• : “Motor y silencio”*

    El cielo del reino estaba quieto. Las nubes rosadas flotaban como algodones gigantes mientras el sol distante bañaba la pista suspendida en una luz cálida y dorada. No había truenos. No había rivales. Solo un viento suave que acariciaba la piel.

    Jett Wheeler estaba recostado cerca de su auto el Deora, con los brazos detrás de la cabeza, la sombrilla apoyada al costado, cerrada.

    —Hmh… Tranquilo, ¿eh? —murmuró, cerrando un ojo.

    Un ave atravesó el cielo lejano, y el único sonido era el leve *tic-tic* del motor enfriándose.

    Jett sonrió.

    —Sí… demasiado tranquilo.

    Se sentó de golpe, hizo crujir el cuello y luego se lanzó al asiento del piloto como si el mundo acabara de empezar a girar otra vez.

    —Vamos, Mirage. A ver si la pista nos extrañó.

    Y con un rugido limpio, el Deora encendió sus luces y aceleró hacia el horizonte celeste, dejando una estela brillante entre las nubes.
    🌅: “Motor y silencio”* El cielo del reino estaba quieto. Las nubes rosadas flotaban como algodones gigantes mientras el sol distante bañaba la pista suspendida en una luz cálida y dorada. No había truenos. No había rivales. Solo un viento suave que acariciaba la piel. Jett Wheeler estaba recostado cerca de su auto el Deora, con los brazos detrás de la cabeza, la sombrilla apoyada al costado, cerrada. —Hmh… Tranquilo, ¿eh? —murmuró, cerrando un ojo. Un ave atravesó el cielo lejano, y el único sonido era el leve *tic-tic* del motor enfriándose. Jett sonrió. —Sí… demasiado tranquilo. Se sentó de golpe, hizo crujir el cuello y luego se lanzó al asiento del piloto como si el mundo acabara de empezar a girar otra vez. —Vamos, Mirage. A ver si la pista nos extrañó. Y con un rugido limpio, el Deora encendió sus luces y aceleró hacia el horizonte celeste, dejando una estela brillante entre las nubes.
    Me gusta
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • El cartel de “cerrado” colgaba torcido sobre la puerta de cristal, reflejando la luz cálida del atardecer. Carmina echó la llave con un suspiro largo, ese que solo se suelta cuando el día por fin se rinde. La tienda de conveniencia estaba en silencio, salvo por el zumbido lejano de un refrigerador y el tenue golpeteo del reloj sobre la pared.

    Cruzó el pequeño pasillo trasero y se dejó caer en el sillón desfondado de la trastienda, ese que había heredado con el local y que se negaba a jubilarse. Se quitó los zapatos sin desatarse los cordones y estiró las piernas sobre una caja de refrescos sin abrir. En la mesita baja, junto a un vaso de agua tibia y un cenicero con una sola colilla, descansaba su libro a medio leer. No lo abrió.

    En vez de eso, cerró los ojos un momento y escuchó. El mundo afuera pasaba sin ella por primera vez en todo el día. El canto intermitente de un ave, el rugido suave de un motor distante, y el crujir de las vigas viejas que conocían bien el peso de su rutina.

