• 𝐒𝐚𝐜𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚𝐬 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐚𝐧̃𝐚𝐬 𝑫𝑬𝑳 𝑭𝑼𝑬𝑮𝑶.
    Fandom DMC
    Categoría Otros
    Dante estaba al teléfono con una preocupación importante que se dibujaba en su cara.

    —Eh, chaval, déjate de hacerte el héroe, ahora mismo voy par-

    Y la llamada se colgó dejando al hombre de níveos cabellos mirando a la nada, y apretando la mandíbula con fuerza.

    Iba a tener que coger la maldita moto, ir de maldito viaje hasta Fortuna, y sacarle las malditas castañas del fuego al maldito crío.

    — ¡MALDITO CRIO!

    Soltó mirando al techo de su despacho, estaba preocupado por su sobrino Nero, y también por su acompañante Nico, aquella llamada se había colgado justo cuando le estaba contando algo demasiado importante.

    Dante se puso en pie ya dispuesto a salir del despacho cuando sonó de nuevo aquel arcaico teléfono.

    — ¡CHAVAL! OYE NI SE TE OCURR- Oh... Disculpe, Devil May Cry ¿En qué podemos ayudarle?

    No, la llamada no había sido de su sobrino si no de alguien que necesitaba los servicios de Dante, y casi con la misma urgencia que Nero necesitaba a su tío cerca.
    Dante estaba al teléfono con una preocupación importante que se dibujaba en su cara. —Eh, chaval, déjate de hacerte el héroe, ahora mismo voy par- Y la llamada se colgó dejando al hombre de níveos cabellos mirando a la nada, y apretando la mandíbula con fuerza. Iba a tener que coger la maldita moto, ir de maldito viaje hasta Fortuna, y sacarle las malditas castañas del fuego al maldito crío. — ¡MALDITO CRIO! Soltó mirando al techo de su despacho, estaba preocupado por su sobrino Nero, y también por su acompañante Nico, aquella llamada se había colgado justo cuando le estaba contando algo demasiado importante. Dante se puso en pie ya dispuesto a salir del despacho cuando sonó de nuevo aquel arcaico teléfono. — ¡CHAVAL! OYE NI SE TE OCURR- Oh... Disculpe, Devil May Cry ¿En qué podemos ayudarle? No, la llamada no había sido de su sobrino si no de alguien que necesitaba los servicios de Dante, y casi con la misma urgencia que Nero necesitaba a su tío cerca.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Oscorp Industries — Comunicado de Cierre de Año


    Las luces del edificio siguen encendidas más de lo habitual. Última semana de diciembre. Angie revisa el texto una vez más antes de autorizarlo. No lo escribe para emocionar. Lo escribe para que suene correcto.

    Correcto es sobrevivir otro año.

    En Oscorp Industries creemos que el progreso no se mide únicamente en avances tecnológicos, sino en la confianza que se construye día a día.

    Este año nos enfrentó a cambios, desafíos y preguntas necesarias. Gracias a nuestros colaboradores, socios y equipos de trabajo, seguimos avanzando con la convicción de que la innovación responsable es el único camino hacia el futuro.

    Agradecemos la confianza depositada en nosotros y reafirmamos nuestro compromiso con el desarrollo, la precisión y la continuidad.

    Oscorp Industries.
    Construyendo el mañana.
    Angie guarda silencio unos segundos antes de enviar.

    Luego murmura, solo para sí:

    —Y ocultando lo suficiente del hoy.

