego, en el fondo del armario, descubrió una máscara dorada. Su superficie parecía respirar una magia antigua, cálida y protectora. La había recibido de una bruja hace siglos, como escudo contra un dios caído.
Esta noche, la usaría para el mismo propósito…
y, de paso, como su disfraz improvisado para bailar con el diablo.
Antes de salir, bebió una pócima que guardaba para casos extremos. El líquido tenía un brillo carmesí, casi sanguíneo.
Apenas lo bebió, un tatuaje se extendió bajo su piel, emergiendo como fuego negro. Nació en su cuello, recorrió su torso y se ramificó hasta sus manos, con símbolos que pulsaban suavemente, como si respiraran.
Era una marca de poder.
Una bendición... y una advertencia.
Solo podía usarla una vez.
Frente al espejo, Rei ajustó los guantes y la máscara.
Su reflejo le devolvió la imagen de un demonio elegante, listo para entrar al infierno con paso firme.
Tomó su bastón, aquel cuya empuñadura ocultaba una daga de acero espiritual.
Una sonrisa leve curvó sus labios.
—Listo —susurró—. Hora del baile.
La puerta se cerró con un clic seco.
La lluvia cesó.
Y sobre el escritorio vacío, la carta quedó un instante antes de arder por sí sola, desvaneciéndose en humo rojo.
En el aire, como una burla sutil, flotó la frase final:
> “Todos bailan con el diablo, tarde o temprano…”
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