• Poder sentir el sol el su piel era lo mejor que en mi vida había pasado, el dorado de su cabello combinaba perfectamente con su piel suave y reluciente.
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  • ¡FICROLERS 3D!
    ¡DAMOS LA BIENVENIDA A UN NUEVO (antiguo 2D) PERSONAJE 3D!

    Dad la bienvenida a:
    ¡Chel de La Ruta Hacia el Dorado!

    ¡Bienvenida! ¡Estamos encantados de tenerte en FicRol! ¡Esperamos hacerte sentir como en casa y que conviertas la plataforma en tu nuevo hogar aportando ese granito de arena roleplayer que sabemos que tienes! ¡Estamos deseando conocerte y verte desarrollar a tu personaje!

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    Yo soy Caroline, tu RolSage, una especie de guía y de ayuda en la plataforma para los personajes 3D. Si necesitas cualquier cosa estoy siempre en DM y, de todos modos, en mi fanpage dispones de unas guías exhaustivas sobre como funciona ficrol, dale me gusta para no perderte nada:

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  • Lute... Tienes prohibido tocar mi casco para hacerle configuraciones me veo ridícula, pero que bien que me sienta el dorado ~
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  • —No va a admitir que lleva todo el mes preparando el regalo de cumpleaños perfecto. Sí, Jess es perfeccionista, siempre lo ha sido. Cuando algo se le mete entre ceja y ceja puede ser tremendamente concienzuda. No hay detalle que se le escape y no le gusta dejar nada al azar. Preparar los detalles de aquellos regalos no fue difícil, al menos no para ella.

    A comienzos de Agosto habia comenzado a buscar entre las mejores tiendas y boutiques de Nueva York para encontrar el traje perfecto. Ese que le gritase "Marcus" por los cuatro costados.

    Encontrar el juego de pluma y tinteros fue algo más difícil, no por nada encargó la mejor pluma venida desde Londres. Una pluma capaz de escribir tambien a vuelapluma tanto como de forma manual.

    Los gemelos... ¡ah! Los gemelos fueron la tarea mas compleja. Orgullosamente son gemelos originales y totalmente creados únicamente para Marcus. Dos serpientes de oro que darán el toque perfecto a un traje que parece hecho a medida para el propio auror.
    Ha preparado todo esto en el salón de su casa mientras Marcus se viste y se adecenta para ir a trabajar aquella mañana. Dos paquetes en papel dorado y el mas pequeño en plateado, adornado con lazos de tul de color blanco.
    Esa es la visión que Marcus percibe cuando sale del dormitorio colocándose la americana—

    ¡FELICIDADES!

    —Exclama la bruja abriendo los brazo y esbozando una enorme sonrisa. En ese momento un monton de confeti salta por los aires llenando el salón de pequeños papelitos dorados y plateados—

    ¿Me he pasado? Puede ser... Queria hacer algo distinto...

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ Marcus Byrne


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    —No va a admitir que lleva todo el mes preparando el regalo de cumpleaños perfecto. Sí, Jess es perfeccionista, siempre lo ha sido. Cuando algo se le mete entre ceja y ceja puede ser tremendamente concienzuda. No hay detalle que se le escape y no le gusta dejar nada al azar. Preparar los detalles de aquellos regalos no fue difícil, al menos no para ella. A comienzos de Agosto habia comenzado a buscar entre las mejores tiendas y boutiques de Nueva York para encontrar el traje perfecto. Ese que le gritase "Marcus" por los cuatro costados. Encontrar el juego de pluma y tinteros fue algo más difícil, no por nada encargó la mejor pluma venida desde Londres. Una pluma capaz de escribir tambien a vuelapluma tanto como de forma manual. Los gemelos... ¡ah! Los gemelos fueron la tarea mas compleja. Orgullosamente son gemelos originales y totalmente creados únicamente para Marcus. Dos serpientes de oro que darán el toque perfecto a un traje que parece hecho a medida para el propio auror. Ha preparado todo esto en el salón de su casa mientras Marcus se viste y se adecenta para ir a trabajar aquella mañana. Dos paquetes en papel dorado y el mas pequeño en plateado, adornado con lazos de tul de color blanco. Esa es la visión que Marcus percibe cuando sale del dormitorio colocándose la americana— ¡FELICIDADES! —Exclama la bruja abriendo los brazo y esbozando una enorme sonrisa. En ese momento un monton de confeti salta por los aires llenando el salón de pequeños papelitos dorados y plateados— ¿Me he pasado? Puede ser... Queria hacer algo distinto... ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ [MarcxsB] #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Entre la espesura de bayas y las islas de juncos, como a través de un mundo que sólo fuera cielo, oh firmamento invertido, la barca de nuestro amor se deslizaba. Brillantes como el día eran tus ojos, radiante fluía la corriente y era radiante el vasto y eterno cielo.

    Cuando murió la gloria en el dorado crepúsculo, resplandeciente ascendió la luna, y llenos de flores al hogar regresamos. Radiantes fueron tus ojos esa noche, habíamos vivido, oh amor mío, habíamos amado.


    Escucha el sonido del remo al cortar sus aguas. Y en las tardes de invierno cuando la fantasía sueña en el crepitar de la chimenea, en sus oídos de viejos enamorados el río de su amor canta en los juncos.

    Oh amor mío, amemos el pasado pues algún día fuimos felices, y algún día nos amamos.
    Entre la espesura de bayas y las islas de juncos, como a través de un mundo que sólo fuera cielo, oh firmamento invertido, la barca de nuestro amor se deslizaba. Brillantes como el día eran tus ojos, radiante fluía la corriente y era radiante el vasto y eterno cielo. Cuando murió la gloria en el dorado crepúsculo, resplandeciente ascendió la luna, y llenos de flores al hogar regresamos. Radiantes fueron tus ojos esa noche, habíamos vivido, oh amor mío, habíamos amado. Escucha el sonido del remo al cortar sus aguas. Y en las tardes de invierno cuando la fantasía sueña en el crepitar de la chimenea, en sus oídos de viejos enamorados el río de su amor canta en los juncos. Oh amor mío, amemos el pasado pues algún día fuimos felices, y algún día nos amamos.
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  • El pelinegro había matado a su contraparte rubia y de ojos azules hace un mes o más. No le importaba mucho, fuera de deshacerse de este.

    —Hm...—Estaría sentado en un callejón sin salida, sobre un montón de cadáveres desconocidos. Se estaba comiendo los restos, alimentando su biomasa.

    —¿Mato a sus amigos? Quizá eso sea más entretenido que solo matar a la gente de su ciudad... Digo, ya maté a nuestra madre...—Una voz interna dentro de él gritaba que se detuviera, pero era como si no existiera.

    —Empezaré por su único amigo.—Se paró y desapareció en un brillo rojo, habiéndose transformado en el viejo Nova Shift de su contraparte.

    —Dynashift era mi nombre de héroe, ¿Verdad? ¿Qué tal te suena... Breakhunt?—Su paleta se había invertido, volviéndose dorado con negro y rojo. El dorado era solo un acento que le gustaba, pues quería demostrar su superioridad sobre su anterior "yo."