    Hace clic.
    El mensaje se publica.
    Nadie nota la ironía.
    Eso significa que está bien hecho.
    Oscorp Industries — Comunicado de Cierre de Año Las luces del edificio siguen encendidas más de lo habitual. Última semana de diciembre. Angie revisa el texto una vez más antes de autorizarlo. No lo escribe para emocionar. Lo escribe para que suene correcto. Correcto es sobrevivir otro año. En Oscorp Industries creemos que el progreso no se mide únicamente en avances tecnológicos, sino en la confianza que se construye día a día. Este año nos enfrentó a cambios, desafíos y preguntas necesarias. Gracias a nuestros colaboradores, socios y equipos de trabajo, seguimos avanzando con la convicción de que la innovación responsable es el único camino hacia el futuro. Agradecemos la confianza depositada en nosotros y reafirmamos nuestro compromiso con el desarrollo, la precisión y la continuidad. Oscorp Industries. Construyendo el mañana. Angie guarda silencio unos segundos antes de enviar. Luego murmura, solo para sí: —Y ocultando lo suficiente del hoy. Hace clic. El mensaje se publica. Nadie nota la ironía. Eso significa que está bien hecho.
    Me gusta
    Me encocora
    Me endiabla
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Los muertos no van al calabozo
    Fandom Mercenaries
    Categoría Fantasía
    «La caravana avanzaba lentamente por el Camino del Cuervo, una cinta de barro y piedras entre bosques cada vez más densos. El viaje desde Farendel había sido largo, y la promesa de llegar al Paso del Halcón antes del anochecer animaba a los exhaustos mercaderes. Pero al doblar un recodo flanqueado por robles centenarios, la esperanza se desvaneció.

    Un derrumbe colosal bloqueaba el paso: troncos seculares, desgajados por una tormenta reciente o por manos deliberadas, yacían como huesos gigantes entre rocas desprendidas de la ladera. No había forma de rodearlo: a la izquierda, un desnivel abrupto hacia el río Grito del Lobo; a la derecha, la montaña se alzaba impenetrable. El camino estaba sellado.

    Mientras los carreteros maldecían y los guardias examinaban el desastre con miradas preocupadas, alguien debió notar el silencio.
    Los pájaros habían dejado de cantar.
    El viento parecía contener la respiración.
    Y en lo alto, entre las sombras de las rocas, algo se movió.

    No fue un derrumbe natural, advirtió el capitán de la guardia, pues al acercarse, notó que los troncos tenían muescas de corte con hacha. Escuchó crujir de ramas en los matorrales a los costados del camino y rápidamente lo descifró.

    «¡Es una emboscada!» —rugió el capitán de la guardia, pero sus palabras fueron ahogadas por el silbido de las primeras flechas, que llegaban no desde el frente, sino desde las copas de los árboles y las grietas de la montaña.

    «Las primeras flechas cayeron como avispas de muerte.
    Tres guardias cayeron al instante, uno con un gruñido seco, otro ahogándose en su propia sangre, el tercero en silencio, con los ojos muy abiertos mirando un cielo que ya no vería. Sus armaduras de cuero no fueron rival para los virotes que llegaron desde las sombras altas, disparados con precisión de cazador.

    El caos estalló en segundos.
    Mercaderes gritando, mulas pateando, carromatos chocando entre sí en el desesperado intento de girar en un espacio que no existía. El capitán de la guardia rugía órdenes que nadie escuchaba, formando una línea tambaleante con escudos alzados hacia los riscos. Pero el verdadero peligro no venía de arriba.

    De los matorrales espesos que flanqueaban el camino, surgieron las siluetas.
    No con estruendo, sino con el sigilo de lobos que ya han acorralado a su presa. Eran Los Susurros Helados, emergiendo uno a uno, sus ropas oscuras y remendadas con pieles de animales extraños, sus caras cubiertas con máscaras de tela y hueso. En sus manos brillaban hachas cortas, cuchillos de hoja ancha y mazas con púas oxidadas. Avanzaban sin prisa, cerrando el cerco.

    No hubieron demandas. Ni advertencias. Solo el ataque.
    Un joven aprendiz de mercader intentó correr y un bandido le abrió la espalda de un tajo. Una mujer se arrodilló suplicando, y recibió un golpe en la cabeza que la dejó tendida e inmóvil. Los guardias restantes luchaban con desesperación, pero por cada bandido que caía, dos más salían de la maleza.

