• — Se habían quedado dormidos, cuando finalmente el trabajo les había dado un descanso, al instante se organizaron para pasar todo el día juntos. Salieron, cenaron, hicieron alguna tontería y terminaron en casa de Daniel, como ya se estaba haciendo casi costumbre. Como era de esperarse, una vez puertas adentro, la desesperación por el cuerpo del otro floreció en un instante, empujándolos a la acción sin tenerle el más mínimo cuidado a lo demás.
    Se les fue el tiempo, siempre les pasaba cuando estaban juntos haciendo cualquier cosa, a Daniel no le importaba, sentía que últimamente podría dedicarle cada instante de su tiempo sin ningún remordimiento, era perfecto.

    Eventualmente se quedaron dormidos, pretendieron ver una película, pero el cansancio de sus cuerpos los derrotó en minutos. Estaban cansados por el largo día, pero no parecían cansarse de estar juntos, por eso, al despertar después de un rato, ya con los brazos adormecidos por la posición incómoda en el sofá, el más jóven murmuró algo sobre que se quedara esa noche, mientras se ponía de pie —aún adormilado— y se dirigía a la habitación tomándolo torpemente se la mano.

    Una vez allí ocurrieron dos cosas, que por separado no hubieran tenido ningún efecto, pero que juntas podían desatar unas cuantas intrigas en el mayor y un problema para Daniel.
    Dejó la luz encendida, a veces lo hacia, una tenue luz fría que armonizaba la habitación y, aún entre su sueño, se quitó la camiseta que llevaba — probablemente por el calor, una costumbre que ya tenía al dormir — y así se acostó al lado de su novio, quedando dormido al instante.

    Daniel dormía profundamente, tenía el sueño muy pesado y había que sacudirlo un poco para despertarlo, se encontraba boca abajo, con sus brazos debajo de la cabeza y el cuerpo semi destapado. Fue en esa posición, bajo la luz débil, que en la espalda del modelo podía distinguirse algo peculiar: dos marcas perfectamente simétricas, arriba y al centro, a ambos lados de la columna, allí parecían hacerse espejo y no se veían como manchas en la piel, tenían un ligero relieve, como cicatrices.

    Al ver eso cualquiera podría conectar un par de cables y entender porque Daniel siempre ocultaba su espalda, lo hacía de forma sutil, pero lo hacía. Restricciones en la ropa que modelaba, rechazos a sesiones en la playa, evitar en encaje y las aberturas, en la intimidad la luz siempre apagada, jamás le daba la espalda a Eunwoo cuando lo tenía muy cerca. Todo eso parecian pequeños descuidos o coincidencias, pero bajo análisis tenía sentido y es que no era algo fácil de ignorar si se veía, sobre todo en un modelo.

    El jóven y su novio nunca habían dormido juntos hasta entonces, al menos no se habían quedado a dormir juntos por las noches, por lo que tal descuido no sería posible hasta entonces, donde el jóven dormía tranquilamente, sin advertir nada de lo que pasaba en el mundo real.—