    —Ese viejo zorro no va a saber qué le pegó...
    El pelinegro había matado a su contraparte rubia y de ojos azules hace un mes o más. No le importaba mucho, fuera de deshacerse de este. —Hm...—Estaría sentado en un callejón sin salida, sobre un montón de cadáveres desconocidos. Se estaba comiendo los restos, alimentando su biomasa. —¿Mato a sus amigos? Quizá eso sea más entretenido que solo matar a la gente de su ciudad... Digo, ya maté a nuestra madre...—Una voz interna dentro de él gritaba que se detuviera, pero era como si no existiera. —Empezaré por su único amigo.—Se paró y desapareció en un brillo rojo, habiéndose transformado en el viejo Nova Shift de su contraparte. —Dynashift era mi nombre de héroe, ¿Verdad? ¿Qué tal te suena... Breakhunt?—Su paleta se había invertido, volviéndose dorado con negro y rojo. El dorado era solo un acento que le gustaba, pues quería demostrar su superioridad sobre su anterior "yo." —Ese viejo zorro no va a saber qué le pegó...
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  • El propósito de los Demonios siempre había sido la destrucción de todos los seres vivos, del mundo y finalmente la destrucción de sí mismos. Solo así se cumpliría el propósito de los Demonios: regresar al Mar del Caos, el lugar que les dio vida, el caos absoluto, el hogar perfecto para los Demonios.

    Al menos eso era lo que el Rey Demonio Shabranigdu les prometió a los Demonios y, en virtud de aquella promesa, se iniciaron innumerables guerras contra Dioses, dragones, humanos, elfos y enanos.

    Ahora Xellos sabía que aquella promesa no era cierta. Existía el Mar del Caos sí, pero era un lugar de descanso eterno, no era el hogar perfecto para los Demonios.

    Shabranigdu, el Rey Demonio, había engañado durante milenios a los de su propia raza para justificar las interminables guerras en contra de los Dioses y otros seres. El Rey Demonio les había hecho creer que aquellas guerras eran un acto de justicia para recuperar su hogar.

    ***

    Aquel día, los ojos de Xellos se abrieron en medio de aquel infinito mar en calma de luz dorada: el Mar del Caos.

    Su cuerpo flotaba ingrávido en medio de aquella luz.

    Frente a él se hallaba una figura resplandeciente que se erguía con majestuosa belleza y un aura tan brillante como la de un sol naciente. Aquella figura tenía forma femenina, pero toda ella estaba hecha de la misma luz dorada que bañaba el Mar del Caos.

    La mujer esbozó una sonrisa suave y cálida.

    Xellos se arrodilló ante ella en señal de respeto al reconocerla.

    Aquel ser tenía demasiados nombres, pero pocos la habían visto alguna vez. Era Lord of Nightmares, el Dorado Rey Demonio... o mejor dicho: la Diosa de la Pesadilla Eterna.

    Ella era la creadora de, como mínimo, cuatro mundos, de Dioses y Demonios, y de todos los seres que habitaban los mundos.

    La Diosa de la Pesadilla Eterna extendió una de sus delgadas y delicadas manos y tocó la frente de Xellos.

    Un millar de hilos dorados de pura energía brotaron de la mano de la Diosa e irrumpieron directamente en el interior de la cabeza de Xellos.

    Un profundo alarido de dolor rasgó la garganta del Demonio mientras esos hilos se adentraban dentro de él y, de pronto, el dolor cesó.

    Entonces un torrente de imágenes invadió la mente del demonio, mostrándole un futuro devastado por la guerra.

    Vio ciudades envueltas en un infierno de llamas, castillos reducidos a escombros humeantes, ejércitos enteros engullidos por un mar de fauces y garras, hombres híbridos de humanos y demonios arrebatando la vida a todos los seres vivos.

    El cielo, otrora un lienzo azul infinito, ahora se teñía de un rojo carmesí, como si la sangre de mil batallas impregnara la bóveda celeste.

    En medio del caos, Reena, se enfrentaba a un enemigo colosal: un descomunal dragón negro de ojos llameantes y escamas tan oscuras como la noche. Un gigantesco Dragón del Abismo.

    La batalla era desigual. Una danza macabra donde la habilidad y la ferocidad se enfrentaban en un duelo a muerte. Reena luchaba con bravura, blandiendo su espada y recurriendo a su magia con desesperación, pero era en vano.

    El Dragón del Abismo, con un rugido que rasgó el cielo, rechazó su magia, la derribó contra el suelo e hincó sus dientes en el cuerpo de la hechicera matándola instantáneamente.

    Xellos abrió sus ojos violeta de pupilas verticales bruscamente y elevó la mirada hacia ella: la Diosa de la Pesadilla Eterna. Ahora entendía el por qué de ese nombre.

    La Diosa bajó la mano y todos los hilos dorados que habían estado en la cabeza de Xellos, volvieron a su ser.

    —¿Por qué me muestras esto? —preguntó el demonio.

    —Esto es lo que sucederá si fracasas, Xellos —respondió la Diosa en una voz que no podría definirse ni masculina, ni femenina, ni aguda, ni grave, ni real, ni etérea.

    Xellos entornó los ojos tratando de entender las palabras de la Diosa.

    —Abismo, el Monarca de los Antiguos, el devorador de luz y oscuridad, ha despertado —prosiguió la Diosa. —Abismo y sus secuaces, los Antiguos, son seres primigenios nacidos para la destrucción de los mundos y del mismísimo Mar del Caos. Ese caos que has visto es solo un esbozo de la obra que Abismo quiere llevar a cabo. Abismo atacará y lo devorará todo. No quedará nada.

    Xellos se quedó en silencio. Si Abismo destruía hasta el Mar del Caos, estaría destruyendo incluso a la Diosa de la Pesadilla Eterna. Toda existencia pasada, presente y futura desaparecería. La vida sería engullida por el vacío.

    La Diosa comenzó a andar alrededor de Xellos al mismo tiempo que hablaba:

    —Hoy en día los Dioses, Demonios y Dragones están diezmados, y jamás cooperarían juntos para derrotar a un ser de tal magnitud. ¿A quién le corresponde la lucha? ¿Humanos, elfos, enanos...? ¿Cuánto tiempo soportarían luchar contra ese poder? Muchos son guerreros fuertes y determinados, pero necesitan una ayuda mayor. Sin el poder del Dios Flare Dragon Ceiphied y sin el del Rey Demonio Shabranigdu todo estará perdido. Esa es la razón por la que te he elegido.

    —¿Por qué yo?

    Una vez más ella sonrió, como si estuviera esperando a que le formulara aquella pregunta.

    —Eres exactamente lo que esperaba de los Dioses y los Demonios cuando creé a Shabranigdu y Ceiphied. Los Dioses y los Demonios no fueron creados para la guerra eterna. Dioses y Demonios simplemente olvidaron su propósito original, el cual era aprender unos de otros, evolucionar y mejorar. Sin embargo, Dioses y Demonios, sin excepciones, mintieron para llevar a cabo sus propósitos más egoístas: derrotar al rival y ser los más poderosos. Los primeros en mentir fueron los Dioses viendo en los Demonios una amenaza; después los Demonios se dejaron llevar por el odio y no pararon de luchar contra los Dioses. Pero tú has hecho justo lo que yo esperaba de un Demonio, Xellos. Por eso te he elegido para que envíes a las huestes de Abismo de vuelta al vacío del que salieron.