    «La caravana avanzaba lentamente por el Camino del Cuervo, una cinta de barro y piedras entre bosques cada vez más densos. El viaje desde Farendel había sido largo, y la promesa de llegar al Paso del Halcón antes del anochecer animaba a los exhaustos mercaderes. Pero al doblar un recodo flanqueado por robles centenarios, la esperanza se desvaneció. Un derrumbe colosal bloqueaba el paso: troncos seculares, desgajados por una tormenta reciente o por manos deliberadas, yacían como huesos gigantes entre rocas desprendidas de la ladera. No había forma de rodearlo: a la izquierda, un desnivel abrupto hacia el río Grito del Lobo; a la derecha, la montaña se alzaba impenetrable. El camino estaba sellado. Mientras los carreteros maldecían y los guardias examinaban el desastre con miradas preocupadas, alguien debió notar el silencio. Los pájaros habían dejado de cantar. El viento parecía contener la respiración. Y en lo alto, entre las sombras de las rocas, algo se movió. No fue un derrumbe natural, advirtió el capitán de la guardia, pues al acercarse, notó que los troncos tenían muescas de corte con hacha. Escuchó crujir de ramas en los matorrales a los costados del camino y rápidamente lo descifró. «¡Es una emboscada!» —rugió el capitán de la guardia, pero sus palabras fueron ahogadas por el silbido de las primeras flechas, que llegaban no desde el frente, sino desde las copas de los árboles y las grietas de la montaña. «Las primeras flechas cayeron como avispas de muerte. Tres guardias cayeron al instante, uno con un gruñido seco, otro ahogándose en su propia sangre, el tercero en silencio, con los ojos muy abiertos mirando un cielo que ya no vería. Sus armaduras de cuero no fueron rival para los virotes que llegaron desde las sombras altas, disparados con precisión de cazador. El caos estalló en segundos. Mercaderes gritando, mulas pateando, carromatos chocando entre sí en el desesperado intento de girar en un espacio que no existía. El capitán de la guardia rugía órdenes que nadie escuchaba, formando una línea tambaleante con escudos alzados hacia los riscos. Pero el verdadero peligro no venía de arriba. De los matorrales espesos que flanqueaban el camino, surgieron las siluetas. No con estruendo, sino con el sigilo de lobos que ya han acorralado a su presa. Eran Los Susurros Helados, emergiendo uno a uno, sus ropas oscuras y remendadas con pieles de animales extraños, sus caras cubiertas con máscaras de tela y hueso. En sus manos brillaban hachas cortas, cuchillos de hoja ancha y mazas con púas oxidadas. Avanzaban sin prisa, cerrando el cerco. No hubieron demandas. Ni advertencias. Solo el ataque. Un joven aprendiz de mercader intentó correr y un bandido le abrió la espalda de un tajo. Una mujer se arrodilló suplicando, y recibió un golpe en la cabeza que la dejó tendida e inmóvil. Los guardias restantes luchaban con desesperación, pero por cada bandido que caía, dos más salían de la maleza.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    1
    1 turno 0 maullidos
  • Cirene se adentró una última vez en el estanque que había sido su hogar durante siglos, y el agua la recibió como siempre: tibia, luminosa, vivita.

    Cada paso suyo despertaba círculos de luz que se expandían en la superficie, como si el estanque recordara su nombre.

    El aire tambien estaba impregnado de magia antigua, con el perfume suave de flores acuáticas que solo florecían bajo la luna y el murmullo constante de un canto invisible de hadas y espirtus buenos.

    A su llamado, las criaturas comenzaron a emerger; pequeños espíritus de agua asomaron entre los nenúfares, con cuerpos translúcidos y ojitos brillantes como estrellas recién nacidas. Peces alados saltaron en arcos perfectos, dejando estelas de polvo azul en el aire antes de volver al agua. Desde las rocas cubiertas de musgo, salamandras de jade se deslizaron lentamente, calentando el ambiente con su respiración suave, mientras diminutas hadas de pétalos descendían desde los árboles, sus alas tintineando como campanitas de cristal.

    El estanque entero parecía escuchar: las raíces de los sauces antiguos se estremecieron bajo el agua, y una tortuga colosal cubierta de líquenes luminosos abrió un ojo sabio, reflejando en su pupila siglos de memorias compartidas. Incluso las piedras del fondo, redondeadas por el tiempo, brillaron tenuemente, como si guardaran fragmentos del alma de Cirene.

    Ella avanzó hasta el centro, donde la magia era más densa, y se sumergió hasta la cintura. El agua abrazó su silueta con cariño, elevando su cabello en suaves ondas plateadas.

    ── Hay algo que tengo que contarles… dejaré este lugar para viajar con mi ser amado.