    Por un instante, no era dueña ni empleada ni nada que tuviera que preocuparse por los inventarios o los clientes que preguntaban por cosas que no vendía. Solo era Carmina, con las mejillas aún tibias por el sol de la tarde, y un minuto de paz que no tenía precio.
    El cartel de “cerrado” colgaba torcido sobre la puerta de cristal, reflejando la luz cálida del atardecer. Carmina echó la llave con un suspiro largo, ese que solo se suelta cuando el día por fin se rinde. La tienda de conveniencia estaba en silencio, salvo por el zumbido lejano de un refrigerador y el tenue golpeteo del reloj sobre la pared. Cruzó el pequeño pasillo trasero y se dejó caer en el sillón desfondado de la trastienda, ese que había heredado con el local y que se negaba a jubilarse. Se quitó los zapatos sin desatarse los cordones y estiró las piernas sobre una caja de refrescos sin abrir. En la mesita baja, junto a un vaso de agua tibia y un cenicero con una sola colilla, descansaba su libro a medio leer. No lo abrió. En vez de eso, cerró los ojos un momento y escuchó. El mundo afuera pasaba sin ella por primera vez en todo el día. El canto intermitente de un ave, el rugido suave de un motor distante, y el crujir de las vigas viejas que conocían bien el peso de su rutina. Por un instante, no era dueña ni empleada ni nada que tuviera que preocuparse por los inventarios o los clientes que preguntaban por cosas que no vendía. Solo era Carmina, con las mejillas aún tibias por el sol de la tarde, y un minuto de paz que no tenía precio.
    Me gusta
    Me encocora
    8
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    NOTA OFF: tengo una gran pena con todos mis compañeros de rol he cometido un error borre las ventanas de conversación ( si culpa mía pensé que mantenían pero aquí veo que no ) les pido encarecidamente que manden de nuevo o solo saluden y empezar la verdad pido mil mil disculpas no era mi intención solo quería mantener los que ya tenia y tener algo de orden pero lo que hice fue que empeore las cosas XD ... porfis renueven sus ventanas así sea para saludar mil perdones
    NOTA OFF: tengo una gran pena con todos mis compañeros de rol he cometido un error borre las ventanas de conversación ( si culpa mía pensé que mantenían pero aquí veo que no ) les pido encarecidamente que manden de nuevo o solo saluden y empezar la verdad pido mil mil disculpas no era mi intención solo quería mantener los que ya tenia y tener algo de orden pero lo que hice fue que empeore las cosas XD ... porfis renueven sus ventanas así sea para saludar mil perdones :STK-12:
    Me entristece
    Me gusta
    6
    4 comentarios 0 compartidos
  • El abrazo de lo inexplicable
    Fandom OC, made in abyss
    Categoría Drama
    Rol con: [sinner_without_sin]

    La iglesia no tenía nombre para Nairis. En un país que no hablaba del Abismo, no tenía por qué tenerlo.

    Nairis había viajado sola, como siempre. El nombre del hombre le llegó a través de descripciones vagas, recogidas entre eruditos, curanderos y supersticiosos. “Un hombre que actúa solamente en nombre de Dios." "Parece conocer las sombras como si hubiera sido parte de ellas." "Lo inhumano no escapa de su agarre.".
    Eso fue suficiente.

    Esa tarde, la Cartógrafa del Silencio cruzó las puertas de la iglesia, con miradas posándose sobre ella. Se lo esperaba, sus pasos no emitían sonido alguno, su apariencia incitaba al misterio, su capa hondeaba con su caminar.
    Entre todo esto, vio al hombre del que había oído hablar, era una breve descripción, pero suficiente como para distinguirlo. Un hombre de pelo rojo, con rostro cuidado, como si la propia afrodita le hubiera otorgado esa belleza. Y sus ojos... Dos perlas azules color cielo, pero firmes, se podía sentir la sabiduría que emanaba con solo mirarlos.

    Nairis se mantuvo a unos metros, observándolo. Su silueta era inconfundible. La capa blanca parecía absorber los colores del entorno, volviéndose más oscura bajo la luz quebrada. Sus piernas, reforzadas con placas óseas y tendones artificiales, descansaban en tensión contenida, como si estuvieran listas para moverse al menor indicio de peligro. El silbato blanco, enroscado en su brazo como un fósil herido, latía silencioso con grietas viejas.

    El hombre parecía observarla con precaución, casi parecía juzgarla. Entonces la mujer alzó la voz.

    — Dicen que no hay ser que no conozcas o monstruo que escape de tu luz. — Su voz era suave, baja, la voz de quien había pasado entre el silencio y las sombras una gran parte de su vida.
    Rol con: [sinner_without_sin] La iglesia no tenía nombre para Nairis. En un país que no hablaba del Abismo, no tenía por qué tenerlo. Nairis había viajado sola, como siempre. El nombre del hombre le llegó a través de descripciones vagas, recogidas entre eruditos, curanderos y supersticiosos. “Un hombre que actúa solamente en nombre de Dios." "Parece conocer las sombras como si hubiera sido parte de ellas." "Lo inhumano no escapa de su agarre.". Eso fue suficiente. Esa tarde, la Cartógrafa del Silencio cruzó las puertas de la iglesia, con miradas posándose sobre ella. Se lo esperaba, sus pasos no emitían sonido alguno, su apariencia incitaba al misterio, su capa hondeaba con su caminar. Entre todo esto, vio al hombre del que había oído hablar, era una breve descripción, pero suficiente como para distinguirlo. Un hombre de pelo rojo, con rostro cuidado, como si la propia afrodita le hubiera otorgado esa belleza. Y sus ojos... Dos perlas azules color cielo, pero firmes, se podía sentir la sabiduría que emanaba con solo mirarlos. Nairis se mantuvo a unos metros, observándolo. Su silueta era inconfundible. La capa blanca parecía absorber los colores del entorno, volviéndose más oscura bajo la luz quebrada. Sus piernas, reforzadas con placas óseas y tendones artificiales, descansaban en tensión contenida, como si estuvieran listas para moverse al menor indicio de peligro. El silbato blanco, enroscado en su brazo como un fósil herido, latía silencioso con grietas viejas. El hombre parecía observarla con precaución, casi parecía juzgarla. Entonces la mujer alzó la voz. — Dicen que no hay ser que no conozcas o monstruo que escape de tu luz. — Su voz era suave, baja, la voz de quien había pasado entre el silencio y las sombras una gran parte de su vida.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me enjaja
    Me endiabla
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • El santo, la sombra y la flor
    Fandom Made in Abyss
    Categoría Aventura
    Rol con: [sinner_without_sin] [lunar_ruby_zebra_434]
    Continuación de: https://ficrol.com/posts/267383