    Eunwoo Kim
    — Se habían quedado dormidos, cuando finalmente el trabajo les había dado un descanso, al instante se organizaron para pasar todo el día juntos. Salieron, cenaron, hicieron alguna tontería y terminaron en casa de Daniel, como ya se estaba haciendo casi costumbre. Como era de esperarse, una vez puertas adentro, la desesperación por el cuerpo del otro floreció en un instante, empujándolos a la acción sin tenerle el más mínimo cuidado a lo demás. Se les fue el tiempo, siempre les pasaba cuando estaban juntos haciendo cualquier cosa, a Daniel no le importaba, sentía que últimamente podría dedicarle cada instante de su tiempo sin ningún remordimiento, era perfecto. Eventualmente se quedaron dormidos, pretendieron ver una película, pero el cansancio de sus cuerpos los derrotó en minutos. Estaban cansados por el largo día, pero no parecían cansarse de estar juntos, por eso, al despertar después de un rato, ya con los brazos adormecidos por la posición incómoda en el sofá, el más jóven murmuró algo sobre que se quedara esa noche, mientras se ponía de pie —aún adormilado— y se dirigía a la habitación tomándolo torpemente se la mano. Una vez allí ocurrieron dos cosas, que por separado no hubieran tenido ningún efecto, pero que juntas podían desatar unas cuantas intrigas en el mayor y un problema para Daniel. Dejó la luz encendida, a veces lo hacia, una tenue luz fría que armonizaba la habitación y, aún entre su sueño, se quitó la camiseta que llevaba — probablemente por el calor, una costumbre que ya tenía al dormir — y así se acostó al lado de su novio, quedando dormido al instante. Daniel dormía profundamente, tenía el sueño muy pesado y había que sacudirlo un poco para despertarlo, se encontraba boca abajo, con sus brazos debajo de la cabeza y el cuerpo semi destapado. Fue en esa posición, bajo la luz débil, que en la espalda del modelo podía distinguirse algo peculiar: dos marcas perfectamente simétricas, arriba y al centro, a ambos lados de la columna, allí parecían hacerse espejo y no se veían como manchas en la piel, tenían un ligero relieve, como cicatrices. Al ver eso cualquiera podría conectar un par de cables y entender porque Daniel siempre ocultaba su espalda, lo hacía de forma sutil, pero lo hacía. Restricciones en la ropa que modelaba, rechazos a sesiones en la playa, evitar en encaje y las aberturas, en la intimidad la luz siempre apagada, jamás le daba la espalda a Eunwoo cuando lo tenía muy cerca. Todo eso parecian pequeños descuidos o coincidencias, pero bajo análisis tenía sentido y es que no era algo fácil de ignorar si se veía, sobre todo en un modelo. El jóven y su novio nunca habían dormido juntos hasta entonces, al menos no se habían quedado a dormir juntos por las noches, por lo que tal descuido no sería posible hasta entonces, donde el jóven dormía tranquilamente, sin advertir nada de lo que pasaba en el mundo real.— [whisper_scarlet_hawk_977]
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  • *Para una de las pocas veces que decidía dormir para descansar la mente esa noche comencé a soñar y no sabía bien si era un sueño, una pesadilla o algo premonitorio, pues lo único que pude soñar era que caía al mismo vacío, oscuro y silencioso, viendo como las plumas de mis alas se caían una a una rápidamente desvaneciéndose a la lejanía de la caída revelando otras totalmente distintas, a lo lejos durante unos segundos que parecieron minutos podía ver una silueta que pese estar difuminada sabía quién era y por mucho que quería aletear mis alas no respondían, la silueta me echo una mirada para luego darse la vuelta e irse despacio hasta desaparecer y fue en ese entonces que la caída volvió su curso hasta que desperté sobresaltado.

    Me incorpore en la cama hasta quedar sentado llevándome una mano agarrándome la camisa del pijama donde el pecho, por unos segundos el corazón me iba a mil hasta que poco a poco me iba calmando, recordando lo que paso en el sueño le di vueltas varios minutos hasta que negué con la cabeza y me levante de la cama, fui al cuarto de baño hasta llegar al lavabo echándome agua fría y después mirarme al espejo*

    - Tengo que dejar de comer comida picante antes de irme a dormir…
    *Para una de las pocas veces que decidía dormir para descansar la mente esa noche comencé a soñar y no sabía bien si era un sueño, una pesadilla o algo premonitorio, pues lo único que pude soñar era que caía al mismo vacío, oscuro y silencioso, viendo como las plumas de mis alas se caían una a una rápidamente desvaneciéndose a la lejanía de la caída revelando otras totalmente distintas, a lo lejos durante unos segundos que parecieron minutos podía ver una silueta que pese estar difuminada sabía quién era y por mucho que quería aletear mis alas no respondían, la silueta me echo una mirada para luego darse la vuelta e irse despacio hasta desaparecer y fue en ese entonces que la caída volvió su curso hasta que desperté sobresaltado. Me incorpore en la cama hasta quedar sentado llevándome una mano agarrándome la camisa del pijama donde el pecho, por unos segundos el corazón me iba a mil hasta que poco a poco me iba calmando, recordando lo que paso en el sueño le di vueltas varios minutos hasta que negué con la cabeza y me levante de la cama, fui al cuarto de baño hasta llegar al lavabo echándome agua fría y después mirarme al espejo* - Tengo que dejar de comer comida picante antes de irme a dormir…
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  • - Una noche de recuerdo. -