    —No hay en nuestro mundo poder suficiente para destruirles.

    —Si lo hay, solo tienes que buscarlo... y si tú no descubres el modo de encontrarlo, nadie lo hará.

    La Diosa se detuvo frente a Xellos y, sobre sus manos, apareció una corona de oro. Después colocó aquella corona sobre la cabeza de Xellos.

    —Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder. Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo. Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio Xellos.

    Le invitó a ponerse en pie y le observó con una sonrisa llena de orgullo.

    —Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo.







    © Créditos de las imágenes a [REENA]
    El propósito de los Demonios siempre había sido la destrucción de todos los seres vivos, del mundo y finalmente la destrucción de sí mismos. Solo así se cumpliría el propósito de los Demonios: regresar al Mar del Caos, el lugar que les dio vida, el caos absoluto, el hogar perfecto para los Demonios. Al menos eso era lo que el Rey Demonio Shabranigdu les prometió a los Demonios y, en virtud de aquella promesa, se iniciaron innumerables guerras contra Dioses, dragones, humanos, elfos y enanos. Ahora Xellos sabía que aquella promesa no era cierta. Existía el Mar del Caos sí, pero era un lugar de descanso eterno, no era el hogar perfecto para los Demonios. Shabranigdu, el Rey Demonio, había engañado durante milenios a los de su propia raza para justificar las interminables guerras en contra de los Dioses y otros seres. El Rey Demonio les había hecho creer que aquellas guerras eran un acto de justicia para recuperar su hogar. *** Aquel día, los ojos de Xellos se abrieron en medio de aquel infinito mar en calma de luz dorada: el Mar del Caos. Su cuerpo flotaba ingrávido en medio de aquella luz. Frente a él se hallaba una figura resplandeciente que se erguía con majestuosa belleza y un aura tan brillante como la de un sol naciente. Aquella figura tenía forma femenina, pero toda ella estaba hecha de la misma luz dorada que bañaba el Mar del Caos. La mujer esbozó una sonrisa suave y cálida. Xellos se arrodilló ante ella en señal de respeto al reconocerla. Aquel ser tenía demasiados nombres, pero pocos la habían visto alguna vez. Era Lord of Nightmares, el Dorado Rey Demonio... o mejor dicho: la Diosa de la Pesadilla Eterna. Ella era la creadora de, como mínimo, cuatro mundos, de Dioses y Demonios, y de todos los seres que habitaban los mundos. La Diosa de la Pesadilla Eterna extendió una de sus delgadas y delicadas manos y tocó la frente de Xellos. Un millar de hilos dorados de pura energía brotaron de la mano de la Diosa e irrumpieron directamente en el interior de la cabeza de Xellos. Un profundo alarido de dolor rasgó la garganta del Demonio mientras esos hilos se adentraban dentro de él y, de pronto, el dolor cesó. Entonces un torrente de imágenes invadió la mente del demonio, mostrándole un futuro devastado por la guerra. Vio ciudades envueltas en un infierno de llamas, castillos reducidos a escombros humeantes, ejércitos enteros engullidos por un mar de fauces y garras, hombres híbridos de humanos y demonios arrebatando la vida a todos los seres vivos. El cielo, otrora un lienzo azul infinito, ahora se teñía de un rojo carmesí, como si la sangre de mil batallas impregnara la bóveda celeste. En medio del caos, Reena, se enfrentaba a un enemigo colosal: un descomunal dragón negro de ojos llameantes y escamas tan oscuras como la noche. Un gigantesco Dragón del Abismo. La batalla era desigual. Una danza macabra donde la habilidad y la ferocidad se enfrentaban en un duelo a muerte. Reena luchaba con bravura, blandiendo su espada y recurriendo a su magia con desesperación, pero era en vano. El Dragón del Abismo, con un rugido que rasgó el cielo, rechazó su magia, la derribó contra el suelo e hincó sus dientes en el cuerpo de la hechicera matándola instantáneamente. Xellos abrió sus ojos violeta de pupilas verticales bruscamente y elevó la mirada hacia ella: la Diosa de la Pesadilla Eterna. Ahora entendía el por qué de ese nombre. La Diosa bajó la mano y todos los hilos dorados que habían estado en la cabeza de Xellos, volvieron a su ser. —¿Por qué me muestras esto? —preguntó el demonio. —Esto es lo que sucederá si fracasas, Xellos —respondió la Diosa en una voz que no podría definirse ni masculina, ni femenina, ni aguda, ni grave, ni real, ni etérea. Xellos entornó los ojos tratando de entender las palabras de la Diosa. —Abismo, el Monarca de los Antiguos, el devorador de luz y oscuridad, ha despertado —prosiguió la Diosa. —Abismo y sus secuaces, los Antiguos, son seres primigenios nacidos para la destrucción de los mundos y del mismísimo Mar del Caos. Ese caos que has visto es solo un esbozo de la obra que Abismo quiere llevar a cabo. Abismo atacará y lo devorará todo. No quedará nada. Xellos se quedó en silencio. Si Abismo destruía hasta el Mar del Caos, estaría destruyendo incluso a la Diosa de la Pesadilla Eterna. Toda existencia pasada, presente y futura desaparecería. La vida sería engullida por el vacío. La Diosa comenzó a andar alrededor de Xellos al mismo tiempo que hablaba: —Hoy en día los Dioses, Demonios y Dragones están diezmados, y jamás cooperarían juntos para derrotar a un ser de tal magnitud. ¿A quién le corresponde la lucha? ¿Humanos, elfos, enanos...? ¿Cuánto tiempo soportarían luchar contra ese poder? Muchos son guerreros fuertes y determinados, pero necesitan una ayuda mayor. Sin el poder del Dios Flare Dragon Ceiphied y sin el del Rey Demonio Shabranigdu todo estará perdido. Esa es la razón por la que te he elegido. —¿Por qué yo? Una vez más ella sonrió, como si estuviera esperando a que le formulara aquella pregunta. —Eres exactamente lo que esperaba de los Dioses y los Demonios cuando creé a Shabranigdu y Ceiphied. Los Dioses y los Demonios no fueron creados para la guerra eterna. Dioses y Demonios simplemente olvidaron su propósito original, el cual era aprender unos de otros, evolucionar y mejorar. Sin embargo, Dioses y Demonios, sin excepciones, mintieron para llevar a cabo sus propósitos más egoístas: derrotar al rival y ser los más poderosos. Los primeros en mentir fueron los Dioses viendo en los Demonios una amenaza; después los Demonios se dejaron llevar por el odio y no pararon de luchar contra los Dioses. Pero tú has hecho justo lo que yo esperaba de un Demonio, Xellos. Por eso te he elegido para que envíes a las huestes de Abismo de vuelta al vacío del que salieron. —No hay en nuestro mundo poder suficiente para destruirles. —Si lo hay, solo tienes que buscarlo... y si tú no descubres el modo de encontrarlo, nadie lo hará. La Diosa se detuvo frente a Xellos y, sobre sus manos, apareció una corona de oro. Después colocó aquella corona sobre la cabeza de Xellos. —Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder. Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo. Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio Xellos. Le invitó a ponerse en pie y le observó con una sonrisa llena de orgullo. —Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo. © Créditos de las imágenes a [REENA]
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  • Asgard

    Jardines del Valhall

    Eones atrás....


