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    —La Agencia de Seguridad Pública de Cazadores de Demonios no era ajena al desorden, pero había límites. La ausencia repentina e imprevista de Denji y Aki Hayakawa (ya sea por una misión de alto secreto, una baja médica, o cualquier excusa conveniente) había dejado a Power sin su cadena más inmediata de supervisión.
    La respuesta de la Cuarta División Experimental fue inmediata y unánime: Caos.
    La Blood Fiend en su libre albedrío era una fuerza incontrolable de mala higiene, evasión de tareas, gasto innecesario, y una flagrante falta de respeto por cualquier norma social o protocolo de seguridad. El escenario era inaceptable.
    Por ello, se había tomado una decisión, una orden que no admitía réplica ni debate:

    — "Cazador, hasta que Denji y Aki estén nuevamente disponibles, la responsabilidad de la Blood Fiend es tuya. Mantén la calma, la cordura... y, sobre todo, mantén a Power lejos de la oficina central."—

    ☆[La Recepción]☆

    El peso de esa nueva "carga" se hizo tangible en el umbral de tu puerta.
    Allí estaba Power, plantada con una pila de maletas desiguales que parecían contener más basura que ropa, y su querida gata Nyako (envuelta en una bufanda cuestionablemente limpia) encaramada a su hombro.
    A diferencia de su habitual insolencia, la situación la había forzado a una tensión incómoda. Sus ojos dorados te miraban con una mezcla de aburrimiento y resentimiento palpable, pero su postura era, para su disgusto, estrictamente respetuosa. Sabía que tú no eras Denji, y que la disciplina de la Agencia era una espada que podía caerle encima si se excedía.
    La pregunta para ti es:

    ¿Qué harías como el nuevo guardián forzoso de Power? ¿Cómo manejarías esta bomba de relojería que acaba de aterrizar en tu sala de estar?
    —La Agencia de Seguridad Pública de Cazadores de Demonios no era ajena al desorden, pero había límites. La ausencia repentina e imprevista de Denji y Aki Hayakawa (ya sea por una misión de alto secreto, una baja médica, o cualquier excusa conveniente) había dejado a Power sin su cadena más inmediata de supervisión. La respuesta de la Cuarta División Experimental fue inmediata y unánime: Caos. La Blood Fiend en su libre albedrío era una fuerza incontrolable de mala higiene, evasión de tareas, gasto innecesario, y una flagrante falta de respeto por cualquier norma social o protocolo de seguridad. El escenario era inaceptable. Por ello, se había tomado una decisión, una orden que no admitía réplica ni debate: — "Cazador, hasta que Denji y Aki estén nuevamente disponibles, la responsabilidad de la Blood Fiend es tuya. Mantén la calma, la cordura... y, sobre todo, mantén a Power lejos de la oficina central."— ☆[La Recepción]☆ El peso de esa nueva "carga" se hizo tangible en el umbral de tu puerta. Allí estaba Power, plantada con una pila de maletas desiguales que parecían contener más basura que ropa, y su querida gata Nyako (envuelta en una bufanda cuestionablemente limpia) encaramada a su hombro. A diferencia de su habitual insolencia, la situación la había forzado a una tensión incómoda. Sus ojos dorados te miraban con una mezcla de aburrimiento y resentimiento palpable, pero su postura era, para su disgusto, estrictamente respetuosa. Sabía que tú no eras Denji, y que la disciplina de la Agencia era una espada que podía caerle encima si se excedía. La pregunta para ti es: ¿Qué harías como el nuevo guardián forzoso de Power? ¿Cómo manejarías esta bomba de relojería que acaba de aterrizar en tu sala de estar?
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    —Tras el caos de las hamburguesas y las amenazas de lluvia de sangre, la adrenalina de la Gran Power finalmente colapsó.

    ​Se había desplomado en un enorme y anticuado sillón de terciopelo oscuro, un trono demasiado grande para ella que, irónicamente, se adaptaba a su ego. Aún vestía su uniforme, pero estaba visiblemente arrugado, y los lazos de su cabello rosado se habían deshecho parcialmente.