    [• El hombre estaría en el exterior de su hogar, mete la mano derecha en su bolsillo y luego de buscar por unos instantes, sacaría un cigarrillo. pone el filtro entre los labios, luego saca un encendedor del mismo bolsillo para encenderlo y darle suficiente calor a la punta del cigarro para dar la primera calda y soltarlo ligeramente. •]

    - Hmm... Parece que se humedecido en algún momento.. está algo feo ésto.

    [• da un pequeño suspiro y sigue funcionando por unos minutos más, antes de agarrarlo con el pulgar y anular justo en la zona entre el filtro y lo que se "consume", sacarlo de su boca y tirarlo a un costado. •]

    - si, está algo horrible..

    [• pone las manos en los bolsillos y luego mira ligeramente hacia arriba, viendo el cielo de la noche, ligeramente nublado gracias por una lluvia que pasó hace horas.

    Al ver el cielo, este le pasa por sus ojos y mente un pequeño recuerdo:

    -Una noche como aquel actual, una más oscura, fría y húmeda gracias a los árboles y también por el la estación, siendo invierno.

    El hombre estaba recostado de espaldas contra un árbol, haciendo de seguridad en una trincheras improvisadas, sin poder fumar algo para evitar cualquier inconveniente. Sentía el peso de su ropa húmeda, el de su arma colgada por un tirante de cuero en su hombro y el chaleco antibalas que tenía. Todo aquel peso y la humedad parecía quererlo tumbar hacia abajo, pero solo se mantiene de pie.

    Su líder le informo en ir hacia una ubicación hacia el norte para armar una pequeña base y tener cierta ventaja en una guerrilla que estaba pasando en aquellos momentos... Supuestamente en un pueblo abandonado, dónde llegarían a la noche.-

    Luego de unos segundos, este se queda en blanco, parecía que quería borrar algo de su recuerdo su cerebro, pero luego de unos segundos, recordaría que aquel momento tranquilo solo era un momento antes de una gran tormenta que pasaría.

    Luego de recordar nuevamente aquel momento de las bengalas y explosiones, este se le escapa una cara de cierta molestia, pero luego de un suspiro, este mira hacia abajo, luego a un costado y vería el cigarro, aún tirando humo. •]

    - creo que no estabas tan mal al final de todo... Quizás el siguiente cigarro si me matará aunque me dee un momento de alegría.

    [• luego de unos segundos y caer en cuenta que estaba hablando hacia un cigarro, esté rie ligeramente por la situación, antes de ir hacia la puerta nuevamente y entrar a su casa. •]



