• Creo que estoy comenzando a odiar vivir en mi propia casa.
    Los pasillos son largos y silenciosos. Las habitaciones frías. Las ausencias de personas que han fallecido no se van.
    Ahora vivo entre los perros que dejó mi hermano y guardaespaldas.
    ¿Qué se supone que haga con automóviles, aviones y un yate?
    yo solo quisiera tanto poder tener un departamento pequeño, vivir con alguien y disfrutar la compañía...
    No me importan los zapatos de diseñador, mucho menos una bolsa exclusiva.

    Cambiaría todo eso solo por volver a sostener la mano de mi hermano. Vendería todo por una vida simple, si títulos, sin precio sobre mi cabeza.

    Poder salir, comprar pan fresco, disfrutar de un amanecer...
    Creo que estoy comenzando a odiar vivir en mi propia casa. Los pasillos son largos y silenciosos. Las habitaciones frías. Las ausencias de personas que han fallecido no se van. Ahora vivo entre los perros que dejó mi hermano y guardaespaldas. ¿Qué se supone que haga con automóviles, aviones y un yate? yo solo quisiera tanto poder tener un departamento pequeño, vivir con alguien y disfrutar la compañía... No me importan los zapatos de diseñador, mucho menos una bolsa exclusiva. Cambiaría todo eso solo por volver a sostener la mano de mi hermano. Vendería todo por una vida simple, si títulos, sin precio sobre mi cabeza. Poder salir, comprar pan fresco, disfrutar de un amanecer...
    Me entristece
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 171 vistas
  • ℳℴ𝓃ℴ𝓇ℴ𝓁 :
    Archibald despertó con un golpe en la puerta. Un sirviente entró apresurado.

    —Milord, el rey ha muerto. El consejo se reúne de inmediato.

    Archibald permaneció en silencio un instante. El joven rey, justo y querido, había sido un obstáculo. Ahora, ese obstáculo había desaparecido.

    —Gracias. Prepara mi ropa —dijo sin emoción.

    Mientras se vestía, sentía una creciente satisfacción, pero su rostro seguía siendo impenetrable. El consejo lo esperaba, y Archibald ya tenía sus propios planes.


    Archibald entró al salón del consejo, donde los consejeros ya lo esperaban, todos reunidos alrededor de la gran mesa de mármol. El ambiente estaba cargado de tensión, las caras sombrías. Solo faltaba la consejera real, ausente en ese momento crucial.

    —Estamos todos, menos Lady Agatha —dijo uno de los consejeros, con la voz apagada.

    Archibald tomó asiento, su rostro tan impasible como antes. Observó las caras de sus colegas, todos conmocionados por la muerte del joven rey. En su interior, sin embargo, solo había calma. Esto era lo que había esperado.

    —No podemos esperar más —dijo, con voz firme—. El reino necesita dirección. ¿Qué proponemos?

    Mientras los demás debatían, Archibald se inclinó ligeramente hacia adelante, escuchando, calculando. Sabía que el momento para su jugada aún no había llegado, pero el poder estaba más cerca que nunca.

    Archibald observó cómo los consejeros murmuraban entre ellos, la ausencia de Agatha pesando en la sala. Finalmente, uno de ellos habló.

    —No podemos tomar decisiones sin la consejera real —dijo, preocupado.

    Archibald alzó una mano con calma, su mirada fría pero calculada.

    —Debemos centrarnos en lo esencial —dijo con serenidad—. Lo primero es leer la última voluntad del rey. Es probable que allí encontremos quién ha sido designado como su reemplazo.

    Los consejeros intercambiaron miradas, algunos asintiendo lentamente, pero la inquietud aún se sentía en el aire. Archibald mantenía su fachada imperturbable, aunque en su interior estaba seguro de que ese documento definiría el siguiente paso... y su oportunidad.

    Los guardias entraron con solemnidad, llevando un pergamino sellado con el emblema real. Todos los ojos en la sala se clavaron en el documento, que uno de los guardias entregó con cuidado a una de las consejeras.

    Ella rompió el sello y desplegó la carta. Su voz tembló al comenzar a leer:

    —"A mis consejeros más fieles, en caso de mi muerte inesperada, dejo clara mi última voluntad..."

    El silencio se apoderó de la sala. Los ojos de Archibald permanecieron fijos en la consejera mientras ella continuaba.

    —"...que Archibald, miembro honorable del consejo, asuma el cargo de regente y guíe al reino hasta que un nuevo monarca sea designado."

    La sala quedó en completo silencio. Las miradas se volvieron hacia Archibald, quien no mostró ni un atisbo de sorpresa. Inclinó la cabeza levemente.

    —Cumpliré con este deber —dijo, su voz firme pero tranquila.

    Por dentro, la satisfacción que sentía era inmensa. El poder que tanto deseaba ahora estaba al alcance de su mano.

    Un murmullo inquieto recorrió la sala. Barristan fue el primero en levantarse de su asiento, con los ojos encendidos de indignación.

    —¡Esto es una farsa! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Todos sabíamos que el rey confiaba en Agatha para tomar el cargo si algo le ocurría. Jamás hubiera nombrado a Archibald.

    Adelaida, más serena pero igualmente firme, asintió con la cabeza.

    —El rey siempre admiró la sabiduría y justicia de Agatha. No puedo aceptar que esta carta sea auténtica sin su presencia aquí. Es demasiado sospechoso que no haya sido informada de inmediato.

    Archibald los observó en silencio, manteniendo su compostura. Se inclinó ligeramente hacia adelante, clavando su mirada en ambos.

    —Entiendo sus preocupaciones —dijo, su voz tranquila—, pero la carta lleva el sello real, y los guardias la han traído directamente desde las cámaras del rey. Si desean impugnar la autenticidad de su última voluntad, les sugiero que lo hagan con pruebas, no con suposiciones.

    Barristan y Adelaida intercambiaron una mirada, pero la duda ya había sido sembrada en el resto de los consejeros. Archibald lo sabía. La ausencia de Agatha y la aparición repentina de la carta serían suficientes para mantener el conflicto en el aire, dándole más tiempo para consolidar su posición.

    Barristan se levantó de nuevo, esta vez con la voz aún más firme.

    —Esto es una blasfemia contra la memoria del rey. ¡Traición, al menos! —gritó, señalando a Archibald con furia—. No permitiré que el reino caiga en las manos de alguien que ha forjado la voluntad de nuestro monarca.

    Adelaida, más calmada pero igual de resuelta, se unió.

    —No podemos ignorar lo que sabemos del rey. Esto debe ser investigado. No podemos confiar en un documento que aparece justo en el momento más oportuno para Archibald, y sin la presencia de Agatha.

    Los demás consejeros, vacilantes al principio, empezaron a intercambiar miradas. Barristan, impaciente, giró hacia los guardias.

    —¡Arresten a Archibald! —ordenó, su voz resonando en la sala.

    Pero los guardias no se movieron. Se miraron entre ellos, inseguros, esperando una señal de alguien más alto en autoridad. El salón quedó en un tenso silencio, mientras los consejeros evaluaban la situación.

    Archibald, con una sonrisa apenas perceptible, aprovechó el momento.

    —Si hay dudas, entonces propongo una solución —dijo con calma—. Votemos por la regencia aquí mismo. Que el consejo decida quién debe guiar al reino hasta la llegada de Agatha... si es que eso importa ya.

    Los consejeros se tensaron ante sus últimas palabras, pero Archibald continuó, su tono sereno pero contundente.

    —El reino necesita más que una regencia temporal. Necesita un líder que pueda tomar las riendas de inmediato y de manera definitiva. Si soy elegido hoy, asumiré el trono como rey, con total autoridad. No habrá vuelta atrás, ni siquiera con la llegada de Agatha. El consejo debe decidir ahora, para la estabilidad del reino.

    La propuesta cayó como un jarro de agua fría en la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas incrédulas, pero sabían que las palabras de Archibald tenían peso. Si ganaba la votación, su poder sería absoluto.

    Uno a uno, los consejeros emitieron sus votos. Solo Barristan y Adelaida se opusieron con firmeza, pero su resistencia fue en vano. Los otros cinco, buscando evitar más caos y mantener el equilibrio, votaron a favor de Archibald.

    —La mayoría ha hablado —dijo Archibald, levantándose con una leve reverencia, ahora ya sin ocultar su satisfacción—. Asumo el trono no solo como regente, sino como rey de este reino.

    Los guardias se alinearon a su lado, reconociendo su nueva autoridad. Barristan y Adelaida, derrotados, quedaron en silencio. Incluso si Agatha llegaba, ya nada podría revertir la decisión del consejo. Archibald había ganado.