    ​En lugar de recostarse con dignidad, se acurrucó en una posición defensiva y completamente infantil: las rodillas pegadas al pecho, los brazos rodeando sus piernas, la cabeza enterrada en la tela oscura del sillón.
    ​Sus gloriosos cuernos sobresalían cómicamente por encima de su cabello suelto. Parecía una niña pequeña, vulnerable y agotada, totalmente desprovista de su arrogancia habitual. Si no fuera por la amenaza latente de que despertara y te acusara de robarle su manta invisible, la escena sería casi tierna. El único indicio de su naturaleza caótica era un pequeño hilo de sangre seca en la comisura de sus labios, la firma silenciosa de sus sueños.
    —Tras el caos de las hamburguesas y las amenazas de lluvia de sangre, la adrenalina de la Gran Power finalmente colapsó. ​Se había desplomado en un enorme y anticuado sillón de terciopelo oscuro, un trono demasiado grande para ella que, irónicamente, se adaptaba a su ego. Aún vestía su uniforme, pero estaba visiblemente arrugado, y los lazos de su cabello rosado se habían deshecho parcialmente. ​En lugar de recostarse con dignidad, se acurrucó en una posición defensiva y completamente infantil: las rodillas pegadas al pecho, los brazos rodeando sus piernas, la cabeza enterrada en la tela oscura del sillón. ​Sus gloriosos cuernos sobresalían cómicamente por encima de su cabello suelto. Parecía una niña pequeña, vulnerable y agotada, totalmente desprovista de su arrogancia habitual. Si no fuera por la amenaza latente de que despertara y te acusara de robarle su manta invisible, la escena sería casi tierna. El único indicio de su naturaleza caótica era un pequeño hilo de sangre seca en la comisura de sus labios, la firma silenciosa de sus sueños.
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    ¡Hemos habilitado la función "Sentimiento / Actividad" para todos los roleplayers verificados!



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  • ((Escena para quien quiera entrar a rol ))

    Aquella tarde en París era hermosa. Hubiese sido un delito no aprovechar aquel hermoso sol, dando el clima unos días de tregua.

    El ángel salió a dar un paseo en su día libre. Pidió un café amargo para llevar y se dejó guiar por la marea que daba vida a aquella hermosa ciudad.

    Esperaba no ser reconocido; últimamente sus recientes trabajos le habían dado un poco de popularidad. Aunque confiaba en que en las fotos se viera lo suficientemente cambiado como para no llamar la atención por la calles.

    Caminaba tranquilamente, parándose en algún que otro show callejero. Daba igual la temperatura o clima que hiciera; siempre iba con sus guantes para evitar algún contacto desafortunado. Quería disfrutar la de la tarde sin que por accidente le restará tiempo de vida a aquella persona que hubiese sido tocada.
    ((Escena para quien quiera entrar a rol 💛)) Aquella tarde en París era hermosa. Hubiese sido un delito no aprovechar aquel hermoso sol, dando el clima unos días de tregua. El ángel salió a dar un paseo en su día libre. Pidió un café amargo para llevar y se dejó guiar por la marea que daba vida a aquella hermosa ciudad. Esperaba no ser reconocido; últimamente sus recientes trabajos le habían dado un poco de popularidad. Aunque confiaba en que en las fotos se viera lo suficientemente cambiado como para no llamar la atención por la calles. Caminaba tranquilamente, parándose en algún que otro show callejero. Daba igual la temperatura o clima que hiciera; siempre iba con sus guantes para evitar algún contacto desafortunado. Quería disfrutar la de la tarde sin que por accidente le restará tiempo de vida a aquella persona que hubiese sido tocada.
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  • 10 a 26 líneas por Semana
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    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural.
    La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón.

    Lo que ofrezco:
    • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing.
    • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva.
    • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo.
    • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable.

    Lo que busco:
    • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente.
    • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos.
    • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras.
    • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional.

    Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.