    •|| meee quedó sin ideas mi gente •||
    - Una noche de recuerdo. - [• El hombre estaría en el exterior de su hogar, mete la mano derecha en su bolsillo y luego de buscar por unos instantes, sacaría un cigarrillo. pone el filtro entre los labios, luego saca un encendedor del mismo bolsillo para encenderlo y darle suficiente calor a la punta del cigarro para dar la primera calda y soltarlo ligeramente. •] - Hmm... Parece que se humedecido en algún momento.. está algo feo ésto. [• da un pequeño suspiro y sigue funcionando por unos minutos más, antes de agarrarlo con el pulgar y anular justo en la zona entre el filtro y lo que se "consume", sacarlo de su boca y tirarlo a un costado. •] - si, está algo horrible.. [• pone las manos en los bolsillos y luego mira ligeramente hacia arriba, viendo el cielo de la noche, ligeramente nublado gracias por una lluvia que pasó hace horas. Al ver el cielo, este le pasa por sus ojos y mente un pequeño recuerdo: -Una noche como aquel actual, una más oscura, fría y húmeda gracias a los árboles y también por el la estación, siendo invierno. El hombre estaba recostado de espaldas contra un árbol, haciendo de seguridad en una trincheras improvisadas, sin poder fumar algo para evitar cualquier inconveniente. Sentía el peso de su ropa húmeda, el de su arma colgada por un tirante de cuero en su hombro y el chaleco antibalas que tenía. Todo aquel peso y la humedad parecía quererlo tumbar hacia abajo, pero solo se mantiene de pie. Su líder le informo en ir hacia una ubicación hacia el norte para armar una pequeña base y tener cierta ventaja en una guerrilla que estaba pasando en aquellos momentos... Supuestamente en un pueblo abandonado, dónde llegarían a la noche.- Luego de unos segundos, este se queda en blanco, parecía que quería borrar algo de su recuerdo su cerebro, pero luego de unos segundos, recordaría que aquel momento tranquilo solo era un momento antes de una gran tormenta que pasaría. Luego de recordar nuevamente aquel momento de las bengalas y explosiones, este se le escapa una cara de cierta molestia, pero luego de un suspiro, este mira hacia abajo, luego a un costado y vería el cigarro, aún tirando humo. •] - creo que no estabas tan mal al final de todo... Quizás el siguiente cigarro si me matará aunque me dee un momento de alegría. [• luego de unos segundos y caer en cuenta que estaba hablando hacia un cigarro, esté rie ligeramente por la situación, antes de ir hacia la puerta nuevamente y entrar a su casa. •] •|| meee quedó sin ideas mi gente 🗣️🗣️🗣️ •||
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  • Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse.

    Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías

    Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar.
    No soy un simple descendiente.
    Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse…
    y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar.

    ✦ Mi Padre:

    R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛
    Un híbrido Arrancar/Íncubo.
    El Rey Demonio de la Luna Blanca.
    El Pilar de la Oscuridad.

    De él heredé:
    —El poder para devorar almas y sombras.
    —La sangre que no se inclina ante nadie.
    —Una herencia que ha quebrado mundos.

    Abuelos paternos:

    ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma.
    ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece.
    ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable.

    Mi linaje por parte de mi padre no es sangre:
    es sentencia.

    ✦ Mi Madre:
    Menardi Nura Byakuren
    Híbrida de Youkai y Ángel Celestial.
    De alas blancas, de magia curativa, de alma pura.
    La luz que puede sanar cualquier herida…
    y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas.

    Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo.
    La que me enseñó que un arma también puede proteger.

    Su gemela:

    Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura.
    El reflejo perfecto y contrario de mi madre.

    Abuelos maternos:

    ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz.
    ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual.

    De mi madre heredé:
    —El alma que brilla incluso entre monstruos.
    —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen.
    —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme.

    ✦ Yo, Sting:

    Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido.
    El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai.
    Un corazón que late entre el caos y la pureza.

    El mundo no me definirá.