    Con la votación concluida, Archibald se alzó, su figura imponente iluminada por la luz que entraba por las ventanas del consejo.

    —Como rey de este reino —anunció con firmeza—, he decidido que Barristan y Adelaida serán removidos de sus cargos como consejeros. Su oposición al proceso y su intento de sembrar la discordia en un momento tan crítico no pueden ser tolerados.

    Los murmullos recorrieron la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas de incredulidad y furia, pero Archibald continuó.

    —Serán arrestados y confinados en sus alcobas bajo vigilancia estricta. No permitiré que su deslealtad ponga en peligro la estabilidad de mi reinado.

    Los guardias se movieron rápidamente hacia los consejeros, quienes intentaron protestar.

    —¡Esto es un abuso de poder! —gritó Barristan, forcejeando mientras lo apresaban.

    —¡No pueden hacer esto! —añadió Adelaida, su voz llena de indignación.

    Archibald los miró con frialdad, sin titubear.

    —Mis decisiones son por el bien del reino. No se puede permitir que continúen obstaculizando el progreso. Llévenlos a sus alcobas, y asegúrense de que nadie los moleste.

    Los guardias, con firmeza, escoltaron a Barristan y Adelaida fuera del salón, ignorando sus gritos y protestas. Archibald, ahora solo en el consejo, se volvió hacia los otros consejeros, que lo miraban con una mezcla de respeto y temor.

    —Este reino necesita un liderazgo decidido —dijo, su voz resonando en la sala—. Estoy aquí para asegurar su prosperidad y estabilidad. Juntos, forjaremos un nuevo camino.

    Los consejeros asintieron, y la atmósfera de incertidumbre comenzó a disiparse. Archibald se sentó en el trono, sintiendo el peso de su nueva posición, pero también la satisfacción de haber eliminado a sus oponentes. Con Barristan y Adelaida fuera de la ecuación, su reinado podría comenzar en serio.
    ℳℴ𝓃ℴ𝓇ℴ𝓁 : Archibald despertó con un golpe en la puerta. Un sirviente entró apresurado. —Milord, el rey ha muerto. El consejo se reúne de inmediato. Archibald permaneció en silencio un instante. El joven rey, justo y querido, había sido un obstáculo. Ahora, ese obstáculo había desaparecido. —Gracias. Prepara mi ropa —dijo sin emoción. Mientras se vestía, sentía una creciente satisfacción, pero su rostro seguía siendo impenetrable. El consejo lo esperaba, y Archibald ya tenía sus propios planes. Archibald entró al salón del consejo, donde los consejeros ya lo esperaban, todos reunidos alrededor de la gran mesa de mármol. El ambiente estaba cargado de tensión, las caras sombrías. Solo faltaba la consejera real, ausente en ese momento crucial. —Estamos todos, menos Lady Agatha —dijo uno de los consejeros, con la voz apagada. Archibald tomó asiento, su rostro tan impasible como antes. Observó las caras de sus colegas, todos conmocionados por la muerte del joven rey. En su interior, sin embargo, solo había calma. Esto era lo que había esperado. —No podemos esperar más —dijo, con voz firme—. El reino necesita dirección. ¿Qué proponemos? Mientras los demás debatían, Archibald se inclinó ligeramente hacia adelante, escuchando, calculando. Sabía que el momento para su jugada aún no había llegado, pero el poder estaba más cerca que nunca. Archibald observó cómo los consejeros murmuraban entre ellos, la ausencia de Agatha pesando en la sala. Finalmente, uno de ellos habló. —No podemos tomar decisiones sin la consejera real —dijo, preocupado. Archibald alzó una mano con calma, su mirada fría pero calculada. —Debemos centrarnos en lo esencial —dijo con serenidad—. Lo primero es leer la última voluntad del rey. Es probable que allí encontremos quién ha sido designado como su reemplazo. Los consejeros intercambiaron miradas, algunos asintiendo lentamente, pero la inquietud aún se sentía en el aire. Archibald mantenía su fachada imperturbable, aunque en su interior estaba seguro de que ese documento definiría el siguiente paso... y su oportunidad. Los guardias entraron con solemnidad, llevando un pergamino sellado con el emblema real. Todos los ojos en la sala se clavaron en el documento, que uno de los guardias entregó con cuidado a una de las consejeras. Ella rompió el sello y desplegó la carta. Su voz tembló al comenzar a leer: —"A mis consejeros más fieles, en caso de mi muerte inesperada, dejo clara mi última voluntad..." El silencio se apoderó de la sala. Los ojos de Archibald permanecieron fijos en la consejera mientras ella continuaba. —"...que Archibald, miembro honorable del consejo, asuma el cargo de regente y guíe al reino hasta que un nuevo monarca sea designado." La sala quedó en completo silencio. Las miradas se volvieron hacia Archibald, quien no mostró ni un atisbo de sorpresa. Inclinó la cabeza levemente. —Cumpliré con este deber —dijo, su voz firme pero tranquila. Por dentro, la satisfacción que sentía era inmensa. El poder que tanto deseaba ahora estaba al alcance de su mano. Un murmullo inquieto recorrió la sala. Barristan fue el primero en levantarse de su asiento, con los ojos encendidos de indignación. —¡Esto es una farsa! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Todos sabíamos que el rey confiaba en Agatha para tomar el cargo si algo le ocurría. Jamás hubiera nombrado a Archibald. Adelaida, más serena pero igualmente firme, asintió con la cabeza. —El rey siempre admiró la sabiduría y justicia de Agatha. No puedo aceptar que esta carta sea auténtica sin su presencia aquí. Es demasiado sospechoso que no haya sido informada de inmediato. Archibald los observó en silencio, manteniendo su compostura. Se inclinó ligeramente hacia adelante, clavando su mirada en ambos. —Entiendo sus preocupaciones —dijo, su voz tranquila—, pero la carta lleva el sello real, y los guardias la han traído directamente desde las cámaras del rey. Si desean impugnar la autenticidad de su última voluntad, les sugiero que lo hagan con pruebas, no con suposiciones. Barristan y Adelaida intercambiaron una mirada, pero la duda ya había sido sembrada en el resto de los consejeros. Archibald lo sabía. La ausencia de Agatha y la aparición repentina de la carta serían suficientes para mantener el conflicto en el aire, dándole más tiempo para consolidar su posición. Barristan se levantó de nuevo, esta vez con la voz aún más firme. —Esto es una blasfemia contra la memoria del rey. ¡Traición, al menos! —gritó, señalando a Archibald con furia—. No permitiré que el reino caiga en las manos de alguien que ha forjado la voluntad de nuestro monarca. Adelaida, más calmada pero igual de resuelta, se unió. —No podemos ignorar lo que sabemos del rey. Esto debe ser investigado. No podemos confiar en un documento que aparece justo en el momento más oportuno para Archibald, y sin la presencia de Agatha. Los demás consejeros, vacilantes al principio, empezaron a intercambiar miradas. Barristan, impaciente, giró hacia los guardias. —¡Arresten a Archibald! —ordenó, su voz resonando en la sala. Pero los guardias no se movieron. Se miraron entre ellos, inseguros, esperando una señal de alguien más alto en autoridad. El salón quedó en un tenso silencio, mientras los consejeros evaluaban la situación. Archibald, con una sonrisa apenas perceptible, aprovechó el momento. —Si hay dudas, entonces propongo una solución —dijo con calma—. Votemos por la regencia aquí mismo. Que el consejo decida quién debe guiar al reino hasta la llegada de Agatha... si es que eso importa ya. Los consejeros se tensaron ante sus últimas palabras, pero Archibald continuó, su tono sereno pero contundente. —El reino necesita más que una regencia temporal. Necesita un líder que pueda tomar las riendas de inmediato y de manera definitiva. Si soy elegido hoy, asumiré el trono como rey, con total autoridad. No habrá vuelta atrás, ni siquiera con la llegada de Agatha. El consejo debe decidir ahora, para la estabilidad del reino. La propuesta cayó como un jarro de agua fría en la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas incrédulas, pero sabían que las palabras de Archibald tenían peso. Si ganaba la votación, su poder sería absoluto. Uno a uno, los consejeros emitieron sus votos. Solo Barristan y Adelaida se opusieron con firmeza, pero su resistencia fue en vano. Los otros cinco, buscando evitar más caos y mantener el equilibrio, votaron a favor de Archibald. —La mayoría ha hablado —dijo Archibald, levantándose con una leve reverencia, ahora ya sin ocultar su satisfacción—. Asumo el trono no solo como regente, sino como rey de este reino. Los guardias se alinearon a su lado, reconociendo su nueva autoridad. Barristan y Adelaida, derrotados, quedaron en silencio. Incluso si Agatha llegaba, ya nada podría revertir la decisión del consejo. Archibald había ganado. Con la votación concluida, Archibald se alzó, su figura imponente iluminada por la luz que entraba por las ventanas del consejo. —Como rey de este reino —anunció con firmeza—, he decidido que Barristan y Adelaida serán removidos de sus cargos como consejeros. Su oposición al proceso y su intento de sembrar la discordia en un momento tan crítico no pueden ser tolerados. Los murmullos recorrieron la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas de incredulidad y furia, pero Archibald continuó. —Serán arrestados y confinados en sus alcobas bajo vigilancia estricta. No permitiré que su deslealtad ponga en peligro la estabilidad de mi reinado. Los guardias se movieron rápidamente hacia los consejeros, quienes intentaron protestar. —¡Esto es un abuso de poder! —gritó Barristan, forcejeando mientras lo apresaban. —¡No pueden hacer esto! —añadió Adelaida, su voz llena de indignación. Archibald los miró con frialdad, sin titubear. —Mis decisiones son por el bien del reino. No se puede permitir que continúen obstaculizando el progreso. Llévenlos a sus alcobas, y asegúrense de que nadie los moleste. Los guardias, con firmeza, escoltaron a Barristan y Adelaida fuera del salón, ignorando sus gritos y protestas. Archibald, ahora solo en el consejo, se volvió hacia los otros consejeros, que lo miraban con una mezcla de respeto y temor. —Este reino necesita un liderazgo decidido —dijo, su voz resonando en la sala—. Estoy aquí para asegurar su prosperidad y estabilidad. Juntos, forjaremos un nuevo camino. Los consejeros asintieron, y la atmósfera de incertidumbre comenzó a disiparse. Archibald se sentó en el trono, sintiendo el peso de su nueva posición, pero también la satisfacción de haber eliminado a sus oponentes. Con Barristan y Adelaida fuera de la ecuación, su reinado podría comenzar en serio.
    Me shockea
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos 226 vistas
  • Texto no apto para gente aprensiva.