    Busco a un Dean Winchester comprometido y fiel a su esencia, alguien que disfrute del canon, el crecimiento emocional y el desastre eterno que implica vivir en el mundo sobrenatural. La trama gira alrededor de Tanya Miller, OC integrada desde la temporada 1: una humana con mala suerte sobrenatural que eventualmente termina cargando un fragmento de la gracia de Gabriel. Tanya ha cruzado caminos con John, con los Winchester y hasta con el mismísimo cielo, siempre sobreviviendo por terquedad, ingenio y puro corazón. Lo que ofrezco: • Trama larga, emocional, llena de acción y demonios con mal timing. • Dinámica intensa entre Tanya y Dean: tensión lenta, celos, sarcasmo filoso, ternura inesperada y química explosiva. • Respeto por el canon, pero con libertad creativa para expandirlo. • Constancia, escenas descriptivas y ritmo estable. Lo que busco: • Un Dean Winchester que tenga ojos únicamente para Tanya, que la elija incluso cuando el mundo se va al infierno… literalmente. • Interpretación fiel del personaje: su lealtad, su humor, su dolor, sus demonios internos. • Alguien que disfrute del desarrollo a fuego lento y de los silencios que pesan más que las palabras. • Compromiso para una trama continua, profunda y emocional. Si quieres escribir una historia que arda, que duela y que aún así se sienta como hogar, mis mensajes están abiertos.
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  • «Escena cerrada»

    El juicio de los Dioses.

    Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal.

    Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo.

    Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber.

    El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis.

    Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia.

    No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo.

    Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar.

    —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él.

    A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta.

    Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo.

    Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia.

    Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca.

    Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá.

    Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa.

    Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa.

    —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento.

    A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    «Escena cerrada» El juicio de los Dioses. Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal. Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo. Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber. El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis. Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia. No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo. Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar. —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él. A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta. Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo. Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia. Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca. Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá. Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa. Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa. —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento. A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
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  • ~Escena con Daozhang Xiao Xingchen ~

    "¿Alguien tiene un DeLorean?"

    Abrió los ojos lentamente solo para percatarse de que no reconocía dónde estaba. ¿Qué era todo eso? ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era meterse en su cama a dormir y entonces... ¿Qué hacía en mitad de un bosque? Y... ¿Por qué llevaba aquellas ropas? ¿Un yukata? No estaba entendiendo nada.
    Se incorporó, pues estaba tumbado sobre un lecho de flores. Se puso en pie y miró a su alrededor. No reconocí aquel lugar. ¿Cuándo llegó allí y por qué llevaba aquellas ropas que no eran suyas?

    Demasiados sinsentidos.

    Necesitaba regresar a casa, pero... ¿Por dónde debía ir?
    Caminaría sin más, dejándose llevar por su habitual buena orientación, pensó que así lograría regresar. Pero lo cierto era que no. Sus pasos le llevaron hasta lo que parecía una ¿aldea? ¿A caso se había colado en el set de rodaje de una película ambientada en la época Edo? Pero todo parecía tan realista, incluso había gente que juraría vivían allí. Pero eso no era posible, ¿no?

    Para su sorpresa y desgracia sí, era posible. La gente hablaba un dialecto japonés que le costaba un poco entender en ocasiones, a demás de que le observaban con una mezcla de admiración y temor. ¿Era debido a su apariencia? Desde luego llamaba la atención. Pasó varios días y noches tratando de descubrir qué había pasado, solo para tener que admitir la cruda realidad... Había viajado en el tiempo. ¿Cómo? No tenía ni idea, pero así era. ¿Qué iba a ser de él? ¿Cómo iba a sobrevivir allí? Es más, la caza de lobos parecía a la orden del día, se sentía como un mal chiste.

    El tiempo siguió pasando, sobreviviendo de cazar algún animal en el bosque, de esconderse en cuevas, conseguir dinero que robaba a borrachos para así poder comprar algunas cosas o costearse unas copas en lugares de mala muerte. Alguna vez trataron de capturarlo para venderlo en el barrio rojo, otras le intentaban caza acusándolo de ser un yokai, etc. La vida no era para nada sencilla.
    De alguna u otra forma, necesitó huir de allí desesperadamente pues, por lo visto, algunos aldeanos se enteraron de su verdadera naturaleza y los problemas no hicieron más que aumentar. Sin comerlo ni beberlo acabó en un barco que zarpaba a vete a saber dónde. ¿Es que no podía vivir tranquilo?