    Un murmullo recorrió el estanque, una vibración dulce y triste a la vez. Las criaturas se acercaron más, formando un círculo protector a su alrededor.

    ── Este edén pasará a ser propiedad de ustedes...

    Continuó, su voz clara.

    ── ... y durará tanto como ustedes lo amen y lo cuiden. Espero que, cuando vuelva, este lugar tenga más vida de la que tiene ahora…

    Cirene extendió las manos y del agua brotaron flores de luz, abriéndose una a una, sembrando el estanque con nuevos colores. La magia se elevó en espirales suaves, como si el mismo mundo respondiera a su deseo.


    ── ¿Lo prometen?

    Las criaturas respondieron a su manera.
    Las hadas alzaron el vuelo, trazando símbolos antiguos en el aire. Los espíritus de agua se entrelazaron, formando una corriente luminosa que rodeó a Cirene en señal de juramento. La tortuga ancestral inclinó lentamente la cabeza, y desde el fondo del estanque surgió un pulso de luz cálida, firme, eterno.

    No hubo palabras, pero la promesa quedó sellada.

    El estanque brilló con más fuerza que nunca, como un corazón latiendo con esperanza, aguardando paciente el día en que Cirene regresara… y encontrara un hogar aún más vivo, aún más amado, de lo que jamás fue.
    Cirene se adentró una última vez en el estanque que había sido su hogar durante siglos, y el agua la recibió como siempre: tibia, luminosa, vivita. Cada paso suyo despertaba círculos de luz que se expandían en la superficie, como si el estanque recordara su nombre. El aire tambien estaba impregnado de magia antigua, con el perfume suave de flores acuáticas que solo florecían bajo la luna y el murmullo constante de un canto invisible de hadas y espirtus buenos. A su llamado, las criaturas comenzaron a emerger; pequeños espíritus de agua asomaron entre los nenúfares, con cuerpos translúcidos y ojitos brillantes como estrellas recién nacidas. Peces alados saltaron en arcos perfectos, dejando estelas de polvo azul en el aire antes de volver al agua. Desde las rocas cubiertas de musgo, salamandras de jade se deslizaron lentamente, calentando el ambiente con su respiración suave, mientras diminutas hadas de pétalos descendían desde los árboles, sus alas tintineando como campanitas de cristal. El estanque entero parecía escuchar: las raíces de los sauces antiguos se estremecieron bajo el agua, y una tortuga colosal cubierta de líquenes luminosos abrió un ojo sabio, reflejando en su pupila siglos de memorias compartidas. Incluso las piedras del fondo, redondeadas por el tiempo, brillaron tenuemente, como si guardaran fragmentos del alma de Cirene. Ella avanzó hasta el centro, donde la magia era más densa, y se sumergió hasta la cintura. El agua abrazó su silueta con cariño, elevando su cabello en suaves ondas plateadas. ── Hay algo que tengo que contarles… dejaré este lugar para viajar con mi ser amado. Un murmullo recorrió el estanque, una vibración dulce y triste a la vez. Las criaturas se acercaron más, formando un círculo protector a su alrededor. ── Este edén pasará a ser propiedad de ustedes... Continuó, su voz clara. ── ... y durará tanto como ustedes lo amen y lo cuiden. Espero que, cuando vuelva, este lugar tenga más vida de la que tiene ahora… Cirene extendió las manos y del agua brotaron flores de luz, abriéndose una a una, sembrando el estanque con nuevos colores. La magia se elevó en espirales suaves, como si el mismo mundo respondiera a su deseo. ── ¿Lo prometen? Las criaturas respondieron a su manera. Las hadas alzaron el vuelo, trazando símbolos antiguos en el aire. Los espíritus de agua se entrelazaron, formando una corriente luminosa que rodeó a Cirene en señal de juramento. La tortuga ancestral inclinó lentamente la cabeza, y desde el fondo del estanque surgió un pulso de luz cálida, firme, eterno. No hubo palabras, pero la promesa quedó sellada. El estanque brilló con más fuerza que nunca, como un corazón latiendo con esperanza, aguardando paciente el día en que Cirene regresara… y encontrara un hogar aún más vivo, aún más amado, de lo que jamás fue.
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Unos conceptos para un fan comic, Realmente estos diseños los deseche en una etapa avanzada para ir por un estilo mas chibi
    Unos conceptos para un fan comic, Realmente estos diseños los deseche en una etapa avanzada para ir por un estilo mas chibi
    Me gusta
    1
    0 comentarios 0 compartidos
  • Kagehiro tenía un patrón de comportamiento tan constante que rozaba lo inevitable: hacía las cosas sin avisar. No pedía opinión, no anunciaba intenciones. Simplemente gastaba el dinero, invertía, tomaba decisiones; y solo cuando todo estaba terminado (cuando ya no había vuelta atrás~) lo compartía con los demás, como quien deja detalles para aquellos que se detienen y observan.