    Analepsis. "Historias de su pasado".

    𝓥𝓮𝓷𝓰𝓪𝓷𝔃𝓪 ( 𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 2 )

    Se había vengado... ¿Por qué entonces se sentía tan vacío?

    Habían muerto... Toda su familia humana habían muerto. Aquellos que le dieron un nombre, enseñado hablar y a ser invisible. Aquellos que les había enseñado que era amar. 

    No paraba de llover. Kazuo, transformado después de tantos años en un imponente zorro de dos colas, corría de forma frenética, zigzagueando entre los árboles del bosque, como si fuera una sombra entre estos. Su poder explotaba en una maraña salvaje, incontrolable y voraz.

    Podía olerlos... Podía oler a los culpables de aquel acto atroz, de aquel asesinato a sangre fría, sin compasión y brutal. No estaban lejos, su hedor cada vez más intenso, mezclado con la sangre de sus padres y sus hermanos. Sentía como le ardían los pulmones, como estos amenazaban por salir de su boca en un estallido. Pero no podía parar, estaba tan cerca de alcanzarlos que casi podía sentir la anticipación del crujir de sus huesos en su mandíbula.

    El cuerpo del zorro se movía solo. Su mente en modo automático, conectado con el botón de destruir activado. Oteando el horizonte, allí estaban, cuatro jinetes a caballo desbocado, riendo y hablando como si no acabarán de arrebatarles la vida a una familia entera, a su familia. La impotencia era desmedida, tan dolorosa que por unos instantes hubiese preferido la muerte al dolor que estaba experimentando. 

    Con cada zancada a cuatro patas, Kazuo comienza a acercarse peligrosamente, hasta que finalmente en un impulso la enorme criatura se alzaba por encima de estos, agarrando una de las cabezas de los jinetes entre sus fauces, arrancándosela de cuajo con una facilidad pasmosa. 

    El zorro aterrizaba frente a ellos, aun con la cabeza chorreante entre sus dientes, una imagen visceral, solo a la altura de la más tenebrosa de las pesadillas. Estaba nublado por la rabia, un sentimiento que descubrió ese mismo día, ya que ciento de años atrás no tenía consciencia de sus sentimientos, simplemente el de la pura supervivencia. Todos estos cambiaría después de conocer a su familia, ahora muerta, con sus cuerpos aún calientes en lo que era su hogar. 

    Kazuo daba un latigazo con su cuello, arrojando la cabeza del jinete frente a los otros que frenaban en seco sus caballos. El zorro rugía, un gutural sonido que emanaba de su pecho, ahora tintando por el líquido carmesí, ensuciando su pelaje blanco y puro como el color de la luna. Este hacía retroceder sus orejas hacia atrás, apretando sus colmillos mientras todo su gesto se tensaba en una amenaza, sintiendo el sabor metálico de la sangre ajena en su boca.

    Agazapado, listo para abalanzarse, este comienza a acercarse, lentamente, acechando a sus presas que comenzaban a jadear presas del pánico. Estos no sabían las razones por las que el demonio arremetía contra ellos, pero mientras estos murieran, el Yokai no necesitaba nada más. En un abrir y cerrar de ojos, como si de un espectro se tratase, el zorro se abalanzaba sobre otro de los jinetes, haciéndole caer a él y su caballo al suelo. Mientras el equino se ponía en pie y se marchaba, dejaba al descubierto la sanguinaria escena, mientras el asesino gritaba con desesperación, Kazuo mordía su estómago con saña, desperdigando sus tripas por la tierra, llenando esta de sus vísceras y su sangre. Había sido una muerte agónica, tortuosa, solo el primero de los jinetes que habían muerto había tenido la suerte de tener una muerte limpia y rápida. ¿El resto?; estos iban a sufrir, primero con el miedo, el miedo certero de la llegada de su muerte, y más tarde la consecuencia de esta con un dolor y sufrimiento cruel y despiadado.

    Mientras el zorro se volteaba, los otros dos hombres restantes había cardado sus arcos, y sin que este pudiera evitarlo, sentía los punzantes filos de hierro atravesar su carne. Las pupilas del zorro se dilataban y sin proliferar el más mínimo aullido de dolor, unas llamas azules envuelven su cuerpo, haciendo consumir las fechas, reduciéndolas a cenizas que la misma brisa del viento se llevaba. 

    El zorro dirigía su mirada a uno de los atacantes, dejando que sus ojos penetraran en los del contrario. Este comenzaba a gritar, comenzaba a tocarse todo su cuerpo, arañar su carne con desesperación. Ampollas empezaban a adornar su piel, explotando, dejando escapar vapor con cada implosión. Le estaba quemando desde dentro, dejaba que una furiosa llama purificase su interior de dentro hacia afuera hasta que este explota en una llamarada, cayendo del caballo y retorciéndose en el suelo de dolor, arrastrándose por el suelo como la escoria que era. En algún momento este dejaba de gritar, y cuando esto ocurre Kazuo miraba al que quedaba, aparentemente el cabecilla del grupo.

    El asesino de su familia, temeroso, había emprendido una carrera frenética para intentar escapar. El zorro, con tranquilidad inquietante y pétrea, se desvanece entre llamas, desplazándose como si de un espectro se tratase. Finalmente, la figura de un joven de cabellos color plata se plantaba frente al jinete. Este, con sus cabellos plateados cayendo de sus hombros hasta su cintura, con dos puntiagudas orejas en lo alto de su cabeza y dos colas que oscilaban de un lado para el otro, ardoradas de llamas color zafiro, tan brillantes como sus ojos. La imponente presencia del zorro hacía que el caballo se alzase de sus patas delanteras, tirando al aquel temeroso hombre de su montura. Kazuo se aproxima con tanta calma que daba aún más miedo que en su forma más primitiva. Este se agacha a la altura del asesino, mirándolo a los ojos con una frialdad que casi se podían saborear.

    En un rápido movimiento toma al contrario del cuello, haciendo que se levante del suelo para después alzarlo con una sola mano por encima de su cabeza, clavando sus garras en el cuello de este. La mirada del zorro era vacía y distante, como el eco de una piedra cayendo en el fondo de un pozo. 

    - Ojo por ojo.-

    Aquella era una expresión tan humana. En el pasado no le encontraba sentido. No hasta ese momento. Mientras aquel hombre luchaba por respirar, la mano libre del zorro se posicionaba a la altura del corazón de la escoria que sostenía en el aire. Sus músculos tensos por el esfuerzo de la elevación, marchándose todos y cana unos de estos. Poco a poco sus garras penetraban su carne, abriéndose paso con la facilidad con la que los pies entraban al barro. 