    El ruido y la humedad de la taberna quedaron atrás, pero el sabor amargo del fracaso aún quemaba en la boca del hombre. No había conseguido negociar con Ozen, y la puerta se cerró tras él con un golpe seco. Con un suspiro resignado, caminó sin rumbo por las calles angostas y empedradas, pensando que tal vez sus planes de descender al Abismo terminaría antes de empezar. Su compañera peliverde lo seguía desde la distancia, pues se había tomado un momento en la taberna antes de irse.

    Al doblar una esquina, sus pasos frenaron de golpe, lo que le permitió a su compañera acercarse.

    Frente a ellos estaba ella.

    Una mujer alta, con el cabello negro azabache salpicado por una franja blanca que caía como una sombra partida, y unos ojos intensos que parecían mirar más allá de lo visible. No llevaba máscara, pero había en su rostro un silencio tan denso que parecía absorber el ruido de la ciudad.

    Enroscado en su brazo, el silbato blanco lucía desgastado, con grietas oscuras que parecían contar historias profundas.

    Su presencia era aún más imponente gracias al equipamiento que llevaba. Las placas óseas y tendones visibles en sus piernas, fusionadas con botas negras, otorgándole un aire inquietante y casi inhumano. La capa blanca, caía simétrica y elegante sobre sus hombros, mientras su bastón reposaba apoyado junto a ella, con su punta ósea afilada que reflejaba la poca luz del callejón. Colgando de su cuello, un cristal con centro hueco y tonalidad apagada, parecía guardar en silencio los secretos que nadie más podía escuchar.

    La cartógrafa del silencio.
    Rol con: [sinner_without_sin] [lunar_ruby_zebra_434] Continuación de: https://ficrol.com/posts/267383 El ruido y la humedad de la taberna quedaron atrás, pero el sabor amargo del fracaso aún quemaba en la boca del hombre. No había conseguido negociar con Ozen, y la puerta se cerró tras él con un golpe seco. Con un suspiro resignado, caminó sin rumbo por las calles angostas y empedradas, pensando que tal vez sus planes de descender al Abismo terminaría antes de empezar. Su compañera peliverde lo seguía desde la distancia, pues se había tomado un momento en la taberna antes de irse. Al doblar una esquina, sus pasos frenaron de golpe, lo que le permitió a su compañera acercarse. Frente a ellos estaba ella. Una mujer alta, con el cabello negro azabache salpicado por una franja blanca que caía como una sombra partida, y unos ojos intensos que parecían mirar más allá de lo visible. No llevaba máscara, pero había en su rostro un silencio tan denso que parecía absorber el ruido de la ciudad. Enroscado en su brazo, el silbato blanco lucía desgastado, con grietas oscuras que parecían contar historias profundas. Su presencia era aún más imponente gracias al equipamiento que llevaba. Las placas óseas y tendones visibles en sus piernas, fusionadas con botas negras, otorgándole un aire inquietante y casi inhumano. La capa blanca, caía simétrica y elegante sobre sus hombros, mientras su bastón reposaba apoyado junto a ella, con su punta ósea afilada que reflejaba la poca luz del callejón. Colgando de su cuello, un cristal con centro hueco y tonalidad apagada, parecía guardar en silencio los secretos que nadie más podía escuchar. La cartógrafa del silencio.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me endiabla
    3
    1 turno 0 maullidos
  • ❛❛Inmortal Afrodita, de trono engalanado.
    Hija de Urano, tejedora de engaños,
    te ruego: no me atormentes con penas ni angustias,
    ¡Oh señora, sino ven aquí!