    Freyja era una tejedora nata. Hilaba y deshilaba a su antojo.
    La diosa acarició el pelo castaño de la pequeña niña de cuatro años que tenía entre sus piernas. Los ojos de la criatura eran de un naranja espectacular y su sonrisa deshacía los glaciares.
    Freyja sonrió mientras peinaba con los dedos su oscuro y largo pelo y tarareaba una canción. Dividió su melena en tres mechones iguales; colocó el de la derecha entre el del medio y el izquierdo, y el del izquierdo sobre el del centro y el derecho; y así hasta que, ágilmente, creó una hermosa trenza. Trenzar era tan fácil como tejer. La vida y el destino debían tejerse con mimo.

    —Mi bonita dísir —susurró Freyja con voz cantarina—. Tú, de todas mis guerreras valkyrias, serás la más importante.
    La niña tarareaba al tiempo que tomaba una flor y la hacía rodar entre sus diminutos dedos.
    —¿Por qué, diosa? —preguntaba la valkyria—. ¿Porque soy las más fuerte de todas?
    —No, princesa. Porque valdrás siempre mucho más por lo que callas que por lo que dices. Y esa es una virtud que envidio y respeto. La más importante para mí.

    Mizar miró sus pies desnudos, manchados de haber corrido por las montañas rocosas en busca de las herraduras de los enanos. Le encantaba robárselas y después jugar a lanzarlas con sus hermanas. Estudió los pies de su diosa, cubiertos por su falda negra y larga. Freyja era la más poderosa, y siempre iba vestida como una princesa. Mizar no lo entendía.

    —Hay personas que no expresan sus emociones —comentó la diosa, atando el extremo de la trenza africana con un cordel dorado—. No está bien callarlas, Bryn. Nos acaba doliendo aquí.

    —¿En el hjertet (corazón)? —preguntó, observando la esbelta mano de la Vanir posada sobre su pecho izquierdo.

    Freyja sonrió con ternura y asintió.
    —Sí, en el corazón. Por eso —apoyó la barbilla sobre la cabeza de la niña y le puso las manos sobre los hombros—, porque sé que en el futuro podrías llegar a sufrir por tu silencio, quiero hacerte este regalo.

    Un libro de tapas doradas se materializó frente a Mizar, levitando, como si unas manos invisibles lo mecieran y lo hicieran girar sobre su propio eje. Ésta abrió los ojos y lo tomó sin pedir permiso a nadie.

    —¿Es para mí?
    —Sí. —Freyja besó su coronilla y apoyó las manos sobre las de su pequeña que, al mismo tiempo, sostenían aquel tomo.
    —¿Es una leyenda sobre la guerras entre los orcos y las elfas?
    —No, mi pequeña salvaje —susurró Freyja con dulzura—. Es un diario. El diario de Mizar...

    La futura inmortal agrandó los ojos y dijo:
    —Wooow!... ¿Y es para mí? —repitió.
    —Sí. Solo es para ti. Solo tú puedes escribir en él. Si pronuncias la palabra dulgt (oculto) el libro desaparecerá.
    —¿Y dónde irá?
    Freyja se encogió de hombros —Simplemente, desaparecerá. Y si pronuncias las palabras mo legende, (mi leyenda), tu diario se mostrará ante ti para que tú puedas escribir lo que quieras. Y puede que escribas mucho. ¿Y sabes por qué?

    Mizar negó con la cabeza y se giró para escuchar a «la Resplandeciente», la más hermosa de todo el Asgard.
    —Porque habrá momentos, nonne mía, que serán tantas cosas las que sientas y no puedas expresar, que necesitarás contárselo a alguien, pero no podrás...

    La niña parpadeó confusa.
    —¿Por qué?
    —Porque no te lo permitiré —contestó Freyja sin perder su candidez. A otro guerrero le hubiera cambiado el semblante si le escuchara hablar así y, seguramente, hubiera huido despavorido. Pero Mizar nunca la había temido. Ninguna de sus valkyrias lo había hecho; y Mizar, su temeraria y adorada guerrera, menos—. En un futuro, llegarás a enfadarte mucho conmigo. Pero piensa que todo lo que hago, todo, es por vuestro bien. Por tu bien. ¿Tú crees que podrás perdonarme? —preguntó con la voz quebrada. No estaba orgullosa de sus decisiones, pero tampoco se arrepentiría de tomarlas. Alguien debía hacerlo.
    Ella tomaría esa decisión. Igual que Odín decidía las suyas propias.
    Mizar se pensó la respuesta. Torció los labios hacia un lado y hacia el otro y entrecerró los ojos espectacularmente dorados.
    —Sí, tú no eres mala —aseguró Mizar—. Te perdonaré.

    Freyja se emocionó y negó con la cabeza. No. No era mala. No lo era. Tal vez era soberana y dueña de casi todo lo que la rodeaba, pero no era malvada, aunque sus acciones hicieran daño a muchas personas.

    —Recuérdalo cuando llegue el momento. —Le dio un golpecito en la nariz con él índice—. Al menos, te dejo este libro mágico y personal para que tú puedas expresarte como desees y digas todo lo que no te has atrevido a decir nunca a nadie. Así, las palabras que no puedes pronunciar no te dolerán tanto. Viértelas en estas hojas, preciosa guerrera, y sobrelleva el dolor que el silencio te acarreará.

    Mizar acarició el libro con la yema de sus dedos y grabó aquellas palabras de Freyja en su alma. Ese libro sería suyo, y escribiría en él... Entonces, a lo lejos del prado en el que se hallaban sentadas, vio un aquelarre de caballos correr sin control, y eso hizo que Freyja perdiera toda la atención de la chiquilla.
    La niña tenía un diario, un diario mágico y especial de la diosa, y Mizar prefería a un puñado de caballos blancos.

    —¡Caballos! —Mizar dio un salto y, con su recién hecha trenza africana en la cabeza, corrió hacia ellos.

    —¡Dómalos, salvaje! —exclamó Freyja divertida, observando cómo la menuda niña ya apuntaba maneras de amazona desde bien pequeña. ¿Pero qué valkyria no era una amazona? Sus guerreras eran todas espléndidas.
    La diosa observó el libro, que seguía levitando sobre ella. Mizar no le había prestado demasiada atención. Era una niña de cuatro años, un pequeño culo inquieto. ¿Por qué iba a hacer caso de un diario? No importaba que ese diario fuera único y especial, ni que sus hojas de irrompible lino fueran extraídas del mismísimo telar de las Nornas. Nadie podía tocar ese telar: era sacrilegio hacerlo.
    Sin embargo, ella era una diosa. La gran diosa Vanir, entre otras cosas; una de las grandes tejedoras del Asgard y la única que podía tocar una máquina de tejer el destino tan compleja como la que utilizaban Urdr, Verdandi y Skuld.
    ¿Y por qué? Porque el fin debía justificar los medios.
    —Dulgt —susurró con la vista plateada fija en el horizonte....