    Este gritaba, gritaba tanto que el zorro incluso lo estaba disfrutando. Continuaba su perforación hasta que en un golpe seco toda la longitud de su mano se introducía en su pecho. Los ojos vidriosos de aquel hombre se clavaban en los fríos e inexpresivos del zorro. Este dejaba de patalear en el momento justo que Kazuo extrae su corazón, aún palpitante entre sus alargados dedos. Este deja caer el cuerpo inerte del cabecilla de los asesinos de su familia, como si fuera un muñeco de trapo, profiriendo un chasquido seco al contacto con el suelo. Instantes más tarde, mientras Kazuo seguía mirándolo, aprieta su puño, estrujando el corazón aún humeante con sus garras, transformando este en un amasijo de carne deshecha.

    Finalizada su venganza, se mira las manos, llena de la sangre de sus enemigos. Sentía el juicio de Inari sobre sus hombros, y sabía que necesitaría siglos de redención por sus actos. Después de hacer aquello esperaba sentir paz, su familia había sido vengada con creces, a costa del sufrimiento de sus asesinos. Pero el zorro no se sentía mejor, no encontraba consuelo en esas muertes. Lo único que veía era un animal que había perdido el control de sus actos, un ser que se había dejado llevar por la oscuridad de su corazón.

    La lluvia intentaba llevarse el rastro de lo acontecido, más era imposible borrar nada de aquella escena. Kazuo miraba al cielo, dejando que el agua se llevase la sangre de su cuerpo, que la frialdad de esta apagase su rabia y su fuego.

    ⚠️ Texto no apto para gente aprensiva.⚠️ Analepsis. "Historias de su pasado". 𝓥𝓮𝓷𝓰𝓪𝓷𝔃𝓪 ( 𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 2 ) Se había vengado... ¿Por qué entonces se sentía tan vacío? Habían muerto... Toda su familia humana habían muerto. Aquellos que le dieron un nombre, enseñado hablar y a ser invisible. Aquellos que les había enseñado que era amar.  No paraba de llover. Kazuo, transformado después de tantos años en un imponente zorro de dos colas, corría de forma frenética, zigzagueando entre los árboles del bosque, como si fuera una sombra entre estos. Su poder explotaba en una maraña salvaje, incontrolable y voraz. Podía olerlos... Podía oler a los culpables de aquel acto atroz, de aquel asesinato a sangre fría, sin compasión y brutal. No estaban lejos, su hedor cada vez más intenso, mezclado con la sangre de sus padres y sus hermanos. Sentía como le ardían los pulmones, como estos amenazaban por salir de su boca en un estallido. Pero no podía parar, estaba tan cerca de alcanzarlos que casi podía sentir la anticipación del crujir de sus huesos en su mandíbula. El cuerpo del zorro se movía solo. Su mente en modo automático, conectado con el botón de destruir activado. Oteando el horizonte, allí estaban, cuatro jinetes a caballo desbocado, riendo y hablando como si no acabarán de arrebatarles la vida a una familia entera, a su familia. La impotencia era desmedida, tan dolorosa que por unos instantes hubiese preferido la muerte al dolor que estaba experimentando.  Con cada zancada a cuatro patas, Kazuo comienza a acercarse peligrosamente, hasta que finalmente en un impulso la enorme criatura se alzaba por encima de estos, agarrando una de las cabezas de los jinetes entre sus fauces, arrancándosela de cuajo con una facilidad pasmosa.  El zorro aterrizaba frente a ellos, aun con la cabeza chorreante entre sus dientes, una imagen visceral, solo a la altura de la más tenebrosa de las pesadillas. Estaba nublado por la rabia, un sentimiento que descubrió ese mismo día, ya que ciento de años atrás no tenía consciencia de sus sentimientos, simplemente el de la pura supervivencia. Todos estos cambiaría después de conocer a su familia, ahora muerta, con sus cuerpos aún calientes en lo que era su hogar.  Kazuo daba un latigazo con su cuello, arrojando la cabeza del jinete frente a los otros que frenaban en seco sus caballos. El zorro rugía, un gutural sonido que emanaba de su pecho, ahora tintando por el líquido carmesí, ensuciando su pelaje blanco y puro como el color de la luna. Este hacía retroceder sus orejas hacia atrás, apretando sus colmillos mientras todo su gesto se tensaba en una amenaza, sintiendo el sabor metálico de la sangre ajena en su boca. Agazapado, listo para abalanzarse, este comienza a acercarse, lentamente, acechando a sus presas que comenzaban a jadear presas del pánico. Estos no sabían las razones por las que el demonio arremetía contra ellos, pero mientras estos murieran, el Yokai no necesitaba nada más. En un abrir y cerrar de ojos, como si de un espectro se tratase, el zorro se abalanzaba sobre otro de los jinetes, haciéndole caer a él y su caballo al suelo. Mientras el equino se ponía en pie y se marchaba, dejaba al descubierto la sanguinaria escena, mientras el asesino gritaba con desesperación, Kazuo mordía su estómago con saña, desperdigando sus tripas por la tierra, llenando esta de sus vísceras y su sangre. Había sido una muerte agónica, tortuosa, solo el primero de los jinetes que habían muerto había tenido la suerte de tener una muerte limpia y rápida. ¿El resto?; estos iban a sufrir, primero con el miedo, el miedo certero de la llegada de su muerte, y más tarde la consecuencia de esta con un dolor y sufrimiento cruel y despiadado. Mientras el zorro se volteaba, los otros dos hombres restantes había cardado sus arcos, y sin que este pudiera evitarlo, sentía los punzantes filos de hierro atravesar su carne. Las pupilas del zorro se dilataban y sin proliferar el más mínimo aullido de dolor, unas llamas azules envuelven su cuerpo, haciendo consumir las fechas, reduciéndolas a cenizas que la misma brisa del viento se llevaba.  El zorro dirigía su mirada a uno de los atacantes, dejando que sus ojos penetraran en los del contrario. Este comenzaba a gritar, comenzaba a tocarse todo su cuerpo, arañar su carne con desesperación. Ampollas empezaban a adornar su piel, explotando, dejando escapar vapor con cada implosión. Le estaba quemando desde dentro, dejaba que una furiosa llama purificase su interior de dentro hacia afuera hasta que este explota en una llamarada, cayendo del caballo y retorciéndose en el suelo de dolor, arrastrándose por el suelo como la escoria que era. En algún momento este dejaba de gritar, y cuando esto ocurre Kazuo miraba al que quedaba, aparentemente el cabecilla del grupo. El asesino de su familia, temeroso, había emprendido una carrera frenética para intentar escapar. El zorro, con tranquilidad inquietante y pétrea, se desvanece entre llamas, desplazándose como si de un espectro se tratase. Finalmente, la figura de un joven de cabellos color plata se plantaba frente al jinete. Este, con sus cabellos plateados cayendo de sus hombros hasta su cintura, con dos puntiagudas orejas en lo alto de su cabeza y dos colas que oscilaban de un lado para el otro, ardoradas de llamas color zafiro, tan brillantes como sus ojos. La imponente presencia del zorro hacía que el caballo se alzase de sus patas delanteras, tirando al aquel temeroso hombre de su montura. Kazuo se aproxima con tanta calma que daba aún más miedo que en su forma más primitiva. Este se agacha a la altura del asesino, mirándolo a los ojos con una frialdad que casi se podían saborear. En un rápido movimiento toma al contrario del cuello, haciendo que se levante del suelo para después alzarlo con una sola mano por encima de su cabeza, clavando sus garras en el cuello de este. La mirada del zorro era vacía y distante, como el eco de una piedra cayendo en el fondo de un pozo.  - Ojo por ojo.- Aquella era una expresión tan humana. En el pasado no le encontraba sentido. No hasta ese momento. Mientras aquel hombre luchaba por respirar, la mano libre del zorro se posicionaba a la altura del corazón de la escoria que sostenía en el aire. Sus músculos tensos por el esfuerzo de la elevación, marchándose todos y cana unos de estos. Poco a poco sus garras penetraban su carne, abriéndose paso con la facilidad con la que los pies entraban al barro.  Este gritaba, gritaba tanto que el zorro incluso lo estaba disfrutando. Continuaba su perforación hasta que en un golpe seco toda la longitud de su mano se introducía en su pecho. Los ojos vidriosos de aquel hombre se clavaban en los fríos e inexpresivos del zorro. Este dejaba de patalear en el momento justo que Kazuo extrae su corazón, aún palpitante entre sus alargados dedos. Este deja caer el cuerpo inerte del cabecilla de los asesinos de su familia, como si fuera un muñeco de trapo, profiriendo un chasquido seco al contacto con el suelo. Instantes más tarde, mientras Kazuo seguía mirándolo, aprieta su puño, estrujando el corazón aún humeante con sus garras, transformando este en un amasijo de carne deshecha. Finalizada su venganza, se mira las manos, llena de la sangre de sus enemigos. Sentía el juicio de Inari sobre sus hombros, y sabía que necesitaría siglos de redención por sus actos. Después de hacer aquello esperaba sentir paz, su familia había sido vengada con creces, a costa del sufrimiento de sus asesinos. Pero el zorro no se sentía mejor, no encontraba consuelo en esas muertes. Lo único que veía era un animal que había perdido el control de sus actos, un ser que se había dejado llevar por la oscuridad de su corazón. La lluvia intentaba llevarse el rastro de lo acontecido, más era imposible borrar nada de aquella escena. Kazuo miraba al cielo, dejando que el agua se llevase la sangre de su cuerpo, que la frialdad de esta apagase su rabia y su fuego.
    Me gusta
    Me shockea
    5
    4 turnos 0 maullidos 794 vistas
  • El ballet puede ser una de las artes más bellas de contemplar. Es capaz de transmitir todo tipo de emociones. Y así, aprender a controlarlas, reprimirlas en el momento adecuado, calcular fríamente cuándo, dónde y cómo. Yuri me demostró que con la práctica, las disciplinas mejoran.
    El ballet puede ser una de las artes más bellas de contemplar. Es capaz de transmitir todo tipo de emociones. Y así, aprender a controlarlas, reprimirlas en el momento adecuado, calcular fríamente cuándo, dónde y cómo. Yuri me demostró que con la práctica, las disciplinas mejoran.
    Me gusta
    Me encocora
    Me endiabla
    8
    1 turno 0 maullidos 398 vistas
  • —Recuerdo una tarde en una fría playa. Un saludo casual, el roce de nuestros dedos y la certeza de que nuestras vidas habrían cambiado para siempre —
    —Recuerdo una tarde en una fría playa. Un saludo casual, el roce de nuestros dedos y la certeza de que nuestras vidas habrían cambiado para siempre —
    Me gusta
    Me encocora
    10
    29 turnos 0 maullidos 645 vistas
  • [Masacre]