    En Navidad le regaló a Itsuki una llave.
    Una llave insulsa, simplona y jodida, no le explicó de qué era ni para qué servía. Solo le dijo que debía llevarla siempre consigo. *siempre*

    Luego un dia despues lo llamó, le dijo que necesitaba ayuda con algunas decisiones creativas, aunque no dio más detalles. Nunca los daba.

    Pasó por el en su cómodo carrito, ya habia vendido los deportivos y los otros autos que le habian obsequiado, los odiaba, eran grandes, llamaban la atención y aparentaban cosas que él no queria demostrar.

    Cuando Itsuki subio al auto, en sigilo se aseguró de que llevara la llave durante el viaje.

    Hicieron una breve parada en un conbini para comprar algo de comer, y luego tomaron la carretera. Veinte minutos de trayecto. Ni más, ni menos.

    El destino era un pueblo vecino en Chiba; no el centro, no lo turístico. Estaba en la orilla, cerca del santuario de Awa, con el mar observándolo todo desde la distancia, como un testigo discreto.

    Kagehiro no dijo nada durante el camino. El carrito avanzaba con ese silencio cómodo que solo existe cuando no es necesario llenar el aire con palabras y la radio avisando del clima y otras noticias.

    Al llegar, se detuvo frente a una casa tradicional de dos pisos. Aparcó. Apagó el motor. Bajó primero y ayudó a Itsuki a bajar después.
    Luego se colocó frente a la puerta, llamando su atención con un gesto leve, casi tímido, para que lo siguiera.
    Palpó sus bolsillos.
    Se detuvo.
    Entonces lo miró.
    —Es verdad —
    dijo, como si acabara de recordar algo importante
    —Tú tienes la llave de nuestra casa. —
    No hubo discurso.
    No hubo confesiones elaboradas ni promesas solemnes.

    La sorpresa estaba ahí, completa y desnuda: no solo estaba de acuerdo con vivir juntos… ya lo había hecho.
    ¿Y si Itsuki no quería?
    Pues...Kagehiro sabía seguir solo. Siempre..

    Itsuki
    Kagehiro tenía un patrón de comportamiento tan constante que rozaba lo inevitable: hacía las cosas sin avisar. No pedía opinión, no anunciaba intenciones. Simplemente gastaba el dinero, invertía, tomaba decisiones; y solo cuando todo estaba terminado (cuando ya no había vuelta atrás~) lo compartía con los demás, como quien deja detalles para aquellos que se detienen y observan. En Navidad le regaló a Itsuki una llave. Una llave insulsa, simplona y jodida, no le explicó de qué era ni para qué servía. Solo le dijo que debía llevarla siempre consigo. *siempre* Luego un dia despues lo llamó, le dijo que necesitaba ayuda con algunas decisiones creativas, aunque no dio más detalles. Nunca los daba. Pasó por el en su cómodo carrito, ya habia vendido los deportivos y los otros autos que le habian obsequiado, los odiaba, eran grandes, llamaban la atención y aparentaban cosas que él no queria demostrar. Cuando Itsuki subio al auto, en sigilo se aseguró de que llevara la llave durante el viaje. Hicieron una breve parada en un conbini para comprar algo de comer, y luego tomaron la carretera. Veinte minutos de trayecto. Ni más, ni menos. El destino era un pueblo vecino en Chiba; no el centro, no lo turístico. Estaba en la orilla, cerca del santuario de Awa, con el mar observándolo todo desde la distancia, como un testigo discreto. Kagehiro no dijo nada durante el camino. El carrito avanzaba con ese silencio cómodo que solo existe cuando no es necesario llenar el aire con palabras y la radio avisando del clima y otras noticias. Al llegar, se detuvo frente a una casa tradicional de dos pisos. Aparcó. Apagó el motor. Bajó primero y ayudó a Itsuki a bajar después. Luego se colocó frente a la puerta, llamando su atención con un gesto leve, casi tímido, para que lo siguiera. Palpó sus bolsillos. Se detuvo. Entonces lo miró. —Es verdad — dijo, como si acabara de recordar algo importante —Tú tienes la llave de nuestra casa. — No hubo discurso. No hubo confesiones elaboradas ni promesas solemnes. La sorpresa estaba ahí, completa y desnuda: no solo estaba de acuerdo con vivir juntos… ya lo había hecho. ¿Y si Itsuki no quería? Pues...Kagehiro sabía seguir solo. Siempre.. [fi0re]
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • ¡Hola!
    Buenos días a todos, lindas personas. En especial a ti que lees esto 🫰🏻
    Hoy quiero decir algo especial. Estuve pensando en que hay muchas personas interesadas en hacer rol. Creo que eso es bueno, pero como soy algo leenta respondiendo, ¿Qué les parece si me hablan de sus personajes y el tipo de rol que les gusta hacer?
    Así podemos avanzar a pesar de mi ausencia. Aunque sea un caracol pelirroja voy a responder a todos los interesados. Tal vez no hoy o mañana, pero confío en que no tardaré un mes