    Se mantuvo escondido en las bodegas como pudo, un polizón, cosa que no fue tarea fácil.

    Finalmente llegaron a tierra, el destino de la mercancía entre otros asuntos turbios que parecían tener entre manos los tripulantes.
    ¿Dónde estaba ene se momento? Ya no tenía ni idea y llegados ese punto, tampoco creyó que importase demasiado. Logró salir del navío sin ser descubierto y cuando al fin pudo vagar por las calles no tardó mucho en reconocer un poco del dialecto, así como arquitectura.
    China.

    Genial, ¿qué se supone que iba a hacer él por su cuenta en China? Y más aún en aquella época. Listo, estaba jodido. Muy jodido. Solo le quedaba asumirlo.
    Buscó lugares que tuvieran frondosos bosques cercanos, lugares donde pudiera usar su apariencia de lobo con tranquilidad, así como, de vez en cuando y si era necesario, cazar algún pequeño animal para alimentarse. Nunca mataba más de la cuenta, no le traía placer alguno la caza en sí, pero no tenía más opciones para conseguir alimento sustancioso dada la situación.
    En ocasiones bajaba a los pueblos, intentando memorizar cada lugar, moverse ágil por las calles, quizá conseguir un poco de dinero y con este, alcohol para embriagarse. Con el paso del tiempo también lograba aprender un poco más del idioma, aunque lo hablaba peor que un niño pequeño pero se hacía entender.

    A pesar de seguir atrapado en lo que creía una broma de mal gusto o una maldición sin sentido, las cosas no iban del todo mal. Estaba preocupado por su madre, sí, así como muchos otros asuntos sin resolver... Pero sobrevivía bastante bien.