    << Una tremenda escandalera se oyó a través de los muros de ladrillo rojo, los cuales retumbaban cada vez que el impacto de los cuerpos se encontraban con su sólida y fría superficie, raspando así la piel de los que tuvieron el infortunio de encontrars cara a cara con aquella sólida estructura. Era un milagro que no se desprendieran los bloques debido a la fuerza con que los mismos cuerpos impactaban, pues las cajas de madera cedieron hasta despedazarse y regar todo el producto que contenían.

    Leves pujidos se escapaban de los labios de aquellos que fueron amedrentados por la fuerza de los dos individuos que buscaban doblegar en un intento por intimidarles, pretendiendo arrebatarles territorio y clientes. Algunos pudieron salir a través de las ventanas que se hicieron añicos por la fuerza de proyección. Incluso la pequeña puerta de acceso se había doblado al quebrarse la madera por el medio, dejando aquella puerta totalmente inútil. Y junto con el sonar de los huesos romperse, las telas desgarrarse y la sangre escaparse de sus cuerpos, hacía de aquella escandalera una sinfonía de destrucción y violencia.

    Giovanni y Dimitri se hallaban en el centro de aquel almacén habían tenido un momento difícil el cual se habían enfrentado a varios sujetos de los cuales no respondieron a sus preguntas, parecían bastante empeñados en terminar con ellos. Y, repentinamente, reinó el silencio que cualquier cosa, incluso el simple paso de una hormiga haría tanto escándalo que se haría evidente.

    —Hmm, bueno... ese fue un giro desafortunado de los acontecimientos, lago menos que ideal... — comenzó Giovanni con cierto desdén. Dimitri estuvo a punto de hablar pero fue interceptado por la continuación del jefe. — ... quiero decir, fue un asunto bastante decepcionante, ¿No crees? — Buscaba la aprobación de su compañero.

    Dimitri tan solo se limitó a hacer algunos ademanes en los que eestaba de acuerdo con Giovanni, incluso movió sus manos en ello, pero... — ... No, decepcionante, esa no es la palabra correcta, ¿Qué tal, desagradable? — Dimitri pensó en ello y comenzó a buscar alguna palabra totalmente acorde para poder ayudar a su líder en la descripción de dicho evento.

    — Estoy disgustado, esta angustiada, angustiada y afligida, inconsolable, probablemente consolable, pero yo... — Continuó Giovanni en su dilema con el vocabulario.

    — No me importó particularmente y, francamente, estoy indignado. ¿Qué es? Hum dinger... Qué granero... Estoy nervioso por todo este revuelo.... — Miró a Dimitri y con ello apuntó al desastre en aquel almacén con ambas manos de una manera enfática.

    — ¡¿Qué quieres de mí?! ¡Detente de que estás tratando de confundirme de todos modos! Y no quiero discutir semántica contigo, lo importante es que nadie resultó herido...— menciona mientras Dimitri había hallado el interruptor de las luces, subiendo la intensidad de estas para ver a un grupo de al menos 50 sujetos en el suelo, totalmente destrozados y fuera de combate, algunos quizás habían muerto, otros fácilmente estaban inconscientes. —... nadie que cuente...— Agregó Gio al ver la escena con gran indiferencia.

    —En serio, nunca los entenderé... tipos sentimentales....— Se estaba vistiendo colocando su camisa de vestir nuevamente para emprender la retirada hasta que... —¡No mis gemelos! ¡Ayúdame a encontrarlos!— en el tumulto de la pelea con aquella banda, había perdido las mancuernillas de oro que un tiempo atrás su hermano Flavio le había regalado. Dimitri en ningún momento tuvo la oportunidad de dialogar, tan solo se mantuv al borde de haerlo, pero Gio siempre añadía algo más. >>
    [Masacre] << Una tremenda escandalera se oyó a través de los muros de ladrillo rojo, los cuales retumbaban cada vez que el impacto de los cuerpos se encontraban con su sólida y fría superficie, raspando así la piel de los que tuvieron el infortunio de encontrars cara a cara con aquella sólida estructura. Era un milagro que no se desprendieran los bloques debido a la fuerza con que los mismos cuerpos impactaban, pues las cajas de madera cedieron hasta despedazarse y regar todo el producto que contenían. Leves pujidos se escapaban de los labios de aquellos que fueron amedrentados por la fuerza de los dos individuos que buscaban doblegar en un intento por intimidarles, pretendiendo arrebatarles territorio y clientes. Algunos pudieron salir a través de las ventanas que se hicieron añicos por la fuerza de proyección. Incluso la pequeña puerta de acceso se había doblado al quebrarse la madera por el medio, dejando aquella puerta totalmente inútil. Y junto con el sonar de los huesos romperse, las telas desgarrarse y la sangre escaparse de sus cuerpos, hacía de aquella escandalera una sinfonía de destrucción y violencia. Giovanni y Dimitri se hallaban en el centro de aquel almacén habían tenido un momento difícil el cual se habían enfrentado a varios sujetos de los cuales no respondieron a sus preguntas, parecían bastante empeñados en terminar con ellos. Y, repentinamente, reinó el silencio que cualquier cosa, incluso el simple paso de una hormiga haría tanto escándalo que se haría evidente. —Hmm, bueno... ese fue un giro desafortunado de los acontecimientos, lago menos que ideal... — comenzó Giovanni con cierto desdén. Dimitri estuvo a punto de hablar pero fue interceptado por la continuación del jefe. — ... quiero decir, fue un asunto bastante decepcionante, ¿No crees? — Buscaba la aprobación de su compañero. Dimitri tan solo se limitó a hacer algunos ademanes en los que eestaba de acuerdo con Giovanni, incluso movió sus manos en ello, pero... — ... No, decepcionante, esa no es la palabra correcta, ¿Qué tal, desagradable? — Dimitri pensó en ello y comenzó a buscar alguna palabra totalmente acorde para poder ayudar a su líder en la descripción de dicho evento. — Estoy disgustado, esta angustiada, angustiada y afligida, inconsolable, probablemente consolable, pero yo... — Continuó Giovanni en su dilema con el vocabulario. — No me importó particularmente y, francamente, estoy indignado. ¿Qué es? Hum dinger... Qué granero... Estoy nervioso por todo este revuelo.... — Miró a Dimitri y con ello apuntó al desastre en aquel almacén con ambas manos de una manera enfática. — ¡¿Qué quieres de mí?! ¡Detente de que estás tratando de confundirme de todos modos! Y no quiero discutir semántica contigo, lo importante es que nadie resultó herido...— menciona mientras Dimitri había hallado el interruptor de las luces, subiendo la intensidad de estas para ver a un grupo de al menos 50 sujetos en el suelo, totalmente destrozados y fuera de combate, algunos quizás habían muerto, otros fácilmente estaban inconscientes. —... nadie que cuente...— Agregó Gio al ver la escena con gran indiferencia. —En serio, nunca los entenderé... tipos sentimentales....— Se estaba vistiendo colocando su camisa de vestir nuevamente para emprender la retirada hasta que... —¡No mis gemelos! ¡Ayúdame a encontrarlos!— en el tumulto de la pelea con aquella banda, había perdido las mancuernillas de oro que un tiempo atrás su hermano Flavio le había regalado. Dimitri en ningún momento tuvo la oportunidad de dialogar, tan solo se mantuv al borde de haerlo, pero Gio siempre añadía algo más. >>
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos 677 vistas
  • |• 𝓡𝓮𝓬𝓾𝓮𝓻𝓭𝓸𝓼 •|