    *Risas*

    Además de que tengo que mencionar otras cosas. Me he encontrado con gente muy amable y respetuosa. Tengo que decir que ese tipo de personas me gustan mucho 🫰🏻 aunque también me he encontrado con otras que al parecer creen que soy una especie de mujer fácil o un objeto de placer...

    *Sonrisa nerviosa*

    Siendo honesta, leer mensajes con intensiones de seducirme me impactó un poco, pero después me dió algo de risa. No pretendo burlarme de nadie, pero la impresión que tuve me resultó cómica porque de la nada hubo quienes aparecieron presumiendo sus atributos como si fuera una especie de anzuelo para pescar, atributos que por sentido común pueden ser algo exagerados...


    Como he dicho, no quiero que piensen que me estoy burlando, pero si soy sincera, aún no he decidido si haré rol de ese tipo, así es que... Por favor no se muestren tan desesperados por tener algo de afecto femenino, y no vengan a mí con esa actitud de querer hacerme acoso sexual.

    *Suspira*


    Aunque no todo es tan negativo. Me ha agradado la determinación de esas personas de saber lo que quieren e ir directo por ello. Porque llegaron con propuestas, con invitaciones, listos para entrar en acción. Por eso, dado que mis respuestas son lentas, pensé en la propuesta que hice al principio: háblame sobre tu personaje y sobre el tipo de rol que te agrada para que podamos avanzar. Incluso si quieres puedes proponerme alguna trama para desarrollar en rol. Pero eso sí, no voy a aceptar cosas subidas de tono sólo porque crees que puedes abusar de mí.