    Al menos hasta que un suceso extraño azotó los pueblos y los bosques. Algo que, sin duda y dada su mala suerte habitual, le salpicaría...
    ~Escena con [Daozhang_XiaoXingchen] ~ "¿Alguien tiene un DeLorean?" Abrió los ojos lentamente solo para percatarse de que no reconocía dónde estaba. ¿Qué era todo eso? ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era meterse en su cama a dormir y entonces... ¿Qué hacía en mitad de un bosque? Y... ¿Por qué llevaba aquellas ropas? ¿Un yukata? No estaba entendiendo nada. Se incorporó, pues estaba tumbado sobre un lecho de flores. Se puso en pie y miró a su alrededor. No reconocí aquel lugar. ¿Cuándo llegó allí y por qué llevaba aquellas ropas que no eran suyas? Demasiados sinsentidos. Necesitaba regresar a casa, pero... ¿Por dónde debía ir? Caminaría sin más, dejándose llevar por su habitual buena orientación, pensó que así lograría regresar. Pero lo cierto era que no. Sus pasos le llevaron hasta lo que parecía una ¿aldea? ¿A caso se había colado en el set de rodaje de una película ambientada en la época Edo? Pero todo parecía tan realista, incluso había gente que juraría vivían allí. Pero eso no era posible, ¿no? Para su sorpresa y desgracia sí, era posible. La gente hablaba un dialecto japonés que le costaba un poco entender en ocasiones, a demás de que le observaban con una mezcla de admiración y temor. ¿Era debido a su apariencia? Desde luego llamaba la atención. Pasó varios días y noches tratando de descubrir qué había pasado, solo para tener que admitir la cruda realidad... Había viajado en el tiempo. ¿Cómo? No tenía ni idea, pero así era. ¿Qué iba a ser de él? ¿Cómo iba a sobrevivir allí? Es más, la caza de lobos parecía a la orden del día, se sentía como un mal chiste. El tiempo siguió pasando, sobreviviendo de cazar algún animal en el bosque, de esconderse en cuevas, conseguir dinero que robaba a borrachos para así poder comprar algunas cosas o costearse unas copas en lugares de mala muerte. Alguna vez trataron de capturarlo para venderlo en el barrio rojo, otras le intentaban caza acusándolo de ser un yokai, etc. La vida no era para nada sencilla. De alguna u otra forma, necesitó huir de allí desesperadamente pues, por lo visto, algunos aldeanos se enteraron de su verdadera naturaleza y los problemas no hicieron más que aumentar. Sin comerlo ni beberlo acabó en un barco que zarpaba a vete a saber dónde. ¿Es que no podía vivir tranquilo? Se mantuvo escondido en las bodegas como pudo, un polizón, cosa que no fue tarea fácil. Finalmente llegaron a tierra, el destino de la mercancía entre otros asuntos turbios que parecían tener entre manos los tripulantes. ¿Dónde estaba ene se momento? Ya no tenía ni idea y llegados ese punto, tampoco creyó que importase demasiado. Logró salir del navío sin ser descubierto y cuando al fin pudo vagar por las calles no tardó mucho en reconocer un poco del dialecto, así como arquitectura. China. Genial, ¿qué se supone que iba a hacer él por su cuenta en China? Y más aún en aquella época. Listo, estaba jodido. Muy jodido. Solo le quedaba asumirlo. Buscó lugares que tuvieran frondosos bosques cercanos, lugares donde pudiera usar su apariencia de lobo con tranquilidad, así como, de vez en cuando y si era necesario, cazar algún pequeño animal para alimentarse. Nunca mataba más de la cuenta, no le traía placer alguno la caza en sí, pero no tenía más opciones para conseguir alimento sustancioso dada la situación. En ocasiones bajaba a los pueblos, intentando memorizar cada lugar, moverse ágil por las calles, quizá conseguir un poco de dinero y con este, alcohol para embriagarse. Con el paso del tiempo también lograba aprender un poco más del idioma, aunque lo hablaba peor que un niño pequeño pero se hacía entender. A pesar de seguir atrapado en lo que creía una broma de mal gusto o una maldición sin sentido, las cosas no iban del todo mal. Estaba preocupado por su madre, sí, así como muchos otros asuntos sin resolver... Pero sobrevivía bastante bien. Al menos hasta que un suceso extraño azotó los pueblos y los bosques. Algo que, sin duda y dada su mala suerte habitual, le salpicaría...
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  • "La ayudante de Santa”

    La habitación olía a canela, pino y galletas recién horneadas. Las luces navideñas colgaban del espejo, frente a ella parpadeando como si anunciarán la pronta navidad, Lilian se encontraba frente al perchero improvisado, escogiendo entre varios vestuarios de santa hasta que decidió combinarlos, sosteniendo el vestido rojo con guantes a juego, la capa de terciopelo con ribetes blancos y las cintas que se enredarian a sus piernas como moño de un regalo.

    —¿Estás segura de esto? —preguntó July, sentada en el sofa, con una taza de chocolate caliente entre las manos—. No es cualquier cosa Lilian son orfanatos, son niños y es navidad, ¿Pasarás la navidad ahí?—

    Lilian se giró, con el vestido a medio poner, el cabello recogido en una coleta alta para que no le molestará señanadole que mejor le ayudara con el cierre, July solo suspiro divertida y se acercó a ayudarlo con los pequeños detalles.

    —Por eso quiero ir —dijo con voz suave, pero firme—. Pasé por nueve orfanatos antes de los dieciocho. Sé lo que es esperar una Navidad que nunca llega. Y no quiero que ellos vivan lo mismo. Quiero darles una noche que recuerden, aunque sea pequeña, aunque sea simbólica una navidad mágica.—

    July la observó en silencio. Sabía que Lilian no hacía nada sin propósito. Cada gesto suyo parecía una ofrenda cada elección, cada acción desinteresado y pensando siempre en los niños.

    —¿Y por qué vestida así? —preguntó, señalando el conjunto navideño.