    “𝐀 𝐯𝐞𝐜𝐞𝐬 𝐦𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢𝐚 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐦𝐞 𝐥𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐧𝐞𝐠𝐚𝐧𝐝𝐨”





    Las olas golpeaban la orilla con un ritmo monótono, como un eco distante de algo más grande y ajeno, mientras el cielo gris era cortado por el chillido de gaviotas que parecían burlarse de la quietud. Su mirada, fría y vacía como el acero, permanecía fija en el horizonte. No entendía cómo había llegado ahí, Su brazo ya no estaba envuelto de aquel yeso obtenido por el accidente, el ambiente era tan diferente como recordaba. ¿Esto era un sueño? o ¿Una pesadilla? Todo se tan mal. Pero antes de que pudiera siquiera moverse, los recuerdos lo aplastaron. Recuerdos que había intentado enterrar pero que ahora se filtraban desgarrando su mente como espinas en carne viva.

    Fue hace años, cuando era más joven. Era una noche helada en la ciudad de Najodka, en Rusia. El viento cargaba el olor de la lluvia y las nubes pesadas anunciaban una tormenta inminente. Él, Ryan y Rubí corrían sin aliento, fugitivos que saltaban de un tejado a otro como sombras desesperadas. Pero entonces, Ella tropezó. Su cuerpo tambaleó peligrosamente en el borde del precipicio, él se lanzó para aferrar su mano. La jaló hacia la seguridad del tejado, ella le dedicó una sonrisa agradecida, tímida. Ryan la siguió, revisándola, besando su frente con un amor que no necesitaba palabras, era normal, después de todo, ambos eran pareja. Kiev desvió la mirada. No soportaba ver aquello era incómodo. Sus ojos se posaron en una fábrica cerca del puerto de aquella ciudad.

    — Нам повезло, посмотри туда — señaló con su dedo enguantado— Podremos escondernos.


    La noche cayó como una cortina negra y la tormenta estalló. Los truenos ahogaban sus gritos mientras los relámpagos iluminaban brevemente los tejados mojados. Habían sido emboscados. Su padre los había encontrado, y ellos no tenían ninguna oportunidad. Lucharon, pelearon con cada fibra de su ser, pero no fue suficiente.



    Lo habían tirado al suelo, su cabeza chocando contra la madera húmeda del puerto, el dolor reverberaba por su cuerpo, cada herida era un recordatorio de lo cerca que estaba del final. Sus piernas rotas, sus manos inútiles. Apenas podía respirar, pero aún así sus ojos se aferraban a la imagen de Rubí, tomada frente a ellos, sus ojos dorados lleno de lagrimas con las mejillas manchadas de sangre y un rio de sangre que se resbalaba de sus heridas. Ella, estaba por pagar por sus pecados y los de Ryan.


    Los gritos de ella eran un martillo que quebraba su espíritu, cada golpe, cada hueso roto, cada sollozo, quedaba grabado en su memoria. La desesperación lo carcomía. Quería liberarse, quería salvarla, pero no podía moverse, no podía hacer nada mientras la destruían frente a él y él rubio.

    "Es mi culpa... todo esto es culpa mía."

    Las lágrimas mezcladas con la lluvia se deslizaban por su rostro, mientras miraba impotente cómo sus amigos caían uno a uno. El infierno había llegado, y ellos no habían podido escapar.


    Cuando recobró la consciencia, la oscuridad todavía reinaba, pero el eco de la lluvia aun seguía. Kiev abrió los ojos con esfuerzo, y lo que vio hizo que su corazón se rompiera en mil pedazos. Los cuerpos de Ryan y Rubí estaban tirados cerca de él, inmóviles, despojados de vida. El frío se sentía más intenso, más doloroso.

    — ¿Ry...an?... ¿Ru...bi? — su voz salió entrecortada, apenas un susurro desesperado.

    No hubo respuesta. El silencio fue más brutal que cualquier herida. Kiev rompió en llanto, con el alma hecha pedazos. No podía ser. Ellos no podían estar muertos. Ellos no...

    — пожалуйста… se los suplico…

    Con las pocas fuerzas que le quedaban, intentó arrastrarse hacia ellos. No le importaba el dolor. No le importaba la sangre que dejaba tras de sí. Solo quería un último abrazo, solo quería sentirlos cerca una vez más, aunque fuese la última. Sus uñas se clavaron en la madera vieja del puerto, mientras luchaba por impulsarse hacia ellos, cada movimiento arrancando lágrimas de su pecho.

    Pero su cuerpo ya no pudo más. Se quedó ahí, a medio camino, impotente, gritando sus nombres como si sus voces pudieran regresar de la muerte para responder a su llamado desesperado. La tormenta seguía, las interminables gotas de lluvia se mezclaban con la sangre que manaba de una herida en su cabeza, cubriendo su rostro. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, apenas lograban enfocarse.

    Y entonces, la vio.

    Una figura negra, apenas visible bajo la luz tenue de un farol viejo. Kiev parpadeó, tratando de descifrar qué era, pero la desesperación nublaba su juicio. No importaba quién o qué fuera, era su última esperanza. Extendió la mano, temblorosa, hacia aquella sombra en la distancia.

    — ¡СМЕРТЬ! ¡Ayúdame! ¡Я ПРОШУ ВАС! — gritó con todas sus fuerzas, su voz desgarrada por el dolor, por la traición. Su propio padre lo había condenado a morir, y ahora rogaba por salvación, por cualquier forma de ayuda.

    El eco de su súplica se desvaneció en el estruendo de los truenos, y la única respuesta que recibió fue una risa suave, casi inaudible, pero que le erizó la piel. La figura oscura habló, aunque sus palabras se perdían entre el rugido de la tormenta.

    — … Y quiero tu alma. ¿Es un trato?

    Kiev apenas pudo procesar lo que escuchaba. La voz era fría, vacía de compasión, pero en su desesperación, no le importó. Tomó la mano que la figura extendía hacia él, helada como el viento que lo rodeaba, y en ese instante, el contrato se selló. El dolor en su cuerpo comenzó a desvanecerse, y el mundo alrededor de él se volvió borroso.

    Esa misma noche, ella desapareció. Cuando unos pescadores lo encontraron, apenas era consciente de lo que había ocurrido. Pero lo que escuchó lo heló aún más que la tormenta. Cerca de él, el sonido de una tos resonó. Con dificultad, Kiev giró la cabeza, sus ojos vidriosos apenas logrando enfocarse en los cuerpos que habían estado inmóviles momentos antes.