    *Sonrisa amable*

    Bueno querido lector, eso es todo lo que tengo que decir por ahora. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mis palabras, porque me ha tomado un tiempo escribir esto también a mí.
    Saber que soy escuchada y entendida me dará la satisfacción de comprobar que el tiempo invertido en esta publicación valió la pena.
    Muchas gracias a todos por todo. Cuídense mucho, y que tengan un día excelente hoy 🫰🏻
    ¡Hola! Buenos días a todos, lindas personas. En especial a ti que lees esto 🥰🫰🏻❣️ Hoy quiero decir algo especial. Estuve pensando en que hay muchas personas interesadas en hacer rol. Creo que eso es bueno, pero como soy algo leenta respondiendo, ¿Qué les parece si me hablan de sus personajes y el tipo de rol que les gusta hacer? Así podemos avanzar a pesar de mi ausencia. Aunque sea un caracol pelirroja voy a responder a todos los interesados. Tal vez no hoy o mañana, pero confío en que no tardaré un mes 😅 *Risas* Además de que tengo que mencionar otras cosas. Me he encontrado con gente muy amable y respetuosa. Tengo que decir que ese tipo de personas me gustan mucho 🫰🏻❣️ aunque también me he encontrado con otras que al parecer creen que soy una especie de mujer fácil o un objeto de placer... *Sonrisa nerviosa* Siendo honesta, leer mensajes con intensiones de seducirme me impactó un poco, pero después me dió algo de risa. No pretendo burlarme de nadie, pero la impresión que tuve me resultó cómica porque de la nada hubo quienes aparecieron presumiendo sus atributos como si fuera una especie de anzuelo para pescar, atributos que por sentido común pueden ser algo exagerados... :STK-20: :STK-70: Como he dicho, no quiero que piensen que me estoy burlando, pero si soy sincera, aún no he decidido si haré rol de ese tipo, así es que... Por favor no se muestren tan desesperados por tener algo de afecto femenino, y no vengan a mí con esa actitud de querer hacerme acoso sexual. *Suspira* :STK-95: Aunque no todo es tan negativo. Me ha agradado la determinación de esas personas de saber lo que quieren e ir directo por ello. Porque llegaron con propuestas, con invitaciones, listos para entrar en acción. Por eso, dado que mis respuestas son lentas, pensé en la propuesta que hice al principio: háblame sobre tu personaje y sobre el tipo de rol que te agrada para que podamos avanzar. Incluso si quieres puedes proponerme alguna trama para desarrollar en rol. Pero eso sí, no voy a aceptar cosas subidas de tono sólo porque crees que puedes abusar de mí. *Sonrisa amable* Bueno querido lector, eso es todo lo que tengo que decir por ahora. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mis palabras, porque me ha tomado un tiempo escribir esto también a mí. Saber que soy escuchada y entendida me dará la satisfacción de comprobar que el tiempo invertido en esta publicación valió la pena. Muchas gracias a todos por todo. Cuídense mucho, y que tengan un día excelente hoy 🫰🏻❣️
    Me gusta
    Me encocora
    8
    4 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.

    Tsukumo Sana Espacio Aikaterine Ouro Hakos Baelz Jenny Queen Orc
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla. [blaze_titanium_scorpion_916] [Mercenary1x] [flare_white_mouse_589] [queen_0]
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
    Me encocora
    1
    0 comentarios 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
    Me gusta
    1
    1 comentario 1 compartido
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    Cruzo el patio sin prisa.

    El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia.

    Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

    Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

    El hogar me habla.
    Y me acepta.
    Sasha lo siente.

    No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
    Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

    A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

    Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

    Ryu.

    Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

    Al verla, algo profundo se activa.
    Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
    Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

    —Ishtarin.

    El aire cambia.
    Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
    Tharésh’Kael
    y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

    Pero no necesito entenderla para entender su ira.
    Así que obedezco a mi manera.
    Inco una rodilla.
    El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

    —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

    Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
    Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

    —Magia Ishtar.
    La luz del castillo responde otra vez.
    No más fuerte.
    Más cercana.

    Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cruzo el patio sin prisa. El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia. Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre. Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre. El hogar me habla. Y me acepta. Sasha lo siente. No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca. Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio. A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo. Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba. Ryu. Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo. Al verla, algo profundo se activa. Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia. Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla. —Ishtarin. El aire cambia. Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí: Tharésh’Kael y los fragmentos emocionales del idioma de Lili. Pero no necesito entenderla para entender su ira. Así que obedezco a mi manera. Inco una rodilla. El gesto no es sumisión. Es reconocimiento. —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome. Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma. Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia. —Magia Ishtar. La luz del castillo responde otra vez. No más fuerte. Más cercana. Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
    Cruzo el patio sin prisa.

    El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia.

    Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

    Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

    El hogar me habla.
    Y me acepta.
    Sasha lo siente.

    No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
    Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

    A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

    Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

    Ryu.

    Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

    Al verla, algo profundo se activa.
    Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
    Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

    —Ishtarin.

    El aire cambia.
    Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
    Tharésh’Kael
    y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

    Pero no necesito entenderla para entender su ira.
    Así que obedezco a mi manera.
    Inco una rodilla.
    El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

    —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

    Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
    Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

    —Magia Ishtar.
    La luz del castillo responde otra vez.
    No más fuerte.
    Más cercana.

    Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
    0 comentarios 0 compartidos
Ver más resultados
Patrocinados