    Y el libro desapareció de su vista....
    Asgard Jardines del Valhall Eones atrás.... Freyja era una tejedora nata. Hilaba y deshilaba a su antojo. La diosa acarició el pelo castaño de la pequeña niña de cuatro años que tenía entre sus piernas. Los ojos de la criatura eran de un naranja espectacular y su sonrisa deshacía los glaciares. Freyja sonrió mientras peinaba con los dedos su oscuro y largo pelo y tarareaba una canción. Dividió su melena en tres mechones iguales; colocó el de la derecha entre el del medio y el izquierdo, y el del izquierdo sobre el del centro y el derecho; y así hasta que, ágilmente, creó una hermosa trenza. Trenzar era tan fácil como tejer. La vida y el destino debían tejerse con mimo. —Mi bonita dísir —susurró Freyja con voz cantarina—. Tú, de todas mis guerreras valkyrias, serás la más importante. La niña tarareaba al tiempo que tomaba una flor y la hacía rodar entre sus diminutos dedos. —¿Por qué, diosa? —preguntaba la valkyria—. ¿Porque soy las más fuerte de todas? —No, princesa. Porque valdrás siempre mucho más por lo que callas que por lo que dices. Y esa es una virtud que envidio y respeto. La más importante para mí. Mizar miró sus pies desnudos, manchados de haber corrido por las montañas rocosas en busca de las herraduras de los enanos. Le encantaba robárselas y después jugar a lanzarlas con sus hermanas. Estudió los pies de su diosa, cubiertos por su falda negra y larga. Freyja era la más poderosa, y siempre iba vestida como una princesa. Mizar no lo entendía. —Hay personas que no expresan sus emociones —comentó la diosa, atando el extremo de la trenza africana con un cordel dorado—. No está bien callarlas, Bryn. Nos acaba doliendo aquí. —¿En el hjertet (corazón)? —preguntó, observando la esbelta mano de la Vanir posada sobre su pecho izquierdo. Freyja sonrió con ternura y asintió. —Sí, en el corazón. Por eso —apoyó la barbilla sobre la cabeza de la niña y le puso las manos sobre los hombros—, porque sé que en el futuro podrías llegar a sufrir por tu silencio, quiero hacerte este regalo. Un libro de tapas doradas se materializó frente a Mizar, levitando, como si unas manos invisibles lo mecieran y lo hicieran girar sobre su propio eje. Ésta abrió los ojos y lo tomó sin pedir permiso a nadie. —¿Es para mí? —Sí. —Freyja besó su coronilla y apoyó las manos sobre las de su pequeña que, al mismo tiempo, sostenían aquel tomo. —¿Es una leyenda sobre la guerras entre los orcos y las elfas? —No, mi pequeña salvaje —susurró Freyja con dulzura—. Es un diario. El diario de Mizar... La futura inmortal agrandó los ojos y dijo: —Wooow!... ¿Y es para mí? —repitió. —Sí. Solo es para ti. Solo tú puedes escribir en él. Si pronuncias la palabra dulgt (oculto) el libro desaparecerá. —¿Y dónde irá? Freyja se encogió de hombros —Simplemente, desaparecerá. Y si pronuncias las palabras mo legende, (mi leyenda), tu diario se mostrará ante ti para que tú puedas escribir lo que quieras. Y puede que escribas mucho. ¿Y sabes por qué? Mizar negó con la cabeza y se giró para escuchar a «la Resplandeciente», la más hermosa de todo el Asgard. —Porque habrá momentos, nonne mía, que serán tantas cosas las que sientas y no puedas expresar, que necesitarás contárselo a alguien, pero no podrás... La niña parpadeó confusa. —¿Por qué? —Porque no te lo permitiré —contestó Freyja sin perder su candidez. A otro guerrero le hubiera cambiado el semblante si le escuchara hablar así y, seguramente, hubiera huido despavorido. Pero Mizar nunca la había temido. Ninguna de sus valkyrias lo había hecho; y Mizar, su temeraria y adorada guerrera, menos—. En un futuro, llegarás a enfadarte mucho conmigo. Pero piensa que todo lo que hago, todo, es por vuestro bien. Por tu bien. ¿Tú crees que podrás perdonarme? —preguntó con la voz quebrada. No estaba orgullosa de sus decisiones, pero tampoco se arrepentiría de tomarlas. Alguien debía hacerlo. Ella tomaría esa decisión. Igual que Odín decidía las suyas propias. Mizar se pensó la respuesta. Torció los labios hacia un lado y hacia el otro y entrecerró los ojos espectacularmente dorados. —Sí, tú no eres mala —aseguró Mizar—. Te perdonaré. Freyja se emocionó y negó con la cabeza. No. No era mala. No lo era. Tal vez era soberana y dueña de casi todo lo que la rodeaba, pero no era malvada, aunque sus acciones hicieran daño a muchas personas. —Recuérdalo cuando llegue el momento. —Le dio un golpecito en la nariz con él índice—. Al menos, te dejo este libro mágico y personal para que tú puedas expresarte como desees y digas todo lo que no te has atrevido a decir nunca a nadie. Así, las palabras que no puedes pronunciar no te dolerán tanto. Viértelas en estas hojas, preciosa guerrera, y sobrelleva el dolor que el silencio te acarreará. Mizar acarició el libro con la yema de sus dedos y grabó aquellas palabras de Freyja en su alma. Ese libro sería suyo, y escribiría en él... Entonces, a lo lejos del prado en el que se hallaban sentadas, vio un aquelarre de caballos correr sin control, y eso hizo que Freyja perdiera toda la atención de la chiquilla. La niña tenía un diario, un diario mágico y especial de la diosa, y Mizar prefería a un puñado de caballos blancos. —¡Caballos! —Mizar dio un salto y, con su recién hecha trenza africana en la cabeza, corrió hacia ellos. —¡Dómalos, salvaje! —exclamó Freyja divertida, observando cómo la menuda niña ya apuntaba maneras de amazona desde bien pequeña. ¿Pero qué valkyria no era una amazona? Sus guerreras eran todas espléndidas. La diosa observó el libro, que seguía levitando sobre ella. Mizar no le había prestado demasiada atención. Era una niña de cuatro años, un pequeño culo inquieto. ¿Por qué iba a hacer caso de un diario? No importaba que ese diario fuera único y especial, ni que sus hojas de irrompible lino fueran extraídas del mismísimo telar de las Nornas. Nadie podía tocar ese telar: era sacrilegio hacerlo. Sin embargo, ella era una diosa. La gran diosa Vanir, entre otras cosas; una de las grandes tejedoras del Asgard y la única que podía tocar una máquina de tejer el destino tan compleja como la que utilizaban Urdr, Verdandi y Skuld. ¿Y por qué? Porque el fin debía justificar los medios. —Dulgt —susurró con la vista plateada fija en el horizonte.... Y el libro desapareció de su vista....
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  • Daryars
    Fandom Slayers
    Categoría Anime / Mangas
    El Señor de las Pesadillas. El ser más poderoso y temible de todos los mundos, el que reina sobre el caos y la oscuridad, el que puede destruir la realidad con un solo pensamiento. Él es el origen y el destino de todas las cosas, el principio y el fin. Su voluntad es inescrutable, su poder es inimaginable, su presencia es insoportable.