    Ryan y Rubí... ahora estaban vivos. Lo imposible había sucedido. Pero Kiev no pudo celebrar. Algo oscuro se había movido dentro de ellos, y él lo sabía. Porque él también lo sentía.
    |• 𝓡𝓮𝓬𝓾𝓮𝓻𝓭𝓸𝓼 •| “𝐀 𝐯𝐞𝐜𝐞𝐬 𝐦𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢𝐚 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐦𝐞 𝐥𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐧𝐞𝐠𝐚𝐧𝐝𝐨” Las olas golpeaban la orilla con un ritmo monótono, como un eco distante de algo más grande y ajeno, mientras el cielo gris era cortado por el chillido de gaviotas que parecían burlarse de la quietud. Su mirada, fría y vacía como el acero, permanecía fija en el horizonte. No entendía cómo había llegado ahí, Su brazo ya no estaba envuelto de aquel yeso obtenido por el accidente, el ambiente era tan diferente como recordaba. ¿Esto era un sueño? o ¿Una pesadilla? Todo se tan mal. Pero antes de que pudiera siquiera moverse, los recuerdos lo aplastaron. Recuerdos que había intentado enterrar pero que ahora se filtraban desgarrando su mente como espinas en carne viva. Fue hace años, cuando era más joven. Era una noche helada en la ciudad de Najodka, en Rusia. El viento cargaba el olor de la lluvia y las nubes pesadas anunciaban una tormenta inminente. Él, Ryan y Rubí corrían sin aliento, fugitivos que saltaban de un tejado a otro como sombras desesperadas. Pero entonces, Ella tropezó. Su cuerpo tambaleó peligrosamente en el borde del precipicio, él se lanzó para aferrar su mano. La jaló hacia la seguridad del tejado, ella le dedicó una sonrisa agradecida, tímida. Ryan la siguió, revisándola, besando su frente con un amor que no necesitaba palabras, era normal, después de todo, ambos eran pareja. Kiev desvió la mirada. No soportaba ver aquello era incómodo. Sus ojos se posaron en una fábrica cerca del puerto de aquella ciudad. — Нам повезло, посмотри туда — señaló con su dedo enguantado— Podremos escondernos. La noche cayó como una cortina negra y la tormenta estalló. Los truenos ahogaban sus gritos mientras los relámpagos iluminaban brevemente los tejados mojados. Habían sido emboscados. Su padre los había encontrado, y ellos no tenían ninguna oportunidad. Lucharon, pelearon con cada fibra de su ser, pero no fue suficiente. Lo habían tirado al suelo, su cabeza chocando contra la madera húmeda del puerto, el dolor reverberaba por su cuerpo, cada herida era un recordatorio de lo cerca que estaba del final. Sus piernas rotas, sus manos inútiles. Apenas podía respirar, pero aún así sus ojos se aferraban a la imagen de Rubí, tomada frente a ellos, sus ojos dorados lleno de lagrimas con las mejillas manchadas de sangre y un rio de sangre que se resbalaba de sus heridas. Ella, estaba por pagar por sus pecados y los de Ryan. Los gritos de ella eran un martillo que quebraba su espíritu, cada golpe, cada hueso roto, cada sollozo, quedaba grabado en su memoria. La desesperación lo carcomía. Quería liberarse, quería salvarla, pero no podía moverse, no podía hacer nada mientras la destruían frente a él y él rubio. "Es mi culpa... todo esto es culpa mía." Las lágrimas mezcladas con la lluvia se deslizaban por su rostro, mientras miraba impotente cómo sus amigos caían uno a uno. El infierno había llegado, y ellos no habían podido escapar. Cuando recobró la consciencia, la oscuridad todavía reinaba, pero el eco de la lluvia aun seguía. Kiev abrió los ojos con esfuerzo, y lo que vio hizo que su corazón se rompiera en mil pedazos. Los cuerpos de Ryan y Rubí estaban tirados cerca de él, inmóviles, despojados de vida. El frío se sentía más intenso, más doloroso. — ¿Ry...an?... ¿Ru...bi? — su voz salió entrecortada, apenas un susurro desesperado. No hubo respuesta. El silencio fue más brutal que cualquier herida. Kiev rompió en llanto, con el alma hecha pedazos. No podía ser. Ellos no podían estar muertos. Ellos no... — пожалуйста… se los suplico… Con las pocas fuerzas que le quedaban, intentó arrastrarse hacia ellos. No le importaba el dolor. No le importaba la sangre que dejaba tras de sí. Solo quería un último abrazo, solo quería sentirlos cerca una vez más, aunque fuese la última. Sus uñas se clavaron en la madera vieja del puerto, mientras luchaba por impulsarse hacia ellos, cada movimiento arrancando lágrimas de su pecho. Pero su cuerpo ya no pudo más. Se quedó ahí, a medio camino, impotente, gritando sus nombres como si sus voces pudieran regresar de la muerte para responder a su llamado desesperado. La tormenta seguía, las interminables gotas de lluvia se mezclaban con la sangre que manaba de una herida en su cabeza, cubriendo su rostro. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, apenas lograban enfocarse. Y entonces, la vio. Una figura negra, apenas visible bajo la luz tenue de un farol viejo. Kiev parpadeó, tratando de descifrar qué era, pero la desesperación nublaba su juicio. No importaba quién o qué fuera, era su última esperanza. Extendió la mano, temblorosa, hacia aquella sombra en la distancia. — ¡СМЕРТЬ! ¡Ayúdame! ¡Я ПРОШУ ВАС! — gritó con todas sus fuerzas, su voz desgarrada por el dolor, por la traición. Su propio padre lo había condenado a morir, y ahora rogaba por salvación, por cualquier forma de ayuda. El eco de su súplica se desvaneció en el estruendo de los truenos, y la única respuesta que recibió fue una risa suave, casi inaudible, pero que le erizó la piel. La figura oscura habló, aunque sus palabras se perdían entre el rugido de la tormenta. — … Y quiero tu alma. ¿Es un trato? Kiev apenas pudo procesar lo que escuchaba. La voz era fría, vacía de compasión, pero en su desesperación, no le importó. Tomó la mano que la figura extendía hacia él, helada como el viento que lo rodeaba, y en ese instante, el contrato se selló. El dolor en su cuerpo comenzó a desvanecerse, y el mundo alrededor de él se volvió borroso. Esa misma noche, ella desapareció. Cuando unos pescadores lo encontraron, apenas era consciente de lo que había ocurrido. Pero lo que escuchó lo heló aún más que la tormenta. Cerca de él, el sonido de una tos resonó. Con dificultad, Kiev giró la cabeza, sus ojos vidriosos apenas logrando enfocarse en los cuerpos que habían estado inmóviles momentos antes. Ryan y Rubí... ahora estaban vivos. Lo imposible había sucedido. Pero Kiev no pudo celebrar. Algo oscuro se había movido dentro de ellos, y él lo sabía. Porque él también lo sentía.
    Me shockea
    Me entristece
    Me gusta
    Me encocora
    17
    4 turnos 0 maullidos 1095 vistas
  • Habían pasado algunos días desde el incidente en el club, del cual sus jefes le echaban la culpa y todo el tiempo sufría regañinas por haber estado a punto de golpear al cliente con una botella. Si lo hubiera hecho tendrían que haber compensado al hombre de alguna forma. Justo por ello tenían amenazado a Shinobu que si seguía con esa actitud no podría reunir el dinero para pagarles la deuda y debería empezar a vender su trasero.
    -Estoy harto de todos estos imbéciles... ¡Ojalá se pudran todos!- Obviamente no dejaba de ser como era, sin importar la situación y estaba bastante cansado de lidiar con todas esas cosas.
    Habían pasado algunos días desde el incidente en el club, del cual sus jefes le echaban la culpa y todo el tiempo sufría regañinas por haber estado a punto de golpear al cliente con una botella. Si lo hubiera hecho tendrían que haber compensado al hombre de alguna forma. Justo por ello tenían amenazado a Shinobu que si seguía con esa actitud no podría reunir el dinero para pagarles la deuda y debería empezar a vender su trasero. -Estoy harto de todos estos imbéciles... ¡Ojalá se pudran todos!- Obviamente no dejaba de ser como era, sin importar la situación y estaba bastante cansado de lidiar con todas esas cosas.
    Me gusta
    2
    16 turnos 0 maullidos 380 vistas
  • La noche envolvía la ciudad en un manto de silencio interrumpido solo por el sonido lejano de automóviles y el murmullo ocasional de los transeúntes. Las luces parpadeantes de los edificios iluminaban las calles empedradas, y entre las sombras, una figura caminaba con pasos ligeros, casi flotando sobre el suelo.

    Lepus avanzaba sin ser vista, su presencia etérea se deslizaba entre los humanos como un susurro en la oscuridad. Su cabello blanco como la luna se movía con la brisa nocturna, y sus ojos turquesa observaban el mundo a su alrededor, siempre alerta, siempre observadora. Aunque sus pies tocaban la acera, no dejaban huella, y su sombra nunca se proyectaba bajo las farolas. Nadie la percibía; para los humanos, era tan invisible como el viento.

    A su paso, las figuras humanas continuaban con sus vidas, indiferentes a la presencia de una entidad que existía más allá de su comprensión. Iona, como en tantas otras noches, sentía una mezcla de curiosidad y distanciamiento. Miraba los rostros de los caminantes, sus expresiones cargadas de pensamientos que jamás serían pronunciados. Eran secretos tan profundos como el abismo del que ella venía, y por un breve momento, se preguntaba qué sería vivir con una fragilidad tan presente, donde cada paso parecía impulsado por el temor de lo efímero.

