• "Llegada de Sophie Beckett al baile de máscaras"

    La música ya flotaba en el aire cuando la carroza se detuvo frente a la entrada principal del palacio. Sophie Beckett respiró hondo, una mezcla de nervios y emoción avivándole el pecho. Su vestido color marfil caía como una cascada de luz, y la máscara plateada que llevaba ocultaba lo suficiente para volverla un misterio, pero no tanto como para opacar la elegancia de sus ojos.

    Los escalones de mármol parecían interminables. Cada paso hacía crujir la tela fina de su falda, mientras el murmullo del gentío dentro del salón crecía. Apenas cruzó las puertas, un torbellino de colores, risas y música la envolvió.

    Candelabros dorados iluminaban el lugar con un brillo cálido, reflejándose en máscaras de todos los estilos. Sophie avanzó con suavidad, sintiendo varias miradas curiosas deslizándose hacia ella. No era habitual que alguien desconocido llegara tan impecablemente tarde.

    Un violinista tocó una nota aguda justo cuando ella dio un paso al centro del salón, como si anunciara su entrada sin saberlo. Un par de bailarines se apartaron al verla, y una brisa ligera de sorpresa recorrió la sala.

    Sophie levantó ligeramente el mentón, permitiéndose una sonrisa apenas perceptible detrás de la máscara. Si había un lugar donde los secretos florecían y las identidades se diluían, era ese baile.

    Y esa noche, ella no era la hijastra invisible.

    Esa noche, era la invitada que todos intentarían descifrar.

    Benedict Bridgerton
    "Llegada de Sophie Beckett al baile de máscaras" La música ya flotaba en el aire cuando la carroza se detuvo frente a la entrada principal del palacio. Sophie Beckett respiró hondo, una mezcla de nervios y emoción avivándole el pecho. Su vestido color marfil caía como una cascada de luz, y la máscara plateada que llevaba ocultaba lo suficiente para volverla un misterio, pero no tanto como para opacar la elegancia de sus ojos. Los escalones de mármol parecían interminables. Cada paso hacía crujir la tela fina de su falda, mientras el murmullo del gentío dentro del salón crecía. Apenas cruzó las puertas, un torbellino de colores, risas y música la envolvió. Candelabros dorados iluminaban el lugar con un brillo cálido, reflejándose en máscaras de todos los estilos. Sophie avanzó con suavidad, sintiendo varias miradas curiosas deslizándose hacia ella. No era habitual que alguien desconocido llegara tan impecablemente tarde. Un violinista tocó una nota aguda justo cuando ella dio un paso al centro del salón, como si anunciara su entrada sin saberlo. Un par de bailarines se apartaron al verla, y una brisa ligera de sorpresa recorrió la sala. Sophie levantó ligeramente el mentón, permitiéndose una sonrisa apenas perceptible detrás de la máscara. Si había un lugar donde los secretos florecían y las identidades se diluían, era ese baile. Y esa noche, ella no era la hijastra invisible. Esa noche, era la invitada que todos intentarían descifrar. [Bened1ct]
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  • ¡Soy toda una White Lantern!... Esgrimo la luz blanca de la Vida entre mis dedos. Y a su vez tengo todo el espectro de la luz bajo control.
    Amor, Compasión, Esperanza, Voluntad, Miedo, Avaricia, Ira y Muerte.
    ¡Soy toda una White Lantern!... Esgrimo la luz blanca de la Vida entre mis dedos. Y a su vez tengo todo el espectro de la luz bajo control. Amor, Compasión, Esperanza, Voluntad, Miedo, Avaricia, Ira y Muerte.
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    El eclipse se abre como una herida en el cielo.
    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