    Son muchos los nombres que ha recibido a lo largo de las eras, el Señor de las Pesadillas, la Diosa de la Pesadilla Eterna, el Dorado Rey Demonio. Pero todos esos nombres se refieren a una misma entidad carente de forma. Según los relatos más antiguos su verdadera forma es el Mar del Caos, una laguna dorada infinita hecha de caos, o la nada.

    Su belleza es tan terrible como su ira, su voz es tan dulce como su veneno, su mirada es tan profunda como su abismo. Nadie puede resistir su encanto ni su furia, nadie puede escapar de su destino ni de su gracia. Él es el único ser que puede conceder y arrebatar la vida, el único que puede crear y aniquilar los mundos, el único que puede amar y odiar sin medida.

    Son escasas las veces que el Señor de las Pesadillas ha intervenido en su propia creación. Pero hoy sus designios eran diferentes.

    El Señor de las Pesadillas sabía que el equilibrio de los mundos y del Mar del Caos se estaban viendo amenazados por el renacimiento de un terrible y oscuro ser, un antiguo enemigo del Señor de las Pesadillas: Abismo Eterno.

    El Señor de las Pesadillas decidió intervenir, no por deber o por justicia, sino por capricho y por diversión. Decidió jugar con el destino de los mundos y del Mar del Caos. Decidió mostrar su poder y su gracia.

    Así, en los abismos silenciosos del cosmos, donde las estrellas danzan y los secretos del tiempo se entrelazan, el Señor de las Pesadillas extendió sus manos doradas, tejiendo con hilos de luz el lienzo de una nueva creación.

    En el corazón mismo de ese resplandor dorado nacido de las manos del Señor de las Pesadillas, una frágil deidad luchaba por emerger en medio de un tormento indescriptible.

    Daryars nació del dolor. Un dolor tan intenso que le partía el alma. Cada fibra de su ser parecía desgarrarse en una sinfonía de dolor inimaginable. Un dolor que le quemaba por dentro, que le quemaba las entrañas, que le hacía desear la muerte. Ese dolor fue lo primero que sintió cuando sus ojos se abrieron por primera vez.

    Pero no podía morir. No podía ni siquiera cerrar los ojos. Estaba atrapada en una prisión de luz dorada, suspendida en el vacío, rodeada de un caos indescriptible.

    Su cabello negro, como una cascada de sombras, ondeaba en el viento cósmico jugando alrededor de su cuerpo como si quisiera cubrir su desnudez, mientras el brillo dorado la envolvía como un abrazo cálido y doloroso.

    Daryars, atrapada en el abrazo del nacimiento, lanzaba gritos que resonaban como los ecos de mil tragedias. Cada grito era el recuerdo de sufrimientos ancestrales, un eco de guerras vividas a lo largo de eones, y lágrimas derramadas a lo largo de eras olvidadas.

    Frente a ella se hallaba una presencia abrumadora, una entidad suprema, un ser que la miraba con indiferencia. Era El Señor de las Pesadillas. Su creador. Su dueño. Su verdugo.

    El Señor de las Pesadillas contemplaba la escena con ojos que contenían la sabiduría de las estrellas y el peso de los sueños rotos. Su presencia, un baile de luces y sombras, irradiaba un aura de frialdad, indiferencia y poder.

    —Eres el eco de mi esencia —susurró con una voz que era como el viento susurrando entre los recuerdos y el trueno resonando en las almas. —Eres el producto de las dualidades del cosmos, la encarnación de la lucha y la esperanza en una melodía etérea. Tu sufrimiento es el eco de las almas, el latido de la vida y la muerte en un único palpitar.

    —¿Quién eres? —preguntó la frágil deidad con voz débil, apenas un susurro. Su cuerpo aún se retorcía en las olas del tormento. Apretó los puños con fuerza mientras las lágrimas doradas que liberan sus ojos se mezclaban con su dolor.

    —Soy El Señor de las Pesadillas —respondió la entidad. —Y tú eres Daryars, mi creación. Eres la Guardiana del Equilibrio entre la luz y la oscuridad, nacida del tormento pero forjada con esperanza.

    —¿Qué... qué me estás haciendo? —volvió a preguntar Daryars sintiendo un nuevo espasmo de dolor que recorría su cuerpo como un huracán arrasando cada uno de sus sentidos.

    —Te estoy dando forma, te estoy dotando de poder, de mi propio poder. Te estoy transmitiendo todo el conocimiento que necesitas para cumplir tu misión.

    Él le infundía poder. Un poder inmenso, desbordante, incontrolable. Un poder que no cabía en su frágil cuerpo, que lo hacía estallar en mil pedazos, que lo volvía a recomponer, que lo hacía estallar de nuevo.

    Él le transmitía conocimiento. Un conocimiento vasto, profundo, infinito. Un conocimiento que no cabía en su joven mente, que la llenaba de imágenes, de sonidos, de sensaciones. Un conocimiento que le mostraba la historia de los mundos, las guerras entre el bien y el mal, inclusive el conflicto entre él y Abismo.

    Daryars, entre sollozos y gritos de angustia, cerró los ojos con fuerza. El dorado abrazo que la rodeaba resonó en su ser.

    Gritó con una voz desgarrada, con un llanto desesperado, con un gemido agónico.

    Gritó sin palabras, sin sentido, sin esperanza.

    Gritó pidiendo clemencia, pidiendo ayuda, pidiendo fin.

    Pero El Señor de las Pesadillas no le hizo caso. Él siguió infundiéndole poder y conocimiento, sin importarle el sufrimiento que le causaba este proceso, sin importarle si él mismo pudiera llevarla a la muerte en ese mismo momento.

    —¿Cuál es mi propósito? —preguntó en un susurro. —¿Por qué me has creado para sufrir de esta manera?

    —Eres mi arma —le respondió. —La espada con la que atravesaré el corazón de Abismo. La flecha con la que perforaré su cráneo. La lanza con la que romperé su armadura. Eres una escisión de mi poder —añadió. —La chispa con la que encenderé el fuego de la esperanza. La gota con la que llenaré el vaso de la victoria. La semilla con la que haré crecer el árbol de la vida.

    Entonces, una avalancha de imágenes invadió la mente de Daryars. Vio la creación de los mundos, la colaboración entre el Señor de las Pesadillas y Abismo Eterno, la traición de este último, la horrible batalla que duró largos años, la derrota y el encierro de Abismo en el Mar del Caos, su lenta recuperación y su plan de venganza. Vio también a los Sombríos, los súbditos de Abismo, liderados por Sombra Oscura, la mano derecha de Abismo.