    Seré yo quien lo rehaga.
    Da un paso al centro, envuelto en un aura fría y luminosa. La imagen del chico de mirada azul cristalina —su yo más joven, su esencia pura— se proyecta detrás de él como un eco ancestral. Su tono es firme, solemne… pero con esa arrogancia elegante que sólo un descendiente de tantas líneas poderosas puede permitirse. Heredero del Caos Azul y Sangre de Tres Dinastías Mi nombre es Sting Nura Byakuren Ishtar. No soy un simple descendiente. Soy la confluencia de dos linajes que nunca debieron mezclarse… y aun así lo hicieron para crear algo que el mundo no podrá ignorar. ✦ Mi Padre: R𝚎𝚡 𝙷𝚒𝚛𝚘𝚜𝚑𝚒 𝙹𝚊𝚎𝚐𝚎𝚛𝚓𝚊𝚚𝚞𝚎𝚣 𝙸𝚜𝚑𝚝𝚊𝚛 Un híbrido Arrancar/Íncubo. El Rey Demonio de la Luna Blanca. El Pilar de la Oscuridad. De él heredé: —El poder para devorar almas y sombras. —La sangre que no se inclina ante nadie. —Una herencia que ha quebrado mundos. Abuelos paternos: ⛧ Seieki Yokin – Reina demonio, la que convirtió el deseo en arma. ⛧ Sasha Ishtar – La Emperatriz. No se la describe: se la obedece. ⛧ Henry Grimmtael Jaegerjaquez Black – Rey demonio, señor de lo inevitable. Mi linaje por parte de mi padre no es sangre: es sentencia. ✦ Mi Madre: Menardi Nura Byakuren Híbrida de Youkai y Ángel Celestial. De alas blancas, de magia curativa, de alma pura. La luz que puede sanar cualquier herida… y la sombra que dejó al dividir sus poderes entre sus dos hijas. Ella es el equilibrio imposible entre cielo y abismo. La que me enseñó que un arma también puede proteger. Su gemela: Sakura – alas negras, portadora de la magia oscura. El reflejo perfecto y contrario de mi madre. Abuelos maternos: ⛧ Hijiri Byakuren – Sacerdotisa eterna, bendecida por la luz. ⛧ Sain Nura Nanao – Patriarca Youkai, señor de la metamorfosis espiritual. De mi madre heredé: —El alma que brilla incluso entre monstruos. —La magia blanca que cicatriza lo que otros destruyen. —El equilibrio entre lo que soy y lo que podría perderme. ✦ Yo, Sting: Soy el hijo de la Luna Blanca y del Cielo Dividido. El nieto de demonios, emperatrices, ángeles y youkai. Un corazón que late entre el caos y la pureza. El mundo no me definirá. Seré yo quien lo rehaga.
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  • *¡Seguir adelante!
    Clive ha llegado a esa resolución. Sigue siendo doloroso el hecho de que aquella chica de las mandarinas decidió irse. Pero por mucho que se lamente, ella no volverá. Al menos, no por ahora...
    Clive decide que esperará a descubrir si las últimas palabras de ella se volverán realidad o no. Pero mientras lo hace, sabe que no puede quedarse estancado en el dolor.
    Por eso decidió cabalgar un poco más durante la noche, antes de detenerse a acampar para descansar. La noche es fría y oscura, pero con sus poderes de fuego se ilumina el camino.
    Además, recuerda las palabras que escuchó antes de comenzar esta cabalgata nocturna, de una mujer con ojos de color ámbar.*

    [Si las personas están hechas para usted, volverán tarde o temprano, son ausencias momentáneas... Y, si no es el caso, lo mejor que puede hacer es seguir adelante, es lo más sano para usted.]

    *Son palabras con cierta sabiduría que hay que aprovechar...*
    *¡Seguir adelante! Clive ha llegado a esa resolución. Sigue siendo doloroso el hecho de que aquella chica de las mandarinas decidió irse. Pero por mucho que se lamente, ella no volverá. Al menos, no por ahora... Clive decide que esperará a descubrir si las últimas palabras de ella se volverán realidad o no. Pero mientras lo hace, sabe que no puede quedarse estancado en el dolor. Por eso decidió cabalgar un poco más durante la noche, antes de detenerse a acampar para descansar. La noche es fría y oscura, pero con sus poderes de fuego se ilumina el camino. Además, recuerda las palabras que escuchó antes de comenzar esta cabalgata nocturna, de una mujer con ojos de color ámbar.* [Si las personas están hechas para usted, volverán tarde o temprano, son ausencias momentáneas... Y, si no es el caso, lo mejor que puede hacer es seguir adelante, es lo más sano para usted.] *Son palabras con cierta sabiduría que hay que aprovechar...*
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  • Lucien se deja caer sobre el césped húmedo, sin la elegancia que muestra frente a la corte. Sus dedos se hunden en la hierba fría mientras fija la mirada en el cielo, donde las estrellas titilan como si parpadearan a destiempo.

    Un suspiro apenas audible se escapa de sus labios.

    -…Demasiado quieto hoy.-
    Murmura para sí mismo, aunque no espera respuesta. Nunca la hay.

    La brisa nocturna le despeina el cabello rubio, él ni intenta acomodarlo. Sus ojos siguen la pequeña danza de luz allá arriba, pero algo en su expresión deja claro que no está realmente mirando las estrellas, sino el espacio entre ellas.

    Cierra los ojos un instante.

    Cuando los abre, su mirada vuelve a ese cielo vasto que parece no ofrecerle nada.
    Ni compañía.
    Ni consuelo.