    Solo Veythra, latiendo en mis manos…
    y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El eclipse se abre como una herida en el cielo. Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza. Un Phyros. Un habitante del sol. Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra. Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.” Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto. No tengo tiempo de responder. Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros. Arc no confía en mí. Y por primera vez… no puedo culparla. Helior Prime alza una mano. Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas. Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire. Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando. La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo. Siento a Arc desvanecerse. Su calor deja de rodearme. Y mi cuerpo queda expuesto. Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara. El primero me atraviesa el costado. El segundo me perfora el pecho. El tercero se dirige directo a mi cabeza— Pero Jennifer lo intercepta. Por milímetros. Mi madre se gira. Y entonces ruge una orden que desgarra mundos: Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!” El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro. Helior Prime responde convocando a los suyos. Los Phyros emergen como estrellas furiosas. La guerra estalla. Sol contra Caos. Luz absoluta contra noche viva. Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar. Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego… Una voz se abre paso dentro de mí. Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.” Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas. La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada. Jennifer siente cómo me rehago. Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos. Deslizo la hoja. El mundo se silencia. Extiendo la katana y corto el aire. Pero no corto aire. Corto el tejido del espacio mismo. El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro. Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano. Jennifer se coloca a mi lado. Sus manos se unen a las mías en la empuñadura. Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación. Juntas, trazamos un segundo corte. Esta vez no solo se abre el espacio. Se abre el tiempo. El eclipse se divide. La luz se pliega. La oscuridad se hunde en sí misma. Y de pronto… Nada. Blanco absoluto. Silencio total. Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida. Solo Veythra, latiendo en mis manos… y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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    El eclipse se abre como una herida en el cielo.
    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

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    El eclipse se abre como una herida en el cielo.
    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

    Solo Veythra, latiendo en mis manos…
    y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El eclipse se abre como una herida en el cielo. Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza. Un Phyros. Un habitante del sol. Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra. Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.” Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto. No tengo tiempo de responder. Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros. Arc no confía en mí. Y por primera vez… no puedo culparla. Helior Prime alza una mano. Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas. Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire. Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando. La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo. Siento a Arc desvanecerse. Su calor deja de rodearme. Y mi cuerpo queda expuesto. Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara. El primero me atraviesa el costado. El segundo me perfora el pecho. El tercero se dirige directo a mi cabeza— Pero Jennifer lo intercepta. Por milímetros. Mi madre se gira. Y entonces ruge una orden que desgarra mundos: Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!” El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro. Helior Prime responde convocando a los suyos. Los Phyros emergen como estrellas furiosas. La guerra estalla. Sol contra Caos. Luz absoluta contra noche viva. Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar. Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego… Una voz se abre paso dentro de mí. Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.” Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas. La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada. Jennifer siente cómo me rehago. Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos. Deslizo la hoja. El mundo se silencia. Extiendo la katana y corto el aire. Pero no corto aire. Corto el tejido del espacio mismo. El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro. Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano. Jennifer se coloca a mi lado. Sus manos se unen a las mías en la empuñadura. Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación. Juntas, trazamos un segundo corte. Esta vez no solo se abre el espacio. Se abre el tiempo. El eclipse se divide. La luz se pliega. La oscuridad se hunde en sí misma. Y de pronto… Nada. Blanco absoluto. Silencio total. Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida. Solo Veythra, latiendo en mis manos… y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Akane volvió. Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original. Pero no había tiempo para sanar nada. El día del eclipse llegó. Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante. El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Le mostré a Veythra. La llamé. No respondió. No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia. Jennifer me pidió permiso para sostenerla. Y fue como si Veythra despertara. Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella. Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo: Jennifer: “La mente en blanco. Y el orgullo intacto.” Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Tenlo en cuenta al responder.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Akane volvió. Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original. Pero no había tiempo para sanar nada. El día del eclipse llegó. Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante. El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Le mostré a Veythra. La llamé. No respondió. No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia. Jennifer me pidió permiso para sostenerla. Y fue como si Veythra despertara. Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella. Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo: Jennifer: “La mente en blanco. Y el orgullo intacto.” Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Lo siento, no tengo intenciones en el rol futanari, sirvienta, esclava o ese tipo de cosas
    Dejen de fingir interés, no saben ni de qué va mi personaje y fingen que están listos para rol
    Lo siento, no tengo intenciones en el rol futanari, sirvienta, esclava o ese tipo de cosas 😅 Dejen de fingir interés, no saben ni de qué va mi personaje y fingen que están listos para rol 😪
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  • Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable.

    Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno.


    El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón.


    El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
    Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable. Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno. El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón. El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
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  • Estela Partida
    Mi sombra sin luz ha quedado sola y helada,
    El calor que dejaste se va, he olvidado el sendero.
    Mi alma camina descalza, sin rumbo ni guía,
    Como la historia de un hilo sin aguja.


    Fue un paso en falso, no sé si fue real,
    Pero... ¿Cómo seguir la vida sin tu otra mitad?