    Bajo su capa oscura, los símbolos esotéricos apenas eran visibles, pero resonaban con el poder de lo oculto. En sus manos, el pequeño amuleto de conejo, su símbolo, descansaba con una ligera vibración. El viento frío le trajo el aroma de las flores de una tienda cercana, y su mente divagó hacia los rituales que la aguardaban, las invocaciones que surgirían al amanecer. Aquellos que la necesitaban vendrían, como siempre, aunque no supieran que la habían llamado.

    Se detuvo frente a una vieja librería, observando cómo un anciano cerraba la puerta y apagaba las luces del interior. En sus ojos brillaba una tristeza profunda, algo que Lepus reconocía de inmediato. Una parte de ella quiso acercarse, pero sabía que no era el momento. No todos los que sufrían debían verla, no todos podían recordar su rostro cuando la oscuridad se disipaba. Así era su labor, y ella aceptaba el papel que le había sido impuesto por el destino.

    El viento susurró su nombre en algún rincón lejano de la ciudad, y Lepus lo escuchó. Era hora de partir. Con un último vistazo a las calles vacías, siguió su camino, invisible, inalcanzable, pero siempre presente.

    La noche envolvía la ciudad en un manto de silencio interrumpido solo por el sonido lejano de automóviles y el murmullo ocasional de los transeúntes. Las luces parpadeantes de los edificios iluminaban las calles empedradas, y entre las sombras, una figura caminaba con pasos ligeros, casi flotando sobre el suelo. Lepus avanzaba sin ser vista, su presencia etérea se deslizaba entre los humanos como un susurro en la oscuridad. Su cabello blanco como la luna se movía con la brisa nocturna, y sus ojos turquesa observaban el mundo a su alrededor, siempre alerta, siempre observadora. Aunque sus pies tocaban la acera, no dejaban huella, y su sombra nunca se proyectaba bajo las farolas. Nadie la percibía; para los humanos, era tan invisible como el viento. A su paso, las figuras humanas continuaban con sus vidas, indiferentes a la presencia de una entidad que existía más allá de su comprensión. Iona, como en tantas otras noches, sentía una mezcla de curiosidad y distanciamiento. Miraba los rostros de los caminantes, sus expresiones cargadas de pensamientos que jamás serían pronunciados. Eran secretos tan profundos como el abismo del que ella venía, y por un breve momento, se preguntaba qué sería vivir con una fragilidad tan presente, donde cada paso parecía impulsado por el temor de lo efímero. Bajo su capa oscura, los símbolos esotéricos apenas eran visibles, pero resonaban con el poder de lo oculto. En sus manos, el pequeño amuleto de conejo, su símbolo, descansaba con una ligera vibración. El viento frío le trajo el aroma de las flores de una tienda cercana, y su mente divagó hacia los rituales que la aguardaban, las invocaciones que surgirían al amanecer. Aquellos que la necesitaban vendrían, como siempre, aunque no supieran que la habían llamado. Se detuvo frente a una vieja librería, observando cómo un anciano cerraba la puerta y apagaba las luces del interior. En sus ojos brillaba una tristeza profunda, algo que Lepus reconocía de inmediato. Una parte de ella quiso acercarse, pero sabía que no era el momento. No todos los que sufrían debían verla, no todos podían recordar su rostro cuando la oscuridad se disipaba. Así era su labor, y ella aceptaba el papel que le había sido impuesto por el destino. El viento susurró su nombre en algún rincón lejano de la ciudad, y Lepus lo escuchó. Era hora de partir. Con un último vistazo a las calles vacías, siguió su camino, invisible, inalcanzable, pero siempre presente.
    Me encocora
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 340 vistas
  • ◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥

    ¿Donde estoy?



    Lo único que Gazú podía recordar de su memoria era su propio nombre y una cegadora luz que había cubierto sus ojos antes de despertar en el gélido páramo donde ahora se encontraba.


    La nieve descendía del cielo como constantes gotas de lluvias frías y heladas. A su alrededor, un bosque muerto se dejaba vislumbrar como señal desoladora.

    Gazú podía resistir el frío, pero no por mucho tiempo. Sentía cómo su cuerpo comenzaba a congelarse lentamente, como un caracol atrapado en un caparazón de hielo.

    Alzó la vista y examinó los alrededores con ojos inquietos. Solo podía ver árboles delgados y muertos, como sombras espectrales en el paisaje desolado. Sin embargo, una montaña en la distancia capturó su atención.

    Decidido, siguió caminando hacia la montaña, mientras el frío avanzaba implacable en su cuerpo.

    ⟁Debo encontrar abrigo𓂀 pensaba Gazú.

    Pero entonces, como si la buena fortuna le sonriera, un ciervo apareció, dando pasos tranquilos sobre la nieve. Gazú se escondió detrás de un árbol y, sin herramientas, comenzó a idear un plan para capturarlo.

    Observó el entorno y notó algunas ramas caídas y piedras dispersas. Con manos temblorosas por el frío y mucho sigilo comenzó a reunir los materiales necesarios.

    Primero, tomó una rama larga y resistente, y la afiló contra una roca hasta convertirla en una lanza improvisada. El ciervo no estaba tan lejos y cuando miraba en dirección hacia Gazú, el se escondia.

    Luego, recogió algunas piedras y las colocó en su bolsillo, listas para ser lanzadas si fuera necesario. Si, conservaba sus toscos pantalones pero su pecho estaba descubierto. Y solo cargaba un collar Simbolizando su poder.

    Con su lanza en mano, Gazú se movió sigilosamente, acercándose al ciervo calculando cada movimiento. Sabía que un movimiento en falso podría ahuyentar al animal. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo, conteniendo la respiración.

    El ciervo, ajeno al peligro, seguía pastando tranquilamente. Gazú apuntó con cuidado y, con un movimiento rápido y preciso, lanzó la lanza hacia el ciervo. La lanza voló por el aire y alcanzó su objetivo, penetrando un costado y derribando al ciervo.

    Gazú se acercó rápidamente al animal caído, agradecido por la oportunidad de sobrevivir un día más en el páramo helado. Sabía que la carne del ciervo le proporcionaría el abrigo y el sustento que tanto necesitaba.

    Un día más...


    #Monorol
    ◢✥𝐆azú✥◣

    ◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥
    ◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥ ¿Donde estoy? Lo único que Gazú podía recordar de su memoria era su propio nombre y una cegadora luz que había cubierto sus ojos antes de despertar en el gélido páramo donde ahora se encontraba. La nieve descendía del cielo como constantes gotas de lluvias frías y heladas. A su alrededor, un bosque muerto se dejaba vislumbrar como señal desoladora. Gazú podía resistir el frío, pero no por mucho tiempo. Sentía cómo su cuerpo comenzaba a congelarse lentamente, como un caracol atrapado en un caparazón de hielo. Alzó la vista y examinó los alrededores con ojos inquietos. Solo podía ver árboles delgados y muertos, como sombras espectrales en el paisaje desolado. Sin embargo, una montaña en la distancia capturó su atención. Decidido, siguió caminando hacia la montaña, mientras el frío avanzaba implacable en su cuerpo. ⟁Debo encontrar abrigo𓂀 pensaba Gazú. Pero entonces, como si la buena fortuna le sonriera, un ciervo apareció, dando pasos tranquilos sobre la nieve. Gazú se escondió detrás de un árbol y, sin herramientas, comenzó a idear un plan para capturarlo. Observó el entorno y notó algunas ramas caídas y piedras dispersas. Con manos temblorosas por el frío y mucho sigilo comenzó a reunir los materiales necesarios. Primero, tomó una rama larga y resistente, y la afiló contra una roca hasta convertirla en una lanza improvisada. El ciervo no estaba tan lejos y cuando miraba en dirección hacia Gazú, el se escondia. Luego, recogió algunas piedras y las colocó en su bolsillo, listas para ser lanzadas si fuera necesario. Si, conservaba sus toscos pantalones pero su pecho estaba descubierto. Y solo cargaba un collar Simbolizando su poder. Con su lanza en mano, Gazú se movió sigilosamente, acercándose al ciervo calculando cada movimiento. Sabía que un movimiento en falso podría ahuyentar al animal. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo, conteniendo la respiración. El ciervo, ajeno al peligro, seguía pastando tranquilamente. Gazú apuntó con cuidado y, con un movimiento rápido y preciso, lanzó la lanza hacia el ciervo. La lanza voló por el aire y alcanzó su objetivo, penetrando un costado y derribando al ciervo. Gazú se acercó rápidamente al animal caído, agradecido por la oportunidad de sobrevivir un día más en el páramo helado. Sabía que la carne del ciervo le proporcionaría el abrigo y el sustento que tanto necesitaba. Un día más... #Monorol ◢✥𝐆azú✥◣ ◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥◤◢◣◥
    Me encocora
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 457 vistas
Ver más resultados
Patrocinados