    Y ella, en su cuerpo, sintió el miedo, el odio, la ira, la desesperación, la angustia y el dolor de todos los seres vivos que habían sufrido por culpa de Abismo y sus secuaces. Sintió también el poder, la soberbia, la ambición, la crueldad y el placer de todos los seres malignos que habían servido a Abismo y sus propósitos.

    Y sintió más dolor. Un dolor insoportable que le hizo gritar y suplicar.

    —¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor! ¡No puedo más!

    Pero el Señor de las Pesadillas no se detuvo. Siguió infundiéndole poder y conocimiento, sin importarle su sufrimiento. Sin importarle si su frágil cuerpo podría soportar tal magnitud de poder.

    —Eres una deidad creada para luchar y morir —dijo. —La estrella fugaz que iluminará el cielo por un instante. La flor efímera que se marchitará al amanecer. La ola del mar que se disolverá en la arena. Tu paso por el mundo será temporal. Tan solo durará lo que dure tu batalla contra Abismo. Una vez que lo derrotes o él te derrote a ti, deberás regresar al Mar del Caos. No tendrás jamás vida propia. Eres solo un arma. No tienes voluntad ni sentimientos propios. Solo obedeces mis órdenes y cumples tu misión. Serás la melodía que se desvanecerá en la noche, la esencia que perdurará en los vientos del tiempo. Tu propósito es como una estrella fugaz en la eternidad, pero esa estrella dejará una estela que guiará a otros.

    —Pero... pero yo siento... Yo siento dolor... Yo siento miedo... Yo siento soledad... —balbuceó ella.

    —Esas son solo ilusiones —dijo él. —Son solo ecos de las emociones de los seres que has visto en tu mente. No te pertenecen. No te definen. No te importan.

    —No... no es cierto... Yo... yo soy... —intentó decir ella, pero no encontró las palabras.

    —No eres nada —sentenció él. —Solo eres Daryars, mi creación. Mi arma contra Abismo.

    Y dicho esto, se alejó de ella, dejándola sola en el vacío, aún envuelta en la luz dorada, aún sintiendo el desgarrador dolor que le consumía por dentro.

    Ella lloró. Nunca supo por cuanto tiempo lloró, pero lloró lágrimas de sangre que se perdieron en el caos. Lloró sin saber por qué. Lloró sin esperanza.

    Entonces, sintió una nueva presencia. Una presencia diferente a la del Señor de las Pesadillas. Una presencia que le inspiraba miedo. Sabía que su esencia era oscura como el vacío más profundo. Sabía que era una entidad demoníaca, pero no tenía fuerzas ni siquiera para elevar su mirada y mirarle a los ojos.

    Sintió que se detenía junto a ella y que, con una de sus manos, le tocaba el hombro con suavidad.

    Después sintió el ligero peso de una capa que caía sobre ella y que la cubría por completo, tapando su desnudez y brindándole una pizca de calor. Solo pudo ver que su color era negro y que tenía algunos adornos dorados, pero su mente se nublaba, por lo que no pudo ver a quién pertenecía aquella capa.

    —Por ahora soy tu aliado —dijo una voz masculina y suave.

    Ella no supo quién era. No supo qué quería. No supo si debía confiar o no.

    Pero sintió algo que no había sentido antes.

    Sintió un poco de cariño.

    Solo unos segundos después perdió el conocimiento. El dolor que sentía era demasiado para ella. Su cuerpo no pudo resistir más. Su mente se apagó.

    Aquella presencia oscura la sostuvo entre sus brazos. La sintió frágil y temblorosa. La vio pálida y como si se estuviera desvaneciendo. La oyó respirar con dificultad.