    La estela se partió; fue la pena de amar,
    Porque... ¿Quién puede vivir sin su otra mitad?
    Me dejaste varada, sin rumbo ni puerto,
    Mi brújula cojea en este desierto.


    Mojada de tristeza, el día se fue,
    Testigo de pasos que no son con tu fe.
    El charco es mi espejo, donde me veo sin luz,
    ¿Cómo avanzar si te llevaste mi todo?


    Fuimos un baile, una sola verdad,
    ¿Dónde está el sentido de esta soledad?
    Es un misterio en el suelo, bajo el dolor,
    Un corazón solo, sin su otra mitad.

    La estela se partió; fue la pena de amar,
    Porque... ¿Quién puede vivir sin su otra mitad?
    Me dejaste varada, sin rumbo ni puerto,

    https://www.youtube.com/watch?v=A-RLK5tAalM&list=RDA-RLK5tAalM&start_radio=1
    Estela Partida Mi sombra sin luz ha quedado sola y helada, El calor que dejaste se va, he olvidado el sendero. Mi alma camina descalza, sin rumbo ni guía, Como la historia de un hilo sin aguja. Fue un paso en falso, no sé si fue real, Pero... ¿Cómo seguir la vida sin tu otra mitad? La estela se partió; fue la pena de amar, Porque... ¿Quién puede vivir sin su otra mitad? Me dejaste varada, sin rumbo ni puerto, Mi brújula cojea en este desierto. Mojada de tristeza, el día se fue, Testigo de pasos que no son con tu fe. El charco es mi espejo, donde me veo sin luz, ¿Cómo avanzar si te llevaste mi todo? Fuimos un baile, una sola verdad, ¿Dónde está el sentido de esta soledad? Es un misterio en el suelo, bajo el dolor, Un corazón solo, sin su otra mitad. La estela se partió; fue la pena de amar, Porque... ¿Quién puede vivir sin su otra mitad? Me dejaste varada, sin rumbo ni puerto, https://www.youtube.com/watch?v=A-RLK5tAalM&list=RDA-RLK5tAalM&start_radio=1
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  • Clase de pociones.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Slice of Life
    Era un día martes para todos en Hogwarts. Algunos ya estaban despiertos y preparados, otros eran holgazanes y todavía tenían su cara pegada a la almohada como si esta les hiciera un Petrificus Totalus, pero, el tiempo sigue moviéndose indiferente de aquellos que quieren seguir en sus sueños. Sobre todo en una casa como Raven Claw, donde la pereza es vista como mediocre, aunque, ella era de las que mostraba excelencia.

    El día avanzó relativamente normal, todos los estudiantes desayunaban en sus mesas y después iban a sus clases y como era un Martes del Tercer Periodo, eso solo significaba una cosa, la clase de pociones era la siguiente y no hace falta decir que la mayoría no quería ir a esa maldita clase, cuyo camino parecía una ruta directa al infierno que estaba gobernado por el malvado y antipático de Snape.

    Pareciendo almas en pena, iban llegando de a uno, incluyendo a la tímida albina de Raven Claw que se puso en una de las mesas disponibles, a la espera de las ordenes y pedidos del profesor a quien podía sentir más amargado que de costumbre... Genuinamente, ella quería desaparecer.
    Era un día martes para todos en Hogwarts. Algunos ya estaban despiertos y preparados, otros eran holgazanes y todavía tenían su cara pegada a la almohada como si esta les hiciera un Petrificus Totalus, pero, el tiempo sigue moviéndose indiferente de aquellos que quieren seguir en sus sueños. Sobre todo en una casa como Raven Claw, donde la pereza es vista como mediocre, aunque, ella era de las que mostraba excelencia. El día avanzó relativamente normal, todos los estudiantes desayunaban en sus mesas y después iban a sus clases y como era un Martes del Tercer Periodo, eso solo significaba una cosa, la clase de pociones era la siguiente y no hace falta decir que la mayoría no quería ir a esa maldita clase, cuyo camino parecía una ruta directa al infierno que estaba gobernado por el malvado y antipático de Snape. Pareciendo almas en pena, iban llegando de a uno, incluyendo a la tímida albina de Raven Claw que se puso en una de las mesas disponibles, a la espera de las ordenes y pedidos del profesor a quien podía sentir más amargado que de costumbre... Genuinamente, ella quería desaparecer.
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