"Eres un dolor en el culo, Kieran".
El hórrido chirrido de la reja aniquiló al silencio. El letrero de "Prohibido el paso", tan viejo y oxidado que lo hace sonar más a chiste que a advertencia, le da la bienvenida una vez más, iluminado por la danzante llama de la antorcha.
"Lo haces a propósito, ¿verdad?"
El vigilante que le dio acceso refunfuñó. ¿Tener que despertar a mitad de la noche, salir a la lluvia y el frío, para abrir la maldita puerta que daba al abismo? Sí, un dolor en todos lados. En el que mencionó él, sobre todo.
"Sólo lo haces para joder. Admítelo. ¿A qué carajo sigues viniendo? ¡Ella no responde! ¡Es un puto vegetal! Si la visitas ahora, es para romper las bolas".
Un suspiro, uno que no se atrevió a producir un ruido muy alto. ¿Era de resignación? ¿Tristeza? ¿Una sardónica risa, carente de alegría? Quizás todo al mismo tiempo.
Ya estaba bajando por las sinuosas, accidentadas pendientes, brechas y laberínticos pasajes de esa mina abandonada, ahora poblada por nada más que la oscuridad y el silencio.
Silencio, sí. Espeluznantemente profundo.
Espeluznante, pues, ¿cómo podía una prisión ser tan silenciosa? Es que de mina ya no tenía nada: Los "incómodos" encontraban ahí un hogar en forma de celda, una celda en forma de infierno.
Los incómodos que eran, ahora, silenciosos, pero no por voluntad propia. ¿Alguien estaría tan desquiciado para guardar silencio ahí?
...Sí. Sí había alguien. Alguien que no había sido silenciada, porque falta no hizo.
—Hola.
El sonido de una voz humana, en la profundidad de esa penumbra, era tan extraño que sonaba como a un ruido de otro planeta, algo que no pertenecía ahí.
—¿Cómo te sientes? ¿Has comido bien?
El visitante cerró el paraguas, sacudió sus cabellos, después secó sus gafas con un pañuelo. Uno que le había sido regalado años atrás, por quien había venido a visitar.
—Esta es tu... ¿onceava Navidad aquí? Vuela el tiempo, ¿no?
¿Había respuesta?
No. Nunca la había. No podía haberla.
¿Por qué, entonces, seguía hablando? ¿Por qué descender a las profundidades de este abismo, si sólo iba a obtener silencio a cambio?
—Toma.
La mano entró entre los barrotes y dejó, en el suelo, otra caja pequeña, envuelta en papel colorido, sellada por un listón. Otra caja, once eran ya. Las diez anteriores, llenas de polvo, deterioradas por la humedad del lugar, aún selladas. La onceava a ser ignorada, a recibir silencio a cambio de sus colores.
Y, en el fondo de la celda, apenas visible, una silueta.
Sentada contra la roca estaba ella, meciéndose adelante y atrás, en un vaivén eterno. Sus pupilas, expandidas hasta la grotesca deformidad, sus maltrechas uñas carocomiendo. ¿Había perdido aún más peso? ¿Le había crecido el cabello? Ojalá no estuviera tan oscuro.
Porque la antocha sólo le alcanzaba para unas líneas difusas que dibujaban los contornos de lo que alguna vez fue el rostro que sabía sonreír mejor que nadie. Sonreír de manera tan radiante, que... que si pudiera hacerlo una, sólo una vez más...
—...
No.
¿Qué caso tenía pensar en milagros?
—Feliz Navidad, Kyrie.
"Eres un dolor en el culo, Kieran".
El hórrido chirrido de la reja aniquiló al silencio. El letrero de "Prohibido el paso", tan viejo y oxidado que lo hace sonar más a chiste que a advertencia, le da la bienvenida una vez más, iluminado por la danzante llama de la antorcha.
"Lo haces a propósito, ¿verdad?"
El vigilante que le dio acceso refunfuñó. ¿Tener que despertar a mitad de la noche, salir a la lluvia y el frío, para abrir la maldita puerta que daba al abismo? Sí, un dolor en todos lados. En el que mencionó él, sobre todo.
"Sólo lo haces para joder. Admítelo. ¿A qué carajo sigues viniendo? ¡Ella no responde! ¡Es un puto vegetal! Si la visitas ahora, es para romper las bolas".
Un suspiro, uno que no se atrevió a producir un ruido muy alto. ¿Era de resignación? ¿Tristeza? ¿Una sardónica risa, carente de alegría? Quizás todo al mismo tiempo.
Ya estaba bajando por las sinuosas, accidentadas pendientes, brechas y laberínticos pasajes de esa mina abandonada, ahora poblada por nada más que la oscuridad y el silencio.
Silencio, sí. Espeluznantemente profundo.
Espeluznante, pues, ¿cómo podía una prisión ser tan silenciosa? Es que de mina ya no tenía nada: Los "incómodos" encontraban ahí un hogar en forma de celda, una celda en forma de infierno.
Los incómodos que eran, ahora, silenciosos, pero no por voluntad propia. ¿Alguien estaría tan desquiciado para guardar silencio ahí?
...Sí. Sí había alguien. Alguien que no había sido silenciada, porque falta no hizo.
—Hola.
El sonido de una voz humana, en la profundidad de esa penumbra, era tan extraño que sonaba como a un ruido de otro planeta, algo que no pertenecía ahí.
—¿Cómo te sientes? ¿Has comido bien?
El visitante cerró el paraguas, sacudió sus cabellos, después secó sus gafas con un pañuelo. Uno que le había sido regalado años atrás, por quien había venido a visitar.
—Esta es tu... ¿onceava Navidad aquí? Vuela el tiempo, ¿no?
¿Había respuesta?
No. Nunca la había. No podía haberla.
¿Por qué, entonces, seguía hablando? ¿Por qué descender a las profundidades de este abismo, si sólo iba a obtener silencio a cambio?
—Toma.
La mano entró entre los barrotes y dejó, en el suelo, otra caja pequeña, envuelta en papel colorido, sellada por un listón. Otra caja, once eran ya. Las diez anteriores, llenas de polvo, deterioradas por la humedad del lugar, aún selladas. La onceava a ser ignorada, a recibir silencio a cambio de sus colores.
Y, en el fondo de la celda, apenas visible, una silueta.
Sentada contra la roca estaba ella, meciéndose adelante y atrás, en un vaivén eterno. Sus pupilas, expandidas hasta la grotesca deformidad, sus maltrechas uñas carocomiendo. ¿Había perdido aún más peso? ¿Le había crecido el cabello? Ojalá no estuviera tan oscuro.
Porque la antocha sólo le alcanzaba para unas líneas difusas que dibujaban los contornos de lo que alguna vez fue el rostro que sabía sonreír mejor que nadie. Sonreír de manera tan radiante, que... que si pudiera hacerlo una, sólo una vez más...
—...
No.
¿Qué caso tenía pensar en milagros?
—Feliz Navidad, Kyrie.