    Solo un recordatorio sutil, constante, de lo grande que es el mundo y de lo pequeño que se siente él esta noche.

    -…Qué ironía.-
    Dice con una media sonrisa sin brillo, apoyando un brazo detrás de la cabeza.

    La corte lo teme.
    El reino lo respeta.
    Las leyendas lo exageran.

    Aquí, bajo las estrellas, Lucien no es nada de eso.

    Solo un hombre solo, recostado contra la noche.
    Lucien se deja caer sobre el césped húmedo, sin la elegancia que muestra frente a la corte. Sus dedos se hunden en la hierba fría mientras fija la mirada en el cielo, donde las estrellas titilan como si parpadearan a destiempo. Un suspiro apenas audible se escapa de sus labios. -…Demasiado quieto hoy.- Murmura para sí mismo, aunque no espera respuesta. Nunca la hay. La brisa nocturna le despeina el cabello rubio, él ni intenta acomodarlo. Sus ojos siguen la pequeña danza de luz allá arriba, pero algo en su expresión deja claro que no está realmente mirando las estrellas, sino el espacio entre ellas. Cierra los ojos un instante. Cuando los abre, su mirada vuelve a ese cielo vasto que parece no ofrecerle nada. Ni compañía. Ni consuelo. Solo un recordatorio sutil, constante, de lo grande que es el mundo y de lo pequeño que se siente él esta noche. -…Qué ironía.- Dice con una media sonrisa sin brillo, apoyando un brazo detrás de la cabeza. La corte lo teme. El reino lo respeta. Las leyendas lo exageran. Aquí, bajo las estrellas, Lucien no es nada de eso. Solo un hombre solo, recostado contra la noche.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷


    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

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    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷


    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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  • Está cansado, ha sido un día largo, en sus manos porta una taza humeante de un buen té, da un leve soplo, y da un trago, suspira, la noche parece fría, pero apacible.
    Está cansado, ha sido un día largo, en sus manos porta una taza humeante de un buen té, da un leve soplo, y da un trago, suspira, la noche parece fría, pero apacible.
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  • Dicen que las polillas son presagio de la muerte .... Será por eso que últimamente me duele tanto la cabeza ?

    -recostado en la barra extendió los brazos apoyando todo lo que podía de su piel sobre la fría barra buscando aliviar un poco el malestar con el frío... Miro en silencio la silla vacía donde antiguamente cierta pantalla le solía hacer compañía escuchando su parloteo sin sentido pero haciéndole sentir a Valentino que al menos a alguien le importaba lo que dijera por más estúpido o caliente que fuera lo que saliera de sus labios....
    Resopló cerrando los ojos acariciando la silla vacía, la imagen de Vicente siendo torturado a muerte aún resonaba en su cabeza y la impotencia por no poder haber hecho nada lo consumía....
    Se abrazo a su mismo abriendo los ojos mirando en ese mismo silencio las botellas ¿Si se embriaga esa soledad será menos dolorosa ?
    Ya perdió tío a la muñequita y la pantalla, no es como si a esas alturas importará su imagen -
    Dicen que las polillas son presagio de la muerte .... Será por eso que últimamente me duele tanto la cabeza ? -recostado en la barra extendió los brazos apoyando todo lo que podía de su piel sobre la fría barra buscando aliviar un poco el malestar con el frío... Miro en silencio la silla vacía donde antiguamente cierta pantalla le solía hacer compañía escuchando su parloteo sin sentido pero haciéndole sentir a Valentino que al menos a alguien le importaba lo que dijera por más estúpido o caliente que fuera lo que saliera de sus labios.... Resopló cerrando los ojos acariciando la silla vacía, la imagen de Vicente siendo torturado a muerte aún resonaba en su cabeza y la impotencia por no poder haber hecho nada lo consumía.... Se abrazo a su mismo abriendo los ojos mirando en ese mismo silencio las botellas ¿Si se embriaga esa soledad será menos dolorosa ? Ya perdió tío a la muñequita y la pantalla, no es como si a esas alturas importará su imagen -
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