    Como ya otras veces, atiende mi súplica,
    escucha mi voz desde lejos,
    y saliendo del palacio de tu padre
    Ven, con tu carro de oro,

    Enganchado por bellos gorriones
    que te traen veloces batiendo sus alas
    desde el cielo, por entre el éter,
    hasta la tierra oscura,

    y tú, dichosa, sonriente,
    me preguntaste qué me sucedía
    y por qué te llamaba otra vez,
    y qué deseaba más en mi corazón enloquecido:

    «¿A quién debo ahora persuadir
    para que se entregue a tu amor?
    ¿Quién, Safo, te hace daño?
    Pues si huye, pronto te seguirá,
    si no acepta tus dones, te los ofrecerá,
    si no te ama, pronto te amará,
    aunque no quiera.»

    Ven otra vez a mí, líbrame
    de mis penas angustiosas,
    y todo aquello que desea mi corazón,
    haz que se cumpla. ¡Sé tú mi aliada!❜❜

    𝐒𝐚𝐟𝐨 - "𝐇𝐢𝐦𝐧𝐨 𝐚 𝐀𝐟𝐫𝐨𝐝𝐢𝐭𝐚"
    ❛❛Inmortal Afrodita, de trono engalanado. Hija de Urano, tejedora de engaños, te ruego: no me atormentes con penas ni angustias, ¡Oh señora, sino ven aquí! Como ya otras veces, atiende mi súplica, escucha mi voz desde lejos, y saliendo del palacio de tu padre Ven, con tu carro de oro, Enganchado por bellos gorriones que te traen veloces batiendo sus alas desde el cielo, por entre el éter, hasta la tierra oscura, y tú, dichosa, sonriente, me preguntaste qué me sucedía y por qué te llamaba otra vez, y qué deseaba más en mi corazón enloquecido: «¿A quién debo ahora persuadir para que se entregue a tu amor? ¿Quién, Safo, te hace daño? Pues si huye, pronto te seguirá, si no acepta tus dones, te los ofrecerá, si no te ama, pronto te amará, aunque no quiera.» Ven otra vez a mí, líbrame de mis penas angustiosas, y todo aquello que desea mi corazón, haz que se cumpla. ¡Sé tú mi aliada!❜❜ 𝐒𝐚𝐟𝐨 - "𝐇𝐢𝐦𝐧𝐨 𝐚 𝐀𝐟𝐫𝐨𝐝𝐢𝐭𝐚"
    Me encocora
    Me gusta
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    #misiónDiariaLunes
    Patroclo y Aquiles siempre le habían recordado a él con Jacinto. Un amor trágico, destinado a acabar mal. En muerte. Eso, sin embargo, no impidió a Apolo posicionarse en contra de los griegos. Ni llenarles de plagas. Se habían burlado de uno de sus favoritos, y este sacerdote le había rogado su ayuda, así que no iba a negarse. Tampoco iba a olvidarse de que Aquiles había matado a Héctor, el cuál, según algunos mitos; era hijo suyo. Ni de cómo el Pélida había arrastrado su cadáver alrededor de la muralla de Troya, burlándose. Cómo intentaban destruir su muralla, esa que le había costado construir. Sí, la muralla había sido un castigo, pero eso no quitaba que se había esforzado. Aquiles podría recordarle a sí mismo, pero eso no le iba a librar de su destino.
    La venganza ya estaba lista. La suerte ya estaba echada. La profecía lo había dicho bien claro: el fin de Héctor significaría el fin de Aquiles. Así que Apolo tensó el arco que portaba Paris. Él se encargaría de guiar la flecha hacia el punto débil del rey de los mirmidones. Le había avisado de su destino, le había ordenado detenerse. Pero Aquiles era demasiado soberbio, se creía un dios. No quedó más remedio. Guió la flecha que atravesó por completo su talón, dándole fin al héroe. La sangre se derramó en las puertas de Troya, salpicando la muralla que piedra a piedra había elevado.
    Apolo acarició la cabeza de Paris felicitándole por su trabajo, trabajo que en realidad había hecho él. Pero eso no importaba en ese momento. Aquiles había muerto, había vengado al príncipe troyano. Miró el cuerpo del de los pies ligeros, viendo en el reflejo lo que quizá él podría ser. Alguien lleno de ira, de cabellos dorados y profunda mirada. Cerró los ojos y se retiró a otro lugar. En el fondo, le había hecho un favor al ahora héroe. Podría reunirse con su amante, al contrario que él. Él nunca volvería a reencontrarse con jacinto. Las flores que brotaban dónde aun quedaba vegetación, se lo recordaban todas y cada una de las veces.
    #misiónDiariaLunes Patroclo y Aquiles siempre le habían recordado a él con Jacinto. Un amor trágico, destinado a acabar mal. En muerte. Eso, sin embargo, no impidió a Apolo posicionarse en contra de los griegos. Ni llenarles de plagas. Se habían burlado de uno de sus favoritos, y este sacerdote le había rogado su ayuda, así que no iba a negarse. Tampoco iba a olvidarse de que Aquiles había matado a Héctor, el cuál, según algunos mitos; era hijo suyo. Ni de cómo el Pélida había arrastrado su cadáver alrededor de la muralla de Troya, burlándose. Cómo intentaban destruir su muralla, esa que le había costado construir. Sí, la muralla había sido un castigo, pero eso no quitaba que se había esforzado. Aquiles podría recordarle a sí mismo, pero eso no le iba a librar de su destino. La venganza ya estaba lista. La suerte ya estaba echada. La profecía lo había dicho bien claro: el fin de Héctor significaría el fin de Aquiles. Así que Apolo tensó el arco que portaba Paris. Él se encargaría de guiar la flecha hacia el punto débil del rey de los mirmidones. Le había avisado de su destino, le había ordenado detenerse. Pero Aquiles era demasiado soberbio, se creía un dios. No quedó más remedio. Guió la flecha que atravesó por completo su talón, dándole fin al héroe. La sangre se derramó en las puertas de Troya, salpicando la muralla que piedra a piedra había elevado. Apolo acarició la cabeza de Paris felicitándole por su trabajo, trabajo que en realidad había hecho él. Pero eso no importaba en ese momento. Aquiles había muerto, había vengado al príncipe troyano. Miró el cuerpo del de los pies ligeros, viendo en el reflejo lo que quizá él podría ser. Alguien lleno de ira, de cabellos dorados y profunda mirada. Cerró los ojos y se retiró a otro lugar. En el fondo, le había hecho un favor al ahora héroe. Podría reunirse con su amante, al contrario que él. Él nunca volvería a reencontrarse con jacinto. Las flores que brotaban dónde aun quedaba vegetación, se lo recordaban todas y cada una de las veces.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    //Ya se me hizó tarde. Mañana si responderé comentarios y mensajes. Mil perdones, no los he olvidado, cuidense.
    //Ya se me hizó tarde. Mañana si responderé comentarios y mensajes. Mil perdones, no los he olvidado, cuidense.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • Soy un libro blanco que va perdiendo sus letras, frases y oraciones, que anhela que no abandones mi olvides."