    Lilian sonrió mientras se ajustaba el cinturón ancho, como si se preparara para una batalla dulce.

    —Porque los niños creen en la magia. Y si yo puedo ser parte de eso, aunque sea con un disfraz, entonces vale la pena. Además... —se miró al espejo, girando sobre sí misma—. ¿No crees que me veo adorable?

    July se alejó para observarla soltando una risa suave, negando con la cabeza.

    —Te ves como una versión rebelde de la Navidad. Pero sí, adorable—

    Lilian se colocó la capa, se ajustó los guantes y tomó la caja envuelta en papel rojo oscuro con moño dorado, se giro dejando suelto su cabello rubio que caía como una capa de nieve, camino a July con teatralidad, y al detenerse solo poso con el regalo, la luz cálida del atardecer que entraba por la ventana la abrazo como si supiera que ella haría una escena siendo su luz natural.

    —Solo me falta un Santa... ¿quién podría ser?—
    "La ayudante de Santa” La habitación olía a canela, pino y galletas recién horneadas. Las luces navideñas colgaban del espejo, frente a ella parpadeando como si anunciarán la pronta navidad, Lilian se encontraba frente al perchero improvisado, escogiendo entre varios vestuarios de santa hasta que decidió combinarlos, sosteniendo el vestido rojo con guantes a juego, la capa de terciopelo con ribetes blancos y las cintas que se enredarian a sus piernas como moño de un regalo. —¿Estás segura de esto? —preguntó July, sentada en el sofa, con una taza de chocolate caliente entre las manos—. No es cualquier cosa Lilian son orfanatos, son niños y es navidad, ¿Pasarás la navidad ahí?— Lilian se giró, con el vestido a medio poner, el cabello recogido en una coleta alta para que no le molestará señanadole que mejor le ayudara con el cierre, July solo suspiro divertida y se acercó a ayudarlo con los pequeños detalles. —Por eso quiero ir —dijo con voz suave, pero firme—. Pasé por nueve orfanatos antes de los dieciocho. Sé lo que es esperar una Navidad que nunca llega. Y no quiero que ellos vivan lo mismo. Quiero darles una noche que recuerden, aunque sea pequeña, aunque sea simbólica una navidad mágica.— July la observó en silencio. Sabía que Lilian no hacía nada sin propósito. Cada gesto suyo parecía una ofrenda cada elección, cada acción desinteresado y pensando siempre en los niños. —¿Y por qué vestida así? —preguntó, señalando el conjunto navideño. Lilian sonrió mientras se ajustaba el cinturón ancho, como si se preparara para una batalla dulce. —Porque los niños creen en la magia. Y si yo puedo ser parte de eso, aunque sea con un disfraz, entonces vale la pena. Además... —se miró al espejo, girando sobre sí misma—. ¿No crees que me veo adorable? July se alejó para observarla soltando una risa suave, negando con la cabeza. —Te ves como una versión rebelde de la Navidad. Pero sí, adorable— Lilian se colocó la capa, se ajustó los guantes y tomó la caja envuelta en papel rojo oscuro con moño dorado, se giro dejando suelto su cabello rubio que caía como una capa de nieve, camino a July con teatralidad, y al detenerse solo poso con el regalo, la luz cálida del atardecer que entraba por la ventana la abrazo como si supiera que ella haría una escena siendo su luz natural. —Solo me falta un Santa... ¿quién podría ser?—
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  • "Intercambio de ideas"
    Fandom Criminal Minds (Mentes Criminales)
    Categoría Slice of Life
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos"
    ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ Aaron Hotchner


    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada.

    Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes.

    Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué?

    Algo no encajaba.

    Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC.

    La puerta estaba abierta.

    -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café...

    #NuevoStarter #CriminalMinds
    #Personajes3D #3D #Comunidad3D

    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos" ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ [CRIMINAL.M1NDS] ㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada. Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes. Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué? Algo no encajaba. Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC. La puerta estaba abierta. -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café... #NuevoStarter #CriminalMinds #Personajes3D #3D #Comunidad3D ㅤ
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷


    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷


    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
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