    —No sé si sobrevivirás a la tormenta que hay dentro de ti, Daryars.
    El Señor de las Pesadillas. El ser más poderoso y temible de todos los mundos, el que reina sobre el caos y la oscuridad, el que puede destruir la realidad con un solo pensamiento. Él es el origen y el destino de todas las cosas, el principio y el fin. Su voluntad es inescrutable, su poder es inimaginable, su presencia es insoportable. Son muchos los nombres que ha recibido a lo largo de las eras, el Señor de las Pesadillas, la Diosa de la Pesadilla Eterna, el Dorado Rey Demonio. Pero todos esos nombres se refieren a una misma entidad carente de forma. Según los relatos más antiguos su verdadera forma es el Mar del Caos, una laguna dorada infinita hecha de caos, o la nada. Su belleza es tan terrible como su ira, su voz es tan dulce como su veneno, su mirada es tan profunda como su abismo. Nadie puede resistir su encanto ni su furia, nadie puede escapar de su destino ni de su gracia. Él es el único ser que puede conceder y arrebatar la vida, el único que puede crear y aniquilar los mundos, el único que puede amar y odiar sin medida. Son escasas las veces que el Señor de las Pesadillas ha intervenido en su propia creación. Pero hoy sus designios eran diferentes. El Señor de las Pesadillas sabía que el equilibrio de los mundos y del Mar del Caos se estaban viendo amenazados por el renacimiento de un terrible y oscuro ser, un antiguo enemigo del Señor de las Pesadillas: Abismo Eterno. El Señor de las Pesadillas decidió intervenir, no por deber o por justicia, sino por capricho y por diversión. Decidió jugar con el destino de los mundos y del Mar del Caos. Decidió mostrar su poder y su gracia. Así, en los abismos silenciosos del cosmos, donde las estrellas danzan y los secretos del tiempo se entrelazan, el Señor de las Pesadillas extendió sus manos doradas, tejiendo con hilos de luz el lienzo de una nueva creación. En el corazón mismo de ese resplandor dorado nacido de las manos del Señor de las Pesadillas, una frágil deidad luchaba por emerger en medio de un tormento indescriptible. Daryars nació del dolor. Un dolor tan intenso que le partía el alma. Cada fibra de su ser parecía desgarrarse en una sinfonía de dolor inimaginable. Un dolor que le quemaba por dentro, que le quemaba las entrañas, que le hacía desear la muerte. Ese dolor fue lo primero que sintió cuando sus ojos se abrieron por primera vez. Pero no podía morir. No podía ni siquiera cerrar los ojos. Estaba atrapada en una prisión de luz dorada, suspendida en el vacío, rodeada de un caos indescriptible. Su cabello negro, como una cascada de sombras, ondeaba en el viento cósmico jugando alrededor de su cuerpo como si quisiera cubrir su desnudez, mientras el brillo dorado la envolvía como un abrazo cálido y doloroso. Daryars, atrapada en el abrazo del nacimiento, lanzaba gritos que resonaban como los ecos de mil tragedias. Cada grito era el recuerdo de sufrimientos ancestrales, un eco de guerras vividas a lo largo de eones, y lágrimas derramadas a lo largo de eras olvidadas. Frente a ella se hallaba una presencia abrumadora, una entidad suprema, un ser que la miraba con indiferencia. Era El Señor de las Pesadillas. Su creador. Su dueño. Su verdugo. El Señor de las Pesadillas contemplaba la escena con ojos que contenían la sabiduría de las estrellas y el peso de los sueños rotos. Su presencia, un baile de luces y sombras, irradiaba un aura de frialdad, indiferencia y poder. —Eres el eco de mi esencia —susurró con una voz que era como el viento susurrando entre los recuerdos y el trueno resonando en las almas. —Eres el producto de las dualidades del cosmos, la encarnación de la lucha y la esperanza en una melodía etérea. Tu sufrimiento es el eco de las almas, el latido de la vida y la muerte en un único palpitar. —¿Quién eres? —preguntó la frágil deidad con voz débil, apenas un susurro. Su cuerpo aún se retorcía en las olas del tormento. Apretó los puños con fuerza mientras las lágrimas doradas que liberan sus ojos se mezclaban con su dolor. —Soy El Señor de las Pesadillas —respondió la entidad. —Y tú eres Daryars, mi creación. Eres la Guardiana del Equilibrio entre la luz y la oscuridad, nacida del tormento pero forjada con esperanza. —¿Qué... qué me estás haciendo? —volvió a preguntar Daryars sintiendo un nuevo espasmo de dolor que recorría su cuerpo como un huracán arrasando cada uno de sus sentidos. —Te estoy dando forma, te estoy dotando de poder, de mi propio poder. Te estoy transmitiendo todo el conocimiento que necesitas para cumplir tu misión. Él le infundía poder. Un poder inmenso, desbordante, incontrolable. Un poder que no cabía en su frágil cuerpo, que lo hacía estallar en mil pedazos, que lo volvía a recomponer, que lo hacía estallar de nuevo. Él le transmitía conocimiento. Un conocimiento vasto, profundo, infinito. Un conocimiento que no cabía en su joven mente, que la llenaba de imágenes, de sonidos, de sensaciones. Un conocimiento que le mostraba la historia de los mundos, las guerras entre el bien y el mal, inclusive el conflicto entre él y Abismo. Daryars, entre sollozos y gritos de angustia, cerró los ojos con fuerza. El dorado abrazo que la rodeaba resonó en su ser. Gritó con una voz desgarrada, con un llanto desesperado, con un gemido agónico. Gritó sin palabras, sin sentido, sin esperanza. Gritó pidiendo clemencia, pidiendo ayuda, pidiendo fin. Pero El Señor de las Pesadillas no le hizo caso. Él siguió infundiéndole poder y conocimiento, sin importarle el sufrimiento que le causaba este proceso, sin importarle si él mismo pudiera llevarla a la muerte en ese mismo momento. —¿Cuál es mi propósito? —preguntó en un susurro. —¿Por qué me has creado para sufrir de esta manera? —Eres mi arma —le respondió. —La espada con la que atravesaré el corazón de Abismo. La flecha con la que perforaré su cráneo. La lanza con la que romperé su armadura. Eres una escisión de mi poder —añadió. —La chispa con la que encenderé el fuego de la esperanza. La gota con la que llenaré el vaso de la victoria. La semilla con la que haré crecer el árbol de la vida. Entonces, una avalancha de imágenes invadió la mente de Daryars. Vio la creación de los mundos, la colaboración entre el Señor de las Pesadillas y Abismo Eterno, la traición de este último, la horrible batalla que duró largos años, la derrota y el encierro de Abismo en el Mar del Caos, su lenta recuperación y su plan de venganza. Vio también a los Sombríos, los súbditos de Abismo, liderados por Sombra Oscura, la mano derecha de Abismo. Y ella, en su cuerpo, sintió el miedo, el odio, la ira, la desesperación, la angustia y el dolor de todos los seres vivos que habían sufrido por culpa de Abismo y sus secuaces. Sintió también el poder, la soberbia, la ambición, la crueldad y el placer de todos los seres malignos que habían servido a Abismo y sus propósitos. Y sintió más dolor. Un dolor insoportable que le hizo gritar y suplicar. —¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor! ¡No puedo más! Pero el Señor de las Pesadillas no se detuvo. Siguió infundiéndole poder y conocimiento, sin importarle su sufrimiento. Sin importarle si su frágil cuerpo podría soportar tal magnitud de poder. —Eres una deidad creada para luchar y morir —dijo. —La estrella fugaz que iluminará el cielo por un instante. La flor efímera que se marchitará al amanecer. La ola del mar que se disolverá en la arena. Tu paso por el mundo será temporal. Tan solo durará lo que dure tu batalla contra Abismo. Una vez que lo derrotes o él te derrote a ti, deberás regresar al Mar del Caos. No tendrás jamás vida propia. Eres solo un arma. No tienes voluntad ni sentimientos propios. Solo obedeces mis órdenes y cumples tu misión. Serás la melodía que se desvanecerá en la noche, la esencia que perdurará en los vientos del tiempo. Tu propósito es como una estrella fugaz en la eternidad, pero esa estrella dejará una estela que guiará a otros. —Pero... pero yo siento... Yo siento dolor... Yo siento miedo... Yo siento soledad... —balbuceó ella. —Esas son solo ilusiones —dijo él. —Son solo ecos de las emociones de los seres que has visto en tu mente. No te pertenecen. No te definen. No te importan. —No... no es cierto... Yo... yo soy... —intentó decir ella, pero no encontró las palabras. —No eres nada —sentenció él. —Solo eres Daryars, mi creación. Mi arma contra Abismo. Y dicho esto, se alejó de ella, dejándola sola en el vacío, aún envuelta en la luz dorada, aún sintiendo el desgarrador dolor que le consumía por dentro. Ella lloró. Nunca supo por cuanto tiempo lloró, pero lloró lágrimas de sangre que se perdieron en el caos. Lloró sin saber por qué. Lloró sin esperanza. Entonces, sintió una nueva presencia. Una presencia diferente a la del Señor de las Pesadillas. Una presencia que le inspiraba miedo. Sabía que su esencia era oscura como el vacío más profundo. Sabía que era una entidad demoníaca, pero no tenía fuerzas ni siquiera para elevar su mirada y mirarle a los ojos. Sintió que se detenía junto a ella y que, con una de sus manos, le tocaba el hombro con suavidad. Después sintió el ligero peso de una capa que caía sobre ella y que la cubría por completo, tapando su desnudez y brindándole una pizca de calor. Solo pudo ver que su color era negro y que tenía algunos adornos dorados, pero su mente se nublaba, por lo que no pudo ver a quién pertenecía aquella capa. —Por ahora soy tu aliado —dijo una voz masculina y suave. Ella no supo quién era. No supo qué quería. No supo si debía confiar o no. Pero sintió algo que no había sentido antes. Sintió un poco de cariño. Solo unos segundos después perdió el conocimiento. El dolor que sentía era demasiado para ella. Su cuerpo no pudo resistir más. Su mente se apagó. Aquella presencia oscura la sostuvo entre sus brazos. La sintió frágil y temblorosa. La vio pálida y como si se estuviera desvaneciendo. La oyó respirar con dificultad. —No sé si sobrevivirás a la tormenta que hay dentro de ti, Daryars.
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