    Está fastidiado de su cabello, de su día tan ocupado.*
    Soy un libro blanco que va perdiendo sus letras, frases y oraciones, que anhela que no abandones mi olvides." Está fastidiado de su cabello, de su día tan ocupado.*
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Él fue alguna vez el más buscado entre los inmortales. Reyes y mendigos rogaban por sus dones, poetas lloraban por un segundo de su inspiración. Pero el mundo cambió. La humanidad dejó de soñar. El miedo, la prisa y el ruido apagaron los susurros del mundo onírico.

    Ahora, Morfeo sólo existe por costumbre. Sus manos aún saben crear sueños, pero no tienen destino. A veces lanza uno al viento, como una botella en el mar. Tal vez alguien lo encuentre dormido en un tren, en un hospital, en un rincón de la tristeza.

    Y sin embargo, no sufre. Su soledad es su templo. Él camina entre sus propias creaciones como un pintor olvidado en su museo. Habla con figuras que no le responden. Se ríe a veces de sueños absurdos que ya nadie verá.
    Él fue alguna vez el más buscado entre los inmortales. Reyes y mendigos rogaban por sus dones, poetas lloraban por un segundo de su inspiración. Pero el mundo cambió. La humanidad dejó de soñar. El miedo, la prisa y el ruido apagaron los susurros del mundo onírico. Ahora, Morfeo sólo existe por costumbre. Sus manos aún saben crear sueños, pero no tienen destino. A veces lanza uno al viento, como una botella en el mar. Tal vez alguien lo encuentre dormido en un tren, en un hospital, en un rincón de la tristeza. Y sin embargo, no sufre. Su soledad es su templo. Él camina entre sus propias creaciones como un pintor olvidado en su museo. Habla con figuras que no le responden. Se ríe a veces de sueños absurdos que ya nadie verá.
    Me entristece
    Me gusta
    5
    0 comentarios 0 compartidos
Ver más resultados
Patrocinados